
Lectura bíblica: Ap. 21:2-3a, 10-14, 18-23; 22:1-5; 2:7; 7:14-17; 21:6; 22:17
Hemos visto que Dios se nos presentó a nosotros como el árbol de la vida, en forma de alimento, para que le disfrutáramos y le comiéramos. A través de toda la Biblia se ve que la única intención de Dios es que nosotros le recibamos y le disfrutemos interiormente como nuestra vida y nuestro todo. Finalmente El se mezclará con nosotros. La mejor manera de mezclar algo con nosotros es comerlo. Lo que comemos es digerido y mezclado con nosotros para ser parte de nosotros. Este es el pensamiento central de la Biblia. Me veo obligado a señalar este pensamiento central para que haga impresión en nosotros. Esta impresión revolucionará todo nuestro andar cristiano.
Al principio de la Biblia, en Génesis 2, hay un cuadro que nos muestra un árbol llamado el árbol de la vida, y delante de éste está un hombre de barro (2:8-9). El barro viene del polvo de la tierra, no tiene nada precioso. Además del árbol de la vida hay un río que se reparte en cuatro brazos y corre a las cuatro direcciones de la tierra (Gn. 2:10). Este fluir producía oro, bedelio y piedra de ónice (v. 12). Onice es una piedra preciosa. El oro, el bedelio y la piedra de ónice son tres materiales preciosos. No se pueden comparar con el barro.
Todos debemos darnos cuenta de que Dios creó un hombre corporativo en Génesis 2, el cual incluyó a billones de personas. Ese hombre de barro era Adán, y todos nosotros somos sus descendientes. Puesto que todos provenimos de Adán, la Biblia dice que somos vasos de barro (2 Co. 4:7), vasos de tierra. En Génesis 2 el hombre de barro no tenía nada que ver con el árbol de la vida. No era oro, perla ni ónice. Pero Dios tenía una intención con respecto al hombre de barro, la cual consistía en que éste tomara del árbol de la vida, que comiera de él. El árbol de la vida es algo viviente. Cuando entra en el hombre, este árbol viviente se convierte en un fluir interior, y este fluir de vida transformará al hombre de barro en materiales preciosos (oro, bedelio y ónice), útiles para el edificio de Dios. Esto es lo que Dios quiere. Toda la Biblia, que consiste de sesenta y seis libros, nos habla de una sola cosa: somos hechos de barro, pero Dios nos ha destinado para que le tomemos a El como el árbol de la vida. Entonces Dios, quien es tan viviente, entrará en nosotros como nuestra vida y llegará a ser un fluir dentro de nosotros.
Inmediatamente después de ser salvos, después de recibir a Cristo como vida, sentimos que dentro de nuestro ser había un fluir. Esta corriente interior se llevará muchas cosas de nuestro interior e introducirá muchas otras. Dentro de nuestro cuerpo tenemos la circulación de la sangre. En términos negativos, esta circulación, esta corriente en el cuerpo, se lleva todas las cosas negativas, y por el lado positivo, nos trae toda la nutrición y las vitaminas necesarias. En nuestro cuerpo físico tenemos un fluir, por medio del cual nuestro cuerpo existe.
Después de que recibimos al Señor, El mismo como vida llegó a ser el fluir que corre en nuestro espíritu. Ahora tenemos otra corriente en nosotros además de la que está en nuestro cuerpo físico. Esta corriente es el fluir espiritual de vida en nuestro espíritu, el cual es Cristo mismo. Por el lado negativo, esta corriente se llevará nuestro mal genio, nuestro odio, nuestra impaciencia y nuestro orgullo. Por el lado positivo, este fluir gradualmente día a día nos traerá más y más de Cristo para nutrirnos. El fluir hará una obra de transformación para cambiarnos, no sólo en cuanto a nuestra posición, sino también en naturaleza, en nuestro carácter.
