Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Administración de la iglesia y el ministerio de la palabra, La»
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 14
Чтения
Marcadores
Mis lecturas

CAPÍTULO CINCO

LA UNIDAD PRESENTADA EN JUAN 17

  Lectura bíblica: Jn. 17

EL PROCESO PROPIO DE LA UNIDAD

  Juan 17 contiene la oración del Señor en la cual le ruega al Padre que lleve a cabo todo lo mencionado en los capítulos del 14 al 16. En el capítulo 14 el Señor habló con respecto a la venida del Consolador; en el capítulo 15 habló acerca de la vid, mostrando que nuestra relación con Él es semejante a la unión que existe entre la vid y sus pámpanos; y en el capítulo 16 mencionó que el factor singular en dicha unión es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo no sólo viene a convencernos de que es posible tener una unión en amor con el Señor, sino que también viene a transmitir a nuestro ser todo lo que el Padre y el Hijo tienen.

  Juan 17 comienza diciendo: “Estas cosas habló Jesús”. Estas cosas aluden al contenido de los capítulos del 14 al 16. Después que el Señor habló tales cosas en los capítulos del 14 al 16, Él oró al Padre, diciendo: “Glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti” (v. 1). El Señor profetizó que Él sería glorificado y que el Padre sería glorificado en Él (12:23; 13:31-32). En 12:24 el Señor dijo que Él moriría como un grano de trigo a fin de que la cáscara de Su humanidad fuera quebrantada y la vida divina que había dentro de Él fuera liberada e impartida en muchos, y de este modo fuera expresada a través de ellos. Esta vida divina es el elemento divino de Dios el Padre; por ende, el Padre es glorificado en el Hijo a través de la glorificación del propio Hijo.

  La frase Yo voy a Ti, en 17:11, confirma lo dicho por el Señor en el capítulo 14, donde dice que Él iba al Padre, y que Su ida en realidad era Su venida. Por tanto, la oración del Señor en Juan 17 revela el significado de todo lo que Él habló en los capítulos del 14 al 16. El Señor deseaba que todos Sus creyentes fueran uno tal como lo son los Tres que conforman el Dios Triuno, a saber: el Padre, el Hijo y el Espíritu.

  En el capítulo 14, los versículos del 20 al 24 dicen: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros. El que tiene Mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por Mi Padre, y Yo le amaré, y me manifestaré a él. Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda Mis palabras; y la palabra que habéis oído no es Mía, sino del Padre que me envió”. Estos versículos muestran el origen de la unidad. Por medio de Su ida, es decir, de Su muerte y resurrección, el Señor entró en Dios e introdujo al hombre en Dios, logrando que Dios llegara a ser la habitación del hombre y que el hombre llegara a ser la morada de Dios. Ésta es la manera en la que llegó a existir la unidad.

  Esta unidad es el resultado de la obra de edificación, es decir, el resultado producido por el Señor Jesús al irse a preparar un lugar. La preparación de un lugar equivale a la edificación; tal obra de preparación no es otra cosa que la obra de edificación, lo cual da como resultado la unidad.

LA UNIDAD SE PRODUCE MEDIANTE LA EDIFICACIÓN

  En una casa de habitación todos los materiales están en unidad debido a que han sido edificados juntos. Lo mismo rige para la edificación espiritual. Si un hermano no tiene la experiencia de ser edificado con otros, le será difícil ser uno con los demás hermanos y hermanas en la iglesia. Una piedra o una tabla, a fin de llegar a ser parte de una casa, tienen que ser edificadas junto con los demás materiales. En Efesios 4:11-13 vemos que Dios dio apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros como dones a fin de perfeccionar a los santos para la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios. La unidad es el resultado de la edificación. La unidad no consiste simplemente en tener un mismo punto de vista o una misma opinión. La unidad consiste en ser edificados juntamente.

  Antes que el Espíritu Santo descendiera en el día de Pentecostés, los ciento veinte se hallaban en unanimidad en el aposento alto. Todos ellos perseveraban unánimes en oración (Hch. 1:14). Su unidad no se produjo instantáneamente. Antes de orar en unanimidad, los discípulos habían recibido al Espíritu Santo (Jn. 20:22). El hecho de haber recibido al Espíritu Santo fue el factor que los capacitó para orar en unanimidad. Además, ellos habían permanecido bajo el liderazgo del Señor durante tres años y medio, y habían recibido Su instrucción durante cuarenta días después que Él hubo resucitado (Hch. 1:3).

