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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Hebreos»
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Mensaje 37

LA LEY DE VIDA

  En este mensaje abordaremos un tema muy crucial hallado en He. 8: la ley de vida. El asunto más crucial mencionado en He. 7 es la vida indestructible, mientras que en Hebreos 8 lo más sobresaliente es la ley de vida. Hebreos 8 se centra en la ley de vida. Aunque la frase “ley de vida”, no se menciona en este capítulo, lo que se revela aquí en esencia es la ley de vida. ¿Cómo podemos saber que la ley mencionada en Hebreos 8 es la ley de vida? Porque el versículo 10 dice que Dios impartiría Sus leyes en nuestra mente y las escribiría en nuestro corazón. Todo aquello que pueda ser impartido en nuestro interior tiene que ser vida. Algo que no sea vida jamás podría ser forjado en nuestro interior. Por lo tanto, según el contexto de Hebreos 8, la palabra ley debe denotar ley de vida. Debemos tener presente que la ley de vida es el enfoque y el corazón de todo este capítulo.

  En este capítulo encontramos otras cinco cosas maravillosas: el Ministro celestial, el tabernáculo celestial, el ministerio más excelente, el mejor pacto y las mejores promesas. Las mejores promesas producen el mejor pacto, y debido a este mejor pacto tenemos al Ministro celestial, quien ejerce un ministerio más excelente en el tabernáculo celestial. Podemos resumir esto en cinco palabras: promesas, pacto, Ministro, ministerio y tabernáculo.

  En el Antiguo Testamento, el tabernáculo, el sacerdocio y el antiguo pacto, es decir, la ley, fueron los elementos que se conjugaron para llevar a cabo la economía de Dios en forma de sombras y figuras. Estos tres asuntos nos describen detalladamente quién es este Ministro celestial que lleva a cabo un más excelente ministerio en el tabernáculo celestial, y cuál es el mejor pacto que se estableció sobre mejores promesas, con miras al cumplimiento de la economía de Dios, no en la forma de sombras y figuras, sino en su realidad. Por tanto, el tabernáculo celestial, el Ministro celestial y el nuevo pacto, son los elementos que se conjugan para que la economía de Dios se lleve a cabo en realidad. Éste es el tema que estudiaremos en este mensaje. El tabernáculo celestial, como hemos visto, está unido a nuestro espíritu. Además, puesto que el tabernáculo celestial está unido a nuestro espíritu, el Ministro celestial que corresponde al mejor pacto, está también unido a nuestro espíritu. Ahora mismo, conforme al mejor pacto, este Ministro celestial está cumpliendo Su deber de ministrar. La idea central aquí es que el Ministro celestial está llevando a cabo Su ministerio en el tabernáculo celestial y conforme al nuevo pacto. Este nuevo pacto, al cual se le llama aquí un mejor pacto, ha sido establecido sobre mejores promesas, que son las que encontramos en Jeremías 31. El mejor pacto incluye cuatro elementos: la impartición de la ley de vida a nuestro ser; el hecho de tener a Dios como nuestro Dios y de ser Su pueblo; la capacidad de conocer al Señor subjetivamente; y, por último, la propiciación hecha por nuestras injusticias y el perdón de nuestros pecados. Estos cuatro elementos están basados en la ley de vida. Así que en este mensaje veremos lo que es la ley de vida.

  Antes de abordar el tema de la ley de vida, debemos tener en cuenta algunos asuntos que nos servirán de contexto. En años pasados hemos dicho en muchas ocasiones una frase muy crucial, y es la siguiente: El propósito eterno de Dios consiste en impartirse a Sí mismo en nosotros, a fin de que nosotros lleguemos a ser Su expresión viviente. Ciertamente Dios ha hecho esto. A pesar de que algunos elementos negativos, como Satanás y el pecado encontraron cabida en nosotros, todos estos elementos son ahora cosa del pasado gracias a la crucifixión todo-inclusiva de Cristo. El Cristo todo-inclusivo acabó con todas las cosas negativas en Su crucifixión todo-inclusiva. Por lo tanto, Satanás y el pecado han quedado atrás. Son muy pocos los cristianos que han visto que estas cosas negativas pertenecen al pasado. La mayoría de los creyentes todavía piensa que estas cosas siguen enredándolos y perturbándolos. Pero esto no es cierto, ya que estas cosas negativas han quedado atrás. Cuando todos lleguemos a la Nueva Jerusalén nos reiremos de Satanás y le diremos: “Satanás, ahora sé que tú simplemente has quedado atrás. Para mí tú no significas nada. Yo me encuentro en una nueva región, en la nueva esfera del cielo nuevo y la tierra nueva. Ahora estoy en la Nueva Jerusalén, y tú eres simplemente cosa del pasado”. ¿Qué fue lo que hizo que todas estas cosas quedaran atrás? La crucifixión todo-inclusiva de Cristo.

