
Hemos mencionado repetidas veces que el Evangelio de Juan nos muestra que Dios en Su Hijo vino para ser la vida del hombre con el fin de edificar un templo, el cual es Su casa. El hecho de que el Señor se hiciera carne equivalía a que fijara tabernáculo entre los hombres. Su cuerpo de carne era el tabernáculo y también un templo. Más tarde, Satanás instigó a los judíos a crucificarlo, es decir, a destruir este templo. Sin embargo, por medio de la resurrección, el Señor levantó nuevamente el templo en tres días, y de ese modo lo agrandó. Cuando el Señor se hizo carne, Él le proveyó a Dios un tabernáculo en el cual morar entre los hombres; no obstante, este tabernáculo estaba limitado a un solo individuo. Después que el Señor resucitó y reedificó el templo, éste llegó a ser ilimitado, pues ya no se limita a un solo individuo, sino que incluye a todos los que han sido regenerados en Su resurrección y han recibido Su vida a través de los siglos. Por consiguiente, esta edificación empezó con la encarnación del Señor y finalmente concluyó con la muerte y resurrección del Señor. El Señor terminó esta edificación, este templo, en la resurrección.
Cuando el templo fue terminado, el cielo le fue abierto al templo. A esto se refirió el Señor en Juan 1 cuando dijo: “Veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y descender sobre el Hijo del Hombre” (v. 51). Debemos entender que la expresión el Hijo del Hombre no sólo se refiere al Señor mismo, sino que también incluye a todos los que se han unido a Él en Su resurrección. Este Hijo del Hombre es un hombre misterioso en el universo. El hecho de que los ángeles de Dios asciendan y desciendan sobre este hombre indica que este hombre está unido al cielo y se ha extendido a la tierra; el cielo y la tierra están unidos en Él, y en Él Dios y el hombre están mezclados conjuntamente.
Hermanos y hermanas, si ustedes retienen estos puntos y leen Juan 14, 15 y 16 —los capítulos que contienen el mensaje de despedida del Señor—, así como Juan 17, que contiene la oración con la que Él concluye, podrán entender el significado apropiado. En palabras sencillas, el Señor nos estaba mostrando que se iría por medio de la muerte y la resurrección para llevar a cabo la edificación de Dios.
Como lo hicimos antes, leeremos ahora algunos versículos de Juan 14. El versículo 2 dice: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho”. Como ya hemos mencionado, los escritos de Juan no contienen el elemento del espacio ni del tiempo. Por lo tanto, al leerlos, debemos ir más allá del concepto de espacio y tiempo. Cuando Juan menciona el tiempo, se refiere, en principio, a la eternidad; y el espacio del cual habla es sencillamente Dios mismo. Los asuntos que él trata están todos en la eternidad y también en Dios. Por consiguiente, no debemos suponer que la casa del Padre aquí se refiere al cielo o a algún otro lugar. La casa del Padre mencionada aquí y en el capítulo 2 se refiere a la morada mutua de Dios y el hombre. En esta morada hay muchas moradas. Más tarde veremos a qué se refieren estas moradas.
“Voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (v. 2). En Juan 14 y 16 el Señor repetidas veces habla acerca de Su ida. La ida del Señor no se refiere a dejar la tierra y ascender a los cielos, sino a ir a la muerte. Les repito que en el Evangelio de Juan, vemos que el que el Señor se hiciera carne no equivalía simplemente a que Él viniera del cielo a la tierra, sino a que viniera de Dios al hombre. Su venida y Su ida no tenían que ver con un lugar, sino con una persona. En el Evangelio de Juan, en principio, no se menciona un lugar, sino únicamente una persona. Por lo tanto, Su encarnación tenía como fin introducir a Dios en el hombre, y Su muerte y resurrección tenían como fin introducir al hombre en Dios. En otras palabras, Su encarnación era Su venida, y Su muerte y resurrección eran Su ida.
Puesto que la ida del Señor no se refería a que dejara la tierra para ascender a los cielos, sino a Su muerte, el que se fuera a preparar un lugar para nosotros tampoco debe de referirse a que se fuera al cielo, sino a que entrara en Dios para preparar un lugar, es decir, a que fuera a Dios para abrir un camino para nosotros, por el cual resolvió los problemas y quitó las barreras que había entre nosotros y Dios a fin de que nosotros, quienes estábamos fuera de Dios y separados de Dios, pudiéramos entrar en Dios y unirnos a Dios. Es a esto que el Señor se refería cuando habló de ir a preparar un lugar.
