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Mensajes del libro «Autoridad y la sumisión, La»
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CAPITULO NUEVE

LA MANIFESTACION DE LA REBELION

(1)

  Lectura bíblica: 2 P. 2:10-12; Ef. 5:6; Jud. 8-10; Mt. 12:34; Ro. 9:11-24

  ¿Dónde se manifiesta la rebelión del hombre en la práctica? Primero, se expresa en las palabras; en segundo lugar, se percibe en los razonamientos; y en tercer lugar, se deja ver en los pensamientos. A fin de ser librados de la rebelión, debemos confrontar estas tres cosas. De lo contrario, no podremos eliminarla por completo.

LAS PALABRAS

Las palabras salen del corazón

  Si uno es rebelde, sus palabras con seguridad dejarán en evidencia la rebelión que hay en uno. Tarde o temprano las palabras de rebeldía saldrán, porque de la abundancia del corazón habla la boca. A fin de conocer la autoridad, se debe tener primero un encuentro con la autoridad. Si uno no ha tenido un encuentro con la autoridad, no podrá someterse. Uno debe, en alguna ocasión, tener un encuentro con Dios para que la base de Su autoridad pueda establecerse en uno. Cuando uno hable, sabrá si profiere una palabra de desobediencia. Inclusive, antes de decir la palabra, el pensamiento que manifiesta la voluntad, le hará sentir incómodo. Uno percibirá que se pasó de la raya y sentirá una restricción interna. Si uno profiere palabras rebeldes descuidadamente y sin ninguna restricción interna, tendrá la evidencia de que no ha tenido un encuentro con la autoridad. Es más fácil hablar en rebelión que actuar en rebelión.

  La lengua es lo más difícil de domar. Por lo tanto, cuando un individuo se rebela contra la autoridad, su lengua lo pondrá de manifiesto de inmediato. Tal vez alguien esté de acuerdo con uno, pero cuando uno le da la espalda, la murmuración se manifiesta. Puede que no digan nada delante de uno, pero esa persona estará llena de palabras cuando uno no esté presente. Esto se debe a que la boca es muy accesible. Todas las personas del mundo hoy día son rebeldes. Muchas personas asienten verbalmente y se someten externamente. Pero en la iglesia no debe haber una sumisión externa; toda sumisión debe ser de corazón. Para determinar si alguien es sumiso de corazón o no, basta con examinar si es sumiso en las palabras. Dios requiere que nos sometamos de corazón. Debemos tener un encuentro con la autoridad de Dios, pues de lo contrario, el problema se manifestará tarde o temprano.

Eva sin prestar atención añadió algo a la Palabra de Dios

  Cuando Eva fue tentada en Génesis 3, añadió una pequeña frase: “Ni le tocaréis” (v. 3). Debemos darnos cuenta de la seriedad de este asunto. Si conocemos la autoridad de Dios, no nos atreveremos a añadirle nada a la Palabra de Dios. Esta es suficientemente clara. “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás” (2:16-17). Dios no dijo: “Ni le tocarás”. Estas palabras fueron añadidas por Eva. Cualquier persona que le añada o le quite a la Palabra de Dios, demuestra que no ha tenido un encuentro con la autoridad. Esa persona es rebelde e ignorante. Si un gobierno envía a alguien como su embajador para que hable en cierto lugar, esa persona debe recordar con precisión las palabras que debe decir; no debe añadir nada. Aunque Eva veía a Dios todos los días, ella no había tenido un encuentro con la autoridad. Ella habló descuidadamente, pensando que estaba bien decir unas cuantas palabras de más. Si un siervo que sirve a un amo mortal no se atreve a añadir nada a las palabras de su señor, ¿cuánto mayor cuidado deberá tener un siervo de Dios? Si un hombre habla descuidadamente, se verá que es rebelde.

Cam expone el fracaso de su padre

  Examinemos el comportamiento de Cam, el hijo de Noé. Cuando él vio la desnudez de su padre, fue a decírselo a Sem y a Jafet (9:20-22). Una persona que no es sumisa de corazón, se complace en ver el fracaso de la autoridad. Cam encontró la oportunidad para sacar a flote los errores de su padre. Esto comprueba que él no se sometía de corazón a la autoridad de su padre. Posteriormente, tuvo que someterse por la fuerza. Cuando él vio el error de su padre, lo comunicó a sus hermanos. Muchos critican a otros y se deleitan en hablar mal de otros, debido a la falta de amor (1 Co. 13:4-5). Pero en el caso de Cam no había falta de amor, sino falta de sumisión. Aquello fue una manifestación de su rebelión.

