
Lectura bíblica: Sal. 23:6; 36:8-9; 27:4; 84:3, 10; 90:1; Cnt. 2:3
Cuando el hombre fue creado, Dios primero se le presentó al hombre como el árbol de la vida en forma de alimento. Cuando comemos, ese alimento llega a ser parte de nosotros. Esta es la misma intención que Dios tiene con respecto a nosotros, a saber, que nosotros le tomemos como alimento para ser mezclados con El a fin de expresarle en este universo. La primera mención de algo en las Escrituras siempre constituye un principio gobernante, un principio que gobierna todo lo que el Señor hace con nosotros. El principio básico de la manera en que Dios trata Su pueblo consiste en que ellos le disfrutaran como alimento, como su provisión de vida.
El Evangelio de Juan nos dice que un día este Dios, quien en el principio se le presentó al hombre como alimento, se encarnó como hombre. Dios en la forma de un hombre volvió a presentársele a él como alimento, como el pan celestial de vida (6:35, 57), para que el hombre participara de El. En Génesis 2, en el principio, Dios se le presentó al hombre como el árbol de la vida en forma de alimento. En Juan 6, después de la encarnación, Dios hizo lo mismo. Se le presentó al hombre como el pan de vida para que el hombre participara de El. En Juan 6:57 el Señor Jesús dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí”.
Antes de que el hombre participara del árbol de la vida, Satanás intervino haciendo caer al hombre. Después de la caída, Dios todavía se le presentó al hombre, no como la vida vegetal sino como la vida animal. Esto se debe a que después de la caída lo que se necesita es el derramamiento de sangre. Después de la caída, necesitamos la redención, así que en Génesis 3 un cordero fue preparado y provisto por Dios para Su pueblo caído (v. 21). Exodo 12 nos muestra que con el cordero redentor todavía tenemos el disfrute de comer. La sangre derramada del cordero es para redención, pero la carne de este cordero sirve como alimento del cual los redimidos pueden comer (vs. 8-9). El cordero nos lleva de nuevo al árbol de la vida. Si el hombre no hubiera caído, la vida vegetal habría sido suficiente para su disfrute. Pero después de la caída, el hombre necesita no sólo la vida vegetal, la cual es la vida que nutre, que hace generar, sino también la vida animal, la cual redime. La vida animal tiene que ver con el derramamiento de la sangre para redención, lo cual nos puede llevar de nuevo al disfrute de la vida que nutre y que hace generar.
Juan nos dice que el Cordero que quita el pecado del mundo es Cristo mismo, quien es el verdadero Dios (1:1, 29). Además de comerse el cordero pascual también se comía el pan sin levadura. El pan representa la alimentación. Después de ser redimidos, tenemos que alimentarnos del Señor y recibir nutrición de El. Junto con el pan sin levadura los hijos de Israel debían comer las hierbas amargas. Todos los aspectos de la Pascua tenían como fin el disfrute del pueblo escogido del Señor.
En el desierto los hijos de Israel pasaron a disfrutar el maná celestial, el agua viva de la roca herida y todas las diferentes ofrendas relacionadas con el tabernáculo. El libro de Levítico nos muestra el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado, y la ofrenda por la transgresión. Todas estas ofrendas tipifican diferentes aspectos de Cristo que podemos disfrutar, y todos ellos, menos el holocausto, podían comerse. Cristo llega a ser nuestro disfrute por causa de Su redención y mediante ella. Además de estas ofrendas tenemos la ofrenda mecida y la ofrenda elevada. La ofrenda mecida tipifica al Cristo resucitado. Cristo se está “meciendo” en resurrección. La ofrenda elevada tipifica al Cristo ascendido. El es Aquel que ha sido elevado a las alturas del universo. El Cristo resucitado y ascendido ha llegado a ser nuestro disfrute en plenitud.
