
Ya mencionamos que Juan 14, 15 y 16 constituyen un mensaje que el Señor dio a los discípulos en la noche que fue traicionado después que Él había establecido Su cena. Luego en Juan 17 el Señor ofreció una oración para concluir este mensaje. Creo que después de los mensajes anteriores, ustedes, hermanos y hermanas, entienden muy claramente que en estos tres capítulos —Juan 14, 15 y 16— el énfasis del mensaje del Señor era mostrarnos cómo Él iba a morir para resolver los problemas entre nosotros y Dios, y así abrir un camino para nosotros, a fin de que estuviéramos conectados con Dios, entráramos en Dios y moráramos en Él. Además, Él iba a resucitar de los muertos para impartirnos Su vida a fin de que viviéramos como Él vive, y así nosotros pudiéramos permanecer en Él y Él pudiera permanecer en nosotros. En resumen, el tema de Su mensaje es que Él iba a introducir al hombre en Dios para que Dios y el hombre fueran perfectamente edificados y llegaran a ser una sola entidad.
Después que acabó de dar este mensaje, el Señor ofreció una oración a modo de conclusión. Todos hemos tenido esta experiencia. A menudo la oración de conclusión que ofrecemos cuando terminamos de dar un mensaje es básicamente el pensamiento central del mensaje. Esto mismo se aplica a la oración del Señor en aquella ocasión. En Su oración Él le presentó a Dios el pensamiento central del mensaje, pidiéndole que lo cumpliera. Si sabemos esto, entonces podremos entender esta oración más fácilmente.
Leamos ahora esta oración. Juan 17:1 dice: “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti”. Éste es el tema de la oración. El tema de esta oración es que Dios glorificara a Su Hijo para que Su Hijo también lo glorificara. ¿Qué es la gloria? Confesamos que incluso al presente no entendemos esto completamente. Todos los expositores de la Biblia y los que buscan la experiencia espiritual reconocen que la gloria es algo muy difícil de explicar. Hemos dicho antes que la gloria es la manifestación, la expresión, de Dios. La gloria es Dios manifestado y expresado. Esta explicación es relativamente sencilla y precisa. Por ejemplo, cuando la electricidad resplandece y se manifiesta desde el interior de una bombilla, ese resplandor es la gloria de la electricidad. Las lámparas fluorescentes en este salón son el resplandor emitido por la electricidad. Este resplandor es la gloria de la electricidad, que también es la manifestación, la expresión, de la electricidad. Éste es un pequeño ejemplo que nos ayuda a entender el significado de la gloria. ¿Qué es la gloria de Dios? La gloria de Dios es la manifestación de Dios, la expresión de Dios. Quien tiene la expresión de Dios, tiene la gloria de Dios. Si usted percibe que una reunión está llena de la presencia de Dios, entonces esa reunión está llena de la gloria de Dios.
Por lo tanto, no es difícil para nosotros entender lo que el Señor quiso decir cuando dijo: “Glorifica a Tu Hijo”. Debemos tener presente que el que el Señor se hiciera carne equivalía a que Dios entrara en el hombre. Dios mismo es glorioso, pero nosotros los seres humanos no somos gloriosos; al contrario, somos seres inferiores y viles. Por esta razón, la gloria de Dios quedó escondida en el hombre que Dios llegó a ser. En el tabernáculo en el Antiguo Testamento, la gloria de Dios, o diríamos Dios mismo, quedó escondida detrás de un velo en el Lugar Santísimo. Hebreos 10 dice que el velo tipifica la carne de la cual el Señor se vistió en Su encarnación (v. 20). Cuando el Señor se hizo carne, Su carne, Su humanidad, era un velo que ocultaba la gloria de Dios. Aunque el Señor encarnado internamente era Dios mismo y absolutamente glorioso, de modo externo Él apareció delante de los hombres como un humilde hombre. Mientras estuvo en la carne, en Sus tratos con los hombres, Su gloria no fue percibida, porque estaba escondida en Él. Lo que las personas sintieron y percibieron en Él era un hombre de humilde condición. Filipenses 2 nos dice que Él se humilló, que se despojó a Sí mismo, tomando forma de esclavo, haciéndose semejante a los hombres (v. 7). Por consiguiente, cuando Él apareció delante de los hombres, no tenía ningún aspecto atractivo ni majestad para que le deseáramos (Is. 53:2). A los ojos de los hombres Él era simplemente un hombre cuyo semblante y figura habían sido desfigurados. Su gloria quedó completamente escondida, velada, en Su carne.