  Nuestro nuevo nacimiento, nuestra regeneración, también ocurrió en el pasado. Nosotros fuimos regenerados hace diecinueve siglos y medio cuando Cristo resucitó de entre los muertos (1 P. 1:3). Quizás usted piense que su segundo nacimiento ocurrió hace algunos años, pero según la perspectiva de Dios, nacimos de nuevo hace diecinueve siglos y medio. Ya que nuestro nuevo nacimiento ocurrió cuando Cristo resucitó de los muertos, dicho nacimiento es un hecho pasado. Asimismo, cuando fuimos regenerados, se nos dio la capacidad de conocer a Dios subjetivamente. Esto también ocurrió hace diecinueve siglos y medio. Cada uno de estos eventos han venido a ser hechos consumados que nos han sido otorgados como legados. Si nuestros ojos han sido abiertos, en lugar de orar simplemente diremos: “Señor, te doy gracias por todo lo que me has legado. Gracias por Tu testamento. Simplemente lo acepto, lo recibo y lo disfruto”.

  Si viéramos que el Nuevo Testamento es de hecho un testamento, un legado, predicaríamos el evangelio de la manera más elevada. Le diríamos a la gente: “Amigos, queremos presentarles un testamento, un legado. Se trata del testamento que nos dejó Jesucristo. En este testamento hay muchos legados que son suyos. Uno de estos legados es que el Señor quitó todos sus pecados. Aun antes de que usted pecara, sus pecados ya habían sido perdonados por Dios y quitados para siempre. Otro legado es que antes de que usted naciera de sus padres, hace diecinueve siglos y medio, usted experimentó un segundo nacimiento, y la vida divina le fue impartida. No importa si usted entiende esto o no. Lo único que necesita hacer es recibir este legado y darle gracias al Señor. Dígale: ‘Gracias Señor por el testamento y por los legados. Gracias Señor por perdonar mis pecados y por regenerarme’”. Cuanto más los recién salvos le agradezcan al Señor por Su testamento, por el perdón de los pecados, por la regeneración y por todos los demás legados, más unción tendrán y más riquezas de la vida obtendrán. Ésta es la manera más elevada de predicar el evangelio. Si queremos predicar el evangelio de esta manera, necesitamos tener una visión clara acerca del testamento, y también requerimos del poder del Espíritu y de Su unción. Cuando predicamos el evangelio de esta manera tan elevada, nadie lo rechazará. Al contrario, la gente lo recibirá con alegría y dirá: “¡Alabado sea el Señor! Gracias Señor por darme todos estos legados”. Si un pobre pecador hiciera esto, de inmediato se convertiría en millonario. Espero que un día veamos esta manera tan elevada de predicar el evangelio.

I. EL ORIGEN DE LA LEY DE VIDA

  Ahora hablaremos de la ley de vida. El tabernáculo celestial, el Ministro celestial, el ministerio más excelente, el mejor pacto y las mejores promesas, se centran en la ley de vida. ¿De dónde proviene la ley de vida? De la vida misma. ¿Y qué es la vida? La vida es Dios mismo. Cuando Dios es expresado, Él es el Hijo (1:3a, 8a); y cuando el Hijo, quien es Dios mismo, se hace real a nosotros como el Espíritu, es vida para nosotros (2 Co. 3:17a; 1 Co. 15:45). Por consiguiente, la vida es Dios en Cristo quien, como el Espíritu, entra en nuestro ser. Es por eso que al Espíritu se le llama Espíritu de vida (Ro. 8:2), el cual es la vida eterna y divina. De esta vida procede la ley de vida que entra en nosotros mediante la regeneración del Espíritu de vida (Jn. 3:5-6). Cuando el Espíritu de vida nos regeneró, en ese momento la vida eterna y divina nos fue impartida, y de esa vida procedió la ley de vida que ahora mora en nosotros.