  El grado de edificación que experimentemos determinará el grado de unidad que poseamos. Por ejemplo, incluso si los hermanos y hermanas de la iglesia en Taipéi no tienen opiniones ni disputas, no por ello podemos afirmar que sean uno. La unidad genuina es producida por la edificación. Incluso entre los servidores es posible que no haya una verdadera unidad. El hecho de que no haya pleitos entre nosotros no significa necesariamente que seamos uno. Una cosa es no pelear y otra cosa es ser uno. A fin de ser uno, necesitamos ser edificados por Dios. Así que, no debemos separarnos de la iglesia ni de los hermanos y hermanas con los que hayamos de ser edificados. Una tabla de madera puede ser un buen material, pero si no es edificada con los demás materiales que conforman una casa, será una tabla sin propósito. El hecho de ser un buen material no significa nada. Sólo cuando los materiales son edificados juntos en la construcción de una casa, se logra la verdadera unidad.

LA BENDICIÓN DE DIOS RESIDE EN LA UNIDAD

  La bendición de Dios para con la iglesia reside en la unidad. El Espíritu Santo se mueve en una atmósfera de unidad, el poder del evangelio se halla en la unidad, la autoridad de Dios reside en la unidad, la luz de Dios se manifiesta en la unidad y el suministro de la vida divina también reside en la unidad. Sin embargo, a fin de tener la unidad, se requiere la edificación. Sin la edificación no puede existir verdadera unidad. Incluso podría haber cierto grado de unidad, pero esa unidad no durará por mucho tiempo. Únicamente cuando somos edificados unos con otros, podemos obtener la unidad genuina. Aun podemos servir juntos sin ser uno. Tal vez no haya opiniones entre nosotros, pero tampoco somos uno. Sólo cuando somos edificados juntamente, puede existir unidad genuina. Pero debido a que no hay una abundante edificación entre nosotros, no contamos con una bendición abundante y la presencia del Señor no es evidente en medio nuestro. Esto es una prueba contundente de que carecemos de sumisión a la autoridad.

  Tal vez en nuestras reuniones no caigamos en discusión, pero no existe la unanimidad entre nosotros, debido a que carecemos de una edificación sólida. Cuando los hermanos y hermanas asisten a las reuniones, no hay un espíritu de armonía y coordinación. Incluso los servidores actúan de forma independiente. Esto demuestra que no hemos sido edificados apropiadamente.

  Nosotros amamos al Señor y tenemos el deseo de seguirle. Incluso podemos sentirnos intranquilos cuando no asistimos a las reuniones, pero esto no es un indicio de que hayamos sido verdaderamente edificados. Cuando estamos inspirados, oramos; pero cuando no sentimos ninguna inspiración, permanecemos en silencio. No nos interesa la condición espiritual de los demás hermanos y hermanas, y no nos inquieta que alguien permanezca como un cristiano aislado. Aunque ciertamente somos salvos y asistimos a las reuniones, permanecemos indiferentes y aislados. Incluso los servidores de tiempo completo actúan de esta manera. Cuando asisten a una reunión, permanecen con un espíritu aislado y distante. Esto causa que el espíritu de las reuniones sea débil.

  Si los servidores de tiempo completo están en armonía, coordinación y unanimidad, las reuniones serán fuertes, ricas y llenas de bendición. Esto indica que la presencia de Dios acompaña la edificación. Por consiguiente, la clave para obtener la bendición de Dios y Su presencia se halla en la edificación que exista entre los servidores.

  Un automóvil es un buen ejemplo. Cuando pisamos el acelerador, el auto avanza porque ha recibido cierto tipo de “edificación”. Pero si sólo tenemos por separado algunas partes de la carrocería, el carro no se moverá, porque las partes individuales no están “edificadas” juntamente con las demás. Bajo este mismo principio, en ocasiones los servidores que asisten a una reunión se hallan “separados” del resto de los asistentes. No coordinan con los demás, sino que actúan de modo independiente, haciendo cada cual lo suyo. Esto indica que los servidores no han sido edificados juntamente, lo cual impide que los hermanos y hermanas que están bajo su cuidado sean edificados. El resultado de ello es que las oraciones y actividades llevadas a cabo en las reuniones resultan ser independientes e individualistas; no son corporativas ni se conducen en unidad.