Recuerden aquella ocasión cuando el Señor Jesús subió al monte con tres discípulos y se transfiguró delante de ellos. Aquello fue la liberación de la gloria que estaba en Su interior. Al parecer Su carne, que era como un velo, se hizo transparente, permitiendo que se manifestara la gloria que estaba en Él. Sin embargo, esto sólo fue algo momentáneo, pues después Su gloria volvió a ocultarse, y regresó Su condición humilde. En los treinta y tres años y medio que estuvo en la tierra, lo que se expresó fue Su condición humilde, y no Su gloria.
Ahora en Juan 17 el Señor ofrece una oración a Dios, diciendo: “Glorifica a Tu Hijo”. No es difícil para nosotros entender el significado de esto, el cual equivalía a pedirle que Dios introdujera a Su Hijo plenamente en la gloria para que Él pudiese manifestar y expresar en plenitud la naturaleza de Dios y la gloria de Dios. Esto tenía que ver con Su resurrección. Mientras estaba en la tierra, Él era el Hijo de Dios y tenía a Dios en Su interior, pero las personas siempre lo vieron como un humilde hombre. Sin embargo, Él ya no era el mismo después de la resurrección. Después de resucitar, la gloria que estaba en Su interior se manifestó. Después de resucitar, el Dios que estaba dentro de Él, la vida que estaba en el interior del Hijo de Dios, se expresó. Cuando Él resucitó, fue expresado el Dios que estaba en Él, la vida interna del Hijo de Dios. Cuando Él resucitó, Su carne fue transfigurada de una forma humilde a una forma gloriosa. Es por ello que Lucas 24 nos dice que la resurrección del Señor fue Su entrada en la gloria (v. 26).
Hermanos y hermanas, el que Dios se hiciera carne y entrara en el hombre equivalía a que se humillase; y el que el hombre entrara en Dios equivalía a que fuese glorificado. Era cuestión de la condición humilde del Señor Jesús que Él se hiciera carne e introdujera a Dios en el hombre, pero era cuestión de gloria que el Señor Jesús resucitara e introdujera al hombre en Dios. En esta coyuntura el Señor iba a morir, es decir, iba a pasar por la muerte y la resurrección; así que, ofreció una oración en la que le pedía a Dios que le glorificara, es decir, que causara que Él fuese glorificado. Esto significa que le pedía a Dios que hiciera que todo lo escondido en Su interior —la vida de Dios, la naturaleza de Dios y todo lo que Dios es— se manifestara y expresara. En Él estaba toda la plenitud de la Deidad, Dios mismo. Cuando estaba en la carne, la plenitud de la Deidad se hallaba escondida en Él. Su humanidad y Su cuerpo servían como un velo que ocultaba y confinaba toda la plenitud de Dios. El que fuese a morir equivalía a que rasgara ese velo. Después que muriera, resucitaría, con lo cual el “velo” sería transfigurado. Al ser rasgado y transfigurado este velo, Él resplandecería plenamente con toda la plenitud de la Deidad que anteriormente quedó escondida en Él. El resultado de esto sería Su glorificación. Por consiguiente, cuando Él oró al Padre, diciendo: “Glorifica a Tu Hijo”, lo que en realidad decía fue: “Te pido que toda la plenitud de la Deidad se manifieste y exprese desde el interior de Tu Hijo”.