Por consiguiente, ustedes pueden ver que las palabras del Señor aquí no contienen en absoluto el pensamiento del cielo. El Señor nunca quiso decir que iría al cielo a edificar una casa para nosotros, a preparar una morada para cada uno de nosotros, y que, después de prepararla, vendría de nuevo a tomarnos. Esto es completamente el pensamiento humano, y no la intención del Señor. La intención del Señor era que iba a sufrir la muerte, redimirnos de nuestros pecados, poner fin a la carne, derrotar a Satanás, poner fin al mundo, quitar todas las barreras, problemas y dificultades que había entre nosotros y Dios, y preparar un camino para que nosotros pudiéramos unirnos a Dios, entrar en Dios y morar en Dios, tomándole como nuestra morada. Esto es lo que el Señor quiso decir cuando habló de ir a preparar un lugar para nosotros. Esto nos muestra que la salvación de Dios no tiene como fin llevarnos al cielo, sino introducirnos en Él mismo, en Su Hijo. La salvación de Dios no nos traslada de la tierra al cielo, sino de nosotros mismos a Él.
Muchas veces no predicamos el evangelio acertadamente. Al predicar el evangelio, muchas veces le decimos a la gente: “Amigos, ¿saben adónde irán cuando mueran? ¿Saben dónde está su hogar eterno? Si no creen en el Señor Jesús, irán al infierno. Ustedes podrán ir al cielo únicamente si creen en Jesús”. Es absolutamente correcto decir que una persona que no cree en Jesús irá al lago de fuego. Pero es cuestionable decir que una persona que cree en Jesús irá al cielo.
Una vez yo estaba en cierto lugar dando un mensaje acerca de la edificación de la casa de Dios. En esa ocasión le pregunté a la audiencia: “Ustedes están muy familiarizados con la Biblia y han recibido mucha luz. Ahora quisiera retarlos a ustedes y también a todo el cristianismo. Díganme dónde la Biblia dice que los que creen en Jesús irán al cielo”. Después de esto añadí: “Sé que en su corazón dirán que en Juan 14, cuando el Señor Jesús dijo: ‘Voy, pues, a preparar lugar para vosotros’; el lugar que Él iba a preparar debe de ser el cielo”. Entonces les dije: “Por el momento dejemos de lado Juan 14, y reservemos este pasaje para más tarde. No obstante, yo les diría que en toda la Biblia no pueden encontrar ni un solo pasaje que diga que las personas van al cielo”.
Unos días más tarde, uno de los que escucharon este mensaje ese día nos invitó a cenar y a tener comunión. Después de la cena una hermana anciana que conocía muy bien la Biblia me preguntó: “Hermano Lee, ya que no lleva prisa, ¿podría hablarnos de Juan 14, el pasaje que hace unos días usted dijo que lo reserváramos para después?”. Le dije: “Sí, pero preferiría no simplemente hablar acerca de este capítulo; más bien, es mejor que lo leamos juntos”. Así que brevemente lo leímos juntos. Cuando llegamos a “en la casa de Mi Padre”, le pregunté: “En toda la Biblia, ¿a qué se refiere la casa de Dios o la casa del Padre?”. La hermana dijo: “En el Antiguo Testamento claramente se refiere al templo de Dios, y en el Nuevo Testamento claramente se refiere a la iglesia de Dios”. Luego le pregunté: “¿Y a qué se refiere la casa del Padre en Juan 14?”. Ella dijo: “Todos creen que se refiere al cielo”. Inmediatamente respondí: “Usted acaba de decir que en el Antiguo Testamento la casa de Dios se refiere al templo de Dios y que en el Nuevo Testamento se refiere a la iglesia. ¿Por qué solamente en Juan 14 la casa del Padre se refiere al cielo?”. Ella dijo: “Eso es lo que todo el mundo dice, así que pienso que tal vez es así”. Le dije: “¿Por qué el pensamiento que usted sostiene al respecto no concuerda con lo que revelan el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento? Ni el Antiguo Testamento ni el Nuevo Testamento dicen que la casa de Dios es el cielo”.
Después de leer un poco más, le pregunté: “El Señor Jesús dijo: ‘Voy, pues, a preparar lugar para vosotros’. ¿Qué quiso el Señor decir con la palabra voy?”. Ella dijo: “Eso ciertamente significa que el Señor iba a dejar la tierra y ascender a los cielos”. Le pregunté: “¿Qué significa la frase preparar lugar?”. Ella dijo: “Todos dicen que eso significa que el Señor iba a ir al cielo para edificarnos cuartos”. Así que, tuve que seguir leyendo con ella poco a poco. Me costó mucho trabajo ayudarle a ver que la ida del Señor se refería a Su muerte, y que el hecho de que se fuera a preparar un lugar significaba que Él se iba para resolver los problemas que había entre nosotros y Dios, a fin de preparar un camino para que nosotros pudiéramos estar conectados con Dios, unirnos a Dios y morar en Dios. Por lo tanto, ciertamente el Señor no fue a preparar lugar para nosotros a fin de que nosotros pudiéramos ir al cielo, sino a fin de que entráramos en Dios.
“Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo” (v. 3). Es difícil traducir de manera precisa el significado de las palabras griegas traducidas “vendré otra vez”. “Y si me voy [...] vendré” significa “Mi ida es Mi venida”. Ciertamente, la ida del Señor era Su venida. En otras palabras, el que el Señor se fuera a morir equivalía a que iba a ser resucitado. Desde la perspectiva de la muerte, era Su ida; pero desde la perspectiva de la resurrección, era Su venida. Hermanos y hermanas, no sé si entienden lo que les digo. Su ida era Su venida. Les ruego que tengan esto presente.
Lo que el Señor estaba diciendo era: “Mi ida es Mi venida”. ¿Cuál era el motivo de Su venida? Era venir a tomarnos “a [Sí] mismo”. Él no dijo “os llevaré adonde Yo estoy”, pues eso se refiere a un lugar, sino: “Os tomaré a Mí mismo”, es decir iba a introducirles en una persona. Por lo tanto, no se trata de ir a un lugar, sino de entrar en una persona. El Señor no tenía ninguna intención de llevarnos a un lugar; Su intención era tomarnos a Sí mismo.
Luego el Señor dijo que esto era “para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. ¿Dónde está el Señor? ¿Está en el cielo? Ustedes tendrán esto claro después de leer el versículo 20. Allí el Señor dijo: “Yo estoy en Mi Padre”. Por lo tanto, la intención del Señor es introducirnos en el Padre. Él está en el Padre para que nosotros también podamos estar en el Padre. Puesto que el Señor se fue para entrar en la muerte y que esto tenía como fin quitar las barreras que existían entre nosotros y Dios, es decir, preparar el camino para que pudiésemos estar conectados con Dios, unidos a Dios, y también morar en Dios, después que el Señor se fue y terminó la obra de preparación, vino para tomarnos a Sí mismo. En aquel día Él estaba en el Padre, y nosotros también estamos en el Padre, lo cual hizo que se cumpliera lo dicho por Él: “Para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”.
El versículo 4 dice: “Y a dónde Yo voy, ya sabéis el camino”. ¿Adónde iba el Señor? Muchos dirían: “Iba al cielo”. Sin embargo, es maravilloso el hecho de que el Evangelio de Juan no nos dice que el Señor ascendió al cielo. Hermanos, ¿ven ustedes adónde iba el Señor? Creo que ahora debemos entender que Él iba al Padre. En Su encarnación Él salió del Padre; ahora Él iba a entrar en la muerte y la resurrección para regresar al Padre. Es por ello que repetidas veces he dicho que en Juan no se habla de un lugar, sino de una persona.
El Señor dijo: “Y a dónde Yo voy, ya sabéis el camino”. ¿Cuál es el camino? Entre los discípulos estaba Tomás, una persona que dudaba, que le hizo una pregunta al Señor, diciendo: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?”. ¿Creen ustedes que Tomás hizo una pregunta disparatada? Lo extraño es que hoy muchas personas parecen ser más listas que Tomás y están seguras de que el Señor iba al cielo. ¡Hoy todo el mundo parece saber lo que Tomás en ese entonces no sabía! Pero lamentablemente tal presunción que muestran al decir que saben les impide saber lo que realmente quiso decir el Señor.
¿Cuál es exactamente el camino? El Señor Jesús dijo: “Yo soy el camino” (v. 6). Así que ustedes pueden ver que esto está enteramente relacionado con una persona, es decir, no hay un camino físico; el camino es Aquel que es tanto Dios como hombre. No hay un lugar propiamente dicho; el “lugar” es Dios mismo.
“Yo soy el camino, y la realidad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí” (v. 6). El Señor no dijo: “Nadie viene a donde el Padre está”, sino: “Nadie viene al Padre”. El significado de las palabras del Señor era: “Nadie puede entrar en el Padre, sino por medio de Mí, Aquel que se encarnó”. El Señor no estaba hablando de ir a donde el Padre está, sino de ir al Padre mismo. No tiene que ver con ir a un lugar, sino con entrar en una persona.
Por lo tanto, ustedes pueden ver que en el Evangelio de Juan tanto el camino como el lugar son una persona. El camino es el Hijo de Dios, y el lugar es Dios mismo. Nadie viene a Dios, sino por medio del Hijo de Dios. Eso es lo que el Señor quiso decir. Tal vez ustedes pregunten cómo sabemos que eso es lo que el Señor quiso decir. Esto nos queda claro cuando leemos el versículo 20. El versículo 20 dice: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. ¿No es esto claro? Lo que Él logró en aquel día no fue llevarnos al cielo, sino introducirnos en Dios. Él mismo es el camino a fin de darnos entrada en Dios. Él nos salva a nosotros, que estamos fuera de Dios, al introducirnos en Dios para que experimentemos una unión con Dios y moremos en Él. Éste es el significado de Juan 14.
