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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Génesis»
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Mensaje 23

CAIN Y ABEL

  En este mensaje, que es un paréntesis de nuestro estudio sobre Génesis 4, debemos profundizar el tema de Caín y Abel. En el presente estudio-vida de Génesis hemos señalado en varias ocasiones que casi todo lo que encontramos en los tres primeros capítulos de Génesis constituye una semilla que se desarrolla en los siguientes libros de la Biblia, particularmente en el Nuevo Testamento. Vemos eso también en el caso de Caín y Abel. Según la revelación de la Palabra divina, estos dos hermanos deben ser considerados como dos semillas importantes sembradas en Génesis 4. El Nuevo Testamento lo demuestra al referirse a Caín y también a Abel (Jud. 11; 1 Jn. 3:12; Mt. 23:35; He. 11:4; 12:24). El Señor Jesús aludió a Caín en Juan 8:44 cuando dijo que el diablo “ha sido homicida desde el principio”. Como vimos en el mensaje anterior, Caín se unió con el diablo y, por consiguiente, tanto Caín como el diablo fueron homicidas de Abel. En Juan 8:44 el Señor Jesús dijo también que el diablo era mentiroso: “Cuando habla mentira, de lo suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira”. Creo que eso también se refiere a Caín, a la mentira que dijo a Dios cuando se le preguntó por su hermano (Gn. 4:9). Caín le mintió a Dios en Su misma presencia. Por tanto, Caín no era solamente homicida, sino también mentiroso. Por consiguiente, lo que dijo el Señor en Juan 8:44 es una evidencia de que la historia de Caín narrada en Génesis 4 es una semilla.

  Ya vimos que en el principio, el hombre fue puesto delante de dos árboles, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento (Gn. 2:8-9). Estos dos árboles representan dos fuentes de las cuales corren dos líneas por toda la Biblia: la línea del árbol de la vida y la línea del árbol del conocimiento. Indudablemente, Caín estaba en la línea del árbol del conocimiento, y Abel en la del árbol de la vida.

  Con seguridad Adán y Eva tuvieron más hijos después de estos dos. No obstante, aquí la Biblia sólo menciona a Caín y Abel. ¿Por qué la Biblia sólo menciona a estos dos? Porque la intención de la Palabra santa es mostrarnos las dos categorías de personas que existieron desde el principio de la segunda generación humana: Caín, quien representa la línea del árbol del conocimiento, y Abel, quien representa la línea del árbol de la vida.

  La Biblia termina de la misma manera que empieza. Se inicia con dos árboles que denotan dos fuentes, y concluye con dos ciudades: la gran Babilonia y la Nueva Jerusalén, las cuales denotan dos consumaciones. Una de estas ciudades es grande y la otra santa. La gran Babilonia será la máxima consumación tanto de la línea del árbol del conocimiento como de la simiente de Caín. La simiente de Caín es sembrada en Génesis 4, desarrollada en el Antiguo y el Nuevo Testamentos, y tendrá su consumación en la gran Babilonia revelada en Apocalipsis 17 y 18. Del mismo modo, la Nueva Jerusalén no será solamente la máxima consumación de la línea del árbol de la vida, sino también de la simiente de Abel. Todo aquel que forme parte de la Nueva Jerusalén será un Abel. En esa ciudad, toda piedra preciosa será un Abel por la eternidad. Por el contrario, la mayoría de los que vivan en la gran Babilonia serán Caínes. Por consiguiente, la gran Babilonia es la máxima consumación de muchos Caínes, y la Nueva Jerusalén es la totalidad de todos los Abeles. ¿Quién es usted, Abel o Caín? Espero que no haya ningún Caín entre los que lean este mensaje.

  Examinemos ahora estos dos hermanos más detenidamente a la luz de los siguientes libros de la Biblia. Empecemos por Caín.

I. CAIN

A. Trabajó y vivió para sí mismo: era “un siervo de la tierra”

  En el mensaje anterior, dijimos que Caín era siervo de la tierra, de la cual derivaba su supervivencia. Fue llamado “siervo de la tierra” (v. 2, heb.). Esto significa que él trabajaba y vivía para sí. No sólo trabajaba y vivía para sí mismo, sino también por sus propios esfuerzos. Recuerden, que después de la caída del hombre, el ego de éste se convirtió en la encarnación de Satanás. Por tanto, vivir por el ego del hombre significa en realidad vivir por Satanás. Caín vivía así.

B. Adoró a Dios según su propio concepto, cuyo origen era Satanás

  ¿Qué había de malo en Caín? Desde el punto de vista humano, él no estaba equivocado inicialmente. Cuando yo era un joven cristiano, actuaba como abogado de Caín, buscando argumentos para defenderlo en la corte celestial. Pensaba que no había nada malo en él. Caín fue el primero en presentar una ofrenda a Dios, mientras que Abel fue segundo. El quizás aprendió eso de Caín. Yo pensaba que presentar una ofrenda a Dios como lo hizo Caín no estaba mal, pues no era como las apuestas, la mentira o el homicidio. Por tanto, estaba en desacuerdo con Dios, y le decía: “Dios, no fuiste justo con Caín. Tu injusticia lo incitó a matar a su hermano. Si hubieras sido justo en ese asunto, Caín probablemente habría amado mucho a su hermano”. Hablé como un abogado ignorante, como un muchacho torpe en una corte. No obstante, Dios fue bondadoso para con Caín, pues no ejecutó Su juicio sobre él. Dios también fue misericordioso para conmigo, pues no me mató. Finalmente, con el transcurso de los años, entendí la razón por la cual Dios no aceptó ni miró a Caín ni a su ofrenda.

  Permítanme explicarles la razón. Caín y Abel nacieron de padres caídos. Adán y Eva no estaban solamente mal con Dios, sino que se les había inyectado la naturaleza maligna de Satanás. La naturaleza de Satanás había entrado en la naturaleza de ellos, en su mente y en sus conceptos. Adán y Eva se dieron cuenta de su condición y reconocieron que estaban equivocados delante de Dios. De hecho, también se habían llenado del elemento maligno de Satanás. Se dieron cuenta de que Dios era misericordioso y que habían hallado gracia ante El, pues les prometió la salvación y les proporcionó túnicas de pieles para cubrir su desnudez, lo cual representaba a Cristo como la verdadera justicia que había de venir. Como mencionamos en el mensaje anterior, Adán y Eva comunicaron eso a sus hijos y les declararon el camino de la obra salvadora de Dios. Por tanto, Caín y Abel no nacieron de padres puros; eran descendientes de padres contaminados, corruptos y arruinados.

  Consideremos un vaso de agua pura y otro de agua contaminada. Si usted me ofrece el agua pura, yo se lo agradecería mucho, y la bebería para satisfacer mi sed. Pero si me ofrece el vaso de agua contaminada, eso me molestaría. A pesar de tener sed, rechazaría la propuesta de beber el agua contaminada. Si usted entiende este ejemplo, se dará cuenta de que Dios no fue injusto al rechazar lo que le ofrecía Caín. Queda claro que Dios no puede aceptar el agua contaminada, es decir, una ofrenda contaminada. Caín nació de padres contaminados y era impuro y contaminado por nacimiento. Al contrario, Dios es santo, justo y puro. Caín y Abel no sólo eran corruptos y pecadores, sino que dentro de ellos se encontraba el enemigo de Dios. Puesto que Satanás, el enemigo de Dios, vivía y actuaba en ellos y los motivaba a hacer cosas, todo lo que hacían por sí mismos constituía una acción del enemigo de Dios. Si usted fuese Dios y supiese que dentro de Caín estaba el diablo, su enemigo, ¿aceptaría usted su adoración? Esta adoración es un insulto para Dios.

  Aparentemente no vemos al diablo en Génesis 4; vemos a Caín matando y mintiendo. Sin embargo, en Juan 8:44 el Señor Jesús dijo que fue el diablo el que mató y mintió. A los ojos de Dios, no fue solamente Caín, sino el diablo. Además, en 1 Juan 3:12 se afirma que Caín era “del maligno”. La palabra griega traducida “del” significa “proveniente de”. Por consiguiente, Caín provenía del maligno, del diablo. La fuente de Caín era Satanás. Estos dos versículos nos muestran clara y concluyentemente que Caín y el diablo, el diablo y Caín, eran uno.

  Quizás usted se pregunte cómo puede el diablo motivar a la gente a adorar a Dios. Considere el caso de Pedro en Mateo 16:21-23. Después de recibir la visión celestial acerca de Cristo, él fue incitado por Satanás a decirle al Señor Jesús, quien acababa de hablar de que padecería e iría a la muerte: “¡Dios tenga compasión de Ti, Señor!” El Señor se volvió y le dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás”. Observe que el Señor no dijo: “¡Quítate de delante de Mí, Pedro!” Así que el que acababa de recibir una revelación del Padre se convirtió en Satanás. No se hizo Satanás en cuanto a algo maligno, sino mostrándose interesado en el Señor.

  Cuando nos exhortan a adorar a Dios, o cuando nos acercamos al Señor, y procuramos tener comunión con El, constantemente Satanás, el insidioso, nos incita a no hacerlo, y nos propone un camino que difiera de la revelación de Dios, en su intento de alejarnos de la economía de Dios. Mientras Satanás nos aparte del camino de Dios y nos impida cumplir el propósito de Dios, nos motivará incluso a hacer cosas para Dios. Esta fue la manera en que obró en Caín.

  Debemos tener cuidado, pues nos puede suceder lo mismo. Debemos comprender que no se trata de obrar sino de ser. La cuestión no es si adoramos a Dios o no, sino si somos uno con el diablo en lo que hagamos. Aun cuando usted ama a los demás, siendo uno con el diablo, esta clase de amor es un insulto para Dios, porque Satanás, el enemigo de Dios, está activo en tal acción. Así que, Caín presentó la ofrenda, pero el diablo fue el que lo motivó, el que inició su adoración. Supongamos que usted tiene un enemigo que se niega a reconciliarse con usted, pero que manda a alguien a que lo adore a usted. ¿No consideraría usted esa adoración como un insulto? Ahora podemos ver lo que estaba errado en Caín.

  Caín ofreció a Dios el fruto de su propia labor (Gn. 4:3). El trajo del fruto de la tierra sin derramar sangre. Esto significa que había rechazado el camino redentor de Dios, que había oído de sus padres. El camino redentor de Dios, según había sido revelado a los padres de Caín, consistía en un sacrificio en el cual la sangre fuese derramada, pues sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados (He. 9:22). A los ojos de Dios el hombre había caído, estaba arruinado, era pecaminoso y estaba contaminado. Necesitaba el derramamiento de la sangre para la remisión de los pecados. Aunque los padres de Caín ciertamente le hablaron del camino redentor de Dios, él lo rechazó y lo hizo a un lado. A Caín no le interesó el camino de Dios, e inventó su propio camino según su concepto.

  ¿Qué es un concepto? Los conceptos humanos provienen del árbol del conocimiento. Al tomar Caín el camino del árbol del conocimiento, abrió su ser al diablo. Cuando hizo esto, quedó completamente atrapado por el maligno. Fue Caín quien inventó la religión. Usted argumentará: “Caín inventó la religión para adorar a Dios. El no inventó los casinos de apuestas”. Pero Dios no se interesa en lo que usted inventa; El se interesa en el origen. Las invenciones del hombre no se originan en Dios y no se conforman al espíritu del hombre, sino a su mente. Si su invención se inicia en usted, en su mente, esa invención, por muy buena que sea, tiene su origen en Satanás, pues Satanás, el insidioso, se halla en su mente. Cuando Caín diseñó su propia manera de adorar a Dios, él fue absolutamente uno con Satanás. El estaba lleno y saturado del diablo. Por consiguiente, el Señor Jesús en Juan 8:44 aludió a él cuando habló de Satanás. ¿Cómo se atrevió este hombre a presentar una ofrenda a Dios sin derramar sangre?

  Ahora podemos entender la razón por la cual Dios no aceptó la ofrenda de Caín. Aunque Caín debió darse cuenta de que Dios deseaba un sacrificio con derramamiento de sangre, no lo hizo. El adoró a Dios según su propio concepto, sin derramamiento de sangre, y sin las pieles del sacrificio, con las cuales se podía cubrir. Esto significa que él rechazó el camino de Dios, que consistía en tomar a Cristo como la justicia de Dios para cubrirse, según lo revelan Filipenses 3:9 y 1 Corintios 1:30. El, al igual que los judíos religiosos, buscó establecer su propia justicia, haciendo a un lado la justicia de Dios, y negándose a someterse a ella como lo revela Romanos 10:3. Por tanto, su ofrenda constituía un insulto para Dios; era una abominación a Sus ojos, y El la rechazó.

C. Siguió su propio camino

  Judas 11 habla de aquellos que “han seguido el camino de Caín”. ¿Cuál es el camino de Caín? Es hacer el bien para complacer a Dios y adorarlo en arrogancia con esfuerzos humanos y conforme a la propia invención del hombre motivado por el diablo. El camino de Caín consiste en adorar a Dios religiosamente sin Cristo. Desde el punto de vista humano, el camino de Caín no es malo, pues la religión es la mejor invención de la cultura humana. De hecho, la Biblia enseña que la religión fue la primera y la más destacada de las invenciones de la cultura humana. No obstante, debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Quién inventó la religión? No fue Caín, sino Satanás, quien motivaba interiormente a Caín. Satanás usurpó la primera generación humana al inducirla a que tomara del árbol del conocimiento. Sin embargo, Dios intervino para rescatar al hombre y recobrarlo por Su camino redentor. Aunque, en cierto sentido, tanto Adán como Eva estaban perdidos, Dios intervino y los volvió a Sí mismo, abriendo Su camino redentor, el camino del derramamiento de sangre. Fue así como Dios llevó a cabo la obra de rescatar, de salvar. Vimos que Adán y Eva comunicaron este camino a sus hijos y que Caín, su primogénito, lo rechazó, siguió su propio camino, y se unió con el diablo. Ese rechazo, es decir, el seguir su propio camino, equivalía a rechazar a Dios y seguir a Satanás. Este es el camino maligno de Caín.

  Dios nos reveló plenamente Su camino. Por mucho que hayan predicado Adán y Eva a sus hijos, no tenían la Biblia como la tenemos nosotros. Tenemos la Biblia, la cual se compone de sesenta y seis libros que nos relatan claramente el camino de la salvación, el camino de la vida, el camino del derramamiento de sangre y el camino de Cristo. Tenemos el camino. No obstante, muchas personas han oído hablar de ese camino, o sea que han oído la predicación del evangelio, pero se han apartado de ella y han seguido su propio camino, tratando de adorar a Dios según sus propios conceptos y procurando hacer el bien para complacer a Dios según su propio deseo. Mucha gente sigue el camino de Caín, el cual no consiste en apostar en las casas de juego, sino en fabricar una religión humana, una manera de adorar a Dios, que no concuerda con la revelación divina, sino con la invención del hombre. Aparentemente eso es bueno, pero en realidad es horrible, pues al inventar la religión, la segunda generación humana fue completamente capturada por Satanás. Satanás se apropió de la primera generación humana induciendo al hombre a comer del árbol del conocimiento, y capturó la segunda generación apartando al hombre del camino de Dios e induciéndolo a seguir las invenciones humanas.

  El camino de Dios está en contraste con el bien y el mal. Muchas personas piensan que mientras no hagan nada malo, andan bien. Sin embargo, en tanto que usted se encuentre fuera del camino de Dios, no interesa si está en el lado del bien o en el del mal. A Dios no le interesa que usted esté en el lado bueno o en el malo; El sólo se preocupa por el hecho de que usted se halle en Su camino redentor. Tal vez usted piense que es superior y que su camino es mejor que el de Dios. Muchos religiosos, que han inventado su propia religión, se consideran superiores a los que siguen el camino de salvación de Dios. Tal vez sean más grandes que nosotros, pero nosotros estamos en el camino de Dios. El camino de Caín no es el camino del mal declarado, sino el camino del bien. No obstante, distrae al hombre y lo aparta de Dios. Satanás está tanto en el lado del bien como en el del mal. Recuerde que el árbol de la vida posee un solo factor: la vida. Pero el árbol del conocimiento tiene dos factores: el bien y el mal. Por tanto, mientras usted esté fuera del camino de Dios se encontrará en el camino de Satanás, independientemente de si hace el bien o el mal.

  Quisiera dirigirme a los no salvos que leen este mensaje. Ustedes necesitan el camino redentor de Dios. No interesa cuánto bien hayan hecho o puedan hacer, deben entender que nacieron pecadores, que la naturaleza diabólica está en su carne, y que el elemento satánico se encuentra en su mente. Necesitan, entonces, el derramamiento de la sangre de Jesús, porque sin ella no hay remisión de pecados.

  ¡Agradecemos a Dios porque el Señor Jesús derramó Su sangre! Con ella tenemos la remisión de nuestros pecados. Mi esposa puede testificar que casi siempre que oramos juntos la primera palabra que digo es: “Señor, acudimos a Ti por Tu sangre. Señor, límpianos con Tu sangre. ¡Cuánto necesitamos que Tu sangre nos cubra!” Cuando nos encontramos en la vieja creación, todavía tenemos un elemento sucio y corrupto dentro de nosotros. Por consiguiente, necesitamos ser lavados por la sangre de Jesús. Frecuentemente he dicho al Señor en mis oraciones: “Señor, debemos pasar por el altar. Necesitamos que Tú seas nuestra ofrenda. Señor, te tomamos a Ti como nuestro sacrificio por el pecado y Te ofrecemos la grosura”. Caín erró el blanco. El rechazó el camino del derramamiento de la sangre y tomó el camino de Satanás.

  Cuando el apóstol Pablo estaba en la religión judía, aventajaba a muchos de sus contemporáneos (Gá. 1:14). No obstante, en aquel tiempo él no consiguió la justicia de Dios. En Filipenses 3:9 él presentó una palabra profunda y excelente: “Y ser hallado en El, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por medio de la fe en Cristo, la justicia procedente de Dios basada en la fe”. Pablo no quería ser hallado en sí mismo, con su propia justicia; él quería ser hallado en Cristo, con la justicia que es de Dios. Nosotros, igual que Pablo, debemos ser hallados en Cristo. El hecho de que El sea nuestra justicia se expresa en las palabras de un himno muy conocido: “El Cristo de Dios es mi justicia, mi hermosura, mi vestido glorioso”. Cristo, como la justicia de Dios, es nuestro vestido bajo el cual permanecemos. Dios nos ha puesto en Cristo y lo ha hecho nuestra justicia (1 Co. 1:30). Permanecemos bajo Su cubierta. Somos uno con El. Nuestra justicia es El mismo, Su misma persona, y no uno de Sus atributos.

  En Romanos 10:3 Pablo habló de los judíos incrédulos: “Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios”. Esos judíos eran verdaderos seguidores de Caín. Caín fue el precursor de ellos, pues mostró el ejemplo de intentar establecer su propia justicia y de no someterse al camino de Dios, que consiste en tomar a Cristo como su justicia. De nuevo afirmo que éste es el camino de Caín. Cada vez que nosotros, estando fuera de Cristo, intentamos hacer el bien para complacer a Dios, a los ojos de El seguimos los pasos de Caín. No haga eso jamás. Según la revelación dada por Dios, debemos darnos cuenta de que adorar a Dios según nuestro parecer es un insulto para El.

D. Ganado por el diablo

  Aunque Dios tuvo misericordia de Caín, éste no se arrepintió. Dios tenía la base legal para condenar a Caín a muerte, pero no lo hizo. Por el contrario, le advirtió que el pecado acechaba a la puerta, esperando una oportunidad para apoderarse de él y devorarlo (Gn. 4:7). En esa advertencia Dios daba a entender que el pecado era una persona, Satanás, que deseaba apoderarse de Caín, y que éste debía vencerlo. Caín descuidó la advertencia de Dios, y se preocupó solamente por su propio camino. El no se arrepintió ni se volvió ni cambió. Persistió en seguir su propio camino hasta el fin, hasta la muerte. Por tanto, fue totalmente vencido por Satanás y se unió con el diablo (Jn. 8:44). Por consiguiente, 1 Juan 3:12 dice que él era “del maligno”.

E. Persigue a los verdaderos seguidores de Dios

  Cuando Caín vio cuán contento estaba Dios con Abel, Su verdadero adorador, se puso celoso. ¿Por qué mató Caín a su hermano? Durante años, intenté encontrar la respuesta a esta pregunta. Creo que Caín mató a Abel porque éste fue enaltecido, mientras que su propio semblante decaía. En Génesis 4:7 dice: “Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido?” Caín peleó en contra de Abel porque el semblante de Abel resplandecía y era sonriente. El semblante de Abel, quien había sido enaltecido, provocó los celos de Caín. Sucede lo mismo hoy en día. Si usted está contento y disfruta del Señor, provocará los celos de los religiosos. La gente dirá: “¿Por qué se regocija tanto? ¿Acaso Dios está solamente con usted? ¿No está también con nosotros?” Ellos lo perseguirán. Creo que ésta fue la razón por la cual Caín atacó a Abel. El se ofendió por el rostro resplandeciente de Abel, por llevar en alto su semblante y por su voz alegre. En algunos lugares la gente nos ha advertido: “Dejen de hacer eso. Si persisten, los echaremos”. El celo religioso es algo terrible. No hay celo tan horrible como el celo religioso. Vemos eso en el hecho de que la Iglesia Católica Romana dio muerte a más cristianos verdaderos que el Imperio Romano.

  Escuche lo que el Señor Jesús dijo a los fariseos: “Para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar” (Mt. 23:35). ¿Dónde mataron los religiosos a Zacarías? No fue en un teatro, sino entre el templo y el altar, en el lugar donde los religiosos adoraban a Dios. Los religiosos mataron a los que adoraban a Dios como El lo mandaba y no según el parecer de ellos, matándolos en el mismo lugar donde ellos rendían adoración a Dios según su propio concepto. Por una parte, adoraban, y por otra, cometían homicidios. Este es el celo de la religión. ¡Cuán horrible es!

II. ABEL

A. Trabajó y vivió para Dios: era “pastor de ovejas”

  Ahora llegamos a Abel, la semilla que halla su consumación en la Nueva Jerusalén. Abel trabajaba y vivía para Dios. También vivía por Dios. Día tras día, Abel vivía para Dios y por Dios; él era “pastor de ovejas” para Dios. Como dijimos en el mensaje anterior, en la época de Abel las ovejas eran principalmente para Dios. Abel no trabajaba ni vivía para sí mismo como lo hacía Caín, sino para satisfacer a Dios según lo que El deseaba. Parece que el propósito e interés de su vida era satisfacer a Dios de la manera que Dios había dispuesto.

B. Adoró a Dios conforme a la revelación de Dios

  Abel no presentó su sacrificio según sus conceptos, sus ideas o sus preferencias, sino conforme al camino de salvación de Dios. El adoró a Dios conforme a la revelación divina (He. 11:4). Al contrario de Caín, Abel presentó los primogénitos de su rebaño, que se componía probablemente de corderos. La Biblia dice que él “trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas” (Gn. 4:4). Cuando ofrecía la grosura, el animal era sacrificado y la sangre derramada, pues sin muerte era imposible presentar la grosura a Dios. Abel estaba consciente de que necesitaba una ofrenda con derramamiento de sangre. El sabía que había nacido de padres caídos y que era maligno, pecador y estaba contaminado a los ojos de Dios. Por tanto, ofreció algunos primogénitos de sus ovejas, derramando la sangre por su redención y quemando la grosura para satisfacer a Dios. ¿Quién le dijo que ofreciera los primogénitos de las ovejas? Indudablemente El obró conforme a las instrucciones de sus padres. Lo que Abel hizo correspondía exactamente a los requisitos de la ley mosaica que sería dada más tarde. Esto demuestra que su manera de adorar a Dios concordaba con la revelación divina, y no con su concepto.

  Todo lo que nosotros los seres caídos pensamos, es pecaminoso. Aun cuando tengamos los mejores pensamientos, nuestra manera de pensar sigue siendo pecaminosa. Además, todo lo que vemos y decimos es pecaminoso. San Agustín dijo que aun nuestras lágrimas de arrepentimiento necesitan ser lavadas por la sangre. Somos tan pecaminosos que hasta necesitamos arrepentirnos por nuestro arrepentimiento. Somos la corporificación del pecado. Por consiguiente, todo lo que se origina en nosotros, en nuestros pensamientos, en nuestras palabras, en lo que oímos y sentimos, es algo pecaminoso. Debemos quitarnos de en medio. En realidad quitarnos de en medio significa quitar de en medio al diablo, porque el diablo está en nuestro ego. Si nos hacemos al margen, rechazaremos simultáneamente a Satanás de manera absoluta. No diga: “Mi método es bueno. Mis pensamientos son excelentes”. Por muy buenos que sean sus pensamientos, Satanás está en ellos, y usted debe rechazarlos y tomar el camino de Dios conforme a lo que El revela.

  La ofrenda de Abel tipificaba a Cristo. Según Números 18:17, el primogénito de una vaca o de una oveja, que tipifica a Cristo, no podía ser comido por los israelitas; tenía que ser ofrecido a Dios. Por consiguiente, en tipología, Abel ofreció Cristo a Dios. La ofrenda del primogénito de una vaca o de una oveja presentaba dos factores: la sangre, rociada sobre el altar para la redención, y la grosura, quemada sobre el altar como ofrenda, como olor grato a Jehová, el cual le traía satisfacción. El Señor Jesucristo tenía estos dos factores. El tenía la sangre que fue derramada por nosotros, y la grosura que satisfacía el deseo de Dios. Abel obedeció lo que sus padres le habían comunicado con respecto al camino de salvación de Dios, y presentó esta ofrenda a Dios. Por tanto, Abel tomó a Cristo como su cubierta y fue justificado por Dios (He. 11:4; Mt. 23:35). Necesitamos la sangre de Cristo para ser limpios, y necesitamos a Cristo mismo para cubrirnos a fin de ser aceptos a Dios y satisfacerlo.

  Permítanme compartir con ustedes algunas experiencias mías. Cuando era un joven activo, pensaba que podía y debía hacer muchas cosas para Dios. Pensaba que era muy inteligente, muy capaz y con muchísima iniciativa. En consecuencia, soñaba con hacer muchas cosas por Dios y por la iglesia. Al poco tiempo, la luz celestial vino y resplandeció sobre mí. Aunque no vi mucho al principio, la luz siguió resplandeciendo día y noche, aun cuando yo dormía. Gradualmente recibí iluminación hasta el punto de inclinarme delante del Señor y decirle: “Señor, no me atrevo a mirarme ni a imaginar cómo soy. Todo lo que soy es una vergüenza. Cada parte de mi ser es horrible”. Me veía realmente así. En aquel tiempo, empecé a ver cuán valiosa es la sangre del Señor. Oré: “Señor, no tengo nada que decir; sólo lávame. Lávame con Tu sangre. Limpia mis ojos, limpia mis pensamientos, limpia cada parte de mi ser. Señor, limpia todo mi ser”. Un día hice una larga confesión al Señor que duró medio día. A pesar de haber confesado cosas sin interrupción, sentí que mi confesión no era completa. En mi interior brotó una profunda convicción: no me atrevía a hacer nada. Sólo podía decir: “Señor, no debo iniciar nada. Todo mi ser necesita que Tú lo laves, no que yo esté activo. Señor, sólo aplico Tu sangre. Señor, toma Tú la iniciativa. Si no haces nada, yo tampoco haré nada”. Fui capturado por la visión celestial. Había visto que todo mi ser era completamente pecaminoso, que no debía inventar nada ni iniciar nada, que todo lo que procedía de mí era corrupto a los ojos de Dios, que aun mis lágrimas de arrepentimiento debían ser lavadas por la sangre, y que en mi arrepentimiento se encontraba un elemento del ego que hacía de mi arrepentimiento algo impuro. Por tanto, tenía que arrepentirme de ese arrepentimiento. Esto es lo que significa aplicar la sangre de Jesús y vestirnos de Cristo como nuestra justicia, como nuestra cubierta. He llegado a reconocer que necesito la sangre de Cristo. He entendido que todo lo que hago debe ser simplemente el vivir de Cristo como mi cubierta. “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Este es el significado de ofrecer los primogénitos y la grosura al Señor. Puedo testificar que nunca estuve tan contento como aquella vez. Me embargaba la dulzura del Señor. Estaba en los cielos. Esta fue la experiencia de Abel. Sé que muchos de los que leen este mensaje han tenido esta clase de experiencia.

  Lo que hizo Abel corresponde exactamente al evangelio del Nuevo Testamento, que nos exhorta a recibir el lavamiento de la sangre, a negarnos a nosotros mismos, a hacernos a un lado, y a tomar a Cristo como nuestra cubierta. Debemos confesar nuestros pecados y negarnos a nosotros mismos. Debemos ofrecer a Cristo como los primogénitos de las ovejas de Dios y presentar Su grosura como la dulzura que satisface a Dios, olvidándonos de nosotros mismos, rechazándonos a nosotros mismos, renunciando a nosotros mismos, quitándonos de en medio y tomándolo a El como nuestra cubierta. Si hacemos eso, no sólo viviremos para El, sino también por El. Cristo no es solamente el sacrificio para Dios, sino también el camino de Dios, el camino de redención y de vida. Hebreos 11:4 dice que por el sacrificio que ofreció en fe, el cual tipificaba a Cristo, Abel obtuvo el testimonio de que era justo. Con esa clase de fe él sigue hablando hoy en día.

C. El primer sacerdote de Dios

  Abel fue el primer sacerdote. El no contrató ningún sacerdote para que ofreciera su sacrificio; lo hizo él mismo. Todo Abel es un sacerdote. No pida a otros que ofrezcan el sacrificio de usted. No vaya a un padre de la Iglesia Católica, a un sacerdote de la Iglesia Anglicana, ni a un ministro o pastor. Usted debe ser el sacerdote, el que presenta la ofrenda del sacrificio. Todo aquel que está en la vida de la iglesia es un sacerdote. Ofrecemos continuamente a Cristo delante de Dios.

D. Perseguido por los que adoran en la carne

  Abel fue perseguido y muerto por Caín porque adoraba a Dios a la manera de Dios, y no como Caín, que adoraba a Dios según su propio parecer. Caín estaba en la carne, confiando en el fruto de su labor, pero Abel no tenía ninguna confianza en sí mismo. El puso su confianza en su ofrenda. En otras palabras, Abel confió en Cristo y se glorió de El, no teniendo ninguna confianza en la carne (Fil. 3:3). Los que adoran en la carne siempre se oponen a los que adoran por el Espíritu (Gá. 4:29) y los persiguen.

E. Un tipo de Cristo

  Abel tipificaba a Cristo (He. 12:24). ¿Qué es un tipo? Es una sombra o un cuadro. Aunque Abel no era Cristo, era un cuadro de Cristo que mostraba algunos aspectos de Cristo. Por ejemplo, Abel apacentaba las ovejas. El Señor Jesús fue el verdadero pastor, el verdadero apacentador del pueblo de Dios (Jn. 10:11, 14; He. 13:20). Son pocos a los que en la Biblia se les llama justos; sin embargo, tanto el Señor Jesús como Abel son llamados justos. En Mateo 23:35 Abel fue llamado “Abel el justo”; en Hechos 7:52 y 22:14, el Señor Jesús es llamado el Justo. A Abel lo mató su hermano en la carne. A Jesús también lo mataron Sus hermanos judíos. Además, tanto la sangre de Abel como la sangre de Jesús hablan. Génesis 4:10 dice que la voz de la sangre de Abel clama a Dios desde la tierra. No obstante, el hablar de la sangre de Abel sólo tipificaba el hablar de la sangre de Cristo. En Hebreos 12:24, que es el cumplimiento de la tipología de Génesis 4:10, se nos dice que la sangre de Jesús es la “sangre rociada que habla mejor que la de Abel”. Alabado sea el Señor. Tenemos la sangre que habla. No sólo tenemos la sangre redentora, la sangre que limpia, la sangre que cubre, sino también la sangre que habla. La sangre de Abel habló desde la tierra; la sangre de Jesús habla desde los cielos, y habla mejor que la sangre de Abel. ¡Alabado sea el Señor!

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