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Mensajes del libro «Administración de la iglesia y el ministerio de la palabra, La»
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CAPÍTULO NUEVE

EL SIGNIFICADO DE LA EDIFICACIÓN RADICA EN LA EDIFICACIÓN DE LA AUTORIDAD DE DIOS EJERCIDA SOBRE EL HOMBRE

  La mayoría de las personas piensan que la obra de edificación nos capacita para coordinar con otros, de modo que no seamos personas separadas, sino un Cuerpo corporativo. No obstante, el verdadero significado de la edificación consiste en que Cristo sea edificado en los creyentes. Cuando Cristo es edificado en los creyentes, éstos llegan a ser Su Cuerpo. En Efesios 4:11-12 Pablo declara que Dios dio diversos dones a la iglesia con miras a la edificación del Cuerpo de Cristo, que es la edificación de la iglesia. En 1 Corintios 3 Pablo alude a la edificación del Cuerpo como la edificación de la habitación de Dios. El Cuerpo y la habitación son una misma cosa. Pablo habla de utilizar oro, plata y piedras preciosas para edificar. Si edificamos con madera, hierba y hojarasca, nuestra obra será consumida (vs. 12-15).

  En el versículo 12 del capítulo 3 vemos que los materiales para la edificación son oro, plata y piedras preciosas. El oro representa la naturaleza divina de Dios el Padre; la plata representa la obra redentora de Cristo, el Hijo; y las piedras preciosas representan la obra transformadora del Espíritu. Esto muestra que el material de este edificio es el propio Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. En otras palabras, este edificio se construye con la naturaleza divina del Padre, con la redención efectuada por el Hijo y con la obra transformadora del Espíritu. Sin embargo, este versículo no especifica qué estamos edificando. Por ejemplo, si hablamos de ladrillos, piedra y madera, simplemente nos estamos refiriendo a los materiales usados en una construcción; pero si hablamos del edificio en concreto podemos referirnos a una casa, a un salón de clases o a un auditorio.

  Conforme a la Biblia, existen dos aspectos relacionados con el edificio de Dios en el universo: el uno, que es Su morada, y el otro, que es una ciudad. Todos los asuntos que tienen que ver con el edificio de Dios se relacionan o con Su morada o con Su ciudad. Ya sea que Dios o el hombre edifiquen, existen sólo dos aspectos de dicha edificación: la morada o la ciudad. Morada, templo y palacio se refieren a lo mismo. Un templo es una morada, y un palacio también lo es. Con excepción de la torre de Babel, todo edificio mencionado en la Biblia implica o una morada o una ciudad. Hoy Dios está edificando Su morada. La iglesia es la morada de Dios, Su casa. Cuando este edificio sea consumado, será una ciudad: la Nueva Jerusalén. De acuerdo con Efesios 2:22, Dios está edificando una morada; y según Hebreos 11:10, está edificando una ciudad que tiene fundamentos.

LA EDIFICACIÓN DEL TEMPLO DE DIOS

  En el Antiguo Testamento, el templo santo tipifica la morada de Dios, y la ciudad santa tipifica la Nueva Jerusalén. Cuando los hijos de Israel entraron en Canaán, desde su propio punto de vista habían obtenido la bendición de la tierra que fluye leche y miel. Desde la perspectiva de Dios, empero, ellos estaban edificando un templo y una ciudad para Dios (1 R. 8:12-21). Los israelitas consideraban el templo santo y la ciudad santa Jerusalén como su centro. Cuando los hijos de Israel llegaron a Canaán, trabajaron edificando el templo y la ciudad. Todos los tratos que Dios tuvo con Su pueblo en el Antiguo Testamento tenían que ver con el templo y con la ciudad. Es por eso que el salmista frecuentemente mencionaba el templo santo y la ciudad santa. Éste era el asunto principal en la relación entre Dios y Su pueblo.