Una vez que ustedes entiendan esta frase, comprenderán la cláusula que sigue: “Para que Tu Hijo te glorifique a Ti”. Esto equivale a decir: “Si Tú glorificas a Tu Hijo de esta manera, Tu Hijo también te glorificará a Ti. Dado que todo lo que Tú eres y tienes está en Tu Hijo, si este velo de carne no es quebrantado, no es transfigurado, entonces Tu gloria quedará confinada en él. Ahora glorifica a Tu Hijo para que toda Tu plenitud pueda resplandecer desde el interior de Tu Hijo. De esta manera, Tú glorificarás a Tu Hijo, y Tu Hijo también te glorificará a Ti, porque toda Tu plenitud se expresará por medio de Tu Hijo”.
Juan 17:2 dice: “Como le has dado autoridad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste”. Reconocemos que esta oración del Señor contiene muchas expresiones extraordinarias. No tenemos el tiempo para abarcar cada una de ellas, y hay algunas que no podemos abarcar cabalmente. Por ejemplo, la gloria de la que hemos hablado y la vida eterna que se menciona aquí son asuntos que revisten gran importancia.
El versículo 3 dice a continuación: “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo”. Esta vida eterna cumple una función particular dentro del hombre, la cual es hacer que el hombre conozca al único Dios verdadero y a Jesucristo, a quien Dios ha enviado. Esta vida eterna dentro del hombre tiene la función de hacer que él conozca a Dios y a Cristo; por ende, está relacionada con la gloria del Hijo de Dios y también con la expresión de Dios mismo.
El versículo 4 dice: “Yo te he glorificado en la tierra, acabando la obra que me diste que hiciese”. Estas palabras son difíciles de entender. Quisiera hacerles esta pregunta a ustedes, hermanos y hermanas: ¿a qué se refería el Señor cuando dijo que Él glorificó al Padre mientras estaba en la tierra, acabando la obra que Él le había dado que hiciera? Podemos explicarlo de esta manera: El Señor Jesús hizo muchas cosas en la tierra, y todo lo que hizo concordaba con la voluntad de Dios. Sin embargo, aquí la obra que Dios le dio que hiciera se refiere específicamente a que el Señor expresara a Dios en la tierra. “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (1:18). “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (14:9). Estas palabras indican que Dios envió al Señor al mundo con la intención de expresarse a Sí mismo. El Señor vino a la tierra para dar a conocer a Dios, explicar a Dios, expresar a Dios e impartir a Dios en el hombre. Al hacer esto, el Señor glorificó al Padre. Por lo tanto, el Señor dijo que Él había acabado la obra que el Padre le había dado que hiciera.
Juan 17:5 dice: “Ahora pues, Padre, glorifícame Tú junto contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. El Señor parecía decir: “Anteriormente, estaba contigo, pero cuando me hice carne, salí de Ti y entré al mundo. Ahora te pido que me recibas nuevamente para que participe de la gloria junto contigo, de aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”.
El versículo 6a dice: “He manifestado Tu nombre a los hombres que del mundo me diste”. El nombre aquí es otro asunto que reviste gran importancia. En este capítulo vemos tres asuntos muy importantes. El primero es la gloria; el segundo es la vida y el tercero es el nombre. ¿Qué quería decir el Señor cuando dijo: “He manifestado Tu nombre a los hombres”? Sabemos que el nombre denota la persona; el nombre es la persona. El hecho de que el Señor manifestara el nombre del Padre a los discípulos significa que era el Padre mismo que fue manifestado a ellos. El Señor no sólo les dio vida eterna, sino que además de esto les manifestó el nombre del Padre, para que ellos conocieran quién era el Padre.
Los versículos del 6b al 8 continúan diciendo: “Tuyos eran, y me los diste, y han guardado Tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de Ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de Ti, y han creído que Tú me enviaste”. A estas alturas los discípulos entendieron que el Señor había salido de Dios, pero todavía no entendían que el Señor iba a regresar a Dios y a entrar en Dios. Para ese tiempo los discípulos supieron que el Señor era Aquel que se encarnó, pero todavía no entendían que el Señor también iba a ser Aquel que moriría y resucitaría. Ahora ellos verdaderamente supieron que el Señor había salido del Padre y había sido enviado del Padre.
