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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Corintios»
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Mensaje 25

SE NECESITA CRECER EN VIDA

(2)

  Lectura bíblica: 1 Co. 3:1-9

  En 3:1 Pablo dice a los creyentes de Corinto: “Y yo, hermanos, no pude hablaros como a hombres espirituales, sino como a carne, como a niños en Cristo”. Pablo se refiere a ellos como a niños, lo cual indica que no habían crecido en vida después de recibir los dones iniciales de la vida divina y del Espíritu Santo.

  Si los santos de cierta localidad carecen del crecimiento de la vida, no podrán llevar la vida de iglesia. De hecho, no existirá la realidad de la iglesia entre ellos. Serán una iglesia local en nombre, pero no en realidad. La iglesia estará presente como congregación de personas salvas, pero no tendrá la realidad del crecimiento de la vida, ni experimentará ni disfrutará a Cristo. Además, donde falta el crecimiento de la vida, la vida cristiana será un desorden, la vida de iglesia sufrirá daño y la vida del Cuerpo será destruida. Esto era justamente lo que sucedía en Corinto. Aunque los creyentes habían recibido los dones iniciales, no habían crecido en vida. La vida divina y el Espíritu Santo habían sido sembrados en ellos, pero al no experimentar el crecimiento en vida, no llevaban la vida cristiana, la vida de iglesia ni la vida del Cuerpo.

  Consiente de la situación, Pablo no habló de la iglesia doctrinalmente, sino desde la perspectiva de la vida, la alimentación, el riego y el crecimiento. Solamente experimentando el crecimiento en vida podría existir entre los corintios la realidad de la iglesia, pues experimentarían a Cristo, y sólo así se edificaría la vida del Cuerpo.

TRES DONES DIFERENTES

  En 1 Corintios se mencionan tres dones diferentes: los dones iniciales en el capítulo uno y los dones milagrosos y los dones de madurez mencionados en los capítulos doce y catorce. Como hemos subrayado, los dones iniciales, los cuales reciben los creyentes al ser salvos, comprenden la vida divina y el Espíritu Santo. Entre los dones milagrosos figuran el don de sanidad y el de hablar en lenguas. Lo que el asna de Balaam hizo al hablar en un idioma humano, obviamente fue un acontecimiento milagroso, un verdadero caso de hablar en lenguas, pues se trataba de un ser que no poseía la vida humana. Hablar en lenguas según consta en los capítulos doce y catorce se refiere a hablar en un idioma comprensible, uno que el que lo habla no conoce de antemano. El creyente, repentinamente y bajo el poder divino, habla milagrosamente en otro idioma. Esta es la verdadera experiencia de hablar en lenguas. Este don milagroso, a diferencia de los dones de madurez, no requiere que uno crezca en vida.

  La manera auténtica de hablar en lenguas es diferente a la que comúnmente se practica hoy, según la cual las personas emiten sonidos y sílabas que no tienen nada que ver con ningún idioma comprensible. Si se grabaran dichos sonidos y los analizara un lingüista, se comprobaría que no pertenecen a ningún idioma ni dialecto.

  En los capítulos doce y catorce, Pablo hace mención tanto de hablar en lenguas como de interpretarlas. Entre los grupos pentecostales y carismáticos existen muchos supuestos casos en los que se habla en lenguas y se interpretan. Pero muchos de estos casos no son auténticos. Por ejemplo, en cierta reunión alguien emite sonidos o sílabas. Posteriormente alguien los interpreta de cierta manera. En otra reunión la misma persona profiere los mismos sonidos, pero en esta ocasión se le da una interpretación diferente. Así que, el mismo sonido recibe dos interpretaciones distintas. Esta práctica no refleja un don milagroso auténtico, sino un invento humano del hombre natural.

  La sanidad, en especial la que Pablo menciona, indudablemente es un don milagroso. Pero en las campañas de sanidad que celebran los cristianos actualmente existen muchos falsos casos de sanidad. En muchas de dichas campañas, no existe ni siquiera un solo caso genuino.

  En los capítulos doce y catorce encontramos otra categoría de dones, los de madurez, entre los cuales figura la profecía. Profetizar es superior a hablar en lenguas, pues lo último no edifica la iglesia mientras que lo primero sí (14:4). Todos debemos procurar los dones que edifican la iglesia, especialmente el de profetizar.

  Si deseamos profetizar para edificar la iglesia, debemos experimentar la vida divina. Esta experiencia es la base de nuestra competencia profética. Si no experimentamos debidamente la vida divina, no podremos profetizar, y como resultado, no edificaremos la iglesia.

