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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Romanos»
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Mensaje 34

LIBRADOS DEL PECADO, DE LA LEY Y DE LA CARNE

  Lectura bíblica: Ro. 5:19; 6:3, 6, 18; 7:18-19, 7:19-20, 22-23, 25; 8:12

  En el mensaje anterior vimos que el pensamiento central del libro de Romanos consiste en que Dios transforma a los pecadores haciéndolos hijos con el fin de formar con ellos el Cuerpo de Cristo. Éste es el concepto básico de este libro, y no la justificación por fe. Si no tenemos esta perspectiva, recibiremos un entendimiento muy superficial del libro de Romanos. Finalmente, este libro no es simplemente para nuestra salvación personal; es para la formación del Cuerpo de Cristo.

CUATRO ESTACIONES

  En el libro de Romanos encontramos cuatro estaciones: la justificación, la santificación, el Cuerpo y las iglesias. Cada cristiano se encuentra en una de ellas. Muchos cristianos verdaderos se han detenido en la estación de la justificación. Ellos han sido redimidos, justificados, reconciliados y salvos, pero han detenido su jornada cristiana en la justificación. Parece que están satisfechos con eso y no desean oír nada adicional. En el pasado he hablado con muchos cristianos acerca de buscar más del Señor y avanzar con Él. Pero algunos han dicho: “¿No es suficiente con ser salvo? Ya soy salvo, la sangre de Jesús me redimió, he sido regenerado y soy un hijo de Dios. Un día iré al cielo. Por favor, no me moleste con nada más”. Una gran cantidad de verdaderos cristianos se detiene en esta estación.

  Sin embargo, por la gracia del Señor, otros cristianos persiguen lo que llamamos la vida más profunda o la vida interior. La justificación sola no les satisface, y por eso persiguen algo adicional, algo más alto, rico y profundo. Dichos creyentes finalmente llegan a la estación de la santificación descrita en Romanos 8.

  Después de la segunda guerra mundial, algunos de los santos que se encontraban en la segunda estación, empezaron a hablar mucho acerca del Cuerpo. Según el libro de Romanos, el capítulo 12 es la estación de la vida apropiada del Cuerpo. Sin embargo, para muchos cristianos este capítulo en realidad no se refiere a la estación del Cuerpo, sino a la estación de hablar acerca del Cuerpo. Así que, podemos llamar a estos creyentes, “los que hablan acerca del Cuerpo”. Cuando llegué a este país, me sorprendió grandemente lo mucho que se hablaba acerca del ministerio del Cuerpo. Más tarde descubrí que lo que querían decir por ministerio del Cuerpo era que varios predicaban uno por uno, en lugar de que uno solo predicara. Aunque los cristianos hablan mucho acerca del Cuerpo, ¿dónde está el Cuerpo? Cuanto más ellos hablan acerca del Cuerpo, más divisiones causan. Antes de 1945 no existían tantas divisiones en los Estados Unidos como hoy en día; pero desde entonces, cientos de pequeños grupos empezaron a formarse, y ellos, en su mayor parte, hablaban acerca del Cuerpo.

  No tenemos el Cuerpo simplemente por hablar de él. La única manera de experimentar el Cuerpo de manera real es en las iglesias locales. Si usted no tiene la vida de iglesia, ¿cómo puede tener el Cuerpo? Así que, junto con la tercera categoría de cristianos, esto es, los que hablan acerca del Cuerpo, hay una cuarta categoría: aquellos que ponen en práctica la vida de iglesia. Ésta es la cuarta estación presentada en el libro de Romanos.

  ¿En cuál de estas cuatro estaciones se encuentra usted? Yo tengo la plena seguridad de que estoy en la cuarta estación. Dios ha estado transformando a los pecadores en hijos de Dios, y sigue haciéndolo. Estos hijos de Dios son los miembros que constituyen el Cuerpo de Cristo para expresarle. Ya vimos que Dios está en Cristo, Cristo está en Su Cuerpo, y Su Cuerpo está en las iglesias locales. Éste es el concepto básico y el pensamiento central del libro de Romanos. Si no lo vemos, sufrimos de miopía espiritual.

RESOLVER EL PROBLEMA DE LO QUE HEMOS HECHO Y DE LO QUE SOMOS

  Dios primeramente tenía que resolver el problema de nuestros hechos pasados antes de realizar la tarea de hacer de los pecadores hijos Suyos para formar con ellos el Cuerpo de Cristo. ¿Aún recuerda las cosas que usted hizo antes de ser salvo? Si usted me hiciera esta pregunta, yo le contestaría: “Por favor, no me recuerde eso. Lo que yo hice en el pasado fue demasiado sucio, maligno y detestable. No quiero hablar acerca de ello”. Si usted piensa que sus hechos pasados no fueron tan malos, permítame preguntarle si usted alguna vez robó algo. Cuando alguien me dice cuán bueno es, yo le pregunto si alguna vez ha robado. Ninguno de nosotros puede jactarse de su pasado. Dios no puede aceptarnos como Sus hijos por causa de nuestro pasado tan maligno; por eso, Él tiene que terminar con él.

