
Lectura bíblica: Ro. 13:1; 1 P. 2:13-14; Ef. 5:22-24; 6:1-3; Col. 3, 18,10,22; 1 Ts. 5, 12-13; 1 Ti. 5:17; 1 P. 5:5; 1 Co. 16:15-16
Dios es la fuente de toda autoridad en el universo. Todas las autoridades de la tierra fueron establecidas por El y, como tales, representan y poseen la autoridad de Dios. Dios estableció sistemas de autoridad para expresarse, de tal manera que cuando un hombre se encuentra con esta autoridad, se encuentra con Dios. Cuando la presencia de Dios está disponible, el hombre puede conocerlo por medio de ella, pero cuando no lo está, el hombre puede conocer a Dios por medio de Su autoridad. Cuando la presencia de Dios estaba en el huerto del Edén, el hombre podía conocerlo personalmente; pero cuando Dios no estaba presente, el hombre se acordaba de Su mandamiento, el cual le prohibía comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Esta era otra manera por medio de la cual el hombre conocía a Dios. No es común que el hombre se encuentre con Dios. (Obviamente, no nos referimos al hecho de que en la iglesia, cuando uno vive en el espíritu, puede estar en contacto con Dios continuamente.) La manifestación de Dios se ve frecuentemente en Sus mandamientos. Sólo los labradores malvados necesitan que el dueño de la viña venga en persona, pese a que los siervos y el hijo del dueño de la viña lo representaban plenamente (Mr. 12:1-9).
Algunas personas son establecidas por Dios para dar mandamientos y ser autoridades Suyas. Todos los que están en una posición de autoridad, fueron establecidos por Dios. Por lo tanto, todas las autoridades que Dios estableció deben respetarse. Dios hoy confía Su autoridad al hombre y, para ello, estableció a muchos hombres sobre la tierra para que manifiesten Su autoridad. Si queremos aprender a someternos a Dios, debemos reconocer a quienes recibieron autoridad de parte de El. Si pensamos que solo Dios tiene autoridad, es muy probable que ofendamos constantemente Su autoridad. ¿A cuántas personas consideramos que son la autoridad de Dios? No tenemos opción de escoger entre la autoridad directa de Dios y la autoridad que El delega. No sólo tenemos que someternos a la autoridad directa de Dios, sino también a Su autoridad delegada, porque no hay autoridad que no provenga de Dios.
Con respecto a la autoridad terrenal, Pablo no sólo nos dio instrucciones positivas sobre la sumisión, sino también una advertencia negativa: Aquellos que resisten las autoridades superiores, están resistiendo a lo establecido por Dios (Ro. 13:1). Cuando el hombre rechaza la autoridad delegada de Dios, rechaza la autoridad de Dios. En la Biblia vemos que la autoridad tiene una sola implicación; no existe ninguna autoridad que no provenga de Dios. Así que, si rechazamos la autoridad rechazamos a Dios mismo, y El no pasará por alto esto. Todos los que resisten la autoridad serán juzgados. Es imposible que nos rebelemos y quedemos impunes. Por lo tanto, cuando el hombre rechaza la autoridad, está en muerte. Al encontrarnos frente a la autoridad no tenemos otra alternativa que sujetarnos.
En los tiempos de Adán, Dios delegó Su autoridad gubernamental al hombre y le entregó el gobierno de la tierra (Gn. 1:28). En ese entonces, el hombre solamente regía a los animales. Solamente después del diluvio, Dios confió a Noé Su autoridad gubernamental para que rigiera a los hombres. Por lo cual El dijo: “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada” (9:6). Desde aquel momento, Dios delegó al hombre Su autoridad, para que gobernara sobre los demás. En la época de Noé, Dios comenzó a establecer gobiernos y puso al hombre bajo dichos gobiernos.
