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Capítulos de libros «La Primera Epístola de Pablo a Los Corintios»
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  • El evangelio completo, que incluye las enseñanzas acerca de Cristo y la iglesia, como se revela plenamente en el libro de Romanos (Ro. 1:1; 16:25).

  • Debemos estar firmemente establecidos en el evangelio completo, es decir, en todo el Nuevo Testamento, y no sólo en ciertas enseñanzas o doctrinas.

  • O, estáis en el camino de la salvación (Conybeare). Ya justificados en Cristo y regenerados por el Espíritu, estamos en el proceso de ser salvos en la vida de Cristo (Ro. 5:10). Estaremos en este proceso hasta que seamos completamente maduros y hayamos sido conformados a Él (Ro. 8:29).

  • La muerte de Cristo por nuestros pecados, Su sepultura para que seamos aniquilados y Su resurrección para que la vida germine en nosotros, todo lo cual se llevó a cabo conforme a las profecías del Antiguo Testamento (Is. 53:5-8, 10-12; Sal. 22:14-18; Dn. 9:26; Is. 53:9; Sal. 16:9-10; Os. 6:2), son los elementos básicos entre los puntos iniciales del evangelio. El último de estos elementos es el más vital, porque es el aspecto positivo del evangelio por cuanto nos imparte vida para que obtengamos vida y vivamos a Cristo.

  • El Antiguo Testamento, esto es, la ley y los profetas.

  • O, fue visto por Cefas. Los primeros apóstoles y discípulos fueron testigos oculares de la resurrección de Cristo (Hch. 1:22), y su predicación recalcaba su testimonio acerca de esto (Hch. 2:32; 4:33). Dieron testimonio del Cristo resucitado no sólo con su enseñanza sino también con su vida. Ellos vivían con Él porque Él vivía en ellos en resurrección (Jn. 14:19).

  • La gracia, mencionada tres veces en este versículo, es el Cristo resucitado que se hizo el Espíritu vivificante (v. 45) para, en resurrección, introducir en nosotros al Dios Triuno procesado, para que sea nuestra vida y suministro de vida a fin de que vivamos en resurrección. Así que, la gracia es el Dios Triuno que llega a ser nuestra vida y nuestro todo. (Véase la nota Jn. 1:171 y la nota Gá. 2:211a). Es por esta gracia que Saulo de Tarso, el primero de los pecadores (1 Ti. 1:15-16), llegó a ser el apóstol principal, que trabajaba mucho más que todos los apóstoles. Su ministerio y su vida, llevados a cabo por medio de esta gracia, son un testimonio innegable de la resurrección de Cristo.

  • La frase no yo, sino la gracia de Dios es el equivalente de la frase ya no vivo yo, mas vive Cristo de Gá. 2:20. La gracia que motivó al apóstol y operó en él no era algún asunto o cosa, sino una persona viviente, o sea, el Cristo resucitado, la corporificación de Dios el Padre, quien se hizo el Espíritu vivificante y todo-inclusivo que moraba en el apóstol como su todo.

  • En este capítulo el apóstol confrontó la herejía de los corintios que afirmaba que no había resurrección de muertos. Los corintios eran como los saduceos (Mt. 22:23; Hch. 23:8). Éste era el décimo problema que existía entre ellos y el más dañino y destructivo para la economía neotestamentaria de Dios, peor aún que la herejía propagada por Himeneo y Fileto con respecto a la resurrección (2 Ti. 2:17-18). La resurrección es el pulso vital y el sustento de la economía divina. Si no hubiera resurrección, Dios sería un Dios de muertos, y no de vivos (Mt. 22:32). Si no hubiera resurrección, Cristo no habría resucitado de entre los muertos. Sería un Salvador muerto, y no un Salvador viviente que vive para siempre (Ap. 1:18) y que nos puede salvar por completo (He. 7:25). Si no hubiera resurrección, no habría prueba viva de que fuimos justificados por Su muerte (Ro. 4:25 y la nota), ni se nos impartiría la vida (Jn. 12:24), ni habría regeneración (Jn. 3:5), ni renovación (Tit. 3:5), ni transformación (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18), ni tampoco conformación a la imagen de Cristo (Ro. 8:29). Si no hubiera resurrección, no habría miembros de Cristo (Ro. 12:5), ni Cuerpo de Cristo como la plenitud de Él (Ef. 1:20-23), ni tampoco existiría la iglesia como la novia de Cristo (Jn. 3:29) y por lo tanto, tampoco el nuevo hombre (Ef. 2:15; 4:24; Col. 3:10-11). Si no hubiera resurrección, la economía neotestamentaria de Dios se derrumbaría por completo y el propósito eterno de Dios sería anulado.

