
El mayor problema en la administración de la iglesia y en el ministerio de la palabra es no tener ninguna carga o, bien podemos decir, no recibir una carga o no estar atentos en cuanto a la carga. Es posible que los ancianos administren la iglesia sin sentir ninguna carga. También es posible que los que ministran la palabra lo hagan sin sentir ninguna carga. Liberar la carga al ministrar la palabra no es algo que depende de cuán bien hablamos. Si nuestro único deseo es hablar elocuentemente para conmover a las personas, nuestras palabras no comunicarán ninguna carga. Asimismo, tener una aptitud para administrar la iglesia no libera ninguna carga. No se trata de cuán bien administremos la iglesia, sino de que nuestra administración sea eficaz y que pueda afectar a las personas.
Por ejemplo, cuando las personas asisten a una reunión, a veces se necesita compartir la palabra. Así que, debemos buscar al Señor en cuanto a qué debemos compartir y el fruto de nuestro compartir. Lo que importa no es cuán bien hablemos, ni la logística de nuestra presentación ni tampoco si los santos son conmovidos o no; más bien, se trata de lo que este hablar producirá en los santos. Si algunos todavía no son salvos, cuando compartimos la palabra debemos sentir, por la gracia del Señor, carga por sus almas y sembrar en ellos la semilla de salvación. Nuestra carga será la salvación, y no el dar un mensaje muy dinámico. Si ellos son salvos pero no aman al Señor, entonces nuestra carga deberá ser que amen al Señor. Si ellos aman al Señor pero no están dispuestos a entregarse en las manos del Señor y someterse a Sus tratos, nuestra carga deberá ser que ellos se entreguen voluntariamente al Señor y permitan que Él los discipline. Esto es lo que significa ministrar la palabra con una carga.
De lo contrario, el mensaje que demos en la reunión del día del Señor fácilmente caerá en lo que llamamos el servicio dominical. Todas las semanas se le asigna a alguien que dé un mensaje para mantener la reunión. Después de la reunión, todos se van a su casa, comen, descansan y regresan en la noche para la reunión del partimiento del pan. Esto no es otra cosa que un servicio dominical. Ante tal situación, los que ministran la palabra deben recibir una carga. Es preciso que conozcamos la condición de aquellos que vienen a escuchar el mensaje. Es posible que ellos no tengan ningún sentir con respecto a su propia condición, pero nosotros debemos tener claridad y sentir una profunda preocupación por su condición. Tal vez ellos vengan a sentarse y a escuchar los mensajes muy tranquilamente semana tras semana, pero nosotros no podemos hablar tranquilamente semana tras semana. Debemos recibir la carga de “perturbarlos” y “molestarlos”, de modo que aun si vienen a la reunión con una actitud calmada, cuando se vayan se sientan perturbados interiormente.
Si no nos preocupa el hecho de que nuestro compartir no produce ningún efecto en los oyentes, entonces no tenemos ninguna carga. Esto indica que tanto los que hablan como los que escuchan han caído en una rutina. Ésta es la condición en la que se halla el cristianismo degradado, donde la congregación rutinariamente escucha al pastor, y el pastor rutinariamente predica a su congregación año tras año. Ésta no debe ser nuestra práctica. La ministración de la palabra tiene que alumbrar a los oyentes. Cuando ministramos la palabra cada día del Señor, debemos “perturbar” a las personas al grado que ellas pierdan la paz. Esto es lo que significa tener una carga.
Si los que escuchan la palabra son tibios, aunque ellos escuchen tranquilamente, aquellos que ministran la palabra no deben quedarse en paz. Ellos deben acudir al Señor y permitir que Él les quite su paz, incluso al grado de perder el sueño y dejar de comer, hasta que reciban una carga de parte del Señor. Entonces su compartir le permitirá al Espíritu Santo operar en los oyentes. Únicamente esta clase de hablar es el hablar de Dios. Los hermanos que ministran la palabra deben sentir una carga, y no compartir únicamente doctrinas, lógica y ejemplos. Ministrar la palabra de esta manera es algo intolerable; es una ofensa para Dios y un pecado ante Sus ojos.
En Isaías 13:1, la versión China Unida dice que los profetas eran inspirados cuando hablaban por Dios. No obstante, la palabra hebrea traducida “inspiración” significa “carga”. El hombre necesita recibir una carga. No podemos desatender esta responsabilidad y pensar que Dios no nos ha dado una carga. Las Epístolas de Pablo muestran claramente que él recibía cargas. Cuando alguien en la iglesia en Corinto cometió aquel pecado de fornicación, Pablo no simplemente condenó el pecado o dejó de orar por el que había pecado. Él recibió de parte de Dios la carga de asumir la responsabilidad y comisión por la iglesia (1 Co. 5:1-13). Pablo no predicaba doctrinas en sus Epístolas, sino que en vez de ello sentía la carga de tener comunión sobre determinados asuntos y, por eso, podía conmover a las personas.