Junto con todas las ofrendas tenemos el tabernáculo, y con el tabernáculo viene el sacerdocio. Finalmente, en el Antiguo Testamento, la consumación es el templo. Muchos no tienen el concepto correcto en cuanto al templo. Tal vez pensamos que el templo sólo es algo para Dios, que es simplemente la morada de Dios. Pero debemos entender que el templo de Dios, la casa de Dios, no sólo es para Dios sino también para nosotros. El templo es la máxima expresión de Dios mismo como nuestro disfrute. Dios como templo llega a ser nuestra morada. Esto corresponde con lo narrado en el Evangelio de Juan. En Juan 15 el Señor nos manda a permanecer en El (v. 5), lo cual indica que El es nuestra morada. En Juan 14 el Señor Jesús dice que en la casa de Su padre hay muchas moradas y que El iba a preparar un lugar para nosotros. Juan 14 y 15 también revelan que somos las moradas del Señor y que el Señor mismo es nuestra morada. Juan 15:4a dice: “Permaneced en Mí y Yo en vosotros”. El Señor y nosotros permanecemos el uno en el otro mutuamente; ésta es una morada mutua.
La intención de Dios es hacerse nuestro disfrute en muchos aspectos para poder forjarse en nuestro ser a fin de que seamos totalmente unidos a El y mezclados con El. Los tipos, las figuras y las sombras del Antiguo Testamento proveen un cuadro claro mostrándonos que la intención de Dios es presentarse a nosotros como nuestro disfrute. Necesitamos aprender a disfrutarle. Debemos disfrutarle como nuestra vida, nuestro alimento, nuestra bebida, nuestra luz, nuestro aire, nuestra morada, y como nuestro todo. Salmos 90:1 dice: “Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación”. El Señor no sólo es nuestra vida, nuestro alimento, nuestra bebida, luz y aire, sino que también es nuestra morada. Tenemos que morar en El. Disfrutarle a El en tantos aspectos depende de que comprendamos que el Señor es el árbol de la vida. La casa del Señor es la máxima expresión del árbol de la vida y el máximo disfrute de lo que el Señor es para nosotros.
En el salmo 23 hay cinco pasos de la experiencia de ser pastoreado por el Señor: los pastos verdes (v. 2), las sendas de justicia (v. 3), el valle de la sombra de la muerte (v. 4), el campo de la batalla (v. 5), y morar en la casa del Señor para siempre (v. 6). El versículo 6 describe la plenitud del disfrute del Señor: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida”. La plenitud del disfrute del Señor es disfrutarle a El como la morada.
En el Evangelio de Juan el Señor Jesús se revela primero como el tabernáculo (1:14) y luego como el templo (2:19-21). El mismo es el templo, la casa del Señor. Morar en la casa del Señor significa disfrutar al Señor al máximo. El salmo 23 nos muestra que somos las ovejas que el Señor pastorea y hemos de disfrutarle en muchos aspectos, tales como los pastos verdes, las sendas de justicia y finalmente como la morada, el templo de Dios.
Salmos 36:8 dice: “Serán completamente saciados de la grosura de tu casa, y tú los abrevarás del torrente de tus delicias”. Podemos decir que estamos satisfechos con el Señor pero, ¿tenemos algunas experiencias de ser completamente saciados de la grosura de la casa del Señor? ¿Qué es la grosura de la casa del Señor? Es la fuente de la vida, la cual es el Señor mismo. La fuente de la vida está en la casa del Señor. Salmos 36:9 dice: “Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz”. Con esta fuente de vida está la luz, lo cual corresponde definitivamente con Juan 1:4: “En El estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. La grosura de la casa del Señor es el manantial de la vida, donde se origina la luz. Cuando nosotros disfrutamos al Señor Jesús como nuestra vida, sentimos que somos iluminados.
En el lugar santo del tabernáculo el sacerdote que servía iba primero a la mesa del pan de la proposición, la cual tipifica al Señor como nuestro pan de vida, nuestro suministro de vida. Luego avanzaba al candelero, el cual representa a Cristo como la luz de vida (Jn. 8:12). Cuando disfrutamos al Señor como la vida, disfrutamos la luz de vida y sentimos algo dentro de nosotros que está resplandeciendo. Cuanto más disfrutamos al Señor como la vida, más sentimos que somos llenos de la luz e iluminados interiormente. Del candelero el sacerdote luego iba al altar del incienso para quemar el incienso, lo cual tipifica nuestra oración que asciende al Señor como un olor grato para El. Esto nos muestra la grosura de la casa del Señor, la cual proviene de la experiencia que tenemos del manantial de la vida y de la fuente de la luz.
