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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Romanos»
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Mensaje 69

ESTAMOS EN EL ESPÍRITU PARA EXPERIMENTAR LA OBRA DEL ESPÍRITU

  Lectura bíblica: Ro. 8:4-16, 23, 26-27

  En Romanos 8:9 Pablo dice: “Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él”. En el mensaje anterior indicamos que ser de Cristo concierne a la posición que nos ha sido dada, mientras que estar en el espíritu concierne a la condición en que nos encontramos. En lo relativo a nuestra posición, el hecho de que somos de Cristo es un hecho consumado e irreversible; pero en lo relativo a nuestra condición, ésta es fluctuante debido a que podemos estar en el espíritu o no. Por esta razón, debemos reflexionar sobre la manera de lograr una condición estable según la cual siempre estemos en el espíritu.

DEBEMOS DECLARAR QUE ESTAMOS EN EL ESPÍRITU

  Una manera de hacer estable nuestra condición es declarar que estamos en el espíritu. Aprenda a decir: “¡Yo estoy en el espíritu!”. En el pasado yo le animé a clamar: “Oh, Señor Jesús”. Ahora le animo a declarar: “Yo estoy en el espíritu”. En ocasiones podemos tener contacto con el Señor simplemente, diciendo: “Oh”. No es necesario que siempre digamos: “Oh, Señor Jesús”. Bajo el mismo principio no es necesario que siempre digamos: “Estoy en mi espíritu”, tal vez sea adecuado simplemente decir la palabra en. Si usted está a punto de perder la paciencia, ejercítate para decir: “Oh” o “en”. Esto le ayudará a permanecer en el espíritu. De acuerdo con el versículo 9, estamos en el espíritu ya que el Espíritu de Dios mora en nosotros. Ahora podemos permanecer en esta condición declarando el hecho de que estamos en el espíritu.

  Entre los cristianos hoy en día, hay muchas enseñanzas acerca de cómo experimentar el Espíritu. Puedo testificar que esas enseñanzas pueden impedir que experimentemos la obra del Espíritu. En Romanos 8 Pablo no dice: “Para ser librados de la ley del pecado y de la muerte debemos orar y ayunar. La ley del pecado es terrible y es demasiado poderosa para que usted pueda vencerla. Ésta es la razón por la cual yo exclamé: ‘Miserable de mí, ¿quién me librará?’”. Pablo no enseñó esto a los creyentes. Ni tampoco enseñó que los creyentes deben confesar todos sus pecados a Dios y a los hombres como una condición para experimentar la obra del Espíritu.

  Para entender el asunto de estar en el espíritu según se revela en el versículo 9, será de mucha ayuda considerar cómo fuimos salvos. Cuando oímos la proclamación del evangelio, lo reconocimos y lo admitimos por ser lo que era. No hubo necesidad de decir: “De ahora en adelante debo comportarme de una manera que agrade a Dios. Anteriormente hice muchas cosas pecaminosas, pero si confieso mis pecados y hago la decisión de mejorar mi conducta, seré salvo”. Esto es un error. Este concepto erróneo puede afectar la vida de un cristiano por años. Después que una persona escucha la proclamación del evangelio, ella simplemente debe pronunciar un fuerte “¡Amén!” y decir: “Gracias, Señor Jesús”. Todo aquel que de corazón esté dispuesto a aceptar, a reconocer, lo que le ha sido proclamado mediante la predicación del evangelio, ciertamente será salvo.

ADMITIR LA PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO COMO TAL

  Tal reconocimiento de la salvación de Dios no sólo ayuda al hombre a ser salvo, sino que también le es de gran ayuda para su vida cristiana en el futuro. Cada aspecto de la vida cristiana requiere este tipo de reconocimiento. Siempre que una persona admite la salvación de Dios, dice amén al evangelio y da gracias al Señor Jesús, el Espíritu de Dios entra en ella inmediatamente. Esto es demostrado por Efesios 1:13 y 14, donde se nos dice: “En Él también vosotros, habiendo oído la palabra de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y en Él habiendo creído, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia, hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de Su gloria”. En estos versículos vemos que cuando el evangelio es predicado, proclamado, a nosotros, y lo admitimos como tal, inmediatamente somos sellados con el Espíritu de Dios. De ese momento en adelante el Espíritu entra en nosotros y viene a morar en nuestro ser. Esto quiere decir que el Espíritu comienza a morar en nuestro ser desde el momento en que admitimos el evangelio como tal. Esto es verdad aun si alguien débilmente admite el evangelio, dice amén y agradece al Señor por la proclamación de Su salvación. En ese preciso momento el Espíritu de Dios entra en él y empieza a morar en su interior.

