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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Jacobo»
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Mensaje 7

LAS VIRTUDES PRÁCTICAS DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA

(7)

  Lectura bíblica: Jac. 2:1-26

  En 2 Timoteo 2:15 Pablo habla acerca de trazar bien la palabra de verdad. Trazar bien la palabra de verdad significa exponer la palabra de Dios en sus diferentes secciones de manera recta y exacta, sin distorsión alguna. A través de los siglos, muchos maestros han procurado trazar bien, trazar rectamente, la Palabra santa. Sin embargo, muchos de ellos no han podido hacerlo bien.

  En la época de la Reforma, Lutero fue el primero en esforzarse por trazar bien la Palabra santa. Él vio que la justificación por fe debía ser independiente de las obras. No obstante, aunque Lutero pudo trazar la Palabra a modo de principios o a modo de esquema, no tuvo la capacidad de trazarla de forma detallada. Podríamos decir que él conoció solamente las “avenidas principales” de la Palabra, pero no “las calles ni los senderos”.

  En el siglo XVIII, Zinzendorf fue levantado por el Señor, y hasta cierto punto, él trazó mejor la Palabra santa. En el siglo XIX, fueron levantados los hermanos británicos, bajo la dirección de John Nelson Darby, y ellos pudieron trazar mucho mejor la Palabra. La teología fundamental de hoy, en gran medida, sigue la línea de teología de los hermanos británicos. En este siglo, por Su soberanía y misericordia, el Señor nos levantó a nosotros, y ahora, apoyados sobre los hombros de los que nos han precedido, hemos trazado la Palabra santa no simplemente según sus “avenidas principales”, sino también según sus “calles, senderos y callejones”.

  Hemos señalado que Lutero llamó la Epístola de Jacobo una “epístola de paja”. Lutero dijo esto principalmente debido a lo que está escrito en el capítulo 2 del libro de Jacobo. Lo que dijo Lutero muestra que él no entendió este capítulo debidamente y que no supo trazar la Palabra de manera detallada. Él no comprendió que la palabra salvarle, que aparece en 2:14, no tiene nada que ver con la salvación eterna. Este versículo dice: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?”. Algunos han usado equívocamente este versículo para enseñar que la salvación no se obtiene únicamente por la fe.

  La palabra salvarle del versículo 14 en realidad se refiere al juicio mencionado en el versículo 13: “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no haga misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio”. Según el contexto, en este capítulo ser salvo equivale a ser salvo de ser juzgado sin misericordia. Además, el juicio mencionado en el versículo 13 no es el juicio ante el gran trono blanco —el cual determinará si las personas habrán de ser salvas o si perecerán—, sino el juicio ante el tribunal de Cristo, que tendrá lugar en el aire cuando Él regrese. Después de que todos los santos hayan sido arrebatados, ellos comparecerán ante el tribunal de Cristo. Para entonces, el asunto de la salvación eterna ya habrá sido resuelto. No obstante, el Señor aún juzgará a los santos conforme a la ley de la libertad, es decir, conforme a todo el Nuevo Testamento, y no según la ley de Moisés. Además, este juicio no determinará nuestra salvación eterna; más bien, determinará si hemos de ser recompensados o ser juzgados sin misericordia.

OBRAS DE MISERICORDIA Y AMOR

  Para ser salvos de un juicio sin misericordia, es preciso tener obras de misericordia y amor. Estas obras testifican de que nuestra fe nos salvará no solamente de la perdición, sino también de ser juzgados sin misericordia en el tribunal de Cristo. Los que no tengan obras de misericordia y amor sufrirán juicio sin misericordia. Esto significa que serán disciplinados como resultado del juicio que se efectuará en el tribunal de Cristo.

  En el pasado, muchos de los maestros de las Escrituras no vieron los “callejones” en estos versículos, sino solamente algunas de las “avenidas principales”. Por la misericordia del Señor y con la ayuda que hemos recibido de los hermanos que nos han precedido, hoy podemos ver la manera correcta de trazar este pasaje de la Palabra. En este capítulo encontramos cierto “callejón”. Puesto que podemos trazar bien este pasaje de la palabra, vemos que la salvación mencionada aquí no equivale a ser salvos de la perdición, sino a ser juzgados sin misericordia en el tribunal de Cristo.

  Según este capítulo, menospreciar a un hermano pobre equivale a matarlo (2:3, 11); significa no tener misericordia de él. Si no hacemos misericordia con un hermano pobre, cuando el Señor venga, Él nos hará juicio sin misericordia, y nosotros sufriremos a causa de ello. Por lo tanto, si queremos ser salvos de ser juzgados sin misericordia, es preciso que tengamos obras de misericordia y amor para con los hermanos. Estas obras que realizamos a favor de los hermanos pobres testificarán de que nuestra fe es una fe viva, y que incluso redunda en que seamos salvos de ser juzgados sin misericordia en el tribunal de Cristo. Éste es el entendimiento correcto de estos versículos, el entendimiento que resulta de trazar bien la Palabra, de una manera detallada.

  A través de los siglos ha habido diferentes opiniones con respecto a la Epístola de Jacobo. Mientras que Lutero dijo que este libro era una “epístola de paja”, un buen número de personas piadosas y temerosas de Dios han tenido una opinión favorable de Jacobo. Los Hermanos, especialmente Darby, escribieron acerca de Jacobo desde el punto de vista de las dispensaciones. Darby señaló enfáticamente que esta epístola es de carácter judío. Sin embargo, ni siquiera Darby vio la verdadera posición que ocupa este libro ni su contenido intrínseco.

  Hace muchos años, nosotros interpretamos la Epístola de Jacobo de tal manera que reconciliara la justificación por la fe con la justificación por las obras. Ahora, a la luz que tenemos hoy, vemos que aquella interpretación no era acertada. Puesto que en el capítulo 2 Jacobo habla de ser salvos por las obras, en el pasado nosotros interpretamos que esto quería decir que la justificación por la fe era algo interno, mientras que la justificación por las obras era algo externo; es decir, que la justificación por la fe era la semilla en nuestro interior, y que la justificación por las obras era el fruto producido que se manifestaba externamente. Esta interpretación era bastante general, y su aplicación no era acertada. En el capítulo 2 de Jacobo, ser salvo por las obras tiene que ver con la salvación de nuestra alma (1:21). No tiene que ver con la salvación eterna, la cual nos libra de la perdición, sino con la salvación de nuestra alma, la cual nos libra de ser juzgados sin misericordia en el tribunal de Cristo.

  En 2:9 y 10 Jacobo dice: “Pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. Porque cualquiera que guarda toda la ley, pero tropieza en un solo punto, se hace culpable de todos”. Hacer acepción de personas es menospreciar a un hermano pobre y enaltecer a un hermano rico. Según lo que dice Jacobo en 2:11, menospreciar a un hermano pobre equivale a cometer homicidio.

  En el versículo 12 Jacobo dice además: “Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad”. Este juicio no será el juicio del gran trono blanco, pues en dicho juicio serán juzgados los incrédulos. En vez de ello, el juicio del que Jacobo escribe en el versículo 12, es el juicio de los creyentes, el cual se efectuará en el tribunal de Cristo. Debemos tener claro que en este juicio lo que se determinará no es la salvación eterna o la perdición eterna; al contrario, este juicio tiene que ver con la asignación de una recompensa o de un castigo. Además, el juicio en el tribunal de Cristo no será conforme a la ley mosaica, sino conforme a la ley de la libertad, o sea, conforme al Nuevo Testamento. La ley mosaica será usada en el juicio del gran trono blanco, pero la ley de la libertad será la base para el juicio que se efectuará en el tribunal de Cristo.

  En el versículo 13 Jacobo dice que juicio sin misericordia se hará con aquel que no haya hecho misericordia, y que la misericordia triunfa sobre el juicio. Si menospreciamos a un hermano pobre, eso significa que no hacemos misericordia con él; y si no tenemos misericordia de un hermano hoy, cuando comparezcamos ante el tribunal de Cristo, Cristo no tendrá misericordia de nosotros.

  En el versículo 13 Jacobo nos dice que la misericordia triunfa sobre el juicio. La misericordia es el primer paso que conduce al amor. Si no tenemos misericordia, no tendremos amor. Debemos darnos cuenta de que a los ojos de Cristo somos extremadamente pobres. Si hacemos misericordia con los pobres hoy en día, entonces, cuando llegue el juicio en el tribunal de Cristo, Cristo tendrá misericordia de nosotros. Esto es lo que significa que la misericordia triunfa sobre el juicio.

  Consideremos el versículo 14 una vez más: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?”. Ahora entendemos que este versículo se refiere a ser salvos de ser juzgados sin misericordia en el tribunal de Cristo. Tal vez digamos que tenemos fe, pero no tengamos misericordia de un hermano pobre. Esto significa que por un lado afirmamos tener fe y, por otro, no amamos al hermano. ¿Podrá este tipo de fe salvarnos del juicio venidero en el tribunal de Cristo? Ciertamente este tipo de fe no podrá salvarnos de aquel juicio.

  Los versículos 15 y 16 confirman este entendimiento: “Y si un hermano o una hermana no tienen ropa, y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?”. Estos versículos nos muestran una vez más que el juicio mencionado en el versículo 13 está relacionado con la manera en que tratamos a los hermanos. Esto constituye una prueba muy clara de que aquí el juicio no tiene que ver con la salvación eterna ni con la perdición eterna. Los versículos 15 y 16 se refieren a nuestra actitud para con los hermanos y a la manera en que los tratamos. Nuestra actitud hacia los santos será un factor determinante en cuanto a si seremos recompensados o no en el tribunal de Cristo.

  En los versículos 17 y 18 Jacobo añade: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras”. Aquí las obras se refieren a las obras de misericordia y amor para con los hermanos. Una vez más, en estos versículos la fe y las obras no tienen que ver con la salvación eterna, sino con el hecho de ser salvos del juicio en el tribunal de Cristo.

JACOBO Y LA ECONOMÍA NEOTESTAMENTARIA DE DIOS

  Lo que escribe Jacobo está muy relacionado con el asunto de la dispensación de Dios. Pero su perspectiva no era clara con respecto a dicha dispensación. Al usar la palabra dispensación nos referimos a la economía neotestamentaria de Dios. La palabra economía es una transliteración de la palabra griega oikonomía, que significa “administración doméstica” y se refiere a la administración divina.

  Jacobo nació de María, quien era también la madre del Señor Jesús. Si leen la alabanza de María narrada en el capítulo 2 del Evangelio de Lucas, verán que contiene muchas citas del Antiguo Testamento. Esto indica que María era muy piadosa, así como eran los padres de Juan el Bautista. Como persona piadosa que era, María conocía muy bien la palabra de Dios propia del Antiguo Testamento. Jacobo, por tanto, fue criado por una madre piadosa. Sin duda, la piedad de María era según la dispensación del Antiguo Testamento, y ciertamente ella enseñó a sus hijos a ser piadosos a la manera del Antiguo Testamento. Con todo, tal vez María nunca vio la economía neotestamentaria de Dios.

  Con el tiempo, Jacobo creyó en el Señor Jesús. Esto, sin duda, tuvo que haber significado un gran cambio para él. Pero es posible que antes de que Jacobo creyera en el Señor, él ya fuese piadoso a la manera del Antiguo Testamento.

  Comparemos a este Jacobo con Pedro, Jacobo y Juan. Juan y Jacobo eran hermanos, y a la vez eran primos del Jacobo que escribió esta epístola, pues eran hijos de una hermana de María, la madre del Señor Jesús y de este Jacobo. Juan y Jacobo, al igual que Pedro, eran pescadores galileos incultos. El Señor Jesús incluso llamó a estos dos hermanos “hijos del trueno”. Después de la resurrección del Señor, Jacobo, el escritor de esta epístola, llegó a ser uno de los apóstoles (Gá. 1:19), y más tarde, el anciano principal de la iglesia en Jerusalén (Hch. 12:17; 15:2, 13; 21:18). En comparación, Jacobo probablemente era más piadoso y culto que Pedro, Juan y Jacobo. Él conocía el Antiguo Testamento, y tal parece que, de manera particular, conocía muy bien el libro de Proverbios. En Jerusalén se le tenía a Jacobo en muy alta estima, y él llegó a ser la persona más influyente entre los creyentes de ese lugar.

  El hecho de que Jacobo fuera el creyente más influyente en Jerusalén lo confirma lo dicho en Gálatas 2:11 y 12. Allí vemos que antes de que vinieran algunos de parte de Jacobo, Pedro comía con los gentiles. (Nótese que Pablo no dice que ellos vinieron de Jerusalén, sino de parte de Jacobo). Después de que éstos vinieron, Pedro tuvo miedo, y empezó a retraerse y a apartarse. Esto indica que aun Pedro le temía a Jacobo, y también comprueba que Jacobo era la persona más influyente en Jerusalén. El capítulo 15 de Hechos también confirma que la influencia de Jacobo era muy evidente. Más aún, en Hechos 21 se nos dice que la última vez que Pablo fue a Jerusalén, él fue a ver a Jacobo. Hechos 21 no dice que Pablo fue a ver a los ancianos, sino que fue a ver a Jacobo, donde se encontraban reunidos todos los ancianos. Jacobo, por tanto, era el principal de los ancianos. Él era quien más se destacaba allí, y todo estaba bajo su influencia.

  En Hechos 21 vemos en qué consistía la influencia de Jacobo. Jacobo le dijo a Pablo que en Jerusalén, millares habían creído en el Señor Jesús y eran celosos por la ley. Debido a esto, Jacobo le recomendó a Pablo ir al templo con unos hombres que tenían obligación de cumplir voto. Lo que Jacobo dice en Hechos 21 nos deja ver el contenido intrínseco de su epístola.

  Sin duda alguna, Jacobo había creído en el Señor Jesús. Hay varios indicios en su epístola que demuestran esto. Primero, Jacobo dice que nosotros fuimos engendrados por el Padre de las luces por medio de la palabra de verdad (1:17-18). Esto se refiere a la regeneración de la que habla el Nuevo Testamento. Jacobo también habla de recibir con mansedumbre la palabra implantada (v. 21). Esto también pertenece al Nuevo Testamento. Luego Jacobo habla de la perfecta ley, la ley de la libertad (v. 25), y del Espíritu que mora en nosotros (4:5). En el capítulo 5 él se refiere a la iglesia, cuando menciona a los ancianos de la iglesia. Además, en 2:1 Jacobo habla de “la fe de nuestro Señor Jesucristo, el Señor de gloria”.

  Sin embargo, además de estos aspectos positivos relacionados con la economía neotestamentaria de Dios, Jacobo añade cosas del Antiguo Testamento. Por ejemplo, él habla de la sinagoga, y también da a entender que para él, guardar la perfecta ley consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas. Tales palabras tienen el sabor característico del Antiguo Testamento. Jacobo no habla de vivir a Cristo, de andar en el Espíritu, ni de llevar una vida que contribuya a la edificación del Cuerpo de Cristo, sino que, en vez de ello, los ejemplos que usa provienen del Antiguo Testamento o tienen el sabor característico del Antiguo Testamento. Incluso su manera de orar es muy similar a la de Elías, pues les encarga a los ancianos que oren por los enfermos de la misma manera en que Elías oró en el Antiguo Testamento. Asimismo, él nos exhorta a esperar el regreso del Señor de una manera que evoca la perseverancia de Job y la longanimidad de los profetas. Una vez más, ambos ejemplos provienen del Antiguo Testamento. Así pues, lo que encontramos en la Epístola de Jacobo es una mezcla de las cosas del Antiguo Testamento con la economía neotestamentaria de Dios.

  Aunque tengamos todos los estudios-vida de los escritos de Pablo y aunque quizás hayamos visto aquello en lo cual se centra la revelación divina contenida en el Nuevo Testamento, aún es posible que estemos bajo una atmósfera nebulosa. Tal vez pensemos que tener un buen carácter equivale a ser piadosos. Además, es posible que tengamos un entendimiento natural o un entendimiento religioso de lo que es la piedad. Puede ser que nuestra perspectiva de la piedad no concuerde en nada con la economía neotestamentaria de Dios. Por ello, vemos una vez más la necesidad de tener una visión clara de la economía neotestamentaria de Dios.

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