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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Génesis»
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Mensaje 59

VIVIR EN COMUNION CON DIOS: MUERTE Y SEPULTURA DE SARA

9) Muerte y sepultura de Sara

  En este mensaje llegamos a Gn. 23, el capítulo que relata la muerte y sepultura de Sara. Cuando yo era joven, no entendía por qué este capítulo estaba incluido en el libro de Génesis. No podía comprender por qué razón, aunque Abraham debió de haber hecho muchas cosas importantes que no están relatadas, tenemos veinte versículos que describen la manera en que él dedicó su tiempo, sus energías, su dinero y hasta su cortesía para adquirir un sepulcro. Sin embargo, la Biblia no desperdicia ninguna palabra. Cada palabra de la Biblia es el aliento de Dios; por esta razón, Génesis 23 debe de tener mucho significado. Si consideramos Génesis 1 y 2 como algo importante, también debemos considerar Génesis 23 como un capítulo importante. Todos los cristianos valoran Génesis 1 porque presenta el relato de la creación. Estimamos Génesis 1 no sólo como un relato de la creación sino también como un relato de la vida, pues habla de la imagen y el dominio de Dios en relación con el hombre que El creó. También apreciamos Génesis 2 porque nos habla del árbol de la vida. No obstante, somos pocos los que apreciamos un sepulcro. Sin embargo, Génesis 23 se centra en el sepulcro y nos relata con detalles la compra de éste. Esta historia incluye más detalles que cualquier otro relato del libro de Génesis. Los demás relatos son bastante breves, mientras que esta narración nos da los detalles de la ubicación de la tumba, su propietario, la manera en que fue adquirida y la cantidad de dinero que pagó Abraham. Este sepulcro tiene mucha importancia, pues vemos que no sólo Sara fue sepultada allí, sino también Abraham, Isaac, Rebeca, Jacob y Lea. Resulta muy significativo que los nombres de Abraham, Isaac y Jacob son los componentes del título divino de Dios cuando se alude al Dios de resurrección (Mt. 22:32).

  Génesis 23 es una ventana a través de la cual podemos ver la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén no se encuentra en este capítulo, pero se puede ver ahí. Este capítulo es como un telescopio; por él podemos ver el tabernáculo eterno que está en el futuro lejano.

  Génesis 21 nos relata el nacimiento de Isaac. Indudablemente esto es digno de mencionarse. Después de eso, en el mismo capítulo vemos que Abraham redimió un pozo, plantó un árbol tamarisco e invocó el nombre de Jehová, El Olam. Según vimos, en el capítulo veintidós tenemos la ofrenda de Isaac. Luego, en el capítulo veintitrés, tenemos la muerte y sepultura de Sara. Estos tres capítulos abarcan un período de por lo menos treinta y siete años. Aunque Abraham debe de haber pasado por muchas cosas durante estos treinta y siete años, se mencionan solamente cuatro acontecimientos: el nacimiento de Isaac, la vida en Beerseba, la ofrenda de Isaac, y la muerte y sepultura de Sara. Estos tres capítulos excluyen muchas cosas que, en nuestro concepto, son importantes, pero incluyen un relato detallado de la muerte y sepultura de Sara. Por esta razón, debemos prestar mucha atención a Génesis 23.

a) En Hebrón: el lugar de comunión con Dios

  Al final del capítulo veintidós, Abraham, Sara e Isaac moraban en Beerseba, y vivían cerca del pozo del juramento y del árbol tamarisco. Esta era una miniatura de la vida de iglesia, pues ésta siempre se vive cerca del pozo de agua viva y del árbol tamarisco. De repente, al principio del capítulo veintitrés nos enteramos de la muerte de Sara. Abraham, Sara e Isaac vivían en Beerseba, pero ella murió en Hebrón, el lugar de comunión con Dios. Sara pasó de Beerseba a Hebrón. Del mismo modo, si el Señor demora Su regreso, yo quisiera morar en la vida de iglesia y morir en comunión con Dios.