En Exodo 20, después de que el pueblo de Dios salió de Egipto al desierto, Dios les dio los diez mandamientos. Después de eso, estableció preceptos por los cuales debían regir su conducta. Uno de tales preceptos dice: “...ni maldecirás al príncipe de tu pueblo” (22:28), lo cual demuestra que Dios los puso bajo autoridades gubernamentales. Por lo tanto, aun en los días de Moisés, vemos que cuando los israelitas rechazaban la autoridad, rechazaban a Dios.
Todas las naciones de la tierra tienen gobernantes. Aunque éstos no crean en Dios, y aunque su reino esté bajo Satanás, el principio de autoridad sigue presente, ya que Dios así lo estableció. El reino de Israel era el reino de Dios, y es obvio que el rey David, fue establecido por Dios, pero el rey de Persia también fue establecido por Dios (Is. 45:1). Cuando el Señor estuvo en la tierra, también se sometió al gobierno y a la autoridad del sumo sacerdote. Por esta misma razón, pagó el impuesto [del templo], y dijo que debemos dar a César lo que es de César. Mientras el sumo sacerdote lo juzgaba, lo conjuró por el Dios altísimo que respondiera, y El tuvo que obedecer. El Señor los reconocía como autoridades terrenales, y jamás agitó ninguna revolución.
En Romanos 13:4 Pablo nos muestra que todos los magistrados son siervos de Dios. En ese entonces, el gobierno de su nación estaba en manos de los romanos. Desde el punto de vista humano, podemos decir que no tenemos que someternos a los agresores extranjeros. Pero Pablo no dice que nos rebelemos contra los gobiernos extranjeros; por tanto, no sólo debemos someternos a nuestra propia nación, sino que debemos someternos al gobierno del lugar donde nos encontremos. Yo no puedo desobedecer a un gobierno local porque soy de otra nacionalidad, pues la ley no es dada para infundir temor al que hace lo bueno, sino al malo. No importa cuánto varíen las leyes de diferentes naciones, todas provienen de la ley de Dios. El principio básico radica en recompensar al bueno y castigar al malo. Cada gobierno tiene sus propias leyes y las hace cumplir, de manera que el bueno sea recompensado y el malo castigado. No llevan en vano la espada. Aunque hay gobiernos que defienden al malo y oprimen al bueno, se ven obligados a torcer la verdad y llamar a lo bueno malo, y a lo malo bueno. En ningún caso pueden decir que defienden a los malhechores ni que castigan a los justos. Hasta el presente, todos los gobiernos sostienen el principio de recompensar al bueno y castigar al malo. Tal principio es irrevocable. Cuando el inicuo (el anticristo) se manifieste, tergiversará todas las autoridades. Ese será el final del mundo. Entonces lo bueno será considerado malo, y lo malo bueno; lo bueno será eliminado, y lo malo prevalecerá.
La sumisión a la autoridad en la tierra tiene cuatro características. Pagar lo que debemos: (1) al que impuesto, impuesto, (2) al que pago, pago, (3) al que respeto, respeto y (4) al que honra, honra.
El creyente siempre está sujeto a la ley, no por temor al castigo sino por causa de su conciencia delante de Dios. Si él no se somete, su conciencia lo reprenderá. Esta es la razón por la cual debemos someternos a las autoridades superiores. Los hijos de Dios no deben criticar al gobierno gratuitamente. Aun el policía que vigila en la calle es una autoridad establecida por Dios. El es un oficial de Dios que cumple su deber. ¿Cuál debe ser nuestra actitud con respecto a los impuestos y las tarifas? ¿Tomamos el gobierno local como autoridad de Dios? ¿Nos sometemos a él? Si el hombre no se ha encontrado con la autoridad, no podrá someterse. Cuanto más se le pida que se someta, más difícil se le hará. En 2 Pedro 2:10 dice: “Y mayormente a aquellos que andan tras la carne, llevados de los deseos corrompidos, y que desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, injurian sin temblar a las potestades superiores”. Hay muchos que han perdido su poder y su vida espiritual debido a la murmuración. El hombre no debe caer en la anarquía. La manera como Dios juzga a los gobiernos injustos no debe preocuparnos. Por supuesto, debemos orar a Dios para que establezca Su justicia. Por lo tanto, cuando desobedecemos a la autoridad, desobedecemos la autoridad de Dios. Si no somos sumisos, reforzamos el principio del anticristo. Cuando el misterio de la iniquidad se manifieste, ¿lo restringiremos o lo apoyaremos?
