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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Pedro»
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Mensaje 21

LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS

(3)

  Lectura bíblica: 1 P. 2:21-25

  En el mensaje anterior vimos lo que significa que Cristo sea nuestro modelo. Vimos que Él es el “documento original”, y que, mediante un proceso de fotocopiado espiritual, nosotros llegamos a ser reproducciones de Cristo. En este mensaje consideraremos otros asuntos que se encuentran en 2:21-25.

  En 1 Pedro 2:21 y 22 dice: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por vosotros, dejándoos un modelo, para que sigáis Sus pisadas; el cual no cometió pecado, ni se halló engaño en Su boca”. No es fácil que no se halle engaño alguno en nuestra boca. Consideren cuántos errores han cometido en un día a causa de las palabras que han expresado. Puesto que nosotros, por nosotros mismos, no podemos llevar una vida sin engaño, Pedro dice específicamente que ningún engaño fue hallado en la boca del Señor.

UNA VIDA SOMETIDA AL GOBIERNO DE DIOS

  En el versículo 23 Pedro dice con respecto al Señor: “Quien cuando le injuriaban, no respondía con injuria; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba todo al que juzga justamente”. Según el uso del verbo encomendaba en el griego, es necesario agregar el complemento todo. Esta palabra se refiere a todos los sufrimientos que experimentó el Señor. El Señor siempre encomendaba los insultos y las heridas que recibía a Aquel que juzga justamente en Su gobierno, al Dios justo, a quien Él mismo se sometió. Esto indica que el Señor reconoció el gobierno de Dios mientras llevó una vida humana en la tierra.

  Me preocupa un poco que usted, al leer este versículo, pase por alto la palabra “juzga”. Estamos acostumbrados a decir que encomendamos todas las cosas al Señor fiel, misericordioso, benévolo. Pero, ¿alguna vez ha dicho usted: “Encomiendo todo al Dios que juzga justamente”? No creo que muchos de nosotros solemos decir esto. Y la razón por la que no oramos así es que nuestras oraciones, expresiones y declaraciones todavía son demasiado tradicionales. Esto nos impide aplicar muchos de los pensamientos y expresiones contenidos en la Palabra pura. Es por ello que al leer un versículo como 2:23, es posible que no le demos la importancia que merece ni captemos su verdadero significado.

  Mientras el Señor Jesús pasaba por sufrimientos en la tierra, Él siempre encomendaba todo a Aquel que juzga justamente. Estas breves palabras indican que el Señor no solamente llevó una vida que era un modelo para nosotros, sino que también, a lo largo de Su vida, Él se sometió absolutamente al gobierno de Dios. El propio Señor se sometió siempre al gobierno de Dios, y encomendó todo lo relacionado consigo mismo al juicio de Dios.

  Pedro ya se había referido al juicio de Dios en 1:17, donde dice: “Y si invocáis por Padre a Aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor durante el tiempo de vuestra peregrinación”. Pedro “no habla aquí del juicio final del alma. En ese sentido, ‘el Padre no juzga a nadie, sino que todo el juicio lo ha dado al Hijo’ (Jn. 5:22). Aquí se está hablando del juicio que Dios ejecuta a diario en Su gobierno sobre Sus hijos en este mundo. Ésta es la razón por la cual aquí dice: ‘el tiempo de vuestra peregrinación’” (Darby). Éste es el juicio que Dios trae sobre Su propia casa.

