
Lectura bíblica: Jn. 14
Juan 14 aparenta ser un capítulo fácil de leer, y se han producido muchas exposiciones de este capítulo de la Biblia; pero en realidad dicho capítulo es difícil de entender. La mayoría de las personas no tienen un entendimiento apropiado de este capítulo. Bajo la dirección del Señor y basándonos en nuestra experiencia, nosotros estamos empezando a entender el verdadero significado de este capítulo.
Este capítulo habla de la edificación que Dios está llevando a cabo en el universo. La enseñanza de la Asamblea de los Hermanos ha dado por resultado que algunos erróneamente hayan entendido que Juan 14 es un capítulo profético. Los Hermanos consideran que la palabra del Señor en el versículo 3, una palabra hablada por el Señor a Sus discípulos antes de Su partida de este mundo, debe ser una palabra profética. Ellos entienden que este versículo significa que el Señor Jesús iría al cielo a preparar un lugar para nosotros, y que una vez que ese lugar estuviera preparado, Él regresaría para llevarnos al cielo a fin de que estuviéramos con Él. Así que, los Hermanos consideran que éste es un capítulo profético. Sin embargo, el pensamiento implicado en este capítulo es mucho más rico, profundo y elevado que el pensamiento de los Hermanos. Ellos no ven el verdadero significado del versículo 3 de Juan 14.
En el versículo 1 el Señor dijo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en Mí”. Este versículo es el tema mismo de este capítulo. La versión China Unida, al traducir este versículo, también usa las palabras Creéis en Dios, creed también en Mí. Sin embargo, la preposición traducida aquí “en” realmente significa “hacia adentro” en el idioma griego. Así que, la traducción correcta debería ser: “Creéis hacia adentro de Dios, creed también hacia adentro de Mí”. El vocablo griego traducido “hacia adentro” es la preposición griega eis. Esta misma preposición es usada en la frase bautizados en Cristo Jesús hallada en Romanos 6:3. Dicha preposición significa “entrar en”. Por ejemplo, si tenemos una caja y presionamos con la mano en la abertura de dicha caja, nuestra mano entrará en la caja. Por consiguiente, el significado de esta preposición se entiende mejor como “entrar en, mover hacia adentro de”.
El pensamiento central de Juan 14 es: “Creéis hasta entrar en Dios, creed también hasta entrar en Mí”. Nosotros somos de aquellos que creen en el Señor Jesús y, como tales, necesitamos creer hasta entrar en Dios y creer hasta entrar en el Señor. Al leer la Biblia es muy importante captar cuál es su tema. Por ejemplo, Génesis 1 comienza diciendo: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Por consiguiente, el tema de Génesis 1 es la creación realizada por Dios. De igual manera, Juan 14:1 dice: “Creéis hasta entrar en Dios, creed también hasta entrar en Mí”. El tema aquí es nuestra necesidad de entrar plenamente en Dios.
En el versículo 2 el Señor dijo: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. El versículo 1 dice: “Creéis en Dios”, esto es, “entráis en Dios”. El versículo 2 continúa diciendo: “En la casa de Mi Padre”; aquí se da un giro maravilloso. De acuerdo con el entendimiento natural, la casa del Padre se refiere a los cielos. Sin embargo, la Biblia afirma que la iglesia del Dios viviente es la casa de Dios (1 Ti. 3:15). Este pasaje no dice que la casa del Padre es los cielos. Entonces, ¿cuál es esta casa del Padre y a qué se refiere la ida del Señor? El entendimiento erróneo declarado por los Hermanos era que la ida del Señor equivalía a que Él iba a dejar este mundo para ir a los cielos.
En Juan 14:3 el Señor añadió: “Si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo”. La versión China Unida de la Biblia, al traducir la frase a Mí mismo, usa las palabras el lugar donde Yo estoy. Por consiguiente, la gente da por sentado que este versículo significa que el Señor nos recibirá en un lugar, esto es, el lugar donde Él está. Sin embargo, Él no se estaba refiriendo a un lugar físico. La palabra del Señor aquí significa que Él nos recibirá dentro de Él mismo, y no en un lugar físico.
La expresión Si me voy [...] vendré concuerda con el texto original. La ida del Señor equivale a Su venida. Su ida a preparar un lugar para los discípulos constituía Su venida a ellos.
