
Lectura bíblica: Jac. 5:17; Ez. 1:16; Ef. 6:17-18; Mt. 6:33; Jn. 17:1, 11, 25
Antes de pasar a ver cómo alimentarnos del Señor y cómo beberle mediante la oración, necesitamos ver algunos pasajes más que nos muestran el concepto que debemos tener con respecto a la Palabra de Dios. El concepto que tenemos con respecto a la Palabra de Dios es que la Palabra se compone simplemente de enseñanzas e instrucciones, pero según el concepto divino, la palabra que el Señor nos da es comida para nosotros, de la cual nos podemos alimentar para nutrirnos. Mateo 4:4 dice: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Según el concepto divino, la Palabra de Dios es comida; no sólo nos enseña sino también nos nutre. Jeremías 15:16 dice: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí”. Jeremías recibió la palabra como alimento que podía comer. Dice en 1 Corintios 3:1-2a: “Y yo, hermanos, no pude hablaros como a hombres espirituales, sino como a carne, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no alimento sólido”. Según el concepto del apóstol Pablo, la Palabra es leche o carne. La leche o la carne es algo que se puede comer para ser nutrido. Hebreos 5:12-14 dice: “Porque debiendo ser ya maestros, por razón del tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de los oráculos de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Pues todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por la práctica tienen las facultades ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal”. La Palabra nutre como leche para los niños y como alimento sólido para los que han alcanzado madurez. Dice en 1 Pedro 2:2: “Desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcáis para salvación”. Todos estos pasajes confirman que necesitamos un concepto renovado con respecto a la Palabra de Dios. Según el concepto natural, la Palabra es cierta enseñanza o doctrina, pero según el concepto divino, la Palabra de Dios es alimento que nutre nuestro espíritu.
Dos pasajes de las Escrituras nos muestran que la Palabra es alimento que nos nutre en el espíritu. Juan 6:63 dice: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. En Colosenses 3:16 el llenar interior de la vida espiritual que rebosa en alabanzas y cánticos está relacionado con la Palabra, mientras que en su pasaje análogo, Efesios 5:18-20, el llenar interior de la vida espiritual está relacionado con el Espíritu. Esto indica que la Palabra y el Espíritu son idénticos (Jn. 6:63b). Cuando estamos llenos de la Palabra, estamos llenos del Espíritu. Es bastante difícil que alguien sea lleno del Espíritu sin ser lleno de la Palabra. El Señor es el Espíritu vivificante y la Palabra también es el Espíritu. Tenemos que tocar la Palabra como el Espíritu en nuestro espíritu. La Palabra como el Señor es comida espiritual que alimenta nuestro espíritu. Si recibimos la Palabra sólo en nuestra alma, llega a ser mero conocimiento para nosotros. Pero si recibimos la Palabra en nuestro espíritu y la tomamos como el Espíritu, la Palabra llega a ser nuestra comida espiritual. Si la Palabra es mero conocimiento para nosotros o si nos es comida depende de la manera que la tomemos y también depende de la parte de nuestro ser que ejercitemos para recibirla. Debemos recibir la Palabra en nuestro espíritu al ejercitar nuestro espíritu. Entonces la Palabra llegará a ser vida para nosotros.
