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Mensajes del libro «Administración de la iglesia y el ministerio de la palabra, La»
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CAPÍTULO TRES

NO HACER UNA OBRA DE DEMOLICIÓN EN NUESTRO SERVICIO EN LA IGLESIA

NUESTRO SERVICIO TIENE QUE PRODUCIR LA EDIFICACIÓN

  La edificación de la iglesia se lleva a cabo por medio de la administración de la iglesia y el ministerio de la palabra; y ambas funciones dependen de la condición de nuestra persona. Podría ser que nuestra labor de administrar la iglesia no produzca mucha edificación de la iglesia. Es posible que al ministrar la palabra no logremos edificar apropiadamente la iglesia. También es posible que aun al conducir a otros a la salvación y ayudar a los santos a que sean edificados, tampoco eso produce mucha edificación de la iglesia. Podrá ser que nuestra obra sea eficaz, pero cuanto más trabajamos, menor es el elemento de edificación. En otras palabras, la efectividad de nuestra obra es inversamente proporcional a la edificación de la iglesia. Esto no es edificar, sino demoler la obra de edificación que Dios efectúa.

  En circunstancias normales, cuanto más laboramos, más edificamos. Nuestra obra siempre debería ser una obra de edificación. Por ejemplo, cuando algunos predican el evangelio, no sólo salvan a los pecadores, sino que también edifican la iglesia. Cuando edifican a los santos, no únicamente ayudan a dichos santos, sino que también edifican la iglesia. Debemos estar atentos a esta única cosa: es posible laborar sin producir ninguna edificación. Si estamos en la luz, podemos darnos cuenta de que es posible salvar pecadores y edificar a los santos sin edificar la iglesia. En el cristianismo muchas actividades derriban la obra de edificación de Dios. Lo que causa más daño a la obra de edificación de Dios en la iglesia no es ni la persecución ni la oposición de parte de los incrédulos, sino las numerosas obras realizadas por el cristianismo. Tales obras no provienen de intenciones malignas, ni surgen de una mentalidad torcida ni son hechas por equivocación. Estos hermanos cristianos son movidos por buenas intenciones como la de salvar pecadores y edificar a los santos. Sin embargo, sus acciones no producen ninguna edificación de la iglesia.

LA ESTRATEGIA DE SATANÁS ES CAUSAR UNA OBRA DE DEMOLICIÓN EN EL SERVICIO DE LA IGLESIA

  ¿Qué significa que nuestra obra derribe la edificación que Dios efectúa? Un ejemplo claro de esto ocurre cuando un hermano encargado de cierta reunión de grupo cambia la propuesta hecha por los ancianos de estudiar cierto libro de la Biblia. Aunque al cambiar de libro él logre edificar a los asistentes de esa reunión, la manera en que él actúa derriba la edificación que Dios efectúa en la iglesia. Tal cambio impide que los santos conozcan la carne, luchen contra las opiniones personales y aprendan a sujetarse unos a otros. La manera en que actúa este hermano solamente produce personas llenas de conceptos y opiniones, quienes quieren corregir a los otros, mientras ellos no se sujetan a nadie. Aunque este hermano tenga una buena intención y no juzgue ni critique a otros, ocasiona una seria destrucción en la iglesia.

  Tal vez los ancianos hayan decidido que toda la iglesia estudie el Evangelio de Juan, pero este hermano puede pensar que dicho libro es demasiado extenso y prefiere cambiarlo por 1 Tesalonicenses. Esta “buena intención” sólo muestra que no ha aprendido la lección del quebrantamiento. No sabe cómo poner a un lado su propia opinión ni ha aprendido a sujetarse a los demás en el servicio de la iglesia. La iglesia no puede ser edificada si veintiuno de los hermanos responsables dijesen: “Los ancianos no necesariamente hacen las cosas de la manera correcta. Y sus decisiones no siempre son las correctas”. Una vez que se manifieste tal actitud, toda la situación se sale de control.

  Es posible que estos hermanos no estarían satisfechos incluso si el propio apóstol Pablo fuera uno de los ancianos. Si las decisiones que los ancianos toman son correctas o incorrectas, no debe de interesarnos. Todo lo que necesitamos hacer es sujetarnos a ellos. Dudo que alguien que no sabe sujetarse a los ancianos pueda producir creyentes que experimenten quebrantamiento, que se nieguen a sí mismos, que sean regidos por la mano soberana de Dios y que se someten a los demás. Lo único que estos hermanos pueden producir son personas llenas de opiniones, quienes en lugar de edificar la iglesia, la derriban.