El versículo 3 continúa: “Para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. ¿A qué se refiere la palabra donde? El Señor no se estaba refiriendo a los cielos, sino al Padre. Él estaría en el Padre, y nosotros también estaríamos en el Padre. La palabra donde aquí no hace alusión a un lugar físico; más bien, se refiere a estar en el Señor y en Dios. La ida del Señor a través de Su muerte y resurrección no era para estar en el cielo, sino para estar en el Padre. Cuando el Señor resucitó, Él entró en el Padre y además también introdujo a Sus discípulos en el Padre. Éste es el verdadero significado de la cláusula para que donde Yo estoy, vosotros también estéis.
En el versículo 4 el Señor dijo a continuación: “A dónde Yo voy, ya sabéis el camino”. Los discípulos no eran los únicos que ignoraban a dónde iría el Señor. Muchos de nosotros tampoco lo sabemos. Sin embargo, la enseñanza errónea del catolicismo afirma que el Señor fue al cielo a preparar unas mansiones para nosotros. Tal concepto no se encuentra en la Biblia. Por lo tanto, nosotros no debemos aferrarnos al concepto de que iremos a las mansiones celestiales. En el versículo 5 Tomás le dijo al Señor: “No sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?”. Este versículo muestra que, de acuerdo con el entendimiento de Tomás, el Señor estaba hablando acerca de ir a un lugar. La respuesta que dio el Señor: “Yo soy el camino”, muestra que Él no se estaba refiriendo a un lugar físico. El Señor dijo: “Yo soy el camino, y la realidad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí” (v. 6). Debido a que la traducción tan literal que se hace de la expresión nadie viene al Padre, no corresponde al lenguaje chino normal, la versión China Unida de la Biblia traduce la segunda parte de este versículo usando las palabras nadie viene al lugar donde el Padre está, sino por Mí. Por eso, la gente considera que el lugar donde el Padre está se refiere al cielo o a una mansión celestial.
La frase al Padre, en el versículo 6, se refiere a creer hasta entrar en Dios, en el Padre. Este versículo no se refiere a que iríamos al cielo a través del Señor Jesús, sino más bien a que seríamos unidos a Dios y a que tendríamos contacto con Él. Nadie puede tocar a Dios ni entrar en Dios, sino por el Señor Jesús. El Señor Jesús es el camino, la realidad y la vida. Nadie viene al Padre, sino por el Señor. Por lo tanto, este pasaje no tiene absolutamente nada que ver con ir al cielo. Según la enseñanza de los Hermanos, este capítulo habla de ir al cielo; sin embargo, en realidad este capítulo habla de creer hasta entrar en Dios, y no de ir al cielo. Existe una pintura de una mansión celestial con una escalera, la cual alude a Cristo, y en dicho cuadro hay una inscripción que dice: “Nadie viene al Padre, sino por el Señor”. Esta pintura implica que ir al Padre equivale a ir a una mansión celestial. Tal entendimiento es totalmente erróneo. Juan 14:6 en realidad significa que nadie puede entrar en el Padre excepto a través de Cristo, y que nadie puede tener contacto con Dios sino por medio de Cristo. Por consiguiente, la frase a dónde Yo voy implica que a través de Su muerte y resurrección, el Señor entraría en el Padre.
Nuestro pensamiento humano siempre entra en conflicto con el pensamiento de Dios. Nuestra mente generalmente considera que al morir iremos a un lugar físico, ya sea el cielo o el infierno; en cambio, el pensamiento de Dios se centra en una persona, no en un lugar físico. Nosotros pensamos en la tierra y el cielo; Dios piensa en Dios y el hombre. El enfoque de la Biblia recae en cómo el Señor Jesús entró en el hombre, y no en que vino a la tierra. Cuando el Señor Jesús se hizo carne y entró en el hombre, ello fue Su venida a la tierra. Del mismo modo, lo primordial es que el hombre entra en Dios, y no que va al cielo. Si el Señor Jesús no hubiera entrado en el hombre, Él no hubiera podido venir a la tierra. A fin de que el Señor Jesús pudiera venir a la tierra, tuvo que entrar en un hombre. En otras palabras, cuando el Señor Jesús entró en el hombre, Él vino así a la tierra. De igual modo, el hombre va al cielo cuando entra en Dios; cuando el hombre entra en Dios, está en el cielo.
