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Mensajes del libro «Autobiografía de una persona que vive en el espíritu, La»
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CAPITULO OCHO

LOS QUE AMAN A LA IGLESIA Y SABOREAN A CRISTO

  Lectura bíblica: 2 Co. 1:1; 11:28-29; 7-10, 12:11-19

  Ya hemos visto ocho aspectos de una persona que vive y anda en el espíritu, en la presencia del Señor, los cuales son: cautivos, cartas, espejos, vasos, embajadores, colaboradores, el templo y la virgen. En este capítulo veremos los dos últimos aspectos de tal persona: ama a la iglesia y saborea a Cristo.

LOS QUE AMAN A LA IGLESIA

  Si verdaderamente hemos sido capturados por el Señor, si Cristo es inscrito en nuestro ser interior, si somos espejos que no están cubiertos por un velo y que siempre reflejan a Cristo, si somos vasos que han sido quebrantados a fin de expresarlo a El, si tomamos en serio la responsabilidad de representar a Cristo en la tierra como Sus embajadores, si estamos atados a El a fin de ser Sus colaboradores, si somos el templo para Su descanso y vírgenes que le brindan satisfacción, ciertamente amamos a la iglesia porque ella, el Cuerpo de Cristo, es el deseo de Su corazón. Nada es tan precioso a los ojos del Señor, ni toca tanto Sus sentimientos, como la iglesia. Efesios 5 dice que de tal manera amó Cristo a la iglesia que se entregó a Sí mismo por ella (v. 25). Algunos cristianos han dicho que no deberíamos hablar tanto de la iglesia y nos advierten que tengamos cuidado, no sea que estimemos a la iglesia superior que Cristo y la convirtamos en un ídolo. No obstante, si sabemos qué es la iglesia y si amamos al Señor Jesús y vemos cuál es el deseo de Su corazón, ciertamente amaremos a la iglesia aún más. Actualmente, al Señor no le interesa ninguna otra cosa más que la iglesia. El desea que la iglesia, la cual es Su Cuerpo, lo exprese a El entre los seres humanos. La iglesia no es algo para el futuro ni algo que sólo existe en los lugares celestiales. En el futuro y en los lugares celestiales no habrá problemas que vencer, pero hoy, aquí sobre la tierra, debemos vencer todos los problemas para lograr experimentar la verdadera vida de iglesia y así cumplir el deseo del corazón del Señor. En 2 Corintios vemos que el apóstol se había entregado de corazón a la iglesia y se ocupaba totalmente de ella. El apóstol valoraba la iglesia a lo sumo porque él conocía el deseo del corazón de Dios.

  La segunda epístola que Pablo escribió a los corintios no fue dirigida a unos santos en particular, sino a la iglesia de Dios (1:1); tampoco fue dirigida a la iglesia en los cielos, sino a la iglesia local que estaba en Corinto. En 1:1 Pablo dice: “A la iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya”. Pablo usa la expresión “con todos los santos”, en lugar de “y todos los santos”. Veamos la diferencia entre estas dos expresiones. Si él hubiera escrito “y” en lugar de “con”, habría dado la idea de que la iglesia y los santos son dos entidades distintas; pero el uso de la preposición “con” indica que la iglesia incluye a los santos. Los santos son parte de la iglesia. Si usted no es uno con la iglesia, no es apto para recibir esta epístola. Para recibir esta carta, usted debe estar con la iglesia. La epístola de 2 Corintios no fue escrita a ningún individuo. Vimos que el templo es una entidad corporativa, y que Pablo desposó con Cristo a los creyentes como una virgen corporativa. Si no estamos con la iglesia, no tenemos la posición de recibir lo que está escrito en 2 Corintios, pues esta epístola fue escrita a la iglesia con todos los santos. Por ejemplo, si escribimos una carta a una escuela con sus estudiantes, pero no a la escuela y sus estudiantes individualmente, los estudiantes que no están con la escuela no tienen la posición de recibir dicha carta.

  La carta de Pablo fue dirigida a la iglesia que estaba en una ciudad específica de la tierra, no a la iglesia en los lugares celestiales. Posiblemente usted afirme que está con una iglesia, pero yo le preguntaría, ¿está usted con una iglesia abstracta e invisible en los lugares celestiales, o con una iglesia local práctica y visible en la tierra hoy, en el lugar donde reside? Muchos de los que hablan acerca de la iglesia no tienen iglesia; aunque ellos hablan acerca de un hogar maravilloso en el futuro, en los cielos, hoy día no tienen un hogar. Todas las epístolas que los apóstoles escribieron fueron dirigidas a iglesias locales específicas que estaban en la tierra. Actualmente, todos debemos ser parte de una iglesia local en donde podamos practicar la vida cristiana apropiada.