  Edificar es poner una piedra sobre otra. En contraste con esto, la palabra del Señor nos muestra en Mateo 24 lo que es derrumbar la edificación, cuando dice: “De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada” (v. 2). Al derribar, no queda piedra sobre piedra. Al edificar, se pone cada piedra sobre otra. Tal vez la gente alabe nuestra obra, pero debemos considerar si nuestra obra derriba la edificación de la iglesia. La estrategia de Satanás consiste en derrumbar. Toda nuestra obra en Taiwán se ha centrado en edificar; no obstante, durante los últimos seis meses, ha existido mucha demolición. Ésta es la estrategia del enemigo, y muchos entre nosotros han sido usados por él para llevar a cabo esta obra de demolición. No es que deseemos realizar esta obra de demolición. Ninguno de los hermanos y hermanas que causan esta demolición lo hacen con mala intención. Sin embargo, debido a que no hemos aprendido las lecciones necesarias, inconscientemente somos usados por Satanás para derribar la edificación mediante nuestro servicio. Satanás usa nuestra obra para derribar la edificación. Tal vez pensemos que estamos edificando, pero en realidad nuestra obra está derribando la iglesia. Satanás lleva a cabo su obra de demolición a través de nuestro servicio. Esto causa que nuestro servicio y el testimonio de la iglesia sufran una gran pérdida.

LA OBRA QUE DERRIBA CONDUCE A LA DISENSIÓN Y DAÑA LA AUTORIDAD EN LA IGLESIA

  Debemos escudriñar nuestro corazón y considerar si nuestra obra durante los últimos seis meses nos ha conducido a la unanimidad o a la disensión. Estar en la unanimidad equivale a edificar, y estar en disensión equivale a derribar la edificación. Los hermanos responsables caen en disensión cuando cambian lo que los ancianos han propuesto, aunque no tengan el sentir de estar derribando la edificación. Si siete de las veintiocho reuniones de grupos que se celebran en casas se hallan en esta condición, la iglesia en Taipéi estará en desacuerdo y dispersa.

  No estamos aquí para dejar establecida la autoridad de los ancianos como si ellos fueran el papa, pero debemos preguntarnos si existe una autoridad en la administración de la iglesia local. ¿En quién debe residir esta autoridad? Si esta autoridad recae en los mil hermanos y hermanas que se reúnen regularmente, entonces llegaríamos a ser la iglesia en Laodicea (cfr. Ap. 3:14-22). Si esta autoridad recae en las manos de un papa, llegaremos a ser la Iglesia Católica Romana. La administración de una iglesia local reside en las manos de los ancianos. Los ancianos deben aprender a sujetarse a Dios mismo y temerle. Ellos deben administrar la iglesia con temor y temblor, y deben aprender a ser fuertes. Deben temer a equivocarse, pero también a ser débiles e indecisos. Si una reunión de grupo debe ser suspendida, los ancianos deben hacer tal decisión sin dudar; de otro modo, las reuniones de hogar restantes llegarán a ser como pequeñas iglesias locales.

  Si en una iglesia local nadie ha sido quebrantado, y nadie teme a Dios ni reconoce la autoridad que hay en la iglesia mientras sirve, dicha iglesia local caerá en discordias. Sus muchas actividades derribarán aún más la edificación. Sería preferible tener menos actividades. Si en la iglesia en Taipéi algunos de los hermanos responsables tienen una opinión diferente a la decisión de los ancianos, eso producirá una obra de demolición en la iglesia. Tal actitud de disensión acarrea muerte espiritual. Si los hermanos responsables actúan así en los hogares, aquellos que asisten a las reuniones de grupo también expresarán sus opiniones disidentes. Este tipo de tendencia puede compararse a nuestro cuerpo cuando contrae una infección, la cual puede causarnos la muerte. Esto es lo que causa la disensión y la obra de demolición.