  El enemigo de Dios, Satanás, siempre hizo todo lo posible para dañar la relación que existía entre Dios y Su pueblo, tratando de destruir el templo santo y la ciudad santa. Después que el templo y la ciudad santa fueron destruidos, se llevó a cabo un recobro entre el pueblo de Israel. La edificación necesitaba ser recobrada. El templo santo y la ciudad santa necesitaban ser reedificados. Esto muestra que la edificación del Cuerpo de Cristo consiste, por un lado, en edificar el templo de Dios y, por otro, en edificar la ciudad de Dios. Por una parte, el Cuerpo de Cristo es la casa de Dios, la morada de Dios y el templo de Dios; por otra, el Cuerpo de Cristo es la iglesia y la novia de Cristo. En Apocalipsis 21 vemos una ciudad: la Nueva Jerusalén. Esta ciudad santa es la novia. Por consiguiente, la iglesia guarda estrecha relación con el templo y la ciudad. Edificar la iglesia es edificar el templo de Dios y la ciudad de Dios.

LA EDIFICACIÓN DEL TEMPLO ES LA EDIFICACIÓN DE LA MEZCLA DE DIOS CON EL HOMBRE

  La edificación de la iglesia, el Cuerpo de Cristo, es una expresión general contenida en la Biblia. Una expresión más específica y definida sería la edificación del templo y de la ciudad. Al hablar del templo, el énfasis recae en la presencia de Dios, es decir, en la mezcla de Dios con el hombre. Por lo tanto, edificar el templo consiste en edificar la mezcla de Dios con el hombre. En 1 Corintios 6:19 se nos dice: “¿Ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros?”. Somos el templo de Dios, y el Espíritu de Dios mora en nosotros. Esto es la mezcla de Dios y el hombre. El templo es un asunto de la mezcla de Dios con el hombre. Una vez que se concluyó la edificación del templo, la gloria de Jehová llenó todo el templo (1 R. 8:10-11). Este templo representaba a los hijos de Israel y cómo ellos llegaron a ser la morada de Dios. Dios habitó entre ellos. Al administrar la iglesia y al ministrar la palabra, estamos edificando la iglesia. Estamos edificando en las personas la mezcla de Dios y el hombre. La meta de la administración de la iglesia es que se produzca esta mezcla de Dios con el hombre. Asimismo, nuestra meta al ministrar la palabra es que esta mezcla de Dios con el hombre sea producida. Si se produce esta mezcla de Dios y el hombre, realmente estaremos edificando el templo.

  Este principio puede aplicarse a muchas situaciones. Digamos que hay dos hermanos viviendo juntos, pero no se caen bien. Ellos no discuten y son corteses el uno con el otro, pero con todo no existe edificación alguna entre ellos. Yo preguntaría: “¿Tienen ellos la presencia de Dios? ¿Se halla el templo de Dios allí?”. Si no hay edificación entre ellos, ciertamente no poseen la presencia de Dios ni la realidad del templo. Son personas independientes, y ninguno de ellos se interesa en los asuntos de su compañero. Simplemente son dos hermanos que sirven al Señor juntos y que viven en la misma casa, pero no cuentan con la presencia de Dios, el templo de Dios.

  Si nosotros realmente hemos sido edificados con otros y hemos aprendido la lección de la edificación, nos daremos cuenta de que a estos dos hermanos les falta la mezcla con el Señor. Debido a que su yo sigue dominando fuertemente en ellos, no se ha producido mucho de esta mezcla. Por consiguiente, nuestra obra con ellos consiste en edificarlos de modo que Cristo se mezcle más con ellos. Necesitamos ocuparnos en aquellos aspectos de su ser que les impiden mezclarse más con Dios. Si ellos estuvieran dispuestos a tomar medidas con respecto a esos aspectos, podrían mezclarse más con Dios, y el templo de Dios estaría en ellos. El grado al cual hemos sido unidos a otros depende de cuánto hemos sido mezclados con Dios. En esto consiste la obra de edificación, y es la realidad del templo de Dios y la presencia de Dios.

  Siempre que brindemos una verdadera ayuda espiritual a otros, les estaremos conduciendo a que se mezclen más con Dios. Cuanto más se mezclen con Dios, más se unirán con otros miembros del Cuerpo. Aquellos que carecen del elemento de Dios no son capaces de ser uno con otros creyentes. Por lo tanto, los hermanos que hablan desde el podio deben asegurarse de que sus palabras redunden en que Dios se mezcle más con los santos. Si laboramos con los jóvenes, nuestros mensajes deben causar que ellos se mezclen más con Dios. Si nuestros mensajes no tienen este resultado, nuestra obra no es una obra de edificación. No estaremos realmente edificando el templo. Una obra que edifica el templo es una obra que permite que Dios obtenga Su morada. Le permite a Dios morar en el hombre. Nuestra obra debe causar que Dios more más en el hombre y que se mezcle con el hombre.

