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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Hebreos»
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Mensaje 51

LA DISCIPLINA TIENE COMO FIN LA SANTIDAD

I. DIOS DESEABA QUE LOS CREYENTES HEBREOS FUERAN SANTOS, APARTADOS ABSOLUTAMENTE PARA ÉL

  En este mensaje hablaremos acerca de la disciplina que tiene como fin la santidad (He. 12:5-14). Uno de los conceptos básicos de este libro es que Dios deseaba que los creyentes hebreos fueran santos, es decir, apartados absolutamente para Él, y que en vez de seguir siendo personas comunes en el judaísmo (He. 12:14; 3:1), entraran al Lugar Santísimo (He. 10:19, 22). La verdadera santidad consiste en entrar al Lugar Santísimo. Una vez que hayamos entrado al Lugar Santísimo, habremos alcanzado el máximo nivel de santidad. No existe otro lugar donde podamos ser más santos que en el Lugar Santísimo.

  Entrar al Lugar Santísimo no simplemente significa entrar en la gloria shekiná. Aun esto es en cierto modo externo y superficial. Aunque podamos estar en la gloria shekiná en el Lugar Santísimo, todavía nos falta experimentar lo que está dentro del Arca del Testimonio. En el interior del Arca había algo que estaba oculto: el maná que se hallaba dentro de la urna de oro. Junto al maná escondido estaban las tablas de la ley, que representan la cumbre de nuestra experiencia en Cristo. Así que, ser santos significa haber llegado a la cumbre de nuestra experiencia en Cristo, a saber, experimentar la ley de vida. Nada puede hacernos más santos de forma subjetiva que la ley de vida, ya que ella forja en nuestro ser la naturaleza santa de Dios, que es la verdadera santidad. La naturaleza divina es, pues, la sustancia de la santidad, y lo único que es capaz de forjar la naturaleza santa de Dios en nuestro interior es la ley de vida. Es sólo cuando experimentamos la ley de vida que podemos ser verdaderamente santos.

  La meta del libro de Hebreos es conducirnos al Lugar Santísimo, con el fin de que podamos experimentar el contenido del Arca del Testimonio. Como hemos visto, dentro del Arca del Testimonio había tres elementos: el maná escondido, la vara que reverdeció y la ley de vida. Tanto el maná escondido como la vara que reverdeció tienen como objetivo proporcionarnos deleite y determinado privilegio, pero la ley de vida es el medio por el cual Dios puede operar en nosotros. Es por medio de esta ley que Él se forja en nuestro ser. Por lo tanto, si deseamos ser absolutamente santos, es preciso que experimentemos la ley de vida, mediante la cual Dios se forja en nosotros para ser nuestra verdadera santidad.

II. LA PERSECUCIÓN QUE SUFRÍAN LOS CREYENTES HEBREOS ERA UNA DISCIPLINA

  Hebreos 12:7, refiriéndose a la persecución que experimentaban los creyentes hebreos, dice: “Es para vuestra disciplina que soportáis”. Desde el punto de vista de Dios, la persecución que los creyentes hebreos sufrieron de parte del judaísmo fue una disciplina, un castigo. Ellos estaban siendo disciplinados para que se apartaran de las cosas comunes y participaran de la santidad de Dios.

III. LA DISCIPLINA ES LA MANERA EN QUE EL PADRE CORRIGE A SUS HIJOS A FIN DE QUE ELLOS PARTICIPEN DE SU NATURALEZA SANTA

  El versículo 10 dice: “Porque ellos, por pocos días nos disciplinaban como les parecía, pero Él para lo que es provechoso, para que participemos de Su santidad”. La disciplina es la manera en que el Padre corrige a Sus hijos para que ellos puedan participar de Su naturaleza santa. La disciplina de Dios, que es Su trato disciplinario para con nosotros nos encamina nuevamente en Su propósito, el cual consiste en que abandonemos todo lo que nos distrae del Lugar Santísimo, y que entremos en él, donde podemos obtener la verdadera santidad. Lamentablemente, al igual que los creyentes hebreos de aquella época, muchos de nosotros no estamos dispuestos a cooperar con Dios en este aspecto. Es por eso que Él, en Su soberanía, nos disciplina para que regresemos a Su propósito.