Dios estableció Su autoridad en la familia. Muchos hijos de Dios no prestan la suficiente atención a la familia. Sin embargo, especialmente Efesios y Colosenses (las epístolas que presentan la espiritualidad más elevada) no pasan por alto el asunto de la familia. Allí se habla específicamente de la sumisión en la familia. Si descuidamos este asunto, tendremos problemas al servir a Dios. En 1 Timoteo y en Tito se habla de la obra; pero se habla de la familia y de la forma en que ésta afecta la obra. En 1 Pedro se habla del reino, y vemos en esa epístola que rebelarse contra la autoridad en la familia es rebelarse contra el reino. Cuando el hombre se encuentra con la autoridad, sus problemas disminuyen.
Dios estableció al esposo como la autoridad delegada de Cristo, y a la esposa como representante de la iglesia. A menos que la esposa vea la autoridad que el esposo representa, es decir, la autoridad que Dios estableció, le será difícil someterse. Ella debe entender que no debe verlo simplemente como su esposo, sino como la autoridad de Dios. En Tito 2:5 se les dice a las mujeres jóvenes que deben estar “sujetas a sus propios maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada”. En 1 Pedro 3:1 dice: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros propios maridos; para que aun si algunos no obedecen la palabra, sean ganados sin la palabra por la conducta de sus esposas”. Y en los versículos 5 y 6 se añade: “Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus propios maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor”.
En Efesios 6:1-3 leemos: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. ‘Honra a tu padre y a tu madre’, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra”. De los diez mandamientos, sólo éste tiene una recompensa especial. Cuando uno honra a sus padres, es bendecido por Dios y vive muchos años sobre la tierra. Muchas personas mueren jóvenes probablemente por no haber honrado a sus padres. Algunos hermanos se comportan indebidamente para con sus padres, por lo cual se enferman frecuentemente. Solamente cuando les obedezcan, se mejorarán. Colosenses 3:20 dice: “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto es grato en el Señor”. Debemos someternos a la autoridad de nuestros padres. Para esto también se requiere que hayamos visto la autoridad de Dios.
Los siervos deben obedecer a sus amos de la misma manera que obedecen al Señor, no sirviendo sólo cuando los ven ni engañando con astucia, sino sirviendo con sencillez de corazón, temiendo al Señor. Sea que el amo lo esté mirando o no, el siervo debe servirlo de la misma manera, con honestidad como sirviendo al Señor. En 1 Timoteo 6:1 dice: “Todos los que están bajo yugo como esclavos, tengan a sus propios amos por dignos de todo honor, para que no sea blasfemado el nombre de Dios y nuestra enseñanza”. En Tito 2:9-10 leemos: “Exhorto a los esclavos que se sujeten a sus amos en todo, que sean complacientes, y que no les contradigan; no defraudando, sino mostrando una fidelidad perfecta, para que en todo adornen la enseñanza de Dios nuestro Salvador”. Uno debe primero acatar la autoridad del Señor, y luego otros acatarán la autoridad del Señor en uno. Cuando Pablo y Pedro hablaron de estas cosas, ellos estaban todavía bajo el Imperio Romano, y el tráfico de esclavos era prevaleciente. Si la esclavitud es correcta o no, es otra cosa; pero Dios ordena que los esclavos se sometan a sus amos.