María y Aarón murmuran contra Moisés

  En Números 12 María y Aarón hablaron contra Moisés. Ellos mezclaron los asuntos familiares con la obra de Dios. Sólo Moisés había sido llamado por Dios; mientras que María y Aarón eran solamente sus ayudantes. Eso fue decisión de Dios. La desobediencia de ellos se manifestó por medio de sus palabras. Si llegamos a conocer la autoridad, muchas bocas se cerrarán, y muchos problemas se evitarán. Una vez que tenemos un encuentro con la autoridad, muchos problemas naturales llegan a su fin. Las palabras de María no parecían sobrepasarse. Lo único que ella dijo fue: “¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?” (v. 2). Pero ante Dios esto fue una murmuración (v. 8). Tal vez ellos no dijeron muchas palabras. Quizá sólo una décima parte de lo que pensaban salió a la luz, el noventa por ciento seguía escondido. Tan pronto se manifiesta un espíritu rebelde en el hombre, Dios lo detecta a pesar de lo delicadas que sean las palabras proferidas. La rebelión se manifiesta en las palabras. Una palabra rebelde deja en evidencia la rebelión, no importa cuán fuerte ni cuán débil sea lo dicho.

El séquito de Coré ataca a Moisés

  En Números 16, cuando el séquito de Coré y los 250 líderes se rebelaron, vemos que su rebelión se manifestó con palabras; ellos expresaron verbalmente todo lo que había en sus corazones, pues irrumpieron con una reprensión pública. Aunque María había murmurado, lo hizo de una manera reservada; por lo cual todavía era posible que fuera restaurada. Pero el séquito de Coré no tuvo ninguna restricción. Ellos manifestaron abiertamente su querella. Podemos ver que también la rebelión tiene diferentes grados. Algunos tienen más escrúpulos y pueden ser restaurados. Pero los que no tienen ninguna restricción y se desenfrenan por completo, abren las puertas del Hades para ellos mismos, y éste se los traga. No solamente el séquito de Coré habló mal de Moisés y Aarón, sino que también los atacó públicamente. Esto fue tan serio que Moisés se postró sobre su rostro. ¡Cuán serias fueron las acusaciones de ellos! “Basta ya de vosotros ¿por qué pues os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová? Reconocemos solamente que Jehová está entre nosotros. Toda la congregación es santa. No reconocemos la autoridad de ustedes. Ustedes hablan por su propia cuenta. Vemos, entonces, que todo el que escucha exclusivamente la autoridad directa de Dios y rechaza la autoridad delegada, se halla en el principio de rebelión.

  Si uno se somete a la autoridad, con seguridad restringirá sus palabras y no hablará descuidadamente. En Hechos 23 Pablo fue puesto a prueba. Puesto que era apóstol y profeta, habló desde la posición de profeta a Ananías, el sumo sacerdote, diciendo: “Dios te golpeará a ti, pared blanqueada” (v. 3). Pero dado que también era judío, cuando oyó que Ananías era el sumo sacerdote, inmediatamente cambió de actitud y dijo: “No maldecirás a un príncipe de tu pueblo” (v. 5). Cuán cuidadosas fueron sus palabras, y cuánto restringió su lengua.

La rebelión se relaciona con andar en pos de los deseos de la carne

  La rebelión del hombre se relaciona con complacerse en la carne. En 2 de Pedro 2:10, la carne y la lujuria se mencionan primero, y luego se habla de aquellos que menosprecian el señorío, lo cual se manifiesta en las palabras de murmuración y de rebelión.