  El don de profetizar del que habla 1 Corintios es diferente del que comúnmente se practica en los grupos carismáticos de hoy. Por ejemplo, hace muchos años alguien profetizó que un gran sismo destruiría la ciudad de Los Angeles. Normalmente, las llamadas profecías, siguiendo el modelo antiguotestamentario, concluyen con las palabras: “Así dice el Señor”. Pero en 1 Corintios, profetizar equivale a hablar por Cristo y emitirlo por el hablar. Si deseamos profetizar es necesario que primeramente experimentemos a Cristo. Sólo así podremos ministrarlo a la iglesia. Así que, la experiencia es un requisito para profetizar, para emitir a Cristo hablan- do. En el caso de los corintios, posiblemente poseían dones milagrosos, pero carecían de los dones de madurez, tales como el don de profetizar, el cual edifica la iglesia.

  En 1 Corintios también se menciona el don de presidir, un don basado en la madurez. No se puede esperar que un santo joven sea uno que preside, pues para esto se requiere cierto nivel de madurez. Puesto que este don tiene que ver con la función de un anciano, el que preside no debe ser un bebé.

  Los creyentes de Corinto carecían de dones de madurez. En particular, les faltaba el don de emitir a Cristo por el hablar, el cual suministra la iglesia y la edifica, y el don de presidir debidamente. Los corintios habían recibido los dones iniciales, pero pocos de ellos habían crecido en vida. Por consiguiente, no tenían ni el don de profetizar ni el de presidir, los cuales edifican la iglesia.

EL DESEO DE PABLO

  Por lo que Pablo dijo en 3:1 nos damos cuenta que los creyentes corintios no habían crecido en vida, sino que permanecían en la etapa de la infancia. Así que, con el deseo de mostrarles que necesitaban crecer, les dice: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento” (vs. 6-7). Esto muestra que para crecer en vida, los creyentes necesitan ser plantados y regados.

  Ya mencionamos que pese a que la vida divina y el Espíritu Santo habían sido sembrados en los creyentes corintios, éstos permanecían en la etapa de la infancia y no habían crecido en vida. De hecho, seguían viviendo en la cultura, la filosofía y la sabiduría griegas, lo cual trajo confusión a su vida cristiana, dañó la vida de iglesia y arruinó la vida del Cuerpo. Por esta razón, al escribirles esta epístola, Pablo sentía la responsabilidad de decirles que sus vidas no debían ser caracterizadas por esas cosas.

  Al emplear la palabra sabiduría en el capítulo uno, Pablo específicamente se refiere a la sabiduría de la cultura griega. Yo creo que al leer la epístola, los corintios entendieron esto. Ellos habían permanecido en su cultura y vivían por ella. No obstante, Pablo parecía decirles: “Hermanos, Dios os llamó a la comunión de Su Hijo y no a vuestra cultura. El propio Cristo quien es vuestra porción y a la comunión del cual fuisteis llamados os ha sido hecho sabiduría de parte de Dios. Cada día El es vuestra justicia, santificación y redención. Dejad de expresar vuestra cultura y vivid a Cristo. El, como sabiduría de Dios, es las profundidades de Dios. Lo que el ojo humano no ve, el oído no oye ni el corazón jamás se ha imaginado, nos ha sido revelado por el Espíritu de Dios. Estas cosas, o sea, las profundidades de Dios, tienen que ver con Cristo como la sabiduría misteriosa que fue predestinada para ser nuestro destino”.

  Pablo deseaba que los creyentes corintios crecieran en vida. El sabía que si crecían, espontáneamente experimentarían la vida cristiana apropiada, existiría entre ellos la realidad de la iglesia y sería edificada la vida del Cuerpo. Llegarían a ser la iglesia no sólo en nombre, sino en realidad, en vida y en la experiencia de Cristo. Entonces serían la labranza de Dios y Su templo de manera práctica.

SIGNOS DE INFANCIA

  En 1 Corintios 3 vemos que los creyentes de Corinto mostraban algunos signos de infancia. El versículo 2 dice: “Os di a beber leche, y no alimento sólido; porque aún no erais capaces de recibirlo. Pero ni siquiera sois capaces ahora”. Un signo de infancia era que ellos sólo podían recibir leche, y no alimento sólido. Entre tanto que un creyente permanezca en la etapa de la infancia, no puede recibir alimento sólido, sin importar cuántos mensajes que contengan alimento sólido escuche.

  En cierta medida, este signo está presente entre nosotros. A los santos se les ministra el alimento sólido año tras año, pero muchos casos muestran, por la manera en que reaccionan los santos, que ellos no son capaces de escalar al nivel que se les presenta, lo cual indica que aún no pueden recibir el alimento sólido, sino sólo la leche. Este es un signo de infancia.