  En el mapa, Hebrón se encuentra entre Beerseba, al sur, y Jerusalén, al norte. Está en el camino que va de Beerseba a Moriah, donde se halla Jerusalén. Si el Señor demora Su regreso, quisiera ser sepultado en un lugar que se encuentre en el camino a la Nueva Jerusalén. ¿Dónde vive usted ahora? Todos debemos contestar que vivimos en Beerseba, en la iglesia, cerca del pozo de agua viva y del árbol tamarisco. Nuestra vida de iglesia es la Beerseba actual. Antes del regreso del Señor, algunos santos de más edad quizás salgan de Beerseba, la vida de iglesia, y mueran en Hebrón, y esperen allí la Nueva Jerusalén. Hebrón no es solamente un lugar de comunión con Dios, sino también el camino a Jerusalén. La cueva de Macpela en Hebrón es la entrada a la Nueva Jerusalén. Tal vez algún día oiremos a Sara testificar: “Cuando entré en la cueva de Macpela, entré por la puerta que conduce a la Nueva Jerusalén”. Sara no sólo fue sepultada en la cueva de Macpela, sino que duerme allí, esperando el día en que despertará y se encontrará en la Nueva Jerusalén.

b) La muerte prematura de Sara

  Sara murió a la edad de ciento veintisiete años (vs. 1-2). Ahora eso nos parece una edad muy avanzada, pero en aquel tiempo era demasiado pronto para morir. Abraham vivió ciento setenta y cinco años (25:7), o sea, treinta y ocho años después de la muerte de Sara. Sara no debía haber muerto tan prematuramente. Su muerte, treinta y siete años después del nacimiento de Isaac (17:1, 17; 21:5), fue anormal.

c) El sufrimiento de Abraham

  Abraham y Sara constituían la mejor pareja de todo el universo. Se amaban verdaderamente, y nunca consideraron ni el divorcio ni la separación como posibilidades. Cuando Abraham fue privado de su esposa, ello fue una gran perdida para él y para Isaac. Isaac era un hijo querido para su madre, y sin lugar a dudas ella lo amaba mucho. A la edad de treinta y siete años, seguía soltero y vivía con su madre. Cuando Isaac se casó, a la edad de los cuarenta años (25:20), la Biblia nos dice que lo hizo en la tienda de su madre (24:67). Repentinamente fue roto el amor entre Abraham y Sara y entre Sara e Isaac, pues Sara, la esposa y madre, murió anormalmente. Por esta razón, Abraham sufrió mucho.

  Si usted lee la historia de Abraham, verá que Dios siempre lo privó de algo. Lot se apartó de él, Eliezer fue rechazado, Ismael fue echado, e Isaac fue ofrecido a Dios sobre el altar. Luego su amada esposa falleció. ¡Por cuántas pruebas y sufrimientos tuvo que pasar Abraham! Según nuestro concepto natural, Abraham, quien fue tan bueno con Dios, no debía haber sufrido todas esas cosas. En el capítulo veintidós, Isaac fue ofrecido a Dios y le fue devuelto a Abraham en resurrección. Mientras Abraham disfrutaba de una vida feliz con su esposa Sara y su hijo Isaac, Sara, el motivo de su felicidad, fue llevada repentinamente. En esta familia, la felicidad dependía de Sara, la esposa y madre. Cuando ella murió, el ambiente, la vida y la felicidad de esta familia desaparecieron, y la familia misma se acabó. ¡Qué sufrimiento debe de haber sido esto para Abraham!

  Nosotros los llamados de Dios no deberíamos esperar una vida feliz aquí en la tierra. Debemos seguir los pasos de Abraham, quien buscaba una patria mejor, una ciudad con fundamentos (He. 11:10, 16). Nuestra vida pasajera en la tierra es la vida de un peregrino. Por esta razón, Abraham prestó poca atención a su morada y simplemente erigió una tienda. El era un viajero, un forastero, que buscaba una morada permanente.

  Abraham vivió treinta y ocho años sin la ayuda de Sara (25:8). En la Biblia el número treinta y ocho es el número de sufrimientos y pruebas. Los hijos de Israel sufrieron pruebas en el desierto durante treinta y ocho años. Como dijimos ya, Isaac tenía cuarenta años de edad cuando se casó. En la Biblia el número cuarenta también denota pruebas y tentaciones. En este capítulo tenemos otro número, el cuatrocientos, es decir, cuarenta multiplicado por diez. La Biblia usa el número cuatrocientos por primera vez en Génesis 15:13, donde se le dijo a Abraham que sus descendientes sufrirían aflicción durante cuatrocientos años. Aquí en 23:16 leemos que Abraham pagó cuatrocientos ciclos de plata por el sepulcro. Esto indica que era una prueba y un sufrimiento.