  Puesto que estas dos epístolas tratan del gobierno de Dios, se refieren repetidas veces al juicio de Dios y del Señor (2:23; 4:5-6, 17; 2 P. 2:3-4, 9; 3:7), como uno de los puntos principales. El juicio de Dios empezó con los ángeles (2 P. 2:3-4) y siguió ejecutándose en la humanidad a través de las generaciones en el Antiguo Testamento (2 P. 2:5-9). En la era del Nuevo Testamento, el juicio comienza por la casa de Dios (1 P. 1:17; 2:23; 4:6, 17) y continuará ejecutándose hasta que llegue el día del Señor (2 P. 3:10), el cual será un día de juicio ejercido sobre los judíos, los creyentes y los gentiles antes del milenio. Después del milenio, todos los que hayan muerto, incluyendo a los hombres y a los demonios, serán juzgados y perecerán (1 P. 4:5; 2 P. 3:7), y los cielos y la tierra serán quemados (2 P. 3:10, 12). El resultado de los diversos juicios no siempre es el mismo. Algunos juicios dan como resultado una prueba disciplinaria, otros, un castigo dispensacional, y otros, la perdición eterna. Sin embargo, mediante todos estos juicios el Señor Dios purificará todo el universo con el fin de tener un cielo nuevo y una tierra nueva destinados a un nuevo universo lleno de Su justicia (2 P. 3:13) para el deleite del Señor.

CRISTO, NUESTRO SALVADOR

  En 2:23 Pedro dice que Dios el Padre es Aquel que siempre juzga justamente. Eso significa que Él gobierna de una manera justa. Cristo confió en esta persona justa. Por ello, Pedro dice que mientras Cristo estuvo en la tierra, siempre encomendó todo a Dios el Padre, quien juzga justamente.

  El versículo 24 dice: “Quien llevó Él mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero, a fin de que nosotros, habiendo muerto a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”. Este versículo se refiere a Cristo como nuestro Salvador, nuestro Redentor. Como nuestro Salvador, Cristo “llevó Él mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero”. El “madero” es la cruz hecha de madera, un instrumento romano usado como pena capital para ejecutar a los malhechores, según se profetizó en el Antiguo Testamento (Dt. 21:23; Gá 3:13).

  La frase “habiendo muerto a los pecados” significa literalmente estando lejos de los pecados, por ende, habiendo muerto a ellos. En la muerte de Cristo, nosotros morimos a los pecados (Ro. 6:8, 10-11, 18). Hemos muerto al pecado a fin de vivir a la justicia. Vivir a la justicia es algo que se experimenta en la resurrección de Cristo (Ef. 2:6; Jn. 14:19; 2 Ti. 2:11).

  La “herida” mencionada en el versículo 24 denota un sufrimiento que condujo a la muerte. Según Génesis 3:15, la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, y la serpiente heriría el calcañar de la simiente de la mujer. La herida de Génesis 3:15 está relacionada con la herida que se menciona en 2:24.

  De acuerdo con el versículo 24, nosotros fuimos sanados por la herida de Cristo. Esto significa que fuimos sanados de la muerte. Nosotros estábamos muertos (Ef. 2:1), pero Cristo, al sufrir la muerte, nos sanó de nuestra muerte para que nosotros vivamos en Su resurrección.

ALEJADOS DE LOS PECADOS Y VIVIR A LA JUSTICIA

  Hemos señalado que la frase “habiendo muerto a los pecados” literalmente significa estando lejos de los pecados. Cuando Cristo llevó nuestros pecados a la cruz y murió, Su muerte logró muchas cosas. La muerte de Cristo nos puso fin a nosotros, y eso es lo que ahora puede mantenernos alejados del pecado. La mejor manera en que se puede alejar a las personas de los pecados o del pecado es que se les dé fin. No importa cuántos pecados pueda haber cometido una persona, una vez que ella muere, la muerte la separa de los pecados. Pedro habla de estar lejos de los pecados, y Pablo dice que aquel que ha muerto, ha sido liberado del pecado. Por medio de la muerte de Cristo, nosotros podemos mantenernos alejados de los pecados a fin de vivir a la justicia. Así, pues, aunque el hecho de ser separados del pecado implica que se nos ha dado muerte, en realidad, esto es algo que nos vivifica a fin de que vivamos a la justicia.

  Como hemos dicho, por la herida de Cristo fuimos sanados. Esto significa que Su muerte nos sana de nuestra muerte.