  Como hemos visto, la santidad es la naturaleza de Dios. Participar de la santidad de Dios es participar de Su naturaleza santa. La permanencia de los creyentes hebreos en el judaísmo era algo común e impío. Ellos necesitaban ser santificados para el nuevo pacto de Dios a fin de poder participar de la naturaleza santa de Dios. La razón por la cual sobrevino la persecución fue disciplinarlos, a fin de que fueran santificados o separados de lo común.

  En el versículo 9 Dios es llamado el Padre de los espíritus. Esta expresión está en contraste con la frase padres carnales. En la regeneración nacimos de Dios (Jn. 1:13) en nuestro espíritu (Jn. 3:6). Por consiguiente, Dios es el Padre de los espíritus (nuestros). Debido a que los creyentes hebreos estaban vagando en su mente en vez de seguir al Señor en su espíritu, el Padre de los espíritus usó la persecución de parte del judaísmo para obligarlos a volverse de su mente a su espíritu (4:12), y así ellos pudiesen participar de Su naturaleza santa.

IV. LA DISCIPLINA TIENE COMO FIN LA SANTIDAD Y REDUNDA EN LA JUSTICIA

  La disciplina tiene como fin la santidad y redunda en la justicia. La santidad se refiere a la naturaleza interna, a la naturaleza de la vida divina, mientras que la justicia alude a la conducta externa, al comportamiento que tienen los creyentes santificados, el cual procede de la naturaleza interna y produce fruto apacible, es decir, un fruto de paz (v. 11; Is. 32:17). Si interiormente nunca hemos sido empapados de la naturaleza santa de Dios, nuestra conducta externa no exhibirá la justicia apropiada. Por consiguiente, primero necesitamos que la ley de vida forje la naturaleza divina de Dios en nuestro ser, para que luego se manifieste el fruto apacible de justicia en nuestra conducta externa, lo cual será el resultado de la santidad interna. En nuestra experiencia, la santidad viene primero, luego sigue la justicia y por último la paz.

  Los creyentes hebreos estaban siendo perseguidos por los judaizantes. Algunos de los perseguidores eran probablemente familiares suyos; posiblemente sus padres o hijos. Así que mientras padecían persecución, ellos procuraron hacer las paces con sus perseguidores. Pero esto lo hicieron a expensas de su santidad. La santidad consiste en entrar en el Lugar Santísimo para llegar hasta la ley de vida, la cual al operar en nosotros nos satura de la naturaleza santa de Dios. Una vez que nos satura la naturaleza de Dios, el resultado espontáneo es la justicia, la cual a su vez nos trae la verdadera paz. Muchos cristianos tienen una paz que no es genuina, una paz que han obtenido a expensas de algo. Algunos de los creyentes hebreos pudieron haber dicho: “Oh, padre, si no quieres que esté en el camino del nuevo pacto de una manera absoluta, tal vez podría acompañarte al templo el séptimo día para que me dejes asistir a la asamblea cristiana en el octavo día, que es el primer día de la semana. Así podremos estar en paz”. Esta paz es una paz que proviene de haber hecho un compromiso, una paz que se obtiene a cambio de la santidad.

  Como hemos visto, la paz es el fruto de la justicia. La santidad es la naturaleza interna, mientras que la justicia es la conducta externa. La disciplina de Dios ayuda a los creyentes no sólo a participar de Su santidad, sino también a estar bien con Dios y con el hombre, para que en tal situación de justicia puedan disfrutar la paz como un dulce fruto, un apacible fruto de justicia.

V. LOS CREYENTES HEBREOS, QUIENES ESTABAN DESANIMADOS Y PARALIZADOS, DEBÍAN HACER SENDAS RECTAS PARA QUE LO COJO NO SE DISLOCARA, SINO QUE PUDIERA SER SANADO

  Los versículos 12 y 13 dicen: “Por lo cual, enderezad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se disloque, sino que sea sanado”. La vida cristiana no es un asunto de doctrinas teóricas acerca de las cuales la mente debe razonar. Debe constar de sendas prácticas por las cuales nuestros pies anden. Todas las sanas doctrinas de la Biblia son sendas en las que podemos andar. Esto es especialmente válido con respecto al libro de Hebreos. Primero, este libro nos ministra las doctrinas más elevadas y más saludables con respecto a Cristo y Su nuevo pacto. Luego, sobre la base de las doctrinas apropiadas que nos muestra este libro, nos exhorta a correr la carrera y a enderezar las sendas para nuestros pies. La primera sección de este libro (1:1—10:18) trata de las doctrinas, y la segunda (10:19—13:25) trata de la carrera y de las sendas.