LA EDIFICACIÓN DE LA CIUDAD DE DIOS

  Existe cierta diferencia entre el templo y la ciudad. El templo denota el aspecto de una morada, una habitación. La ciudad es un asunto de administración. Por consiguiente, el templo es un asunto de presencia, mientras que la ciudad es un asunto de poder soberano o autoridad. Cuando la Nueva Jerusalén se manifieste, veremos estos dos aspectos combinados. La Nueva Jerusalén es una ciudad, que es un asunto de autoridad; también es el tabernáculo de Dios con los hombres, que alude a una morada. Así que, en la Nueva Jerusalén vemos tanto la presencia de Dios como Su autoridad. Aunque ambos asuntos se combinan, el énfasis principal en la ciudad recae en la autoridad. Por consiguiente, el centro de la Nueva Jerusalén es el trono de Dios y del Cordero, el cual es un asunto del poder soberano de Dios y Su autoridad (Ap. 22:3).

LA EDIFICACIÓN DE LA CIUDAD RADICA EN LA EDIFICACIÓN DE LA AUTORIDAD DE DIOS EJERCIDA SOBRE EL HOMBRE

  Edificar el templo es edificar la habitación de Dios a fin de que Él pueda tener cabida en el hombre, pueda morar en el hombre y mezclarse a Sí mismo con el hombre. Edificar la ciudad es edificar el poder soberano de Dios, la autoridad de Dios, que Él ejerce sobre el hombre. Primero debemos edificar la presencia de Dios en el hombre, éste es el paso inicial. Después, debemos hacer que el poder soberano de Dios, Su autoridad, sea edificado y ejercido sobre el hombre; éste es el paso final. Por lo tanto, primero tenemos la iglesia, la casa de Dios, esto es, el templo de Dios; luego tenemos la manifestación de la Nueva Jerusalén. En la obra de edificación siempre se edifica primero el templo y después la ciudad. La presencia de Dios viene antes de Su autoridad. Primero es edificada la mezcla de Dios dentro del hombre y luego la autoridad de Dios es edificada y ejercida sobre el hombre.

  Aunque el templo es el centro, la ciudad provee protección. Si una persona sólo cuenta con el elemento del templo, pero no el de la ciudad, tal persona carece de protección. Si sólo se tiene el recobro del templo sin el recobro de la ciudad, entonces el templo estará sin protección. Por esta razón, después que el templo fue recobrado por Esdras, aún fue necesario que Nehemías recobrara la ciudad. Durante el recobro del templo no hubo batallas, porque en tal recobro no se requería protección. Sin embargo, el recobro de la ciudad se efectuó bajo amenaza de guerra, porque la ciudad implicaba protección.

  La presencia de Dios no involucra guerra, pero la autoridad de Dios sí está relacionada con la batalla. La obra de Satanás en las personas consiste en derrocar la autoridad divina, no en derrocar la presencia de Dios. El propósito final de Dios radica en Su autoridad, no en Su presencia. La manifestación final que se presenta en la Biblia es una ciudad que tiene el trono de Dios como su centro. Esto significa que la meta final de Dios es producir algo en donde Él pueda reinar y establecer Su trono.

  Cuando nos mezclamos con Dios y tenemos Su presencia, podemos unirnos con otros como templo de Dios. Aquellos que se mezclan con Dios y tienen Su presencia pueden unirse mutuamente conformando así el templo de Dios. Sin embargo, este hecho no nos constituye la ciudad de Dios. Aun necesitamos ser edificados juntamente hasta el grado que nos encontremos bajo la autoridad de Dios, sujetos al poder soberano de Dios sobre nosotros. Sólo entonces podemos ser unidos juntos hasta llegar a conformar una ciudad. Si solamente tenemos a Dios mezclado con nosotros, lo único que Él posee es una morada. Si Dios ha de reinar entre nosotros, necesitamos que Su autoridad se establezca sobre nosotros.