Debemos ver cuál era la intención de Dios en cuanto a la vida en el Evangelio de Juan antes de considerar el cuadro final en la Biblia, en Apocalipsis. Juan 1:1 y 4 dicen: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios ... En El estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. El versículo 14 añade: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros”. El Verbo era Dios y en El estaba la vida. El se hizo carne y anduvo en la tierra. Al principio de Su ministerio fue llamado el Cordero de Dios (1:29). Debido a la caída del hombre, Aquel que era vida vino como el Cordero de Dios. En Génesis 2 tenemos el árbol de la vida, pero después, en Génesis 3, se halla la caída del hombre. Inmediatamente después de la caída del hombre aparece un cordero (Gn. 3:21).
Dios quería ser la vida del hombre, pero debido a que el hombre cayó, Dios tuvo que cambiar Su forma, de árbol de la vida a Cordero. Dios como vida vino en forma del Cordero para quitar el pecado del mundo. Según lo que consta de la Pascua en Exodo 12, el cordero no sólo sirvió para redimir, sino también para dar alimento. La sangre del cordero redime, y la carne del cordero alimenta. La nutrición es algo que pertenece a la vida. Por lo tanto, en Juan 1 tenemos el Cordero, pero en el capítulo seis tenemos el alimento, el pan de vida (vs. 22-71).
Luego en los capítulos cuatro y siete tenemos el agua viva, el agua de vida, para beber (4:14; 7:37-38). Finalmente, en Juan 17 tenemos la unidad (vs. 11, 20-23). La unidad es el edificio. El Evangelio de Juan empieza con Dios mismo. Dios quiere ser vida para nosotros. Pero, debido a nuestra caída, El cambió Su forma. El se hizo el Cordero para redimirnos y ser nuestro alimento. El también es el agua viva que podemos beber. Después de comerle y beberle, tenemos la unidad, el edificio.
En el último cuadro que la Biblia nos presenta se ve una ciudad cuadrada con tres puertas a cada lado (12-13, Ap. 21:16). Cada una de las doce puertas es una perla (21:21), y sobre ellas están escritos los nombres de las doce tribus de Israel. Esto nos da un cuadro, el cual nos revela que todas estas puertas son personas. Son perlas, pero todas tienen nombres personales. En el versículo 14 se mencionan los doce cimientos, que son piedras preciosas, y en éstas están escritos los nombres de los doce apóstoles. Todos los cimientos son personas. Pedro es un cimiento, y Juan es un cimiento. Además, el muro de la ciudad está edificado con piedras preciosas (v. 18). No somos los cimientos, pero sí somos las piedras preciosas.
En medio de la ciudad hay un trono (22:1). No pensemos que la ciudad de la Nueva Jerusalén es llana. Es un monte. La altura del muro es ciento cuarenta y cuatro codos, pero la altura de la ciudad misma mide doce mil estadios (21:16). La ciudad misma es mucho más alta que el muro. Esto comprueba que la ciudad debe de ser un monte. Al pie del monte está construido el muro, y encima del monte está el trono de Dios y del Cordero. No son dos tronos para Dios y para el Cordero, sino uno solo. Sobre el trono está el Cordero; el Cordero es la lámpara, y Dios es la luz que está dentro de la lámpara (21:23). El hecho de que haya un trono para Dios y para el Cordero significa que Dios y el Cordero son uno. El Cordero es la lámpara y Dios es la luz dentro de El. Desde este trono sale el río de agua de vida que desciende del monte en espiral. Finalmente, pasa por todas las doce puertas. A uno y otro lado del río crece el árbol de la vida (22:2). Génesis 2 nos dice que el árbol de la vida es bueno para comer (v. 9), y Apocalipsis 7:17, 21:6 y 22:17 nos dice que el agua de la vida es buena para beber. Dentro de la ciudad están el agua de la vida que se puede beber y el árbol de la vida que se puede comer.
El fluir de la vida junto con el árbol de la vida como suministro transformó a Pedro en piedra preciosa. Originalmente, Pedro era hombre de barro, pero ahora, en la Nueva Jerusalén, llega a ser una piedra preciosa. ¿Cómo pudo Pedro, un hombre de barro, ser cambiado en piedra preciosa? Pedro recibió a Dios mismo quien estaba en el Cordero como Redentor. Luego, de este Cordero salió el agua de la vida, la cual llevaba el árbol de la vida como suministro. Día a día Pedro comía del árbol de la vida y bebía del agua de vida. Diariamente, disfrutaba al Dios Triuno. Por medio de este disfrute fue transformado en una piedra preciosa, útil para el edificio de Dios.