  Recientemente se celebró una reunión en la que los santos repasaron uno de los mensajes del estudio-vida de 1 Corintios. Mi esperanza era que la respuesta de los santos indicaría que habían digerido el alimento sólido. Sin embargo, por lo que se compartió, fue muy evidente que ellos sólo podían recibir leche. Esperaba que algunos testificarían de que por la misericordia del Señor estaban experimentando a Cristo como justicia, santificación y redención. Pero no se dio ningún testimonio de ello. Además, en lugar de apreciar los “diamantes” contenidos en los mensajes, muchos se enfocaron en la “envoltura” y en la “caja” y hablaron de ello. Los que han crecido en vida no se preocupan por las envolturas ni por la caja, sino que ponen su mirada en los diamantes; testifican de ellos y hablan de ellos.

  Los capítulos uno y dos de 1 Corintios contienen muchos diamantes. No obstante, a lo largo de las generaciones casi todos los que leen esta epístola han tocado sólo las envolturas o la caja, pero no los diamantes, es decir, las profundidades de Dios. Por ejemplo, al testificar en cuanto a 1:30 debemos hablar de cómo Cristo nos es hecho sabiduría de parte de Dios en nuestra vida cotidiana. Tal vez un hermano testifique de que en su vida conyugal disfruta a Cristo como justicia, santificación y redención de manera viviente y espontánea. Hablar de esta manera demostraría que hemos visto los diamantes y no sólo las envolturas.

  Me preocupa que los hermanos que presiden y que ministran la Palabra en sus localidades repitan los mensajes dados por el ministerio sin haber visto los diamantes. Tal vez alienten a los santos y les exhorten a crecer en vida. Quizás hasta les enseñen a envolver los diamantes, a colocarlos en cajas hermosas y a valorarlos. Es posible que les hablen de métodos, sin haber recibido realmente la visión de los diamantes. De cualquier modo, espero que los que presiden y todos los santos podrán testificar más y más de lo que han visto y experimentado en cuanto a los diamantes contenidos en 1 Corintios.

  Lo que Pablo dijo en 1:9 acerca de la comunión del Hijo de Dios sin duda es un diamante. Debemos testificar de esta comunión, de este mutuo disfrute, no de manera doctrinal, sino según la experiencia. Aprender las doctrinas equivale a beber leche, mientras que recibir los diamantes de manera experimental es recibir el alimento sólido. No poder recibir el alimento sólido constituye el primer signo de infancia.

  En el versículo 3 Pablo revela el segundo signo: “Pues habiendo entre vosotros celos y contiendas, ¿no sois carnales, y andáis según lo humano?” Los niños en Cristo tienen celos y contiendas y andan según lo humano, es decir, según la carne del hombre caído. Como personas superficiales en las cosas espirituales, ellos siguen teniendo celos y contiendas. La presencia de éstos entre nosotros es un signo de infancia espiritual.

  Si un hermano da un buen testimonio en una reunión, y otro hermano, después de oírlo, decide dar uno aún mejor, esto sería una contienda, lo cual manifestaría la infancia del segundo hermano.

  Digamos que usted da un testimonio y pocos hermanos dicen amén, mientras que al testificar otro hermano, él recibe muchos amenes. Si se molesta, queda en evidencia que todavía hay contiendas y celos en usted. Debemos sentirnos contentos cuando, en respuesta al testimonio de un hermano, se oye un fuerte amén. Debemos alabar al Señor de que haya semejante “diamante” entre nosotros.

  Un tercer signo de infancia consiste en exaltar a los gigantes espirituales, produciendo así división. En 3:4 y 5 Pablo escribe: “Porque diciendo el uno: Yo soy de Pablo; y el otro; Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales, y andáis según lo humano? ¿Qué, pues, es Apolos, y qué es Pablo? Ministros por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno de ellos concedió el Señor”. El hecho de que los corintios exaltaran a ciertos hermanos era otro indicio de que eran inmaduros. En el versículo 7 Pablo dice que, con relación al crecimiento en vida, ni el que planta es algo, ni el que riega, sino que Dios lo es todo. Si volvemos nuestra mirada a Dios únicamente, nos libraremos de la división, la cual resulta de apreciar a un ministro más que a otro.

  Pudiera darse el caso de que nosotros, como pasó con los corintios, también exaltásemos a los gigantes espirituales y así causásemos división. Quizás alguien diga: “El hermano fulano de tal me cae muy bien y su hablar es excelente”. En la vida de iglesia no debemos tener oradores, ancianos, hermanos ni hermanas predilectos. Esto también es un signo de infancia.

  Los tres signos de infancia a los que Pablo hace alusión en este capítulo existen entre los cristianos hoy. Pocos son los creyentes que pueden recibir el alimento sólido. Además, entre ellos es común tener celos y contiendas y exaltar a las personas. Espero que en el recobro del Señor desaparezcan estos tres signos. Al oír un mensaje, debemos entrar en sus profundidades y no ser distraídos por la “envoltura” ni por la “caja”. Además, no debemos tener celos ni contiendas ni tener preferencias ni gustos personales. Esto será la prueba de que hemos crecido y madurado en vida.