II. LA DEFINICIÓN DE LA LEY DE VIDA

  ¿En qué consiste la ley de vida? Una ley es una regulación natural, un principio constante e invariable. Cuando decimos ley de vida nos referimos a las características que son inherentes a cierta clase de vida, a las actividades innatas y automáticas que ésta realiza. Podemos afirmar que cuanto más elevada sea una vida, más elevada será su ley. Así pues, la ley de la vida divina se refiere a las características propias de la vida de Dios, a las actividades que ésta realiza por naturaleza y de forma automática. Además, puesto que la vida de Dios es la vida más elevada, su ley es también la ley más elevada. La ley de vida más elevada es la función, la manera como opera, la vida divina. La vida divina funciona y opera de forma innata, espontánea, natural y automática.

  Con toda clase de vida, ya sea vegetal, animal, humana o divina, hay una función. Algo que no realice ninguna función no puede considerarse vida. Tomemos como ejemplo el árbol del durazno. Su función consiste en florecer y producir duraznos. De igual modo, un perro tiene la función de ladrar y un gato la de atrapar ratones. Cada vida tiene una función natural y espontánea, y esta función natural constituye la ley de esa vida. Mientras un durazno tenga vida, producirá duraznos y no otra cosa. Producir duraznos es la ley de un durazno. No es necesario que un agricultor le enseñe a un durazno, diciendo: “Arbolito, quiero que me produzcas duraznos. No quiero que produzcas otra cosa”. Si el durazno pudiese hablar, diría: “Agricultor, puedes irte a tu casa a descansar. No necesitas decirme nada. ¿Acaso no sabes que en mi vida hay una ley que me lleva a producir duraznos? En la vida que poseo hay una ley que me impide producir otro tipo de fruto. Esta ley es la que me hace producir duraznos, que es justamente el fruto que tú deseas”. Conforme al mismo principio, un gato atrapa ratones porque en la vida que posee está la ley de atrapar ratones, y un perro ladra porque en su vida está la ley de ladrar. ¿Qué es entonces la ley de vida? Es la función innata y automática de la vida divina. La vida divina es viviente, activa y dinámica. Esta vida es siempre activa, y cada vez que actúa lo hace en conformidad con la automática ley de vida.

  El propósito de Dios consiste en impartirse a Sí mismo en nosotros como nuestra vida. Él ya logró esto y ahora mora en nosotros como nuestra vida. Esta vida, la cual está en el plano más elevado, es la vida más activa. Cuando esta vida opera en nosotros, nos regula. En un sentido positivo, Él nos regula al operar en nosotros, pues ésta es la función que cumple la vida divina en nosotros. En esto consiste la ley de vida.

III. DÓNDE ESTÁ UBICADA LA LEY DE VIDA

  De acuerdo con el versículo 10 de este capítulo, la ley de vida fue impartida a nuestro ser interior. Jeremías 31:33, que es el pasaje citado en este versículo, dice que la ley de vida fue depositada en nuestras “partes internas” [heb.] y escrita en nuestro corazón, mientras que Hebreos 8:10 dice que la ley de vida fue puesta en nuestra mente. Esto demuestra que la mente es una de nuestras partes internas. Nuestras partes internas incluyen no sólo nuestra mente, sino también nuestra parte emotiva y nuestra voluntad, las cuales, junto con la conciencia, conforman nuestro corazón, el cual se menciona en la siguiente cláusula de este versículo. Por lo tanto, la ley de vida se localiza en nuestras partes internas, es decir, en las partes de nuestro corazón, que son la conciencia, la mente, la voluntad y la parte emotiva, ya que nuestro corazón es la suma total o el conjunto de nuestras partes internas.

  Es un hecho que la vida de Dios ha sido impartida en nuestro espíritu. Basándonos en este hecho, la ley de vida debe primero estar en nuestro espíritu como una sola ley. Luego, esta ley se extiende de nuestro espíritu a las partes internas de nuestro corazón, hasta convertirse en muchas leyes que operan en cada una de estas partes. Es por eso que Jeremías 31:33 habla de “ley” en singular, mientras que el versículo 10 habla de “leyes” en plural.

IV. LA FUNCIÓN QUE CUMPLE LA LEY DE VIDA

  La ley de vida cumple la función de quitar y eliminar el viejo elemento adámico, y añadir o proveer el nuevo elemento de Cristo. A medida que la ley de la vida divina opera y regula nuestras partes internas, mata y elimina todo lo viejo de nuestro ser natural. Esta ley tiene el poder de reducir todas las cosas negativas de nuestro hombre natural. Al mismo tiempo, dicha ley añade y suministra a nuestro ser el elemento divino de la nueva creación, junto con las riquezas de Cristo. Así, pues, la ley de vida hace disminuir el viejo elemento adámico que hay en nosotros, y a la vez añade el nuevo elemento de Cristo a nuestro ser. En otras palabras, se deshace de lo viejo y lo reemplaza con lo nuevo. De este modo, cierta clase de metabolismo opera en la vida del creyente y lleva a cabo la transformación de vida.