  Así que, el verdadero significado de la edificación es lograr que cada vez más se incrementa la presencia de Dios en las personas y que el reinado de Dios se ejerza sobre ellas, es decir, que la mezcla de Dios con Su pueblo se aumente, así como el reinado de Dios, sobre ellos. Si no hubiera el templo de Dios ni la ciudad de Dios en la tierra, Dios estaría confinado en el cielo y sólo podría reinar en el cielo. Pero cuando el templo es establecido en la tierra, Dios puede morar en la tierra; y sólo cuando la ciudad es edificada sobre la tierra, la voluntad de Dios puede ser hecha sobre la tierra y Su reinado puede ser ejercido sobre la tierra. En otras palabras, cuando interiormente hemos sido edificados por Dios de modo que poseemos Su presencia, podemos ser unidos con aquellos que también han sido edificados por Dios y que tienen Su presencia y así juntos llegamos a ser Su templo. Luego, cuando experimentamos la autoridad de Dios rigiendo sobre nosotros, podemos ser unidos con aquellos que también se hallan bajo la autoridad de Dios y así juntos llegamos a ser la ciudad.

  Por esta razón, debemos permitir que Dios opere en nosotros a fin de ser edificados. Si hay aspectos en nosotros en los que no estamos mezclados con Dios, aún no somos Su templo. Si no permitimos que Dios reine en nosotros en algún asunto, aún no somos la ciudad de Dios. Debemos permitir que Dios se edifique en nuestro ser. Una vez que hayamos sido edificados de esta manera, seremos capaces de percibir si el ser interior de una persona con quien tenemos contacto posee la presencia de Dios o está en desolación. Además, podremos saber si ella ha sido edificada y tiene por dentro el templo de Dios. Es posible que ame al Señor celosamente, pero lo que percibimos en ella sólo es desolación; no cuenta con la presencia de Dios en muchas áreas de su vida. Cuando mucho, podremos percibir que dicha persona es ferviente, activa y resuelta, pero no podremos ver la experiencia del templo en ella. No podremos tocar la presencia de Dios en ella. De modo que ella no será capaz de servir en coordinación con otros cristianos.

  A fin de ayudar a tal persona, tenemos que hacer una obra de edificación de modo que Dios sea edificado en ella. En otras palabras, necesitamos edificar la presencia de Dios dentro de su ser, a fin de que pueda haber cierta medida del templo de Dios en ella, es decir, cierta medida de la presencia divina y de la mezcla divina. Y cuando logremos que haya cierta medida de la presencia de Dios y de la mezcla de Dios en dicha persona, nosotros mismos estaremos edificados en ella. Contando con esa pequeña medida de la presencia de Dios y de la mezcla de Dios, ella misma será unida a nosotros. Además, con esa pequeña medida de la presencia de Dios y de la mezcla de Dios en su interior, ella será edificada juntamente con nosotros; no estará más aislada. Cuanto más laboremos en ella, más se incrementará en ella la presencia de Dios y la mezcla de Dios, más tendrá en ella la realidad del templo de Dios y más será unida corporativamente con otros creyentes. Cuanto más ella experimente la edificación de esta manera, más salva será del individualismo. Cuanto más experimente la edificación de esta manera, más aprenderá a ser unida y edificada junto con los demás creyentes.

  Después de haber laborado en una persona por algún tiempo, habrá cierta edificación en ella y gradualmente tendrá en ella la realidad del templo de Dios. Sin embargo, aún no tendrá la experiencia de la ciudad de Dios. Todavía no conocerá la autoridad de Dios, el poder soberano de Dios. La ciudad de Dios es por completo un asunto de autoridad. Cuando fueron construidas sobre la tierra la ciudad de Babel y su torre, la autoridad de Dios fue desechada por los hombres (Gn. 11:3-4). Cuando estamos edificando la realidad del templo de Dios en una persona, también debemos edificar la ciudad de Dios, a saber, el poder soberano de Dios, Su autoridad, en dicho creyente. Así, él no sólo aprenderá a tener la presencia de Dios, sino también a vivir bajo la autoridad de Dios en todas las cosas.

  ¿Qué significa vivir bajo la autoridad de Dios? ¿Qué es la autoridad? No sólo debemos ver que en la iglesia hay autoridad y orden, sino también debemos percatarnos de que todo el universo es un asunto de autoridad. Por ejemplo, cuando el arcángel Miguel contendió con el diablo por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: “El Señor te reprenda” (Jud. 9). Esto es un asunto de autoridad. En Mateo 8 el centurión le dijo al Señor: “Yo también soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene” (v. 9). Esto es un asunto de autoridad. Todo el universo está relacionado con la autoridad, con el orden. Aun en nuestros hogares existe un orden. El orden involucra la autoridad. Esto se aplica aún más a la iglesia.