  • Es decir, vacía, inválida. Sin el Cristo viviente y en resurrección, tanto la proclamación del evangelio como nuestra fe en el evangelio estarían vacías, serían inválidas y carecerían de realidad.

  • Es decir, infructuosa, sin valor. Si Cristo no hubiera resucitado para vivir en nosotros como nuestra vida y nuestro todo, nuestra fe en Él sería infructuosa, no tendría valor y no produciría resultados, tales como la impartición de vida, la liberación del pecado, la victoria sobre Satanás y el crecimiento en vida.

  • La muerte de Cristo nos salva de ser condenados por nuestros pecados, mas no del poder del pecado. Es la vida de resurrección de Cristo la que nos libera del poder del pecado (Ro. 8:2). Si Cristo no hubiera resucitado, todavía estaríamos en nuestros pecados y bajo el poder del pecado.

  • Es decir, murieron (1 Ts. 4:13-16).

  • Es decir, no ser resucitados sino permanecer en la muerte para siempre.

  • Si no hubiera resurrección, no tendríamos futuro ni tampoco tendríamos ninguna esperanza para el futuro, tales como: Cristo nuestra esperanza de gloria (Col. 1:27), la heredad de nuestra bendición eterna (Dn. 12:13), el reinar con Cristo en el milenio (Ap. 20:4, 6) y la recompensa de la resurrección de los justos (Lc. 14:14). Todas estas esperanzas están ligadas a nuestra resurrección.

  • Los vs. 20-28 son un paréntesis que confirma la verdad de la resurrección al presentar a Cristo como las primicias de la misma.

  • Cristo fue el primero en resucitar de entre los muertos, llegando a ser así las primicias de la resurrección. Esto fue tipificado por las primicias (una gavilla de primicias, que constaba de Cristo y de algunos de los santos muertos del Antiguo Testamento, fue resucitada en la resurrección del Señor, Mt. 27:52-53) en Lv. 23:10-11, las cuales eran ofrecidas a Dios en el día después del Sábado, es decir, el día de la resurrección (Mt. 28:1). Cristo como las primicias de la resurrección es el Primogénito de entre los muertos para ser la Cabeza del Cuerpo (Col. 1:18; Ef. 1:20-23). Puesto que Él, la Cabeza del Cuerpo, ha resucitado, nosotros, el Cuerpo, también seremos resucitados.

  • Es decir, Adán, el primer hombre (v. 45).

  • Es decir, Cristo, el segundo hombre (v. 47). Adán introdujo la muerte por medio del pecado (Ro. 5:12); Cristo introdujo la vida de resurrección por medio de la justicia (Ro. 5:17-18). La muerte introducida por Adán opera en nosotros desde que nacimos de nuestros padres hasta la muerte de nuestro cuerpo. La vida de resurrección introducida por Cristo opera en nosotros, como es representado por el bautismo (Ro. 6:4), desde nuestra regeneración por el Espíritu de Dios (Jn. 3:5) hasta la transfiguración de nuestro cuerpo (Fil. 3:21).

  • En Adán nacimos en muerte y nacimos para morir; estamos muertos en él (Ef. 2:1, 5).

  • En Cristo hemos renacido en vida y hemos resucitado para vivir; se nos ha dado vida, o sea, fuimos vivificados, en Él (Ef. 2:5-6).