Cuando usted experimente al Señor de esta manera, o sea como vida y como luz y como el olor grato de incienso en la oración que ofrece a Dios, inmediatamente sentirá la necesidad de edificar el Cuerpo, la casa del Señor, la vida corporativa de iglesia. Cuanto más disfrute usted a Cristo como vida, más deseo, hambre y sed tendrá por la vida de iglesia. Cuanto más disfrute al Señor, más sentirá la necesidad de tener comunión con otros. Cuando entre en la vida de iglesia, en la casa del Señor, ésta le llevará de nuevo a las muchas experiencias de Cristo y enriquecerá y fortalecerá estas experiencias. Entonces estará usted abundantemente saciado de la grosura de la casa del Señor. Verá que el manantial de la vida y la fuente de la luz están en la casa del Señor. Si usted no está en la casa del Señor, puede recibir un anticipo del manantial de la vida y la fuente de la luz, y este anticipo le llevará a la vida de iglesia y hará que entre usted en ella. Cuando entre en la vida de iglesia, en la casa del Señor, dirá: “Aquí está el lugar donde se hallan el manantial de la vida y la fuente de la luz”. Tendrá la verdadera sensación de la dulzura, la grosura, de la casa del Señor.
En Salmos 27:4 David dijo: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo”. Lo único que buscaba David era morar en la casa del Señor por toda su vida. En Salmos 84:10 el salmista dijo: “Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad”. La mejor manera de redimir nuestro tiempo es quedarnos en los atrios del Señor. Un día es mejor que mil. Tal vez muchos le critiquen a usted, diciendo que malgasta su tiempo, pero en realidad usted no está malgastando el tiempo. Está ganando el tiempo mil veces quedándose en la casa del Señor, en Su disfrute.
La casa del Señor en el Antiguo Testamento primero era el tabernáculo y luego en el templo. En el tabernáculo y en el templo había dos materiales principales: la madera de acacia y el oro. La madera estaba cubierta con el oro y unida, entrelazada, por el oro. Cuarenta y ocho tablas de madera de acacia conformaron la parte principal del tabernáculo. Todas estas cuarenta y ocho tablas fueron cubiertas de oro. Había anillos de oro en cada tabla que servían para unir las tablas (Ex. 26:24). Además había barras de acacia cubiertas de oro que pasaron por en medio de las tablas para conectarlas (26:26-29). La madera de acacia representa la naturaleza humana, y el oro, la naturaleza divina. Las naturalezas divina y humana tienen que ser edificadas juntas y mezcladas como una sola. De esta manera, la morada del Señor, el templo del Señor, es la mezcla de lo divino con lo humano.
La primera mención de la casa de Dios se encuentra en Génesis 28 con Jacob. Jacob tenía una escalera erigida en la tierra y los ángeles de Dios subían y descendían por ella (v. 12). Cuando Jacob se despertó, dijo: “No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo” (v. 17). El versículo 18 dice: “Y se levantó Jacob de mañana, y tomó la piedra que había puesto de cabecera, y la alzó por señal, y derramó aceite encima de ella”. Entonces Jacob llamó el lugar Bet-el, que significa casa de Dios (v. 19). La piedra con el aceite derramado encima es Bet-el, el templo de Dios, la casa de Dios. Nosotros somos la piedra, y Dios es el aceite. Así que, en este cuadro podemos ver de nuevo el principio de la mezcla de Dios con el hombre. La casa de Dios, el templo de Dios, es la mezcla de lo divino con lo humano.
Cuando Dios se encarnó, la naturaleza divina se mezcló con la naturaleza humana. Jesús, el Dios encarnado, era la mezcla de las naturalezas divina y humana, y nos dijo que El era el templo (Jn. 2:20-22). Por medio de la muerte y la resurrección del Señor, este templo se agrandó y llegó a ser la iglesia, el Cuerpo de Cristo (1 Co. 3:16). La iglesia como templo de Dios es la mezcla de Dios con el hombre de manera corporativa. Había no sólo una tabla en el tabernáculo, sino cuarenta y ocho tablas cubiertas de oro. Esta mezcla de Dios con el hombre es una habitación mutua, la morada de Dios y la de los que le buscan a El. Los que buscan más de Dios son Su morada, y El es la morada de ellos. Por medio de la muerte y la resurrección de Cristo, ha sido cumplida la mezcla de Dios con Su pueblo escogido y redimido para producir la morada mutua.