Existe el peligro de que el ministerio de la palabra en la iglesia en Taipéi se convierta en algo semejante a la predicación de sermones en los servicios dominicales. Cuando ministramos la palabra de Dios, nuestra preocupación debe ser si tenemos el hablar de Dios o no lo tenemos, y no simplemente el tema de nuestro mensaje. A fin de tener el hablar de Dios, el que ministra la palabra debe tener una carga. Cuando la gente escucha un mensaje que es dado con una carga, podrá tener una reacción negativa o sentirse muy conmovida; pero no podrá negar que es el hablar de Dios. Esta clase de mensaje puede ayudar a las personas y resolver sus problemas. Un mensaje que es agradable a los oídos pero que carece del hablar de Dios no puede tocar a las personas ni hacer que ellas experimenten un cambio interno, ni tampoco puede satisfacer a los que están hambrientos y sedientos, por cuanto no contiene las palabras que Dios desea hablar, aun cuando éstas procedan de la Biblia.
Por consiguiente, compartir la palabra no debe ser algo fácil ni barato. No debemos compartir simplemente porque hayamos preparado un mensaje. El que ministra la palabra debe llevar la condición de las personas delante de Dios. Él lleva la responsabilidad de conocer sus necesidades. Tiene que percibir la condición de las personas y saber lo que Dios desea hablarles. La ayuda que hayamos recibido mediante el entrenamiento no podrá reemplazar la carga que está en nuestro interior. El peligro es que hayamos reemplazado nuestra carga con otras cosas, de modo que estemos escasos de revelación y carga espiritual.
Cada una de las cincuenta y dos semanas del año, en el día del Señor, se celebra una reunión en la iglesia en Taipéi en la que se predica un mensaje. Me pregunto si los hermanos que ministran la palabra ayunan y oran antes de ministrar la palabra. Desde luego que no existe ninguna regulación que exija que los hermanos ayunen y oren antes de dar un mensaje; eso sería inútil. Los hermanos deben entender que llevar la carga de hablar la palabra de Dios equivale a llevar sobre sí las almas de los hombres. Los santos asisten a las reuniones semana tras semana para escuchar nuestro compartir, así que debemos llevarlos en nuestro corazón. Si después de tres meses no vemos ningún cambio en ellos, no debiéramos sentirnos tranquilos. Esto es semejante al comerciante que no puede dormir tranquilamente si no vende nada por dos semanas, ni puede comer si lleva tres meses sin ver ganancias. Él se sentiría muy deprimido y preocupado.
Muchos hermanos y hermanas que tienen negocios han venido a hablar conmigo. Aunque simplemente vienen y se sientan sin pronunciar palabra alguna, puedo sentir la enorme carga que llevan en su interior y percibir que han tenido que afrontar serias dificultades en sus negocios. Pero ¿acaso los hermanos que comparten la palabra se sienten tristes por las almas que no han experimentado ningún cambio en los últimos tres meses? Si el dueño de una tienda no tiene clientes, no puede seguir trabajando como si todo estuviera bien. Estudiaría la situación y encontraría la manera de cambiarla. ¿Cómo pueden entonces aquellos que ministran la palabra seguir como si todo estuviera bien, cuando no han obtenido ninguna ganancia? No piensen que es suficiente simplemente con hablar desde el púlpito semana tras semana.
Cuando el hermano Nee empezó a laborar en Fuzhou, él ayunaba y oraba todos los sábados por la reunión del evangelio que se iba a realizar el día del Señor. Él consideraba delante del Señor qué debía compartir y cómo hacerlo. Consideraba cuál era la palabra que los pecadores necesitaban escuchar. Debido a que ayunaba y oraba con una pesada carga, sus palabras siempre fueron muy eficaces, y posteriormente se publicaron como mensajes. Muchos de los que son usados por el Señor llevan sobre sus hombros una carga cuando ministran la palabra. Cuando Peace Wang era joven, ella tuvo una obra de avivamiento muy exitosa. Siempre se arrodillaba delante del Señor y pasaba largo tiempo llorando y gimiendo por los pecadores. Debido a esto, cuando ella se ponía en pie para compartir, sus palabras eran siempre vivientes y eficaces.