“Si me conocieseis, también a Mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta” (vs. 7-8). Una persona es muy insensata antes que Dios le abra sus ojos internos. Felipe no sabía que el Señor con quien hablaba era el Padre. Por esa razón, el Señor le dijo: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí?” (vs. 9-10). Hermanos y hermanas ¿dónde está el Señor? Él dijo claramente que estaba en el Padre. Pero en el momento en que el Señor habló estas palabras, todavía no había quitado las barreras que había entre nosotros y Dios, ni había resuelto los problemas entre nosotros y Dios, ni tampoco había abierto el camino a Dios. Por esa razón, en aquel entonces los discípulos aún no podían entrar en el Padre. Así que, el Señor fue a la muerte para que nosotros pudiéramos estar juntamente con Él en el Padre. De ese modo se cumpliría lo dicho por el Señor: “Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”.
Los versículos del 10 al 17 dicen: “Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él hace Sus obras. Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí; y si no, creedme por las mismas obras. De cierto, de cierto os digo: El que en Mí cree, las obras que Yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque Yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en Mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pedís en Mi nombre, Yo lo haré. Si me amáis, guardaréis Mis mandamientos. Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros, y estará en vosotros”. Esta sección nos dice que el Espíritu Santo estará con nosotros.
El versículo 18 dice: “No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros”. Es sorprendente ver como aquí las palabras del Señor dan un giro. Los versículos 16 y 17 dicen que el Espíritu Santo vendría, pero el versículo 18 dice que el Señor mismo vendría. Tengan presente que el Espíritu Santo es el Señor mismo. El Señor que dice “vengo”, en el versículo 18, es el Espíritu que “permanece”, en el versículo 17. Por lo tanto, el Espíritu Santo es la transfiguración del Señor, el Señor que cambia de forma. Podemos comparar esto al vapor que se convierte en agua cuando está a cierta temperatura, cambiando de forma, de modo que podemos afirmar que el agua es la transfiguración del vapor. Si la temperatura desciende al punto de congelación, el agua se congelaría convirtiéndose en hielo, el cual es la transfiguración del agua, puesto que tiene otra forma. Por lo tanto, ya sea que hablemos de vapor, agua o hielo, hablamos de una misma cosa. Éste es un buen ejemplo para explicar el hecho de que Dios es tres y a la vez uno. El Hijo es la corporificación del Padre, y el Espíritu es la transfiguración del Hijo. Por un lado, tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu; por otro, el Padre, el Hijo y el Espíritu son uno solo.
Tengan presente que aunque el Señor Jesús era Dios hecho carne, Él sólo podía estar entre los hombres; es decir, no podía entrar en el hombre. Necesitaba ser transfigurado en el Espíritu Santo a fin de entrar en el hombre. Una vez que fue transfigurado en el Espíritu Santo, no sólo pudo estar entre los hombres y con ellos, sino también pudo entrar en ellos y morar dentro de ellos. Es por ello que en el capítulo 15 el Señor dijo repetidas veces que Él estaría en ellos y ellos en Él. Mientras aún estaba en la carne, Él sólo podía decir: “Yo estoy en medio vuestro”, mas no: “Yo estoy en vosotros”. Fue sólo después que resucitó de los muertos y fue transfigurado en el Espíritu Santo que Él pudo entrar en el hombre. Esta transfiguración Suya es el “otro Consolador” enviado por Dios. Esto es como el agua derretida del hielo que a la vez sigue siendo hielo. Aunque podemos decir que el hielo y el agua son dos cosas, una vez que el hielo se derrite, es agua. De la misma manera, aunque podemos afirmar que el Señor Jesús y el Espíritu Santo son dos, en realidad son uno solo.
Ser transfigurados, transformados, es cambiar de una forma a otra. Anteriormente, el Señor estaba en la carne, pero por medio de la muerte y la resurrección Él fue transfigurado en el Espíritu. Por lo tanto, en realidad el “otro Consolador” no es otra persona, sino la misma persona que ha sido transfigurada y ha adquirido otra forma. Por lo tanto, el Espíritu mencionado en los versículos 16 y 17 es el Señor mismo que en el versículo 18 dice: “No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros”.
