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Mensajes del libro «Administración de la iglesia y el ministerio de la palabra, La»
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CAPÍTULO SIETE

LA EDIFICACIÓN DE LA IGLESIA REQUIERE UNA CONSAGRACIÓN ABSOLUTA

  En la administración de la iglesia y el ministerio de la palabra, necesitamos conocer a las personas a fin de llevar a cabo una obra de edificación. Además, debemos también prestar atención al asunto de la consagración.

SI NUESTRA CONSAGRACIÓN NO ES CABAL HABRÁ PROBLEMAS EN NUESTRO SERVICIO AL SEÑOR

  Todos saben acerca de la consagración, pero no muchos están conscientes de la manera en que la consagración influye en nosotros. Los problemas que enfrentan algunos servidores quizás se relacionen con su consagración. No nos referimos a las ofrendas materiales. Si Dios ha de llevar a cabo una obra de edificación en la tierra a través de nosotros, la consagración es un requisito fundamental. Sin embargo, esto no es una simple doctrina, sino un asunto muy práctico y personal. La atmósfera impropia que existe entre los servidores es un indicio de que su consagración no ha sido cabal o que es una consagración débil.

  Todos nuestros problemas, dificultades y sufrimientos tienen que ver con nuestra consagración. Cuanto más cómodos y relajados deseamos sentirnos, menos consagrados necesitamos estar. Si no queremos pasar ningún sufrimiento, no necesitamos ninguna consagración. No debemos culpar al Señor por darnos sufrimientos. Nuestros sufrimientos son el resultado de nuestra consagración. Algunos dicen que es el Señor quien nos manda los sufrimientos. De hecho, los verdaderos sufrimientos de los cristianos son causados por ellos mismos. Si no deseamos ningún sufrimiento, simplemente no debiéramos consagrarnos. Podemos ser fervientes, predicar el evangelio e incluso ministrar la palabra sin estar consagrados. En el cristianismo podemos ser exitosos sin pasar por ningún sufrimiento. Los desastres naturales y calamidades causadas por los hombres pueden suceder a todas las personas; sin embargo, alguien que no se ha consagrado a Dios, está exenta de muchos sufrimientos.

  Pareciera que los apóstoles en la vida de la iglesia primitiva aguardaban los sufrimientos. Si ellos no se hubieran consagrado absolutamente al Señor y hubieran hecho algunas concesiones, no habrían pasado por tantos sufrimientos. Si ellos hubieran cedido un poco, no habrían sido perseguidos por la religión judía ni el Imperio romano. Los sufrimientos que ellos experimentaron fueron el resultado de su consagración. Ellos mismos se causaron esos sufrimientos debido a su consagración. Los sufrimientos que el apóstol Pablo experimentó se debieron a su consagración. Habría sido posible para él amar al Señor y servirle sin padecer dificultades si su consagración no hubiera sido tan absoluta. Pablo dijo: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y de mi parte completo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su Cuerpo, que es la iglesia” (Col. 1:24). Pablo se consagró al Señor voluntariamente. Él declaró: “Vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gá. 4:19). La disposición de Pablo provenía de su consagración.

UNA CONSAGRACIÓN DÉBIL NOS INCAPACITA PARA LLEVAR A CABO LA OBRA DE EDIFICACIÓN

  En contraste con Pablo, nuestra situación parece revelar que nuestra consagración es más débil cada vez. Tal vez a los ojos de los demás en el mundo seamos excelentes cristianos y eficaces predicadores; sin embargo, somos incapaces de llevar a cabo una obra genuina de edificación en la iglesia debido a que nuestra consagración es débil. Y cuando nuestra consagración se vuelve absoluta, es posible que los santos no la aprueben del todo, prefiriendo que cediéramos un poco en nuestro servicio, o que fuéramos moderados, neutrales y menos dedicados.

  Si buscamos ser aceptados por todos, simplemente debemos hacer concesiones en nuestro servicio al Señor. Por lo menos un 70 por ciento de los santos nos aceptarán si servimos de esta manera. En cambio, si nos consagramos absolutamente, serán menos los que nos apoyen, y tendremos más sufrimientos.