En el servicio que desempeñamos, tenemos un buen orden, pero carecemos de una carga genuina. Si tenemos una carga, ello significa que tenemos una meta que debemos alcanzar. Debemos preocuparnos si no alcanzamos nuestra meta o si somos incapaces de producir el resultado esperado. Si nos atrevemos a servir, pese a que nuestro servicio no tiene ningún resultado, ciertamente carecemos de una carga. Tal actitud muestra que nos hace falta una carga genuina. En cuanto a ministrar la palabra, nunca deberíamos caer en tal situación. Así que, los hermanos que ministran la palabra siempre deben llevar una pesada carga espiritual delante del Señor, por lo cual no tienen paz para descansar ni para comer, e incluso “perturban” a otros para que ellos tampoco puedan estar en paz. Esto puede compararse con la ciudad de Jerusalén que estaba turbada y sin paz en el tiempo en que el Señor Jesús había de nacer (Mt. 2:1-18). Aquellos que hablan de parte del Señor deben tener un sentir que logre inquietar a los santos, al grado que éstos no puedan tener paz interiormente. Cuando los santos pierdan la paz, podemos estar tranquilos. No es posible que los santos amen al mundo y al Señor a la vez. Ellos no deben ser tibios. Aquellos que sirven al Señor deben tener tal clase de carga.
Muchos sirven como si fueran empleados de una gran empresa. Ellos laboran un determinado número de horas cada día y simplemente hacen las tareas que se les ha asignado. Nunca cometen grandes errores ni les preocupa que la empresa obtenga ganancias. Son empleados que no sienten ninguna carga; simplemente sirven sin una carga. Si nosotros no obtenemos ningún ingreso el primer día que comenzamos nuestro negocio, nos preocuparíamos por nuestro sustento. Del mismo modo, si los hermanos que sirven, ya sea en la obra de los niños o con los jóvenes, tuvieran esta clase de conciencia, tendrían éxito en su servicio. Si nos quejamos argumentando que nuestro fracaso se debe a que somos hermanos débiles, esto sólo muestra que carecemos de una carga genuina. Todo aquel que sirve debe estar cargado al grado de sentirse responsable si la obra no tiene éxito. Debe ser como un empresario que piensa en su negocio incluso en sus sueños.
Los ancianos en todas las iglesias deben acudir al Señor para recibir una carga y para discernir si en sus localidades todas las reuniones de hogar son satisfactorias. Debemos preocuparnos por la condición de dichas reuniones. ¿Son estas reuniones prevalecientes o débiles, vivientes o muertas, ricas o pobres? No podemos permanecer impasibles ante la situación. Puede ser que los responsables de tales reuniones de hogar estén satisfechos, pero los ancianos no deben estarlo. Los ancianos deben coordinar juntos y no actuar de manera individualista. Ellos deben llevar una carga corporativa a fin de cambiar radicalmente la condición de las reuniones de hogar. Necesitan orar por los santos, aun con lágrimas, y buscar al Señor hasta encontrar las palabras apropiadas para dirigirse a los santos. Entonces deben hablar en las reuniones conforme a la carga que han recibido, hasta lograr que los santos se sientan inquietos interiormente y que no estén satisfechos con su situación.
Este hablar de parte de los ancianos no obedece a un acuerdo predeterminado, sino que proviene de una carga. Los ancianos deben tener una carga genuina y no simplemente cumplir con su responsabilidad. El deber de los ancianos no debe ser simplemente tener comunión y discutir sobre la condición de las distintas reuniones de hogar, visitarlas y luego dar un reporte de evaluación en la siguiente reunión de ancianos. Tal práctica no corresponde a carga alguna, es totalmente infructuosa y no traerá ningún resultado provechoso. Cuando tenemos una compañía con muchos empleados, las ganancias anuales no se incrementan teniendo muchas discusiones, reportes y evaluaciones. Tales discusiones y evaluaciones no lograrán que se alcance la meta o carga. Si tenemos una carga genuina, nos fijaremos una meta de ingresos anuales, trabajaremos con miras a lograr dicha meta y con la determinación de alcanzarla.
Tanto en la administración de la iglesia como en el ministerio de la palabra, los hermanos que llevan la responsabilidad son dignos de encomio. Sin embargo, ellos carecen de una carga. Y sin una carga genuina, todas nuestras actividades serán muertas e ineficaces. Si tenemos una carga, seremos vivientes y todo lo que hagamos florecerá. Tal resultado no tiene que ver con un método, sino con la clase de persona que uno sea.
