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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Romanos»
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Mensaje 60

EL DIOS TRIUNO SE IMPARTE A SU PUEBLO CON MIRAS A QUE SE CUMPLA SU PROPÓSITO ETERNO

  Lectura bíblica: Ro. 9:5; Ro. 8:3; Ro. 5:10; Ro. 1:3-4; 8:2, 7-11, 14, 15, 23, 26; 1 Co. 6:17; Ro. 8:29

  Romanos es un libro todo-inclusivo; es un resumen tanto de la vida cristiana como de la vida de iglesia. Es imposible agotar la revelación que en este libro se transmite y que también está implícita. Cuando decimos que la revelación está implícita en este libro, queremos decir que dicha revelación no se transmite de manera directa y explícita; más bien, queda implícita por medio de lo que se transmite directamente. En la Palabra divina muchas veces es más importante el mensaje implícito que lo que se declara directamente. En este mensaje estudiaremos una de las revelaciones implícitas que se presentan en el libro de Romanos: el Dios Triuno se imparte a Su pueblo con miras a que se cumpla Su propósito eterno.

EL PROPÓSITO ETERNO DE DIOS

  El propósito eterno de Dios es obtener un Cuerpo para Cristo. Este Cuerpo es la iglesia universal, la cual debe expresarse en diversas localidades en las iglesias locales. El hecho de que Dios se imparta a Su pueblo con miras a que se cumpla Su propósito eterno, tiene mucho que ver con las iglesias locales. A fin de cumplir Su propósito, es necesario que Dios se imparta en Su pueblo escogido. Esto es exactamente lo que Dios hace en nosotros hoy.

EL HECHO DE QUE DIOS ES TRIUNO LE PERMITE IMPARTIRSE AL HOMBRE

  Dios tiene que ser triuno si ha de impartirse a Sí mismo en nuestro ser. Dios es triuno no para que exista una doctrina o teología, sino para que Él pueda impartir todo lo que Él es a Su pueblo, con el fin de obtener un Cuerpo que exprese a Cristo.

  La palabra impartir implica cierta repartición. Supongamos que tenemos un envase grande lleno de jugo. Si queremos que la gente beba del jugo, debemos encontrar una forma de impartirlo a ellos. La mejor forma es verter el jugo en vasos y así distribuirlos entre las personas presentes. El jugo originalmente estaba en el envase, pero ahora está dentro de las personas a las que ha sido impartido. Cuando hablamos de la impartición del Dios Triuno, queremos decir que Dios mismo se nos distribuye y luego se imparte en nuestro ser, tal como el jugo que estaba en el envase es impartido a todo aquel que lo beba. En Su impartición, Dios mismo entra en nuestro ser, llenando nuestro vaso y haciéndose uno con nosotros. Así el Dios Triuno se imparte a nosotros con el fin de cumplir Su propósito.

  Si Dios ha de impartirse en Su pueblo escogido, Él tiene que ser triuno, es decir, tiene que ser Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu. Aunque nuestro Dios es triuno, rechazamos el triteísmo, el cual es la doctrina que consiste en que los tres de la Trinidad son tres Dioses distintos. No tenemos a tres Dioses, sino a uno solo, el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu.

  Hemos hecho notar que la Trinidad de la Deidad no se revela para que tengamos una teología, sino para que recibamos Su impartición. Dios no desea estar solo; más bien, anhela impartirse en los hombres que Él creó, escogió y llamó. ¡Aleluya! Nosotros somos esos hombres, y ¡Dios quiere impartirse en nosotros! Esta verdad queda implícita en el libro de Romanos. Ahora reflexionaremos sobre el Dios Triuno, quien se revela en este libro, y luego abarcaremos el tema de Su impartición.

DIOS BENDITO POR LOS SIGLOS

  Romanos 9:5 habla de “Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos.” Muchos cristianos han leído el libro de Romanos sin notar lo proclamado en este versículo, es decir, que Cristo es Dios, bendito por los siglos. Por ser Dios Cristo es sobre todas las cosas: el hombre, los ángeles, los cielos y la tierra. Cristo es el mismo Dios quien ha sido bendito y será bendito por los siglos y quien es sobre todo. El Cristo quien es nuestro Salvador y nuestra vida, es el propio Dios. Es vergonzoso que los cristianos argumenten acerca de la deidad de Cristo y discutan si Cristo es Dios o no lo es. Según este versículo, Cristo es el Dios que es sobre todas las cosas, bendito por los siglos.