  Desde el comienzo de Génesis, el universo ha estado en caos debido a que el orden se perdió. En el Nuevo Testamento, a partir del Evangelio de Mateo, Dios ha venido efectuando una obra de recobro. A medida que Él efectúa esta obra de recobro, existe más y más orden. Ya para el final de Apocalipsis todo se halla en un orden apropiado. Así que, cuando la ciudad sea manifestada, todo se encontrará bajo la autoridad divina. La obra de edificación que estamos llevando a cabo inicia con la edificación de la mezcla de Dios en el hombre y concluye con la edificación de la autoridad de Dios ejercida sobre el hombre. Cuanto más una persona es mezclada con Dios y cuanta más autoridad de Dios posea una persona, más dicha persona estará unida con otros. El simple hecho de demostrar un buen comportamiento no es suficiente en la iglesia, ya que la iglesia depende del hecho de ser edificados bajo la autoridad de Dios.

EL TEMPLO Y LA CIUDAD SON CRUCIALES POR IGUAL

  Nuestra obra consiste en dar a conocer a los demás lo que significa experimentar la mezcla de Dios y el hombre y lo que es vivir bajo la autoridad de Dios. Sin ser mezclados con Dios y sin vivir bajo Su autoridad, no puede haber edificación alguna. Sin el templo, no puede haber una morada, y sin la ciudad, no hay ninguna protección. En otras palabras, si conocemos la presencia de Dios sin sujetarnos a Su autoridad, en realidad no tenemos la ciudad y el templo. Gradualmente perderemos la presencia de Dios debido a que no tenemos protección alguna. A fin de estar protegidos, necesitamos tanto la presencia de Dios como Su autoridad.

  La obra de edificación siempre conlleva una lucha. Efesios 2 habla sobre la edificación, y en el capítulo 6 habla de la guerra espiritual. Dicha batalla está relacionada con la ciudad, no con el templo; ésta es una guerra librada por la autoridad de Dios, no por Su presencia. Cuando Nehemías regresó para edificar la ciudad, encontró que se había librado guerra contra ellos (Neh. 4:7-8). Pareciera como si el enemigo no estuviese tan interesado en frustrar la edificación del templo, sino en frustrar la edificación de la ciudad. Esto se debe a que la ciudad tiene que ver con la autoridad de Dios. El enemigo sabe muy bien que si no existe la ciudad, el templo puede ser destruido fácilmente; por eso, él intenta dañar la autoridad y el orden. Sin la ciudad, el templo carece de protección. Satanás sabe que la presencia de Dios puede perderse fácilmente cuando no existe el orden, la autoridad, en la iglesia.

  Todo obrero del Señor necesita entender el significado de la edificación de la iglesia. Edificar la iglesia implica hacer que sea edificada la autoridad que Dios ejerce en la iglesia. Si en la iglesia local hay fervor, cordialidad y amor entre los hermanos, pero no existe orden, autoridad, dicha iglesia está en un error; no tiene protección alguna. Tal vez hoy dicha iglesia tenga una buena condición, la falta de protección puede ocasionar que el día de mañana colapse totalmente.

  El hecho de que haya amor entre los hermanos no implica necesariamente que se tenga la presencia de Dios. Pudiera ser algo natural, basado en las emociones humanas, sin contar con la mezcla de Dios. Incluso si estamos mezclados con Dios pero carecemos de Su autoridad, no tenemos protección alguna. La autoridad de Dios tiene que ser establecida en la iglesia. Una iglesia es muy débil si los hermanos no concuerdan y hablan cosas diferentes cuando se presenta alguna situación. En lugar de existir una verdadera edificación en dicha iglesia, sólo hay montones de materiales separados. Una iglesia fuerte es aquella que está llena de la presencia de Dios y de la autoridad de Dios, donde existe tanto el templo como la ciudad.

  Es difícil ver la autoridad de Dios en el cristianismo actual. La mayoría de los grupos cristianos están llenos de opiniones humanas. Ellos se justifican diciendo que entre ellos existe la democracia. Sin embargo, están llenos de opiniones humanas y la autoridad de Dios está ausente entre ellos. Ésta era la condición de la iglesia en Laodicea. Es por eso que los diáconos discuten con los ancianos, y los ancianos discuten con los pastores. No tenemos ninguna intención de criticar a otros, sino de poner en evidencia que cuando desatendemos la autoridad de Dios y le damos más importancia a la opinión humana, el resultado es una discusión interminable.

  La iglesia de Dios equivale al templo y la ciudad. El templo y la ciudad que se experimenta en la iglesia no es otra cosa que la presencia de Dios y Su autoridad. Debemos considerar la clase de obra que estamos realizando. ¿Estamos edificando la iglesia o algo del cristianismo? Lo primero que necesitamos es definir si nos encontramos bajo la autoridad de Dios y si estamos manteniendo nuestra posición bajo el orden dispuesto por Dios. Muy pocos han entendido que edificar la iglesia es hacer que la presencia de Dios y Su autoridad sean edificadas. Sin embargo, desde ahora en adelante debemos entender que edificar el Cuerpo de Cristo es hacer que sean edificadas la mezcla de Dios con el hombre así como la autoridad que Dios ejerce sobre Su pueblo. Ésta es la obra que debemos llevar a cabo.

COOPERAR CON DIOS PARA QUE SE EDIFIQUE EN NUESTRO SER

  Ser edificados con Dios implica permitir que Dios se forje en nuestro ser y se mezcle con nosotros en todo aspecto. Si somos edificados por Dios y nos sujetamos a Su autoridad, entonces podremos ayudar a otros haciendo esta misma obra de edificación en ellos. Realizar dicha obra en ellos consiste en infundir a Dios en ellos a fin de que obtengan la presencia de Dios en su vivir y andar práctico. De este modo ellos llegarán a ser el templo de Dios. Posteriormente necesitamos laborar en ellos de modo que conozcan la autoridad de Dios. En esto consiste la edificación del muro. En consecuencia ellos tendrán la presencia y la autoridad de Dios. Esto los edificará firmemente sin importar a dónde vayan. Ellos conocerán la presencia de Dios, la mezcla divina en su ser, y la autoridad de Dios y el orden divino. Ellos serán personas edificadas.

  Tal vez algunos hermanos puedan mostrarse muy fervientes, pero con ellos no está el templo de Dios ni la ciudad de Dios. Incluso pueden tener la presencia de Dios hasta cierto grado, pero no entienden qué es la autoridad de Dios. Esto puede representar cierta medida del recobro efectuado por Esdras, pero no el recobro efectuado por Nehemías. Pero otros tienen la realidad del templo y de la ciudad. Ellos tienen la presencia de Dios y la autoridad de Dios. Experimentan la mezcla de Dios en todo aspecto y viven bajo Su autoridad. Guardan el orden y se someten a la autoridad. También reinan, debido a que poseen la autoridad de Dios. En otras palabras, ellos tienen la realidad de la ciudad de Dios. Cuando en nuestro interior experimentamos la ciudad de Dios, estamos protegidos en términos de nuestra condición espiritual.

ESTAR CONSCIENTES DE LAS ESTRATAGEMAS DEL ENEMIGO

  El Antiguo Testamento afirma que la ciudad de David fue la fortaleza de David (1 Cr. 11:5, 7). Por eso, cuando Nehemías salió para recobrar la ciudad, de inmediato se levantaron los enemigos (Neh. 4:7-8), dando por resultado que los que edificaban el muro trabajaban en la obra con una mano y con la otra sostenían un arma (v. 17). Este cuadro está muy claro, y muestra que aquellos que edifican la iglesia tienen que edificar y pelear al mismo tiempo. La autoridad brinda protección a la iglesia. Por causa de esta autoridad, debemos combatir. A fin de combatir por la autoridad de la iglesia, tenemos que aprender una lección. Tal vez no encontremos mucha oposición cuando conducimos a los hermanos a amar al Señor y a vivir por Él, y así los ayudamos a obtener la presencia de Dios. No obstante, al conducir a la iglesia a ubicarse bajo el orden apropiado y a sujetarse a la autoridad de Dios, inmediatamente el enemigo interviene.

  El libro de Nehemías muestra que la primera estratagema del enemigo no es un ataque frontal; él ataca por los lados. Aquellos que llevan a cabo la obra de edificación deben aprender a combatir en una guerra espiritual. Lo primero que necesitamos es aprender a enfrentarnos contra las estratagemas del enemigo. Pablo dice que debemos estar firmes contra las estratagemas del diablo (Ef. 6:11). No ignoramos sus maquinaciones. Siempre que tratemos de establecer el orden apropiado en la iglesia, Satanás usará toda clase de astucias para destruir nuestra obra. Es posible que se valga de una buena propuesta hecha por un querido hermano o hermana. Si se aprueba dicha propuesta, el edificio entero será destruido. Muy a menudo somos testigos de las estratagemas del enemigo en la iglesia. Él está haciendo una obra extremadamente traicionera. Su obra consiste en dañar el orden en la iglesia y en derribar el muro de la ciudad.

  En la guerra espiritual es más crucial conocer las estratagemas del enemigo que empuñar una espada e ir a atacar al enemigo. Así procedió Nehemías. Nehemías primero estudió las estratagemas de su enemigo. Cuando el enemigo le mandó decir: “Ven [...] tomemos consejo juntos”, Nehemías le respondió: “No han sucedido ninguna de esas cosas que tú dices, sino que de tu propio corazón tú lo inventas” (Neh. 6:1-9). Nehemías supo discernir las estrategias del enemigo. Así que, al llevar a cabo la obra de edificación, necesitamos aprender a conocer a las personas, los diversos asuntos y las estratagemas del enemigo. Para conocer las estratagemas del enemigo, necesitamos primero aprender a conocer a las personas y los diversos asuntos. Si no somos diestros en conocer a las personas y los diversos asuntos, el enemigo podría ocultarse detrás de éstos. Si Nehemías hubiera aceptado las sugerencias de los enemigos, hubiera caído víctima de sus estratagemas. Si no somos capaces de discernir cierto asunto, no podremos descifrar las estratagemas del enemigo, y caeremos fácilmente bajo sus engaños y artimañas. El enemigo busca destruir la autoridad de Dios, el orden, en la iglesia.

  Por ejemplo, en una ocasión se presentó la interrogante de si la copa en la mesa del Señor debía ser una copa grande o copas individuales pequeñas. Este problema en realidad era un asunto de autoridad, y no residía realmente en el tamaño de la copa. En principio, los ancianos en nuestro distrito o iglesia local deben ejercer la autoridad administrativa para determinar el tamaño de la copa. La autoridad administrativa en esta cuestión recae en los ancianos y no en los responsables de una reunión de grupo. Éste no es un asunto pequeño; más bien, es un principio muy importante. Si hemos de edificar y administrar la iglesia, la determinación del tamaño de la copa no se relaciona con la verdad bíblica, sino con la decisión de los ancianos. Nosotros debemos obedecer la autoridad representativa de los ancianos.

  Incluso si una iglesia local usa una copa grande, pero un distrito prefiere usar copas individuales más pequeñas, la decisión aún depende de los ancianos. Éste es un asunto administrativo. No es necesario entrar en una discusión en cuanto al tamaño que debe tener la copa en la mesa del Señor, o cómo debe ser el bautisterio; se trata de un asunto propio de los ancianos. Dichas discusiones sólo causan caos y anarquía. Esto muestra una carencia en cuanto al conocimiento de la autoridad. En otras palabras, la autoridad no ha sido bien establecida.

  Estrictamente hablando, podemos expresar nuestra opinión en cualquier parte, menos en la iglesia. Si queremos introducir a la iglesia la costumbre de los gentiles en cuanto a practicar la democracia, perderemos tanto la presencia de Dios como Su protección. Necesitamos conocer la obra de edificación que Dios efectúa, y necesitamos conocer la presencia de Dios y Su autoridad. Aquellos que sirven al Señor jamás deben hablar descuidadamente en ningún asunto relacionado con la iglesia. Si expresamos nuestras opiniones ligeramente, convertiremos la iglesia en un club de debates.