  Tener un montón de partes de automóvil que no hayan sido ensambladas ni coordinadas con otras partes simplemente resulta inútil. Debido a que no hay “edificación” entre dichas partes, no existe forma alguna de que el carro camine. En 1946 yo laboré en Shanghái y Nankín. Cada vez que visitaba Nankín tenía una clara sensación de que allí había unanimidad, ya sea que estuvieran cantando, orando o dando un mensaje. En la reunión de la mesa del Señor, todos los santos de la iglesia en Nankín testificaban sobre lo mismo. Ellos eran nuestras cartas de recomendación. Incluso algunos que asistían ocasionalmente a las reuniones se sentían refrescados.

  Hoy siento que hay un espíritu relajado en las reuniones. Cada quién actúa de manera individual. Funcionamos sólo cuando sentimos alguna inspiración. Oramos o pedimos un himno si nos sentimos inspirados; pero actuamos desconectados del resto de los asistentes, sin sentir ninguna relación con los demás. Aunque no estemos peleando entre nosotros, no hay edificación. No sólo carecemos de una verdadera edificación orgánica, sino que incluso se ha producido una obra de demolición. Por ejemplo, es posible que dos hermanos puedan coordinar bien entre sí; pero una vez que se les unen otros hermanos, su coordinación encuentra tropiezos. Debido a que permanecemos distantes de los demás y carecemos de edificación, es raro ver la bendición de Dios y Su presencia entre nosotros.

  Es difícil percibir la presencia de Dios en la espiritualidad de una persona individualista. Su presencia se manifiesta cuando estamos en unanimidad y en armonía con los demás. Por tanto, en Mateo 18:19-20 el Señor dijo: “Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por Mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos”.

  Si no existe la unanimidad entre nosotros, no podremos esperar bendición alguna aunque laboremos diligentemente y evitemos todo pleito y opinión. Otros pueden lograr un gran éxito con un mínimo esfuerzo, pero nosotros obtendremos pocos resultados aun cuando pongamos todo lo que esté de nuestra parte. Incluso si tenemos la bendición de Dios y nuestro trabajo ayuda a otros a aprender lecciones relacionadas con la vida divina, a recibir cierta edificación espiritual y personal y a amar al Señor, con todo, no seremos capaces de llevar a cabo una obra eterna. Nuestra obra no producirá el edificio. No causará que los santos sirvan al Señor en amor, dependiendo los unos de los otros, lo cual hará de ellos la morada de Dios. Dios no busca que las personas simplemente sean salvas y se vuelvan espirituales. Lo que Él desea es algo edificado.

  Si sólo hemos sido edificados en términos de nuestro propio crecimiento espiritual, pero no hemos dado permiso al Señor para hacer en nosotros una obra interior edificándonos juntamente con otros, tal vez administremos la iglesia como ancianos, pero nuestra administración carecerá del elemento de la edificación. Ya sea que funcionemos como colaboradores o como aquellos que ministran la palabra, el resultado que obtendremos no será la edificación. Nuestro hablar quizás pueda conducir personas a la salvación y causar que algunos lleguen a ser espirituales, pero no puede producir el material para la edificación. Tal vez podamos reunir mucho material de edificación y podamos trabajar con éste, pero esos materiales no podrán ser edificados juntamente con otros materiales. Podemos visitar a la gente y ayudarles a ser espirituales, pero no produciremos un edificio.

  Que Dios tenga misericordia de nosotros para hacernos humildes. No pensemos que por el hecho de salvar algunas personas para el Señor ya sabemos cómo hacer la obra de Dios. Esto no es lo que Dios busca. Dios desea obtener Su edificio. Donde haya edificación ahí habrá unidad, y donde haya unidad, ahí existirá algo genuino. Esto es lo que Dios desea.

TODAS LAS DIFICULTADES Y PROBLEMAS SON CAUSADOS PRINCIPALMENTE POR EL INDIVIDUALISMO

  Hay un asunto que me preocupa profundamente. Después de escuchar el compartir de un hermano, algunos vinieron a mí y se quejaron diciendo que él estaba atacando a otros en su hablar. Cuando un hermano da un mensaje, su propósito debe ser edificar a los oyentes. No creo que ninguno de los hermanos imparta una enseñanza herética al compartir un mensaje. Además, nunca se debe usar un mensaje para atacar a otros. Si al laborar nos mueve un motivo personal, no estamos llevando a cabo la obra de edificación. Los santos son sencillos como los niños. Los hermanos deben cooperar con Dios a fin de hablar de parte de Dios con miras a edificar y no a derribar. Los hermanos que ministran la palabra no deben brindar ayuda con una mano y con la otra transmitir gérmenes. De otro modo, edificarán espiritual e individualmente a los santos, pero al mismo tiempo les harán daño. Esto causaría que el edificio corporativo se derribe.