  Dios resolvió no sólo el problema de lo que hemos hecho, sino también el que corresponde a lo que somos. Aun después de ser salvos no somos tan buenos. Todos causamos problemas para los demás. La esposa es un problema para el esposo, y el esposo es un problema para la esposa. Los hijos causan problemas para los padres, y los padres, para los hijos. Yo soy un problema para mis vecinos, para mis parientes políticos y para mi querida esposa e hijos. ¡Gracias a Dios que Él resuelve el problema de lo que somos!

  La muerte de Cristo en la cruz termina con todos nuestros hechos pasados, y el Cristo resucitado que vive en nosotros se encarga de lo que somos. Mediante Su muerte obtuvimos la justicia y, como resultado, estamos justificados ante Dios. Por medio de esto, el problema de nuestro pasado fue resuelto. Ahora Cristo vive en nuestro interior, forjando la santidad de Dios en nuestro ser para efectuar en nosotros una santificación subjetiva. La muerte de Cristo nos trajo la justicia de Dios, pero el hecho de que Cristo more en nosotros forja la santidad de Dios dentro de nuestro ser. De esta manera Él resuelve el problema de lo que somos. Al terminar con nuestro pasado mediante Su muerte y al resolver el problema de lo que somos al vivir en nosotros, Él transforma pecadores en verdaderos hijos de Dios.

  Por maravilloso que esto sea, todavía no es el final del proceso, pues en Su venida el Señor nos glorificará. Él introducirá nuestro cuerpo mortal en la gloria de Dios, transfigurando nuestro cuerpo de muerte en un cuerpo de gloria. En aquel momento seremos introducidos en la plena filiación. Su muerte obtuvo la justicia de Dios a nuestro favor, Su vivir en nosotros forja la santidad de Dios dentro de nuestro ser, y Su venida nos introducirá en la gloria divina a fin de que participemos de la plena filiación.

LA EXPERIENCIA DE ESTAR EN ADÁN Y EN CRISTO

  En el mensaje anterior indicamos que en Romanos 5 estamos en Adán, en Romanos 6 estamos en Cristo, en Romanos 7 estamos en la carne y en Romanos 8, en el espíritu. Si estamos en la carne, tenemos la experiencia de estar en Adán; si estamos en el espíritu, tenemos la experiencia de estar en Cristo. El Adán del capítulo 5 es experimentado en la carne, esto es, en el capítulo 7, y el Cristo del capítulo 6 es experimentado únicamente en el espíritu, es decir, en el capítulo 8. Sin el capítulo 7 no tenemos la experiencia de estar en Adán. Un niño recién nacido ciertamente está en Adán, mas no podemos ver en él la experiencia de estar en Adán. No obstante, cuanto más maduramos, más tenemos la experiencia de estar en la carne. Todo lo que hemos heredado en Adán lo experimentamos de una manera concreta en la carne. Cuando vivimos en la carne, experimentamos todas las riquezas de Adán. Madres, aunque ustedes amen a sus pequeños bebés, ellos no son otra cosa que un gran almacén de las riquezas de Adán. Si no creen esto, sólo esperen veinte años más. Durante esos años las riquezas de Adán se les mostrarán gradualmente. Entonces dirán: “El hermano Lee tenía razón. Hace veinte años él dijo que este bebé era un almacén de las riquezas de Adán. En aquel tiempo no le creí, pero ahora, después de veinte años de experiencia, he sido convencida. Todas las riquezas de Adán estaban de hecho almacenadas en ese pequeño bebé”. Experimentamos lo que tenemos en Adán al estar en la carne.

  Según el mismo principio, experimentamos el hecho de estar en Cristo solamente al estar en el espíritu. Cuando andamos conforme al espíritu, experimentamos todas las riquezas de Cristo, las cuales son mucho mayores que las de Adán. Sin embargo, para experimentarlas, debemos andar conforme al espíritu.

