10.
El cuarto viaje
27:1—28:31
a.
A Buenos Puertos
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Cuando se decidió que
1habíamos de navegar para
aItalia, entregaron a Pablo y a algunos otros presos a un centurión llamado Julio, de la
2cohorte 3Augusta.
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Y embarcándonos en una nave adramitena que iba a tocar los puertos de Asia,
1zarpamos, estando con nosotros
aAristarco, macedonio de Tesalónica.
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Al otro día arribamos a Sidón; y Julio, tratando
aamablemente a Pablo, le permitió que fuese a los amigos, para ser atendido por ellos.
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Y haciéndonos a la vela desde allí, navegamos a sotavento de Chipre, porque los vientos eran contrarios.
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Habiendo atravesado el mar frente a Cilicia y Panfilia, descendimos a Mira de Licia.
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Y hallando allí el centurión una nave
aalejandrina que navegaba para Italia, nos embarcó en ella.
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Navegando muchos días despacio, y llegando a duras penas frente a Gnido, porque nos impedía el viento, navegamos a sotavento de Creta, frente a Salmón.
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Y costeándola con dificultad, llegamos a un lugar que llaman Buenos Puertos, cerca del cual estaba la ciudad de Lasea.
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Y habiendo pasado mucho tiempo, y siendo ya peligrosa la navegación, por haber pasado ya el
1Ayuno, Pablo les amonestaba,
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diciéndoles:
1Varones, veo que la navegación va a ser con perjuicio y mucha pérdida, no sólo del cargamento y de la nave, sino también de nuestras vidas.
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Pero el centurión daba más crédito al piloto y al
apatrón de la nave, que a lo que Pablo decía.
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Y siendo inadecuado el puerto para invernar, la mayoría acordó zarpar también de allí, por si pudiesen arribar a Fenice, puerto de Creta
1que mira al nordeste y sudeste, e invernar
allÍ.
b.
Surge una tormenta y Pablo predice que sobreviviran
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Y soplando una brisa del sur, pareciéndoles que ya tenían lo que deseaban, levaron anclas e iban costeando Creta.
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Pero no mucho después dio contra
la nave un
aviento huracanado llamado
1Euroclidón, que soplaba desde
2la isla.
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Y siendo arrebatada la nave, y no pudiendo poner proa al viento, nos abandonamos a él y nos dejamos llevar.
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Y habiendo corrido a sotavento de una pequeña isla llamada Clauda, con dificultad pudimos
1controlar el
aesquife.
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Y una vez subido a bordo,
1usaron de refuerzos para ceñir la nave; y teniendo
atemor de encallar en la
2Sirte,
3bajaron los aparejos y quedaron a la deriva.
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Al siguiente día, combatidos por una furiosa tempestad, empezaron a
aaligerar la carga,
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y al tercer día con nuestras propias manos arrojamos los
1aparejos de la nave.
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Y no apareciendo ni sol ni estrellas por muchos días, y acosados por una tempestad no pequeña, ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos.
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Entonces Pablo, como hacía ya mucho que no comíamos, puesto en pie en medio de ellos, dijo:
1Habría sido por cierto conveniente, oh
2varones, haberme oído, y no zarpar de Creta tan sólo para recibir este perjuicio y pérdida.
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Pero ahora os exhorto a
atener buen ánimo, pues
bno habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino
solamente de la nave.
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Porque esta
anoche ha
bestado conmigo un
cángel del Dios de quien
dsoy y a quien
1esirvo,
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diciendo: Pablo,
ano temas; es necesario que
1comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha
bconcedido todos los que navegan contigo.
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Por tanto, oh
1varones,
atened buen ánimo; porque yo
bconfío en Dios que será así como se me ha
cdicho.
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Con todo, es necesario
aencallar en alguna
bisla.
c.
Pablo trasciende la situacion y muestra su sabiduria, en contraste con la vileza y la necedad demostradas por los marineros y los soldados
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Venida la decimocuarta noche, y siendo llevados a través del mar Adriático, a la medianoche los marineros sospecharon que estaban cerca de tierra;
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y 1echando la sonda, hallaron veinte
2brazas; y pasando un poco más adelante, volviendo a echar la sonda, hallaron quince
2brazas.
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Y atemiendo bdar en
1escollos, echaron cuatro anclas por la popa, y ansiaban que se hiciese de día.
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Como los marineros procuraban huir de la nave, habiendo echado el
aesquife al mar con el pretexto de que querían largar las anclas de proa,
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Pablo dijo al centurión y a los soldados: Si éstos no permanecen en la nave, vosotros no podéis salvaros.
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Entonces los soldados cortaron las amarras del esquife y lo dejaron perderse.
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Y hasta que estaba a punto de amanecer, Pablo exhortaba a todos que comiesen, diciendo: Éste es el decimocuarto día que veláis y permanecéis en ayunas, sin comer nada.
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Por tanto, os ruego que comáis, porque esto conviene a vuestra salvación; pues ni aun un
acabello de la cabeza de ninguno de vosotros perecerá.
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Y habiendo dicho esto, tomó el pan y
adio gracias a Dios en presencia de todos, y partiéndolo, comenzó a
bcomer.
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Entonces todos, teniendo ya
amejor ánimo, comieron también.
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Y éramos todas las personas en la nave doscientas setenta y seis.
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Y ya satisfechos, aligeraron la nave,
aechando el trigo al mar.
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Cuando se hizo de día, no reconocían la tierra, pero veían una ensenada que tenía playa, a la cual acordaron empujar la nave, si pudiesen.
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Cortando, pues, las anclas, las dejaron en el mar, largando también las amarras del timón; e izada al viento la vela de proa, enfilaron hacia la playa.
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Pero dando contra un saliente azotado por el agua de ambos lados, hicieron encallar la nave; y la proa, hincada, quedó inmóvil, y la popa se
aabría con la violencia del mar.
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Entonces los soldados acordaron
amatar a los presos, para que ninguno se fugase nadando.
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Pero el centurión,
1queriendo salvar a Pablo, les impidió este intento, y mandó que los que pudiesen nadar se echasen los primeros, y saliesen a tierra;
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y los demás, parte en tablas, parte en cosas de la nave. Y así aconteció que todos llegaron
asalvos a tierra.