Los niños jamás tendrán éxito en sus estudios si únicamente estudian para pasar los exámenes. Si ellos sienten una carga al respecto, cambiarán la manera en que estudian. Un hermano puede dar un mensaje meramente para cumplir con un deber, es decir, porque es su turno. Sin embargo, dar mensajes no es cuestión de cumplir una obligación, sino que es una carga. Puede ser que compartamos la palabra por medio año, pero los oyentes no reciban nada; en ese caso, nuestro hablar será vano. Si recibimos una carga, nos daremos cuenta de que nuestros mensajes son ineficaces. Nuestros mensajes debieran “perturbar” a las personas de modo que ellas no tengan paz y sean motivadas a amar y servir al Señor. Es en esos casos que nuestro ser es tocado por Dios. Para dar mensajes que sólo cumplen con una obligación, no es necesario que el yo sea quebrantado. Sin embargo, para dar un mensaje que sea fruto de una carga, es imprescindible que nuestro yo sea quebrantado.
Trabajar de nueve a seis como un empleado es algo que tiene que ver con cumplir una obligación y no requiere sufrir ningún trato disciplinario. Sin embargo, si tuviéramos nuestro propio negocio, trabajaríamos de una manera muy diferente. Se acabaría nuestra pereza, porque tendríamos que levantarnos más temprano para irnos a trabajar. Es probable que un mesero o un oficinista no vean la necesidad de cambiar su actitud con los clientes; pero una persona que es dueña de su propia tienda se restringiría a sí misma a fin de no ofender a sus clientes. Tal parece que algunos hermanos, en lugar de ser disciplinados, se acarrean más problemas debido a que sirven por obligación y no por una carga. Cuando tengamos una carga, nuestro yo disminuirá y será quebrantado. Nuestro yo no crecerá porque habrá cosas que la carga no nos permitirá hacer, y habrá áreas que requerirán que seamos quebrantados antes de poder liberar nuestra carga. Por consiguiente, tener una carga es lo que más nos quebranta.
Un joven que no lleva sobre sí la carga de tener una familia puede llevar una vida despreocupada. Sin embargo, una vez que se case y tenga hijos, sabrá lo que significa ser diligente y disciplinado. Un hijo puede gastarse el dinero de sus padres libremente y sin ninguna restricción; pero cuando sea mayor y tenga que vivir solo, llevará un presupuesto de sus gastos y será más cuidadoso al salir de compras. Una cosa era gastar el dinero de sus padres, pero ahora es una carga para él gastar su propio dinero. Parece que los hermanos en las iglesias sirven por obligación como los empleados de una compañía. No parece que tengan mucha carga. Es muy peligroso servir de esta manera y hará que perdamos la presencia del Señor.
Todo aquel que sirve al Señor debe recibir una carga y atender a dicha carga. Esto también incluye a las hermanas, aun cuando ellas no estén involucradas en la administración de la iglesia ni en dar mensajes. Si unas hermanas tienen comunión y salen a visitar a otras hermanas simplemente porque ven que ya es tiempo de hacerlo, eso indica que lo hacen como una obligación. Las hermanas deberían primero considerar el resultado que ocasionaría dicha comunión y dicha visita. Ellas deberían conocer la condición de las hermanas que van a cuidar. No deberían decir: “Siempre y cuando el Señor pueda trabajar en ellas, toda estará bien con ellas; pero si el Señor no logra trabajar en ellas, no hay nada que podamos hacer”. Es imprescindible que recibamos una carga genuina.
Aunque muchas hermanas tienen el deseo de servir al Señor, sólo unas cuantas han surgido recientemente con la disposición de servirle. En cambio, los hermanos han continuado sirviendo como siempre. Debemos percatarnos de la situación inadecuada que prevalece entre las hermanas y tomar la carga de motivarlas. También necesitamos analizar el resultado de nuestra predicación del evangelio. Debemos considerar por qué si hay tantos pecadores, son tan pocos los que se salvan. Deben surgir algunos hermanos que tomen la carga de predicar el evangelio hasta salvar a alguien. Debemos tener tal carga.
El problema reside en que gradualmente nos hemos inclinado por cumplir con nuestro servicio como si fuese una responsabilidad, y servimos sin tener una carga. Nuestras reuniones de oración no son eficaces porque oramos generalmente sin una carga. Si alguien se salva cuando predicamos el evangelio, le agradecemos al Señor y lo alabamos. Si nadie se salva, estamos tan conformes y en paz. Cuando damos un mensaje, quedamos satisfechos aunque no produzca ningún efecto. Sucede lo mismo con la administración de la iglesia y con nuestra labor de visitar a hermanos y hermanas, a saber: estamos muy tranquilos aunque no se logre ningún resultado. Ya que ésta es nuestra condición, nuestras oraciones las hacemos por deber y no por carga. Si oramos con una carga genuina, nuestras reuniones de oración serán muy diferentes. Algunos hermanos y hermanas orarán con lágrimas y lamentos, sintiendo que no pueden seguir adelante de la misma manera. Ellos se sentirán insatisfechos con la predicación del evangelio, con la administración de la iglesia y con la condición de las reuniones. Tal clase de oraciones brotan de una carga genuina.