  • Véase la nota 1 Co. 15:202b. Cristo, quien es las primicias, es el primero en orden en la resurrección de los muertos.

  • Los que creen en Cristo, los justos, que serán resucitados para vida al regreso del Señor antes del milenio (Jn. 5:29; Lc. 14:14; 1 Ts. 4:16; 1 Co. 15:52; Ap. 20:4-6). Éstos serán el segundo grupo en orden en la resurrección de los muertos.

  • El versículo anterior da a conocer el orden de la resurrección: primero, Cristo; luego los que son de Cristo. Del mismo modo, en este versículo, después de la palabra luego se esperaría que se mencione otro grupo de personas. Sin embargo, aquí no nos dice quiénes, sino que dice: “el fin”, porque los que serán resucitados al final, en su propio orden, no están en Cristo.

    Esto se refiere al fin de todas las eras y dispensaciones de la vieja creación. También es el fin del milenio antes del cielo nuevo y la tierra nueva (Ap. 21:1). Durante todos los siglos y todas las dispensaciones, Dios, por una parte, ha estado lidiando con Su enemigo Satanás y con todas las cosas negativas del universo; por otra parte, Él ha estado llevando a cabo todo lo necesario para el cumplimiento de Su propósito eterno. La última de todas las eras y dispensaciones será el milenio, la era del reino, después de la cual todas las luchas y los logros de Dios habrán sido totalmente completados. Tal compleción será el fin, la conclusión, de toda la obra de Dios. Al llegar este fin, todos los incrédulos muertos, los injustos, serán resucitados para juicio, para perdición eterna (Jn. 5:29; Ap. 20:5, 11-15). Éstos serán el tercer grupo en ser resucitado.

  • Cuando Cristo destruya la autoridad satánica, someta a todos Sus enemigos (v. 25), destruya la muerte (v. 26) y entregue el reino a Dios el Padre, es decir, cuando todas las cosas negativas hayan sido eliminadas y todo el propósito eterno de Dios haya sido cumplido, la vieja creación será concluida.

  • Después de llevar a cabo la redención, Cristo fue al Padre para recibir de Él el reino (Lc. 19:12, 15). Antes del milenio Cristo, como el Hijo del Hombre, habrá recibido el reino de parte de Dios, el Anciano de días, para reinar sobre todas las naciones por mil años (Dn. 7:13-14; Ap. 20:4, 6). Al final del milenio, después de derrotar a Satanás, el diablo, y a los ángeles malignos (todo dominio, autoridad y poder), e incluso a la muerte y al Hades, poniendo a todos Sus enemigos bajo Sus pies (vs. 25-26) y echándolos a todos, incluyendo la muerte y el Hades, en el lago de fuego (Ap. 20:7-10, 14), Cristo devolverá el reino a Dios el Padre.

  • En el milenio, la última era de la vieja creación.

  • Inmediatamente después de la caída del hombre, Dios empezó Su obra de abolir el pecado y la muerte. Esta obra progresó a lo largo de las eras del Antiguo Testamento y del Nuevo, y sigue realizándose hoy. Cuando el pecado sea quitado al final de la vieja creación, y cuando su origen, Satanás, sea arrojado al lago de fuego (Ap. 20:7-10), entonces la muerte será abolida. Será arrojada al lago de fuego junto con el Hades, su poder, después del juicio final ante el gran trono blanco (Ap. 20:11-15).

  • Esto se refiere a Dios, quien sujetó todas las cosas bajo los pies de Cristo. Esto es una referencia a Sal. 8:6-8 con respecto a Cristo como el hombre a quien Dios dio dominio sobre todas las cosas. Esto será cumplido cuando todas las cosas mencionadas en los vs. 24-26 hayan ocurrido. La palabra porque al principio del versículo indica esto.

  • Se refiere a Cristo como el hombre profetizado en Sal. 8:4-8. A Él —el hombre resucitado, glorificado y exaltado— Dios sujetó todas las cosas (He. 2:7-9; Ef. 1:20-22).

