
Primera parte: la autoridad y la sumisión
En 1949 Watchman Nee dio una serie de mensajes acerca de la autoridad y la sumisión en un adiestramiento dirigido a los colaboradores llevado a cabo en Kuling, Fuchow. Quienes estuvieron en esas reuniones cayeron postrados ante la gran luz que Dios vertió, y recibieron una clara percepción de la forma en que el maligno llena toda la tierra, y del gran desconocimiento de ello entre aquellos a quienes el Señor salva. ¿Cómo podrá venir el reino de Dios, al final de esta era, si Sus hijos no tienen un testimonio de verdadera sumisión al Señor?
En los últimos diez años, algunos hermanos recopilaron estos preciosos mensajes en forma de bosquejos para estudiarlos y otros distribuyeron copias de sus notas personales con ese mismo fin. Sin embargo dichos bosquejos y dichas notas son demasiado breves y además incompletos. Por consiguiente, la Librería Evangélica de Taiwan reunió todas las notas disponibles y las organizó en once mensajes que fueron publicados como una serie en la revista El ministerio de la Palabra, el año pasado. Debido a la inexactitud de las notas, creemos que los mensajes publicados en ese entonces eran limitados en contenido y se desviaban bastante del tono y del estilo del hermano Nee. Así que, aquellos mensajes pueden considerarse las notas más detalladas que tenemos a nuestra disposición. Para suplir la necesidad de los hijos de Dios en todas partes, hemos recogido estos once mensajes en la presente obra con la esperanza de que el Señor nos permita lograr un compendio más exacto en el futuro.
Los editores Librería Evangélica de Taiwan 20 de enero de 1967
Esta obra se basa en una serie de mensajes que Watchman Nee dio en el adiestramiento que ofreció en el monte de Kuling en los años 1948 y 1949, y consta de dos partes que tienen una estrecha relación entre sí. En 1988 Living Stream Ministry publicó la primera parte en inglés bajo el título Authority and Submission, libro que abarcaba como tema general la autoridad espiritual y la sumisión. La presente edición incluye una segunda parte, anteriormente traducida del chino, que trata de la autoridad que Dios delega.
El centro de todas las disputas de todo el universo es la decisión de a quién pertenece la autoridad. Tenemos que enfrentarnos con Satanás cuando afirmamos que la autoridad le pertenece a Dios. También debemos someternos a la autoridad de Dios y defenderla. Necesitamos encontrarnos cara a cara con la autoridad de Dios para darnos cuenta de lo que significa dicha autoridad.
Antes de que Pablo se diera cuenta de lo que significaba esta autoridad, quiso erradicar la iglesia de la tierra. Pero después de encontrarse con el Señor cuando iba hacia Damasco, comprendió que es difícil dar coces (utilizar la energía del hombre) contra el aguijón (la autoridad de Dios). Cayó en tierra, reconoció a Jesús como Señor y se sometió a las instrucciones de Ananías. Pablo se encontró con la autoridad de Dios. En su conversión, entendió no solamente el significado de la salvación sino también el de la autoridad de Dios.
Pablo era un hombre culto y versado, mientras que Ananías era un hermano insignificante. La Biblia solamente lo menciona una vez. Si Pablo no se hubiera encontrado con la autoridad de Dios, no habría podido hacerle caso a Ananías. Si uno no se encuentra con la autoridad de Dios “en camino a Damasco”, no podrá someterse a un hermano pequeño e insignificante en “Damasco”. Esto nos muestra que todo aquel que se encuentra con la autoridad, se relacionará con ésta, y no con la persona que la tiene. Solamente debemos prestar atención a la autoridad, no a la persona, ya que nuestra sumisión no está dirigida a una persona sino a la autoridad de Dios en esa persona. Si ésta no es nuestra actitud, no sabremos lo que es la autoridad. Si nos sometemos primeramente a una persona, y no a la autoridad que inviste a esa persona, estamos completamente equivocados. Si tocamos primero la autoridad y luego nos sometemos a la persona independientemente de quién sea, vamos por el camino correcto.
La única meta de Dios en la iglesia es manifestar Su autoridad en el universo. Podemos ver la autoridad de Dios en la coordinación que se tiene en la iglesia.
Dios emplea una enorme fuerza para mantener Su autoridad, la cual es más fuerte que todo lo demás. Todos nosotros, los que tenemos tanta confianza en nosotros mismos y que en realidad estamos tan ciegos, necesitamos encontrarnos cara a cara con la autoridad de Dios, por lo menos una vez en la vida. Sólo cuando somos quebrantados podemos ser sumisos y comenzamos a descubrir lo que es la autoridad de Dios. Sólo cuando uno se encuentra con la autoridad de Dios puede someterse a la autoridad que El delega.
