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Mensaje 5

LA JUSTIFICACIÓN SEGÚN DIOS

  Lectura bíblica: Ro. 3:21-31

  En este mensaje llegamos a la sección que trata de la justificación, una verdad llena de significado (3:21–5:11). Dios levantó a Martín Lutero para que librara una feroz batalla a favor de la justificación, una gran verdad doctrinal de la Biblia. Aunque Lutero contendió por la verdad de la justificación, nos toca a nosotros entender la manera en que la justificación se relaciona con la propiciación, la redención y la reconciliación. En este mensaje abarcaremos todos estos términos y trataremos de explicarlos claramente. No obstante, primero necesitamos tomar en cuenta qué es la justicia de Dios.

I. LA JUSTICIA DE DIOS

A. Dios en relación con la equidad y la rectitud

  ¿Qué es la justicia de Dios? Podemos decir que la justicia de Dios es lo que Dios es en relación con la equidad y la rectitud (Ro. 3:21-22; 1:17; 10:3; Fil. 3:9). Dios es justo y recto. La justicia de Dios es todo lo que Él es en Su equidad y rectitud. Lo que Él es en Su equidad y rectitud en realidad es Su persona. Por lo tanto, la justicia de Dios es Dios mismo, es una persona, y no simplemente un atributo divino.

B. Cristo es la justicia de Dios para los creyentes

  Muchos cristianos afirman erróneamente que ellos poseen la justicia de Cristo. Nosotros no debemos decir esto. Nuestra justicia no es la justicia de Cristo, sino Cristo mismo. La persona de Cristo, y no el atributo de Su justicia, es lo que nos ha sido hecho la justicia de Dios (1 Co. 1:30). No debemos decir que la justicia de Cristo ha llegado a ser nuestra justicia, sino que Cristo mismo es nuestra justicia. Nuestra justicia ante Dios es la persona viviente de Cristo, y no el atributo de Su justicia. La justicia de Cristo es nuestra. En otras palabras, Dios hizo a Cristo, quien es la corporificación de Dios, nuestra justicia.

C. Los creyentes son hechos la justicia de Dios en Cristo

  En 2 Corintios 5:21 vemos que los creyentes son hechos la justicia de Dios en Cristo. Pablo no dice que los creyentes son hechos justos, sino que son hechos justicia. Fuimos hechos la justicia de Dios en Cristo. Éste es un asunto muy profundo. ¿Cómo podemos nosotros llegar a ser la justicia de Dios? Cristo lo logra al forjarse en nosotros. Hemos visto que Cristo es la corporificación de Dios, y que la persona viviente de Dios es justicia. Por lo tanto, la justicia, Dios y Cristo son una misma entidad. La justicia de Dios es Dios mismo. El hecho de que este Dios esté corporificado en Cristo hace que Cristo sea la justicia de Dios. Cristo fue forjado en nosotros, y nosotros fuimos puestos en Él. Fuimos mezclados con Cristo, lo cual nos hizo uno con Él. De esta manera, llegamos a ser la justicia de Dios. Pablo declara: “Porque para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Puesto que Cristo ha sido forjado en nosotros, podemos decir juntamente con Pablo: “Porque para mí el vivir es Cristo”. Supongamos que tenemos un vaso de agua. Cuando añadimos té al agua y lo mezclamos, el agua deja de ser agua simple y se convierte en té. De la misma manera, cuando Cristo se forja en nuestro ser, llegamos a ser uno con Él.

  La justicia de Dios no sólo es Dios mismo con Su equidad y rectitud, ni tampoco es solamente la persona viviente de Cristo; incluso nosotros, quienes fuimos hechos uno con Cristo, somos la justicia de Dios. La persona viviente de Cristo, la misma justicia de Dios, ha sido forjada en nuestro ser, y nosotros hemos sido puestos en Él. Por lo tanto, hemos sido hechos la justicia de Dios. Debido a esto tenemos que proclamar: “Yo soy la justicia de Dios; he sido justificado. Dios es la justicia y yo también lo soy. Yo soy la justicia de Dios en Cristo. Yo soy lo mismo que Dios es. He sido plenamente justificado. Dios y yo nos identificamos por completo. Yo apruebo a Dios y Él me aprueba a mí; nos aprobamos mutuamente”. Esto es la justificación por la fe.

  Algunos podrían pensar que no debemos decir que nosotros aprobamos a Dios. No obstante, todos nosotros tenemos que aprobarle. Dios desea ser juzgado y aprobado por nosotros (Ro. 3:4). De manera que, podemos decir a Dios: “Tú nos has aprobado, y nosotros te aprobamos a Ti”.