  Por medio de la sutil estratagema de Satanás, nuestra labor puede convertirse en una obra de demolición. Algunos hermanos y hermanas ciertamente han hecho un gran sacrificio por el Señor y por la iglesia. Por una parte, no debemos jactarnos de nuestro sacrificio, pero, por otra parte, ya que hemos hecho tal sacrificio, no debemos permitir que las estratagemas de Satanás logren infiltrarse entre nosotros. Si servimos en discordia, no habrá manera de avanzar. La estratagema más astuta de Satanás es causar disensión y división entre nosotros.

  La estrategia de Satanás no consiste simplemente en causar discusiones entre nosotros; más bien, consiste en producir una obra que derribe la edificación de la iglesia valiéndose de nuestros buenos deseos y buenas intenciones humanas. Tal es su astucia. Aparentemente la sugerencia de estudiar otro libro de la Biblia hecha por aquel hermano fue hecha buscando el beneficio de los santos, pero en realidad, no fue así. Sin embargo, si en realidad hemos aprendido la lección, veremos que si bien todo lo acordado en el servicio de la iglesia debe ser flexible y no rígido, tiene que haber unanimidad en la iglesia así como un solo mover. De esta manera, la iglesia evitará caer en las estratagemas de Satanás.

LA AUTORIDAD DEL ESPÍRITU SANTO SEGÚN SE MUESTRA EN LA BIBLIA

  Toda iglesia local, ya sea grande o pequeña, debe honrar la autoridad del Espíritu Santo. Por ejemplo, aunque en la iglesia en Jerusalén había miles de judíos creyentes (Hch. 21:20), no se celebró una conferencia en la iglesia para que la gente votara tocante a los diversos asuntos que se mencionan en el capítulo 15. En cambio, los apóstoles y los ancianos se reunieron ante Dios, y después que algunos compartieron sobre su experiencia y entendimiento espiritual, Jacobo se puso de pie para hablar (vs. 6, 22, 13). Aquí podemos ver la autoridad del Espíritu Santo según se presenta en la Biblia.

  Después de aquella reunión escribieron una carta dirigida a los creyentes gentiles (v. 20). Ellos no discutieron, ni la iglesia celebró una conferencia para que los creyentes expresaran sus opiniones mediante una votación; más bien, los apóstoles y los ancianos se reunieron delante de Dios para decidir todo asunto. Una vez que ellos tomaron una decisión concerniente al problema de la circuncisión, ninguna opinión adicional fue expresada.

NUNCA DEBEMOS SEMBRAR LA SEMILLA DE LA MUERTE Y LA DISENSIÓN

  Aquellos que han aprendido la lección simplemente dirán amén si los ancianos deciden que las reuniones de grupo deben estudiar el Evangelio de Juan. Aquellos que opinen que dicho libro es muy largo necesitan ser ayudados por los que ya han aprendido a sujetarse y a respetar la autoridad establecida en la iglesia. Primero necesitamos ayudar a los santos enseñándoles a aceptar las decisiones tomadas por los ancianos y abstenerse de sugerir el estudio de un libro más corto. Brindar tal ayuda a los santos es maravilloso y conlleva el elemento de edificarnos en unanimidad.

  Si alguno de los hermanos responsables, impulsado por un motivo impuro, duda que la decisión de los ancianos sea la adecuada y expresa su sentir a otros hermanos responsables, el factor de muerte será esparcido. Aunque él no esté injuriando a los ancianos ni oponiéndose a ellos, en su hablar puede esparcir la idea de que la iglesia es como un dictador. Esto causará disensión. Cuando la semilla de la disensión es sembrada en los santos, puede crecer y finalmente causar que caigan en disensión en la iglesia. Esto es derribar la obra de Dios.

  Incluso cuando predicamos el evangelio y edificamos a los santos en su crecimiento espiritual, puede infiltrarse el factor que derriba la edificación corporativa. Esto puede compararse con beber una taza de té que contiene la bacteria de la tuberculosis. Si tomamos el té, contraeremos tuberculosis. Es un asunto muy serio si un hermano, que no poseía un corazón de discordia antes de ser edificado a modo individual por nosotros, empieza a mostrar cierto elemento de disensión en su servicio, una vez que ha sido edificado por nosotros.

  Una iglesia local puede ser arruinada si todos los santos en ella caen en disensión. Debemos ser advertidos de este gran peligro. La estratagema más sutil de Satanás es sembrar la semilla de la disensión a través de los que sirven en la iglesia. Cuando el enemigo logra esto, la obra del Señor es trastocada y aparecen discordias en el servicio de la iglesia. Una persona que ha contraído tuberculosis puede aparentar estar saludable, pero en el lapso de un año todo su ser sufrirá un colapso.