La mayor exigencia que Dios hace al hombre no es que lleve la cruz, ni que dé ofrendas, ni que se consagre, ni que se niegue al yo, sino que se someta a El. Dios le ordenó a Saúl atacar a los amalecitas y destruirlos completamente junto con todo lo que ellos tenían (1 S. 15:1-3). Pero cuando Saúl derrotó a los amalecitas, le perdonó la vida a Agag, el rey de ellos. También preservó las mejores ovejas, el ganado y todo lo bueno, y no quiso destruirlos para ofrecerlos a Dios (vs. 7-9, 14-15). Pero Samuel le dijo: “El obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (v. 22). El sacrificio del cual se habla aquí, es el holocausto, el cual no tiene relación alguna con el pecado, sino que se ofrece para ser aceptado por Dios y para traerle satisfacción. Sin embargo, Samuel le dijo que prestar atención y obedecer es mejor que ese sacrificio. Esto se debe a que aun al ofrecer el holocausto, existe la posibilidad de que haya una mezcla con la voluntad del hombre. Solamente prestar atención y obedecer honran de una manera absoluta a Dios y exaltan su voluntad.
La obediencia es la otra parte de la autoridad. A fin de obedecer, es necesario quitarnos de en medio. Una persona no puede obedecer en su propio yo. Solamente se puede obedecer viviendo en el espíritu. La obediencia es la expresión más alta de nuestra respuesta a la voluntad de Dios.
Algunos piensan que la oración que el Señor ofreció en el huerto de Getsemaní, donde sudó grandes gotas que caían como sangre a la tierra, es una señal de Su debilidad en la carne y de Su temor de beber la copa (Lc. 22:44). Pero ése no es el caso. La oración hecha en Getsemaní se rige por el mismo principio al que se alude en 1 Samuel 15:22. La oración que el Señor elevó en Getsemaní es la mejor expresión de la sumisión a la autoridad de Dios. La sumisión de nuestro Señor a la autoridad de Dios va mucho más allá de Su sacrificio en la cruz. El sinceramente buscaba conocer la voluntad de Dios. El no dijo: “Tomaré la cruz” ni “Debo beber la copa”. El solamente prestó atención y obedeció. El dijo: “Si es posible, pase de Mí esta copa” (Mt. 26:39b). Aquí no se ve Su preferencia, porque después añade: “Pero no sea como yo quiero, sino como Tú” (v. 39c). La voluntad de Dios es absoluta, mientras que la copa (ir a la cruz) no lo es. Si no hubiera sido la voluntad de Dios que El fuera crucificado, el Señor Jesús bien podría pasar de largo y no ir a la cruz. Antes de que el Señor entendiera el significado de la voluntad de Dios, la “copa” y “la voluntad de Dios” eran dos cosas diferentes. Pero al entenderlo, la “copa” llegó a ser la “copa que el Padre le había dado”; así, la voluntad de Dios y la copa llegaron a ser una sola cosa. La voluntad es la representación de una autoridad. Por lo tanto, cuando la sumisión proviene de conocer la voluntad de Dios, es una sumisión a la autoridad. Si no hay oración ni está uno dispuesto a conocer la voluntad de Dios, no podrá sujetarse a la autoridad.
Una vez más el Señor dijo: “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber? (Jn. 18:11). Aquí el Señor reconoce la autoridad de Dios, y no exalta Su propia cruz. Al mismo tiempo, cuando entendió que beber la copa (ser crucificado para redimirnos) era la voluntad de Dios, dijo inmediatamente: “Levantaos, vamos” (Mt. 26:46). El obedeció rápidamente. Puesto que la cruz significa el cumplimiento de la voluntad de Dios, la muerte del Señor es la expresión más elevada de sumisión a la autoridad. Y aunque la cruz es el centro del universo, no está por encima de la voluntad de Dios. El Señor valora la autoridad de Dios (Su voluntad) más que ir a la cruz (el sacrificio). Nuestro servicio a Dios no debe ser un sacrificio voluntario ni la negación de nuestro yo, sino el cumplimiento de Su voluntad. Tampoco es un asunto de llevar la cruz, sino de someternos a la voluntad de Dios. Este es el principio básico. Si el principio de la rebelión está presente, hasta un sacrificio es un deleite y una gloria para Satanás. Saúl pudo ofrecer ovejas y ganado, pero Dios no reconoció eso como un sacrificio porque estaba mezclado con el principio de Satanás. Pasar por alto la autoridad de Dios es pasar por alto a Dios mismo. Por consiguiente, la Biblia dice que la rebelión es como el pecado de adivinación, y la obstinación como ídolos e idolatría (1 S. 15:23).