D. La justificación: ser aprobados conforme a la norma de la justicia de Dios

  ¿Qué es la justificación? La justificación es el resultado de haber sido aprobados por Dios en conformidad con Su norma de justicia. La norma es Su justicia, no la nuestra. Aunque pensemos que somos justos, nuestra justicia sólo alcanza medio centímetro. Por muy justos que seamos o por muy justos que nos creamos, cuando mucho nuestra justicia medirá uno o dos centímetros. Cuánto mide la justicia de Dios? ¡Es ilimitada! ¿Cree usted que Dios puede aprobarnos basándose en nuestra propia justicia? Es imposible. Es posible que uno actúe rectamente con todos los que le rodean, con sus padres, sus hijos y sus amigos, pero esa justicia jamás será capaz de justificarlo ante Dios. Uno podrá justificarse conforme a su propia norma de justicia, pero dicha norma no lo capacitará para ser justificado por Dios conforme a Su norma. Necesitamos ser justificados por la fe. Ser justificados ante Dios por la fe significa ser aprobados por Él conforme a la norma de Su justicia.

  ¿Cómo puede Dios justificarnos de esta manera? Lo puede hacer porque se basa en la redención de Cristo. Somos justificados cuando la redención de Cristo es aplicada a nosotros. Si no hubiera tal redención, le sería imposible a Dios justificarnos. La redención es la base de la justificación.

II. LA OBRA REDENTORA DE CRISTO

A. La expiación hallada en el Antiguo Testamento

  Cuando llegamos al tema de la obra redentora de Cristo, es necesario examinar la expiación efectuada en el Antiguo Testamento (Lv. 16:34; 25:9).

1. La expiación

  La reconciliación con Dios en el Antiguo Testamento se efectuó por medio de la expiación (Lv. 25:9; Nm. 5:8). La expiación significa que se ha establecido una relación de paz entre Dios y nosotros debido a que han sido satisfechos Sus justos requisitos.

2. La cubierta expiatoria del arca

  La cubierta expiatoria era la tapa del arca (Ex. 25:17-22; Lv. 16:14; He. 9:5). Bajo esta cubierta estaba guardada la ley, la cual era llamada el testimonio de Dios (Ex. 25:21). ¿Por qué se le llamaba el testimonio de Dios? Porque la ley da testimonio de lo que Dios es. La ley de Dios da pleno testimonio de Él y lo expresa por completo. Sobre la cubierta expiatoria estaban los querubines de gloria, los cuales representaban la expresión de Dios (Ex. 25:19-20; He. 9:5; Ro. 3:23). Por lo tanto, debajo de la cubierta se encontraba el testimonio de Dios, que mostraba qué clase de Dios es Él, y encima de ella estaban los querubines de Su gloria, que expresaban Su gloria.

  La cubierta expiatoria era rociada con la sangre de la expiación (Lv. 16:14, cfr. 18). En el día de la expiación era derramada la sangre del sacrificio expiatorio, la cual se introducía en el Lugar Santísimo y se rociaba sobre la cubierta expiatoria. Esa sangre hablaba en favor del pueblo. Había un problema entre Dios y Su pueblo. Todos los hombres habían pecado y carecían de la gloria de Dios y, por ende, se originaron dos grandes problemas que separaban al hombre de Dios: el problema de los pecados y el problema de que el hombre carecía de Su gloria. No había forma de reconciliarse con Dios. Aunque el pueblo necesitara la gracia de Dios, y aunque Dios tuviera suficiente gracia que suministrarle, era imposible acercarse el uno al otro. La única forma de lograrlo fue la expiación. En los tiempos del Antiguo Testamento, la reconciliación, o la expiación, requería un sacrificio de sangre derramada, la cual era introducida en el Lugar Santísimo y rociada sobre la cubierta del arca. Como ya vimos, bajo la cubierta se encontraba la ley, que exponía y condenaba al pueblo cuando intentaba acercarse a Dios, y sobre la cubierta se hallaban los querubines de gloria, quienes observaban todo lo que ahí acontecía. Cuando la sangre expiatoria era rociada sobre la cubierta del arca, satisfacía los justos requisitos de la ley de Dios y las exigencias de Su gloria. Por lo tanto, sobre la cubierta expiatoria del arca, Dios pudo reunirse con el hombre, hablarle y tener comunión con él de una manera lícita, sin contradecir Su justicia ni Su gloria. Fue en ese lugar donde Dios y el hombre se hicieron uno. Ésta fue la expiación.

B. La redención en el Nuevo Testamento

1. La propiciación

  La expiación del Antiguo Testamento tipificaba la propiciación presentada en el Nuevo Testamento, donde ésta se menciona por lo menos cinco veces. En 1 Juan 2:2 y 4:10 se nos dice que el propio Cristo, el Hijo de Dios, es la propiciación por nuestros pecados. En ambos versículos la palabra propiciación en realidad significa “sacrificio”, y debería traducirse “sacrificio propiciatorio”. La palabra griega es ilásmos, la cual significa “lo que propicia”, es decir, un sacrificio propiciatorio. En 1 Juan 2:2 y 4:10 el Señor Jesús es el sacrificio propiciatorio por nuestros pecados. Otro vocablo griego relacionado con la propiciación es ilastérion, y podemos hallarlo en Hebreos 9:5 y Romanos 3:25. Esta palabra significa “el lugar donde fue hecha la propiciación.” Los libros de referencia más confiables indican que la palabra ilastérion, usada en estos dos versículos, significa “el lugar de la propiciación.” La versión King James usa las palabras asiento de misericordia, y en la Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento, esta palabra se traduce “asiento de misericordia” en Éxodo 25 y Levítico 16, refiriéndose al lugar donde Dios le concede misericordia al hombre. Así que, ilastérion es el lugar de la propiciación. Además, en Hebreos 2:17 se encuentra la palabra griega iláskomai, la forma verbal del sustantivo ilásmos. La versión KingJames traduce iláskomai usando la palabra reconciliar; sin embargo, debe traducirse “propiciar”. Cristo hace propiciación por nuestros pecados. En el Nuevo Testamento se menciona la propiciación cinco veces en relación a Cristo: dos veces se refiere a Cristo mismo como el sacrificio propiciatorio, otras dos ocasiones se refiere al lugar donde se realizaba la propiciación, y una vez se refiere a la acción propiciatoria de Dios.

  Además de estas cinco referencias respecto a la propiciación que se halla en el Nuevo Testamento, encontramos que esta misma raíz griega es usada en la oración del recaudador de impuestos en el templo (Lc. 18:13). La versión King James traduce lo que el recaudador de impuestos oró usando las palabras: Dios, ten misericordia de mí. Sin embargo, en el griego esto realmente significa: “Dios, sé propicio a mí. Soy pecaminoso ante Tu vista y necesito propiciación”.

  ¿Cuál es el significado de la propiciación? ¿Cómo podemos distinguirla de la redención y de la reconciliación? Si leemos el Nuevo Testamento cuidadosamente, descubriremos que la reconciliación incluye la propiciación. Sin embargo, existe una diferencia entre las dos. La propiciación implica que uno tiene algún problema con otra persona, debido a que le ha ofendido o le debe algo. Por ejemplo, si yo le ofendo a usted o le debo algo, tenemos un problema. Debido a esto, usted exige algo de mí, y si yo no satisfago esta exigencia, el problema no podrá resolverse. De manera que, existe la necesidad de una propiciación.

  La palabra griega ilásmos da a entender que yo le he ofendido a usted y, por eso, le debo algo. Existe un problema entre nosotros que constituye un obstáculo en nuestra relación. Por lo tanto, la propiciación tiene que ver con la relación entre dos personas: una persona ha ofendido a la otra y le debe algo y, por eso, debe hacer lo necesario para satisfacer las exigencias de la otra. Si el ofensor quiere aplacar al ofendido, tiene que satisfacer sus exigencias. La Septuaginta usa el término griego ilásmos en Levítico 25:9 y en Números 5:8 para traducir la palabra hebrea que [en español] se traduce “expiación”, porque ilásmos significa “conciliar dos personas y unirlas.” De esta manera, las dos personas llegan a ser uno.

  Cuando existe una separación entre dos personas y éstas procuran regresar a la unidad, es necesaria la propiciación. La propiciación significa hacernos uno con Dios porque ha ocurrido una separación entre nosotros y Él. ¿Cuál era el problema que nos mantenía alejados de Dios y qué nos impedía tener comunión directa con Él? El problema era nuestros pecados, los cuales nos mantuvieron lejos de la presencia de Dios e impidieron que Él viniera a nosotros. Por lo tanto, necesitábamos la propiciación para satisfacer las exigencias de Dios. Cristo realizó esta propiciación en la cruz ofreciéndose a Sí mismo como el sacrificio propiciatorio. En la cruz Él efectuó la propiciación por nosotros y nos regresó a Dios, haciéndonos uno con Él.

2. La redención

  ¿Cuál es la diferencia entre la propiciación y la redención? La palabra redimir implica volver a comprar algo que originalmente era suyo pero que se había perdido. Por ejemplo, este himnario me pertenece. Si yo lo perdiera y, al hallarlo, pagara de nuevo un precio para recuperarlo, lo estaría redimiendo. Así que, la redención significa volver a tomar posesión de algo al pagar un precio por ello.

  Nosotros originalmente pertenecíamos a Dios. Eramos posesión Suya, pero nos perdimos por causa del pecado. No obstante, Dios nunca renunció a nosotros, sino que pagó un gran precio para recuperarnos. Esto es la redención. Aun después de que nos habíamos perdido, Él deseaba recobrarnos. Pero esto no fue fácil para Él, porque cuando nos perdimos, nuestro ser se contaminó con el pecado y con muchas otras cosas negativas que eran contrarias a Su justicia, a Su santidad y a Su gloria. Debido a que estuvimos perdidos, teníamos muchos problemas con Dios en cuanto a Su justicia, Su santidad y Su gloria. Los requisitos de la santidad, justicia y gloria de Dios que pesaban sobre nosotros eran tan grandes que nos era imposible satisfacerlos. El precio era muy alto. Pero Dios lo pagó por nosotros, recuperándonos a un costo sumamente alto. Cristo murió en la cruz para efectuar nuestra redención eterna (Gá. 3:13; 1 P. 2:24; 3:18; 2 Co. 5:21; He. 10:12; 9:28). Su sangre obtuvo eterna redención para nosotros (vs. 12, 14; 1 P. 1:18-19).

3. La reconciliación

  El problema de ser un enemigo es mucho más serio que el que exige la propiciación. Si yo fuera su enemigo, la propiciación sería inadecuada. Para esto más bien yo necesitaría la reconciliación. Los pecadores necesitan propiciación, pero los enemigos requieren reconciliación. La enemistad constituye el problema más serio que existe entre Dios y el hombre. Cuando éramos enemigos de Dios, no sólo necesitábamos propiciación, sino también reconciliación. La propiciación se encarga principalmente del problema de los pecados, pero la reconciliación, además de los pecados, se ocupa de resolver la enemistad. Por lo tanto, la reconciliación incluye la propiciación. Romanos 5 nos dice que antes de ser salvos éramos pecadores así como enemigos de Dios. Como pecadores necesitábamos propiciación, y como enemigos nos hacía falta la reconciliación. La diferencia entre propiciación y reconciliación reside en que la propiciación resuelve el problema de los pecados, mientras que la reconciliación resuelve ambos problemas: los pecados y la enemistad.

  La reconciliación se basa en la redención efectuada por Cristo (Ro. 5:10, 11) y fue llevada a cabo por medio de la obra justificadora de Dios (2 Co. 5:18-19; Ro. 5:1, 11). Por lo tanto, la redención juntamente con la justificación produce la reconciliación.

  Principalmente hemos definido ciertos términos, tales como la justicia de Dios, la justificación, la propiciación, la redención y la reconciliación. Con la definición apropiada de estos términos, podemos entender el significado de ser justificado. Ahora nos centraremos en el estudio de la justificación.

III. LA JUSTICIA DE DIOS SE HA MANIFESTADO

  ¿Qué es la justificación? La justificación es la manifestación de la justicia de Dios. Aunque la justicia de Dios siempre ha existido, no nos fue manifestada sino hasta que creímos en el Señor Jesús e invocamos Su nombre. En aquel momento la justicia de Dios se nos reveló. Cuando la justicia de Dios es revelada, se manifiesta, y esto sucede cuando creemos en el Señor Jesús. La manifestación de la justicia de Dios se menciona dos veces en el libro de Romanos. Romanos 1:17 dice que la justicia de Dios se revela por fe y para fe. Su justicia se revela a nosotros en el evangelio a partir de la fe, dando por resultado nuestra fe. Más tarde, Romanos 3:21 dice que aparte de la ley se ha manifestado la justicia de Dios, atestiguada por la ley y los profetas.

A. Aparte de la ley

  El hecho de que la justicia de Dios se manifieste aparte de la ley significa que no tiene nada que ver con ella. Nunca debemos confundir la justicia de Dios con la ley. Debemos entender que son dos asuntos completamente distintos y que no guardan ninguna relación entre sí. No podemos obtener la justicia de Dios por medio de la ley. En cuanto a la justicia de Dios, la ley ha caducado. La ley estuvo vigente durante la antigua dispensación. Pero ahora, sin la ley y aparte de ella, la justicia de Dios se ha manifestado por medio de la fe de Jesucristo.

B. Por medio de la fe de Jesucristo

  A muchos estudiantes de la Biblia les es muy difícil entender la frase la fe de Jesucristo (3:22). Unos dicen que esto se refiere a nuestra acción de creer en Jesucristo. Otros argumentan que se refiere a la fe de Jesús, y que Su fe llega a ser nuestra. Yo lo diría de la siguiente manera: la verdadera acción de creer en el Señor Jesús se efectúa por medio de la fe de Jesucristo. Creemos en Jesucristo por Su fe, pues nosotros no tenemos fe. Jesús es el Autor y Perfeccionador de nuestra fe (He. 12:2). Cuanto más nos observamos y más nos examinamos a nosotros mismos, más rápido desaparece nuestra fe. La fe no es invención nuestra y no puede ser iniciada por nosotros. Es imposible para nosotros generar la fe, porque es un aspecto de Cristo mismo. De hecho, la fe es el propio Cristo. Gálatas 2:20 dice que vivimos por la fe del Hijo de Dios. Yo no vivo por mi fe; en realidad, yo no tengo fe propia, sino que vivo por la fe del Hijo del Dios viviente, quien sí tiene fe y quien ha llegado a ser mi propia fe. Si usted se mira a sí mismo, nunca hallará fe, pero si se olvida de sí mismo y dice: “Oh Señor Jesús, te amo”, la fe inmediatamente surgirá en su interior. Esta fe es la fe de Jesús, o también podemos decir que es Jesús mismo que cree en nosotros. Por lo tanto, la expresión por la fe de Jesucristo se refiere al hecho de creer en Jesucristo por medio de Su fe.

  La justicia de Dios se manifiesta aparte de la ley al creer nosotros en Jesucristo por Su fe. Creemos en Cristo por Su fe, no por la nuestra. Cristo es nuestra fe. Nunca diga que no puede creer, porque sí lo puede hacer, siempre que así lo quiera. Pero no trate de creer por sí mismo, porque cuanto más trate de hacerlo, menos fe tendrá. Simplemente diga: “Oh Señor Jesús, te amo. Señor Jesús, eres tan bueno”. Si hace esto, la fe vendrá inmediatamente. Nosotros creemos en Jesucristo por Su fe, y procediendo de esta fe y para esta fe la justicia de Dios se revela a todo aquel que cree.

C. Satisface los requisitos de la justa ley de Dios y de Su gloria

  La justicia de Dios se ha manifestado para satisfacer los requisitos de Su justa ley y de Su gloria (Ro. 3:23). Cuando creemos en el Señor Jesús, recibimos la justicia de Dios, la cual cumple con todos los requisitos de Dios. En Romanos 3 vemos que los requisitos de Dios se clasifican en dos categorías: los de Su justicia y los de Su gloria. Pablo menciona claramente la ley de Dios y Su gloria. Todos hemos quebrantado la ley de Dios y todos carecemos de Su gloria. Por lo tanto, Romanos 3:23 dice que todos han pecado y carecen de la gloria de Dios.

  ¿Por qué Pablo repentinamente menciona la gloria de Dios? La respuesta se relaciona con el propiciatorio, o la cubierta propiciatoria, mencionado en el versículo 25. Es muy probable que mientras Pablo escribía esta porción de Romanos tuviera en mente el arca del testimonio, en especial la cubierta propiciatoria. Sobre esta cubierta estaban los querubines de gloria. Ya hicimos notar que debajo de la cubierta se hallaba la ley, la cual exponía la pecaminosidad de las personas y las condenaba, y sobre la cubierta se encontraban los dos querubines, los cuales representaban la gloria de Dios y observaban todo lo que hacía el pueblo. Debajo de la cubierta estaba la ley que expone, y sobre ella, los querubines que lo observaban todo. La ley que exponía y condenaba, representaba los justos requisitos de Dios establecidos en conformidad con Su ley, y los querubines que observaban representaban los requisitos de la gloria de Dios, los cuales concordaban con Su expresión. A menos que estos requisitos fuesen cumplidos y fuese satisfecho Dios, era imposible que los pecadores tuvieran contacto con Dios y que Él se comunicara con ellos. ¡Aleluya por la sangre expiatoria! La sangre expiatoria era rociada sobre el propiciatorio satisfaciendo así los requisitos de la justa ley de Dios y de Su gloria.

  La propiciación no sólo es una acción, sino también un lugar. La propiciación provee un lugar donde Dios puede reunirse con el hombre. Pablo declaró con confianza, bajo la inspiración del Espíritu Santo, que este lugar de propiciación es Jesucristo. Dios presentó a Cristo como propiciatorio (3:25), el cual es el lugar de la propiciación donde Dios puede reunirse con el hombre. Este lugar es la persona misma de Jesucristo, el Señor. Aunque muchos creyentes aman al Señor Jesús y entienden cuán valioso Él es para ellos, tal vez no sepan que Cristo es el lugar de la propiciación donde Dios puede reunirse con nosotros y donde nosotros podemos tener contacto con Dios. Antes de que supiéramos esto, teníamos temor de acercarnos a Dios, pero ahora que lo sabemos, el temor ha desaparecido. Podemos reunirnos con Dios sobre Cristo, el propiciatorio. Éste es el significado de los escritos de Pablo en el capítulo 3 de Romanos. Él utilizó la tipología del arca con su cubierta para mostrar el significado de la justificación.

  En este universo el Señor Jesús fue presentado como el propiciatorio, el lugar de propiciación, y todos los pecadores pueden venir a Él para encontrarse con Dios. ¿En dónde nos encontramos nosotros hoy? Estamos sobre el propiciatorio. Tenemos una base, un lugar dónde reunirnos con Dios, y Dios tiene la misma base para comunicarse con nosotros. ¿Dónde está la ley? La ley se halla debajo de la cubierta propiciatoria; Cristo el propiciatorio la cubre. ¿Dónde está la gloria de Dios? Está sobre nosotros, pero ya nada reclama de nosotros porque ahora nos encontramos sobre Cristo, quien es nuestro lugar de propiciación. Aquí sobre Él somos justificados. Sobre este propiciatorio somos iguales a Dios en cuanto a Su justicia. Sobre este propiciatorio existe una correspondencia entre Dios y nosotros, y aquí nos aprobamos mutuamente. Nosotros aprobamos a Dios, y Dios nos aprueba a nosotros. Dios nos justifica a nosotros, y nosotros lo justificamos a Él.

  ¿No es verdad que es una osadía decir que nosotros podemos justificar a Dios? Pero Romanos 3:4 nos da la base para decir esto. Este versículo dice que Dios debe ser declarado justo en Sus palabras y que debe vencer cuando sea juzgado. Nosotros podemos justificar a Dios. Yo he hecho esto en varias ocasiones. Aunque reconocía que era un pecador, no seguía a Dios a ciegas, sino que hacía lo posible para verificar Sus palabras. Finalmente aprobé a Dios al comprobar Su veracidad. No tenga temor de estudiar acerca de Dios e investigar un poco para comprobar si Él es veraz. Si usted investiga acerca de Dios, encontrará que Él es mil por ciento o aun un millón por ciento justo y verdadero. Entonces usted justificará a Dios. Dios y nosotros nos aprobamos mutuamente uno al otro sobre Cristo, el propiciatorio.

  Conforme a nuestra experiencia, Dios no nos aprobó primeramente; nosotros lo aprobamos a Él primero. No podemos imaginar cuánto tiempo invirtió Dios para convencernos de Su justicia. Nosotros éramos rebeldes y decíamos: “No me agrada Dios, Dios no es justo”. Todos pensamos de esta manera antes de ser salvos. Muchas personas hablan en contra de Dios diciendo: “Si Dios es justo, ¿entonces por qué hay tantos pobres en el mundo? Si Dios es recto, entonces por qué entre las naciones no existe la equidad?” Admiten que existe un Dios, pero argumentan que Él no es justo. Muchos de nosotros podemos confesar lo mismo, que anteriormente pensábamos que Dios estaba equivocado y que no era justo. Sin embargo, Dios ha sido muy paciente con nosotros, interviniendo de muchas maneras en nuestras vidas hasta que finalmente nos convenció de Su justicia. ¿Quién justificó primero a quién? Nosotros justificamos a Dios primero. Cuando fuimos convencidos por Dios acerca de la autenticidad de Su justicia, lo justificamos y aun lloramos de arrepentimiento, diciendo: “Dios, perdóname. Soy tan pecaminoso y tan impuro. Necesito Tu perdón”. Cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, no sólo fuimos puestos en Cristo, sino también sobre Él. Ahora nos encontramos sobre Cristo, nuestro propiciatorio, donde Dios y nosotros podemos justificarnos mutuamente. Ahora podemos proclamar: “Dios, Tú eres justo. No tengo más problemas contigo”. Luego Dios nos contesta: “Querido hijo, Yo tampoco tengo más problemas contigo”. Primero nosotros aprobamos a Dios, y luego Dios nos aprobó. Nosotros justificamos a Dios y luego Él nos justificó. Todo esto se llevó a cabo sobre Cristo, nuestro propiciatorio. Bajo Él, la ley ha quedado cubierta, y sobre Él, los querubines se encuentran gozosos de ver la mutua justificación que ocurre sobre Él como la cubierta propiciatoria.

  ¿En dónde nos encontramos ahora? Estamos sobre Cristo Jesús, quien es el lugar mismo donde se efectúa la propiciación. Estamos sobre el propiciatorio. La ley está bajo nuestros pies, y la gloria de Dios está sobre nuestra cabeza rebozando de satisfacción. La ley ha sido silenciada y no puede hablar más contra nosotros, pero la gloria de Dios puede regocijarse de nosotros, pues ha sido satisfecha. Aquí, sobre el propiciatorio, disfrutamos la plena obra de justificación que Dios efectuó por nosotros.

IV. LA JUSTICIA DE DIOS SE HA DEMOSTRADO

A. A los santos del Antiguo Testamento

  La justicia de Dios fue demostrada a los santos del Antiguo Testamento cuando Dios pasó por alto los pecados de ellos. Pablo usa la expresión pasado por alto en Romanos 3:25. Durante los tiempos del Antiguo Testamento, los pecados del pueblo nunca fueron quitados, sólo fueron cubiertos por la sangre expiatoria. Sus pecados no fueron quitados sino hasta que Jesucristo vino y murió en la cruz como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29). Antes de que el Señor Jesús muriera en la cruz, los pecados de los santos antiguotestamentarios permanecieron, aunque la sangre expiatoria, la cual tipificaba la sangre de Cristo, los cubrió. Debido a que Dios es justo, Él tenía que pasar por alto aquellos pecados. La sangre expiatoria era derramada en la presencia de Dios, y el justo Dios se veía obligado a pasar por alto todos los pecados que habían sido cubiertos por aquella sangre. Al pasarlos por alto, Dios demostró Su justicia para con ellos.

  Quisiera presentar un ejemplo de esto. Supongamos que yo le debo un billón de dólares a cierta persona. Aunque es imposible para mí pagar esta cantidad, estoy comprometido a pagarle a esta persona. Sin embargo, yo tengo un amigo que es multimillonario. Mi amigo declara a ambas partes que no hay problema, que él pagará el precio total de dicha deuda, y firma un pagaré como garantía de ello. Una vez que el pagaré es entregado y aceptado, yo quedo libre, debido a la justicia de mi amigo. De igual manera, los santos del Antiguo Testamento tenían una enorme deuda con Dios. Pero había un pagaré —la sangre del sacrificio expiatorio que era rociada sobre la cubierta propiciatoria— el cual garantizaba que Cristo vendría y quitaría los pecados. Este pagaré cubría todos los pecados de los santos antiguotestamentarios. Cristo reemplazó este pagaré al morir en la cruz y pagó el precio total. Por lo tanto, debido a Su justicia, Dios se vio obligado a pasar por alto los pecados. Al hacer esto, Él demostró Su justicia a los santos del Antiguo Testamento. Éste es el significado de Romanos 3:25.

B. A los santos del Nuevo Testamento

  La justicia de Dios fue demostrada también a los santos del Nuevo Testamento cuando Dios los justificó. Dios nos justificó gratuitamente por Su gracia, mediante la obra redentora de Cristo y la fe de Jesús (3:24, 26). Ya que Cristo pagó el precio por nuestros pecados y realizó la plena redención para satisfacer todos los requisitos de Dios, Dios, por ser justo, tiene que justificarnos. En cuanto a Dios, la justificación se realiza por medio de Su justicia, pero con respecto a nosotros, la justificación que recibimos se basa en Su gracia, la cual se nos dio gratuitamente, en comparación con una justificación basada en la obra de la ley. Para ser justificados por obra de la ley necesitamos esforzarnos y trabajar, pero para ser justificados por la redención que es en Cristo, no hay ninguna necesidad de nuestras obras, sino que se nos da gratuitamente por Su gracia. Nosotros no somos merecedores de Su gracia. Pero Dios está comprometido por Su justicia a justificarnos por causa de la obra redentora de Cristo, la cual cumplió con todos los requisitos divinos. Así que, Dios ha demostrado Su justicia a los santos del Antiguo Testamento al pasar por alto sus pecados, y a los santos del Nuevo Testamento, al justificarlos. Hoy Dios no simplemente pasa por alto nuestros pecados, sino que nos justifica. Dios nos ha justificado.