  El apóstol Pablo era el modelo de uno que amaba a la iglesia. La iglesia en Corinto difamó a Pablo a espaldas suyas, pues dijo que él era astuto para obtener ganancia y que aseguró su provecho enviando a Tito con el fin de que éste recibiera la colecta para los santos pobres (12:16). Si los hermanos de su localidad dijeran que usted ha sido astuto y que los prendió con engaño, probablemente desearía irse de allí. Pero si usted se va, esto indicaría que no ama verdaderamente a la iglesia. A pesar de que los corintios dijeron algo tan denigrante acerca de Pablo, él siguió amándolos. En 12:15 dice: “Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas. Amándoos más, ¿seré yo amado menos?” Cuando Pablo dijo: “gastaré lo mío”, se refería a gastar lo que tenía, o sea, sus posesiones, y cuando dijo: “me gastaré”, se refería a gastar lo que él era, o sea, su mismo ser. Pablo era puro, franco y sincero; sin embargo, la iglesia a la cual ministraba dijo que él era una persona astuta. El no se alegró al oír esto pero tampoco se ofendió, pues siguió amando a la iglesia.

  Una madre genuina y responsable puede en un momento dado sentirse descontenta con sus hijos, pero no se ofende ni los abandona, porque los ama. Si queremos ser de los que siguen al apóstol Pablo, quien es un modelo para los creyentes (1 Ti. 1:16), tenemos que amar a la iglesia sin importar cómo ella nos trate. Si la iglesia que está en nuestra localidad nos maltrata, sería fácil tomar la actitud de alejarnos. Algunos hermanos no asisten a las reuniones porque cierto hermano los ofendió; esto muestra que ellos no han visto qué es la iglesia, o sea, no han visto la expresión local del Cuerpo de Cristo. Si realmente recibimos tal visión, nunca nos ofenderemos y seguiremos amando a la iglesia, no importa cómo nos traten los hermanos. Quizás cuanto más amemos a la iglesia, menos seremos correspondidos por ella. Quizás hasta lleguemos a sentirnos desprestigiados y pensemos que ya no debemos asistir a las reuniones de la iglesia en nuestra ciudad. Tal postura indicaría que no amamos a la iglesia, sino que nos importa más nuestra reputación; si amamos a la iglesia, no nos interesará nuestro prestigio. Si hemos recibido la visión de que la iglesia es el Cuerpo de Cristo que se expresa localmente en el lugar donde vivimos, jamás nos ofenderemos con la iglesia.

  En 1942 prácticamente toda la iglesia donde el hermano Watchman Nee estaba se levantó en contra suya. Algunos hermanos le sugirieron que como los santos lo habían tratado tan mal, sería mejor reunirse en otro lugar. Sin embargo, el hermano Nee les dijo que, sin importar si los santos lo trataban bien o mal, ellos seguían siendo la iglesia; por tanto, mandó a los hermanos que siguieran reuniéndose con la iglesia, sin tener en cuenta lo que le habían hecho a él. Puedo testificar delante del Señor que el hermano Nee aún continuó amando a la iglesia después de aquel acontecimiento, e incluso hizo muchas cosas de manera secreta para ayudar a la iglesia que tanto se le opuso. ¡Alabado sea el Señor! Después de seis años, en 1948, toda la iglesia se arrepintió. Si amamos a la iglesia, no importará la manera como ella nos trate; la amaremos simplemente porque ella es la expresión del Cuerpo de Cristo.

  El apóstol Pablo dijo que con el mayor placer gastaría todo lo que tenía y también todo lo que era. ¡De tal manera amaba a la iglesia! Si no amamos a la iglesia así como el apóstol Pablo la amaba, entonces no tendremos ningún derecho para hablar de ella. Si deseamos practicar la vida de iglesia y tomar en serio las cosas del Señor, debemos amar a la iglesia con todo lo que tenemos y con todo lo que somos, y debemos estar dispuestos a gastarlo todo en la iglesia y por ella. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos conceda Su gracia. Si delante del Señor deseamos con seriedad que se produzca una expresión local de Su Cuerpo, no podemos ser indiferentes. Debe ser nuestro testimonio ante el Señor que amamos a Su Cuerpo aun más que a nosotros mismos; si somos así, tendremos la posición para hablar acerca de la iglesia. No necesitamos más enseñanzas teóricas, sino la vida práctica de iglesia.

  Conocí a un hermano que vio la expresión local del Cuerpo de Cristo, y como resultado, dedicaba todo su tiempo libre a la vida de iglesia e invertía el mínimo de horas necesarias para ganarse el sustento. Este hermano y su esposa amaban a la iglesia de manera incondicional, y estaban dispuestos a gastar todo lo que tenían y todo lo que eran por ella. No debemos hablar vanamente acerca de la iglesia, sino participar en la vida práctica de iglesia. ¿Estamos verdaderamente resueltos a practicar la vida de iglesia en la tierra hoy, o nos contentaremos simplemente con hablar buenas enseñanzas en cuanto a la iglesia sin que lo practiquemos? Si verdaderamente estamos en serio con el Señor, amaremos a la iglesia con cada gota de sangre que tengamos. Pablo estuvo dispuesto a gastar todo lo que tenía, y aun gastarse a sí mismo por el bien de la iglesia en Corinto, a pesar de que cuanto él más los amaba, menos le correspondían. El era el modelo de uno que ama a la iglesia.