  Después de escuchar a un hermano joven dar un mensaje, algunos han venido a verme para cuestionar su mensaje. Esto indica que existe una “espina” en su obra, la cual causa que los hermanos se sientan incómodos. Podemos pensar que hemos hecho nuestro trabajo sin estar conscientes de que existe una “espina” en nuestra obra. Esta clase de labor no es beneficiosa. Nuestros mensajes jamás deben atacar a otros; todos deben transmitir algo positivo. Nuestro hablar debe impartir vida. No debe causar que los demás comparen, critiquen ni juzguen. La meta de nuestro compartir es la edificación. Por lo tanto, no debemos dar a los santos la impresión de que nuestro hablar es más elevado que el de otros. En lugar de eso, los santos deben recibir la impresión de que lo que hablamos está en armonía con lo que hablan los otros hermanos. Los santos no deben recibir la impresión de que un hermano está atacando a otro cuando comparte un mensaje. Aunque los hermanos que comparten hablen desde distintas perspectivas, ellos son uno. Por tanto, debemos procurar compartir palabras que edifiquen. Esto requiere que seamos quebrantados y edificados con otros. De otro modo, no nos será posible llevar a cabo la obra de Dios. Éste es un asunto solemne.

  Aunque las iglesias locales están establecidas sobre el terreno apropiado, es aparente que entre ellas se practica un gobierno independiente. No debe existir un sabor localista; más bien, deberíamos tener un sólo sabor, el sabor de Cristo. Por ejemplo, si vamos a Kaohsiung, deberíamos sentir que somos simplemente la iglesia en Kaohsiung. Un creyente puede estar solamente en una localidad y debe estar en pro de la edificación en esa localidad.

  Sin embargo, esto puede causar otro problema si una iglesia local no está dispuesta a tener comunión con las demás iglesias. Cuando diferentes localidades estaban siendo establecidas por el Señor, los hermanos no sabían cómo administrar dichas iglesias y ellos confiaban en otras iglesias locales. Por ejemplo, las iglesias en Tainán y Kangsán dependían de la iglesia en Kaohsiung. Después de progresar un poco, empezaron a cuidarse por sí mismas, y dejaron de depender de la iglesia en Kaohsiung. Aunque ellas no pelean, argumentan ni disputan con la iglesia en Kaohsiung, ciertamente practican el gobierno propio. Aquellos que están en Kaohsiung son capaces de partir el pan con ellos, pero existe un sentir de independencia. Aun no existe edificación entre los santos. La carencia de edificación entre las iglesias locales es el resultado de la falta de edificación entre los santos.

  Muchas veces los hermanos que laboran en la obra de los jóvenes no dependen unos de otros en lo que concierne a la vida divina. Esto es muy desalentador. Ellos son muy listos y capaces, y sienten que es más eficaz trabajar solos. Sin embargo, este tipo de labor individualista no produce ningún resultado. Aunque tal vez no peleen ni argumenten entre sí, son incapaces de laborar juntos y servir al Señor en unanimidad. Por consiguiente, no reciben bendición.

  No podemos engañar a nadie en cuanto a nuestra verdadera condición. Cuando otros tocan nuestro espíritu, pueden darse cuenta de nuestra verdadera condición y se percatan cuando estamos siendo deshonestos con ellos. Los responsables en la obra de los jóvenes poseen un espíritu que no está dispuesto a cooperar con nadie. Dicen que necesitan a los demás y que no pueden actuar en forma independiente; no obstante, en su corazón desean no tener que laborar con nadie más.

  Si deseamos recibir la bendición del Señor y contar con Su presencia, y si queremos que otros sean edificados en términos de su crecimiento espiritual, necesitamos aprender a ser edificados juntamente con los demás. Debemos llevar a cabo una obra que se encuentre en la posición, la atmósfera y el espíritu propios de la edificación. Sólo entonces nuestra obra tendrá el resultado que Dios busca y que Él desea bendecir. Si hemos recibido tal iluminación, seguramente nos postraremos delante de Dios, y diremos: “No puedo vivir independiente de los demás. Necesito ser edificado con otros sin importar cuán espiritual sea”.