Nuestro concepto humano se centra en un lugar, mientras que el concepto de Dios se centra en una persona. Siempre y cuando Dios puede entrar en el hombre, Él puede venir a la tierra; y en tanto que el hombre puede entrar en Dios, éste puede entrar en el cielo. La tierra está relacionada con el hombre, y el cielo está relacionado con Dios. Si el Dios de los cielos viniera a la tierra sin entrar en el hombre, realmente este hecho no sería considerado como Su venida a la tierra. Fue necesario que Él entrara en el hombre para que Su venida a la tierra fuera completa. De igual manera, sin entrar en Dios, al hombre le es imposible ir al cielo. A fin de que el hombre pueda ir al cielo, él tiene que entrar en Dios. Cuando el hombre entra en Dios, está en el cielo. Si podemos captar este concepto, podremos entender la Biblia.
Efesios 2:6 dice: “Juntamente con Él [...] nos hizo sentar en los lugares celestiales en Cristo Jesús”. Podemos ser sentados en los lugares celestiales juntamente con Cristo debido a que estamos en Él. Si no estamos en Cristo, estamos en la tierra, y no en los lugares celestiales. Sin embargo, debido a que estamos en Cristo, podemos sentarnos con Él en los lugares celestiales. Es posible que nos sintamos como si estuviéramos en la tierra; pero debido a que estamos en Cristo, en realidad estamos en los lugares celestiales. Si estamos en nosotros mismos, no podemos estar en los lugares celestiales; más bien, estamos en los lugares celestiales debido a que estamos en Cristo. Tenemos que cambiar nuestro concepto.
El protestantismo ha adoptado el pensamiento del catolicismo y frecuentemente habla acerca de ir al cielo. De hecho, nosotros estamos en el cielo; hemos sido sentados juntamente con Cristo en los lugares celestiales desde el día en que fuimos salvos, pues el día en que creímos en Cristo, entramos en Dios. No existe ninguna base bíblica que respalde la enseñanza del catolicismo y del protestantismo con respecto a ir al cielo. Incluso Pablo no está en el cielo, sino en el Paraíso. Debemos entender que esto es un asunto de personas, de Dios y el hombre. No es un asunto de un lugar físico, del cielo. La entrada de Dios al hombre equivale a Su venida a la tierra; y la entrada del hombre a Dios equivale a su ida al cielo. Por esta razón el Señor Jesús dijo: “A dónde Yo voy, ya sabéis el camino” (Jn. 14:4). Él realmente estaba diciendo: “Ahora Yo voy al Padre. Así como entré en el hombre por medio de Mi encarnación, ahora voy al Padre para entrar en Él por medio de Mi muerte y resurrección”. Los discípulos pensaron que Jesús se estaba refiriendo a un lugar físico, y replicaron: “No sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (v. 5). Entonces el Señor Jesús les dijo: “Yo soy el camino [...] nadie viene al Padre, sino por Mí” (v. 6). El camino es el Señor mismo, y el destino es el Padre. Por consiguiente, esto no es un asunto de un lugar, sino de creer hasta entrar en el Señor, es decir, de creer hasta entrar en Dios.
Mediante Su muerte y resurrección, el Señor Jesús introdujo al hombre en Dios a fin de que el hombre entrara en una unión con Dios. Cuando el hombre entra en Dios, entra en la esfera de los cielos, es decir, en la esfera donde está Dios. Desde esta perspectiva, vemos que esto trata de un lugar. El inicio del capítulo 14 habla de Dios y de la casa de Dios; Dios nunca puede ser separado de Su casa. Uno tiene que entrar en Dios a fin de entrar en la casa de Dios. Todo aquel que entra en Dios ha entrado en la casa de Dios. Por lo tanto, nadie puede entrar en la casa de Dios sin estar en Dios. Tenemos que entrar en Dios a fin de entrar en la casa de Dios.