  En el versículo 13 el escritor aconseja a los creyentes hebreos hacer “sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se disloque, sino que sea sanado”. La palabra griega traducida “disloque” puede también traducirse “descoyunte” o “tuerza”. El contexto implica que los tambaleantes creyentes hebreos debían abandonar todo lo que se pareciera al judaísmo (es decir, enderezar las sendas) para que ellos, los miembros débiles del Cuerpo, no cayeran en apostasía (es decir, que no se dislocaran), sino que entraran de lleno en el camino del nuevo pacto (es decir, que fueran sanados). De este modo. Enderezar las sendas es abandonar todo lo que se asemeje a la práctica del judaísmo; no ser cojo es no caer en apostasía; y ser sanado es entrar de lleno en el camino del nuevo pacto.

  El camino del nuevo pacto debe ser recto, sin ninguna curva. Si los creyentes hebreos hubieran seguido acudiendo al templo en el día sábado con sus parientes, habrían hecho sendas torcidas en el camino del nuevo pacto. Toda transigencia es una curva. Me gustan mucho las autopistas de Estados Unidos: son planas y rectas. Muchos cristianos han visto el camino del nuevo pacto, es decir, el camino del recobro del Señor. Aunque saben que el camino de la vida de iglesia en el recobro del Señor es el camino correcto, no están dispuestos a pagar el precio. Así que ceden más allá de lo debido, y al hacerlo, hacen curvas en el camino de la iglesia en el recobro del Señor. ¿Cómo podían los creyentes hebreos hacer recto el camino del testamento nuevo? La única manera era que abandonaran todo lo que tuviera que ver con el judaísmo. Ellos tenían que decir a sus familiares: “Ya que el templo está vinculado con las prácticas del judaísmo, no volveré allí con vosotros en el día sábado”. Hoy en día, algunos santos que han visto el camino de la vida de iglesia, temen ser criticados, y dicen: “No debemos ir al extremo de causar problemas. Debemos condescender con los demás aunque sea un poco”. En los pasados cincuenta años Dios nunca ha dado Su aprobación a tal actitud de ceder. Algunos han dicho: “Sí, sabemos que somos la iglesia, pero no debemos decirlo porque otros se ofenderán. Simplemente sigamos siendo la iglesia”. Ésta es una actitud transigente. Si usted es un cordero, entonces tiene que decir que es un cordero; y si es una paloma, debe declararlo. No debemos decir: “Soy un cordero, pero es mejor que no diga lo que soy”. Al transigir de esta manera, muchos han hecho curvas en las sendas derechas de Dios. Si las denominaciones están equivocadas, simplemente debemos decir que están equivocadas. En el libro Pláticas adicionales sobre la vida de iglesia, el hermano Watchman Nee dice que si las denominaciones están equivocadas, entonces debemos demolerlas por completo. No debemos transigir estrechándonos las manos por encima de las cercas denominacionales. Esto hace curvas en el camino.

  En los pasados doce años, ¿cuál es el camino que ha ganado la batalla en Estados Unidos y Europa? No es el camino torcido sino el camino recto. Dios nunca bendice las curvas. Él no es un Dios de curvas, sino un Dios recto. Si cierto camino no es el correcto, debemos condenarlo. Pero si es el camino correcto, entonces debemos decírselo a todo el mundo, incluyendo a los ángeles y a los demonios. Hacer sendas rectas equivale a abandonar cualquier cosa que no sea el camino del nuevo pacto.

  La frase lo cojo mencionada en el versículo 13 se refería a los tambaleantes creyentes hebreos. Pablo no quería que los miembros que estaban cojos se descoyuntaran o dislocaran. Ser descoyuntado o dislocado significa caer en apostasía, es decir, en la herejía del judaísmo. Los tambaleantes creyentes hebreos estaban en peligro de caer en tal apostasía. Si su tobillo se disloca, es fácil caerse y salirse del camino recto. La frase sino que sea sanado significa entrar de lleno en el camino del nuevo pacto.