Es difícil traducir de manera precisa la palabra “vengo” en este versículo. Cuando el Espíritu Santo inspiró la Biblia, usó palabras muy particulares en estos pasajes. El significado en el idioma original es: “No os dejaré huérfanos; Mi ida es Mi venida”. Por lo tanto, este versículo puede traducirse apropiadamente como: “Vengo a vosotros”, pues la ida del Señor no significaba que los iba a abandonar; no, Su ida era Su venida. Además, Él no venía al lugar donde ellos estaban, sino que más bien venía a entrar en ellos. Esto una vez más no tiene que ver con un lugar, sino con una persona.
El versículo 19 dice: “Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veis”. Quisiera preguntarles, hermanos y hermanas, ¿exactamente a cuánto tiempo se refiere la frase “un poco” mencionada aquí? ¿A dos mil años? ¿Al tiempo de la segunda venida del Señor? Si fuera hasta ese tiempo, entonces el Señor no podría haber dicho “el mundo no me verá más”, porque será en Su segunda venida que todo el mundo le verá. Por lo tanto, aquí el Señor obviamente se refería a que se manifestaría a los discípulos y a que venía para estar en medio de ellos después de Su resurrección. ¿Cuánto tiempo se tardaría ese “un poco”? ¡Sólo un período de tres días! Fue por eso que el Señor dijo: “Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veis”. Además, ellos vieron al Señor primero con sus ojos físicos; pero más tarde le vieron con sus ojos interiores, porque después de Su resurrección el Señor no sólo se les apareció, poniéndose en medio de ellos, sino que también entró en ellos para morar en ellos. La intención del Señor al aparecérseles después de Su resurrección era enseñarles a que en vez de conocerle externamente, le conocieran internamente. Sólo así ellos podrían ser mezclados con el Señor.
El Señor después dijo: “Porque Yo vivo, vosotros también viviréis”. Él estaba diciendo: “En el momento de Mi resurrección, vosotros seréis regenerados por causa de Mí; por tanto, porque Yo vivo, vosotros también viviréis”.
“En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros” (v. 20). Debemos hacer especial hincapié en la frase en aquel día, la cual significa en el día de la resurrección del Señor. ¿Qué sucedería ese día? ¿Acaso el Señor dijo: “En aquel día vosotros sabréis que he ido al cielo”? ¿O dijo Él: “En aquel día porque Yo estoy en el cielo, os salvaré para que también estéis en el cielo”? Hermanos y hermanas, creo que a estas alturas ya tienen claro que no es así. El Señor dijo: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí”. Puesto que el Señor está en el Padre y nosotros estamos en el Señor, también estamos en el Padre. Con esto se cumplen las palabras del Señor: “Para que donde Yo estoy, vosotros también estéis” (v. 3). El versículo 20 contiene tres menciones de la palabra en, las cuales demuestran que todas las veces que se menciona la palabra donde en el capítulo 14 —la cual aparentemente se refiere a un lugar— en realidad tienen que ver con una persona.
Por lo tanto, podemos afirmar confiadamente que en el capítulo 14 no se trata de espacio ni de lugar, sino únicamente de una persona. El lugar mencionado en el capítulo 14 es una persona. El Señor parecía decir: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros; por tanto, vosotros y Yo estaremos juntos en el Padre”. Éste es el cumplimiento de: “Para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. Es aquí donde Dios y el hombre experimentan una unión completa.
He dicho reiteradas veces que esta unión es la mezcla de Dios y el hombre: Dios está en el hombre, y el hombre está en Dios. Esto también es la edificación que Dios está produciendo. Esta edificación es la morada mutua de Dios y el hombre: Dios mora en el hombre y el hombre mora en Dios.
El Señor dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (2:19). Esto significa que el Señor en Su resurrección levantaría el templo, que es la unión de Dios y el hombre. Por lo tanto, el Señor parecía decir: “En aquel día, es decir, en el día de Mi resurrección, porque Yo vivo, vosotros también viviréis. Además, vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. Con estas tres menciones de “en”, es decir, con la mezcla y morar mutuo de Dios y el hombre, el Señor realizó la edificación del templo. A esto se refería el Señor cuando dijo que iba a preparar un lugar para nosotros, y que cuando estuviera preparado, vendría y nos tomaría a Sí mismo. Anteriormente, los discípulos estaban fuera del Señor, pero en ese día ellos estarían en el Señor; y así como el Señor estaba en el Padre, el Señor estaría en ellos.