Algunos argumentan que es común perder la carga después de cierto tiempo. Sin embargo, aquellos que han recibido misericordia reciben cargas continuamente. Es un problema muy grave que perdamos toda carga aun después de haber servido por un tiempo considerable. No obstante, un cristiano puede continuar laborando por pura obligación, sin tener carga alguna, ya que su conciencia le molesta si deja de laborar. El día en que nuestro servicio se vuelva una mera obligación, ese día nuestro servicio se habrá degradado. El servicio genuino no es un asunto de obligación, sino un asunto de carga. La carga siempre sobrepasa a la obligación.
Otro problema entre nosotros es que aunque los servidores son muy competentes, no sienten la necesidad de coordinar en su espíritu cuando se reúnen a servir. Pareciera que todos se sienten capaces de servir solos, sin los demás. Como consecuencia, muy pocos de entre nosotros tienen el espíritu de un aprendiz y el espíritu de alguien que necesita ayuda. Aquellos que realmente coordinan en el espíritu deben tener un sentir muy claro de que no pueden hacer nada sin la ayuda de los demás y sin coordinar con ellos. La manera en que actualmente coordinamos no es nada más que una simple formalidad. Cada quien realiza su parte sin necesitar de nadie más. Tal vez no discutamos entre nosotros, pero tampoco hay mucha interdependencia en espíritu. Esto muestra que nuestro espíritu de servicio no es el apropiado.
Ésta es la situación de aquellos que laboran con los jóvenes y los niños. La coordinación que tienen es muy formal; todos ellos hacen lo que deben hacer cuando les llega el turno. Esto es cooperar, no es coordinar. Coordinar significa que no podemos hacer nada sin los demás. Significa que tenemos el sentir de que necesitamos a los demás y que los demás nos necesitan. Así deben ser aquellos que sirven con los jóvenes; todo el servicio de la iglesia debe ser así. Es normal cuando los diáconos y los ancianos sienten que se necesitan mutuamente, y los santos sienten que no pueden hacer nada sin los ancianos y los diáconos.
Hoy en día tenemos reglas y arreglos. Los ancianos hacen las cosas que corresponden a los ancianos, y los diáconos hacen las cosas que corresponden a los diáconos. Todos laboran cuando es su turno. Sin embargo, en lo profundo de nuestro ser no hay el sentir de que no podemos avanzar en nuestro servicio sin los ancianos y los diáconos. Algunos hermanos no sólo no sienten que necesitan a los ancianos y a los diáconos, sino que además piensan que son innecesarios. Esto es muy peligroso.
Aquellos que viven en las casas de los colaboradores son muy inteligentes y capaces. Al parecer son muy independientes y no necesitan de los demás. Esto es muy peligroso, por cuanto es la manifestación más grande del orgullo. Si cuatro hermanos viven en una casa para obreros, deben depender el uno del otro, y los demás deben percibir la mutua dependencia que hay entre ellos. Lamentablemente, ésta no es la atmósfera que se respira entre nosotros. Por ejemplo, si me toca a mí predicar el evangelio, o lo hago todo yo solo o no hago nada. Desde el punto de vista humano, tal vez esto se considere coordinación; pero ésa es una coordinación basada en reglas y arreglos preestablecidos. Nadie siente en su espíritu que necesita a los demás. Aun algunos piensan que la coordinación es innecesaria e inconveniente y que sería mejor no coordinar.
Los que no sienten la necesidad de coordinar están secos, no reciben la bendición y no son útiles. El hecho de que sean tan inteligentes y competentes y que no necesiten la ayuda de los demás, representa un peligro muy serio. Ésta es una situación triste y lamentable. Lo que nos da más temor es que dicha situación está escondida y no es muy evidente. Esto puede compararse a la lepra. Si ésta se manifestara, sería más fácil de tratarla.
Esto muestra que nos hace falta la comunión del Cuerpo. Cuando nos reunimos, raras veces tenemos una comunión detallada. Por ejemplo, cuando los santos de otras ciudades visitan Taipéi, durante la reunión nos sentamos juntos; pero después de la reunión, cada uno se va por su propio camino sin tener comunión. Así no era nuestra situación en Taiwán en los primeros seis años. En aquellos años, siempre que celebrábamos una conferencia, nos reuníamos y teníamos mucha comunión. Ahora todos somos muy competentes, brillantes e instruidos y no nos necesitamos unos a otros; no sentimos la necesidad de tener comunión. Ésta es la manifestación más grande del orgullo. Es lo que más ofende al Señor y al Cuerpo. Debemos ministrar a los demás con humildad y restringir nuestra inteligencia mediante la coordinación.