Dios estableció autoridades en la iglesia. Puso ancianos, que presiden, y puso a aquellos que trabajan en la obra y enseñan. Dios ordena que debemos someternos a ellos. Además, los jóvenes deben someterse a los mayores. En 1 Pedro 5:5 dice: “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos”. El capítulo cinco habla de ancianos refiriéndose a los que son mayores en edad, mientras que 1 Corintios 16:15 habla de la familia de Estéfanas como “las primicias de Acaya (indicando antigüedad según la secuencia en que fueron salvos); ellos se han dedicado a ministrar a los santos”. Estéfanas era muy humilde, y se dispuso a servir a los santos. En el versículo 16 el apóstol agrega: “Os exhorto a que os sujetéis a tales personas, y a todos los que colaboran y trabajan”.
En la iglesia la mujer también debe someterse al hombre. En 1 Corintios 11:3 dice: “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo”. Dios delegó al hombre Su autoridad, como un tipo de Cristo, e indicó que la mujer se le debe sujetar, como tipo de la iglesia. Por esta razón, la mujer debe tener sobre la cabeza una señal de sujeción a la autoridad por causa de los ángeles. Además, la mujer debe someterse a su marido. Leemos en 1 Corintios 14:34: “Las mujeres callen en las iglesias; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice”. Si hay algo que quieran aprender, deben preguntar a sus esposos en la casa. Algunas hermanas pueden preguntar: “¿Qué hago si mi esposo no tiene la respuesta?” Si Dios le dice que le pregunte a él, pues pregúntele; si la esposa persiste en preguntar, el esposo tendrá la respuesta tarde o temprano. Puesto que la esposa le pregunta, él tendrá que buscar la respuesta para poderle responder. De esta manera la esposa se ayuda a sí misma y ayuda a su esposo. En 1 Timoteo 2:11 también dice que las mujeres deben aprender “en silencio, con toda sujeción”. No se permite que la mujer ejerza autoridad sobre el hombre, porque Adán fue formado primero, y después Eva (vs. 12-13).
Los hijos de Dios deben ceñirse de humildad y someterse los unos a los otros. Sin embargo, algunos exhiben con arrogancia su posición y autoridad, pero eso es vil y vergonzoso.
Dios no sólo estableció Su autoridad delegada en el universo físico, sino que también la estableció en el mundo espiritual. Leemos en 2 Pedro 2:10-11: “Y mayormente a aquellos que andan tras la carne, llevados de los deseos corrompidos, y que desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, injurian sin temblar a las potestades superiores, mientras que los ángeles, que son mayores en fuerza y en potencia, no pronuncian juicio de maldición contra ellas delante del Señor”. Aquí vemos un asunto muy importante. En el mundo espiritual hay señoríos y potestades superiores, y Dios inclusive sujetó los ángeles a ellas. Aunque algunas de estas potestades se rebelaron, los ángeles no se atreven a proferir juicio contra ellas, porque ellas fueron antes autoridades sobre ellos. Hoy, a pesar que estas potestades han caído, los ángeles sólo reconocen que antes eran autoridades, por lo cual no se sobrepasan emitiendo ningún juicio. Si ellos se sobrepasan, se hallarán en rebelión. Judas 9 dice: “Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda”. Anteriormente Dios había establecido a Satanás como cabeza de los arcángeles. Así que, Miguel siendo uno de éstos estuvo alguna vez bajo la autoridad de Satanás. Un día Moisés resucitaría; tal vez se refería al día de la transfiguración del Señor Jesús. Miguel obedeció a la orden de Dios de buscar el cuerpo de Moisés, pero Satanás se lo impedía. Miguel pudo haber enfrentado al espíritu rebelde con una actitud rebelde; también pudo haber reprendido a Satanás de una manera osada, pero Miguel no se atrevió a esto, y se limitó a decirle: “El Señor te reprenda”. (Esto no se aplica a los seres humanos. Dios jamás sujetó los seres humanos a Satanás. Puesto que caímos bajo su poder, nunca fuimos puestos bajo su autoridad.) El mismo principio se ve en David. Desde el momento en que estuvo bajo Saúl, la autoridad delegada de Dios, nunca se atrevió a pasarla por alto. ¡Cuán respetada es la autoridad delegada en el campo espiritual! Nadie puede rebelarse contra ella; quien lo hace, pierde su poder espiritual.