Prosigamos leyendo los versículos del 21 al 23 del capítulo 14: “El que tiene Mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por Mi Padre, y Yo le amaré, y me manifestaré a él. Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. La palabra traducida “morada” aquí y “moradas” en el versículo 2 —“En la casa de Mi Padre muchas moradas hay”— son la misma palabra griega. En el versículo 2 está en plural, mientras que aquí está en singular. Así que, al llegar aquí ustedes pueden comprender que las moradas mencionadas en el versículo 2 se refieren a un grupo de personas que aman al Señor, tienen comunión con el Señor y viven en el Señor, y a quienes el Señor se manifiesta, como vemos en los versículos del 21 al 23. Las moradas del versículo 2 no pueden referirse a otra entidad —el cielo— porque se mencionan nuevamente en el mismo capítulo de la Biblia y en el mismo mensaje dado por el Señor Jesús. Por lo tanto, podemos afirmar con certeza que las moradas no se refieren a un lugar, sino a personas. Las moradas son el grupo de personas que creen en el Señor, aman al Señor, tienen comunión con el Señor, viven en el Señor y permiten que el Señor se manifieste a ellas y more junto con ellas. Este grupo de personas equivale a las muchas moradas de la casa del Padre.
Prosigamos nuestra lectura. “Respondió Jesús y le dijo: [...] El que no me ama, no guarda Mis palabras; y la palabra que habéis oído no es Mía, sino del Padre que me envió. Os he dicho estas cosas mientras permanezco con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que Yo os he dicho. La paz os dejo, Mi paz os doy; Yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. Habéis oído que Yo os he dicho: Voy, y vengo a vosotros. [Ésta es la tercera vez que el Señor dijo que Su ida era Su venida]. Si me amarais, os habríais regocijado, porque voy al Padre; porque el Padre mayor es que Yo. Y ahora os lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis” (vs. 23-29).
Hermanos y hermanas, permítanme preguntarles, según el contexto, ¿qué era lo que sucedería cuando el Señor dijo: “Para que cuando suceda, creáis”? ¿Será que el Señor iba a ascender al cielo? No, si ustedes leen del capítulo 14 al capítulo 20, verán que el Señor se estaba refiriendo a que sería resucitado de los muertos para introducir al hombre en Dios y para introducirse a Sí mismo en el hombre. Cuando esto sucediera, los discípulos creerían.
Leamos ahora los versículos 30 y 31: “No hablaré ya mucho con vosotros: porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en Mí. Mas esto es para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago. Levantaos, vamos de aquí”.
A estas alturas creo que han entendido las palabras de Juan 14. Prosigamos a leer el capítulo 15, que viene inmediatamente después del capítulo 14. “Yo soy la vid verdadera, y Mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en Mí no lleva fruto, lo quita; y todo aquel que lleva fruto, lo poda, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en Mí, y Yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en Mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer” (vs. 1-5).
Puesto que el capítulo 14 ya nos dice que un día algo particular sucedería —que el Señor resucitaría de los muertos y nos introduciría en Dios, y que Él mismo también moraría en nosotros—, en el capítulo 15 se presenta el hecho de la unión de la vid y los pámpanos. El hecho de que podamos permanecer en el Señor y que el Señor pueda permanecer en nosotros, para que Él y nosotros podamos obtener una morada mutua es enteramente el resultado de la ida y venida del Señor, esto es, de Su muerte y resurrección mencionadas en el capítulo 14. Sin los acontecimientos del capítulo 14, no podemos tener el hecho que se presenta en el capítulo 15. El hecho presentado en Juan 15 es que nosotros permanecemos en el Señor y el Señor permanece en nosotros. Nuestra unión y mezcla con el Señor es igual a la de los pámpanos y la vid. Esta unión hace posible que Dios y el hombre obtengan una morada mutua y, de ese modo, se realiza el edificio de Dios.
Es por ello que repetidas veces he dicho que en el capítulo 14 la casa del Padre no se refiere al cielo, y que las muchas moradas no se refieren a muchos cuartos en el cielo. La casa del Padre se refiere al edificio de Dios en el universo, y las muchas moradas son aquellos que están mezclados con Dios y que permanecen en Dios. Todo aquel que se mezcla con Dios y permanece en Dios es una morada en la cual habita Dios. Al mismo tiempo, Dios es la morada de ellos porque ellos moran en Dios. Es sólo cuando llegamos al capítulo 15 que encontramos una expresión que alude a este morar mutuo: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (v. 4).
Dejemos por ahora lo que resta del capítulo 15 y leamos del capítulo 16. Los versículos del 5 al 7a dicen: “Pero ahora voy a Aquel que me envió; y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas? Antes, porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero Yo os digo la verdad: Os conviene que Yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros”. El significado de lo que el Señor dijo era: “Si no me voy, no podré ser transfigurado para entrar en vosotros. Os conviene que Yo me vaya. Si no me voy, sólo podré estar entre vosotros, mas no entrar en vosotros”. Los versículos del 7b al 13a dicen a continuación: “Mas si me voy, os lo enviaré. Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en Mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de realidad, Él os guiará a toda la realidad”. El Espíritu de realidad es la transfiguración del Señor. Él no nos guía a las doctrinas, sino a toda la verdad, a toda la realidad. ¿Qué es toda la realidad? Es esto: “Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros” (14:20). Esto tiene como fin que el hombre disfrute plenamente de todo lo que está en Dios, lo cual equivale también a entrar en la realidad.