LA EDIFICACIÓN SOLUCIONA TODOS LOS PROBLEMAS EN LA IGLESIA E INTRODUCE LA BENDICIÓN DE DIOS

  Pablo fue el apóstol más sobresaliente del Señor. No obstante, cuando escribió la Primera Epístola a los Corintios, él dijo: “Pablo, apóstol de Cristo Jesús llamado por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes” (1:1). El hecho de que Pablo hiciera referencia a Sóstenes muestra que él estaba consciente del Cuerpo y que poseía un espíritu de coordinación. Dudo que alguien le haya prestado la debida atención al nombre de Sóstenes.

  El espíritu del apóstol es diferente que el nuestro. La tendencia de aislarse se está volviendo un problema serio entre nosotros. Todos son muy capaces, los jóvenes y los mayores, y parece que nadie tiene necesidad de depender de otros. Los mayores piensan que ellos son más experimentados y saben todo lo relacionado con la administración de la iglesia. Ellos sienten que saben cómo ser ancianos. Y aunque tal vez no lo digan, en su espíritu tienen esta actitud. Podríamos ser corteses con ellos y decir que esto es tener un espíritu de derribar la edificación, pero en realidad es tener un espíritu de rebelión. Cuando un hermano habla, algunos pueden tomar una actitud de críticos y decir para sí mismos: “Yo ya sabía todo esto”. Tal clase de espíritu es muy destructivo en la obra de Dios.

  No podemos esperar que nuestra obra tenga la bendición de Dios si actuamos de una manera aislada e individualista. Tampoco podemos esperar que tal obra produzca la edificación. Ya que hasta cierto grado ministramos la palabra y participamos en la obra de Dios, seguramente habrá algunos resultados. Incluso la obra de la Iglesia Católica produce ciertos resultados. Sin embargo, debemos preguntarnos si dicha obra realmente produce lo que Dios desea. ¿Acaso puede la Iglesia Católica edificar a dos o tres millones de personas en términos de su crecimiento personal logrando que ellos se encuentren en unanimidad y se amen unos a otros, y tomen una postura firme en pro de Dios? Las personas que ellos ayuden estarán llenas de opiniones. Por consiguiente, Dios no puede efectuar Su obra de edificación en ellos; no puede obtener Su morada o habitación en ellos.

  Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que podamos ver cuánto necesitamos ser edificados con otros y llevar a cabo una obra de edificación en otros. Cuando conducimos a otros a la salvación, debemos hacerlo añadiendo el elemento de la edificación. Al salvar a otros, no sólo debemos procurar que ellos sean espirituales, sino además necesitamos edificarlos juntamente con otros. Después de ser conducidos al Señor por nosotros, ellos no sólo deben amar al Señor, sino también ser edificados juntamente con otros creyentes. Según el mismo principio, los ancianos no sólo tienen que administrar la iglesia, sino también edificarla. De esta manera, los hermanos y hermanas que se hallen bajo la administración de estos ancianos, experimentarán la unanimidad y estarán dispuestos a someterse a otros, considerando la actitud de sumisión como su gloria. Ésta es la obra gloriosa que requerimos efectuar aquí.

  El hecho de poseer cierta capacidad no es el único parámetro. Comparados con los ancianos, algunos hermanos más jóvenes pueden ser más agudos en términos de su habilidad y capacidad mental. Pero esto no significa que ellos puedan servir como ancianos. Lo que les capacita para ser un anciano no es su habilidad ni su capacidad mental, sino el hecho de ser quebrantados y subyugados. Es posible que nuestro servicio como ancianos produzca santos que estén en disensión y que sean rebeldes. Nuestro servicio podría ayudar a la salvación de las personas y lograr que lleguen a ser espirituales y que amen al Señor fervientemente, pero dará por resultado que no serán edificados con otros creyentes. Por favor permítanme darles una palabra muy seria. Desde el inicio de este año, tuve la sensación de que Satanás busca que hagamos una obra que sea muy espiritual y llena de fervor, pero que a la vez derribe la edificación y esté carente de la sumisión mutua que nos debemos unos a otros.

  En este respecto muchos jóvenes han sido envenenados. Necesitamos dar una advertencia. Aquellos que deseen servir al Señor deben tomar el camino de la edificación. Si tenemos cierta edificación sólo en términos del crecimiento espiritual sin ser edificados con otros, esto es el camino de la rebelión. Si tenemos espiritualidad pero carecemos de una verdadera edificación, esto es el camino de Satanás. Durante los dos mil años de historia de la iglesia, ninguna persona que no estuviera dispuesta a someterse bajo la mano del Señor y a ser subyugada, ha podido ser útil en las manos de Dios. La obra que Dios desea hoy no sólo consiste en salvar pecadores ni en edificar a los santos en términos de su crecimiento personal. La obra primordial de Dios consiste en edificar Su morada.