V. EL PODER DE LA LEY DE VIDA

  La ley de la letra es débil e ineficaz, y nada perfeccionó (Ro. 8:3, He. 7:19), pero la ley de vida es según “el poder de una vida indestructible”, y logra perfeccionarnos en todo con miras al cumplimiento del propósito de Dios (He. 7:16). En el antiguo pacto, la ley de la letra era débil y no podía perfeccionar nada. Dicha ley era solamente un tipo de la ley de vida. Al igual que la fotografía de una persona, tenía sólo la forma o la semejanza pero no la vida misma de esa persona. Le mostraba algo a la gente, pero no podía hacer nada por ella. En cambio, en el nuevo pacto, la ley de vida es poderosa, pues cuenta con el poder de una vida indestructible, capaz de perfeccionarnos en todo según la economía de Dios. Esta ley no es una mera forma o semejanza sino la realidad misma, ya que posee la vida divina como esencia. La ley de vida no sólo nos muestra ciertas cosas, sino que las realiza por nosotros. Por lo tanto, tiene el poder de cumplir todo cuanto exige.

VI. EL RESULTADO DE LA OPERACIÓN DE LA LEY DE VIDA

  A medida que la ley de vida nos transforma en vida de una manera metabólica, el resultado de esto es que somos transformados y conformados a la imagen de Cristo (2 Co. 3:18; Ro. 8:29), y que Él sea formado en nosotros. La transformación en vida y la conformación a la imagen de Cristo son funciones propias de la ley de vida y son el resultado de la operación de esta ley. Cristo sólo puede ser formado en nosotros cuando la ley de vida nos regula. La ley de la vida divina al regularnos trae consigo las riquezas de Cristo a nuestro ser, y forma a Cristo en nuestro ser.

VII. EL DESEO DE DIOS EN CUANTO A LA LEY DE VIDA

  Dios no es solamente nuestro Dios sino también nuestro Padre. Por lo tanto, Él desea ser nuestro Dios conforme a ley de vida. Nosotros no solamente somos criaturas Suyas, sino también Sus hijos. Por tanto, Él desea que seamos Su pueblo conforme a esta ley de vida. Dios no solamente desea ser nuestro Dios conforme a la ley de la letra, sino también nuestro Padre conforme a la ley interna de vida. Nada que tenga que ver con guardar una ley de mandamientos externos puede satisfacer el deseo de Dios. Él únicamente se complace si vivimos conforme a la ley interna de vida. Asimismo, Él no desea que seamos solamente criaturas Suyas, sino hijos Suyos, quienes poseen Su vida. Así pues, Su deseo es que nosotros seamos Su pueblo conforme a la ley de vida, y que vivamos regidos, no por una ley de mandamientos externos, sino por la ley interna de vida. La manera en que Él se relaciona con nosotros, así como la manera en que nosotros nos relacionamos con Él, debe estar basada en la ley de vida. En la ley de la letra sólo había muerte. Pero en la ley de vida no encontramos muerte sino vida. La vida es lo único que satisface el deseo de Dios.