  La mayoría de nosotros estamos acostumbrados a los términos que usa Pablo, pero desconocemos muchas de las expresiones de Pedro. Tan sólo en el versículo 24, Pedro usa varias expresiones que son poco usuales, como por ejemplo: Cristo llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero, ser alejados del pecado para vivir a la justicia, y ser sanados por la herida de Cristo. Los cristianos no acostumbran a usar en sus conversaciones muchas de estas expresiones de Pedro. Espero que después que lean estos mensajes, ustedes comiencen a usar estos términos y expresiones de Pedro en su comunión unos con otros, así como en sus oraciones.

  El versículo 24 indica que, como seres humanos caídos, estábamos muertos y llenos de pecados, y que Cristo puso nuestros pecados sobre Sí mismo y los llevó al madero, a la cruz, donde Él sufrió el justo juicio de Dios por todos nuestros pecados. La muerte que Cristo sufrió en la cruz fue una herida, y esa herida, esa muerte, nos sanó de nuestra muerte. Ahora hemos sido vivificados. Por un lado, la herida de Cristo que nos sana, nos aleja de los pecados mediante la muerte de Cristo; por otro, la sanidad que Él nos imparte nos vivifica a fin de que vivamos a la justicia.

  Según nuestra naturaleza —la cual ha sido afectada por la muerte y por la caída— somos seres inclinados al pecado. Pero ahora que Cristo ha muerto para sanarnos de nuestra muerte y vivificarnos, tenemos inclinaciones diferentes. Gracias a la vida de Cristo, la cual está en nosotros, nos inclinamos siempre por la justicia. Éste es nuestro Salvador, Aquel que murió en la cruz para darnos muerte y sanar nuestra herida mortal.

  Conforme a nuestra experiencia, el aspecto subjetivo de la cruz sigue operando por medio del Espíritu. El Espíritu vivificante opera dentro de nosotros continuamente para aplicar a nuestro ser el aspecto subjetivo de la cruz de Cristo. Diariamente experimentamos la obra interna de la cruz de Cristo, y también diariamente somos vivificados para vivir a la justicia. Es por ello que no es difícil para nosotros prevalecer sobre los pecados, pues por medio de la muerte de Cristo fuimos alejados de ellos. Su muerte trazó una línea de separación entre nosotros y los pecados. Ya que fuimos alejados de los pecados, ahora estamos vivos. No necesitamos hacer ningún esfuerzo de nuestra parte ni tratar de vigorizarnos a nosotros mismos. Sencillamente vivimos, y este vivir siempre se inclina por la justicia. De este modo, nuestro Salvador nos salva diariamente. Este entendimiento de lo que dice Pedro concuerda con nuestra experiencia.

  No solamente debemos considerar la cruz como algo objetivo para nosotros, sino también como algo subjetivo. La cruz objetiva debe llegar a ser la cruz que experimentamos subjetivamente. Esto depende de la obra que realiza el Espíritu vivificante dentro de nosotros. Cada vez que invocamos el nombre del Señor y tenemos comunión con Él, el Espíritu vivificante opera dentro de nosotros. Entonces espontáneamente experimentamos la obra subjetiva de la cruz, la cual nos separa de los pecados a fin de que automáticamente vivamos a la justicia.

CUMPLIR CON LOS REQUISITOS GUBERNAMENTALES DE DIOS

  Ahora debemos preguntarnos por qué Pedro usa la expresión “vivamos a la justicia”. Esto tiene que ver con el cumplimiento de los requisitos gubernamentales de Dios. De hecho, el gobierno de Dios requiere sólo una cosa: la justicia. Es por ello que 2 Pedro 3:13 dice: “Pero nosotros esperamos, según Su promesa, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”. En 1 Pedro 2:23 vemos que el Señor Jesús siempre encomendaba todo a Aquel que juzga justamente. Luego, en el versículo 24, Pedro nos dice que nosotros debemos vivir a la justicia. El concepto de Pedro aquí es un concepto gubernamental, pues la justicia está relacionada con el gobierno de Dios. Nuestro Salvador nos salvó para que nosotros lleváramos una vida que concuerda con los justos requisitos del gobierno de Dios.