  En la era apostólica, los apóstoles eran perseguidos por dondequiera que iban; pero en la actualidad, pocos predicadores experimentan persecución. Esto no se debe a que la era haya cambiado o a que el mundo sea más favorable hacia los cristianos, sino a que la consagración de aquellos que sirven al Señor hoy en día no corresponde a la consagración de los primeros apóstoles. En la actualidad, los así llamados servidores del Señor han perdido la consagración propia de los primeros apóstoles. Si todos los servidores del Señor hoy se consagraran como lo hicieron aquellos apóstoles, seguramente experimentarían grandes sufrimientos y dificultades.

  Muchos creyentes jóvenes buscan establecer relaciones con miras a casarse y formar una familia; esto es absolutamente necesario. Sin embargo, lo que hemos observado causa que nos preguntemos si dichas relaciones fortalecen o debilitan su consagración. No podemos condenar a los jóvenes, pero ellos deberían considerar si su consagración es fortalecida o debilitada por dicha relación. Es posible que ellos estén considerando el futuro de su servicio, de su carga y de su función; pero ¿tal consideración indica que su consagración se está fortaleciendo o debilitando?

NO ES POSIBLE CUIDAR DE NUESTRA CASA Y AL MISMO TIEMPO CUIDAR LA CASA DE DIOS

  En una ocasión me confrontaron unos misioneros occidentales argumentando que un hermano que funcione como responsable de una reunión de grupo debe cuidar apropiadamente de su propia familia y no debe atender a tantas reuniones. Aunque esos misioneros tenían una buena intención, yo les pregunté: “¿Qué casa es más importante, la casa de Dios o la nuestra?”. Éste es un asunto relacionado con la consagración. No podemos decir Amén a la actitud que los misioneros occidentales tienen hacia sus familias. En lugar de que ellos sacrifiquen su propia casa por la casa del Señor, sacrifican la casa del Señor por su propia casa. No podemos decir Amén a esto. Tal vez tengan una familia maravillosa, pero ¿cómo se encuentra la iglesia que ellos dirigen? Ciertamente la mayoría de los santos que sirven al Señor tienen familia. Si ellos dedican todo su tiempo a cuidar de su familia, tal vez logren una familia semejante a un jardín lleno de felicidad y unos hijos semejantes a los ángeles; pero quizás la casa de Dios desaparezca. Esto depende de nuestra consagración.

  Si nuestra consagración es absoluta, incluso nuestros propios hijos pueden levantarse oponiéndose a nosotros. Ninguno de los hijos de los misioneros occidentales se ha opuesto a sus padres, porque tales misioneros se preocupan demasiado por sus familias. Algunos de estos misioneros, aunque en su propio país no tienen sirvientes en sus casas, cuando vienen a China contratan cocineros, personas que cuiden a sus hijos, que hagan la limpieza y que laven la ropa de su familia; y contratan jardineros, choferes e incluso guardias. Si nos hemos consagrado de manera absoluta, los primeros que se opondrán a nosotros serán nuestros propios hijos. Por esta razón, yo cuestiono la consagración de los misioneros que argumentan sobre este asunto de forma irresponsable y aun sarcástica. Aunque ellos ciertamente son siervos de Dios, no debemos seguirlos en su manera de vivir. Indudablemente debemos cuidar de nuestra familia de la mejor manera posible, pero también debemos estar muy claros con respecto a nuestra consagración.

  Cierto hermano responsable tiene cinco hijos, y la reunión que él cuida tiene más de cien santos. Si él solo cuidara de su familia, no podría cuidar a los cien hermanos y hermanas. Y si únicamente cuida a los cien hermanos y hermanas de su grupo, no sería capaz de cuidar de su familia de una manera apropiada. Es difícil aprender a cuidar apropiadamente a una reunión de grupo y a la vez cuidar a su familia de una manera adecuada. Encargarse de una reunión de grupo requiere todo nuestro ser. Debemos pensar en nuestra reunión de grupo incluso en nuestros sueños.