LA LABRANZA Y EL EDIFICIO

  A estas alturas, quisiera añadir algo en cuanto a que la iglesia es la labranza de Dios y edificio de Dios. La expresión labranza de Dios se refiere principalmente al crecimiento en vida, mientras que el edificio, el templo, a la meta que Dios tiene en Su propósito eterno. Así que, la iglesia es la labranza que produce los materiales a fin de que Dios cumpla su meta, que es, tener el edificio. Primero tenemos la labranza que produce el crecimiento en vida, y después, el edificio que cumple el eterno propósito de Dios. Tener la capacidad de comprender estos puntos cruciales es una señal de que hemos ingerido el alimento sólido del que se habla en 3:9. ¡Alabado sea el Señor que la labranza produce el crecimiento en vida y que el edificio cumple la meta de Dios!

  En 3:17 Pablo dice que el templo de Dios es santo. En este contexto, ser santo no sólo significa ser separado para Dios, sino también no ser griego. Si pensamos que el significado de la palabra santo se limita a ser separado, nuestro entendimiento de este versículo es demasiado superficial y doctrinal. Para los corintios, ser separado para Dios significaba dejar de ser griegos. Aplicando el mismo principio a nosotros, significa que dejamos de ser estadounidenses, japoneses o alemanes. Ver esto es un signo de que hemos recibido el alimento sólido del que habla el versículo 17, y demuestra que hemos comprendido algo experimental, práctico y profundo.

  El hecho de que seamos el edificio de Dios significa que ya no estamos divididos ni esparcidos. Según el contexto de estos capítulos, el edificio es contrario a la división. Pablo sabía que las preferencias habían dividido a los creyentes griegos de Corinto. En 1:12 dice: “Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo”, lo cual indica que los creyentes habían sido esparcidos; no estaban ni siquiera apilados, mucho menos edificados como templo de Dios. Repito, el deseo de Dios es tener un edificio; ésta es Su meta. Primero, El quiere la labranza para cultivar a Cristo, y luego, El desea el edificio.

  Los corintios no tenían un edificio santo, separado de la cultura griega; un edificio en el que morara el Espíritu de Dios y en el cual no hubiera nada de la sabiduría, la filosofía ni la cultura de ellos. Con todo y esto, la meta de Dios consiste en obtener un edificio que esté lleno de Su Espíritu, edificado de materiales cultivados en Su labranza. Como creyentes, todos debemos dedicarnos al edificio de Dios.

RECIBIR MISERICORDIA PARA TENER LA VISION

  Al darnos cuenta de nuestra deficiencia con relación al crecimiento en vida y al edificio, tal vez reaccionemos en una manera que nos deje aún más ciegos. Algunos tal vez se sientan emocionados, otros quizás lloren y un tercer grupo tal vez ore o intente arrepentirse. No obstante, es posible que incluso la emoción, el lloro, la oración y el arrepentimiento se vuelvan velos. Estas actividades pudieran obstruir la visión de la economía de Dios.

  Para recibir esta visión necesitamos la misericordia de Dios. En Romanos 9 se habla de ella, y en Hechos 9 se nos da un ejemplo de la misma. Romanos 9:16 dice: “Así que no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”. Según Hechos 9, Dios le mostró Su misericordia a Saulo de Tarso. Sin duda, Saulo había orado muchas veces antes de ser salvo. Pero es dudoso que Dios le haya contestado sus oraciones. Pero un día, para su sorpresa, el Señor se le apareció. Esto es misericordia.

  No es necesario llorar, orar ni arrepentirse de manera religiosa. Para tener la visión que le fue mostrada a Pablo, lo que necesitamos es la misericordia del Señor. Necesitamos ver cuánto todavía vivimos en nuestra cultura, tradición y religión, darnos cuenta de que seguimos viviendo en muchas cosas que no son Cristo y que en realidad aún no lo vivimos a El día tras día. No hay duda que hemos oído los mensajes, pero es posible que todavía no tengamos la visión. ¡Oh, necesitamos la misericordia del Señor para recibir una visión celestial! Ni nuestro llanto ni nuestra emoción significa nada. Vuelvo a repetir, necesitamos la misericordia de Dios. Aunque es cierto que no debemos orar de manera emocional ni religiosa, si debemos orar perseverantemente para que el Señor nos conceda Su misericordia. Todos oremos así: “Señor, ten misericordia de mí. Necesito tener la visión que Pablo tuvo. Señor, concédeme una cielo despejado para poder ver la revelación de Tu economía”.

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