V. LA JACTANCIA QUEDA EXCLUIDA

  Con base en todo lo anterior, no hay lugar para la jactancia. Ninguno de nosotros tiene algo de qué jactarse. No fuimos justificados por la ley de las obras, sino por la ley de la fe (3:27), y ésta no se originó en nosotros, sino en el Cristo viviente.

VI. DIOS JUSTIFICA A DOS PUEBLOS

  Dios, quien es uno, justifica tanto a los judíos como a los gentiles (3:30). Él es el Dios del pueblo judío y del pueblo gentil (3:29). Al decir esto, Pablo abre el camino para la formación del Cuerpo de Cristo. Si la manera en que Dios trata a un pueblo es diferente de la manera en que trata a otro, nos sería difícil disfrutar la realidad del Cuerpo. Pero este único Dios tiene una sola forma de relacionarse con toda la gente, la de reunir a todos los diferentes pueblos y hacerlos uno solo. Ya seamos judíos o gentiles, nuestro Dios nos justifica igualmente. Entre nosotros se encuentran varios hermanos y hermanas del pueblo judío, y Dios los justificó de la misma manera que nos justificó a nosotros los gentiles. Dios nos justificó a todos nosotros para que podamos ser uno, formando así el Cuerpo de Cristo.

  Dios justifica a los de la circuncisión con una justificación que proviene de la fe, y a los de la incircuncisión por medio de la fe. Debemos notar las diferencias en estas expresiones: la justificación de los judíos, los de la circuncisión, proviene de la fe, y la justificación de los gentiles, los de la incircuncisión, se efectúa por medio de la fe. ¿Qué significa esto? Los judíos ya tienen ante Dios la posición de ser Su pueblo. Ellos, a pesar de su incredulidad y su impureza aparente, aún mantienen esta posición. Debemos reconocer este hecho y ser cuidadosos en la manera en que nos referimos a los judíos, porque Dios dirá de ellos: “Ellos son Mi pueblo”. El hecho de que los judíos tengan la posición de ser el pueblo de Dios es de suma importancia, y debemos respetarlo. En Génesis 12:3 Dios prometió a Abraham, el patriarca de los judíos, que todo aquel que lo bendijera sería bendecido por Dios y que todo aquel que lo maldijera sería maldecido por Dios. Hoy en día Dios sigue cumpliendo la promesa que hizo en Génesis 12:3. Todo aquel que toque a los judíos o los maldiga será maldecido. A lo largo de los veinticinco siglos pasados esto se ha cumplido sin excepción, cada individuo o nación que ha maldecido a los judíos, ha sido maldecido, y todo el que ha bendecido a los judíos, ha sido bendecido.

  Hoy los judíos no están bien con Dios con respecto a su condición, pero en términos de su posición, siguen siendo Su pueblo. En otra porción de Romanos Pablo dice que la elección de Dios es irrevocable (11:28-29). El pueblo judío fue elegido por Dios, y la elección de Dios es eterna. No importa cuán incrédulos sean los judíos en la actualidad, ellos siguen siendo el pueblo de Dios con respecto a Su posición. Por lo tanto, cuando Dios justifica a los judíos, lo hace con una justificación que proviene de la fe, y no directamente por medio de la fe. ¿Por qué no lo hace directamente por medio de la fe? Porque los judíos ya tienen la posición. Sin embargo, cuando Dios justifica a los gentiles, Él lo hace por medio de la fe, porque ellos están lejos de Él. Existe una gran distancia entre los gentiles y Dios. Puesto que los judíos, los de la circuncisión, ya tienen la posición, su justificación proviene de la fe, pero como los gentiles se hallan completamente alejados de Dios, ellos son justificados por medio de la fe. Es por la fe que los gentiles obtienen la posición correcta. De todas formas, en ambos casos es un asunto de fe.

  Un mismo Dios nos justifica a todos. Tanto los judíos como los gentiles están bajo un solo Dios y en un mismo camino. La palabra de Pablo en Romanos 3:29-30 abre el camino para el Cuerpo de Cristo presentado en el capítulo 12. Sin importar si somos judíos creyentes o gentiles creyentes, somos un solo Cuerpo en Cristo bajo la única economía del único Dios.

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