  Nunca deberíamos pensar que la edificación no es un asunto crucial o que puede ser fácilmente “fabricada”. Dios necesita realizar una gran cantidad de trabajo para edificar a una sola persona aislada. Él quiere introducirnos a la gloria. Él quiere que seamos edificados juntamente con otros hasta conformar Su gloriosa morada. A menos que seamos coordinados y edificados juntamente con los demás, no podremos entrar en la gloria. Si somos capaces de coordinar, Dios añadirá a otros que también puedan coordinar con nosotros. Si Dios no logra edificarnos con otros hoy, Él lo logrará más tarde. Aquellos que entren en la gloria de Dios tienen que ser edificados por Él.

  Si hemos de ser edificados, es imprescindible que seamos capaces de coordinar con otros; y para coordinar con otros, tenemos que ser quebrantados. Podemos considerar que nosotros somos una piedra excelente, pero al mismo tiempo no somos aptos para ser edificados juntamente con otros. De igual manera, podemos pensar que alguien que puede coordinar con otros es como una piedra grotesca. Esto nos muestra que lo importante no es la espiritualidad, sino la capacidad de ser edificados juntamente con los demás.

  No es fácil para Dios encontrar a un grupo de personas que estén dispuestas a ser subyugadas y edificadas juntamente por Él. Dios desea derramar Su bendición, pero no le es fácil hallar un vaso apropiado para hacerlo. El Señor dijo que si dos o tres se reunieran en armonía, Él estaría con ellos y sus oraciones serían contestadas (Mt. 18:19-20). En otras palabras, la bendición de Dios se halla donde se manifieste la edificación. Si una décima parte de los servidores de Taipéi estuviera en unanimidad, la bendición de Dios los acompañaría en su servicio. Por el contrario, incluso en ausencia de discusiones entre los santos en una localidad, si no hay edificación, la bendición de Dios no estará presente. La bendición de Dios depende de nuestra unanimidad, esto es, de tener un espíritu de armonía unos con otros, de poseer una verdadera coordinación y de disfrutar una genuina unidad. Por ejemplo, si se reúnen cinco hermanos y cuatro hermanas, los hermanos deben sujetarse unos a otros al igual que las hermanas. Si un hermano pide un himno, todos los demás deben cantarlo juntos con regocijo. Tal condición y espíritu traerá la bendición de Dios.

EL ORGULLO ABRE LA PUERTA A LA DESTRUCCIÓN Y LA HUMILDAD INTRODUCE LA BENDICIÓN

  Existe también mucho orgullo en medio nuestro. Es una pena oír que alguien pregunte: “¿Por qué él es anciano y yo no? ¿Por qué él dirige a toda la iglesia, y yo apenas dirijo una reunión de grupo? Esto es orgullo. El orgullo es la fuente de la suspicacia, y esto causa que la persona piense que los ancianos tienen a otros en alta estima menos a ella. Tener este concepto es vergonzoso.

  Si ésta es nuestra condición, podemos ser capaces de compartir mensajes maravillosos, pero nuestra obra no tendrá resultado. El asunto primordial es nuestra propia persona y no la manera en que compartimos. El hecho de tener una habilidad mejor que la de Pablo para predicar no hará que nuestro trabajo sea más eficaz. Todo depende de nuestra propia persona. Una persona orgullosa producirá otros que sean orgullosos. Los frutos que producimos serán igual que nosotros. Cosechamos lo mismo que hemos sembrado. Una persona que ministra la palabra con orgullo no debe esperar que coseche el fruto de la humildad. Una persona que administra la iglesia con orgullo no debe esperar que coseche una iglesia que posea humildad. Si administramos la iglesia con orgullo, ésta puede condenarnos e incluso rechazarnos.

  Que exista tal condición entre nosotros nos causa una profunda carga. Debemos darnos cuenta de lo que Dios está haciendo en el universo. Algunos pueden decir con jactancia: “¡Miren! Todos éstos han sido salvos por mi predicación”. Puede ser que hayamos conducido a muchos a la salvación; pero quizás todos ellos estén espiritualmente enfermos, debido a que nosotros mismos estamos enfermos. De esta manera, hacemos daño a la iglesia, y no tenemos forma de evitar que nuestra enfermedad se propague. Aquellos que realmente aman al Señor no nos alabarán por nuestro trabajo. Si esperamos que aquellos que aman y alaban al Señor nos aprecien y nos elogien por igual, algún día habremos de cosechar el fruto de nuestra labor.