  Dios es justo, y Su gobierno está establecido sobre la justicia. En Salmos 89:14 dice que la justicia es el cimiento del trono de Dios. Por consiguiente, debido a que nosotros somos el pueblo de Dios y vivimos bajo Su gobierno, debemos llevar una vida justa. Debemos vivir a la justicia. Sin embargo, debido a que por nosotros mismos no podemos llevar tal vida, el Salvador nos salva para que llevemos una vida de justicia, una vida que cumple los justos requisitos del gobierno de Dios.

  Es importante que comprendamos que Cristo nuestro Salvador llevó todos nuestros pecados al madero y que murió allí por nosotros. Ahora Su muerte nos separa de los pecados y nos vivifica para que vivamos a la justicia. De este modo, espontáneamente nos sometemos al gobierno de Dios y no tenemos ningún problema con Su gobierno, pues vivimos a la justicia.

CRISTO, NUESTRO PASTOR

  En el versículo 25 Pedro añade lo siguiente: “Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Guardián de vuestras almas”. Cristo vino a ser nuestro Redentor al morir en el madero. Ahora Él es el Pastor y Guardián de nuestras almas en la vida de resurrección que está en nosotros. Por lo tanto, puede guiarnos y proveernos vida para que sigamos Sus pisadas según el modelo presentado por Sus sufrimientos (v. 21). Según el versículo 25, Cristo es el Pastor y Guardián de nuestras almas. Nuestra alma es nuestro ser interno, nuestra verdadera persona. Nuestro Señor, como Pastor y Guardián de nuestras almas, nos pastorea al cuidar del bienestar de nuestro ser interno y al velar por la condición de nuestra verdadera persona.

  Nuestro problema consistía en que éramos como ovejas descarriadas. Pero ahora hemos vuelto, hemos regresado, al Pastor y Guardián de nuestras almas. No debemos pensar que en el versículo 25 Pedro usa la palabra alma como un sinónimo de espíritu. Definitivamente éste no es el caso. Por lo general, un pastor se ocupa de las necesidades físicas de su rebaño, pero Cristo, nuestro Pastor, se encarga de las necesidades de nuestra alma. Él no es el Pastor de nuestro cuerpo, sino el Pastor de nuestra alma, de nuestro ser interno. Todos tenemos un espíritu, el cual ciertamente es un órgano interno; pero nuestro ser interno es nuestra alma. Así que, Cristo principalmente nos pastorea al cuidar de nuestra alma. Él cuida de nuestra mente, de nuestra parte emotiva y de nuestra voluntad.

  Tal vez pensemos que nuestros problemas radican en el cuerpo. Sin duda alguna, el cuerpo nos acarrea muchos problemas. Sin embargo, nuestro verdadero problema radica en nuestra alma. Tenemos problemas relacionados con nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Los incrédulos vagan en su alma, y no tienen un pastor que cuide de ellos. Nosotros, en cambio, tenemos un Pastor que se ocupa de nuestra alma. No solamente tenemos en nosotros la vida del Señor, sino que también le tenemos a Él mismo como nuestro Pastor. Él ahora nos pastorea en nuestra alma.