DIOS ENVIÓ A SU PROPIO HIJO

  Romanos 8:3 dice que Dios envió a Su propio Hijo. Por supuesto, el Dios mencionado en 8:3 es el mismo que se menciona en 9:5. Cristo es el Hijo de Dios. ¿Cómo podemos explicar entonces que el único Dios pudiera enviar a Su propio Hijo, cuando Cristo es tanto el Hijo de Dios como Dios mismo? Según Romanos 9:5, Cristo es Dios, pero conforme a 8:3, Dios envió a Su propio Hijo, quien es Cristo. Esto indica que Cristo es Dios así como el Hijo de Dios. Esto nos recuerda lo que dice Isaías 9:6, que un niño es llamado Dios fuerte y un hijo es llamado Padre eterno. Aquí podemos ver el misterio del Dios Triuno, que aunque Dios es tres, sigue siendo uno.

LA MUERTE DEL HIJO DE DIOS

  Ahora volvamos a Romanos 5:10, donde se nos dice que somos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo. Este versículo indica que el Hijo de Dios murió; pero ¿cómo puede ser posible que el Hijo de Dios muera? Para mí este versículo sería más entendible si dijera que fue Jesús quien murió. Sin embargo, este versículo habla de la muerte del Hijo de Dios. Ya sea que lo entendamos o no, es un hecho que, aun cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con Él mediante la maravillosa muerte del Hijo de Dios. Además, según 5:10, ahora somos salvos en Su vida, lo cual indica que Aquel que murió aún tiene vida. Esto implica la resurrección de Cristo.

CRISTO FUE DESIGNADO HIJO DE DIOS EN RESURRECCIÓN

  Romanos 1:3-4 dice que el Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, quien era del linaje de David según la carne, fue designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos. Todos los títulos relacionados con Cristo en estos versículos tienen que ver con la impartición de Dios. Si no fuera por el hecho de que Dios quiere impartirse en el hombre, no sería necesario que el Hijo de Dios fuera Jesucristo. Fue con miras a dicha impartición que el Hijo de Dios tuvo que hacerse hombre (Jesús) y llegar a ser el Ungido (Cristo). Además, sólo por medio de dicha impartición podría el Hijo de Dios, Jesucristo, llegar a ser nuestro Señor. Ahora, gracias a que Cristo se ha impartido en nosotros, ya no es solamente el Señor, sino nuestro Señor.

  Conforme al versículo 3, el Hijo de Dios era del linaje de David según la carne. Aquí podemos ver el elemento de la carne. El versículo 4 nos dice que Cristo fue designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos. Aquí podemos ver el elemento del Espíritu. Aunque Cristo ya era el Hijo de Dios, aún necesitaba ser designado el Hijo de Dios en resurrección.

  Las diversas frases en estos versículos señalan al Dios Triuno en Su impartición. Aunque la palabra impartición no se encuentra ni aquí ni en el resto del libro de Romanos, el hecho de la impartición sí se halla implícito. Todo lo relacionado con Cristo en Romanos 1:3-4 tiene como fin la impartición de Dios.

LOS TÍTULOS DIVINOS SON INTERCAMBIABLES

  Ahora llegamos al capítulo 8, el cual es inagotable con respecto a su revelación y significado espiritual. El versículo 2 habla de la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús. En este versículo hay varias cosas difíciles de explicar: la ley, el Espíritu, la vida y la persona de Cristo Jesús. Debemos notar que aquí Pablo no dice Jesucristo, sino Cristo Jesús. En los versículos 7 y 8 Pablo menciona a Dios. Luego en el versículo 9 habla del Espíritu de Dios y del Espíritu de Cristo. Como veremos, en estos versículos Pablo se refiere al Dios Triuno en términos de Su impartición.