  En Mateo 7 el Señor dijo: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchas obras poderosas? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de Mí, hacedores de iniquidad” (vs. 22-23). La expresión nunca os conocí usada en estos versículos significa “nunca os aprobé”. El Señor nunca aprobó lo que éstos hicieron. Por tanto, siempre debemos preguntarnos si nuestra predicación del evangelio y nuestra administración de la iglesia realmente son efectuadas con miras a la edificación.

  Tal vez nos sintamos muy competentes administrando la iglesia, pero después de tres años la iglesia caiga en rebelión. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que veamos que el espíritu de Babel equivale a la rebelión, lo cual es intolerable. Si somos capaces de recibir misericordia con humildad, seremos bendecidos. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para liberarnos del espíritu de Babel a fin de que podamos ser humildes y sumisos.

  El mayor problema que el Señor enfrenta en Su obra de edificación es la semilla del orgullo dentro de todos nosotros. Ésta es la causa de nuestra carencia de edificación. Si queremos ser edificados, debemos someternos a otros y adaptarnos a ellos. La sumisión requiere humildad; el adaptarse a los demás requiere mansedumbre. Una persona que no es ni sumisa ni adaptable es muy orgullosa y siente que puede hacerlo todo por sí misma.

EN EL SERVICIO DEBEMOS APRENDER A SER HUMILDES CON RELACIÓN A NOSOTROS MISMOS Y SER PUROS PARA CON OTROS

  En el servicio al Señor no existen posiciones. No debemos esperar que los demás nos exalten. En una ocasión un hermano dijo que si aquellos que sirven al Señor fueran respetados, serían muchos los que procurarían servirle. Pero esto no es así. Por el contrario, cuando los siervos del Señor son despreciados, multitudes se levantan a servir al Señor.

  En el servicio no existe tal cosa como la posición, así es que no debemos codiciar una posición. No debemos esperar que seamos altamente respetados y apreciados. Debemos estar preparados para que nos traten mal y para que nadie tenga aprecio por nuestra labor. Nuestra recompensa no procede de los hombres.

  Sin embargo, ésta no es nuestra situación. De antemano sabíamos que nuestro camino era contrario a la corriente del mundo. Teníamos bien claro que este camino no era para aquellos que buscan gloria para sí mismos. Con objeto de atraer a otros al servicio del Señor, no debemos declarar que aquellos que sirven al Señor deben ser respetados. El hacer tal cosa muestra que hemos caído en degradación. Aun cuando no seamos respetados por los hombres, muchos otros seguirán viniendo para servir al Señor; no puede impedírselos.

  Debemos entender que todo depende de Dios y que la responsabilidad es totalmente de Él. Dios nos ha guiado a tomar este camino. Éste es Su mover. Nosotros no somos nadie para agitar o controlar a otros. Es una vergüenza que alguien use medios económicos para tratar de controlar a otros o a los siervos del Señor.

  El Señor desea que veamos que toda la obra depende de Él. La manera en que otros nos traten es un asunto secundario que no debe perturbarnos. Aquellos que sirven al Señor deben aprender a dejar todo en Sus manos y vivir sólo para Él. Dios es totalmente responsable de nuestras necesidades prácticas. Debemos vivir por fe incluso si necesitáramos hacer tiendas como Pablo lo hacía (Hch. 18:3; 20:34).

  Debemos ser humildes y puros mientras servimos. Ser humildes equivale a poner nuestras necesidades a un lado y someternos a lo dispuesto por Dios. Ser puros es reconocer que todo proviene de Dios, y no tener motivos ni expectativas personales. Tomamos este camino sin importar si la gente nos alaba o se opone a nosotros. Si la gente nos aprecia, tomamos este camino, y si no lo hace, seguimos tomando este camino. Seguimos este camino sin importar si otros están de acuerdo o no lo están. El hecho de andar por esta senda es por completo un asunto entre Dios y nosotros. No tiene nada qué ver con nadie más ni con ninguna cosa. Los que sirven al Señor deben ser así.