El Señor Jesús, en Su encarnación, vino del Padre y entró en el hombre. Sin embargo, a fin de que Él regresara al Padre, necesitaba pasar por la muerte y la resurrección. A través de Su muerte y resurrección, el Señor partió del hombre para volver al Padre. Así que, el Señor se iba para estar en el Padre. Éste es “el lugar” a dónde Él iba. La venida del Señor fue una cuestión de entrar en el hombre, no de venir a la tierra. Su ida era una cuestión de ir al Padre, no de ir al cielo (v. 28). El Señor entró en el hombre por medio de Su encarnación, y entró en el Padre por medio de Su muerte y resurrección. El Evangelio de Juan no dice que el Señor Jesús ascendiera al cielo; más bien, dice: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (3:13). Sin embargo, no debemos decir que el hecho de que el Señor fuera al Padre se refiere a que Él fuera al cielo. El Señor Jesús no regresó al cielo. Él estaba con Sus discípulos y Él mora en nosotros todo el tiempo. Puesto que Él desea morar en nosotros, ¿cómo podría dejarnos? Así que, la ida del Señor en Juan 14 no se refiere a Su ida al cielo; se refiere al hecho de que partió del hombre para ir al Padre. “Creéis en Dios, creed también en Mí” es el tema de este capítulo. El Señor mismo es el camino por el cual nosotros creemos en Dios. El Señor entró en el Padre por medio de Su muerte y resurrección, y nosotros entramos en el Padre por medio del Señor.
“Si me conocieseis, también a Mi Padre conocerías; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto” (v. 7). El Señor quería que los discípulos entendieran que esto no es un asunto de posición ni de lugar, sino de una persona, es decir, del Padre. Felipe dijo: “Señor, muéstranos al Padre, y nos basta” (v. 8). Jesús contestó: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (v. 9). Estas palabras son muy significativas. Estos versículos no hablan de un lugar, sino de una persona. Hablan acerca de Dios, no del cielo. Se trata de entrar en Dios, y no de ir al cielo. Este capítulo no habla del arrebatamiento ni de la ascensión, sino del hecho de que el Señor Jesús introdujera al hombre en Dios por medio de Su muerte y resurrección. “Creéis en Dios, creed también en Mí” es el tema de este capítulo. Este asunto está completamente relacionado con una persona.
En el versículo 10 el Señor dijo: “¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí? Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él hace Sus obras”. En tanto que el versículo 2 dice: “En la casa de Mi Padre”, el versículo 10 declara: “El Padre que permanece en Mí”. ¿En dónde mora el Padre? ¿Dónde está la casa del Padre? Hablando de manera lógica, el lugar donde nosotros moramos es nuestra casa; nuestra casa es el lugar donde habitamos. Muchos cristianos piensan que la casa del Padre es el cielo; pero el versículo 10 dice: “El Padre que permanece en Mí”. Esto muestra que cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él mismo era la casa del Padre. No podemos decir que una persona vive en Taipéi pero que su casa se encuentra en Taichung. Una persona ciertamente vive en su casa.
Si el Señor Jesús es la casa de Dios, entonces ¿cómo puede Él irse a preparar un lugar para nosotros? Su ida a preparar un lugar equivale al agrandamiento de Cristo. En 1 Corintios 6:19 leemos que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual mora en nuestro interior. En 1 Pedro 2:5 se nos dice que nosotros estamos siendo edificados como una casa espiritual. Efesios 2:21-22 declara que estamos creciendo para ser un templo santo en el Señor, una morada de Dios en el espíritu. En 1 Timoteo 3:15 se afirma que la iglesia del Dios viviente es la casa de Dios. Los términos casa y templo en estos versículos se refieren a la morada de Dios. La casa es el templo, y el templo es la morada de Dios. La morada de Dios es un misterio en el universo. La morada de Dios alude a una persona, no a un lugar. La morada de Dios no es otra cosa que la iglesia, la cual está conformada por los creyentes. Los creyentes son el agrandamiento de Cristo. Si captamos este concepto, podremos entender lo que Dios está llevando a cabo en el universo.
Dios mora en la iglesia, y la iglesia es la casa de Dios. Por lo tanto, la iglesia tiene el elemento del hombre y el elemento de Dios juntamente con el elemento del cielo. Dios está en la iglesia, y el cielo está también en la iglesia. Aunque la iglesia se encuentra en la tierra hoy, su elemento es celestial, porque el cielo se halla en la iglesia. Por consiguiente, la iglesia es la mezcla de Dios y el hombre, y es el punto de unión entre el cielo y la tierra. Esto es la morada de Dios. Y esta morada de Dios es muy diferente al lugar de Su morada en el cielo. El cielo donde Dios mora es simplemente el cielo; no tiene el elemento del hombre ni está unido a la tierra. En cambio, la iglesia, la cual Dios ha obtenido para que sea Su morada, es un misterio, ya que Dios ha entrado en el hombre y se ha mezclado con éste. Cuando Dios viene, el cielo mismo viene con Él; y debido a que el hombre está aquí, la tierra también está aquí. Esto es la mezcla de Dios con el hombre, y es la unión del cielo y la tierra. Aunque tal entidad no es de la tierra, se encuentra en ésta. Y aunque se encuentra en la tierra, proviene del cielo y posee el elemento celestial. Esta morada, la cual es la mezcla de Dios con el hombre y la coyuntura donde el cielo y la tierra se unen, es la morada eternal de Dios, la cual Dios mismo está edificando. Éste es el lugar que el Señor dijo que iría a preparar; dicho lugar incluye la iglesia y el cielo.