Una vez que uno toca la autoridad, puede ver la autoridad de Dios a dondequiera que vaya. La primera pregunta que uno se debe hacer es a quién debe someterse y a quién debe obedecer. El creyente debe tener dos clases de sentimientos: uno que le muestre cuando pecó, y el otro que le indique lo que es la autoridad. Cuando dos hermanos deliberan con puntos de vista diferentes, ambos pueden hablar, pero cuando llegue el momento de decidir, sólo uno de ellos deberá hacerlo. Hechos 15 describe una conferencia grande en la cual todos, tanto viejos como jóvenes podían participar; todos los hermanos podían hablar. Entre ellos, Pedro y Pablo hablaron. Finalmente Jacobo tomó la decisión. Tanto Pedro como Pablo expusieron los hechos, pero Jacobo tomó la decisión. Aun entre los ancianos y los apóstoles existe un orden de autoridad. Pablo dijo que él era el más pequeño de todos los apóstoles (1 Co. 15:9). Existe aun una diferencia entre apóstoles grandes y apóstoles pequeños. No es simplemente que alguien nos gobierne, sino que debemos conocer la posición que nos corresponde. Este relato es un testimonio muy hermoso y un cuadro maravilloso; hace temblar a Satanás y pone fin a su reino. Cuando tomemos el camino de la sumisión, Dios juzgará al mundo.
¡Cuán grande es el riesgo que Dios corre cuando establece autoridades que lo representen! ¡Cuánto sufre El cuando sus autoridades delegadas lo representan de una manera equivocada! Sin embargo, Dios confía en la autoridad que El estableció. Por eso, es más fácil para nosotros tener confianza en dichas autoridades que para Dios. Debido a que El delega Su autoridad confiadamente en el hombre, ¿no deberíamos someternos a ellas con la misma confianza? Debemos someternos a la autoridad con la misma confianza con que Dios la establece. Si hay algún error, no será nuestro, sino de la autoridad. El Señor nos dice que toda persona debe someterse a las autoridades superiores (Ro. 13:1). Si Dios confía en el hombre, nosotros también debemos hacerlo. Esto es más difícil para Dios que para nosotros. Si El ha confiado Su autoridad, cuánto más nosotros debemos someternos confiadamente.
Lucas 9:48 dice: “Cualquiera que reciba este niño a causa de Mi nombre, a Mí me recibe; y cualquiera que me recibe a Mí, recibe al que me envió”. El Señor no tiene ningún problema en representar al Padre, porque el Padre se lo confió todo a El. Cuando nosotros creemos en el Señor, creemos en el Padre. Más aún, hasta un niño puede representar al Señor. En Lucas 10:16 el Señor envió a Sus discípulos a propagar Su ministerio y les dijo: “El que a vosotros oye, a Mí me oye; y el que a vosotros desecha, a Mí me desecha”. Todas las palabras, decisiones y opiniones de los discípulos representaban al Señor. El confiaba plenamente en los discípulos cuando delegó toda autoridad. Todo lo que ellos dijeran en Su nombre, El lo respaldaría. Por eso, rechazar a los discípulos era rechazar al Señor. El Señor pudo confiarles Su autoridad con mucha paz. El no les recomendó que tuvieran mucho cuidado con lo que dijeran ni que no fueran a cometer ningún error cuando hablaran. El Señor no estaba preocupado por lo que pudiera pasar si ellos se equivocaban; pues el Señor tenía la fe y el valor de entregar confiadamente Su autoridad a los discípulos.