  Cerca del final del ministerio de Pablo, él dijo: “Me han vuelto la espalda todos los que están en Asia” y: “En mi primera defensa ninguno se puso de mi parte, sino que todos me abandonaron” (2 Ti. 1:15; 4:16). Pareciera que Pablo daba a entender que muchos habían recibido su ministerio, pero que nadie se había puesto de su lado en su primera defensa. No obstante, el Señor estuvo a su lado y lo revistió de poder para que por medio de él “fuese cumplida cabalmente la proclamación del evangelio” (v. 17). Al servir al Señor no debemos buscar ganarnos la simpatía de nadie. Nuestro camino depende sólo del Señor.

  Todos aquellos que sirven al Señor necesitan ser humildes en lo que a ellos se refiere y puros para con los demás. No deben anhelar ganarse la simpatía de los hermanos y hermanas, ni deben esperar obtener una posición elevada, o que los traten bien, ni recibir cumplidos u obtener una respuesta positiva. Debemos ser puros en nuestra meta de buscar sólo a Dios. Además, debemos ser humildes y sujetarnos a otros, aceptando nuestras circunstancias. Servimos al Señor y a aquellos que lo aman. Si el Señor pudo lavar los pies de los discípulos, ¿cómo no hemos nosotros de servir a todos? Si el Señor pudo descender hasta el Hades, ¿a dónde no podemos ir a servir? Tenemos que esforzarnos en nuestro servicio, ya sea que sirvamos en una localidad grande o en una pequeña, o que sirvamos como ancianos administrando la iglesia o simplemente sirvamos limpiando los baños. Sólo tomando este camino podremos llevar a cabo la obra de edificación. Esta clase de servicio producirá un resultado orgánico en la obra de edificación. De otro modo, nuestro servicio sólo producirá “gigantes”. Debemos tener presente que siempre cosecharemos lo que sembremos.

  Satanás está haciendo una obra insidiosa tratando de causar que seamos individualistas y que estemos en discordia, aun cuando no discutamos externamente. Es por ello que con una mano trabajamos y con la otra derribamos lo edificado. En tal situación es difícil que obtengamos la bendición y que nuestra obra produzca un resultado orgánico. La bendición de Dios se halla en la unidad y en la unanimidad. La unidad genuina acompaña a la edificación. Si somos edificados, podemos estar con los hermanos y hermanas en cualquier localidad y bajo cualquier circunstancia. Serviremos con acciones de gracias y con alabanzas, así seamos uno de los ancianos o sirvamos barriendo el local de reunión. Y podremos ser flexibles en nuestra coordinación.

  Si aprendemos esta lección ante Dios, nuestro servicio como ancianos redundará en la edificación de la iglesia, e igualmente nuestro servicio de limpiar el salón de reuniones resultará también en la edificación de la iglesia. Entonces no importará cuál libro los ancianos sugieren que estudiemos, ya sea el Evangelio de Juan o las Epístolas a los Tesalonicenses, no tendremos preferencia alguna. En tanto que estemos siendo edificados con otros, no importará en dónde seamos puestos a servir o qué clase de labor se nos pida hacer, estaremos en la obra de edificación. Todo dependerá de que estemos siendo edificados por el Señor, no de que se nos pida ministrar la palabra.

  Los hermanos que sirven de tiempo completo no se ganan la vida predicando; más bien, son aquellos que han sacrificado su futuro para servir al Señor. Que podamos ser aquellos que están en el corazón del Señor y que aprenden a recibir Su quebrantamiento. Que podamos decir como la hermana M. E. Barber dijo: “Señor, no tengo otro deseo que obtenerte a Ti”.

EL AMOR FRATERNAL GENUINO EQUIVALE A LA EDIFICACIÓN

  Otra razón por la que hay carencia de edificación entre los servidores es que hay escasez de amor los unos a los otros. Esta carencia de amor mutuo me causa un profundo dolor en mi corazón. No existe un amor genuino entre nosotros, y no nos interesamos tanto unos por otros. Pareciera que estamos satisfechos simplemente con juntarnos y llevarnos bien. Es como si fuéramos simplemente colegas. Sin embargo, sin el amor fraternal, perderemos el testimonio y la bendición del Señor.

  Debería existir un amor extraordinario entre los servidores. Éste es un asunto crucial presentado en Juan, en los capítulos del 13 al 17. La palabra del Señor para nosotros en Su oración fue que nos amáramos unos a otros (13:34; 15:12, 17). Tal amor entre unos y otros proviene de nuestra unidad con el Señor y no es algo ordinario. Esto es amarnos unos a otros en la vida divina del Señor y en Su amor (17:26). Únicamente esta clase de amor puede edificarnos mutuamente.

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración