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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Marcos»
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Mensaje 24

LAS ACTIVIDADES QUE EL SALVADOR-ESCLAVO REALIZO EN SU SERVICIO EVANGELICO

(8)

  Lectura bíblica: Mr. 8:27-38; 9:1-13

  En este mensaje abarcaremos 8:27—9:13. Esta porción del Evangelio de Marcos puede considerarse la más sobresaliente en cuanto a la relación que el Señor tuvo con Sus discípulos.

LLEVADOS A CESAREA DE FILIPO

  Para que los discípulos llegaran al nivel que se describe en 8:27—9:13, fue necesario que pasaran por varias etapas. Tomemos a Pedro como ejemplo. En el capítulo uno, Pedro fue llamado por el Señor y comenzó a seguirle. Desde el capítulo uno hasta el ocho, Pedro y los otros fieles seguidores pasaron por diversas etapas. Prosiguieron paso a paso y escalaron de nivel en nivel hasta que fueron llevados a un lugar llamado Cesarea de Filipo.

  Marcos 8:27 dice: “Salieron Jesús y Sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntó a Sus discípulos, diciéndoles: ¿Quién dicen los hombres que soy Yo?” Cesarea de Filipo se encontraba al norte de la Tierra Santa, cerca de la frontera, al pie del monte Hermón, donde el Señor se transfiguró. Estaba lejos de la ciudad santa y el templo santo donde la vieja religión judía llenaba el pensamiento de todo hombre, sin dejar lugar para Cristo, el Salvador-Esclavo. El Señor intencionadamente llevó a Sus discípulos a un lugar despejado para que el pensamiento de ellos estuviera libre de la influencia religiosa de la ciudad santa y del templo santo, y revelarles algo nuevo con respecto a Sí mismo. Fue en Cesarea de Filipo donde Pedro recibió la visión de que el Señor era el Cristo.

  Quisiera recalcar que el Señor Jesús llevó a Sus discípulos a Cesarea de Filipo a fin de que estuvieran en un ambiente despejado, un lugar sin nubes ni neblina. El sabía que en aquel lugar, el entendimiento y la percepción espiritual de ellos estarían despejados.

  El Señor llevó a Sus seguidores desde el río Jordán y el mar de Galilea hasta Cesarea de Filipo, y le tomó por lo menos dos años para llevarlos por todos estos pasos, los cuales les capacitaron para llegar a este nivel. Estos pasos se narran en los capítulos anteriores. En especial, tres de los discípulos del Señor —Pedro, Juan y Jacobo— eran plenamente aptos para ver algo que ningún ser humano había visto. Ellos pudieron ver a una maravillosa persona, Aquel que es el secreto del universo y un misterio para toda la humanidad, Aquel que también es el secreto de la economía eterna de Dios. Aunque El era hombre, incluso un hombre con el porte exterior de esclavo, era una persona excelente, maravillosa y misteriosa.

  Para recibir la visión acerca de esta persona, los discípulos tuvieron que pasar por los pasos que constan en los capítulos anteriores. Tuvieron que ser sanados de manera general y luego de manera específica. Cada función de su ser —su oído, su vista y su habla— tuvo que ser sanada. Como resultado de experimentar las sanidades generales y específicas, fueron capacitados para recibir la visión en cuanto a quién es el Señor.

LA REVELACION ACERCA DE CRISTO

  En el versículo 27 el Señor preguntó a Sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que soy Yo?” Como hombre, Cristo no sólo era un misterio para aquella generación, sino también para la gente de hoy. A la pregunta del Señor, los discípulos replicaron: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas” (v. 28). Esto indica que sin la revelación celestial, lo único que la gente puede comprender en cuanto a Jesús es que El es el mayor de los profetas; nadie sabía que en efecto El era el Cristo.

  El versículo 29 dice: “Entonces El les preguntó: Pero vosotros, ¿quién decís que soy? Respondiendo Pedro, le dijo: ¡Tú eres el Cristo!” Pedro tomó la iniciativa y declaró que Jesús era el Cristo. No habló del Señor de manera simple y general diciéndole que El era Cristo, un ungido, sino que le dijo: “Tú eres el Cristo”. Es posible que este término no sea tan significativo para nosotros hoy como lo fue en el tiempo de los discípulos. Pedro declaró que Jesús era el Cristo, el Ungido, el Mesías.

  Cuando Pedro afirmó que Jesús era el Cristo, es muy posible que no lo haya entendido. No obstante, vio que aquella persona no era común ni corriente. Comprendió algo muy específico acerca del Señor: que El era el Cristo, el Ungido de Dios, el Mesías. Como dijimos, para que Pedro pudiera recibir esta visión fue necesario que él, junto con los otros discípulos, pasara por los diversos pasos narrados en los capítulos anteriores y fuese llevado a la etapa donde recibiría la visión acerca de la persona de Cristo.

LA REVELACION ACERCA DE LA CRUCIFIXION Y LA RESURRECCION

  Después de que Pedro declarara que Jesús es el Cristo, el Señor “les mandó que a nadie hablaran de El” (v. 30). Luego, “comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer muchas cosas, y ser rechazado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días” (v. 31). Después de la revelación del misterio acerca de Cristo, se revela Su crucifixión y Su resurrección. Cristo tenía que ir al centro religioso, pasar por la crucifixión y entrar en la resurrección para cumplir el propósito de Dios.

  En el versículo 31, el Señor manifestó algunos de los misterios de la economía de Dios que tienen que ver con Su persona como el Cristo, el Ungido de Dios. Además, también se refiere a Sí mismo como el Hijo del Hombre. Después de que Pedro tuvo la visión de que Jesús el nazareno es el Cristo, el Señor le reveló que El, el Ungido de Dios, también es el Hijo del Hombre. Comprender que el Mesías es el Hijo del Hombre es de suma importancia.

  En el versículo 31 el Señor reveló que el Mesías, el Hijo del Hombre, tenía que sufrir y ser rechazado. En lugar de que se le honrara, respetara y exaltara, sería humillado, despreciado y rechazado. El Señor dijo que sufriría muchas cosas, que sería rechazado por los ancianos, por los principales sacerdotes y los escribas, y que aun sería inmolado.

PEDRO REPRENDE AL SEÑOR Y EL SEÑOR REPRENDE A PEDRO

  La revelación del rechazo, el sufrimiento y la muerte que experimentaría Cristo debe haber sorprendido sobremanera a Pedro. Esta revelación debe haber dejado una fuerte impresión en él. Sin duda, a Pedro jamás se le hubiera ocurrido que el Mesías sería perseguido y ejecutado. Desde su juventud, habiendo crecido entre los judíos, había oído mucho acerca del Mesías. Seguramente esperaba que éste sería honrado, exaltado y muy respetado. Nunca había oído que sufriría y sería muerto.

  Al final del versículo 31, el Señor Jesús dice claramente que El, el Cristo, resucitaría después de tres días, y habló brevemente de Su resurrección. Sin embargo, es posible que lo que dijo en cuanto a que se levantaría de entre los muertos no dejara una impresión en Pedro. Este no entendía en absoluto lo que eso significaba; o no oyó estas palabras o no comprendió su significado.

  En 8:32 dice que el Señor “esto les decía claramente”. Este versículo también dice que “Pedro le tomó aparte y comenzó a reprenderle”. ¡Pedro se atrevió a reprender al Señor Jesús! A una persona se le reprende cuando está equivocada y necesita ser corregida; de otro modo, no necesita ni reprensión ni corrección. El hecho de que Pedro reprendiera al Señor indica que pensaba que el Señor se había equivocado al decir que el Mesías sería despreciado, sufriría persecución y sería muerto. Pedro parecía decir: “Señor, ¿de qué hablas? Tú eres el Mesías. Te equivocaste al decirnos que el Mesías será despreciado, rechazado y muerto. Tengo que corregirte en cuanto a esto”.

  Según el versículo 32, Pedro incluso tomó al Señor aparte y lo reprendió. Evidentemente Pedro se esforzaba por adiestrar al Señor, por enseñarle, abrirle los ojos para que viera lo que él veía. Sólo el Evangelio de Marcos presenta el detalle del hecho de que Pedro tomara aparte al Señor. Marcos recibió directamente de Pedro la narrativa en cuanto a esto. El propio Pedro debe haberle contado a Marcos que tomó aparte al Señor y comenzó a reprenderle.

  ¿Permitió el Señor que Pedro le reprendiera cuando éste le tomó aparte? Parece que sí. Sin embargo, después de que Pedro comenzó a hacerlo, el Señor le reprendió a él. Pedro intentó corregir al Señor, pero el Señor lo corrigió a él.

  En el versículo 33 vemos la manera en que el Señor reprendió a Pedro: “Pero El, volviéndose y mirando a Sus discípulos, reprendió a Pedro, diciendo: ¡Quítate de delante de Mí, Satanás! Porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”. En los cuatro evangelios, ésta tal vez sea la reprensión más severa jamás expresada por el Señor Jesús. El percibió que no era Pedro sino Satanás el que quería impedir que tomara la cruz. Esto revela que nuestro hombre natural, el cual se rehúsa a tomar la cruz, es uno con Satanás. Cuando no ponemos nuestra mente en las cosas de Dios sino en las de los hombres, nos convertimos en Satanás, en una piedra de tropiezo para el Señor en cuanto al cumplimiento del propósito de Dios.

LA MENTE PUESTA EN LAS COSAS DE LOS HOMBRES

  En el versículo 33 el Señor dijo específicamente que Pedro no ponía la mente en las cosas de Dios, sino en las de los hombres. Esto tiene que ver con los malos pensamientos que se mencionan en 7:21. El corrupto corazón del hombre está lleno de malos pensamientos. Aquí el Señor Jesús parece decir a Pedro: “Pedro, tienes malos pensamientos en tu corazón; específicamente, con relación a lo que dije en cuanto a que seré inmolado. Primero pensaste, y luego me reprendiste. Esto indica que has puesto tu mente en las cosas del hombre caído y no en las de Dios”.

  Lo dicho por el Señor nos recuerda lo que Pablo expresó en Romanos 8:6: “Porque la mente puesta en el carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. No hay duda de que en esta ocasión Pedro puso la mente en la carne. Mientras pensaba en los sufrimientos y la muerte que experimentaría Cristo, tenía su mente en la carne.

IR EN POS DEL SEÑOR

  El versículo 34 dice: “Y llamando a la multitud y a Sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Ir en pos del Señor es tomarlo, experimentarlo, disfrutarlo y participar de El. Si deseamos obtenerlo de esta manera, al experimentarlo, disfrutarlo y participar de El, es necesario que nos neguemos a nosotros mismos. Si permanecemos, en vez de negarnos a nosotros mismos, el Señor desaparecerá. Si queremos obtenerlo, debemos hacernos a un lado, negarnos a nosotros mismos.

  En un mensaje anterior, donde expliqué cómo el Señor reveló la condición de nuestro corazón, afirmo que al final del capítulo siete no se resuelve nuestra condición interior; la solución se halla en el capítulo ocho. La solución consiste en que, como personas caídas que tienen un corazón maligno, necesitamos a Cristo. Es preciso que le sigamos, participemos de El, le disfrutemos y le experimentemos. Entonces El mismo será la “medicina” que sanará nuestro corazón malo. Así que, la solución a la condición de nuestro corazón maligno es el propio Cristo.

  En el capítulo ocho de Marcos se halla una revelación no sólo de la maravillosa persona de Cristo, sino también acerca de Su maravillosa muerte. En Su muerte, también nosotros fuimos crucificados, aniquilados, anulados. Por consiguiente, cuando participamos de Cristo, debemos negarnos a nosotros mismos; es decir, olvidarnos de nosotros mismos y hacernos a un lado.

SE NECESITAN LAS EPISTOLAS DE PABLO

  En realidad, se necesitan todas las epístolas del apóstol Pablo para poder explicar lo que dijo el Señor en cuanto a Su muerte. Sin la debida comprensión de dichas epístolas, no podremos entender cabalmente lo que el Señor dijo en 8:34-37. Según lo que ellas revelan, Cristo experimentó el proceso de la muerte por Dios y por nosotros. Su muerte puso fin a los pecados, a nuestra naturaleza pecaminosa, al yo, a nuestra carne, a la vieja creación, al Diablo, al mundo y a todas las ordenanzas. Por medio de Su muerte que le pone fin a todo, a nosotros también se nos dio fin. Ahora, si queremos disfrutar a Cristo y participar de El, es necesario comprender que ya se nos dio muerte. Con base en el hecho de que fuimos crucificados con Cristo (Gá. 2:20), debemos negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguir al Señor.

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