Pero los judíos no tenían la misma actitud, pues dudaban y decían: “¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo podemos saber que lo que dices es cierto? Necesitamos analizarlo más”. Ellos no se atrevieron a creer, pues tenían mucho temor. Supongamos que un ejecutivo de una empresa envía a un empleado a hacer una diligencia y le dice: “Haga lo mejor que pueda; y en todo lo que haga, yo lo respaldaré. Cuando lo escuchen a usted, me estarán escuchando a mí”. Si yo fuera el empresario, tal vez requeriría que se me enviara un informe diario de actividades por temor de encontrar algún error. Pero Dios puede confiar en nosotros como representantes Suyos. ¡Cuán grande es esta confianza! Si el Señor confía tanto en la autoridad que delega, cuánto más debemos hacerlo nosotros.
Algunos podrían decir: “¿Qué sucederá si la autoridad se equivoca?” Si Dios se atreve a confiar en aquellos que estableció como autoridades, también nosotros debemos atrevernos a someternos a ellos. Si las autoridades cometen errores o no, eso no es de nuestra incumbencia. En otras palabras, si la autoridad delegada está correcta o equivocada, ése será un problema que la autoridad deberá resolver directamente delante del Señor. Quienes se someten a la autoridad, deben hacerlo de una manera incondicional. Aun si cometen un error en honor a la obediencia, el Señor no les contará eso como pecado, sino que la autoridad delegada será responsable por ello. Por consiguiente, desobedecer es rebelarnos; y el que se somete debe ser responsable delante de Dios. La cuestión no es someternos al hombre; pues si nos sometemos a una persona solamente, perdemos el significado de la autoridad. Más aún, debido a que Dios ya estableció Sus autoridades delegadas, El debe mantenerlas. Si ellas están en lo correcto o no, es problema de ellas, y si yo estoy en lo correcto o no es problema mío. Cada uno es responsable de sus propios actos delante del Señor.
La parábola narrada en Lucas 20:9-16 trata de la autoridad delegada. Dios rentó una viña a unos trabajadores, pero El no vino personalmente a cobrar el beneficio. La primera, la segunda y la tercera vez mandó a Sus siervos; la cuarta vez envió a Su propio Hijo. Todos ellos eran Sus representantes. A los ojos de Dios, aquellos que rechazaron a Sus siervos lo estaban rechazando a El. Ellos no escucharon la palabra de Dios; rechazaron las palabras de Su autoridad delegada. Debemos someternos a la autoridad de Dios y también a Sus embajadores. En Hechos 9:4-15 vemos la autoridad directa de Dios y Su autoridad delegada, lo cual también podemos ver tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Una persona puede pensar que si Dios delega Su autoridad a un hombre, ella debe someterse a ese hombre. Pero si uno se ha encontrado con la autoridad, sabrá que debe someterse a la autoridad delegada. Uno no necesita humildad para someterse a la autoridad directa de Dios, pero sí necesitará humildad y quebrantamiento para someterse a la autoridad delegada. Solamente al dejar a un lado la carne por completo, puede uno reconocer la autoridad delegada y obedecerle. Debemos ver claramente que cuando Dios viene en persona, no viene a reclamar el fruto de Su viña, sino a juzgar.