  Si un predicador del evangelio es uno con Dios y es conforme a Dios, explicará al recién salvo que ya que ha creído en Cristo y recibido al Espíritu, él debe permanecer en el espíritu. Puede ser que diga al nuevo creyente: “Ahora usted no sólo pertenece a Cristo y al Espíritu, sino que usted mismo se encuentra en el espíritu. Sólo permanezca en el espíritu de ahora en adelante. Siempre que se le presente un pensamiento o deseo de hacer algo que no está de acuerdo con el Señor, usted debe declarar: ‘Estoy en el espíritu’. Esto será de gran ayuda para usted en su vida cristiana”.

  El conocido coro de un canto del evangelio, dice: “Ésta es mi historia y mi canción, siempre alabando al Salvador”. Si hablamos del hecho de que estamos en el espíritu, nuestra historia y nuestra canción será que estamos en el espíritu. Todo el día podemos alabar al Señor porque, puesto que el Espíritu de Dios mora en nosotros, ahora estamos en el espíritu. Esto será una vacuna muy eficaz contra todos los “microbios” enviados por el enemigo para molestarnos y perturbarnos en nuestra vida cristiana.

NADA DEBE DISTRAERNOS DEL ESPÍRITU

  Muchos cristianos han recibido enseñanzas que los distraen del espíritu. A muchos se les enseñó y se les dijo lo siguiente: “Ahora que usted es un hijo de Dios, debe portarse bien y glorificar a Dios. Sin embargo, el diablo está muy activo y nunca descansa. Él lo tentará, lo seducirá y le provocará hacer muchas cosas malignas. Anteriormente usted se encontraba bajo su control. Ahora que usted se ha convertido en un hijo de Dios, el enemigo no lo dejará en paz, sino que hará todo lo posible por causarle problemas. Por consiguiente, debe orar y ayunar y esforzarse al máximo por llevar una vida cristiana apropiada”. Hemos aprendido por experiencia que esta clase de enseñanza nos distrae, apartándonos del espíritu. Cuanto más resolvemos comportarnos de manera que demos gloria a Dios, más seremos como el hombre miserable descrito en Romanos 7.

  Es posible que los cristianos que son derrotados y buscan el consejo de los predicadores, sean exhortados a orar más y a leer más la Biblia. Pero incluso estas actividades, cuando únicamente representan nuestros propios esfuerzos, pueden hacer que “desconectemos” nuestro espíritu de la electricidad divina. Ciertamente la electricidad divina ha sido instalada en nosotros, y una vez que ha sido activada no debiéramos apagarla; pero el caso es que muchos cristianos, por medio de sus actividades inocentes, “han apagado el interruptor”; como resultado de ello, algunos de ellos empiezan a dudar de su salvación o de tener realmente al Espíritu. Esto puede hacer que vayan de un grupo cristiano a otro en busca de ayuda espiritual. Ésta es la situación en que actualmente se encuentran muchos cristianos.

  Esta clase de situación difiere mucho de las buenas nuevas del evangelio. El mensaje del evangelio es: Dios nos eligió, nos predestinó y nos marcó desde la eternidad. Luego, un día, el Hijo de Dios vino a realizar todo lo necesario para nuestra salvación. Él pasó por el proceso de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección, y finalmente llegó a ser el Espíritu vivificante. Cuando usted oyó la proclamación de las buenas nuevas y la admitió como tal, este Espíritu vivificante entró en usted y empezó a morar en su espíritu. Ahora lo único que tiene que hacer es permanecer en el espíritu. No haga nada que lo separe del espíritu. Por el contrario, sólo declare que usted se encuentra en el espíritu. Proclame este maravilloso hecho: “El evangelio me fue proclamado y yo lo reconocí; así que, ahora el Espíritu de Dios mora en mí, y yo estoy en el espíritu”. Si declaramos esto en fe, nada será capaz de derrotarnos. Por el contrario, todo estará bajo nuestros pies. Éstas son las buenas nuevas, el evangelio de Cristo y el evangelio de Dios. ¡Cuán maravilloso es esto!

  Aquellos que han sido cristianos por largo tiempo aún pueden guardar recuerdos de fracasos y derrotas. Así que cuando ellos escuchen nuestra proclamación del hecho de que, debido a que el Espíritu de Dios mora en nosotros, estamos en el espíritu, es posible que ellos formulen una serie de preguntas acerca de diversos asuntos. Tal vez se pregunten de esto o aquello. Debemos olvidarnos de todos esos asuntos y proclamar que estamos en el espíritu. No debemos decir: “¿Y qué acerca de mis problemas en el trabajo y en la casa?”. En lugar de ello, debemos decir: “Yo estoy en el espíritu”.