PUESTOS EN CRISTO

  Romanos 5:19 dice: “Por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores”. Es posible pensar que por ser salvos hemos dejado de ser pecadores. En cierto sentido estoy de acuerdo con eso. No obstante, aún tenemos el elemento pecaminoso de nuestra antigua constitución. Somos pecadores constituidos con el pecado. No somos pecadores porque hemos pecado. Al contrario, somos pecadores porque fuimos constituidos con el pecado. Aun antes de haber nacido, ya éramos pecadores. Sin importar si somos buenos o malos, todos los hombres fuimos constituidos pecadores.

  Romanos 6:3 dice que fuimos bautizados en Cristo Jesús, lo cual significa que fuimos introducidos en Él. Nacimos en Adán, pero fuimos introducidos en Cristo. Nacimos en el dominio, la esfera y el elemento de Adán, pero fuimos trasladados al dominio, a la esfera y al elemento de Cristo. Éste es un hecho que no depende de nuestros sentimientos. Cuando digo que usted nació en Adán, puede ser que usted argumente: “Yo no siento que haya nacido en Adán”. No importa si lo siente o no, es un hecho. Por ejemplo, es un hecho que yo estoy en los Estados Unidos, aunque yo sienta que estoy en Taiwán. En esto podemos ver que nuestros sentimientos pueden ser engañosos. Yo puedo sentir que soy un rey, pero en realidad no soy un gran hombre. Quizás sienta que soy muy bueno, pero es posible que en realidad sea muy deficiente. En cuanto a los hechos espirituales, no debemos depender de nuestros sentimientos.

  En Romanos 6 se encuentra el hecho de que todos nosotros fuimos introducidos en Cristo. ¿Está usted ahora en Cristo? Algunos podrían contestar: “Puede ser que yo esté en Cristo, pero no lo siento así. ¿Cómo podría decir que estoy en Cristo si perdí la paciencia hace sólo una hora? Si mi comportamiento fue tan malo hace apenas una hora, ¿cómo puedo estar en Cristo ahora?”. Pero basándonos en el hecho presentado en Romanos 6, debemos declarar: “¡Amén, yo estoy en Cristo!”. En Romanos 6 tenemos el hecho de que fuimos introducidos en Cristo. Nos guste o no, lo sintamos o no, eso no importa. El hecho sigue siendo el mismo: estamos en Cristo.

NUESTRO VIEJO HOMBRE FUE CRUCIFICADO CON CRISTO

  Romanos 6:6 dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él para que el cuerpo de pecado sea anulado, a fin de que no sirvamos más al pecado como esclavos”. Por medio de la muerte de Cristo, nuestro viejo hombre fue terminado. Incluso ya ha sido sepultado. ¿Sabe usted que su viejo hombre fue crucificado y sepultado juntamente con Cristo? Si creemos que estamos en Cristo, entonces debemos también creer que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él. Ya sea que sintamos o no que esto es así, es un hecho verdadero que nuestro viejo hombre está muerto y sepultado. Por lo tanto, Pablo dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él”. En Cristo, nuestro viejo hombre fue hecho a un lado.

EL CUERPO DE PECADO FUE ANULADO

  Ya que nuestro viejo hombre fue crucificado y sepultado, “el cuerpo de pecado” fue “anulado” (6:6). Por causa de la caída, nuestro cuerpo es un cuerpo de pecado. Como tal, sirve sólo para cometer pecados. En este cuerpo no hay nada sino pecado. Por lo tanto, en 7:19 y 20 Pablo dice: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso practico. Mas si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí”. El pecado que mora en nuestro cuerpo hace que éste sea “el cuerpo de pecado”. Por más cansados que estemos, nuestro cuerpo es muy activo siempre que se le presenta la oportunidad para pecar. Por ejemplo, algunas personas pueden participar en juegos de azar durante tres días y noches sin comer ni dormir apropiadamente. Pero no existe un empleado que pueda trabajar por setenta y dos horas sin dormir; al contrario, se quejaría si fuera obligado a hacerlo. Sin embargo, en una mesa de apuestas, nadie jamás se queja de cansancio, pues todos son muy vigorosos debido a su cuerpo de pecado. Nunca he sabido de un apostador que haya dicho que está cansado y que quiere retirarse a descansar. Aun si su esposa le rogara que regresara a casa, él se quedaría jugando varias horas más. Esto indica que el cuerpo nunca se cansa de pecar, aunque pueda cansarse fácilmente de hacer otras cosas. Cuando los padres le encargan a sus hijos hacer su tarea escolar, los hijos a menudo dicen: “Oh, estoy muy cansado, y además no me siento bien”. Pero en cuanto a hacer lo pecaminoso, su cuerpo está lleno de energía.