En Juan 14:11-12 el Señor dijo: “Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí; y si no, creedme por las mismas obras. De cierto, de cierto os digo: El que en Mí cree, las obras que Yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque Yo voy al Padre”. En estos versículos el Señor estaba dando a entender que Él entraría en el Padre, y que también introduciría en el Padre aquellos que habían creído en Él. Aquí vemos tanto una persona como un lugar. El cielo puede ser expresado en la tierra debido a que se halla en Dios, y es manifestado mediante la mezcla de Dios y el hombre. Esto es un misterio. El elemento mismo del cielo puede ser expresado en la tierra mediante la mezcla de Dios y el hombre. Esto no es otra cosa que la Nueva Jerusalén.
La Nueva Jerusalén, al igual que la iglesia, consta de la mezcla de Dios y el hombre, y el cielo está también mezclado allí. La iglesia se compone de los creyentes, quienes están mezclados con Dios, más la condición o elemento del cielo, el cual se halla también en nosotros. De esta manera, tanto Dios como el cielo pueden ser expresados en la tierra. A pesar de que esta realidad hoy está en miniatura, no somos capaces de comprenderla plenamente. Pero en la era del cielo nuevo y la tierra nueva, que será el tiempo de la madurez y la plenitud, Dios estará plenamente mezclado con el hombre, y el hombre habrá entrado plenamente en Dios. Dios tomará al hombre como Su morada, y el hombre también tomará a Dios como su habitación; por ende, los elementos de Dios y del cielo serán introducidos plenamente en el hombre y serán expresados sobre la tierra. Esto es lo que el Señor Jesús quiso dar a entender cuando mencionó que iba a preparar un lugar para nosotros.
No debemos pensar que después que Dios nos haya salvado a nosotros los pecadores y que haya acabado de construir las así llamadas mansiones para nosotros en los cielos, Él volverá para llevarnos a vivir a tales mansiones. Dios tiene una sola obra de edificación en el universo. En esta obra, los pecadores son salvos a fin de llegar a ser los materiales de edificación que luego son mezclados con Dios mismo. El elemento del cielo se halla también en esta mezcla. Esto es el edificio de Dios, donde Dios toma al hombre como Su morada y el hombre toma a Dios como su habitación. Ésta es una morada misteriosa; es “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo Arquitecto y Constructor es Dios” (He. 11:10). En todo el universo Dios tiene sólo esta obra, este único edificio. En dicho edificio, Dios se mezcla con el hombre y el cielo se une con la tierra.
Toda la Biblia muestra la obra de edificación de Dios. La culminación de este edificio es la manifestación de la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén es Dios en el hombre, es decir, Dios con el hombre a quien Él ha tomado como Su morada. La Nueva Jerusalén es también el hombre en Dios, es decir, el hombre con Dios a quien él ha tomado como su habitación. Finalmente, Dios y el hombre, el hombre y Dios, son mezclados juntamente. Dios introduce el cielo en la Nueva Jerusalén, es decir, tanto la condición como el elemento del cielo están incluidos en esta Nueva Jerusalén. Además, la Nueva Jerusalén no sólo es expresada sobre la tierra, sino que también está unida a la tierra. Dios y el hombre son mezclados, y el cielo y la tierra están unidos. El hombre toma a Dios como su morada, y Dios toma al hombre como Su habitación. Éste es el edificio de Dios en el universo. Aunque podríamos decir que esto es un lugar, puesto que el cielo está incluido aquí y dicha ciudad es expresada sobre la tierra, en realidad es una persona, debido a que Dios se halla en el hombre. Esto es lo que Dios está edificando hoy. Es una ciudad que tiene fundamentos, cuyo Arquitecto y Constructor es Dios. Este edificio es el lugar que el Señor está preparando. Por lo tanto, Apocalipsis 21:2 usa la palabra dispuesta cuando dice: “Vi [...] la Nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una novia ataviada para su marido”.