El Padre está en la Nueva Jerusalén como la fuente, la luz. El Hijo es la lámpara y el árbol de la vida. Luego el Espíritu es el río de agua de vida (Jn. 7:37-39). Dios el Padre como luz es la fuente. En Dios el Hijo, El viene como el Cordero para redimirnos. Después de que recibimos a Dios el Hijo, el Cordero, como nuestro Redentor, el agua de la vida, el Espíritu, empieza a moverse y fluir dentro de nosotros. Dentro del fluir del Espíritu está el Hijo, Cristo como árbol de la vida, a quien podemos disfrutar. Primero, debemos recibir al Hijo, quien es el Cordero, como nuestro Redentor. Después de recibirle, el fluir del Espíritu se moverá en nosotros, y en esta corriente, Cristo es el árbol de la vida, nuestro suministro de vida. De esta manera, los tres del Dios Triuno son nuestro disfrute. Ahora el árbol de la vida no está fuera de nosotros, sino dentro de nosotros. Hemos recibido al Cordero, y el Dios Triuno ha sido forjado en nosotros. En Génesis 2 el árbol y el fluir del agua están fuera del hombre. Pero en Apocalipsis 22 el árbol de la vida y el agua de la vida están en la ciudad. Ahora el árbol de la vida y el agua de la vida han sido forjados en el hombre.
Después de que el árbol de la vida y el agua de la vida han sido forjados en nosotros, llegan a ser no sólo nuestro alimento, sino también el elemento que nos transforma. Cuanto más disfrutemos el fluir del agua viva en nosotros, el cual nos trae el árbol de la vida como suministro, seremos más transformados. Los hombres de barro serán transformados en piedras preciosas. Finalmente, en la Nueva Jerusalén, en la ciudad santa, no existirá más el barro. Toda la ciudad es un monte de oro (Ap. 21:18). Todo el muro es de jaspe, una piedra preciosa, y todos los cimientos del muro son de piedras preciosas (21:18-20). Además, todas las puertas son perlas (21:21). Hay sólo tres materiales en la Nueva Jerusalén: oro, perla y piedras preciosas. Para aquel entonces, todos habremos sido transformados.
En los cuatro Evangelios tenemos la historia de Simón Pedro. Muchas veces quedó manifiesto que él era solamente un hombre de barro. A menudo hablaba sin sentido o se comportaba neciamente. El Señor, en la noche que fue traicionado, les dijo a los discípulos que le iban a dar muerte y que ellos iban a ser esparcidos. Pedro dijo: “Aunque todos tropiecen por causa de Ti, yo nunca tropezaré” (Mt. 26:33). El habló insensatamente. Muy poco después el Señor fue arrestado y llevado a la corte del sumo sacerdote. Pedro fue en pos del Señor desde lejos y también entró a la corte del sumo sacerdote. Mientras estaba sentado en el atrio, una criada; no un soldado grande, vino a él y le dijo: “Tú también estabas con Jesús el galileo” (v. 69). Pedro negó al Señor tres veces, aun con juramento. Sin lugar a dudas, en aquel tiempo Pedro era solamente un hombre de barro.
Sin embargo, en Hechos 2—5, Pedro era una piedra preciosa transformada, resplandeciente, fuerte y trasparente. En estos capítulos no era opaco, sino claro como el cristal y trasparente. El era precioso y había sido cambiado por completo. No había sido cambiado o santificado sólo en cuanto a su posición, sino también en su disposición, en su carácter. El había sido cambiado metabólicamente. Un divino “elemento químico” había sido puesto en él, causando una reacción química. Dios en el Cordero había sido recibido por Pedro, y el Espíritu como agua viva había empezado a fluir en él. Este fluir le proveía del Cristo todo-inclusivo, el árbol de la vida. Día a día Pedro comía de este Cristo, y día a día bebía de esta agua viva. Un elemento químico celestial fluía en él causando un cambio metabólico en su ser. El había sido cambiado no sólo en cuanto a su posición o forma, sino también en su naturaleza y carácter y así llegó a ser uno de los doce cimientos de la Nueva Jerusalén. La mera enseñanza o los simples dones no pueden transformarnos. Sólo la vida interior, el propio Dios Triuno, nos puede transformar.