  Si imitamos a los misioneros occidentales en la forma en que ellos cuidan de sus familias, el resultado de nuestra labor en la iglesia será semejante al resultado de ellos. En algunos momentos cruciales, ellos nos dicen: “Hermanos, no puedo seguir haciendo esta obra porque tengo que estar con mis hijos”. Pero nosotros no podemos hacer esto debido a nuestra consagración. Que Dios nos conceda Su bendición para que nuestras familias reciban Su misericordia y cuidado. Debemos entender que la manera de actuar de algunos misioneros no es la nuestra. Ellos no toman el camino de la consagración.

NO ES POSIBLE SERVIR AL SEÑOR Y A LA VEZ A MAMÓN

  El hermano T. Austin-Sparks en una ocasión dijo que hay algunos problemas con los misioneros occidentales del cristianismo organizado. Ciertamente reconocemos que ellos viajaron hasta tierras lejanas por la causa de Cristo, pero esto no significa que todos los misioneros que vinieron a China se sacrificaron a sí mismos y se consagraron. No tengo la intención de condenar su estilo de vida, pero debemos estar conscientes de que el camino de la consagración resulta en muchos sufrimientos. Antes de consagrarnos, no enfrentamos tantos problemas con nuestros estudios, trabajos y familias. Pero tan pronto como nos consagramos, experimentamos muchos problemas. Antes de consagrarnos, pudimos haber sido buenos maestros, doctores, servidores públicos, padres o hijos; pero cuanto más nos consagramos, menos capaces llegamos a ser y más problemas enfrentamos. En cierto sentido, Aquel que le ocasiona más problemas al hombre es Jesús; Él ha “arruinado” a innumerables personas. Muchas personas talentosas han sido arruinadas por Él; y muchos buenos estudiantes, profesores, padres y madres han sido arruinados por Él.

  Cuando yo estaba en Manila, un grupo de hermanos y hermanas jóvenes me pidieron que les hablara. Mi primera frase fue: “Jesús arruina a las personas”. Aquellos jóvenes de Manila necesitaban ser arruinados por Jesús, y también las familias cristianas de los chinos extranjeros en Manila necesitan ser arruinadas por Jesús. No piensen que nuestra obra en el sureste de Asia es acogida favorablemente por la gente. Durante los últimos años hemos estado librando una batalla todos los días.

  Cuando yo estaba en Manila en 1955, por un lado, los hermanos me respetaban, me tenían en gran estima y me trataban bien; pero por otro, yo estaba en una continua batalla con ellos. Yo estaba librando la batalla en cuanto al “cielo”. Quería erradicar el concepto del “cielo” de las fibras mismas del ser de ellos. Les dije que como cristianos no debemos pensar que ser un cristiano es un asunto de pedir bendiciones, longevidad, paz, temor del Señor y no pecar más. Tampoco es un asunto de ir al cielo a disfrutar de bendiciones eternas después de morir. Tal evangelio puede parecer muy atractivo, pero esto es un concepto completamente religioso que simplemente considera que Jesús es una persona más confiable que Buda.

  Así que, yo estaba firme en pelear la batalla en cuanto a ir al cielo. Les mostré lo que dice la palabra del Señor en los Evangelios: “Si alguno viene a Mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun la vida de su alma, no puede ser Mi discípulo” (Lc. 14:26). Esta palabra tan fuerte tocó el corazón de aquellos que amaban al mundo.

  En una fiesta de amor tuve comunión acerca de cómo leer la Biblia y orar, cómo recibir gracia y respuestas a nuestras oraciones, y cómo recibir la misericordia del Señor. Un hermano me preguntó por qué no les hablaba de esta manera a todos los santos, en lugar de hablarles de abandonarlo todo por el Señor y de la consagración. Yo inmediatamente le contesté: “Querido hermano, ¿acaso necesitas que yo dé mensajes que tú mismo puedes dar?”. Después de la comida, yo les dije a los ancianos que ellos necesitaban considerar su condición. Ellos no deben simplemente decir que los jóvenes aman el mundo y carecen de realidad; más bien, necesitan considerar su propia condición. Cuando ellos me vieron más tarde, se sentían avergonzados. Todos aquellos que aman el mundo deben sentirse avergonzados.

