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Capítulos de libros «Levítico»
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  • Fue mediante los sacerdotes que Dios adiestró a Sus elegidos a adorarle y participar de Él (Lv. 1:5-8; 2:2; 3:2; 4:5, 10; 5:8). Los sacerdotes tipifican a Cristo como Sacerdote de Dios (He. 5:5-6), quien se ofreció a Dios por nosotros (He. 9:14, 26; 10:10). Cristo es tanto las ofrendas como el Sacerdote. Él es el único camino a través del cual el pueblo de Dios puede adorar a Dios y disfrutarle.

  • Como holocausto, Cristo fue inmolado por el hombre (Is. 53:7; Mt. 27:31; Hch. 2:23; Fil. 2:8).

  • Aunque el holocausto no tiene como finalidad redimir, hace expiación en favor de quien lo ofrece (véase la nota Lv. 16:11). Por esta razón, el holocausto tiene que ser la ofrenda de una vida poseedora de sangre que sea derramada para expiación (He. 9:22). Debido a que no estamos entregados a Dios de forma absoluta, tenemos necesidad de Cristo como nuestro holocausto, el cual apacigua el conflicto existente entre nosotros y Dios a fin de que tengamos paz con Él. Debido a que el holocausto es para expiación, puede ser ingerido únicamente por Dios (v. 9; 6:30). Nosotros no somos aptos para comerlo.

  • La imposición de las manos no significa sustitución sino identificación, unión (Hch. 13:3 y la nota 2). Al poner nuestras manos en Cristo como nuestra ofrenda, somos unidos a Él, y Él y nosotros llegamos a ser uno. En tal unión todas nuestras debilidades, defectos y faltas son llevados por Él, y todas Sus virtudes llegan a ser nuestras. Para esto se requiere ejercitar nuestro espíritu mediante la oración apropiada a fin de que seamos uno con Él en términos de nuestra experiencia (cfr. 1 Co. 6:17 y las notas). Siempre que, mediante la oración, ponemos nuestras manos en Cristo, entonces el Espíritu vivificante, que es Cristo mismo sobre quien pusimos nuestras manos (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:6, 17), comenzará inmediatamente a moverse y operar dentro de nosotros para vivir en nosotros una vida que sea la repetición de la vida que Cristo llevó en la tierra, la vida de holocausto.

  • Heb. corbán, que significa un presente o un regalo. En un sentido estricto, las ofrendas no son sacrificios, sino dádivas entregadas a Dios por quienes sienten aprecio por Cristo. Los sacrificios son para redención, para propiciación, mientras que las dádivas son regalos que fomentan una íntima comunión entre nosotros y Dios. Los hijos de Israel debían laborar en la buena tierra y después ofrendar a Dios, como dádiva, el producto disfrutado por ellos y por el cual sentían aprecio. Asimismo, debemos ser diligentes en experimentar y disfrutar a Cristo para después ofrecerlo a Dios a manera de dádiva por la cual sentimos gran aprecio. El tabernáculo tiene como finalidad ser la morada de Dios, y las ofrendas tienen como finalidad ser disfrutadas por Dios juntamente con nosotros en virtud de nuestro aprecio por ellas y al ser presentadas por nosotros.

    Éxodo concluye con el tabernáculo erigido (Éx. 40), y Levítico comienza con las ofrendas (caps. 1—7), lo cual implica una continuación directa entre ambos libros. Tanto el tabernáculo como las ofrendas tipifican a Cristo. Mediante la encarnación, Cristo vino como tabernáculo (Jn. 1:14). Este mismo Cristo es también el Cordero de Dios (Jn. 1:29), la totalidad, la suma, de todas las ofrendas (He. 10:5-10). En la encarnación Cristo vino para traer a Dios a nosotros (Juan 1:1—13:38) y pasó por la crucifixión y resurrección para llevarnos a Dios (Juan 14:1—21:25), a fin de que Dios sea uno con nosotros y nosotros seamos uno con Él. El tabernáculo representa que Dios está en Cristo para que nosotros podamos tener contacto con Dios, le experimentemos, entremos en Dios y nos unamos a Dios. Las ofrendas representan a Dios en Cristo como Aquel a quien podemos disfrutar e, incluso, comer, digerir y asimilar (Jn. 6:53-58) para mezclarnos con Dios. La manera en que disfrutamos a Cristo como realidad de todas las ofrendas consiste en tener contacto con Él y poseerlo como Espíritu de realidad (Jn. 6:63; 14:16-18, 20; 1 Co. 15:45).

    Según Levítico, hay cinco clases principales de ofrendas: el holocausto (Lv. 1:1-17), la ofrenda de harina (Lv. 2:1-16), la ofrenda de paz (Lv. 3:1-17), la ofrenda por el pecado (Lv. 4:1-35) y la ofrenda por las transgresiones (Lv. 5:1—6:7). Estas ofrendas cumplían las siguientes funciones:
    1) servían como sacrificios por el pecado, haciendo expiación por el pueblo de Dios al apaciguar el conflicto existente entre Dios y Su pueblo,
    2) servían como dádivas que complacían a Dios y
    3) servían como alimento para Dios y para Sus siervos, los sacerdotes.

  • El tabernáculo era la morada de Dios (Éx. 40:34-35), y la Tienda de Reunión era el lugar donde Dios se reunía con Su pueblo redimido (cfr. Éx. 25:22; 33:7). Ambos se refieren a la iglesia, la cual es tanto la morada de Dios en la tierra (1 Ti. 3:15) como el lugar de reunión donde las personas salvas se reúnen con el Dios que salva (cfr. 1 Co. 14:23-25).

  • El primer y el último versículo de Levítico indican que el libro entero es una crónica del hablar de Dios. El hablar iniciado aquí tuvo lugar no en los cielos, ni en el monte Sinaí, sino en el tabernáculo, la Tienda de Reunión. Según la tipología, esto significa que Dios habla en la iglesia, Su tabernáculo (cfr. 1 Co. 3:16; 14:23-31). La iglesia es la Tienda de Reunión y, como tal, es el oráculo único, el lugar único donde Dios habla.

  • La revelación divina en la Biblia es progresiva, de modo que avanza continuamente desde Génesis hasta Apocalipsis. Génesis revela la creación efectuada por Dios y la caída del hombre, y Éxodo revela la salvación efectuada por Dios y la edificación de Su morada. En Levítico, la revelación divina avanza más al mostrarnos la adoración y el vivir propios del pueblo redimido por Dios. Mientras Israel permaneció con Dios en el monte Sinaí por aproximadamente once meses (Éx. 19:1; cfr. Nm. 10:11), Dios los adiestró en cuanto a adorarle y participar de Él a fin de que le disfrutaran y llevaran una vida santa, limpia y gozosa. Este libro nos muestra que mediante el tabernáculo, con las ofrendas y a través de los sacerdotes, los redimidos de Dios pueden tener comunión con Dios, servirle y ser el pueblo santo de Dios que lleva una vida santa, la cual expresa a Dios. Cristo lo es todo en la comunión, el servicio y la vida del pueblo de Dios. La adoración presentada en Levítico consiste en tener contacto con Dios al disfrutar, juntamente con Dios y los unos con los otros, a Cristo como nuestra porción común (cfr. Jn. 4:24 y las notas). Disfrutar a Cristo juntamente con Dios redunda en la vida santa que lleva el pueblo de Dios.

  • En esta clase de holocausto el animal no era desollado, lo cual indica que el oferente no había experimentado el despojamiento padecido por Cristo al ser privado de toda expresión externa de Sus virtudes humanas (véase la nota Lv. 1:61 y la nota Lv. 1:91, párr. 2).

  • Cristo, como holocausto, llevó una vida entregada absolutamente a la satisfacción de Dios (Jn. 5:30; 6:38; 8:29), una vida pura y santa, en la que no había elemento alguno de la caída, ni había defecto ni pecado (Jn. 14:30; Lc. 23:14; 2 Co. 5:21; He. 4:15; 1 P. 1:19; 2:22). Tal clase de vida era un aroma que satisfacía a Dios, un olor grato que ascendía a Dios para Su deleite y satisfacción.

  • El fuego representa al Dios santo (He. 12:29). En el caso del holocausto, el fuego no denota juicio, sino aceptación por parte de Dios. Este fuego debía arder incesantemente, día y noche (Lv. 6:9, 12-13).

  • Lit., hará que se eleve en el humo. Este término es usado para referirse a la incineración (ofrenda) del holocausto y del incienso.

  • El lavamiento de las partes internas y de las piernas del holocausto no implica que Cristo estuviera sucio; más bien, indica que las partes internas de Cristo y Su andar diario eran continuamente lavados por el Espíritu Santo, representado por el agua (Jn. 7:38-39), con lo cual Él era guardado de contaminarse al tener contacto con las cosas terrenales.

    A fin de ofrecer a Cristo como nuestro holocausto a Dios, debemos experimentarlo en todas Sus experiencias y ofrecerlo a Dios según nuestras experiencias de Él (1 P. 2:5; He. 13:15). En particular, debemos experimentarlo como Aquel que fue inmolado (Ro. 8:36; 2 Co. 4:11), desollado (Mt. 5:11; Hch. 24:5-6; 2 Co. 6:8; 12:16-18) y cortado en trozos (1 Co. 4:13). Además, debemos experimentarlo en Su sabiduría (1 Co. 1:24, 30; 2:7; Col. 1:26-27), experimentarlo como Aquel en quien Dios se deleita (2 Co. 5:9; Gá. 1:10; Ro. 14:18), así como experimentarlo en Sus partes internas (Fil. 2:5; 1 Co. 2:16b; 16:24; Fil. 1:8; 2 Co. 11:10), en Su andar (Mt. 11:29; Ef. 4:20; 1 Co. 11:1; 1 P. 2:21) y como Aquel que el Espíritu Santo guardó de toda contaminación (1 Co. 6:11; Tit. 3:5). Experimentar a Cristo en Sus experiencias no es imitarle externamente, sino vivirle en nuestra vida diaria (Gá. 2:20; Fil. 1:21). La manera en que ofrecemos a Cristo como holocausto es, en realidad, una exhibición y repaso de nuestra experiencia diaria de Cristo. Véase la nota Lv. 1:141.