  Las personas, por lo general, sólo se asocian con los de su misma clase y sólo se comunican con ellos. Las personas rebeldes siempre acompañan a los que andan tras los deseos de la carne y a los que son arrastrados por los deseos corruptos y menosprecian el señorío. A los ojos de Dios, los que van en pos de la carne, los que se dejan llevar de sus deseos corruptos y los que menosprecian el señorío, están en la misma categoría. Tales personas son arrogantes, obstinadas y no temen injuriar a las potestades superiores. Pero quienes conocen a Dios temen por ellos mismos y saben que sólo el que tiene una boca corrupta puede proferir injurias. Si conocemos a Dios, nos arrepentiremos, porque sabemos cuánto aborrece Dios la rebelión. Los ángeles estuvieron bajo aquellos que tenían el señorío y, por eso, no se atreven a injuriarlos ni a hacerles frente con un espíritu altivo ni por medios rebeldes. Por lo tanto, si vivimos delante de Dios, no podemos murmurar contra otros. Debemos tener presente que es posible usar palabras de rebeldía aun en nuestras oraciones. David podía decir sin reservas que Saúl era el ungido de Dios, lo cual comprueba que él conservó su posición. El poder de Satanás es establecido sobre la base de la iniquidad, pero los ángeles no sobrepasaron el límite que les corresponde. Pedro usó esto como ejemplo, para mostrarnos que si los ángeles se comportan de esta manera, cuánto más nosotros deberíamos comportarnos igualmente (v. 11).

  Existen solamente dos cosas que le ocasionan al creyente la pérdida de su poder. Una es el pecado y la otra es hablar mal de los que están por encima de él. Además, Mateo 12:34-37 también dice que de la abundancia del corazón habla la boca. En el día del juicio, seremos juzgados como justos o pecadores según lo que hayamos dicho. Esto nos muestra que hay diferencia entre las palabras y los pensamientos. Si no expresamos palabras, existe la posibilidad de que seamos preservados. Pero si las palabras salen, todo saldrá a la luz. Por esta razón, la desobediencia de corazón no es tan terrible como hablar públicamente. Hoy día los cristianos pierden más su poder por lo que sale de su boca, que por su comportamiento. Verdaderamente lo que sale de la boca trae la mayor pérdida de poder. Todos los rebeldes tiene problemas con su manera de hablar. Por lo tanto, si un hombre no puede restringir sus palabras, no podrá restringirse a sí mismo en ningún otro aspecto.

Dios reprende severamente a los rebeldes

  Examinemos nuevamente 2 Pedro 2:12, donde dice: “Como animales irracionales destinados por naturaleza para presa y destrucción...” Esta es la expresión más fuerte de la Biblia; no hay una reprensión más severa que ésta. ¿Por qué reprende Dios a tales personas diciéndoles que son como animales? Porque ellos carecen de sentimientos. La autoridad es el tema más importante de la Biblia. Por eso, rebelarse contra Dios es el más serio de los pecados. La boca no puede hablar livianamente. Tan pronto como una persona tiene un encuentro con Dios, restringe su lengua y siente temor de murmurar contra las potestades superiores. Una vez que tengamos un encuentro con la autoridad, surgirá en nosotros un sentir con respecto a la autoridad, de la misma manera desde que conocimos al Señor brota en nosotros un sentir que nos censura cuando pecamos.

Muchos problemas de la iglesia se deben a las murmuraciones

  La unidad y el poder de la iglesia pueden ser afectados por las palabras enunciadas descuidadamente. La mayoría de los problemas de la iglesia hoy, surgen cuando las personas hablan mal de otros. Solamente una mínima proporción de los problemas provienen de verdaderas adversidades. La mayoría de los pecados del mundo es fruto de las mentiras. Si detenemos tales palabras en la iglesia, la mayoría de nuestros problemas se desvanecerá. Debemos arrepentirnos delante del Señor y pedirle perdón. Tales palabras deben ser completamente erradicadas de la iglesia. De una misma fuente no pueden brotar dos clases de agua. De una misma boca no pueden salir palabras de amor y palabras de murmuración. Que Dios ponga un centinela sobre nuestra boca y no solamente sobre nuestra boca, sino también sobre nuestro corazón, de tal manera que todas las palabras y los pensamientos de rebelión lleguen a su final. Que de hoy en adelante toda palabra maligna entre nosotros se aleje.