La Biblia sí nos enseña ciertas cosas, como por ejemplo Efesios 6:1 dice: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo”. Sin las palabras “en el Señor” o “en Cristo” en otros pasajes de las Escrituras, la enseñanza de la Biblia sería solamente ética y no divina. Pero la Biblia es una enseñanza divina con la naturaleza divina. “En el Señor” indica que debemos obedecer a los padres: (1) al ser uno con el Señor; (2) no por nosotros mismos, sino por el Señor; y (3) no según nuestro concepto, sino conforme a la palabra del Señor. La Biblia dice que las esposas deben estar sujetas a sus propios maridos, pero debemos mirar el contexto de esta enseñanza en Efesios 5. Los versículos del 18 al 22 dicen: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien, sed llenos en el espíritu, hablando unos a otros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo a nuestro Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo; sujetos unos a otros en el temor de Cristo. Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor”. Una esposa debe someterse a su marido siendo llena en el espíritu y con el temor de Cristo. No debemos aislar la Palabra del Espíritu o de Cristo. Si las esposas han de someterse a sus propios maridos, primero tienen que ser llenas del Espíritu Santo, y luego deben vivir en el temor de Cristo. Entonces Cristo mismo será la realidad de la sumisión que dan a sus maridos. Será el rebosamiento de Cristo desde su interior y no lo que ellos hacen ni su comportamiento o conducta. La realidad de la Palabra de Dios es Cristo como el Espíritu. La Palabra no debe ser separada o aislada de Cristo. La Palabra es la expresión misma de Cristo. Cuando leamos la Biblia, tenemos que recibirla en el espíritu como una expresión de Cristo para que Cristo sea la realidad de esa palabra.
En 1 Timoteo y Tito hay instrucciones acerca del oficio del anciano (1 Ti. 3:1-7; Tit. 1:5-9). Al leer estos libros cuidadosamente, uno llegará a comprender que el oficio de anciano sólo puede realizarse en el espíritu al tomar a Cristo como la realidad de él. El oficio de anciano no tiene que ver con que los ancianos sean simplemente buenos, morales y éticos, sino que es algo espiritual cuya realidad es Cristo. La Palabra es el medio por el cual Cristo se nos trasmite. Si Cristo no constituye el contenido de la Palabra, ésta nos es vacía. Todas las palabras de la Biblia son medios por los cuales Cristo se nos imparte.
Cuando queremos tocar la Palabra, relacionarnos con la Palabra, debemos darnos cuenta de que ella es la expresión de Cristo, y necesitamos tener contacto con Cristo en el espíritu, pues El es la realidad de la Palabra. Entonces la Palabra no será algo separado del Señor o aislado de Cristo, y tendremos la realidad de la Palabra, que es Cristo mismo. Pero no podemos hacerlo con el mero ejercicio de nuestra alma. Cuanto más ejercitemos nuestra alma para tocar la Palabra, más la separaremos de Cristo. El problema que tienen muchos estudiantes de la Biblia radica en que separan la Palabra de Cristo, leyéndola con la mente solamente. Cuando leemos la Palabra, espontáneamente entenderemos algo con nuestra mente, pero luego debemos tomar lo que entendemos en nuestra mente y convertirlo en espíritu mediante la oración, al tomar a Cristo como la realidad de la Palabra. Esta es la forma correcta de recibir la Palabra. Todos necesitamos volvernos a Cristo mismo, tomándole como la realidad de la Palabra en el espíritu. Lo que la Palabra trasmite debe ser Cristo. Si la Palabra nos instruye, la realidad de esa instrucción es Cristo mismo. La realidad de la sumisión es Cristo. Aun si uno pudiera someterse por sí mismo, no significaría nada ante los ojos de Dios. Dios estima sólo a Cristo. Nuestra sumisión debe ser Cristo. Debido a que la realidad de todas las instrucciones y enseñanzas en la Palabra deben ser Cristo mismo, tenemos que relacionarnos con la Palabra en el espíritu, por el espíritu y mediante el espíritu. Cristo es la centralidad y la universalidad de todo lo hablado por Dios en Su Palabra, así que nosotros tenemos que ejercitar nuestro espíritu para recibirle como la realidad en nuestro espíritu.
Olvidémonos de leer la Palabra simplemente para obtener conocimiento. Practiquemos el recibir la Palabra como la expresión de Cristo y como portador de Cristo al ejercitar nuestro espíritu para tocar la Palabra, recibiendo la Palabra como Cristo mismo y permitiendo que Cristo sea la realidad de la Palabra. Entonces esta Palabra llegará a ser nuestro nutrimento. Las divisiones que existen entre los hijos del Señor surgieron de conocer la Biblia en la letra. Todos necesitamos ser librados de la letra para experimentar a Cristo como el Espíritu vivificante. Necesitamos liberación del mero conocimiento de la letra para ser llevados de nuevo a la centralidad, la universalidad y la realidad de la Palabra de Dios: el Cristo viviente.
Debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu para ponernos en contacto con Cristo como el Espíritu vivificante, por medio de la oración. Jacobo 5:17 dice: “Elías era hombre de sentimientos semejantes a los nuestros, y oró en oración para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses” (gr.). Muchas veces oramos, pero no oramos en oración o con oración. Debe haber una oración en nuestra oración así como había una rueda en medio de rueda en Ezequiel 1:16. Cuando vayamos a predicar el evangelio, debemos movernos en el mover del Señor. Cuando ministremos la Palabra, debemos ministrar en el ministerio del Señor. Cuando oremos, debemos orar con oración, lo cual significa que cuando oremos, el Espíritu Santo debe estar orando en nuestra oración. Una oración de parte del Señor se le dio a Elías y dentro de ella oró. No oró para cumplir su propósito según su sentimiento, pensamiento, intención ni humor, ni oró motivado por ninguna circunstancia o situación. Oró en y con la oración que el Señor le había dado para cumplir la voluntad de Dios. Dentro de nuestra oración, debe haber una oración de Cristo. Andrew Murray dijo que en la mejor oración Cristo ora en nosotros al Cristo que está en los cielos. Cuando oramos, Cristo debe estar orando en nosotros.
Efesios 6:18 nos dice que necesitamos recibir la Palabra de Dios “con toda oración y petición orando en todo tiempo en el espíritu”. El Señor es el Espíritu, y nosotros tenemos que ponernos en contacto con El orando en nuestro espíritu. El es el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu, así que debemos ejercitar nuestro espíritu para orar. En nuestro espíritu hay otro Espíritu que ora. Nuestro espíritu es la rueda exterior y el Espíritu divino que ora en nuestro espíritu es la rueda interior. Mientras oramos ejercitando nuestro espíritu, hay otro que ora dentro de nuestro espíritu, otro Espíritu. Este es el Espíritu vivificante, Cristo mismo. La rueda que está en otra rueda en Ezequiel 1 tipifica al Espíritu divino que está en nuestro espíritu humano.
Quizás algunos pregunten cómo podrían saber que Cristo ora en ellos mientras están orando. Al comer una fruta, uno podría declarar que es deliciosa. Si otra persona le preguntara cómo sabe que es deliciosa, sólo podría responder que lo que come tiene rico sabor. Sabemos que Cristo ora dentro de nosotros mientras estamos orando por el sabor interior. Cuanto más oramos con la oración de Cristo, más experimentamos el refrigerio, el riego, la unción y el fortalecimiento. Pero algunas veces, cuando oramos, es otra historia. Cuando no oramos con la oración de Cristo, cuanto más oramos, más vacíos y secos estamos. Cuando oramos sin la oración de Cristo dentro de nosotros, somos como máquina sin aceite. La máquina no opera suavemente, y se quemará debido a la carencia del aceite. Cuando oramos aparte de Cristo, quedamos agotados y la oración llega a ser una gran labor para nosotros. Esto se debe a que oramos por nosotros mismos y nos movemos dentro de una rueda vacía. Es posible que oremos según nuestra mentalidad, nuestra propia inclinación, nuestras emociones y nuestros propios deseos y no nos ocupamos del Espíritu en nuestro espíritu. Por tanto, cuanto más oramos de esta manera, más secos estamos y el riego, la unción, el aceite, el refrigerio y el fortalecimiento se nos van. Es necesario que aprendamos a renunciar a esta forma de oración.
