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Mensajes del libro «Autobiografía de una persona que vive en el espíritu, La»
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La autobiografía de una persona que vive en el espíritu

PREFACIO

  Los capítulos de este libro se basan en mensajes sobre 2 Corintios dados por el hermano Witness Lee durante el verano de 1967 en Los Angeles, California. En ellos, el hermano Lee afirma que la idea central de la Biblia se resume en que: Dios en Cristo desea forjarse en nosotros por medio del Espíritu para que El y nosotros seamos verdaderamente uno en vida, en naturaleza y en el Espíritu. La segunda epístola a los Corintios es el libro más profundo de todas las Escrituras que nos revela de manera práctica el propósito de Dios, ya que en lugar de abordar asuntos doctrinales, trata principalmente acerca del disfrute y de las experiencias que tenemos de Cristo.

  Además, el hermano Lee señala que 2 Corintios podría considerarse una autobiografía del apóstol Pablo, pues al leerla podemos darnos cuenta qué clase de persona era él. Esta epístola presenta el retrato de una persona que vive en el espíritu. A fin de disfrutar y experimentar a Cristo ricamente debemos ser personas que viven en el espíritu según los diez aspectos descritos en 2 Corintios: cautivos, cartas, espejos, vasos, embajadores, colaboradores, un templo, una virgen, y los que aman a la iglesia y saborean a Cristo. Por medio de estos aspectos Dios se forja en nosotros y nos constituye ministros del nuevo pacto para la edificación de la iglesia. Es nuestro deseo que el lector sea conducido por medio de mucha oración a la realidad y experiencia de las riquezas de Cristo, como se revela en 2 Corintios.

  Octubre de 1986 Benson Phillips Irving, Texas

EL MINISTERIO

  La epístola de 2 Corintios aborda el tema del ministerio, el cual se constituye, se forma y se produce en nosotros cuando experimentamos las riquezas de Cristo mediante los sufrimientos, las presiones que nos consumen y la obra aniquiladora de la cruz. El ministerio no consiste meramente en tener un don o una habilidad. Una persona puede ser elocuente, expresarse con fluidez, dar buenos ejemplos y recitar proverbios, pero esto sólo forma parte de su habilidad natural. Lo que necesita la iglesia, el Cuerpo, es el ministerio. Hoy el Cuerpo de Cristo necesita hermanos y hermanas que hayan sido plenamente infundidos por Dios, que tengan a Cristo forjado en su ser, no como simple conocimiento mental que los capacite para dar enseñanzas a otros, sino que posean las riquezas de Cristo en su espíritu a fin de impartirlas en los demás. Espero que tales hermanos y hermanas salgan por doquier a tener contacto y comunión con otras personas. Con el tiempo, en los lugares que ellos visiten se verá el crecimiento en vida de los santos y la edificación. En la actualidad abundan las enseñanzas, el conocimiento y los dones, pero hay una gran escasez de ministerio; esto debe despertar en nosotros un anhelo de participar en tal ministerio. Debemos orar: “Señor, concédeme Tu gracia para que sea librado de mi concepto en cuanto a los dones. Anhelo que en mi ser se forje Dios en Cristo por el Espíritu. Forja el elemento divino en mí para que lo ministre en otros, y así tenga el ministerio divino de Cristo”. La iglesia necesita el ministerio mucho más que de los dones.

CONSOLADOS POR DIOS

  En 2 Corintios 1:4-6 dice: “El cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que podamos nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan para con nosotros los sufrimientos del Cristo, así abunda también por el Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación, la cual se opera en el soportar con fortaleza los mismos sufrimientos que nosotros también padecemos”. Orar-leer estos versículos muchas veces nos ayudará a comprender que la iglesia necesita el ministerio. Dios nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que nosotros consolemos a los demás.

LA OBRA DE LA CRUZ

  Cuanto más abunden en nosotros los sufrimientos de Cristo, más experimentaremos consolación y refrigerio. Si anhelamos ministrar algo de Dios en Cristo a otros, es menester que suframos. La cruz es el camino a seguir para poseer las riquezas de Cristo y ministrarlas en los demás. Sólo la obra de la cruz puede producir tal ministerio.