  Esto no quiere decir que nunca debamos expresar nuestras consideraciones; más bien, significa que debemos reconocer la autoridad de Dios. Un hermano que es responsable de una reunión de grupo debe resolver todo problema por medio del canal adecuado. Puede tener comunión con los ancianos y tener la libertad de expresarles su sentir. Siempre debe traer los problemas a los ancianos. Por su parte, los ancianos no deben menospreciar el sentir del hermano; más bien, deben llevar ante el Señor el sentir del hermano y ver cómo el Señor les guía. Esto sería lo apropiado. El hermano responsable debe entonces seguir fielmente la decisión tomada por los ancianos sin aferrarse a ninguna opinión. En ocasiones los ancianos pueden sentir que deben seguir el sentir del hermano. También pueden sentir que toda la iglesia debería hacer lo mismo. En esto consiste la iglesia apropiada.

HACER QUE SE EDIFIQUE LA AUTORIDAD APROPIADA EN LA IGLESIA

  La iglesia debe funcionar de esta manera, y así también la administración de cualquier país debe funcionar de esta manera. Las nuevas medidas nunca son el producto de los altercados. A fin de que una nueva medida tomada en cierto país llegue a decretarse como una ley, es necesario que el gabinete legislativo de tal país funcione apropiadamente y dentro del marco legal. Los altercados no son provechosos. Debemos aprender esta lección. Cuando se presenta un problema ante nosotros, no debemos empezar a dar opiniones. No debemos levantar altercados en la iglesia; más bien, debemos edificar la autoridad, el muro, a fin de proteger a todos los santos en la iglesia. Debemos aprender esta lección si queremos llevar a cabo una verdadera obra de edificación. Las estratagemas de Satanás tienen la intención de dañar el edificio de Dios. Por esta razón, no debemos promover una atmósfera llena de opiniones. Dicha atmósfera daña la iglesia. En la iglesia no debemos promover ninguna actividad carnal ni la expresión de alguna forma de opinión humana. Debemos ser restringidos por el Señor y permitir que Él se edifique en nuestro ser.

  Aquellos que han aprendido esta lección ante el Señor y han sido perfeccionados por Él, saben que en la iglesia existe el orden. Esto no quiere decir que tales personas sean una autoridad; más bien, implica que ellos mantienen su posición. Si no hemos aprendido la lección y no hemos sido edificados por Dios, nuestra obra no servirá para la edificación genuina. Aquellos que sean salvos a través de nosotros crecerán de una manera salvaje, debido a que nosotros mismos no hemos sido edificados por Dios. Aquellos que nosotros tratemos de perfeccionar también actuarán de manera salvaje. No seremos capaces de edificar a nadie porque nosotros mismos no hemos pasado por el proceso de edificación. En consecuencia, el Señor no tendrá la manera de operar en nuestro ser.

  El cristianismo actual se encuentra en caos. Para los que siguen la manera caótica, hay muchas oportunidades. Incluso establecen congregaciones a su propio gusto. Pero aquellos que deciden llevar a cabo la obra de la edificación dispuesta por Dios tienen que ser serios en aprender lecciones y estar alerta a las estratagemas del enemigo. Esto no involucra la verdad. Nuestra opinión puede ser correcta; sin embargo, podemos seguir siendo personas que no están alineadas según el orden apropiado y que no se sujetan a la autoridad ni han sido tocados por Dios. Puesto que no hemos aprendido estas lecciones, no podemos conocer la iglesia.

  Los hermanos responsables de reuniones de grupo no tienen la autoridad para decidir ningún asunto concerniente a la administración de la iglesia. Si las iglesias en Taiwán deciden usar una sola copa grande en la mesa del Señor, sería insensato que alguna reunión de grupo prefiera usar pequeñas copas individuales. Esto pone en evidencia que no hemos aprendido ninguna lección y que no conocemos la iglesia ni la edificación. Esto demuestra que simplemente somos personas presuntuosas y atrevidas. Necesitamos aprender estas lecciones cruciales si hemos de hacer una obra de edificación seria. Tal clase de obra será muy valiosa, pues será la obra de edificación.

  Hacer que se edifique la autoridad no quiere decir que edifiquemos nuestra autoridad personal; más bien, implica que debemos edificar el orden de Dios en la iglesia. Cuando una persona toca esta autoridad, comprueba que ésta es la iglesia y que el orden de Dios está en la iglesia. Dios tendrá el camino por el cual seguir adelante y nosotros también tendremos el mismo. Durante siglos muchos son los que han seguido el camino del cristianismo, pero ése no es el camino de Dios. Que el Señor nos conceda Su gracia para conocer Su obra de edificación, por el bien de la administración de la iglesia y del ministerio de la palabra.

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