  Por consiguiente, todo aquel que cree en Jesús será arruinado. Todo aquel que ha creído genuinamente en Jesús es arruinado por Él. No es corrompido por Él, sino arruinado por Él. Si los jóvenes quieren seguir a Jesús, ellos tendrán problemas en sus escuelas. Si uno de ellos es doctor, no debe esperar prosperidad. La mayoría de los que llevan una vida próspera y tranquila tienen problemas con su consagración. Alguien que puede prosperar como doctor, ganar dinero como comerciante, convertirse en un catedrático reconocido, obtener premios como alumno sobresaliente, o ser un padre excelente, todos ellos deben de tener problemas con respecto a su consagración. Una persona puede servir a un solo amo. Si está ocupada con sus estudios, no tendrá lugar en su vida para Jesús, y si está ocupada con Jesús, no tendrá lugar para sus estudios. De igual manera, si está ocupada con sus hijos, no habrá lugar para Jesús; y si está ocupada con Jesús, no habrá lugar para sus hijos. Por lo tanto, es imposible que una persona sirva al Señor apropiadamente y a la vez sea un buen doctor o un buen padre a los ojos del mundo.

  Es fácil que una persona se gane el respeto de los demás siempre y cuando ella no se consagre. Pero esto no significa que aquellos que sirven al Señor y predican la palabra deban comportarse de una manera impropia. Si servimos al Señor y predicamos la palabra, ciertamente debemos comportarnos de una manera respetable y digna de ser elogiada por los demás. Si queremos ser absolutos en nuestra consagración, debemos estar preparados para llevar una vida de sufrimientos. Éste es el precio que debemos pagar, y debemos considerar el costo.

  En estos días el enemigo no sólo está causando disensión entre nosotros, sino que también está conduciendo a muchos a tener una consagración débil y a ser cristianos que hacen concesiones. No podemos servir al Señor y a la vez pertenecer al mundo; es imposible tener éxito en ambas esferas. Si todos los servidores se dedicaran a cuidar bien su profesión y su familia, tendrían más éxito en su carrera y podrían cuidar mejor de sus familias. Esto es semejante a un jardinero que cuida con esmero de un jardín regándolo diariamente y dándole mantenimiento. Ciertamente el jardín será hermoso. De igual modo, alguien que se dedica a cuidar un hospital diligentemente, hará que ese hospital sea exitoso.

  Estos ejemplos pueden compararse con la consagración. Si nos dedicamos totalmente a cuidar nuestros estudios, nuestra profesión y nuestra familia, no podemos esperar que la iglesia florezca. En lugar de ello, la iglesia estará desolada y desierta. Si le damos la prioridad a nuestra carrera y a nuestra familia, y ponemos en segundo lugar al Señor y a la iglesia, ésta no tendrá incremento alguno.

  El hecho de tener reuniones todos los días puede causar que suframos cierta pérdida personal. Pero debemos considerar cuál es el propósito de nuestra existencia. ¿Estamos aquí para nuestra casa o para la casa de Dios? Un misionero occidental en Manila testificó que su hija mayor y su segundo hijo deseaban ser predicadores. Él se regocijó de que muchos de sus hijos fueran predicadores y que toda su familia fuera una familia de misioneros. Si se lleva una vida fácil y confortable, sin pagar el precio de seguir al Señor, seguramente nuestros hijos desearán seguirnos. Predicadores así pueden viajar alrededor del mundo, tener muchos sirvientes, no sufrir carencia alguna y ser altamente respetados por los demás. ¿Quién no podría vivir de esta manera? Pero si ellos tomaran el camino de un nazareo, dudo que sus hijos quisieran convertirse en predicadores.

  Debido a que aquellos que sirven al Señor en China han tomado el camino de la consagración, ninguno de sus hijos tiene el deseo de servir. Si anhelamos realizar una obra producto de la consagración y tomar el camino angosto del recobro del Señor, no debemos esperar que haya una vida confortable delante de nosotros. No podemos confiar en la manera de vida que llevan los misioneros occidentales. Si seguimos el camino de ellos, haremos la misma obra del cristianismo y no la obra de edificación de la iglesia. Si llevamos a cabo la obra de edificación de la iglesia, nuestra fama, reputación, familia, energía y nuestro hombre natural serán simplemente arruinados. Nuestra reputación junto con todo lo que somos será arruinada.