LOS ARGUMENTOS

Las murmuraciones provienen de los argumentos

  La rebelión del hombre se manifiesta en sus palabras, sus argumentos y sus pensamientos. Si no conoce la autoridad, expresará murmuraciones, lo cual procede de sus argumentos. El hombre habla porque piensa que tiene la razón. Cam pensó que tenía una razón válida para rebelarse contra Noé, debido a que lo encontró desnudo. Las palabras de María con respecto a la unión de Moisés con la mujer etíope describían un hecho; así que ella tenía razón. Pero los que se someten a la autoridad, no viven encerrados en sus argumentos. El séquito de Coré y los 250 líderes dijeron que Moisés y Aarón no debían levantarse sobre ellos, porque toda la congregación era santa y porque Jehová estaba en medio de ellos. Una vez más la rebelión de ellos tenía un argumento lógico como base. Las palabras de rebelión a menudo provienen de argumentos razonables. Datán y Abiram también aducían una razón. Ellos culparon a Moisés de no haberlos introducido en la tierra que manaba leche y miel y que no les había dado tierras ni viñas; por el contrario todavía vagaban por el desierto. Ellos culparon a Moisés de que él les estaba tapando los ojos u ocultando algo a ellos, por lo cual dijeron: “¿Sacarás los ojos de estos hombres?” (Nm. 16:14). Con eso daban a entender que sus ojos veían claramente. Cuanto más pensaban, más argumentos tenían. Los que aducen argumentos nunca dejan de cavilar. Cuanto más piensan, más reflexiones surgen. En el mundo todos viven razonando. ¿Cuál sería entonces la diferencia entre nosotros y las personas mundanas, si nosotros también nos centramos en nuestros argumentos?

Debemos ser librados de los argumentos para seguir al Señor

  Ciertamente necesitamos sacarnos los ojos para seguir al Señor sin razonar. ¿Se basan nuestras vidas en la validez de nuestras razones o en la autoridad? Muchas personas quedan ciegas cuando se encuentran con la luz del Señor. Aunque ellos tienen ojos, es como si no los tuvieran. Una vez que la luz viene, todos los argumentos se desvanecen. Una vez Pablo fue iluminado en el camino a Damasco y quedó ciego. De ahí en adelante no se volvió a preocupar por sus argumentos (Hch. 9:3, 8). A Moisés no le habían sacado los ojos, pero era como si no los tuviera. No significaba que él no tuviera argumentos, pues el conocía muchos razonamientos lógicos, pero todos ellos estaban sujetos a él, porque él estaba sometido a Dios. Quienes se someten a la autoridad no actúan por lo que ven. El siervo del Señor debe ser ciego y debe estar libre de razonamientos y argumentos. La rebelión surge cuando uno comienza a cavilar internamente. Por lo tanto, si no les hacemos frente con decisión a los argumentos, nos será imposible detener las palabras. Si no somos librados de los argumentos, éstos tarde o temprano producirán palabras de murmuración.

  Cuán difícil es librarse de argumentar continuamente. Puesto que somos seres racionales, ¿cómo podremos dejar de argumentar con Dios? Este es un paso muy difícil. Desde jóvenes razonamos constantemente. Desde antes de ser salvos hasta ahora, el principio básico de nuestra vida ha sido la utilización del raciocinio. ¿Qué podrá hacer que dejemos de cavilar? ¡Si nos piden que no razonemos, es como si llevaran nuestra vida carnal a su final! Existen dos clases de creyentes: los que viven en el nivel de los razonamientos, y los que viven en el nivel de la autoridad. Debemos someternos tan pronto como se nos dé una orden. ¿En cuál nivel vivimos? Cuando Dios nos da una orden ¿la examinamos y nos sometemos si la orden tiene lógica, y no nos sometemos si nos parece descabellada? Esta es la expresión del árbol del conocimiento del bien y del mal. El fruto de este árbol no sólo nos hace razonar sobre nuestros propios asuntos, sino también sobre los asuntos establecidos por Dios. Todo debe pasar a través de nuestro razonamiento y nuestro juicio. En vez de dejar que Dios razone y juzgue, lo hacemos nosotros, pero éste es el principio de Satanás, el cual desea que nosotros queramos ser iguales a Dios. Sólo quienes conocen a Dios pueden someterse sin argumentar, pues nunca mezclarán estas dos cosas. Si uno quiere aprender a someterse, debe arrojar lejos sus argumentos. Uno puede vivir por la autoridad de Dios o por sus propios razonamientos, pero no por ambos. El Señor Jesús vivió en la tierra muy por encima de todo razonamiento. ¿Qué razonamiento formuló El frente a los insultos, las torturas y la crucifixión misma? El se sometió en todo a la autoridad de Dios; no se preocupó por hallarle sentido lógico a Sus circunstancias. Su única responsabilidad era someterse, y no pidió nada más. ¡Cuán sencillo es el hombre que vive bajo la autoridad! ¡Pero qué complicado es el hombre cuya vida gira en torno a sus razonamientos! Las aves del cielos y los lirios del campo llevan una vida de simplicidad. Cuanto más viva uno bajo autoridad, más simple será su vida.