  • A Cristo, de acuerdo con el v. 27, a quien Dios sujetó todas las cosas.

  • Cristo, el Hijo de Dios como Aquel que es Cabeza de todos los hombres en Su humanidad, está sujeto a la autoridad de Dios el Padre (1 Co. 15:11:3). Esto es para el gobierno del reino de Dios. Después que Dios el Padre haya sujetado todas las cosas bajo los pies de Cristo, quien es el hombre resucitado en gloria (Ef. 1:22; He. 2:7-8), y después que Cristo como hombre resucitado haya puesto todos los enemigos bajo Sus pies para llevar a cabo dicha sujeción, Él como Hijo de Dios, además de entregar el reino a Dios el Padre (v. 24) también se sujetará a Sí mismo en Su divinidad a Dios, quien ha sujetado todas las cosas a Él, el Hijo en Su humanidad. Esto indica la sumisión y subordinación absoluta del Hijo para con el Padre, lo cual exalta al Padre, de modo que Dios el Padre sea todo en todo.

  • Dios, conforme al v. 27, ha sujetado todas las cosas a Cristo.

  • La misma palabra griega traducida todas las cosas al comienzo de este versículo.

  • Al considerar los vs. 20-28 como un paréntesis, este versículo debe ser ligado al v. 18, y los vs. 30-32 al v. 19.

  • Probablemente no era algo oficial practicado por las iglesias primitivas en general, sino una actividad personal de algunos creyentes individuales en favor de las personas muertas, por quienes se preocupaban, las cuales tal vez habían creído en el Señor pero no habían sido bautizadas antes de morir. Ellos hacían esto con la esperanza de que tales personas muertas resucitaran al regreso del Señor (1 Ts. 4:16), puesto que en el bautismo se representa claramente la resurrección (Col. 2:12). El apóstol usó lo que ellos hacían para confirmar la verdad de la resurrección. Sin embargo, esto no quiere decir que aprobara que algunos creyentes se bautizaran por los muertos.

  • Los creyentes corintios eran el fruto de la labor del apóstol, una labor en la cual él arriesgó la vida. En ellos, el apóstol pudo gloriarse de tal labor. Gloriándose así, les declaró que cada día moría; es decir, que cada día corría el riesgo de morir, se enfrentaba con la muerte y moría al yo (2 Co. 11:23; 4:11; 1:8-9; Ro. 8:36).

  • El apóstol, al llegar a este punto en su discurso con respecto a la resurrección, usó su propia experiencia en la obra del Señor para confirmar la veracidad de la resurrección, más específicamente, les habló del efecto que la resurrección de Cristo había tenido en él. Al gloriarse en los corintios, fruto de su labor en que arriesgó la vida, el apóstol lo hacía en el Cristo resucitado, no en sí mismo, puesto que al arriesgar su vida al laborar en favor de ellos no lo hizo por sí mismo sino por el Cristo resucitado.

  • En aquellos días los hombres luchaban contra personas o asuntos malignos para recibir una recompensa temporal. Pero el apóstol no peleaba así cuando luchaba por causa del evangelio contra las personas y los asuntos malignos. Más bien, peleaba conforme a una esperanza más alta a fin de recibir recompensa en la resurrección que está por venir (Lc. 14:14; 2 Ti. 4:8).

  • Una figura retórica que denota personas o asuntos malignos (2 Ti. 4:17).

  • Parece ser una cita de un dicho que se usaba en aquellos días, una máxima de los epicúreos. Si no hay resurrección, nosotros los creyentes no tenemos esperanza para el futuro y hemos llegado a ser los más dignos de conmiseración de todos los hombres (v. 19). De ser así, más nos vale disfrutar nuestra vida ahora, olvidando el futuro, como los epicúreos lo hacían.

  • Parece ser una cita de un dicho de aquellos días, un pasaje de un poema griego. Con estas palabras el apóstol amonestó a los creyentes corintios a no ser compañeros de los herejes que decían que no había resurrección. Tan mala compañía corrompería su fe y sus virtudes cristianas.