Si perdemos el principio de la coordinación y de la dependencia en el Cuerpo, no seremos fuertes al administrar la iglesia ni al ministrar la palabra. Una vez perdido este principio, no recibiremos mucha bendición. Nuestra coordinación no debe volverse mecánica, ni debemos laborar únicamente cuando sea nuestro turno hacerlo. Nuestro sentir debe ser que no podemos hacer nada sin los demás y que realmente nos necesitamos unos a otros. Si nos reunimos y asignamos tareas, y cada quien realiza únicamente su propia tarea, nuestra condición será semejante a la del departamento laboral de una organización cívica o de una gran institución. Esta falta de “sabor de coordinación” entre los miembros del Cuerpo necesita ser solucionada.
¿Qué significa ver el Cuerpo? El mayor indicio de que hemos visto el Cuerpo es que no podemos actuar de manera independiente. Sentimos que necesitamos al Cuerpo, que necesitamos a los hermanos y hermanas. En la actualidad, sin embargo, nuestra coordinación es comparable a la labor de una organización. Tal parece que nos movemos como una máquina y que nos falta el sentir de la comunión de vida.
Si no coordinamos lo suficiente con los demás, siempre criticaremos lo que ellos hagan. Aun cuando no expresemos nada, estaremos llenos de críticas interiormente y desaprobaremos lo que otros hagan. Los que son así son muy estrechos y dignos de lástima. En nuestro servicio no debemos esperar que los demás sean como nosotros, ni debemos pensar que seremos como los demás. Sin embargo, debido a que nos hace falta coordinar más en nuestro servicio y a que no confiamos ni dependemos los unos de los otros, a menudo tratamos desconsideradamente a los demás. O no andamos o cuando lo hacemos pisamos a los demás; o no trabajamos o hacemos el trabajo de otros; o nos mostramos indiferentes o criticamos el trabajo de otros. Cuando cierto asunto está en las manos de otros, no somos capaces de hacer nada; pero cuando se nos presenta la oportunidad de hacer algo, hacemos las cosas a nuestra manera y rechazamos la ayuda de los demás. Aunque esta condición no es muy evidente entre nosotros, lo será en el futuro, puesto que no estamos dispuestos a sujetarnos a los demás. Éste es un camino de necios.
No debemos exigir que los demás sean como nosotros en todo. No debemos hablar acerca de la manera en que otros dan mensajes, visitan a las personas ni viven. Aun cuando no nos agrade la manera en que otros viven, no podemos establecer normas para los demás ni estamos calificados para juzgar a otros. El Señor es el único criterio y Juez. Debemos aprender a respetar lo que otros hacen. Cuando hablamos de ser fervientes, debemos respetar el hecho de que otros sean tranquilos; cuando hablamos de ser calmados y de ser uno con el Señor, no debemos criticar a los que son muy activos. Si todos fueran iguales a nosotros, no existiría el Cuerpo, pues sólo habría un miembro. Esto no es la iglesia. Si todos fueran como nosotros, solamente existiríamos nosotros y no la iglesia. La iglesia está compuesta por muchas clases de personas. Esto puede compararse al cuerpo humano que tiene diferentes miembros. Las manos se ven como manos, los pies como pies, los oídos como oídos y los ojos como ojos. Incluso aquel miembro que nos parece menos decoroso, es muy necesario en el Cuerpo.
Por consiguiente, debemos aprender a no tratar con desconsideración a los otros. Cuando sea nuestro turno de laborar, no debemos criticar lo que otros han hecho. Es una bendición respetar la labor de otros y unir nuestros esfuerzos a los de ellos. Cuando hablemos acerca de los demás, debemos ser positivos y no negativos. No es sabio decir que los demás están equivocados. Mientras subsistan estos factores negativos entre nosotros, habrá problemas en la administración de la iglesia y el ministerio de la palabra no será fuerte. Muchos santos de diferentes lugares sirven juntos en la iglesia. Todos ellos tienen diferentes temperamentos, han sido criados en diferentes familias y tienen una formación y entrenamiento espiritual diferente. Por lo tanto, no podemos esperar que todos sean como nosotros. Debemos aprender a no pisotear a los demás; cuando demos un paso adelante, no debemos pisar a los demás. Debemos evitar hacer esto sobre todo cuando ministramos la palabra.
Por ejemplo, cuando hablamos acerca de la oración, no debemos criticar a los que hablan de meditar, ya que los santos pueden necesitar ambas cosas. Simplemente debemos hablar de manera positiva acerca de la oración, sin criticar lo que otros dicen en cuanto a meditar. Cuando servimos juntos, debemos evitar por todos los medios criticar a otros en cuanto al ministerio de la palabra. Algunos podrán hablar de la oración y otros de meditar; algunos podrán hablar de ser fervorosos y otros de estar en el Lugar Santísimo. Ninguna de estas enseñanzas es herética; simplemente tienen énfasis diferentes. Criticar a otros muestra que somos estrechos, y esto conducirá a la división. Si ésa es la manera en que laboramos, no habrá edificación entre nosotros; todo lo contrario, habrá destrucción.
Simplemente, debemos laborar de manera positiva y aprender a recibir ayuda de los demás. Debemos darnos cuenta de que nadie puede hacer nuestra parte. Ni siquiera el apóstol Pablo podría hacer lo que nosotros hacemos. Sin embargo, también debemos admitir que no podemos reemplazar a los demás. Cada persona tiene su propia función. Cuando ministremos la palabra, tengamos comunión y oremos, no debemos criticar a nadie. En particular, cuando oremos con los demás, debemos evitar hacer oraciones que sean contradictorias a otros.
En una ocasión los ancianos tuvieron el sentir de que en cierta reunión debía estudiarse el Evangelio de Juan. Pero uno de los hermanos responsables de esa reunión sentía que el libro de Juan era demasiado largo y prefería que se estudiara 1 Tesalonicenses. Él argumentaba que eso ayudaría más a los hermanos que no leen la Biblia con regularidad. Ya que él insistió tanto, los ancianos con el tiempo accedieron, aun cuando sabían que su carga por 1 Tesalonicenses no era tan apropiada. Este hermano realmente no tenía una carga genuina; simplemente pensaba que los santos tendrían temor de estudiar un libro de veintiún capítulos, y él finalmente logró que su opinión arrollara el sentir de los demás hermanos. A menos que en realidad este hermano tuviese una carga genuina por 1 Tesalonicenses, él no debía haber introducido tal libro al grupo de servicio. No debemos hacer algo por lo cual no tengamos una carga verdadera, ni tampoco debemos abandonar aquello en lo que nos sintamos realmente cargados; debemos siempre servir conforme a la carga. De otra manera, estaremos violando un principio espiritual. Este hermano, aun siendo un hermano responsable, no había aprendido las lecciones en cuanto a los asuntos espirituales y mostró su falta de experiencia en la manera en que se condujo. Si al tener comunión con otros tenemos una verdadera carga espiritual, podemos proponer un cambio sin problema alguno; pero no debemos criticar la carga original. Sin embargo, no debemos proponer nada si todo lo que perseguimos es cambiar los planes de los demás.
Tenemos que respetar la manera de laborar de aquellos con quienes servimos. Aun cuando los ancianos no suelen obligar a nadie a que estudie cierto libro o aborde cierto tema, no deberíamos tratar de cambiar arbitrariamente el tema que ellos nos hayan encomendado. En realidad, resultaría igual de provechoso estudiar el Evangelio de Juan que 1 Tesalonicenses. No importa cuál libro se estudie; bien sea por medio de un libro como del otro podremos brindarles a los hermanos y hermanas el suministro necesario. Al servir junto con otros, siempre debemos evitar cambiar la manera en que otros hacen las cosas.
Debemos estar conscientes de que cuando cambiamos la manera en que otros hacen las cosas, tal vez ellos no acepten dichos cambios porque sienten que un cambio sería inapropiado, y aun cuando lo hicieran, no se percibe ese dulce sentir. Debido a esta clase de problema, nuestro servicio en la administración de la iglesia y en el ministerio de la palabra no es prevaleciente. Incluso en el mundo, entre aquellos que trabajan juntos, no es nada fácil cambiar la manera en que otros hacen las cosas. Si realmente tenemos cierta habilidad, ésta se manifestará mientras laboramos aun si lo hacemos de la manera establecida por los otros. Así mismo, cuando poseemos cierto contenido espiritual, podremos ministrarles algo a los santos ya sea usando 1 Tesalonicenses o el Evangelio de Juan. No importa cuál libro usemos, siempre podemos ministrar el contenido espiritual que poseemos. Lo que realmente debería preocuparnos es no contar con ningún depósito espiritual para ministrar a los demás. En cambio, si poseemos cierto contenido espiritual, seremos capaces de ministrarlo y desarrollar cualquiera de los libros de la Biblia. Así que, tratar de cambiar la manera en que otros hacen las cosas es un indicio de que no hemos aprendido muchas lecciones espirituales. También pone al descubierto que nos hace falta experiencia en la forma de conducirnos con los demás.