Dios nunca argumenta

  En Romanos 9 Pablo intentó demostrarles a los judíos que Dios también llamó a los gentiles. El dijo que no todos los descendientes de Abraham eran escogidos; pues sólo Isaac fue escogido. Y no todos los descendientes de éste fueron escogidos, ya que Dios escogió solamente a Jacob. Debido a que todo se basa en la elección de Dios, ¿no podrá El escoger a los gentiles también? Dios tendrá misericordia de quien tenga misericordia y se compadecerá de quien se compadezca. Desde la perspectiva humana, Dios amó a Jacob, quien era un engañador, y aborreció a Esaú, quien era un hombre honesto. El también endureció el corazón de Faraón. ¿Será El injusto? Debemos entender que Dios está sentado en Su trono de gloria, y el hombre está bajo Su autoridad. Nosotros no somos más que simples mortales y nada más que polvo de la tierra. ¿Cómo podremos argumentar con Dios?

  El es Dios y tiene la autoridad para obrar según le parezca. No podemos seguir a Dios y, al mismo tiempo, forzarlo a que haga caso a nuestros argumentos. Si queremos servirle debemos renunciar a nuestros argumentos. Toda persona que se ha encontrado con el Señor debe dejar a un lado todos sus argumentos y permanecer en sumisión. No podemos actuar como consejeros de Dios. El dice que tendrá misericordia de quién tenga misericordia (9:15). Cuán preciosa es la palabra “tendrá”. Debemos adorarlo por esto. Dios no razona igual que nosotros. El decide hacer esto o aquello. El es el Dios de la gloria. Pablo añade: “Así que no depende ni del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (v. 16). Dios dijo de Faraón: “Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti Mi poder” (v. 17). Además, dice que “al que quiere endurecer, endurece” (v. 18). Endurecer no significa hacer pecar. Significa entregarlos a sí mismos como en 1:26. En este momento Pablo anticipa los razonamientos que algunos formularán, como “¿por qué todavía inculpa? porque ¿quién resiste a Su voluntad?” (9:19). Estos interrogantes son válidos, y muchos estarán de acuerdo con ellos. Pero aunque sabía que eran bastante lógicos, responde: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo moldeó: ¿Por qué me has hecho así?” (v. 20). Pablo no tuvo en cuenta sus razonamientos, sino que concluye: “¿Quién eres tú?” El no preguntó qué clase de palabras eran éstas; sino qué clase de persona se atrevería a hablar contra Dios. Cuando Dios ejerce Su autoridad, no tiene que consultarnos pues no necesita nuestro consentimiento. Lo único que El pide es nuestra sumisión. Tan pronto digamos: “Esto es lo que Dios hizo”, todo estará bien.

  El hombre continuamente busca razones lógicas. Examinemos si nuestra salvación tuvo una base lógica o no. No existe ninguna razón válida por la cual hayamos sido salvos. No lo quisimos ni tampoco lo buscamos; sin embargo, fuimos salvos. Esto es lo más ilógico que a uno se le pueda ocurrir. Pero Dios tendrá misericordia de quien El tenga misericordia, y se compadecerá de quien El se compadezca. Independientemente de la opinión del barro, el alfarero puede hacer vasos de honra y vasos de deshonra. Esto es un asunto de autoridad y no de raciocinio. El problema básico del hombre hoy es que él todavía se base en el principio del conocimiento del bien y del mal, el principio del razonamiento. Si la Biblia le diera una razón lógica a todo, nosotros tendríamos justificación para argumentar. Pero en Romanos 9 Dios abre una ventana especial desde los cielos para brillar sobre nosotros. El no discute con nosotros; sólo pregunta: “¿Quién eres tú?”