  Pablo usa los términos Dios, el Espíritu de Dios y el Espíritu de Cristo de manera intercambiable. Él empieza con Dios, sigue con el Espíritu de Dios, y luego habla del Espíritu de Cristo. Pero en lugar de detenerse ahí, en el versículo 10 él habla acerca de Cristo, diciendo que Cristo está en nosotros. En el transcurso de unos cuantos versículos, cuatro títulos divinos son mencionados de una forma intercambiable: Dios, el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo y Cristo. Estos cuatro términos denotan un solo ser, el propio Dios Triuno.

  El Espíritu de Dios es Dios mismo. No debemos interpretar este título de tal modo que pensemos que el Espíritu es una entidad distinta a Dios. En el Nuevo Testamento, las frases tales como el amor de Dios y la vida de Dios significan que el amor y la vida son Dios mismo. Bajo el mismo principio, el título el Espíritu de Dios quiere decir que el Espíritu es Dios mismo. Lo mismo se aplica al Espíritu de Cristo, pues este título significa simplemente que el Espíritu es Cristo. De acuerdo con el contexto, el Espíritu de Cristo es el Espíritu de Dios.

  Después de que Pablo menciona al Espíritu de Cristo, luego hace mención de Cristo. Así que, Pablo nos lleva de Dios a Cristo a través del Espíritu de Dios y del Espíritu de Cristo. El pensamiento de Pablo va de Dios al Espíritu de Dios, del Espíritu de Dios al Espíritu de Cristo, y del Espíritu de Cristo a Cristo mismo. Por consiguiente, tenemos a Dios, al Espíritu de Dios, al Espíritu de Cristo y a Cristo. Sin embargo, cada uno de estos cuatro títulos se refiere al único Dios Triuno.

CRISTO ESTÁ EN NOSOTROS

  El versículo 10 dice que Cristo está en nosotros. La preposición en aquí es muy notable. ¡El maravilloso Cristo está realmente en nosotros! Para que Cristo esté en nosotros, Dios tiene que ser el Espíritu de Dios, el Espíritu de Dios debe ser el Espíritu de Cristo, y el Espíritu de Cristo debe ser Cristo. Si Dios fuera simplemente Dios, no podría entrar en nosotros. Hay dos razones por ello. La primera es que Dios es divino, infinito y todopoderoso. Sin embargo, nosotros somos humanos, y Dios no puede entrar en nosotros sin una mediación humana. La segunda razón es que nosotros somos pecaminosos e impuros. Por causa de la caída del hombre, cada parte de nuestro ser está contaminada. Es imposible que un Dios tan santo more en unas personas tan pecaminosas. Para subsanar la brecha que existe entre la divinidad y la humanidad, Dios tuvo que hacerse un hombre llamado Jesús. El nombre Jesús significa “Jehová el Salvador”. Como tal, Él murió en la cruz por nuestros pecados, derramando Su sangre para limpiarnos de toda contaminación. ¡Aleluya, el Dios infinito se hizo un hombre finito para morir en la cruz por nosotros! Esto derribó las barreras que impedían que Dios pudiera venir al hombre. Ahora en Cristo este Dios santo e infinito puede entrar en nosotros. Ésta es la razón por la cual Pablo, en el versículo 10, declara que Cristo está en nosotros.

  Es muy significativo que Pablo no diga que Dios está en nosotros, sino que Cristo está en nosotros. El Espíritu aquí une a Dios con Cristo, ya que el Espíritu es tanto el Espíritu de Dios como el Espíritu de Cristo. ¡Cuán profundos e inagotables son estos tres términos!

EL ESPÍRITU HACE SU HOGAR EN NOSOTROS

  El versículo 11 dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Según el versículo 10, Cristo está en nosotros. Pero según el versículo 11, el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús, mora en nosotros; es decir, Su Espíritu hace Su hogar en nosotros. En este versículo tenemos al Dios Triuno: el que levantó a Jesús de entre los muertos (el Padre), Cristo Jesús (el Hijo) y el Espíritu. Aquí podemos ver que el Dios Triuno se imparte en nuestro ser. Además, Él hace Su hogar en nosotros y aun vivifica nuestro cuerpo mortal. En esto consiste la plena impartición del Dios Triuno en todo nuestro ser.