LA EDIFICACIÓN CONSISTE EN EL APOYO MUTUO Y EN EL MUTUO SUMINISTRO

  Nuestro problema reside en que nos consideramos tan inteligentes y capaces que pensamos que no necesitamos de nadie; y siempre tratamos con desconsideración a los demás. Esto es un indicio de que en nosotros hay discordia así como el elemento que derriba la edificación. Esto no es la edificación. Aquellos que en verdad edifican la iglesia sienten que son incapaces de actuar en forma independiente y que no pueden hacer nada sin los hermanos y hermanas. Sienten que necesitan de los demás. Cuando ministran la palabra, necesitan que los hermanos y hermanas oren por ellos, para que lo sostengan en espíritu. Tal espíritu parece haber desaparecido entre nosotros. Los que ministran la palabra no parecen necesitar de las oraciones de otros, y los hermanos que están presentes entre la audiencia no tienen un espíritu que sostenga al que ministra. Ellos simplemente escuchan a los oradores y hacen comparaciones entre ellos. Tal actitud es intolerable.

  Cuando la semilla de la disensión se infiltra entre nosotros y produce su fruto, entonces la iglesia, nuestro servicio y la obra del Señor colapsan y se derrumban, aun cuando seamos muy espirituales. Nuestra labor no ha logrado conducir a las personas a la unanimidad en la iglesia. En lugar de ello, pareciera que lo único que estamos causando es disensión. Cuanto más ayudamos a las personas, más parecen disentir con la iglesia y más son esparcidos. Allí sólo vemos demolición; no hay edificación alguna. Particularmente los hermanos y hermanas que laboran con los jóvenes no tienen el sentir de depender unos de otros.

  Todos deberíamos ser de una sola alma, y orar por aquel que esté ministrando un mensaje para que reciba el suministro y soporte. Si aquellos que sirven al Señor están en constante desacuerdo en lugar de ser unánimes, todos lo notarán: el enemigo, los santos e incluso los niños.

LA EDIFICACIÓN REQUIERE DE NUESTRA SUMISIÓN

  La verdadera edificación depende de nuestra sumisión. Someterse es ser capaces de sujetarse a otros. Cuando estamos dispuestos a someternos a los demás, entonces puede llevarse a cabo la edificación. La sumisión no representa problema alguno cuando alguien labora sólo. Pero al laborar con otros, ninguno debe interesarse solamente por su propia labor. Por ejemplo, no hay ningún problema con la sumisión antes que un hermano y una hermana se casen. Pero una vez que se casan, necesitan aprender a someterse el uno al otro. Únicamente cuando existe tal sumisión puede haber edificación entre ellos. Cuando un hermano y una hermana se casan, su propósito es edificar una familia. Pero el cimiento de dicha edificación depende de la sumisión de ambos. El énfasis de la edificación no recae en la obediencia, sino en la sujeción. Si una esposa no se sujeta a su esposo y el esposo no se sujeta a su esposa, esa familia carecerá de una verdadera edificación. Debemos creer que los ancianos en una iglesia local no toman las decisiones a la ligera, y que no tienen una actitud autoritaria. Aunque ellos puedan sentir que son un tanto débiles y carentes, ciertamente llevan sobre sus hombros una gran responsabilidad y cuidan de la iglesia con temor y temblor. Si todos los ancianos tienen esta clase de actitud y de espíritu, las decisiones que tomen serán dignas de nuestra sumisión.

NECESITAMOS APRENDER LA LECCIÓN DE LA EDIFICACIÓN Y CONDUCIR A OTROS A ELLA

  Una persona que argumenta acerca de cuál libro debe estudiar la iglesia y que pone en tela de juicio la decisión de los ancianos, no posee un espíritu o actitud de sumisión. Sin sumisión no puede haber edificación. La edificación de la iglesia que se efectúa mediante nuestra administración de la misma y el ministerio de la palabra depende de nuestra persona. Si hemos aprendido las lecciones pertinentes, si hemos experimentado el quebrantamiento de nuestro yo y conocemos lo que es el edificio de Dios, aquellos creyentes a quienes cuidemos llegarán a ser piedras vivas edificadas juntamente como casa espiritual. Pero si nosotros mismos no hemos sido edificados, no seremos capaces de edificar a otros. La obra confiada en nuestras manos no resultará en edificación. Cuantas más personas se salven mediante nuestra predicación del evangelio y mientras más personas tratemos de edificar, lo único que traerán serán opiniones a la iglesia. Aun cuando el número de piedras para la edificación se ha incrementado, no se llevará a cabo ninguna edificación.