  Durante los primeros años del recobro del Señor en este país, pude ver lo “cojas” y paralizadas que estaban las denominaciones. Si las denominaciones fuesen el camino correcto no tendríamos más alternativa que unirnos a ellas. Pero como sabíamos que eran el camino errado, nos vimos obligados a declarar que estaban equivocadas y decirle a la gente el camino correcto. Esto fue lo que hicimos por la misericordia del Señor. Por supuesto, nos condenaron por ello. Pero no nos importa que otros nos condenen; lo que más nos importa es que Dios nos dé Su aprobación. Por Su misericordia tocamos la trompeta en una manera clara, y llamamos las cosas por su verdadero nombre. Muchos estaban “cojos” porque el camino no era recto sino tortuoso. Por eso les era muy difícil encontrar el camino correcto. Alabamos al Señor porque en Su recobro en Estados Unidos hay una autopista que va desde Los Angeles hasta Nueva York. Debido a que el camino ha sido enderezado, muchos tobillos han sido sanados. En el recobro del Señor hoy, difícilmente encontramos a alguien que esté en peligro de descoyuntarse. Todos hemos sido sanados. Conforme a Hebreos 12, ser sanados significa entrar de lleno en el camino de Dios, el camino del testamento nuevo. Hoy en día todos han recibido una clara visión. Hemos llamado a lo negro, negro; a lo blanco, blanco; y a lo gris, gris. Gracias al Señor por traernos a esta senda recta. Alabo al Señor porque difícilmente podemos encontrar a alguien que tenga su pie dislocado o torcido; hoy todos están andando rectamente por la senda recta. ¡Y no solamente vamos caminando, sino corriendo!

VI. EN LA VIDA CRISTIANA APROPIADA HAY UN BUEN EQUILIBRIO ENTRE LA PAZ Y LA SANTIDAD

  El versículo 14 dice: “Seguid la paz con todos, y la santificación, sin la cual nadie verá al Señor”. En la vida cristiana debe haber un buen equilibrio entre la paz y la santidad. En cuanto a Dios, la santidad es Su naturaleza santa; en cuanto a nosotros, la santidad es nuestra santificación, nuestra separación para Dios. Esto implica que mientras seguimos la paz con todos los hombres, debemos prestar atención a la santificación ante Dios. Seguir la paz con todos los hombres, debe estar en equilibrado con la santificación ante Dios, la separación hacia Dios, sin la cual nadie verá al Señor ni tendrá comunión con Él.

  No debemos procurar la paz con otros sin antes tener la santidad. Paz sin santidad es sinónimo de transigencia. No queremos este tipo de paz. Queremos la paz que proviene de la santidad. En años pasados conocí muchos cristianos que fueron demasiado transigentes procurando guardar la paz. Con el tiempo, se acabó la paz que había entre ellos. Aunque hacían compromisos en muchas cosas, interiormente se peleaban unos con otros. Alabamos al Señor porque hoy en Su recobro, cuanto más nos acercamos al Lugar Santísimo, más estamos en paz. Es una vergüenza que no haya paz entre los ancianos de una iglesia local. Cuando verdaderamente nos importa la santidad, es decir, estar en el Lugar Santísimo, disfrutamos de una verdadera paz. Alabamos al Señor porque por más de doce años la iglesia en Los Angeles ha gozado de paz. Lo mismo podemos decir de la iglesia en Anaheim. Si usted se queda aquí por algún tiempo, no encontrará el ni un indicio de una carencia de paz entre nosotros. La paz que disfrutamos no es la que se obtiene haciendo concesiones, sino aquella que es producida por la santidad en el Lugar Santísimo.

  Los titubeantes creyentes hebreos trataron de lograr la paz con sus opositores, pero gradualmente perdieron su santidad. Por consiguiente, el escritor hizo lo posible por ayudarles a recuperar la paz apropiada, la cual es el fruto de la justicia y de la verdadera santidad. Necesitamos tener paz para convivir con los hombres, y santidad para ver al Señor. Tal vez usted esté en paz con los hombres, pero ¿tiene la presencia del Señor? Debemos preocuparnos primero por tener la presencia del Señor, y después por vivir en armonía con los demás. Nuestra paz debe ser el resultado de tener la presencia del Señor. Su presencia es para nosotros hoy nuestra santidad práctica.

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