  Aquellos que quieren servir al Señor y a la vez mantener su reputación ante su familia, sus estudios y su carrera, han tomado el camino equivocado. Es imposible que tengamos éxito en ambas esferas. Si queremos permitir que el Señor edifique y avance, nuestra consagración tiene que ser absoluta. Éste no es simplemente un asunto de seguir a nuestros padres o esposos porque tengamos el deseo de ser predicadores, sino que es un asunto de ser arruinados por Jesús. Él arruinará todo lo nuestro. En esto consiste una consagración absoluta.

  Sin embargo, esto no quiere decir que no necesitemos estudiar, tener una profesión y cuidar de nuestra familia. No debemos abandonarlo todo. Debemos y tenemos que esforzarnos al máximo en nuestros estudios, en tomar cuidado de nuestra familia y en trabajar. Pero cuando exista algún conflicto entre estos dos aspectos, debemos considerar cuál lado vencerá. ¿Cuál debe llevarse la victoria, el Señor Jesús o nuestro bienestar? Debemos considerar cuál lado tiene la prioridad en nuestro interior. ¿Cuál es nuestra primordial ocupación? Debemos tener una respuesta definida delante del Señor. ¿En nuestra consideración, tiene el Señor Jesús y Su obra el primer lugar, o el segundo lugar? Si nos conformamos con llevar a cabo una obra del cristianismo, podemos darles a nuestros intereses personales el primer lugar y a los intereses del Señor el segundo lugar. Si deseamos edificar la iglesia, tenemos que darle al Señor la prioridad sobre todo lo demás.

PEDIR AYUDA PARA MITIGAR EL SUFRIMIENTO ES UN ACTO VERGONZOSO

  El camino de la consagración es un camino de sufrimiento y sacrificio en donde todo lo nuestro es arruinado. Algunos creyentes tratan de consagrarse buscando ganar la simpatía de los demás y disminuir así su sufrimiento. Tales creyentes ya han perdido su consagración. Es un acto vergonzoso pedir ayuda de los demás buscando mitigar el sufrimiento. Aquellos que se han consagrado deben aprender a no pedir ayuda de nadie. Debemos preferir el sufrimiento delante del Señor antes que solicitar la ayuda de otros, y debemos escoger pasar hambres durante tres días antes que permitir que otros se enteren de nuestra necesidad. Pero ésta no es nuestra situación. Hay algunos que, cuando pasan por un pequeño sufrimiento, hacen lo posible por llamar la atención de los demás, esperando recibir ayuda de ellos. Esto indica que su consagración no es tan fuerte como lo era en el pasado.

  El primer grupo de servidores que fue levantado entre nosotros nunca buscó recibir ayuda de los demás. Ellos incluso dijeron a todos que no tomarían el camino de recibir ayuda económica. Ellos ciertamente tenían la habilidad de ganar dinero en el mundo, pero por causa del Señor decidieron no acudir al mundo. Tal era la condición y el carácter de los servidores en el comienzo. Pero hoy en día es lamentable que algunos de nosotros tengamos temor de no recibir ningún sustento. Tal parece que si no recibimos ninguna ayuda es para nosotros motivo de vergüenza. Sin embargo, es una gloria que los hermanos no se encarguen de nuestras necesidades debido a que nosotros servimos al Señor de tiempo completo. Buscar la ayuda de los demás y tratar de ganarnos su simpatía no debe ser motivo de gloria; antes bien, debe ser motivo de vergüenza.

  Si siempre estamos en espera de recibir el soporte económico de parte de los demás, nos convertiremos en unos lastimosos parásitos. Si hacemos esto, cualquiera podría censurarnos y decir que somos parásitos de la sociedad, ya que dependemos de los demás para nuestro sustento. Esto indica que nuestra consagración no es fuerte. Sin embargo, esto no quiere decir que los santos no deben amar a los siervos del Señor ni cuidar de ellos. Durante muchos años los colaboradores de edad avanzada han mantenido el principio de no mostrar aprecio ni sentirse agradecido por el cuidado que otros directamente puedan brindarnos. No queremos recibir ninguna ayuda directamente de la mano del hombre. Si alguien tiene la carga de cuidar de nuestras necesidades, debe hacerlo depositando la ayuda en la caja de las ofrendas. Queremos que nuestro suplir provenga directamente de la mano de Dios.