  La obra de Satanás consiste en derribar la edificación. Él ha estado haciendo esto por dos mil años. La mayor parte de la obra del evangelio que se lleva a cabo en el cristianismo busca atraer personas con miras a obtener ganancias materiales. Éste es un propósito bajo y superficial, y es un indicio de que el poder del evangelio se ha perdido. Cuando una iglesia está llena de disensión, su condición espiritual será débil. Desde que llegamos a Taiwán en 1949, la iglesia en Taipéi se ha mantenido fresca sin ningún elemento de disensión. Satanás está ahora intentando derribar la edificación. Si estamos en unanimidad, tenemos la autoridad del Espíritu Santo.

DEBEMOS SER CUIDADOSOS CON NUESTRAS PALABRAS, PARA NO INTRODUCIR DISENSIÓN Y DERRIBAR LA EDIFICACIÓN

  Algunos hermanos son muy descuidados con sus palabras, e inconscientemente introducen disensión, dañando así la obra, aun cuando no tengan una mala intención. Por ejemplo, un asunto que se trae a la comunión en la reunión de los ancianos por la tarde puede esparcirse por toda la iglesia, causando que se mezclen los hechos junto con ciertos rumores. Esto muestra que algunos hermanos han hablado demasiado y que no han aprendido la lección en cuanto al servicio de la iglesia. Ciertamente no tenemos ningún secreto; sin embargo, aquellos que han sido quebrantados no suelen hablar irresponsablemente. Por ejemplo, recientemente envié unas cartas invitando a ciertos hermanos a venir a una reunión, y no le dije a mi esposa. Pero más tarde ella se enteró por medio de otra hermana. Si un hermano recibe una carta, él simplemente debe asistir a la cita indicada. No hay necesidad de que lo comente con otros. Esta clase de hablar a la ligera no tiene razón de ser, y le da lugar a Satanás para que actúe.

  No hay ningún secreto en lo que respecta a enviar cartas acerca de una reunión. No comentar con otros que hemos sido invitados a una reunión equivale a rechazar la carne. Yo tenía una carga pesada de llamar a ciertos hermanos para tener una reunión, pero no se lo dije a mi esposa. Ni siquiera me atreví a comentarle nada sobre mi carga, ¿por qué entonces los hermanos deben preguntarle a mi esposa acerca de esto? Este detalle tan pequeño puede introducir disensión y derribar la obra de edificación. Aquellos que han aprendido la lección no deben hablar descuidadamente en su servicio ni en la coordinación. Aunque tratemos diferentes asuntos con la gente, debemos conocer nuestra posición al hablar acerca de los asuntos relacionados con el servicio.

  Con el propósito de brindarle hospitalidad al hermano T. Austin-Sparks, quería hallar a alguien que supiera cocinar comida occidental. Finalmente encontramos un cocinero, a quien le pagamos, pero él desapareció llevándose todo el dinero. Al día siguiente un hermano me envió una carta ofreciéndome su cocinero particular. Me sorprendí de lo rápido que se divulgó este suceso. Una persona que ha aprendido la lección en el servicio de la iglesia nunca debería hablar de tales asuntos. Aun si mil cocineros salieran huyendo, ¿qué necesidad hay de hablar de tal asunto cuando no tiene nada que ver con nosotros? Esto no quiere decir que la conducta de dicho cocinero sea un asunto que se deba mantener en secreto por temor a lo que otros puedan pensar de ello. La Biblia narra que uno de los colaboradores de Pablo, Demas, amaba este siglo (2 Ti. 4:10) y que Pablo exhortó a los hermanos de Éfeso diciéndoles que el que hurtaba, no hurte más (Ef. 4:28). Así que, el hecho de que un cocinero desaparezca hurtando el dinero no es algo extraño. No obstante, me pregunto cuál es la razón por la que esta noticia se propague en menos de dos días. Esto sólo indica que necesitamos aprender la lección de no esparcir información alguna. El hecho de esparcir una información derriba la obra de edificación.

  En otra ocasión, un hermano me dijo que le habían preguntado si era verdad que él iría a servir en Taichung, cuando ni él mismo estaba enterado del asunto. Esta información fue esparcida mediante los que servían. Si este hermano fuese a servir a Taichung o no, es información que no es necesario divulgar. Si dicho hermano necesitara tener comunión acerca de ir a Taichung para servir, él mismo vendría a tener comunión. No necesitamos hacer tantas preguntas.

  Si deseamos edificar la iglesia, tenemos que permitirle al Señor que trate estos problemas en nosotros. De otro modo, cuanto más laboremos, más derribaremos la edificación y más disensión causaremos. Muchas palabras innecesarias pueden ser propagadas por los servidores. Necesitamos clamar al Señor pidiendo Su misericordia. Los que sirven no deben hablar descuidadamente. Es necesario aprender esta lección. Podemos hablar con los hermanos y hermanas de muchas cosas diferentes; pero en cuanto a nuestro servicio, no debemos ser descuidados y hablar de asuntos que el Señor no nos ha confiado. No debemos hablar de una manera suelta sobre aquellos asuntos relacionados con nuestro servicio.

  Unos servidores esparcieron el siguiente comentario: “Los ancianos nunca toman una decisión estable; siempre están cambiando sus decisiones y ni siquiera nos informan de los cambios que acuerdan”. Tal clase de comentario muestra que estos hermanos no han aprendido a ser restringidos ni regidos por el Señor. Aunque tal vez se hayan consagrado al Señor para servirle, con unas pocas frases ellos pueden derribar lo que ha costado años edificar. Con una mano edifican y con la otra derriban lo edificado. Esto realmente no es edificar. Debemos estar alerta y percatarnos de que la obra en Taipéi hoy se halla en discordia y que ha caído bajo la estratagema de Satanás. El enemigo está esparciendo el elemento de la disensión a través de nuestro propio servicio.

  Si no resolvemos estos problemas, no podremos llevar adelante la obra de edificación. Los problemas en la administración de la iglesia y en el ministerio de la palabra son causados por los problemas que acarreamos en nuestra persona. Por favor, permítanme hablarles una palabra franca: el espíritu de insubordinación está operando entre nosotros. La insubordinación implica demolición, y no edificación. Ser insubordinados equivale a no edificar ni a ser edificados, y también equivale a derribar la obra de edificación.

CONCLUSIÓN

  A fin de que nuestro trabajo produzca la edificación, muchos factores negativos de nuestro ser interior deben ser tratados y eliminados. Hay ciertas cosas que no debemos decir, ciertas actitudes que no debemos manifestar y ciertas acciones que no debemos tomar. Si hemos de sujetarnos, necesitamos ser restringidos. Aquellos que no han sido restringidos no están conscientes de que dentro de ellos hay muchos factores de discordia y, por tanto, cuando hablan, se manifiesta el elemento de la disensión. No debemos avergonzar al Señor ni estar carentes de consagración. Nuestro servicio debe edificar, no derribar. Debemos servir en unanimidad y nunca en discordia.

  Es difícil calcular cuánto quebrantamiento y restricción necesitamos a fin de que nuestra obra sea llevada a cabo en unanimidad y pueda edificar a otros. Aunque esta palabra es fuerte, por favor recíbanla con un corazón manso y humilde. Llevamos sobre nuestros hombros una pesada responsabilidad delante del Señor. Cada uno de nosotros daremos cuentas al Señor ante Su tribunal. Si nuestra obra derriba la edificación, ello impedirá que muchos reciban gracia y sean edificados. Éste es un asunto muy serio. Debemos aprender no sólo a laborar, sino a llevar a cabo una labor de edificación. Jamás debemos permitir que nuestras palabras, actitudes, acciones y expresiones produzcan disensión ni causen daño a la edificación en la iglesia. No estamos aquí para erigir una autoridad humana, sino para edificar la iglesia de Dios, a fin de que Su autoridad pueda ser expresada en la iglesia. Por lo tanto, hay cosas que no debemos decir, acciones que no debemos cometer y actitudes que no debemos manifestar. Esto nos llevará a aprender mucho delante del Señor.

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