  • O, Despertad; dejad de embriagaros, como es justo. La frase como es justo se refiere a estar en una relación correcta con Dios y con el hombre. Decir que no hay resurrección ofende a Dios y al hombre. Esto es cometer pecado y, por ende, ser injusto. Por eso, el apóstol aconsejó a los corintios descarriados que despertaran de este pecado y volvieran a la sobriedad, para que restauraran su relación con Dios y con el hombre. Estaban ebrios injustamente al permanecer en el estupor de la herejía que negaba la resurrección. Debían salir de tal estupor.

  • Ser un hereje que afirma que no hay resurrección es no conocer a Dios, ignorando el poder de Dios y Su economía (Mt. 22:29-32). Esto es una vergüenza para los creyentes.

  • La realidad de la resurrección está contenida y escondida en la naturaleza, especialmente en la vida vegetal. Una semilla sembrada en la tierra muere y es vivificada. Esto es resurrección. Esto respondió a la necia pregunta que hicieron los corintios: “¿Cómo resucitarán los muertos?” (v. 35).

  • No el cuerpo sembrado para morir (v. 37) sino el cuerpo resucitado dado por Dios, que tiene otra forma y que está en un nivel más elevado. Esto contestó la pregunta necia de los corintios: “¿Con qué clase de cuerpo vendrán?” (v. 35).

  • En los vs. 39-41 el apóstol les demostró a los corintios necios que Dios puede dar un cuerpo a todos los seres resucitados, tal como dio un cuerpo a todas las cosas creadas: a los hombres y a los animales de la tierra, a las aves del aire, y a los peces del agua, los cuales son cuerpos terrenales y tienen glorias diferentes; y al sol, a la luna y a las estrellas, los cuales son cuerpos celestiales y tienen varios grados de gloria.

  • Un cuerpo anímico es un cuerpo natural animado por el alma, un cuerpo en el cual predomina el alma. Un cuerpo espiritual es un cuerpo resucitado saturado por el espíritu, un cuerpo en el cual el espíritu predomina. Cuando muramos, nuestro cuerpo natural, siendo del alma, será sembrado, es decir, sepultado, en corrupción, en deshonra y en debilidad. Cuando sea resucitado, llegará a ser espiritual en incorrupción, en gloria y en poder (vs. 42-43).

  • Por medio de la creación, Adán fue hecho alma viviente con un cuerpo anímico, o sea, del alma. Por medio de la resurrección Cristo llegó a ser el Espíritu vivificante poseedor de un cuerpo espiritual. Adán como alma viviente es natural; Cristo como Espíritu vivificante está en resurrección. Primero, en la encarnación, Él llegó a ser carne para efectuar la redención (Jn. 1:14, 29); luego, en resurrección llegó a ser el Espíritu vivificante para impartirnos vida (Jn. 10:10b). Por medio de la encarnación Él tenía un cuerpo anímico, así como lo tenía Adán; por medio de la resurrección Él tiene un cuerpo espiritual. Su cuerpo anímico ha llegado a ser un cuerpo espiritual por medio de la resurrección. Ahora Él es el Espíritu vivificante en resurrección, tiene un cuerpo espiritual y está listo para ser recibido por Sus creyentes. Cuando creemos en Cristo, Él entra en nuestro espíritu y somos unidos a Él, quien es el Espíritu vivificante. Por tanto, llegamos a ser un espíritu con Él (1 Co. 6:17). Nuestro espíritu es vivificado y es resucitado con Él. Finalmente, nuestro cuerpo anímico actual llegará a ser un cuerpo espiritual en resurrección, igual que el Suyo (vs. 52-54; Fil. 3:21).

  • Cristo, el segundo hombre (v. 47).

  • Adán, el primer hombre (v. 47).

  • La expresión de la tierra denota el origen del primer hombre, Adán, y la palabra terrenal denota su naturaleza.