El Padre es la fuente como la luz, y el Hijo es el Redentor que hemos de recibir. Si confesamos todos nuestros pecados y admitimos y reconocemos que El murió en la cruz por ellos, inmediatamente el fluir empezará en nosotros. Este es el Espíritu, y dentro de esta corriente está el árbol de la vida creciendo en nosotros como suministro de vida del cual podemos alimentarnos diariamente. El río de vida junto con el árbol de la vida están en nosotros y los podemos beber y comer. Diariamente podemos recibir la alimentación celestial, y todas las “vitaminas” espirituales pueden entrar en nosotros. Esto nos transformará metabólicamente. La vida que transforma también es la vida que edifica. Esta vida, que está en nosotros, no sólo nos abastece y nos transforma, sino que también nos edifica juntamente con otros.
La Nueva Jerusalén revela al Cordero redentor, el fluir de vida, el suministro de vida, la transformación de vida y la edificación en vida. Este es un cuadro de la vida de iglesia actual. La vida de iglesia se compone de un grupo de personas que comprenden que son pecaminosas y admiten que Dios, como la fuente de la vida, les ama. Dios en Su Hijo cumplió la redención, y el Hijo se nos presenta a nosotros, los pecadores, como el Cordero. Le confesamos todos nuestros pecados y admitimos y reconocemos que El es nuestro Redentor, el Cordero de Dios, quien murió por nosotros para quitarnos el pecado. Cuando hacemos esto, inmediatamente el Espíritu llega a ser el fluir de vida dentro de nosotros. Con el fluir de vida, Cristo no sólo es el Cordero, sino también el árbol de la vida que podemos disfrutar. El es el agua de la vida que podemos beber y el árbol de la vida que podemos comer diariamente. Al comer y beber de El, el elemento celestial, es decir, la esencia y la substancia divinas, es introducido en nosotros y somos metabólicamente transformados para ser edificados con otros en unidad. En esta edad el edificio es la iglesia y en la eternidad será la ciudad santa, la Nueva Jerusalén.
La ciudad santa es el tabernáculo de Dios, la morada de Dios. Apocalipsis 7:15 dice que serviremos a Dios en el templo, un lugar en el cual no sólo Dios puede morar, sino también los que le sirven. Apocalipsis 21:22 dice: “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero, es el templo de ella”. Esto significa que serviremos a Dios en El mismo, quien es el templo. Todos los redimidos son el tabernáculo de Dios, donde El puede morar, y Dios mismo es nuestro templo, donde nosotros podemos morar. Finalmente, Dios morará en nosotros, y nosotros moraremos en El. Esta es una morada mutua, una habitación mutua. Mientras El mora en nosotros, nosotros moramos en El. Esta es la mezcla del Dios Triuno con Su pueblo escogido y redimido.
Esta mezcla depende del disfrute que tenemos del Señor. Es menester que le disfrutemos todo el día comiendo de El como nuestro árbol de la vida, y bebiendo de El como nuestra agua de vida. Si queremos ser transformados, edificados y mezclados con el Dios Triuno, día a día tenemos que alimentarnos de Cristo, quien es el árbol de la vida, y debemos beber de El como nuestra agua de vida. Que el Señor nos traiga al disfrute de El mismo. Que nos demos cuenta de que El está en nosotros como árbol de la vida, suministrándonos todo el tiempo el fluir del Espíritu Santo. Debemos aprender cómo alimentarnos de El y cómo beber de El. Entonces, todo lo que El es, Su elemento, Su sustancia y Su esencia, será traído y trasmitido a nosotros. Seremos transformados, edificados y mezclados con el Dios Triuno.