Juan 16:13b-15 dice: “Porque no hablará por Su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oye, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque recibirá de lo Mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es Mío; por eso dije que recibirá de lo Mío, y os lo hará saber”. Estos versículos son muy cruciales, pero por ahora no puedo entrar en detalle. El Señor Jesús estaba diciendo: “Todo lo que el Padre es y tiene es Mío. Cuando el Espíritu de realidad venga, Él os guiará a toda la realidad, a toda la plenitud de la Deidad, para que podáis disfrutar de todo lo que está en la plenitud”.
El versículo 16 dice: “Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis”. Hermanos y hermanas, creo que ustedes saben que cuando el Señor dijo esto estaba próximo a morir. Por eso dijo: “Todavía un poco, y no me veréis”, puesto que iba a ser muerto y sepultado. También dijo: “Y de nuevo un poco, y me veréis”, ya que sería resucitado como Espíritu para estar en medio de los discípulos y también entrar en ellos.
Los versículos 17 y 18 continúan diciendo: “Entonces se dijeron algunos de Sus discípulos unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice: Todavía un poco y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; y: Porque Yo voy al Padre? Decían, pues: ¿Qué quiere decir con: Todavía un poco? No entendemos lo que habla”. El Señor dijo: “Yo voy al Padre”; con esto sigue refiriéndose a aquel misterioso acontecimiento, y es por eso que los discípulos no lo entendieron.
Los versículos 19 y 20 dicen: “Jesús conoció que querían preguntarle, y les dijo: ¿Preguntáis entre vosotros acerca de esto que dije: Todavía un poco y no me veréis, y de nuevo un poco y me veréis? De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”. Esto se refiere al período de tiempo en que el Señor fue crucificado y sepultado. Durante ese tiempo los seguidores del Señor llorarían y lamentarían, pero el mundo que crucificó al Señor se alegraría. Sin embargo, después de la resurrección del Señor, los discípulos verían al Señor y se regocijarían.
El versículo 21 dice: “La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo”. El tiempo en que el Señor Jesús fue a la muerte iba a ser el momento en que los discípulos sufrirían dolores de parto. Asimismo, el tiempo en que el Señor Jesús iba a resucitar de los muertos iba a ser de regocijo para los discípulos.
El versículo 22 continúa diciendo: “Así que, también vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo”. El que el Señor volviera a ver a los discípulos no se refiere al tiempo de Su segunda venida, sino al día de Su resurrección.
Juan 20:19 dice: “Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto de pie en medio, les dijo: Paz a vosotros”. Esto ocurrió en la noche del día de la resurrección del Señor. Las puertas estaban cerradas, pero Jesús entró; cómo entró, no lo sabemos. El versículo 20 continúa: “Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor”. Él no vino a los discípulos simplemente como un alma o un espíritu, sino que vino con un cuerpo físico que todavía tenía las marcas y las heridas de la crucifixión. Aquí pueden ver que las palabras del capítulo 16 se cumplieron en el capítulo 20. En el capítulo 16 el Señor dijo que iba a morir y que los discípulos lamentarían, pero que esto sólo sería algo temporal, puesto que cuando fuese resucitado, y Él los volviera a ver, ellos se regocijarían. Entonces en la noche del día de la resurrección, el Señor se puso en medio de los discípulos, y los discípulos le vieron y se regocijaron.
Les hago notar estos versículos para probarles que la palabra venida en Juan del capítulo 14 al 16 no se refiere a la segunda venida del Señor en el futuro, sino al momento en que el Señor vino a estar en medio de los discípulos después de Su resurrección. Asimismo, la ida en estos tres capítulos tampoco se refiere a que el Señor dejara la tierra para ascender a los cielos, sino a Su muerte. Su ida se refiere a Su muerte; y Su venida se refiere a Su resurrección.
Sigamos adelante a leer 16:22-25: “Nadie os quitará vuestro gozo. En aquel día [esto es, el día de la resurrección del Señor] no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidáis al Padre en Mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en Mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido. Estas cosas os he hablado en parábolas; la hora viene cuando ya no os hablaré por parábolas, sino que claramente os anunciaré las cosas del Padre”. Noten que no eran las cosas del cielo que el Señor nos anunció claramente, sino las cosas del Padre.