  Ya que nuestro viejo hombre fue sepultado con Cristo, el cuerpo de pecado ha quedado desempleado. Ha sido anulado ya que la persona pecaminosa, el viejo hombre, fue crucificado. El cuerpo no es la persona pecaminosa, sino el instrumento pecaminoso, el medio por el cual una persona hace cosas pecaminosas. Pero una vez que la persona sea sepultada, el cuerpo de pecado queda desempleado. Esto quiere decir que hemos sido librados del pecado. Ya que nuestro viejo hombre fue crucificado y sepultado con Cristo, estamos libres del pecado. Éste es el asunto principal de Romanos 6.

EL PROBLEMA DE LA LEY

  En el momento de la caída del hombre, el pecado entró en él. Sin embargo, el hombre no se dio cuenta de cuán pecaminoso era. Esto hizo necesario que Dios le diera la ley, con el fin de exponer la pecaminosidad del hombre. Aunque la ley no debería haber sido un problema para el hombre, no obstante, llegó a serlo. La intención de Dios al darle al hombre la ley, era ponerlo al descubierto y convencerlo de su pecaminosidad. Pero aunque el hombre fue expuesto por los requisitos de la ley, aun así se rehusó a admitir que era pecaminoso. En lugar de eso, usó la ley de una manera inadecuada, como queriendo decir: “La ley es excelente. Por tanto yo cumpliré con todos sus requisitos”. La intención de Dios era usar la ley para poner de manifiesto al hombre, pero el hombre pensó que él podía guardarla. No obstante, el propósito con el cual Dios dio la ley fue cumplido: cuanto más el hombre ha tratado de guardar la ley, más la ha quebrantado, y mientras más la ha quebrantado, más ha quedado puesto al descubierto. Por lo tanto, no sólo tenemos el problema del pecado, sino también el de la ley.

  Ya vimos que el problema del pecado queda resuelto en Romanos 6, pero ¿cómo podemos resolver el problema de la ley? En Romanos 7 encontramos la manera de librarnos de la ley. Descubrimos que así como nos libramos del pecado, nos libramos de la ley, a saber: somos librados mediante la muerte del viejo hombre. En el capítulo 6 nuestro viejo hombre es el pecador, pero en el capítulo 7 este viejo hombre asume el papel de esposo. El viejo hombre no debía haber asumido el papel de esposo; en realidad debería ser esposa. El viejo hombre no mantuvo su propia posición, la de esposa, sino que asumió la posición de esposo. ¡Alabado sea el Señor porque el viejo hombre, como pecador y esposo pretendido, ha sido crucificado y sepultado! Ahora estamos libres del pecado y de la ley. Este asunto es presentado en la primera parte de Romanos 7.

EL PROBLEMA DE LA CARNE

  En la segunda parte de este capítulo encontramos otro problema: la carne. El pecado hizo que nuestro cuerpo se convirtiera en un cuerpo de carne pecaminosa. Así que, junto con el problema del pecado, tenemos el problema del cuerpo caído, esto es, la carne pecaminosa. Nuestro cuerpo caído no es bueno en absoluto; se ha convertido en carne. En 7:18 Pablo dice: “Pues yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien”. Apoyando por completo la ley de Dios, Pablo deseaba honestamente hacer el bien y guardar la ley, pero descubrió que su carne, la cual era contraria a su deseo, le frustraba mucho. En Romanos 7:22-23 él dice: “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que está en guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. Y en 7:25 añade: “Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”. Todos necesitamos ser librados del pecado, de la ley y de la carne, o sea, de todo lo que vino como resultado de la caída.

LIBRADOS DE LA CARNE AL ANDAR CONFORME AL ESPÍRITU

  Como hemos visto, Romanos 5 dice que nosotros fuimos constituidos pecadores. Como tales, tenemos los problemas del pecado, de la ley y de la carne. Somos librados del pecado mediante la crucifixión de nuestro viejo hombre, de la persona pecaminosa. Somos librados de la ley por la crucifixión de nuestro viejo hombre, de aquel que asume indebidamente el papel de esposo. Encontramos la manera de ser librados de la carne en Romanos 8, donde vemos que somos librados de la carne al andar conforme al espíritu. Cuando andamos conforme al espíritu, espontáneamente somos librados de la carne. Pero si no andamos conforme al espíritu, permanecemos en la carne, aunque podamos ser libres del pecado y de la ley. La única manera de librarnos de la carne es estar en el espíritu y andar conforme a él.

  En los capítulos del 5 al 8 vemos cuatro asuntos principales. El asunto principal del capítulo 5 es que nosotros fuimos constituidos pecadores. En el capítulo 6 el asunto principal es que nuestro viejo hombre fue crucificado y, por lo tanto, fuimos librados del pecado. En el capítulo 7 lo principal consiste en que nuestro viejo esposo fue crucificado y que fuimos librados de la ley. Y lo principal del capítulo 8 es que cuando estamos en el espíritu y andamos conforme a él, somos librados de la carne y ya no le debemos nada. “Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne” (8:12).

