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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Filipenses»
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Mensaje 34

VIVIR A CRISTO POR EL ESPIRITU

  Lectura bíblica: Fil. 1:19-21; Jn. 14:17-20; 6:57, 63; 2 Co. 3:6, 17a; Gá. 5:25; 1 Ts. 5:17-19

  En los primeros años de mi vida cristiana, nadie me dijo cuál era la meta de un cristiano. Por supuesto, me dijeron que había sido salvo para ir al cielo. Así que, el concepto que tenía acerca de la meta de un cristiano, era simplemente ir a los cielos. Por lo general se piensa que el cielo es el destino que Dios dispuso para todos los que creen en Cristo. No obstante, posteriormente descubrí que la meta del creyente es vivir a Cristo, y que éste era precisamente el destino que Dios había dispuesto para nosotros en Su economía. Por lo tanto, Cristo es nuestro camino, nuestra meta y nuestro destino.

VIVIR A CRISTO

  Hasta hace poco, en la década de los 70, la mayoría de los cristianos aún desconocían la expresión “vivir a Cristo”. Incluso entre nosotros, en el recobro del Señor, tampoco conocíamos esta frase. Tal vez habíamos oído expresiones como vivir para Cristo, expresar a Cristo o vivir por Cristo, pero nunca habíamos escuchado la expresión vivir a Cristo. Esta es una nueva terminología. Vivir por Cristo, vivir para Cristo y expresar a Cristo no es lo mismo que vivir a Cristo.

  El evangelio de Juan nos puede ayudar a entender lo que significa vivir a Cristo. En este evangelio, vemos que Cristo, el Verbo, es Dios (1:1). Un día, el Verbo se hizo carne (1:14), lo cual significa que Dios se encarnó. Refiriéndose al Verbo encarnado, Juan el Bautista declaró: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (1:29). Luego, el capítulo tres de Juan habla sobre la regeneración, donde se afirma que debemos nacer de Dios en nuestro espíritu y mediante el Espíritu.

  En Juan 14, el Señor Jesús declaró: “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (v. 9). Y más adelante, el Señor dijo: “Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí” (v. 11). Esto muestra que el Señor Jesús era uno con el Padre. Ver a Jesús equivalía a ver al Padre. En el mismo capítulo, el Señor Jesús habló del Espíritu de realidad, afirmando que este Espíritu que moraba con los discípulos, estaría en ellos (v. 17). Al decir esto, daba a entender que cuando el Espíritu de realidad viniera, El mismo vendría también. Luego, el versículo 19 añade: “Porque Yo vivo, vosotros también viviréis”, y el versículo 20 agrega: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. Estos versículos revelan que vivimos juntamente con Cristo. Nosotros estamos en El y El está en nosotros, lo cual significa que vivimos juntos, que El vive y que nosotros también vivimos. Nosotros vivimos en El, por El, y con El, e incluso lo vivimos a El.

  En Juan 15 el Señor presenta un ejemplo muy claro de la vid y de los pámpanos. El declara: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos” (v. 5). Los pámpanos son en realidad la vida que lleva la vid.

RECIBIR EL ALIENTO SANTO

  Después de resucitar, El Señor Jesús vino a Sus discípulos. En Juan 20:22 leemos que “El sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. La palabra griega pneuma que traducimos Espíritu significa también aliento o soplo. Esto indica que el Señor Jesús dijo a los discípulos que recibieran el aliento santo. Así, vemos que el evangelio de Juan comienza hablando del Verbo, después habla del Cordero y de la vid, y finalmente, Juan 20:22 revela que el Verbo, Dios, el Cordero, y la vid, son también el aliento que debemos recibir. Por una parte, El exhaló Su aliento, y por otra, los discípulos lo inhalaron.

  En Juan 20:22, el Señor Jesús dijo a los discípulos: “Recibid el Espíritu Santo”, esto es, el aliento santo. No analicemos lo que significa el aliento, simplemente, recibámoslo en nosotros inhalándolo. Desafortunadamente, muchos cristianos de hoy sólo saben razonar y reflexionar, pero no saben lo que significa inhalar este aliento santo. A. B. Simpson experimentó lo que es inhalar a Cristo. En uno de sus himnos dice: “Sopla en mí Tu Espíritu hasta inhalarte en mí, Señor” (Himnos, #119).