  En 11:28 Pablo dice: “Y además de otras cosas no mencionadas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias”. La palabra “agolpa” mencionada en este versículo significa literalmente “multitud (de preocupaciones) que me presionan”. Pablo amaba a todas las iglesias que estaban en muchas ciudades distintas. El tenía una preocupación verdadera y sincera por todas ellas. Si queremos que 2 Corintios llegue a ser nuestra experiencia, debemos ser uno con la iglesia y amarla incondicionalmente.

LOS QUE SABOREAN A CRISTO

  El décimo aspecto de una persona que vive en el espíritu consiste en ser uno que saborea a Cristo. Si hemos de amar a la iglesia debemos experimentar a Cristo, es decir, debemos ser los que saborean a Cristo, pues sólo así tendremos algo de Cristo para ministrar a la iglesia que amamos. En 2 Corintios encontramos el aspecto de amar a la iglesia, pero aún más vemos el aspecto de saborear a Cristo, de disfrutarlo y de experimentarlo. Pablo recibió muchas visiones y revelaciones; él nos dice que “fue arrebatado hasta el tercer cielo” (12:2), y también que “fue arrebatado al Paraíso” (v. 4). El apóstol Pablo, por ser un hombre que vivía en la tierra, conocía las cosas de la tierra. Pero los hombres no conocen las cosas que están en los cielos ni las que están en el Paraíso, la cual es la sección agradable del Hades (Lc. 23:43; 16:23, 25); no obstante, el apóstol Pablo fue arrebatado a estas dos regiones desconocidas. Así que, recibió visiones y revelaciones de estas regiones escondidas. Por esta razón mencionó estas dos partes remotas del universo.

  Estas visiones y revelaciones, sin embargo, no hicieron que Pablo amara a la iglesia; él llegó a amarla porque experimentó, saboreó y disfrutó a Cristo. Después de que Pablo recibió estas visiones y revelaciones, dijo: “Y para que la excelente grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás, para que me abofetee, a fin de que no me enaltezca sobremanera” (12:7). Pablo rogó al Señor tres veces que le quitara el aguijón de su carne; no obstante, el Señor no quiso quitarlo, a fin de que Pablo pudiese saborear y disfrutar a Cristo como gracia, y pudiera experimentar Su poder. El Señor le dijo a Pablo: “Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad” (12:9). Esta no fue una visión ni una revelación, sino más bien una experiencia.

  Actualmente el Cuerpo de Cristo no necesita a un grupo de personas llenas de visiones y de revelaciones, sino a aquellos que experimentan a Cristo de forma práctica, es decir, a los que disfrutan de Cristo y lo saborean. Al experimentar a Cristo de esta manera, obtenemos algo concreto de El que podemos ministrar a Su Cuerpo. Las visiones y revelaciones por sí solas no funcionan, pues aunque el apóstol Pablo recibió visiones, tuvo que “entrar en el horno”. Si usted dice que tiene visiones y revelaciones, debe prepararse para “entrar en el horno”. El Señor frecuentemente envía pruebas y sufrimientos para que experimentemos a Cristo como nuestra gracia y poder. El Señor permite que tengamos un aguijón, a fin de que experimentemos el poder de Cristo en nuestra debilidad.

  Es menester que hoy en la iglesia un grupo de hermanos y hermanas estén bajo el aguijón, bajo presión, para que experimenten a Cristo de forma práctica. Debemos experimentar a Cristo como la gracia que todo lo provee, la cual suple todas nuestras necesidades sin importar el ambiente en que nos encontremos. Además, al saborearlo a El, experimentamos Su poder que se perfecciona en nuestra debilidad. Debemos pasar por sufrimientos para que la suficiencia de la gracia del Señor sea magnificada en nosotros, así como es necesario que padezcamos debilidad para que se exhiba la perfección del poder del Señor. Al experimentar a Cristo como nuestra gracia y poder, tendremos algo real de Cristo para ministrar a Su Cuerpo, al cual amamos. Si amamos a la iglesia, debemos saborear a Cristo; de lo contrario, no tendremos nada que ministrarle a ella. El Cristo que disfrutamos y experimentamos es lo único que tenemos para ministrar a la iglesia. Por esta razón, es importante experimentar a Cristo de forma práctica en medio de nuestros sufrimientos. El ministerio se constituye, se produce y se forma en nosotros cuando experimentamos ricamente a Cristo en medio de los sufrimientos, las presiones que nos consumen y la obra aniquiladora de la cruz.

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