  La pequeña preposición en es muy significativa. De acuerdo con 8:1 no hay ninguna condenación para los que están en Cristo. Y según 8:9, ya que el Espíritu de Dios mora en nosotros, no estamos más en la carne, sino en el espíritu. No es necesario que nos esforcemos por hacer muchas cosas. Simplemente necesitamos reconocer los hechos y proclamarlos.

  Cuando era un joven cristiano que buscaba al Señor, compré muchos libros sobre temas con respecto a cómo orar, cómo ser santos y cómo vencer el pecado. Siempre estaba interesado en “cómo ser o hacer esto y aquello”: cómo ser espiritual, cómo ser victorioso, cómo agradar a Dios, cómo predicar el evangelio, etc. Sin embargo, gradualmente aprendí que estos libros no podían ayudarme. En lugar de leer libros sobre cómo hacer esto o aquello, haríamos mejor en leer y orar-leer Romanos 8, versículo por versículo. Hacer esto nos causará gran disfrute. Debemos prestar especial atención al versículo 9, principalmente a las palabras en el espíritu. Una y otra vez debemos orar esta frase y declarar el hecho de que estamos en el espíritu.

EL ESPÍRITU MEZCLADO

  Es difícil determinar si la palabra espíritu en la frase en el espíritu deba escribirse con “E” mayúscula o “e” minúscula. La razón para ello es que aquí “espíritu” se refiere al espíritu mezclado, es decir, al Espíritu divino mezclado con nuestro espíritu humano regenerado. El versículo 16 menciona ambos espíritus: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”. Este versículo no dice que el Espíritu da testimonio y que nuestro espíritu da testimonio también, sino que el Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu. Decir que el Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu es más profundo que decir que tanto el Espíritu como nuestro espíritu dan testimonio, porque esto indica que estos dos espíritus son uno. Decir que tanto el Espíritu de Dios como nuestro espíritu dan testimonio, denota que estos espíritus siguen siendo dos. Pero decir que el Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu, indica que los dos espíritus se han mezclado y han llegado a ser uno.

LA OBRA DEL ESPÍRITU QUE MORA EN LOS CREYENTES

  Ahora prosigamos a considerar los diferentes aspectos de la obra bendita que realiza el Espíritu según Romanos 8. En primer lugar, el Espíritu al que se hace referencia aquí es el Espíritu que mora en nosotros (vs. 9, 11). El hecho de que el Espíritu more en nuestro ser reviste gran importancia y trascendencia. Supongamos que el presidente de los Estados Unidos viniera a visitar la ciudad de usted y se quedara en su casa por algún tiempo. Esto sería un gran honor y un gran privilegio para usted. Pero alguien mucho más importante que el presidente mora en nuestro interior: ¡el mismo Espíritu de Dios mora en nuestro espíritu!

  La segunda función que cumple el Espíritu es darnos vida. Mientras el Espíritu mora en nosotros, no permanece inactivo; más bien, está muy ocupado impartiéndonos vida. Este Espíritu que mora en nosotros es el Espíritu vivificante, el Espíritu que da vida.

  La tercera función que cumple el Espíritu se halla descrita en el versículo 13, que dice: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. De acuerdo con este versículo, el Espíritu no solamente da vida, sino que también mata o hace morir. Por el lado positivo, el Espíritu nos da vida, pero por el lado negativo, mata y elimina todas las cosas negativas en nuestro interior.

  En cuarto lugar, en el versículo 14 se nos habla de la función de guiar o dirigir que es desempeñada por el Espíritu: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. El Espíritu que mora en nosotros nos guía con gran dulzura. Muchos de nosotros podemos testificar acerca de este Espíritu que nos guía a las reuniones de la iglesia cuando pensábamos hacer alguna otra cosa. ¡Alabémosle porque Él es quien nos guía!

  Romanos 8:15 nos habla de la quinta función que cumple el Espíritu: “Pues no habéis recibido espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido espíritu filial, con el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”. El Espíritu clama: “¡Abba, Padre!” de una manera muy dulce. Siempre que clamamos: “¡Abba, Padre!”, nos sobrecoge una sensación de dulzura, y consolación; ciertamente este Espíritu es un Espíritu que clama.

  Como ya hemos hecho notar, de acuerdo con el versículo 16, el Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu. Por tanto, esto hace referencia al Espíritu que testifica. Debido a que el Espíritu da tal testimonio, nosotros tenemos la confirmación y poseemos el testimonio en nuestro ser de que somos hijos de Dios. En nuestro ser hay una persona viva, el Espíritu que mora en nosotros, el cual da testimonio dentro de nosotros de que somos hijos de Dios.

  En séptimo lugar, el versículo 26 dice: “Además, de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”. Aquí vemos que el Espíritu cumple la función de unirse a nosotros para ayudarnos en nuestra debilidad. Si no fuéramos débiles, el Espíritu no se uniría a nosotros para ayudarnos; pero simplemente debido a que somos débiles, Él se hace compañero nuestro a fin de ayudarnos en nuestra debilidad y compadecerse de la misma. Ésta es una bendición tan maravillosa que no hay palabras humanas que la expliquen adecuadamente.

  En octavo lugar, en el versículo 27 tenemos la intercesión del Espíritu: “Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a Dios intercede por los santos”. La intercesión del Espíritu también se menciona en el versículo 26, donde se nos dice que el Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles. Según estos versículos, la intercesión del Espíritu no se lleva a cabo en los cielos, sino dentro de nosotros. Debemos notar que el versículo 27 dice que Dios, quien escudriña nuestro corazón, sabe cuál es la intención del Espíritu. Esto indica no sólo que Él mismo se mezcló con nuestro espíritu, sino que incluso Su mente se ha mezclado con nuestro corazón. Dios escudriña nuestro corazón para conocer la intención del Espíritu. Esto quiere decir que la mente del Espíritu se ha hecho una con nuestro corazón.

  Aquí permítame hacer una pregunta: ¿Es el Espíritu quien gime, o somos nosotros quienes gemimos? El versículo 26 dice que el Espíritu intercede con gemidos indecibles. Ciertamente nosotros somos los que gemimos, pero nuestro gemir es la intercesión que realiza el Espíritu. Esto indica una vez más que el Espíritu y nosotros, nosotros y el Espíritu, somos uno. Nuestro gemir viene a ser la intercesión del Espíritu. Además, la intención del Espíritu, es decir, Su mente, ya forma parte de nuestro corazón. ¡Cuán maravilloso es que el Espíritu no sólo está mezclado con nuestro espíritu, sino que además Su mente se ha mezclado con nuestro corazón, e incluso Su intercesión viene a ser nuestro gemir! ¡Cuán maravilloso es que Él sea uno con nosotros de esta manera!

  Finalmente, conforme al versículo 23, tenemos “las primicias del Espíritu”. Lo que estamos disfrutando hoy es solamente un anticipo de la cosecha, y no la cosecha en plenitud. Las primicias son una muestra, un anticipo y una garantía del pleno disfrute que está por venir. Según lo indica el versículo 23, tal disfrute pleno y completo tiene que ver con la redención de nuestro cuerpo. Hoy disfrutamos al Dios Triuno en nuestro espíritu y, en el mejor de los casos, también en nuestra alma. Pero nuestro cuerpo aún no es partícipe del pleno disfrute del Dios Triuno. Por lo tanto, necesitamos la redención de nuestro cuerpo. Mientras disfrutamos de las primicias del Espíritu hoy, estamos llenos de expectativa, pues en el futuro tendremos el pleno disfrute, la redención de nuestro cuerpo.

  Permanecer en el espíritu no es un asunto de menor importancia. Cuando permanecemos en el espíritu, disfrutamos el hecho de que el Espíritu more en nosotros, nos imparta vida, mate todo lo negativo que hay en nuestro ser, guíe, clame, dé testimonio y se una a nosotros en nuestra debilidad a fin de ayudarnos e, incluso, interceda con nosotros. Esto redunda en que disfrutamos al Espíritu como las primicias del Dios Triuno, al cual disfrutaremos en plenitud. Esto no es una mera enseñanza, sino una revelación y también una proclamación de los hechos de los cuales hemos de disfrutar.

  Cuando vemos todos estos aspectos de la obra del Espíritu, no hay necesidad de ayunar ni de orar. En lugar de ello, lo que tenemos que hacer es decir amén a cada una de las funciones que cumple el Espíritu, diciendo: “Estoy en el espíritu, amén. El Espíritu mora en mí, amén. Me vivifica, amén. Hace morir lo negativo en mí, amén. Me guía, amén. Clama, amén. Da testimonio, amén. Se une a mí, amén. Intercede, amén. Es las primicias, amén. Amén, estoy en el espíritu, disfrutando de la obra que el Espíritu realiza en mí”. Quisiera alentarle a usted a decir un fuerte amén a cada uno de los versículos de Romanos 8, en especial a la frase en el espíritu. Si proclama el hecho de que está en el espíritu y dice amén a cada aspecto de la obra del Espíritu, experimentará un cambio en su vida cristiana. Esto los transformará, edificará y le proporcionará el crecimiento en vida.

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