La meta de la obra de Dios es el edificio. Él salva a los pecadores y edifica a los santos con miras a este edificio. La Nueva Jerusalén se compone de todos los creyentes salvos. De acuerdo con Apocalipsis 21, la ciudad tiene un muro y doce puertas. En las puertas están inscritos los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel, y el muro tiene doce cimientos con los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero (vs. 12-14). Dios no está edificando una morada con la intención de llevarnos allí cuando termine de construirla. Esto no concuerda con la revelación mostrada en la Biblia.
Nosotros somos la casa, la morada, que Dios está edificando. Somos el templo de Dios, la morada de Dios, mediante el Espíritu Santo. Como piedras vivas estamos siendo edificados como casa espiritual (1 P. 2:5). Cuando este templo sea culminado, será agrandado hasta llegar a ser la ciudad. Por tanto, en la ciudad no habrá templo (Ap. 21:22). La ciudad será el agrandamiento del templo.
La obra que Dios efectúa hoy consiste en edificar una morada para Sí mismo en el universo. Por ello, el versículo 3, al mencionar la ciudad, dice que el tabernáculo de Dios está con los hombres y que Él fijará Su tabernáculo con ellos. Salvar pecadores y edificar a los santos no es, en realidad, la meta de Dios. Él salva pecadores y edifica a los santos con miras a obtener un edificio en la tierra. El edificio de Dios consiste en un hombre corporativo, no en una persona individual. Ésta es Su morada.
Juan 14 muestra lo que Dios está llevando a cabo en el universo. Salvar pecadores y edificar a los santos es solamente una parte de la obra de Dios. Él está llevando a cabo una obra de edificación. Dios desea preparar una morada. Esta morada es una entidad misteriosa, la cual consiste en que el propio Dios se mezcle con el hombre y forje al hombre en Sí mismo. Esta edificación también incluye el elemento del cielo; en ella el cielo se une con la tierra. Por consiguiente, es la mezcla de Dios y el hombre, y la unión del cielo y la tierra. Ésta es la obra que Dios hace hoy. Si entendemos bien esta verdad al leer el Nuevo Testamento, ciertamente recibiremos mucha iluminación y comprenderemos el verdadero significado de la Nueva Jerusalén y de la iglesia. Además, entenderemos cuál es nuestra meta y propósito en la obra del Señor. No estamos aquí simplemente para salvar pecadores y edificar a los santos; más bien, nuestra meta es obtener el edificio de Dios, la morada de Dios en la tierra.
Dios está llevando a cabo una obra de edificación. El Evangelio de Juan, el libro de Hechos y las Epístolas muestran las piedras útiles para el edificio de Dios. Hechos 4:11 dice que Cristo es la piedra angular; Efesios 2:22 declara que estamos siendo juntamente edificados en Él para morada de Dios. En 1 Corintios 3 Pablo afirma que nosotros somos el edificio de Dios (v. 9), y que cada uno debe mirar cómo sobreedifica (v. 10). “Si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, hierba, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta” (vs. 12-13). Hebreos 11:10 habla de “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo Arquitecto y Constructor es Dios”. Dios está diseñando y construyendo una ciudad. De acuerdo con el versículo 40, los santos del Antiguo Testamento necesitan a los creyentes del Nuevo Testamento a fin de recibir las promesas de Dios.
Aunque Abraham fue edificado por Dios, muchos en la era neotestamentaria no han sido plenamente edificados; por lo tanto, la ciudad aún no se ha manifestado. Sin embargo, esta ciudad será manifestada, preparada y edificada al final de Apocalipsis. Apocalipsis 21:3 dice claramente que la Nueva Jerusalén es Dios mismo que fija Su tabernáculo con los hombres. Esta ciudad se muestra llena del elemento del cielo y es expresada sobre la tierra. Esto no es otra cosa que la unión del cielo y la tierra, la mezcla del hombre y Dios. Esto no se refiere a la bendición que cae individualmente en los creyentes espirituales. Aquí, el templo de Dios llega a ser una ciudad, la morada de Dios. Esto es lo que Dios desea y lo que Él está llevando a cabo. Ésta es la meta de Dios, Su obra central.