  Anteriormente vimos que el sacerdocio divino es la presencia de la vida y la ausencia de la muerte; también vimos que este sacerdocio nos salva de todos los efectos secundarios producidos por la muerte y nos conduce a la gloria. El sacerdocio divino nos salva por completo, es decir, nos conduce a la plena perfección, a la glorificación. Esta salvación, esta operación, no es objetiva, sino enteramente subjetiva. Es cierto que Cristo es el Sumo sacerdote divino que está sentado a la diestra del trono de la Majestad en las alturas. Pero también debemos recordar que cuando Él resucitó de los muertos, hace diecinueve siglos y medio, Él fue engendrado como el Hijo primogénito de Dios para impartir Su vida en todos los escogidos y que han sido marcados de antemano por Dios. Aunque en ese tiempo aún no habíamos tomado la decisión de creer en el Señor, ya habíamos sido marcados de antemano por Dios en la eternidad pasada, antes de la fundación del mundo. Si usted no cree lo que le digo, me creerá cuando esté en la Nueva Jerusalén. Dios nos marcó de antemano y Cristo impartió Su vida en nosotros. Dios y Cristo jamás se equivocan; ellos jamás cometen un error. Si decimos que Dios se equivocó al escogernos, lo insultamos. ¿Cómo podría Dios equivocarse? Aunque nosotros no seamos dignos ni merezcamos nada, Dios nos escogió y nos marcó de antemano, y Cristo, Su Hijo primogénito, se impartió en nosotros como vida. Necesitamos tener esta visión si queremos ver claramente la economía de Dios. Olvidémonos de lo que sentimos, entendemos o comprendemos, y regresemos a la Palabra pura para recibir esta clara visión. Todo lo que Dios hace es eterno y no es afectado por los factores del tiempo y espacio. La elección de Dios es eterna, es decir, no está sujeta al elemento del tiempo. Ninguno de nosotros está aquí por casualidad. Todo fue dispuesto de antemano por nuestro Padre. Fue Él quien tomó esta decisión aun antes que la tierra fuese creada.

  Después de que Cristo se impartió en nosotros, Él ascendió y se sentó en el trono en los cielos. En el pasado dijimos en nuestro ministerio, que después de que Cristo ascendió a los cielos, Él descendió para entrar en nosotros. Aunque en cierto sentido esto es correcto, solamente tiene en cuenta nuestro punto de vista. Pero si vemos este asunto desde una perspectiva más alta, descubriremos que Cristo no entró en nosotros después de haber ascendido, sino que, aun antes de que ascendiera a los cielos, en la resurrección, Él se impartió a Sí mismo en nosotros como vida. Cuando Él entró a los cielos, no le quedaba nada más que hacer, ya que había concluido toda Su obra. Todo había sido consumado. Él ya había efectuado la purificación de los pecados y se había impartido en todo el pueblo que había sido marcado de antemano por Dios.

  Entonces, ¿qué está haciendo Cristo en los cielos mientras está sentado? Él está intercediendo. Tal vez Cristo esté orando por alguno de Sus escogidos, diciendo: “Padre, mira a aquel hombre. Él fue marcado de antemano por Ti y Yo impartí Mi vida en él, pero aún se encuentra vagando. Padre, tráelo al hogar”. Poco después, algunos de sus amigos cristianos lo invitan a una reunión de la iglesia y él es cautivado. Después de esto, el Cristo que intercede por él desde el trono, tal vez diga: “Qué bueno es que hayas traído al hogar a este querido hombre, pero Padre, tienes que continuar Tu obra en él, pues la vida que ahora posee aún no se desarrolla. Ésta necesita desarrollarse, cumplir sus funciones y operar”. Unos días después, en la siguiente reunión, este querido hermano se pone en pie y dice: “Señor Jesús, te amo. Consagro a Ti mi vida”. La vida empieza a operar debido a la intercesión invisible de Cristo. Romanos 8:34 nos muestra claramente que después de que Cristo ascendió a los cielos, Él permanece allí para interceder por nosotros. Aquel que es todopoderoso y que fue perfeccionado, capacitado y equipado, está intercediendo por nosotros. Supongamos que después de algunos días el Cristo intercesor ore nuevamente por este hermano, diciendo: “Padre, él ya está ejerciendo su función, pero aún no ha madurado. Todavía sigue siendo un niño”. Como resultado, este hermano inesperadamente se pone en pie en una reunión y ora: “Señor, Tú sabes que sigo siendo un niño en Cristo. No he madurado. Señor, quiero madurar”. Su oración corresponde a la intercesión celestial. Aparentemente, esta oración se originó en él, pero en realidad hace eco a la intercesión celestial. Muchas veces las declaraciones que hacemos mientras oramos o alabamos, no hacen otra cosa que citar alguna intercesión celestial. Tales declaraciones no se originan en nosotros, sino que provienen de la intercesión de Cristo. Tal vez este mismo hermano una mañana se siente redargüido con respecto a su egoísmo, y tiene la profunda convicción de estar sumido en su yo. Tal vez piense que ésta sea una respuesta o reacción a cierto mensaje que escuchó, y no se dé cuenta de que también se trata de una respuesta a la intercesión celestial. Todo lo que nos sucede en nuestra vida espiritual es o una cita de la intercesión celestial de Cristo o una reacción a dicha intercesión.