Quienes participamos en la obra del Señor somos siervos de Dios. Por lo tanto, lo primero con lo que nos encontramos es la autoridad. Tocar la autoridad es tan práctico como tocar la salvación. Para nosotros ésta es una lección muy profunda. Debemos ser afectados y golpeados por la autoridad, por lo menos una vez en la vida. Cuando hayamos tocado la autoridad, la veremos dondequiera que nos encontremos, y sólo entonces Dios podrá restringirnos y comenzar a usarnos.
En Mateo 26 y 27 el Señor pasó por dos clases de juicios: el de la religión, ante el sumo sacerdote (26:57-66), y el del gobierno civil, ante Pilato (27:11-14). Cuando Pilato lo interrogó, el Señor podía guardar silencio, porque El no estaba atado a las leyes terrenales. Pero cuando el sumo sacerdote le conjuró por el Dios viviente, el Señor tuvo que contestar, pues el asunto se relacionaba con la sumisión a la autoridad. También en Hechos 23 cuando Pablo fue juzgado, al darse cuenta de que Ananías era el sumo sacerdote de Dios, se le sujetó. Los obreros del Señor debemos encontrarnos cara a cara con la autoridad. De lo contrario, nuestra obra no se regirá por el principio de la voluntad de Dios, que es la sumisión a la autoridad, sino que nos encontraremos en el principio de la rebelión de Satanás, que consiste en obrar fuera de la voluntad de Dios. Este asunto requiere en verdad una revelación profunda.
En Mateo 7:21-23 el Señor reprendió a los que profetizaron, echaron fuera demonios e hicieron milagros en Su nombre. ¿Que había de malo en las obras realizadas en nombre del Señor? El problema radicaba en que el hombre era la fuente de todas esas obras. Externamente se veía al hombre trabajar en nombre del Señor, pero en realidad era la actividad de la carne. Por esta razón, el Señor los consideró hacedores de maldad. Más adelante el Señor dice que sólo quienes hacen la voluntad de Dios pueden entrar en el reino de los cielos. Esto nos muestra que todas las acciones deben originarse en la sumisión a la voluntad de Dios. El tiene que ser la fuente y el que designa todas las obras. No debemos buscar ninguna obra en el hombre. Sólo cuando el hombre entiende la voluntad de Dios en la obra que se le ha asignado, puede experimentar la realidad de la autoridad del reino de los cielos.
En el universo existen dos grandes acciones: creer para ser salvo, y someterse a la autoridad. En otras palabras, confiar y obedecer. La Biblia nos muestra que el pecado es la infracción de la ley (1 Jn. 3:4). En Romanos 2:12 la expresión “sin ley” equivale a “infringir la ley”. Vivir sin ley significa hacer a un lado la autoridad de Dios, lo cual es pecado. La transgresión se relaciona con la conducta, mientras que vivir sin ley tiene que ver con la actitud y con los motivos del corazón. La edad presente es una edad rebelde; el mundo está lleno de pecados de rebelión. Inclusive, el inicuo está a punto de manifestarse. Al mismo tiempo, la autoridad va siendo cada vez más desplazada en el mundo. Al final, toda la autoridad será desechada, y lo único que quedará será un reino de rebeldía.
Por consiguiente, existen dos principios en el universo: la autoridad de Dios y la rebelión de Satanás. No podemos servir a Dios y, al mismo tiempo, tomar el camino de la rebelión, adoptando un espíritu de rebelión. Aunque una persona rebelde puede predicar el evangelio, Satanás se ríe de ella, porque el principio de él está presente en esa predicación. El servicio siempre debe ir a la par de la autoridad. ¿Queremos someternos a la voluntad de Dios o no? Los que servimos a Dios debemos llegar a comprender este hecho. Es como tocar la electricidad. Una vez que uno la toca, jamás la vuelve a tratar descuidadamente; del mismo modo, cuando el hombre se encuentra con la autoridad de Dios y es azotado por ella, sus ojos serán iluminados. Podrá discernir no sólo lo que hay en sí mismo sino en otros también. El sabrá quien es rebelde y quien no lo es.
Que Dios tenga misericordia de nosotros para que seamos liberados de la rebelión. Entonces, al conocer Su autoridad y haber aprendido las lecciones necesarias acerca de la sumisión, podremos guiar a los hijos de Dios por la debida senda.