El Señor le mostró a Pablo que cuando él resistía al Señor, en realidad estaba dando coces contra el aguijón (Hch. 26:14). Cuando Pablo vio la luz, también vio la autoridad, y por eso dijo: “¿Qué haré, Señor?” (22:10). Pablo se puso directamente bajo la autoridad de Dios, pero Dios le mandó a que se sometiera a Su autoridad delegada. Le dijo: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (9:6). De ahí en adelante, Pablo conoció la autoridad. No dijo: “Es muy especial que yo me encuentre con el Señor mismo, así que le voy a pedir a El que me diga lo que debo hacer”. En ese momento Dios puso a Pablo bajo una autoridad delegada. El Señor no estaba satisfecho con hablarle directamente a Pablo. Desde el momento en que creímos en el Señor, hasta ahora, ¿a cuántas autoridades delegadas nos hemos sometido? ¿cuántas veces nos hemos sometido a ellas? Antes de hacer esto no teníamos la luz, pero ahora debemos examinar seriamente lo que es la autoridad delegada por Dios. Hemos estado hablando de la sumisión por cinco o diez años, pero ¿cuánto nos hemos sometido a las autoridades delegadas? Lo que a Dios le interesa no es Su autoridad directa, sino las autoridades indirectas que El estableció. Quienes no se someten a las autoridades indirectas de Dios tampoco se pueden someter a Su autoridad directa.
Para entender este asunto claramente, hemos diferenciado la autoridad directa de la indirecta. Pero en realidad, a los ojos de Dios existe una sola autoridad. No podemos menospreciar la autoridad ni en la familia ni en la iglesia. No podemos menospreciar ninguna autoridad delegada. Aunque Pablo estaba ciego, era como si estuviera esperando a Ananías con los ojos abiertos. Cuando escuchó a Ananías, fue como si estuviera escuchando al Señor. Y cuando lo vio, fue como si viera al Señor. La autoridad delegada tiene implicaciones serias; si la ofendemos, estaremos en problemas con Dios. Es imposible rechazar la luz que proviene de una autoridad delegada y, al mismo tiempo, esperar recibir la luz que proviene del Señor; porque rechazar la autoridad delegada es rechazar a Dios mismo. Sólo los necios querrán que la autoridad delegada se equivoque. Aquellos que desaprueban las autoridades delegadas también desaprueban a Dios. A la naturaleza rebelde del hombre le gusta someterse a la autoridad directa de Dios, pero rechaza la autoridad que El delega.
En Números 30 se habla del voto de una mujer. Cuando una mujer joven que moraba en la casa de su padre hacía un voto, el padre debía aprobarlo para que éste tuviera validez. Si el padre no lo aprobaba, el voto no sería válido. Cuando se trataba de una mujer casada, si el esposo no objetaba, el voto valía, pero si no lo aprobaba, el voto era anulado (vs. 3-8). Cuando la autoridad delegada aprueba algo, la autoridad directa lo cumple, pero si la autoridad delegada lo desaprueba, la autoridad directa también lo desaprobará. Dios se complace en tener autoridades delegadas y honra dichas autoridades. Cuando la mujer está bajo la autoridad del esposo, Dios no aprobará su voto si el esposo lo desaprueba. Dios sólo desea que ella se someta a la autoridad. Pero si la autoridad delegada está equivocada, Dios disciplinará a la persona que tiene dicha autoridad y esa persona llevará sobre sí la iniquidad de su esposa, y la esposa sumisa será inocente (v. 15). Dicho capítulo nos dice que el hombre no puede pasar por alto la autoridad delegada para someterse a la autoridad directa. Debido a que Dios delegó Su autoridad, ni siquiera El mismo la pasará por alto, aunque se vea limitado por ella. Dios aprueba lo que la autoridad delegada aprueba, y anula lo que la autoridad delegada anula. El desea apoyar la autoridad que delegó. Por lo tanto, tenemos una sola alternativa con respecto a la autoridad delegada: la sumisión.
A lo largo del Nuevo Testamento se respalda la autoridad delegada. Solamente en Hechos 5:29, cuando el sanedrín se opuso a Pedro y le prohibió predicar en el nombre del Señor, Pedro respondió: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”. Solamente cuando la autoridad delegada se opone a los mandamientos de Dios y ofende la persona misma del Señor, podemos rechazarla. Por consiguiente, este pasaje sólo puede usarse en tal caso. Debemos someternos a la autoridad delegada en todas las demás circunstancias. No podemos descuidar este asunto, pues sabemos que jamás podremos someternos siendo rebeldes.