  Quisiera pedirles que consideren este asunto del pastoreo del Señor a la luz de su experiencia. ¿Es en su espíritu o es en su alma que experimenta usted el consuelo del Señor? En otras palabras, ¿dónde experimentamos el consuelo del Señor, en nuestro espíritu o en nuestra alma? Si usted dice que Su consuelo se experimenta en el espíritu, su respuesta no es conforme a la Biblia. Antes de venir al recobro del Señor, probablemente usted no sabía que tenía un espíritu humano; pero después de que empezó a participar de la vida de iglesia, recibió la revelación con respecto al espíritu humano. Sin embargo, es posible que esta revelación se haya convertido para usted en una nueva tradición. Así, pues, si decimos que el consuelo de Cristo se halla en nuestro espíritu, esto equivale a hablar de una tradición nueva relacionada con el espíritu. Con frecuencia decimos que debemos tornarnos al espíritu, quizás con la expectativa de que una vez que nos tornemos al espíritu todo estará bien. Sin embargo, es posible que aun después de habernos tornado al espíritu, todavía haya muchas cosas que no están bien. Así que, Pedro, basándose en su experiencia, pudo decir que Cristo es el Pastor de nuestras almas. Ésta es la razón por la cual Pedro, en el versículo 25, no dice que Cristo es el Pastor de nuestro espíritu o de nuestro cuerpo, sino que dice expresamente que Cristo es el Pastor de nuestras almas.

  Esta epístola fue escrita a cristianos judíos que estaban sufriendo mucha persecución. Aparentemente la persecución está relacionada con nuestro cuerpo externamente; pero en realidad, la persecución está dirigida al alma. Puesto que es nuestra alma la que sufre, es ella la que necesita el pastoreo del Señor. No es nuestro cuerpo el que necesita esta clase de cuidado ni primordialmente nuestro espíritu, sino nuestra alma —nuestra mente, parte emotiva y voluntad— la que necesita al Señor en calidad de Pastor.

  En nuestra experiencia, muchas veces no sabemos ni en qué pensar, es decir, no sabemos en qué enfocar nuestros pensamientos. Esto es un indicio de que nuestra mente necesita que el Señor Jesús sea su Pastor. Puedo testificar que la mayoría de las veces en que me he encontrado en esta situación, el Señor Jesús ha sido mi Pastor. Como resultado de Su pastoreo, mi mente ha recibido la orientación que necesita y ha podido enfocarse en lo que tiene que enfocarse.

  Nuestra parte emotiva, por ser sumamente compleja, se turba fácilmente. Esto sucede especialmente en lo que respecta a la parte emotiva de las hermanas. Es por ello que necesitamos que el Señor Jesús nos pastoree en nuestra parte emotiva. Su pastoreo conforta nuestra parte emotiva.

  Nuestra voluntad también necesita el pastoreo del Señor. Como seres humanos, a menudo se nos dificulta tomar la decisión más acertada. A veces lo más difícil es tomar una decisión. Los incrédulos no tienen a nadie que los conduzca y los guíe en su toma de decisiones. Pero nosotros tenemos un Pastor que nos dirige y nos guía. La dirección que el Señor nos da está relacionada principalmente con nuestra voluntad. Como Pastor viviente, el Señor encamina continuamente nuestra voluntad. Son incontables las veces que he experimentado esto. El Señor es verdaderamente el Pastor de nuestras almas. Él regula nuestra mente, conforta nuestra parte emotiva, y dirige y encamina nuestra voluntad.

  Según mi experiencia, hay una diferencia entre dirigir y guiar. Dirigir tiene que ver con un destino. Supongamos que usted desea viajar en su automóvil de su casa a cierta ciudad. Un mapa de carreteras puede ayudarle a dirigirse hacia su destino. Pero una vez que usted llega a la ciudad de destino, necesita un guía, a alguien que lo lleve al lugar exacto adonde desea ir. En la Biblia, algunos versículos hablan de la dirección del Señor, y otros, de Su guiar. Por un lado, el Señor conducirá a Su pueblo a la tierra santa; pero una vez los haya dirigido allí, los guiará al monte de Sion.

  Como nuestro Pastor, el Señor primero nos da Su dirección y después nos guía. Él nos dirige al lugar correcto, y después nos guía al sitio exacto. Éste es Cristo, nuestro Pastor.