  • Cristo no sólo es el postrer Adán (v. 45), sino también el segundo hombre. El primer Adán (v. 45) es el comienzo de la humanidad; el postrer Adán es la terminación de dicha humanidad. Como el primer hombre, Adán es la cabeza de la vieja creación, y la representa como ser creado. Como el segundo hombre, Cristo es la Cabeza de la nueva creación, y la representa como hombre resucitado. En todo el universo sólo hay dos hombres: el primer hombre, Adán, el cual incluye a todos sus descendientes, y el segundo hombre, Cristo, el cual abarca a todos Sus creyentes. Nosotros los creyentes fuimos incluidos por nacimiento en el primer hombre y por la regeneración hemos venido a formar parte del segundo hombre. Nuestra fe nos ha trasladado del primer hombre al segundo. Con respecto a formar parte del primer hombre, nuestro origen es la tierra y nuestra naturaleza es terrenal. En cuanto a formar parte del segundo hombre, nuestro origen es Dios y nuestra naturaleza es celestial.

  • La expresión del cielo denota el origen divino y la naturaleza celestial del segundo hombre, Cristo.

  • El primer hombre, Adán, quien es terrenal.

  • Todos los descendientes de Adán, quienes son terrenales como él.

  • El segundo hombre, Cristo, quien es celestial.

  • Todos los creyentes en Cristo, quienes son celestiales como Cristo.

  • Por ser parte de Adán, hemos llevado por nacimiento la imagen del hombre terrenal; por ser parte de Cristo, llevaremos en resurrección la imagen del hombre celestial. Esto indica que así como en Adán nacimos como hombres terrenales, así también en Cristo seremos resucitados como hombres celestiales. Dicha resurrección es nuestro destino. Es tan segura como nuestro nacimiento y nunca debe ser puesta en duda.

  • La carne y la sangre son los componentes del cuerpo anímico, el cual es corruptible y no es apto para heredar el reino de Dios, que es incorruptible. La corrupción no puede heredar la incorrupción. Nuestro cuerpo corruptible tiene que ser resucitado en un cuerpo incorruptible para que podamos heredar el reino incorruptible de Dios en resurrección.

  • La transfiguración, la cual incluye la resurrección, de nuestro cuerpo corruptible en uno incorruptible (Fil. 3:21). Esto es misterioso para el entendimiento humano.

  • Es decir, transfigurados de la corrupción, la deshonra y la debilidad, a la incorrupción, la gloria y el poder (vs. 42-43). Esto equivale a que el cuerpo de la humillación nuestra sea conformado al cuerpo de la gloria de Cristo (Fil. 3:21).

  • La séptima trompeta (Ap. 11:15), la trompeta de Dios (1 Ts. 4:16).

  • Los muertos en Cristo, los creyentes que hayan muerto (1 Ts. 4:16).

  • Los creyentes que estemos vivos cuando el Señor regrese. Los santos que hayan muerto serán resucitados primero; luego, los santos que estén vivos serán transformados, transfigurados, en el arrebatamiento (1 Ts. 4:15-17).

  • Esto se refiere a nuestro cuerpo corruptible y mortal, el cual debe vestirse de incorrupción e inmortalidad, bien sea por medio de la resurrección de entre los muertos o por medio de nuestra transfiguración estando todavía vivos. Esto es misterioso e incomprensible a los ojos naturales.

  • Es decir, cuando nuestro cuerpo corrupto y mortal sea resucitado o transfigurado de corrupción y muerte a gloria y vida. Entonces la muerte será sorbida para victoria. Esto será la consumación de la resurrección, de la cual participamos en la economía de Dios en virtud de la redención y salvación que tenemos en Cristo. Esta resurrección comienza con la vivificación de nuestro espíritu muerto y se completa con la transfiguración de nuestro cuerpo corruptible. Entre estos dos extremos está el proceso en el cual nuestra alma caída es transformada metabólicamente por el Espíritu vivificante, quien es la realidad de la resurrección (2 Co. 3:18).

  • La muerte es una derrota para el hombre. Mediante la obra salvadora de Cristo en la vida de resurrección, la muerte será sorbida resultando en victoria para nosotros, los beneficiarios de la vida de resurrección de Cristo.