  Pablo dice que Dios lo había puesto en una situación donde fue “abrumado sobremanera” (1:8), es decir, que estaba excesivamente cargado y oprimido con el fin de que pudiera consolar a otros. Quizás usted se haya preguntado por qué le sobrevienen tantos problemas; es posible que tenga problemas con su cónyuge, con sus hijos o aun con su cuerpo. ¿Había usted notado en esta epístola la frase: “abrumados sobremanera”? Quizás usted se sienta presionado, pero ¿se siente abrumado sobremanera? Si ésta es su experiencia, la cruz ha operado para eliminarlo y darle fin.

  Pablo relata que él y sus colaboradores fueron abrumados sobremanera más allá de sus fuerzas, al punto que aun perdieron “la esperanza de vivir” (1:8). Muchos hermanos jóvenes son fuertes, pero tarde o temprano el Señor los pone bajo constante presión. Al principio, tratan de aguantar los sufrimientos por sí mismos, pero finalmente se rinden al Señor, diciendo: “Señor, desisto de mis esfuerzos. La presión a la que me sometes va más allá de mis fuerzas”. Cuando usted pase por sufrimientos, no trate de soportarlos con sus propias fuerzas ni trate de vencerlos por sí mismo. Tarde o temprano, el Señor lo pondrá bajo una presión que va más allá de sus fuerzas. Cuando estamos bajo presión, generalmente tratamos de valernos de nuestros propios esfuerzos —ya sean físicos, mentales o espirituales— para solucionar la situación; pero cuanto más nos esforcemos, más seremos presionados, hasta que finalmente nos rindamos y admitamos que estamos abrumados más allá de nuestras fuerzas. ¡Alabado sea el Señor, que nos abruma más allá de nuestras fuerzas!

  Después de que Pablo expresa que él y sus colaboradores fueron abrumados sobremanera, de modo que aun perdieron la esperanza de vivir, añade: “De hecho tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos” (1:9). Cuando los apóstoles estuvieron bajo la presión de la aflicción, habiendo perdido la esperanza aun de conservar la vida, pudieron haberse preguntado cuál sería el resultado de sus sufrimientos. La contestación o respuesta era “muerte”. Experimentar la muerte, sin embargo, nos trae a experimentar la resurrección. La resurrección es Dios mismo, quien resucita a los muertos (Jn. 11:25). La obra de la cruz pone fin a nuestro yo, para que en resurrección experimentemos a Dios. Experimentar la cruz siempre da como resultado que disfrutemos al Dios de resurrección. Tal experiencia produce y forma el ministerio (2 Co. 1:4-6). En 4:7-12 se describe este aspecto con más detalles.

  Las palabras de Pablo nos muestran que debemos morir, que debemos ser reducidos a nada. Entonces, dejamos de confiar en nosotros mismos y confiamos únicamente en Dios. Es fácil decir que no debemos confiar en nosotros mismos sino en Dios, pero ser doblegados plenamente en este respecto requiere que pasemos por muchos sufrimientos. Por esta razón, Dios opera en nosotros mediante la cruz a fin de aniquilarnos; de hecho, El opera no sólo para darnos fin, sino también para aniquilar nuestra espiritualidad y logros espirituales, en los cuales equivocadamente tenemos puesta nuestra confianza.

  En 1:12 Pablo dice: “Porque nuestra gloria es ésta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros”. Pablo, en su conciencia, tenía el testimonio de que andaba, se conducía y existía en esta tierra, no con sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios. Algunos definen la sabiduría como la manera ingeniosa de resolver situaciones problemáticas; sin embargo, esta clase de sabiduría proviene de nuestra carne. La sabiduría carnal consiste en usar nuestros propios recursos para obtener beneficios personales; la gracia de Dios es muy diferente, pues consiste en no hacer nada, sino dejar que Dios lo haga todo en nosotros. No se trata de que seamos habilidosos en resolver situaciones, sino de que permitamos que Dios lo haga todo en nosotros y por medio de nosotros. Esta es la gracia de Dios.

  Pablo dice además que él se conducía con sencillez y sinceridad de Dios. Sencillez también significa simplicidad. Dios es sencillo y simple, pero nosotros, cuanto más estamos en la carne y en el alma, más complicados nos volvemos. Una persona que vive en el alma es muy complicada; sin embargo, cuanto más tiempo permanecemos en el Lugar Santísimo, en nuestro espíritu, más sencillos nos volvemos. Cuanto más permanecemos en el espíritu, más sencillos somos en nuestros motivos, en nuestros propósitos y en todos nuestros deseos. En 1:12 se manifiestan la sencillez o simplicidad de Dios, Su gracia y Su sinceridad. Si experimentamos la obra de la cruz de modo que nos dé fin, seremos personas apacibles que disfrutan la gracia de Dios, la cual lo hace todo por nosotros. Llegaremos a ser muy claros y sencillos en nuestros motivos y propósitos. Disfrutaremos la gracia de Dios, y tendremos Su simplicidad y sencillez.