Algunos hermanos guían a los santos a servir fervientemente, esperando que ellos puedan invertir más tiempo aprendiendo a tener comunión con el Señor y conociendo más del Espíritu que mora en ellos. Nunca debemos tratar de cambiar lo que ellos han puesto en práctica; antes bien, deberíamos apreciarlo y reconocer que es bueno amar al Señor y ser fervientes. Pero no debemos mostrar un aprecio que no sea genuino. Nuestro aprecio debe complementar positivamente su labor. Debemos mostrar siempre una actitud de respeto hacia los demás y estar dispuestos a cooperar y coordinar con ellos. Tenemos que servir conforme a la porción que se nos ha asignado y honrar la porción asignada a los demás, pues ambas porciones nos han sido confiadas por el Señor mismo. Debemos tener la suficiente humildad para no considerar que nuestra porción sea superior que la de otros. Debemos tomar en cuenta los sentimientos de los demás. Tenemos siempre que respetar a los demás, estar dispuestos a adaptarnos a ellos y a recibir ayuda de su parte, a menos que hablen herejías y le ocasionen problemas a la obra y a la iglesia.
Quiera el Señor concedernos la gracia necesaria para ver que éste es un asunto de vida, el cual involucra ser humildes y experimentar el quebrantamiento. Aquellos que son capaces de alcanzar una meta determinada sin obligar a los otros a seguir su manera, son realmente humildes. Nosotros los que amamos al Señor tenemos el deseo de vivir por Él y de edificar Su iglesia. Éstas son metas correctas, pero existen muchas maneras de alcanzar tales metas. Por ejemplo, predicar el evangelio junto con otro hermano es una buena meta que puede realizarse a su manera o a nuestra manera. Contaremos con la bendición del Señor siempre que no forcemos al otro a hacer las cosas a nuestra manera. Si poseemos cierto depósito espiritual, seremos capaces de ministrar a su manera. Y si el otro hermano también posee cierto contenido espiritual, también será capaz de ministrar a nuestra manera. Ambas maneras son aceptables; no es necesario adherirse a una manera en particular.
Los hermanos necesitan aprender la lección de ser quebrantados, de adaptarse a los demás y de respetar la función de otros. Nuestro Señor es muy grande, y Su obra tiene muchos aspectos. Por lo tanto, debemos ser fieles a lo que el Señor nos ha confiado y aprender a laborar en coordinación con los demás, respetando lo que ellos hacen. A menos que hablen herejías, no debemos interferir, intervenir ni criticar. Sólo de esta manera mantendremos nuestra conciencia del Cuerpo y haremos que se produzca la edificación entre nosotros.
Las semillas de estos problemas fueron sembradas entre nosotros y ya se han producido algunas situaciones negativas. Puesto que estamos sirviendo al Señor juntos en Su obra y compartiendo esta obra, debemos tomar la iniciativa de condenar por completo tales situaciones. Estos asuntos están íntimamente relacionados con nosotros y manifestarán cuánto hemos sido quebrantados delante del Señor y las lecciones de vida que hemos aprendido. Si hemos crecido en la vida divina, si hemos sido quebrantados y hemos aprendido algunas lecciones, seremos salvos en cuanto a todos estos asuntos. Cuando los ancianos sugirieron estudiar el Evangelio de Juan y el hermano responsable de cierta reunión de hogar dijo que era demasiado largo, insistiendo que los ancianos aceptaran su manera, se debilitó el sentir de coordinación. Una vez que el sentir de coordinación se debilita, no podemos esperar que la edificación del Cuerpo sea fuerte.
Si este hermano continúa oponiéndose a lo que proponen los ancianos, los hermanos y hermanas de su reunión finalmente reaccionarán y se opondrán a él, porque él tomó la iniciativa de oponerse a otros y expresar sus opiniones. Si continúa procediendo de esta manera, ¿cómo podrá guiar a los hermanos y hermanas que participan en su reunión de hogar, ayudándoles a tener un servicio fuerte en coordinación y una buena edificación? Todos debemos aprender esta seria lección. En la coordinación del Cuerpo, todos necesitan ejercer su función y respetar lo que otros hagan. No debemos criticar a los demás, sino unirnos a su labor a fin de que el Cuerpo de Cristo reciba el suministro necesario y no sufra daño. De esta manera, el sentir en la coordinación del Cuerpo será dulce, y la edificación del Cuerpo será fuerte.