  En una ocasión alguien le preguntó a un hermano servidor de tiempo completo cuánto dinero había recibido para sus gastos en esa semana. Tales preguntas son un insulto para alguien que sirve de tiempo completo. A la persona que hace tal pregunta se le debe confrontar firmemente y aclarar que esa información no es asunto suyo. Su pregunta no refleja ningún amor hacia aquellos que sirven al Señor; antes bien, constituye un insulto para ellos. Si tal persona tiene una preocupación genuina por ellos, debería depositar una ayuda económica en la caja de las ofrendas sin preguntar cuánto reciben los servidores. Ésta es una pregunta impropia.

  La esposa de uno de los servidores dijo en una ocasión que su esposo sólo recibía unos cuantos dólares a la semana. Esto causó que algunos pensaran que debían ayudarle a ese hermano a encontrar un trabajo. Esto es vergonzoso. Si ese matrimonio estaba dispuesto a seguir el camino del servicio, no debía quejarse en absoluto. Nadie que sirve al Señor debe actuar de esta manera.

  Aquellos que eligen este camino deben tener bien claro que éste es un camino de sufrimiento y pobreza. No deben esperar que tengan una vida próspera. El Señor nunca dijo que aquellos que siguieran este camino tendrían alimento y bienestar. Por el contrario, Él dijo que teníamos que abandonarlo todo para seguirle. Debemos incluso perder nuestra propia vida. Tal es el camino de la consagración. Es glorioso que seamos capaces de vivir todo un año por fe sin que nadie se preocupe por nosotros. No obstante, hay situaciones en las que algunos servidores buscan ayuda de los demás. Si ésta es nuestra condición, podremos hacer la obra del cristianismo, pero no podremos llevar a cabo la obra de edificación de la iglesia. Cuando edificamos la iglesia, nuestra fama, reputación, familia y nuestro propio ser serán arruinados. Tanto nuestra reputación como lo que somos y lo que tenemos tienen que ser sepultados. El apóstol Pablo fue arruinado por el Señor; el Señor conquistó todo su ser. El Señor Jesús puede arruinar a la gente. Muchas vidas han sido arruinadas completamente por Él. Éste es un asunto relacionado con la consagración, con pagar el precio; esto tiene el propósito de completar “lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su Cuerpo” (Col. 1:24).

EL CAMINO DE LA CONSAGRACIÓN ES CONSIDERADO ANORMAL

  Debemos considerar este asunto de la consagración y tomar en cuenta el precio que se tiene que pagar. Los que se encuentran en el cristianismo no toman este camino. Debemos estar preparados para ser arruinados por Cristo. No debemos calcular estas cosas conforme a nuestros conceptos naturales. No debemos valorar nuestra profesión, nuestro matrimonio, nuestra familia o nuestros estudios basados en nuestra mente natural. La situación que prevalecía en los primeros apóstoles, en los cristianos de la iglesia primitiva, y en todos aquellos que han seguido al Señor a lo largo de las eras ciertamente no puede ser considerada normal. Sólo cuando no nos consagramos y nos olvidamos del camino de la consagración, podemos ser considerados como personas normales. Todo lo relacionado con el camino de la consagración seguramente es considerado anormal. Por ejemplo, los padres de la hermana Dora Yu la enviaron a Inglaterra a estudiar medicina. Sin embargo, cuando el barco en que ella viajaba arribó al puerto de Marsella, Francia, Dora Yu le dijo al capitán que ella tenía que volver a China para predicar el evangelio. Esto es anormal. No podemos seguir el camino normal en la senda de nuestra vida humana. Si seguimos la senda normal, no podremos tomar el camino de la consagración. Que todos podamos ver que el camino del servicio al Señor es una senda de consagración. Nada de la consagración es normal; antes bien, todo es anormal.

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