LA UNCION, EL SELLO Y LAS ARRAS DEL ESPIRITU

  Cuando la cruz opera en nosotros, produce resurrección. Por eso, 2 Corintios 1:21-22 dice que Dios nos ungió, nos selló y nos dio en arras el Espíritu como un anticipo. Si hemos de ministrar a Cristo en otros, debemos experimentar a Cristo mediante la obra de la cruz, y la obra de la cruz tiene como fin que Dios nos unja, nos selle y nos dé en arras el Espíritu. El ministerio proviene de esta experiencia. Aunque ya estamos en Cristo y El es nuestra porción, sólo podemos experimentarle mediante la obra de la cruz. Aunque en nosotros ya está la unción, el sello y las arras del Espíritu, necesitamos la operación de la cruz para poder experimentarlos. Si no hemos muerto, será muy difícil responder a la unción y al sello interno, y disfrutar del Espíritu como arras. La obra de la cruz tiene como meta que experimentemos de forma subjetiva la unción y el sello, y que disfrutemos el Espíritu en nosotros como arras; es menester experimentar la obra de la cruz a fin de disfrutar estos tres aspectos.

  La unción viene primero, luego el sello, y por último las arras. Dios nos ungió consigo mismo. La unción es como la pintura, que cuanto más se aplica, más satura. Hoy Dios es el pintor divino que pinta en nosotros todos Sus elementos; cuanto más pinta Sus elementos divinos en nosotros, más se forjan estos en nuestro ser. Así que, Dios imparte todos Sus elementos divinos en nosotros por medio de la unción. Cuando éramos incrédulos no teníamos elementos divinos, sino sólo el elemento humano; pero desde el día en que creímos, Dios nos ha estado ungiendo consigo mismo a fin de infundir Sus elementos divinos en nuestras partes internas. Esta unción tiene como objetivo mezclar los elementos divinos en nosotros hasta que lleguemos a ser plenamente uno con El.

  La unción imparte los elementos de Dios en nuestro ser, y el sello forma, con ellos, una impresión que expresa la imagen de Dios. Por ejemplo, si estampamos un sello sobre un papel, la figura del sello quedará impresa en el papel. La acción de sellar proporciona una imagen. Del mismo modo, Dios no sólo unge todos Sus elementos en nosotros, sino que también nos sella con Su propia imagen. Cuanto más seamos sellados por Dios, más tendremos Su imagen.

  Por último tenemos las arras del Espíritu, las cuales son el anticipo que Dios nos da de Sí mismo como muestra y garantía de que recibiremos el disfrute completo de Dios. Dios mismo se ha depositado en nosotros como anticipo o pago inicial, para que podamos deleitarnos en El interiormente.

  Debe impresionarnos el hecho de que Dios nos haya ungido con todos Sus elementos, nos haya sellado imprimiéndonos Su propia imagen, y se haya depositado en nosotros como anticipo o depósito para que le disfrutemos. Debemos aprender a percibir la unción interior, a cooperar con el sello interior, y a disfrutar las arras del Espíritu Santo como el pago inicial, el anticipo, la prenda, la garantía interior que Dios nos da. Esto se obtiene por medio de la operación de la cruz. La cruz debe aniquilarnos, y entonces podremos decir: “Señor, tengo en mí mismo sentencia de muerte. He perdido la esperanza de vivir. Me doy por vencido. He llegado a mi fin”. Cuando hacemos esta declaración, de inmediato experimentamos en nuestro interior la unción, el sello y las arras del Espíritu. Mediante estas tres experiencias del Espíritu que unge —como unción, como sello y como arras—, junto con la obra de la cruz, se produce el ministerio de Cristo. Mediante la obra de la cruz, la unción, el sello y el anticipo o arras internos, llegaremos a experimentar genuinamente a Cristo. Entonces tendremos el ministerio que Su Cuerpo necesita hoy tan urgentemente. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos haga ver cuánto necesitamos que la obra de la cruz nos aniquile y cuánto precisamos experimentar interiormente la unción, el sello y las arras del Espíritu, a fin de que podamos tener un verdadero ministerio que edifique el Cuerpo de Cristo.

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