  • El tema de este capítulo es la resurrección. La resurrección de Cristo fue Su victoria sobre Satanás, el enemigo de Dios, sobre el mundo, el pecado y la muerte. Después de Su triunfante ascensión a lo alto (Ef. 4:8) en Su resurrección, Dios hizo que todos los enemigos le estuvieran sujetos (v. 25). Luego, en resurrección, Cristo vendrá a la tierra con el reino de Dios (Dn. 7:13-14) para ejercer el poder de Dios y sojuzgar todo lo que está en la tierra. Esto continuará por mil años (Ap. 20:4, 6). El último enemigo que será abolido es la muerte. Cuando la muerte sea sorbida, el resultado será la victoria final de la resurrección del Señor, o sea, la victoria completa y final que Él logró en resurrección para nosotros, quienes creemos en Él y participamos de Su resurrección. Éste es el resultado máximo y final de Su resurrección para el reino eterno de Cristo y de Dios, y para que aquellos que creen en Él disfruten eternamente de Su vida de resurrección en la eternidad.

  • Ésta es la exclamación triunfal del apóstol en cuanto a la victoria de la vida de resurrección sobre la muerte.

  • La muerte proviene del diablo (He. 2:14) y por medio del pecado nos aguijonea hasta matarnos (Ro. 5:12). En la obra redentora de Cristo, Él fue hecho pecado por nosotros (2 Co. 5:21) a fin de que Dios condenara el pecado por medio de la muerte de Cristo (Ro. 8:3), aboliendo así el aguijón de la muerte. Así que, mediante la resurrección de Cristo, la muerte es sorbida por la vida de resurrección.

  • El pecado nos trae maldición y condenación, tanto a nuestra conciencia como delante de Dios, por medio de la ley (Ro. 4:15; 5:13, 20; 7:7-8). Por tanto, la ley viene a ser el poder del pecado para matarnos (Ro. 7:10-11). Ya que la muerte de Cristo ha cumplido los requisitos que la ley tenía sobre nosotros (1 P. 3:18; 2:24), el poder del pecado ha sido anulado. Por medio de la muerte de Cristo, el pecado ha sido condenado y la ley ha sido anulada, y por medio de Su resurrección la muerte ha sido sorbida. Por lo tanto, debemos dar gracias a Dios, que nos da una victoria semejante sobre el pecado y la muerte, por medio de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo (v. 57).

  • Esta victoria sobre el pecado y la muerte por medio de la muerte y resurrección de Cristo no debe ser meramente un hecho cumplido que debemos aceptar; debe ser nuestra experiencia diaria en vida por medio del Cristo resucitado como Espíritu vivificante (v. 45), quien es uno con nuestro espíritu (1 Co. 6:17). Por lo tanto, debemos vivir por medio de este espíritu mezclado y andar conforme al mismo. De esta manera gracias serán dadas continuamente a Dios, quien nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.

  • Poner en duda la verdad de la resurrección es ser sacudido. Tener certeza y permanecer en la realidad de la resurrección es estar firme e inconmovible.

  • No creer en la verdad de la resurrección hace que perdamos esperanza con respecto a nuestro futuro, desanimándonos así en la obra del Señor. La fe nos da una fuerte aspiración para abundar en la obra del Señor con la esperanza de agradar al Señor en resurrección cuando regrese.

  • No por medio de nuestra vida y capacidad naturales, sino por medio de la vida y poder de la resurrección del Señor. Nuestra labor por el Señor en Su vida de resurrección y con el poder de Su resurrección nunca será en vano, sino que dará por resultado el cumplimiento del propósito eterno de Dios al predicar nosotros a Cristo a los pecadores, ministrar vida a los santos y edificar a la iglesia con las experiencias que tenemos del Dios Triuno procesado, como oro, plata y piedras preciosas (1 Co. 3:12). Tal labor será recompensada por el Señor que ha de regresar, en el día de la resurrección de los justos (1 Co. 3:14; Mt. 25:21, 23; Lc. 14:14).

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