LA REVELACIÓN IMPLÍCITA EN ESTE LIBRO

  En el versículo 11 no encontramos los términos triuno ni impartición; sin embargo, queda implícita la impartición del Dios Triuno. El Dios Triuno está implícito en este pasaje, así como el hecho de que Él se imparte en nuestro ser. Hemos hecho notar que los tres —el Padre, el Hijo y el Espíritu— se hallan en este versículo. Además, lo que Pablo dice acerca de la vida que es dada a nuestro cuerpo mortal, implica cierta impartición. Ésta no es una revelación explícita, sino implícita, la cual se relaciona con que el Dios Triuno se imparte en los creyentes.

EL PROCESO NECESARIO PARA LA IMPARTICIÓN

  En el versículo 11 Pablo habla del Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús. Esto no sólo implica la impartición de Dios, sino también el proceso requerido para hacer posible dicha impartición. La impartición requiere cierto proceso, y el hecho de que Dios levantó a Cristo de entre los muertos fue parte de este proceso. Por consiguiente, para que el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús morara en nosotros, Dios tuvo que involucrarse en un proceso. Pablo no dice simplemente que el Espíritu mora en nosotros. Decirlo así habría sido muy directo. En cambio, él dice que el Espíritu de aquel que levantó a Jesús, mora en nosotros, lo cual da a entender cierto proceso.

  La preparación de los alimentos ejemplifica el proceso que se necesita para que Dios pueda impartirse en el hombre. La mayoría de los alimentos que tomamos deben ser procesados antes de que podamos comerlos. Por ejemplo, a la hora de la comida mi esposa no sirve en la mesa el pescado recién comprado del mercado. En lugar de ello, mi esposa siempre lo prepara como es debido, y sólo entonces podemos comerlo. Asimismo, el Dios Triuno ha pasado por un proceso para poder morar en nosotros.

  El versículo 11 menciona este proceso de manera indirecta. Este versículo es en realidad una declaración larga e indirecta que abarca tres temas cruciales: el Dios Triuno, el proceso y la impartición. Para morar en nosotros, Dios tiene que ser el Dios Triuno, Aquel que ha pasado por un proceso completo.

  Este proceso incluye la encarnación, la crucifixión y la resurrección. Antes de que el Hijo de Dios muriera en la cruz por nosotros, tuvo que encarnarse como hombre. Por medio de la encarnación, Él se vistió de humanidad con carne y sangre, y se hizo un hombre llamado Jesús. Sólo de esta manera pudo derramar Su sangre en la cruz por nuestros pecados. Por lo tanto, lo dicho por Pablo en el versículo 11 acerca de la resurrección de Cristo, implica Su encarnación y crucifixión, y todo esto se relaciona con Su proceso.

  Nuestro Dios, quien ahora mora en nosotros, ha pasado por un proceso completo. El Espíritu que mora en nosotros es el Hijo hecho real para nosotros, Aquel que es la corporificación del Padre. El Padre está corporificado en el Hijo, el Hijo es hecho real como Espíritu, y el Espíritu mora en nuestro ser. Éste es el Dios Triuno quien pasó por el proceso de encarnación, crucifixión y resurrección, quien está impartiéndose en nosotros y quien ahora mora en nuestro ser.

  El versículo 11 indica que el Dios Triuno no sólo se imparte en nuestro espíritu, que es el centro de nuestro ser, según lo muestra el versículo 10, sino también en nuestro cuerpo mortal, que forma la circunferencia de nuestro ser. Esto quiere decir que la impartición del Dios Triuno satura todo nuestro ser. Cuanto más experimento y disfruto Su impartición, más energía se me infunde espiritual, psicológica y físicamente. Basándome en mi experiencia, puedo dar testimonio de que la impartición del Dios Triuno no es solamente una doctrina. El Espíritu de aquel que levantó a Cristo Jesús de entre los muertos, vivifica aun nuestros cuerpos mortales. ¡Cuán asombroso es esto! Por lo tanto, podemos ver que el versículo 11 implica mucho: el Dios Triuno, el proceso, la impartición, y el hecho de que todo nuestro ser sea saturado con la vida divina. Ésta es la impartición del Dios Triuno.