  Para que Cristo pueda ser nuestro Pastor viviente, es necesario que Él more en nosotros. Si Cristo no fuera hoy el Espíritu vivificante que mora en nosotros, si Él fuese únicamente el Señor que fue exaltado al tercer cielo en un sentido objetivo, ¿cómo podría ser nuestro Pastor? Así que para que Cristo pueda ser nuestro Pastor, es imprescindible que Él esté con nosotros, e incluso dentro de nosotros. Muchas veces Él camina con nosotros a fin de hacernos regresar. Consideren cómo el Señor pastoreó a los dos discípulos que iban camino a Emaús. Estos discípulos iban en una dirección, y el Señor caminó con ellos, pero con el fin de hacerles ir por otro camino. Lucas 24:15 dice: “Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos”. Luego Él les preguntó de qué hablaban. En un sentido, estos discípulos reprendieron al Señor cuando le dijeron: “¿Eres Tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?” (v. 18). Luego el Señor preguntó: “¿Qué cosas?” (v. 19). Después de andar juntos un poco, ellos obligaron al Señor a que se quedara con ellos (v. 29). Más tarde, cuando Él tomó el pan, lo bendijo y lo dio a ellos, “les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron” (vs. 30-31). Éste es un ejemplo del pastoreo del Señor.

  A veces el Señor nos pastorea de la misma manera en que pastoreó a los discípulos que iban camino a Emaús. Es posible que también nosotros le hayamos dicho al Señor tonterías o le hayamos hecho preguntas tontas. Incluso es posible que lo hayamos reprendido, y Él actúe como si no supiera de qué estamos hablando. Muchos de nosotros podemos testificar que el Señor Jesús nos ha pastoreado de esta manera. En nuestra experiencia, el Señor, en calidad de Espíritu vivificante que mora en nosotros, es nuestro Pastor.

CRISTO, NUESTRO GUARDIÁN

  Según lo que dice Pedro en 2:25, Cristo es también el Guardián de nuestras almas. Me pregunto cuántos cristianos han experimentado a Cristo como Guardián, es decir, como Aquel que vigila, o como el Anciano.

  El Nuevo Testamento revela que uno que vigila es un anciano y que un anciano es uno que vigila. En 5:1-3 Pedro exhorta a los ancianos a que pastoreen el rebaño de Dios. ¿Cuál es la función de uno que vigila? La palabra griega traducida “guardián” significa uno que vela por una condición o situación particular. Esta palabra parece aludir a alguien que está sobre nosotros y que vela por nosotros y observa todo lo que hacemos. Sin embargo, conforme a nuestra experiencia, el Señor como nuestro Guardián es Aquel que se preocupa por nosotros. El hecho de que nos vigile significa que nos cuida. Así que, como Guardián, el Señor no gobierna ni rige sobre nosotros, sino que se preocupa por nosotros al igual que una madre se preocupa por su hijo. Una madre vela por su hijo con el propósito de cuidarlo. Ella desea hacerse cargo de cada una de sus necesidades. Lo mismo se aplica a Cristo, nuestro Guardián.

  Al leer 2:18-25, vemos que Pedro era muy rico en experiencia. En este pasaje, él nos habla de la gracia, del patrón de escritura, del Salvador, del Pastor y del Guardián. Cristo es la vida que reside en nuestro interior y también el modelo que debemos seguir. Si vivimos por el Cristo que es nuestra vida, esto es, por el Cristo que mora en nosotros, experimentaremos el proceso del fotocopiado espiritual y llegaremos a ser reproducciones de Cristo. Al mismo tiempo, le experimentaremos como el Salvador que nos salva, como el Pastor que nos dirige y nos guía, y como el Guardián que nos cuida. ¡Oh, cuán rica era la experiencia de Pedro, y cuán maravillosa su manera de escribir! Espero que todos nos ejercitemos en disfrutar a Cristo según lo que se nos revela en estos versículos, es decir, que podamos disfrutarle como la gracia, como el modelo y como el maravilloso Salvador, Pastor y Guardián.

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