  Al leer antes este capítulo, usted quizás no se haya dado cuenta de que Abraham estaba sufriendo. Pero observe en el versículo 2 las expresiones “hacer duelo” y “llorar”. Abraham hizo duelo por Sara y la lloró, porque había perdido su felicidad y su vida de familia. Las palabras hebreas traducidas “hacer duelo” y “llorar” tienen un significado más profundo. Abraham sufrió enormemente al perder a su esposa en su vejez; él estaba profundamente herido. Su gran sufrimiento está indicado por los números treinta y ocho, cuarenta y cuatrocientos.

d) El testimonio de Abraham

  Abraham, quien había sufrido la perdida de su querida esposa, tenía un testimonio muy firme. Los heteos se dirigían a él como señor y lo llamaron “príncipe de Dios” (v. 6). Esta expresión hebrea puede traducirse “príncipe poderoso”. En hebreo la palabra traducida “poderoso” también se usa para designar a Dios. Abraham expresó a Dios como un príncipe Suyo y era respetable como un poderoso príncipe. A sus propios ojos, él era un extranjero, pero a los ojos de la gente, era un príncipe poderoso y un príncipe de Dios. El era verdaderamente un hombre de peso.

  Todos debemos ser personas de peso y poseer la misma clase de testimonio que Abraham. En nuestro barrio, en nuestro trabajo y en nuestra escuela, no debemos ser descuidados ni debemos permitir que otros nos menosprecien. Debemos ser personas de peso, y los demás deben valorarnos. Nosotros mismos no debemos considerarnos personas importantes, pero los demás deben tenernos en alta estima. Espero que los maestros de los colegios digan que los jóvenes estudiantes de la iglesia que están en su clase son príncipes poderosos. Hermanos jóvenes, no oren solamente con denuedo en las reuniones. También deben ser personas de peso en el colegio. El simple hecho de tener un buen comportamiento no significa gran cosa. Debemos ser personas de peso. El oro y el diamante tienen peso, mientras que las palomitas de maíz y el algodón de azúcar son ligeros. Si usted es oro o diamante, tendrá peso. Nosotros los cristianos, los llamados de Dios, debemos tener tanto peso que la gente quede sorprendida y diga: “¿Por qué este joven tiene tanto? El no es ni común ni anormal; es un joven normal, pero no tiene nada de superficial. Debe de ser un príncipe”.

  Somos personas de peso porque Dios está en nosotros. Los que son llamados deben invocar el nombre de Jehová, El Olam. Cuanto más Abraham invocaba este título del Ser divino, más peso acumulaba. Dios es oro. Si lo invocamos, llegaremos a ser de oro. Cuanto más invocamos al Dios de oro, más de Su elemento, de Su oro, es infundido en nuestro ser. Consideren la diferencia entre la madera común y la madera petrificada. La madera es ligera, pero la madera petrificada pesa mucho. Pesa aún más que una piedra, porque ciertos minerales pesados se han forjado en ella. Todos nacimos ligeros, pero nacimos de nuevo para tener peso. Aparte de nuestro nuevo nacimiento, tenemos el proceso de transformación. La madera llega a petrificarse por el fluir continuo del agua. La corriente de agua arrastra el elemento de la madera y deposita en su lugar varios minerales, transformando así la madera en una piedra pesada y preciosa.

  Ser buenos vecinos no es suficiente. Debemos ser hijos de Dios de mucho peso. Como llamados de Dios, estamos bajo Su infusión. Debemos ser muy fuertes y tener contenido para que la gente diga que somos poderosos, príncipes de Dios.

  Abraham como príncipe poderoso era respetado (v. 6). El respetó a otros y, a cambio, fue respetado. El también fue sabio (vs. 3-13). En este capítulo vemos que Abraham tenía una manera sabia de comunicarse con la gente, pues hablaba con las personas de una manera afable y equilibrada. Además, era honesto y no se aprovechaba de nadie (vs. 14-16). Su intención era comprar el sepulcro. Cuando se lo ofrecieron cortésmente como obsequio, después de enterarse de que su valor era de cuatrocientos ciclos de plata, prefirió pagar la suma total. El no aprovechó la oportunidad para sacar ventaja de los demás, ni regateó el precio. El dio a Efrón la suma completa que éste pedía. Del mismo modo, no debemos impresionar a la gente con nuestra escasez; debemos mostrar nuestras riquezas. Este es nuestro testimonio. Lamento mucho el bajo nivel de moralidad que hay en el cristianismo actual. ¡Hay normas deplorables de comportamiento! Debemos expresar a Dios, mostrando que los hijos de Dios somos personas de peso, somos respetables y dignos de fiar. Debemos estar dispuestos a sufrir pérdida y a no aprovecharnos de los demás. El hecho de perder o de ganar no significa nada. Si perdemos, de todos modos seguiremos vivos; si ganamos, ya no podremos vivir. ¡Cuán honestos y respetables debemos ser, y expresar a Dios con dignidad!

e) El sepulcro escogido

  El versículo 6 habla de “lo mejor de nuestros sepulcros”, el sepulcro escogido. Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, no tenía una buena casa. Pero después de morir, fue puesto en un buen sepulcro (Mt. 27:57-60). El vivía en un hogar pobre, pero fue sepultado en una tumba de ricos. En la Biblia eso es un principio. No debemos vivir en una buena casa, pero debemos preparar la mejor tumba. Abraham prestó más atención al sepulcro que a la tienda. Génesis no dice ni una sola palabra acerca de la manera en que Abraham montó su tienda, cuánto pagó por ella, ni dónde exactamente la erigió. El plantaba su tienda como alguien que va a acampar en las montañas por algunos días. Abraham acampó durante toda su vida. El no se preocupó mucho por la tienda, pero sí por el sepulcro. En este capítulo hallamos una descripción detallada de la cueva de Macpela en el campo de Efrón. Ni siquiera la ciudad de Jerusalén se describe con tantos detalles en el Antiguo Testamento.

  Consideremos ahora qué significa eso. A la luz del Nuevo Testamento, podemos ver que Abraham fue llamado por Dios y entendió que era un extranjero, un viajero, que buscaba una ciudad permanente y una patria mejor (He. 11:9-10, 16). Mientras buscaba una patria mejor, su amada esposa murió repentinamente. No obstante, Abraham no abandonó su fe. Tampoco dijo a Isaac: “Isaac, tu madre y yo hemos buscado un ciudad que tiene fundamentos y una patria mejor que Dios nos ha prometido. Siempre hemos tenido esta esperanza. Ahora tu madre está muerta. ¿Cómo llegará ella allí? ¿Qué haremos? Probablemente nuestro Dios no es digno de confianza y ya no podemos creer en El”. Abraham no habló así. Al examinar el relato de Hebreos, vemos que Abraham no se desalentó ni perdió la fe. Por el contrario, tuvo mucha fe en el Dios de resurrección, y creyó que su amada esposa estaría en esa ciudad y en esa mejor patria. Esta fe implica resurrección.

  Génesis 23 no es un capítulo sobre la resurrección, sino sobre la puerta que proporciona acceso a la resurrección. En Génesis 23 Sara no entró en resurrección; entró por la puerta. Para Abraham, la muerte de Sara equivalía a entrar por la puerta de la resurrección. Abraham no tomó este asunto a la ligera. Tal vez él no haya prestado mucha atención a su tienda, pero éste no fue el caso con el sepulcro de su esposa. Al comprar la cueva de Macpela su intención no era solamente sepultar allí a Sara, sino también ser sepultado él allí. En hebreo, la palabra Macpela significa doble o duplicar. Todos los que fueron sepultados en esta cueva eran enterrados como parte de una pareja: Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, Jacob y Lea (v. 19; 25:9; 49:29-32; 50:13). Abraham tenía la esperanza, en lo profundo de su ser, de que algún día su esposa estaría en la ciudad que tiene fundamentos. Esto implica resurrección. Jacob, poco antes de morir, encargó a sus hijos que lo sepultaran en la cueva de Macpela. Pese a que en la antigüedad era una gran empresa transportar a Jacob de Egipto a Canaán para ser sepultado, los hijos de Jacob lo hicieron (50:13). Así podemos ver que cuando Jacob estaba a punto de morir, no consideró la muerte como el final sino como una etapa, como la entrada a la patria mejor.

  Abraham estaba lleno de la esperanza de resurrección. Quizás haya amado al cadáver de su esposa más que a Sara cuando ella vivía. Si Sara hubiera podido hablar con Abraham, quizás le habría dicho: “Abraham, ¿por qué eres tan bueno conmigo después de mi muerte? Cuando yo vivía, nunca preparaste una buena tienda para mí. Ahora que estoy muerta, has pagado tanto dinero para comprar una cueva a fin de sepultarme. ¿Por qué compraste una cueva con un campo y con árboles? ¿Qué estás haciendo?” Tal vez Abraham haya contestado: “Sara, debes entender que no estás sepultada aquí; sólo descansas aquí. Te he preparado la mejor habitación en la cual podrás descansar mientras esperas aquel día. Si ese día está lejos, yo vendré para ser uno contigo y descansaremos juntos. Esta es la razón por la cual compré el campo y la cueva. Observa la vida del campo. Este no es un lugar de muerte, sino de vida”.

  En la Biblia un campo representa el crecimiento de vida, es decir, la resurrección. Pasa lo mismo hoy en día. Si usted no cree en la resurrección, le sugiero que considere un campo de trigo. Poco tiempo después de que se siembran los granos de trigo, brotan nuevamente. En 1936 estaba yo predicando el evangelio a un grupo de estudiantes de la Universidad de Ching-Hua en China. Una noche, después de mi predicación, vino a mí un estudiante joven y me pidió que le explicara el asunto de la resurrección. El dijo: “No tengo ningún problema con el cristianismo, pero no puedo creer en la resurrección. ¿Cómo podemos nosotros, en nuestra era moderna y científica, creer en algo tan supersticioso como la resurrección? ¿Cómo puede una persona muerta resucitar? Y ésta es una de las enseñanzas fundamentales de la Biblia”. Le dije que eso era muy fácil de explicar. A través de la ventana del cuarto donde estábamos sentados podíamos ver los campos de trigo. Le dije: “Observe los campos de trigo. ¿Ve usted el trigo que ahí crece? ¿Acaso no ve usted la resurrección en estos campos? La semilla es sembrada en el suelo, muere, y luego brota el trigo. Esta es la resurrección”. Este ejemplo sencillo lo convenció, y fue salvo. Ahora él es uno de los colaboradores de la isla de Taiwán.

  Un campo que crece presenta la resurrección, pero la madera amontonada representa la muerte. Abraham no puso a Sara en un lugar de muerte, sino en un lugar de vida, un lugar lleno de resurrección. La cueva en la cual ella fue sepultada se hallaba en el extremo de un campo (v. 9), y había muchos árboles cerca (v. 17). Supongamos que la cueva de Macpela estuviese rodeada de un montón de madera muerta. Al verla, alguien sentiría inmediatamente que ése era un lugar de muerte, un lugar de aniquilamiento. Pero la cueva de Macpela no es el lugar del aniquilamiento, sino un lugar lleno de la esperanza de resurrección. Se encuentra en camino a la resurrección. En ese lugar, Sara podía dormir en paz mientras esperaba el día que había de venir. Si ella hubiese hablado, habría dicho: “No estoy esperando en un lugar de muerte. Estoy en un lugar de vida. Observe el campo y los árboles. Algún día, yo estaré en resurrección”. La muerte de Sara no desanimó a Abraham en su búsqueda de una patria mejor y de una ciudad con fundamentos. Por el contrario, eso despertó su esperanza del día venidero. Por consiguiente, dedicó mucha atención al sepulcro e invirtió mucho dinero en la compra de este sepulcro para Sara, para sí mismo y sus descendientes. Si tenemos la luz del Nuevo Testamento, veremos que eso denota la esperanza de la resurrección. Una vez más, digo que el sepulcro es el pasaje, la puerta de entrada a la ciudad esperada, la Nueva Jerusalén. ¡Aleluya, la cueva de Macpela está en el camino hacia Jerusalén!

  Sabemos que Génesis 23 denota la esperanza de la resurrección porque el Señor Jesús dijo que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob no es Dios de muertos sino de vivos (Mt. 22:31-32). A nuestros ojos, Abraham, Isaac y Jacob están muertos, pero a los ojos de Dios, viven.

  Nuestro antepasado, Abraham, el llamado de Dios, no se preocupó mucho por el presente, pero sí prestó atención al futuro. El sepulcro elegido estaba destinado al futuro. En principio, nosotros tampoco debemos preparar un mejor hogar para el presente sino una puerta de entrada al futuro. Nuestro interés no es el presente sino el futuro. Si el Señor tarda en regresar, todos entraremos por esta puerta. No debemos prestar demasiada atención al presente sino al futuro. Debemos vivir en una tienda y anhelar la ciudad que tiene fundamentos.

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