  Necesitamos aplicar esto a nuestra vida diaria. Supongamos que ofendo a un hermano mientras trabajo con él. Por un lado, yo lo amo sinceramente, pero por otro, no puedo evitar ofenderlo. Después de ofenderlo, mi conciencia me molesta; entonces voy al Señor, le confieso mi falta, recibo Su perdón, y Su sangre me limpia. Inmediatamente después de eso, hago una determinación y digo: “Jamás volveré a actuar de esta manera. De ahora en adelante nunca volveré a dirigirme a este hermano de la forma en que lo hice”. Luego me arrodillo y oro: “Oh, Señor, Tú me has perdonado. Señor, te pido que de ahora en adelante Tú me ayudes a nunca volver a hacer esto otra vez”. Poco después de orar de esta forma, regreso a trabajar con este hermano. Por alguna razón, el trabajar con él esta vez me resulta insoportable, por lo que después de unos minutos pierdo la paciencia y cometo el mismo error. De nuevo me arrepiento, confieso, pido perdón, y aplico la sangre, pero esta vez me siento avergonzado por haber fallado a la resolución que había hecho y empiezo a sentir que esta manera no funciona. No obstante, más tarde durante ese día vuelvo a tomar la determinación de intentarlo de nuevo y pido al Señor que me ayude una vez más.

  Romanos 7:18 dice: “El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo”. El querer hacer el bien y nunca perder la paciencia está siempre en nosotros. Sin embargo, no somos capaces de cumplir eso que queremos. En 7:19 Pablo dice: “Porque no hago el bien que quiero”. La manera en que me relacioné con el hermano en el ejemplo antes mencionado, fue espiritual sólo a medias, pues acudí por una parte a la misericordia y a la gracia, y por otra, a la ley. Hice una confesión, apliqué la sangre y le pedí al Señor perdón. Todo esto tiene que ver con la gracia. Pero después hice una determinación de hacer el bien y oré pidiendo éxito. Hice esto de acuerdo con la ley. Al confesar y aplicar la sangre, acudí a Romanos 3 y 4, lo cual fue correcto; pero cuando quería hacer el bien, o sea, cuando hice la determinación de ejercitar mi voluntad, acudí a Romanos 7. Todo cristiano ha cometido este error, tal vez cientos o aun miles de veces. Cuando era joven yo cometía este error hasta cincuenta veces en un solo día. Siendo uno que verdaderamente buscaba la santidad, descubrí que a menudo tenía pensamientos impuros. Por ejemplo, yo podía estar hablando amablemente con un hermano externamente, pero en mi interior sentía antipatía o incluso desprecio hacia él. Como esto era pecaminoso, más tarde oraba: “Oh Dios, Padre mío, perdóname por despreciar a mi hermano en mi corazón. Límpiame con Tu sangre. De ahora en adelante ayúdame a no hacer esto más”. Luego hablaba con otro hermano, y volvía a suceder lo mismo. No obstante, cuando no oraba al Señor de esta manera, no me sentía perturbado; y aun si trataba de despreciar a un hermano, no podía hacerlo. Pero después de orar acerca de ello, empezaba a despreciar a los hermanos. Esta situación continuó por años. Un día descubrí que había estado viviendo en Romanos 7. El querer hacer el bien estaba en mí, pero no el hacerlo.

  ¿Qué debemos hacer entonces? No debemos ejercitar más nuestra voluntad. Sin embargo, no es fácil dejar de hacerlo. Siempre que sea tentado a ejercitar su voluntad, debe decir: “Diablo, apártate de mí. No dejaré que me engañes ni te escucharé”. En lugar de ejercitar nuestra voluntad, debemos poner nuestra mente en el espíritu. Ésa es la clave. Debemos practicar sólo esto: poner nuestra mente en el espíritu y andar conforme a él. No se preocupe de los que sucederá si algún hermano lo impacienta. Si usted sigue ejercitando su voluntad, fracasará, pero si pone su mente y todo su ser en el espíritu, y actúa de acuerdo con el espíritu, será librado de la carne de una manera práctica. ¡Qué diferencia tan grande usted verá en su vivir diario! Necesitamos practicar esto. No debemos permanecer en Romanos 5, 6 ni 7, sino en Romanos 8 donde ponemos nuestra mente en el espíritu, y vivimos, andamos y nos comportamos conforme a nuestro espíritu. Entonces experimentaremos una plena liberación del pecado, de la ley y de la carne.

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