LA IMPARTICIÓN DEL DIOS TRIUNO REDUNDA EN LA FILIACIÓN

  Esta impartición redunda en la filiación; hace que los pecadores sean transformados en hijos de Dios. Anteriormente éramos pecadores y enemigos de Dios, pero ahora somos hijos de Dios.

  El versículo 14 dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. Sabemos que somos hijos de Dios por el hecho de que somos guiados por el Espíritu de Dios. Día tras día somos guiados por el Espíritu que mora en nosotros. Quizás usted quiera ir a cierto lugar, pero en vez de eso, el Espíritu lo guía a la reunión de la iglesia. Frecuentemente tenemos tendencia a hacer cosas que son contrarias a la naturaleza de Dios, pero el Espíritu que mora en nuestro ser es más fuerte que nosotros. Finalmente Él nos da dirección, y nosotros le seguimos. Dichas experiencias son una señal y una comprobación de que somos hijos de Dios.

  El versículo 15 también comprueba este hecho: “Pues no habéis recibido espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido espíritu filial, con el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”. Como hijos de Dios clamamos: “Abba, Padre”. Mediante la impartición del Dios Triuno a nuestro ser, verdaderamente hemos llegado a ser hijos de Dios, hijos que tienen Su vida. No somos hijos políticos; si lo fuéramos, no podríamos clamar: “Abba, Padre” tan dulcemente. Esto puede ejemplificarse por la relación que un hombre tiene con su padre y con su suegro. Cuando él llama a su padre “papi” es un sentimiento espontáneo y muy dulce; pero si él usara este mismo término para llamar así a su suegro, no sería tan espontáneo ni tan dulce. El hecho de que somos los hijos de Dios, hijos que tienen Su propia vida, es comprobado por la dulzura que disfrutamos siempre que clamamos: “Abba, Padre”. Por ser Sus hijos, tenemos en nosotros la vida de Dios, Su naturaleza y el Espíritu del Hijo de Dios.

LAS PRIMICIAS Y LA INTERCESIÓN DEL ESPÍRITU

  El versículo 23 revela que también tenemos las primicias del Espíritu. Éstas son la primera prueba, el anticipo, del Espíritu. Hoy el Espíritu que mora en nuestro interior es el anticipo de lo que disfrutamos de Dios. Tal anticipo nos da la seguridad de que el disfrute pleno se aproxima.

  El versículo 26 revela que el Espíritu es también el Espíritu intercesor. Interiormente el Espíritu siempre intercede por nosotros. Quizás pensemos que oramos solos, pero descubriremos que en realidad nuestra oración viene del Espíritu que mora en nuestro interior. Debido a que somos uno con Él y a que el Espíritu está mezclado con nuestro espíritu, muchas veces no podemos distinguir lo que proviene de Él y lo que proviene de nosotros mismos. Leemos en 1 Corintios 6:17 que “el que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Cuando nosotros oramos, Él ora, y cuando Él ora, nosotros también oramos. Así que, nuestra oración es Su oración, y Su oración es la nuestra.

EL RESULTADO FINAL DE LA IMPARTICIÓN DE DIOS

  Según el versículo 29, como resultado de la impartición del Dios Triuno en nosotros los hombres, el Hijo unigénito de Dios llegó a ser el Primogénito entre muchos hermanos. Dicha impartición nos hace los muchos hijos de Dios, los muchos hermanos del Primogénito y, por ende, somos los miembros del Cuerpo de Cristo, o sea, los constituyentes del mismo. Por lo tanto, podemos decir que el resultado final de la impartición del Dios Triuno es el de producir muchos hijos, quienes son los miembros que constituyen el Cuerpo de Cristo. Ésta es la forma en que Dios cumple Su propósito eterno, un propósito que no se logra con enseñanzas ni por medio de cierta organización, sino al impartirse a Sí mismo, el Dios Triuno procesado, dentro de nuestro ser.

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