Mateo 6:33 dice: “Mas buscad primeramente Su reino y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Cuando oremos, no debemos centrarnos en nuestras propias necesidades. Nuestro Padre sabe de todas las cosas que necesitamos y nos las añadirá. Debemos dejar nuestras necesidades en Sus manos. El sabe lo que necesitamos mejor que nosotros. Los maridos no deben orar demasiado con respecto a sus esposas, y las esposas no deben orar demasiado con respecto a sus maridos. En nuestra oración debemos ocuparnos de tocar al Señor mismo. Debemos ocuparnos de honrarle, alabarle, exaltarle y glorificarle. Entonces todas nuestras necesidades serán satisfechas.
Muchas veces en mi oración yo simplemente no tenía la libertad para orar por muchas cosas. Según mi intención quería orar por mis parientes y por ciertas personas, pero cuando me arrodillaba para orar, algo dentro de mí iba en otra dirección. Por consiguiente, tenía que tomar la decisión de continuar orando en la dirección mía o según Su dirección. Si orase según mi propia dirección, cuanto más orase, más seco estaría. Pero si me olvidara de mi propia dirección y orase según Su dirección, cuanto más orase, más refrigerio recibiría y más ferviente estaría en el espíritu. Entonces cuanto más orase yo, más oraría El. Esta es la realidad de la rueda que estaba dentro de la rueda en Ezequiel 1. Esta es la manera de orar en el Señor. Al orar en el Señor recibiremos el riego, el refrigerio y el fortalecimiento. Beberemos del Señor, y nuestro espíritu estará abierto a El por nuestra oración. Mediante esta clase de oración, El tiene la manera de fluir de nuestro interior. Primero, recibiremos el riego, y luego esta agua fluirá y llegará a otros.
Que todos nosotros seamos llevados a experimentar a Cristo orando en nosotros. Necesitamos manejar nuestro “automóvil” según el mapa que se nos da en este capítulo. La mejor manera de disfrutar al Señor es leer la Palabra, dándonos cuenta que El es la realidad de la Palabra y tomándole, tocándole, con el ejercicio de nuestro espíritu. Luego necesitamos aprender a orar en el espíritu mientras El ora en nuestra oración.
Necesitamos considerar la oración del Señor en Juan 17 y las dos oraciones del apóstol Pablo en Efesios (1:17-23; 3:14-19). Necesitamos leer estas oraciones para aprender el principio de la oración, pues esto nos ayudará a entender cómo el Señor oró en el espíritu y cómo el apóstol Pablo oró en el espíritu. En Juan 17:1 el Señor ora al Padre, diciendo: “Glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti” (v. 1). El Señor empezó Su oración con la gloria de Dios desde el Lugar Santísimo. En el versículo 11 el Señor se dirige al Padre llamándole “Padre santo”. Esto indica que El ha salido del Lugar Santísimo y está en el Lugar Santo. Al final de esta oración, en el versículo 25, llama al Padre “Padre justo”. Al principio de Juan 17 tenemos al Padre glorificado, en el medio encontramos al Padre santo, y al final vemos al Padre justo. Esto indica la gloria de Dios, Su santidad y Su justicia. El Señor empezó Su oración en el Lugar Santísimo y pasó por el Lugar Santo al atrio para introducir a la gente en el Dios Triuno.
La oración apropiada debe empezar en el Lugar Santísimo, en el lugar donde está la gloria de Dios, el lugar donde el Padre puede glorificar al Hijo y permitir que el Hijo le glorifique a El. Luego, del centro donde empezamos la oración, podemos pasar a la circunferencia, o sea a partir del lugar de gloria pasamos por el lugar de santidad al lugar de justicia para llevar a las personas pecaminosas al lugar de Su gloria, por Su justicia y mediante Su santidad. Debemos aprender cómo orar desde el interior del Lugar Santísimo ejercitando nuestro espíritu para tocar al Señor, pasando por el Lugar Santo y entrando en el atrio, el lugar de justicia, para introducir a la gente en el Dios Triuno. Al orar de esta manera, beberemos de El, nos alimentaremos de El y le respiraremos para mezclarnos con El de manera más profunda, y seremos fortalecidos, nutridos y refrescados por El. Aprendamos a tocar a nuestro maravilloso Dios Triuno de esta manera.