  En el evangelio de Juan se presenta un relato del proceso divino. El Verbo, quien era Dios, se hizo carne. Luego, después de pasar por la crucifixión y la resurrección, El llegó a ser el aliento santo que podemos inhalar.

  Si hemos de entender correcta y completamente el evangelio de Juan, es necesario que veamos las etapas de este proceso. En Juan 1:1 y 14 vemos que el Verbo, el cual en el principio estaba con Dios y era Dios, se hizo carne. El versículo 29 revela que este Verbo encarnado es el Cordero de Dios. Por una parte, El es el Cordero que redime, y por otra, es el árbol que imparte la vida. Por consiguiente, podemos referirnos a El como el “Cordero-árbol”. En Juan 15 vemos que los pámpanos son la vida que lleva la vid. Finalmente, el “Cordero-árbol” llega a ser el aliento santo. ¡Aleluya! En nuestra experiencia, Cristo es el Verbo, el Cordero, el árbol y el aliento. El Verbo expresa a Dios, el Cordero efectúa la redención, el árbol imparte la vida y el aliento nos capacita para vivir.

  Si no respiramos no podemos vivir. En el idioma chino cuando una persona fallece, se dice que dejó de respirar. Sin duda, dejar de respirar equivale a morir. Asimismo, podemos decir que respirar equivale a vivir. Tal vez podamos graduarnos de muchos cursos, pero jamás podremos “graduarnos” de respirar. Nadie puede afirmar que por el conocimiento o la madurez que ha adquirido, ya no necesita respirar. Al contrario, cuanto más avanzada sea la edad de una persona, más se preocupa por su respiración. ¡Cuán maravilloso es contar con el aliento santo para nuestra existencia!

MORAMOS UNO EN EL OTRO

  El evangelio de Juan también revela que aquellos que creemos en Cristo, debemos vivirlo a El. Juan 6:57 dice: “Como me envió el Padre viviente, y Yo vivo por causa del Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por causa de Mí”. Así como el Señor Jesús vivía por el Padre, nosotros debemos vivir por El. Como ya mencionamos, el Señor Jesús se refirió al día de Su resurrección con estas palabras: “En aquel día conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros” (Jn. 14:20). Además, El declaró que viviremos porque El vive (v. 19). Juan 14:19 y 20 revelan que nosotros vivimos en Cristo y que El vive en nosotros. El vive en el Padre, nosotros en El, y El en nosotros. No sólo coexistimos juntamente con Cristo, sino que también moramos en El y El en nosotros. Esto quiere decir que El vive en nosotros y nosotros vivimos en El. ¡Cuán maravillosa es esta vida en la cual vivimos uno en el otro!

  Podemos llevar esta vida con Cristo porque El no solamente es el Verbo, el Cordero y el árbol, sino también el aliento, el Espíritu. Si El fuese únicamente el Verbo, el Cordero y el árbol, no podríamos vivir en El, ni tampoco El podría vivir en nosotros. ¡Pero alabado sea el Señor porque ahora El no es únicamente el Verbo, el Cordero y el árbol, sino también el pneuma, el aliento, el Espíritu!

ORAR SIN CESAR

  En 1 Tesalonicenses 5:17 Pablo nos exhorta a orar sin cesar. ¿Qué significa orar sin cesar? Podemos comer y beber varias veces al día, pero nadie puede comer y beber sin cesar. En cambio, sí podemos respirar sin cesar. La recomendación de Pablo de orar sin cesar implica que esta clase de oración es semejante a la respiración. Pero ¿cómo puede convertirse la oración en nuestra respiración espiritual? Invocando el nombre del Señor. Necesitamos invocar al Señor Jesús continuamente. Esta es la manera de respirar, de orar sin cesar. Debido a que no estamos acostumbrados a hacerlo, tenemos que desarrollar el hábito de invocar al Señor todo el tiempo. Ciertamente vivir es respirar. En el plano espiritual, respiramos cuando invocamos el nombre del Señor y cuando oramos. Cada vez que invocamos el nombre del Señor Jesús, inhalamos al Espíritu.

  Después de exhortarnos a orar sin cesar y a dar gracias en todo, Pablo nos manda que no apaguemos el Espíritu (1 Ts. 5:19). Esto indica que si no oramos ni damos gracias en todo, apagamos al Espíritu. Dejar de orar equivale a dejar de respirar. Por consiguiente, apagar el Espíritu también significa dejar de respirar.

  En 1 Tesalonicenses 5:19 Pablo habla del Espíritu, pero no del Espíritu de Dios ni del Espíritu Santo. Como hemos visto, el Nuevo Testamento enseña que el Espíritu es el Dios Triuno procesado, quien llegó a ser el Espíritu vivificante. Si dejamos de invocar el nombre del Señor, apagamos el Espíritu.

RESPIRAR PARA VIVIR A CRISTO

  Tal como en la esfera física necesitamos respirar para vivir, asimismo tenemos que respirar espiritualmente para vivir a Cristo. La manera de hacerlo es invocar el nombre del Señor. He aprendido por experiencia que cuando invocamos continuamente, vivimos a Cristo. No basta con orar varias veces al día, una vez por la mañana, otra por la tarde y otra por la noche. Si oramos de esta manera pero no invocamos continuamente el nombre del Señor, apagaremos el Espíritu. Por tanto, debemos invocar al Señor todo el día, y en cualquier lugar y circunstancia. Debemos invocar al Señor Jesús en todo lo que hagamos. Puedo testificar que siempre que hablo por el Señor, lo invoco y lo inhalo interiormente.

  Les animo a invocar el nombre del Señor en cualquier situación; incluso cuando estén a punto de perder la paciencia. Si lo hacen, vivirán a Cristo. En cambio, si se proponen controlar su enojo, serán vencidos. De hecho, su mal genio empeorará. Por tanto, en vez de esforzarse por controlar su carácter, deben volverse al Señor e invocarlo así: “Señor Jesús, te amo. Señor, estoy a punto de perder la paciencia. Sé uno conmigo en este momento”. Al hacerlo, serán salvos de su mal genio y vivirán a Cristo.

  La manera de vivir a Cristo es orar sin cesar, invocando Su nombre. Cuando invocamos al Señor, automáticamente lo tomamos como nuestra vida y lo vivimos. Si oramos, no haremos nada por nosotros mismos, aparte de Cristo. Antes bien, si oramos sin cesar viviremos a Cristo.

  Cristo no es solamente nuestra vida, sino también nuestro aliento. ¿Se ha dado cuenta alguna vez de que Cristo es su aliento?

  Si usted lo respira todo el tiempo, ciertamente lo vivirá a El. Después de indagar por muchos años, descubrí que la manera de vivir a Cristo es inhalarlo, y la manera de inhalarlo es invocarlo sin cesar.

  En 1 Timoteo 6:12, Pablo declara: “Echa mano de la vida eterna, a la cual fuiste llamado”. Fuimos llamados a la vida eterna, y ahora debemos echar mano de esta vida invocando al Señor todo el día. Cuando lo invocamos, lo inhalamos.

  La Biblia revela lo maravilloso que es nuestro Dios. El creó el universo y todas las cosas conforme a Su plan. Un día, Cristo, quien es Dios, se encarnó y nació de una virgen. Después de vivir en la tierra por treinta y tres años y medio, fue crucificado para redimirnos y quitar nuestros pecados. En la cruz, el Señor Jesús también destruyó a Su enemigo, el diablo. Luego, fue sepultado y descendió al Hades. Finalmente, después de dar un paseo por la región de la muerte, salió en resurrección. De acuerdo con Hechos 2:24, vemos que el Hades hizo todo lo posible por retenerlo, pero no pudo. No pudo retenerlo por cuanto El mismo es la vida de resurrección. Una vez que entró en resurrección, Su cuerpo físico fue transfigurado en un cuerpo espiritual y glorioso. En resurrección, Cristo sigue teniendo un cuerpo; esto es un hecho. No obstante, la Biblia también revela que en resurrección El llegó a ser Espíritu vivificante: “Fue hecho...el postrer Adán, Espíritu vivificante” (1 Co. 15:45). Este Espíritu es ahora nuestro aliento.

  En 2 Corintios 3:6 dice: “La letra mata, mas el Espíritu vivifica”. Según The New Translation [la Nueva traducción] de Darby, los versículos 7-16 constituyen un paréntesis, lo cual indica que, según Darby, el versículo 17 es la continuación directa del versículo 6. El versículo 17 declara: “Y el Señor es el Espíritu”. Por lo tanto, el Señor es el Espíritu que da vida, y este Espíritu es nuestro aliento.

  Por un lado, el Señor está sentado en el trono en los cielos y, como tal, nosotros lo adoramos y lo alabamos. Pero por otro lado, El está con nosotros aquí en la tierra. En el momento en que creímos en El, El entró a nosotros y nos selló. En realidad, El nos sella consigo mismo. Esto quiere decir que cuando invocamos al Señor y creemos en El, El se adhiere a nosotros y hace que nosotros seamos adheridos a El. A partir de ese momento, El y nosotros llegamos a ser uno. “Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con El” (1 Co. 6:17).

RECIBIMOS EL ESPIRITU INVOCANDO EL NOMBRE DEL SEÑOR

  Por falta de conocimiento, algunos cristianos han hecho cosas extrañas para experimentar al Espíritu. Algunos enseñan que si alguien desea recibir el Espíritu, debe brincar, gritar, temblar, o aun agitar las sillas (tal como lo hacía un grupo de cristianos de Taiwán). No es necesario hacer cosas como éstas para recibir el Espíritu vivificante. Lo único que tenemos que hacer es ejercitar nuestro espíritu e invocar el nombre del Señor Jesús. También podemos participar de este disfrute al orar-leer la Palabra. Nuevamente les insisto que invoquen el nombre del Señor Jesús sea cual fuere nuestra ocupación. Si lo invocamos sin cesar, jamás apagaremos al Espíritu.

  Puedo testificar por experiencia que si no invoco al Señor, no puedo vivir. Pero cuando lo invoco, todo está bien. Muchas veces, al saludar a alguien y preguntarle cómo está, casi siempre la respuesta es: “Oh, estoy muy bien, gracias”. Pero, en realidad, la mayoría de las personas no está bien. Sólo los que invocamos al Señor Jesús sin cesar podemos decir verdaderamente que estamos bien. A menudo somos perturbados por las cosas pequeñas que a diario nos suceden. Quizás nos falle el automóvil o se nos rompa un cordón del zapato. Estas cosas pueden molestarnos e incluso hacernos perder la paciencia. Si nos enojamos cuando el carro no nos funciona o cuando se nos rompe un cordón, ¿podríamos afirmar con sinceridad que estamos bien? Repito que sólo los que invocan el nombre del Señor Jesús están verdaderamente bien.

  No siempre debemos invocar al Señor de manera consciente. También podemos invocarlo de manera inconsciente o involuntaria. Esta es la verdadera respiración. La respiración es un acto espontáneo. Les animo a que invoquen continuamente el nombre del Señor hasta que se convierta en un hábito.

APLICAR AL SEÑOR Y DISFRUTARLO

  No debemos preocuparnos por lo que diga la teología sistemática. Lo único que debe interesarnos es tener el disfrute rico y adecuado de nuestro Señor viviente. El es Dios, el Verbo, el Cordero, el árbol y el Espíritu vivificante como nuestro aliento, que está siempre presente y disponible. El nos redimió por medio de Su sangre, y ahora es el Espíritu que mora en nosotros. Nosotros moramos en El y El en nosotros. Debido a que somos pámpanos de la vid, estamos unidos orgánicamente a ella y disfrutamos del fluir de la vida que corre en el interior de la misma. ¡Cuán maravillosa es la salvación que experimentamos hoy en día! El Dios Triuno ha pasado por un proceso para a ser nuestro aliento. Ahora, cada vez que invocamos el nombre del Señor Jesús, lo inhalamos a El.

  Cuando lo recibimos invocando Su nombre, lo aplicamos a nuestro ser. Entonces, interiormente sentimos que lo estamos disfrutando. No puedo negar que cada vez que invoco al Señor Jesús experimento una dulce sensación. ¡Oh, El me riega, me refresca, me nutre, me fortalece y me ilumina! El es tan disfrutable que a veces siento que desbordo de gozo y que estoy fuera de mí mismo. El Dios procesado es infinitamente grande, y sin embargo, es tan disfrutable y disponible.

  Les animo a que invoquen al Señor, diciendo: “Señor Jesús, te amo”. Al disfrutarlo de esta manera, es posible que broten lágrimas de nuestros ojos al percibir Su dulzura, Su encanto y Su valor. Cuando lo invocamos, El nos conmueve interiormente. La verdadera experiencia de vivir a Cristo se obtiene inhalando Su aliento santo. Que todos nos ejercitemos más y más para recibir el aliento santo y disfrutarlo a El.

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