La visión de la gloria de Dios nos libra de los razonamientos

  Al hombre no le es fácil librarse de sus propias palabras malignas, pero sí de sus argumentos. Cuando yo era joven, me molestaba la manera irrazonable en la que Dios actúa. Más tarde, cuando leí Romanos 9, tuve un encuentro con la autoridad de Dios por primera vez, y comencé a ver quién era yo. Yo soy creación Suya. Mis palabras más razonables son necedades delante de El. El Dios que habita muy por encima de todos, es inalcanzable en Su gloria. Si viéramos una millonésima parte de su gloria, nos inclinaríamos y todos nuestros razonamientos se disiparían. Sólo los que viven lejos de El pueden ser orgullosos, y sólo aquellos que viven en tinieblas pueden ser prolíficos en sus razonamientos. En todo el mundo nadie puede ver ninguna luz por su propio esfuerzo. Solamente cuando Dios nos concede una pequeña luz y nos revela algo de Su gloria, caemos en tierra, tal como el apóstol Juan (Ap. 1:16-17).

  Que Dios tenga misericordia de nosotros para que veamos cuán indignos y pequeños somos. ¿Cómo nos atreveremos a altercar con El? Cuando la reina de Saba visitó a Salomón y él le reveló un poco de su gloria, no quedó espíritu en ella. Pero en nosotros hay uno que es mayor que Salomón. ¿Habrá algún razonamiento al cual no podamos renunciar? Adán pecó porque comió del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Pero si Dios nos revela tan sólo un poco de Su gloria, veremos que no somos más que un perro muerto y polvo de la tierra. Todos nuestros razonamientos se desvanecerán delante de Su gloria. Cuanto más vive una persona delante de Su gloria, menos argumenta. Y cuando uno ve a una persona argumentadora, notará que ella no ha visto la gloria de Dios.

  Durante estos años he descubierto que Dios nunca obra de acuerdo a nuestros razonamientos. Aunque yo no entienda lo que El hace, tendré que adorarlo porque soy Su siervo. Si yo entiendo y comprendo todo lo que El hace, debo ser yo el que esté sentado en el trono. Cuando descubra que El está muy por encima de mí, que El es el único y supremo y que debo postrarme en tierra, todos mis razonamientos desaparecerán. De ahí en adelante, la autoridad tendrá la preeminencia y no mis razonamientos, ni lo que esté correcto ni lo que esté equivocado. Los que conocen a Dios, se conocerán a sí mismos y, una vez que se conozcan a sí mismos, todos sus argumentos desaparecerán.

  Uno llega a conocer a Dios por medio de la sumisión. Todo aquel que vive centrado en sus argumentos desconoce a Dios. Los que voluntariamente se someten a la autoridad, pueden verdaderamente conocer a Dios. Todo el conocimiento del bien y del mal que heredamos de Adán debe ser erradicado de nosotros. Sólo así nos someteremos fácilmente.

La razón es “Yo soy Jehová”

  Después de cada precepto que el Señor da a los israelitas en Levítico 18 al 22, El añade: “Yo soy Jehová”. No incluye la palabra porque. Yo hablo de esta manera, porque yo soy Jehová. No se necesita otra explicación. La razón es “Yo soy Jehová”. Si comprendemos esto, no viviremos de acuerdo con los razonamientos. Debemos decirle a Dios: “Yo antes vivía según mis pensamientos y razonamientos, pero hoy me inclino ante Ti y te adoro. Si está bien para Ti, eso me basta. Yo solamente te adoro”. Cuando Pablo fue derribado por la luz en el camino a Damasco, todos los razonamientos se desvanecieron. Una vez que la luz brilla, quedamos postrados. La primera expresión que salió de la boca de Pablo fue: “¿Qué haré, Señor?” (Hch. 22:10). Inmediatamente obedeció. Aquellos que conocen a Dios no argumentan. Cuando la luz juzga, los razonamientos desaparecen.

  Cuando el hombre argumenta con Dios, da a entender que la obra de Dios necesita nuestro consentimiento. Este es el pensamiento de una persona sumamente necia. Dios no tiene que explicarnos todo lo que hace. Los caminos de Dios son más elevados que los nuestros. Si pudiéramos bajar a Dios al nivel de la razón, El dejaría de ser Dios, porque no sería diferente a nosotros. Si argumentamos, cesaremos la alabanza. Cuando la sumisión se va, se esfuma la alabanza. Cuando esto sucede, el yo viene a ser el juez de Dios y hasta toma la posición de El. ¿Cuál es entonces la diferencia entre el barro y el alfarero? ¿Tendrá el alfarero que pedirle permiso al barro para moldearlo? Que el Dios de gloria se nos revele, para que todos nuestros argumentos se acaben.

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