Los versículos del 26 al 28 continúan diciendo: “En aquel día pediréis en Mi nombre; y no os digo que Yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que Yo salí de Dios. Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre”. Aquí Él está diciendo que salió de Dios y ahora regresaba a Dios. Todos los que leen el Nuevo Testamento en griego saben que la palabra mundo en el versículo 28 es la misma que se traduce “mundo” en 3:16, refiriéndose a las personas del mundo. Por lo tanto, la frase he venido al mundo puede traducirse “he venido a las personas del mundo”. Él salió del Padre a las personas del mundo; esto significa que vino de Dios al hombre. Luego Él dejó a las personas del mundo y regresó al Padre. Esto significa que fue del hombre a Dios.
Los versículos 29 y 30 dicen: “Le dijeron Sus discípulos: He aquí ahora hablas claramente, y ninguna parábola dices. Ahora entendemos que sabes todas las cosas, y no necesitas que nadie te pregunte; por esto creemos que has salido de Dios”. ¡Qué lástima! Los discípulos no habían creído sino hasta ese momento en que el Señor había salido de Dios; ellos habían creído demasiado tarde. En ese momento el punto no era que Él había salido de Dios, sino que iba a Dios. Hasta ahora ellos sólo habían entendido la primera parte, y no la segunda. Debemos recordar que la primera sección de Juan nos habla de que Dios entra en el hombre, y la segunda, de que el hombre entra en Dios. Cuando el Señor dijo estas palabras, los discípulos no entendieron. No fue sino hasta la noche del día de la resurrección del Señor que ellos entendieron. Asimismo, si nosotros no vemos el hecho hoy, no podemos entender. Es sólo cuando vemos el hecho que podemos entender. Aquí los discípulos entendieron que el Señor había salido del Padre, pero aún no entendieron cómo Él iba a regresar al Padre.
Los versículos del 31 al 33 concluyen: “Jesús les respondió: ¿Ahora creéis? He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Estas cosas os he hablado para que en Mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero tened valor, Yo he vencido al mundo”.
Terminaremos nuestra lectura aquí. Ahora queremos dar unas palabras de conclusión. Juan 14, 15 y 16 hablan acerca de que el Señor venía por medio de Su ida, y que esta venida por medio de Su ida era Su muerte y Su resurrección. Recuerden que en este libro, el Evangelio de Juan, la primera sección habla de la encarnación del Señor y la segunda sección habla de la muerte y resurrección del Señor. En Su encarnación Él salió desde el Padre para entrar en el hombre; en Su muerte y resurrección, salió desde el hombre para entrar en el Padre. En otras palabras, mediante la encarnación Él introdujo a Dios en el hombre, y mediante la muerte y la resurrección introdujo al hombre en Dios. Por medio de la encarnación introdujo a Dios en una unión con el hombre, y por medio de la muerte y la resurrección introdujo al hombre en la mezcla con Dios. Por consiguiente, del capítulo 1 al 13 Él sólo podía decir: “Yo estoy entre vosotros”, mas no: “Vosotros estáis en Mí y en el Padre”. Él no podía decir esto en aquel tiempo porque no había introducido al hombre en Dios. Entre Dios y el hombre todavía había barreras, distancia, problemas y dificultades. Estos problemas eran el pecado, el mundo, la carne y Satanás. Hasta ese momento, la puerta para que el hombre entrara en Dios no había sido abierta. El camino no había sido preparado, y no era posible que el hombre morara en Dios.
Por esta razón, Él tenía que irse y morir. Él tenía que resolver los problemas entre Dios y el hombre por medio de la muerte. Él tenía que preparar el camino y abrir un camino para que el hombre llegara a Dios y permaneciera en Dios. En esto consistía que Él fuera a preparar un lugar para el hombre. Él no fue a preparar una mansión celestial en la que el hombre pudiera vivir. En vez de ello, fue por medio de la muerte para resolver los problemas que había entre Dios y el hombre, y así abrir un camino para que el hombre obtuviera acceso a Dios y pudiera permanecer en Dios.
Después de Su resurrección, el Señor como Espíritu impartió Su vida en el hombre. Fue así como entró en el hombre. Al mismo tiempo, en Su resurrección Él introdujo en Dios al hombre del cual se había vestido. Esto cumplió lo dicho por el Señor de que donde Él está, puedan también estar los que pertenecen a Él. Él está en el Padre, y los que pertenecen a Él también están en el Padre. De este modo, Dios y el hombre se mezclan y se unen para ser un edificio espiritual, que es la morada mutua de Dios y el hombre, la casa de Dios y el templo de Dios. Esto se cumplió por medio de Su resurrección. Esto también hizo que se cumpliera: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (2:19). Hoy en día Él todavía está edificando este templo en resurrección. Él ha estado llevando a cabo esta obra de edificación en nosotros con Su vida de resurrección a fin de que podamos entrar más profundamente en Dios. Ésta es la obra de edificación que nos muestra el Evangelio de Juan.