  • La cabeza del holocausto tipifica la sabiduría de Cristo; la grosura significa que Dios se deleita en Él (Mt. 3:17; 12:18; 17:5); las partes internas (v. 9) denotan las partes internas de Cristo, incluyendo Su mente, parte emotiva, voluntad y corazón con todas sus respectivas funciones; y las piernas (v. 9) representan el andar de Cristo.

  • Que la ofrenda fuese cortada en trozos significa que Cristo estaba dispuesto —sin reserva alguna— a dejar que todo Su ser fuese quebrantado. Cristo llevó una vida de holocausto en la cual todo Su ser y Su vida entera fueron cortados en pedazos (Mr. 15:29-32; Lc. 23:35-39; cfr. Sal. 22:16-17). Que la ofrenda sea descuartizada por el oferente indica que su experiencia de Cristo, su aprehensión de Él, su entendimiento y aprecio por Cristo, son profundos y detallados.

  • La piel del holocausto es la expresión externa de su belleza. Por tanto, desollar tal ofrenda es despojarla de su expresión externa. Como holocausto, Cristo fue “desollado”, despojado de la manifestación externa de Sus virtudes humanas (Mt. 11:19; Mr. 3:22; Jn. 8:48; Mt. 26:65; 27:28; cfr. Sal. 22:18).

  • Rociar la sangre tenía por finalidad hacer expiación (v. 4).

  • Ofrecer el holocausto en la Tienda de Reunión tipifica ofrecer Cristo a Dios en las reuniones de la iglesia. Las diversas clases de holocausto (vs. 3-9, 10-13, 14-17) diferían tanto en tamaño como en la manera de ser ofrecidas. Los diferentes tamaños de holocaustos no significan que Cristo varíe en Sí mismo, sino que la experiencia de Cristo que tenía quien ofrendaba, así como su aprehensión de Él, su entendimiento de Él y su aprecio por Él, diferían en grado. Las primeras dos clases de holocausto —el novillo y la oveja o cabra— eran presentados del mismo modo: ambos eran preparados por el oferente, y la única función desempeñada por el sacerdote era la de rociar la sangre sobre el altar y alrededor del mismo, así como disponer las piezas de la ofrenda sobre el fuego. Sin embargo, en el caso de las ofrendas pertenecientes a la tercera clase de holocausto, el oferente se limitaba a traer la ofrenda a la Tienda de Reunión, y el sacerdote era quien hacía todo lo demás. Quienes ofrecían un novillo, una oveja o una cabra, representan a los creyentes maduros que experimentan a Cristo y sienten aprecio por Él de manera profunda y detallada, y además, poseen la capacidad espiritual necesaria para ofrecer a Cristo de una manera procesada. Quienes ofrecían una tórtola o un palomino representan a los creyentes que todavía son jóvenes en cuanto a su edad espiritual, que han tenido experiencias limitadas de Cristo y cuyo aprecio por Cristo es todavía limitado.

  • El holocausto era ofrecido a la entrada de la Tienda de Reunión, o sea, en el atrio del tabernáculo. El atrio representa la tierra (cfr. la nota Ap. 6:92), y el altar representa la cruz. La cruz en la que Cristo se ofreció estaba en la tierra, pero Él se ofreció delante de Dios y fue aceptado por Dios y ante Dios.

  • Como holocausto, Cristo está lleno de fuerzas (macho) y lozanía (novillo, v. 5), y no tiene defecto ni mancha (1 P. 1:19; He. 9:14).

  • La palabra hebrea significa, literalmente, aquello que asciende, y denota algo que asciende a Dios. El holocausto tipifica a Cristo no principalmente como Aquel que redimió al hombre del pecado, sino como Aquel que lleva una vida perfecta y de absoluta entrega a Dios y para Su satisfacción (v. 9; Jn. 5:19, 30; 6:38; 7:18; 8:29; 14:24), y quien, como tal, es la vida que capacita al pueblo de Dios a manifestar tal vivir (2 Co. 5:15; Gá. 2:19-20). Esta ofrenda es el alimento de Dios que le trae disfrute y satisfacción (Nm. 28:2). Ella debía ser ofrecida diariamente, en la mañana y en la noche (Éx. 29:38-42; Lv. 6:8-13; Nm. 28:3-4).

  • Todas las clases de ganado que se usaban para el holocausto según este capítulo son animales vivos, capaces de moverse y actuar según su propia voluntad. Cristo era una persona viviente y con una voluntad férrea, pero Su voluntad estaba subyugada para sujetarse a Dios. Él jamás tuvo defecto alguno (v. 3), pues Su voluntad siempre estuvo subyugada a fin de estar sujeta a la voluntad de Dios (Jn. 5:30; 6:38). Cristo, como holocausto, fue a la cruz para hacer la voluntad de Dios (He. 10:5-10 y la nota He. 10:71a).

  • Véase la nota Lv. 6:101.

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