El sistema religioso de hoy nos ha distraído del disfrute de Cristo. La religión tiene enseñanzas, reglas y ritos con los cuales adorar y servir a Dios. Las enseñanzas de la religión tratan de cómo calibrar el carácter de una persona y cómo mejorar su conducta. En el cristianismo de hoy hay muchas enseñanzas y muchos dones, pero lo triste es que hayan pasado por alto el pensamiento central de Dios revelado en las Escrituras y aun lo hayan perdido. El pensamiento central de Dios consiste en que Dios quiere ser nuestro disfrute. Tenemos que participar de El y disfrutarle, no sólo debemos conocerle con cierta cantidad de conocimiento objetivo, sino que debemos conocerle en nuestra experiencia subjetiva. Tenemos que probarle como David nos manda en Salmos 34:8: “Gustad, y ved que es bueno Jehová”. En el salmo 36 se nos dice que necesitamos saciarnos abundantemente de la grosura de la casa del Señor, disfrutando el manantial de la vida en la luz del Señor. Esto describe el disfrute y la experiencia que tenemos del Señor mismo. No es suficiente obtener algún conocimiento objetivo acerca del Señor y aprender muchas doctrinas y enseñanzas con respecto a El. Debemos experimentarle y gustarle.
La que buscaba en Cantar de Cantares dijo: “Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los jóvenes; bajo la sombra del deseado me senté, y su fruto fue dulce a mi paladar” (2:3). Esto indica cuán precioso es el Señor para la que le busca. El es como el manzano que provee de sombra y del rico fruto a la que le busca. Podemos descansar bajo Su sombra y disfrutar Su fruto, el cual es todas Sus riquezas disponibles para nosotros. El fin del manzano no es el estudio científico de la que le busca, sino proveerle manera de descansar bajo su sombra y de disfrutar su fruto. Necesitamos experimentar y disfrutar al Señor de semejante manera.
Por muchos años he recibido las enseñanzas, la ayuda y aun la fortaleza para disfrutar al Señor de tal manera. Es por esto que no debemos centrarnos en las doctrinas, en las enseñanzas ni en los dones, sino que debemos concentrar todo nuestro ser en el Señor mismo. Debemos aprender a disfrutarle, tocarle, comerle y participar de El. El Señor dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí” (Jn. 6:57). Tenemos que aprender a conocer al Señor en nuestra experiencia, día tras día gustándole y saciándonos de El. Necesitamos saciarnos de la grosura de Su casa, y ser saturados e impregnados con Su dulzura.
Si disfrutamos al Señor de esta manera, este disfrute creará un hambre profunda en nosotros por el deseo del corazón del Señor, es decir, Su morada. Este disfrute nos incitará a orar: “Señor, llévame a la plena experiencia de la vida de iglesia. Guárdame en Tus atrios y en Tu casa todos los días de mi vida”. El disfrute del Señor le introducirá a usted en la vida de iglesia, y ésta hará que le disfrute aún más como el manantial de la vida y como la fuente de la luz. A veces la gente nos preguntaba de dónde viene la luz que hemos recibido. Querían saber cuáles son los libros que hemos estudiado para poder sacar esta luz de la Palabra. En realidad, la luz que hemos recibido es el propio Señor viviente en la iglesia. En la iglesia la Biblia está abierta. La iglesia está tipificada por el tabernáculo. Dentro del tabernáculo está la mesa del pan de la proposición, la cual es la fuente, el manantial, de la vida, y el candelero, el cual es la fuente de la luz. La vida y la luz están en la casa del Señor, en la iglesia, el edificio de Dios. Esta vida y esta luz son inagotables en la iglesia. En la casa del Señor hay luz en abundancia, como dijo el salmista: “En tu luz veremos la luz” (36:9).
El disfrute del árbol de la vida da por resultado el tabernáculo, la casa del Señor. Si le disfrutamos de una manera viviente y real como árbol de la vida, tendremos el tabernáculo y estaremos en la casa del Señor. En ese momento podremos decir que estamos saciados de la grosura de la casa del Señor. Le disfrutaremos como el manantial de la vida y como la fuente de la luz. Sólo desearemos morar en Su casa todos los días de nuestra vida y comprenderemos plenamente que un día en Sus atrios es mejor que mil. Seremos como el gorrión que halla casa y la golondrina que encuentra nido para sus polluelos en los altares de la casa (Sal. 84:3). La vida de iglesia será nuestro lugar de reposo y un nido donde podemos cuidar a los que hemos traído al Señor. Damos gracias y alabanzas al Señor por la grosura de Su casa.