  Cristo está en el cielo intercediendo por todos nosotros. Él intercede para que la vida divina que está en nosotros —la cual es Él mismo— pueda crecer y extenderse a todo nuestro ser, y para que Su ley de vida se difunda a nuestras partes internas y se convierta en muchas leyes que nos regulen en todo aspecto. Una de estas leyes debe entrar en nuestra mente para regularla y renovarla completamente. Tal vez pensemos que la renovación de nuestra mente se deba a las enseñanzas y mensajes que hemos recibido en la vida de iglesia. Pero en realidad no es así; la mente no se renueva con cosas externas, sino mediante la operación interior de una de las muchas leyes de la vida divina. Cuando la ley de vida renueva nuestra mente, se opera un cambio radical en nuestra mentalidad, y no volvemos a pensar igual que antes. La ley de la vida que opera en nosotros nos regulará y renovará todos nuestros pensamientos. Esto simplemente significa que la vida divina ha crecido de nuestro espíritu a nuestra mente.

  Otra de estas muchas leyes se extenderá a nuestra parte emotiva y la saturará. No importa si somos fríos o emotivos, una de estas leyes penetrará nuestra parte emotiva y la regulará conforme a la naturaleza de Cristo, impartiendo los sentimientos de Cristo a nuestra parte emotiva. En cierto sentido nuestra parte emotiva será hecha nueva al ser saturada del elemento de los sentimientos de Cristo. Como consecuencia, no volveremos a amar ni a odiar como lo hacíamos antes, y todo lo proceda de nuestra parte emotiva cambiará radicalmente. En particular, nuestro amor será regulado, impregnado, transformado y hecho nuevo. Es así como la vida de Cristo crece en nuestra parte emotiva.

  Conforme al mismo principio, otra de estas leyes que operan inundará nuestra voluntad. No importa si nuestra voluntad es por naturaleza obstinada o sumisa, ya que en ninguno de estos casos puede desarrollarse la vida de Cristo. En el pasado he visto hermanos con una voluntad muy obstinada y otros con una voluntad muy sumisa. Tal parece que la mayoría de los ancianos prefieren una voluntad sumisa, pero a mí me preocupa una voluntad sumisa tanto como una voluntad obstinada. Según nuestro sentir humano, todos preferimos una voluntad sumisa, pero mientras ésta siga siendo una voluntad natural, no tendrá ninguna utilidad. Así pues, no importa si nuestra voluntad es obstinada, sumisa o neutra. En tanto que ésta sea natural, no será útil para la vida de Cristo. Por tanto, la ley de la vida divina deberá operar e impregnar nuestra voluntad. Aunque he oído a mucha gente decir: “Detesto mi obstinada voluntad”, nunca he escuchado a nadie decir: “Aborrezco que tengo una voluntad sumisa”. Todos debemos aprender a aborrecer nuestra voluntad y decir: “Aborrezco mi voluntad, sea ésta obstinada o sumisa o de cualquier otra forma. En tanto sea mi voluntad, la aborrezco porque es natural”. A medida que la ley de la vida divina opere en nosotros, una de sus funciones saturará nuestra voluntad con la voluntad de Cristo, de modo que Su voluntad llegue a ser nuestra. De esta manera, nuestra voluntad será hecha nueva con el elemento mismo de la voluntad de Cristo. En otras palabras, la vida de Cristo crecerá y se extenderá en nuestra voluntad. Finalmente, la vida de Cristo crecerá en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad.

  Ser salvos hasta la perfección significa, por tanto, ser saturados e impregnados de la vida divina. Esta salvación no es una salvación en la cual Cristo se encuentra en los cielos, muy lejos de nosotros, sin relacionarse con nosotros, intercediendo hasta que nosotros oremos y Él pueda así extender Su mano y rescatarnos. Éste es un concepto religioso. Es preciso que veamos que en la cruz Cristo quitó nuestros pecados, que en Su resurrección Él se impartió a nosotros como vida, y que ahora Él está sentado en el trono de Dios en los cielos intercediendo por nosotros. Por un lado, Él está en nuestro espíritu como nuestra vida, y como tal, está creciendo; por otro, Él está en el trono en los cielos intercediendo para que la semilla que Él plantó en nosotros pueda crecer y desarrollarse. Éste es el Cristo “subjetivamente objetivo” que podemos experimentar. Es así como Su vida divina opera dentro de nosotros. Cada vez que Su vida funciona es una regulación de su ley. Algunas de las funciones de esta vida se extenderán a nuestra mente, y otras saturarán nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Ésta es la función que cumple la ley de vida.

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