Los versículos 9 y 10a dicen: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque Tuyos son, y todo lo Mío es Tuyo, y lo Tuyo Mío”. La primera parte del versículo 10, que dice: “Todo lo Mío es Tuyo, y lo Tuyo Mío”, es una expresión extraordinaria, pues se trata de la unidad. Si usted puede decirle al Señor: “Todo lo mío es Tuyo”, entonces también puede decirle: “Todo lo Tuyo es mío”. Esto se asemeja a la relación entre el esposo y la esposa. Debido a que el esposo y la esposa han llegado a ser uno, todo lo que la esposa tiene le pertenece al esposo, e igualmente todo lo que el esposo tiene le pertenece a la esposa.
El versículo 10b dice: “Y he sido glorificado en ellos”. Esto significa que debido a que los discípulos pertenecían al Señor, el Señor pudo ser expresado y glorificado. Luego el versículo 11 empieza diciendo: “Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y Yo voy a Ti”. Los discípulos no entendieron estas palabras todavía. Ellos sólo entendieron la primera parte, es decir, que el Señor había salido del Padre. Este versículo concluye al decir: “Padre santo, guárdalos en Tu nombre, el cual me has dado, para que sean uno, así como Nosotros”. El nombre que Dios le dio al Señor es un asunto de crucial importancia. El Señor le pidió que los que pertenecían a Él fuesen guardados por Dios en el nombre que Dios le dio, a fin de que pudieran ser uno, así como el Dios Triuno es uno.
Los versículos del 12 al 16 luego dicen: “Cuando estaba con ellos, Yo los guardaba en Tu nombre, el cual me has dado, y Yo los guardé; ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición [Judas], para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a Ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan Mi gozo cumplido en sí mismos. Yo les he dado Tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del maligno [Satanás]. No son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo”. En el versículo 14 la expresión Tu palabra es otro asunto que reviste gran importancia; la gloria, la vida, el nombre y la palabra son cuatro asuntos extremadamente cruciales.
Los versículos del 17 al 20 dicen: “Santifícalos en la verdad; Tu palabra es verdad. Como Tú me enviaste al mundo, así Yo los he enviado al mundo. Y por ellos Yo me santifico a Mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en Mí mediante la palabra de ellos”. Éstos se refiere a los discípulos que estaban con el Señor en aquel tiempo, mientras que los que han de creer en Mí mediante la palabra de ellos se refiere a todos los que creerían en el Señor por medio del evangelio predicado por los discípulos a través de los siglos. Esto incluye a todos los que serían salvos a través de los tiempos y en todo lugar. Por consiguiente, el Señor aquí está orando por todos los que han sido salvos y pertenecen a Él. El versículo 21 dice a continuación: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste”. ¿Cómo podían los discípulos estar en “Nosotros”, es decir, en el Señor y en el Padre? Fue hecho posible al darles el Señor la vida eterna del Padre, al manifestarles el nombre del Padre, al darles a conocer la palabra de Dios, la verdad de Dios, y al recibirla ellos, y también al darles la gloria que Dios le había dado. Por medio de estos cuatro asuntos —la vida eterna, el nombre de Dios, la palabra de Dios y la gloria de Dios— todos los que creen en el Señor han sido introducidos en Dios. Por medio de la vida eterna, que es la vida de Dios mismo, experimentamos una unión con Dios. Por medio del nombre de Dios como explicación de Dios, podemos conocer a Dios, esto es, podemos conocer la clase de Dios que Él es. Por medio de la palabra de Dios, somos separados, apartados, del mundo. Por medio de la gloria de Dios, somos plenamente introducidos en Dios. Cuando estamos plenamente en Dios, eso es gloria. Por lo tanto, ustedes deben ver estos cuatro asuntos. La vida de Dios nos lleva a experimentar una unión con Dios; el nombre de Dios nos da a conocer a Dios; la palabra de Dios nos separa del mundo; y la gloria de Dios nos introduce plenamente en Dios. Estos cuatro asuntos no sólo permiten que los que pertenecemos a Dios experimentemos una unidad absoluta, sino que también nos introducen completamente en el Dios Triuno.
No puedo exponer este pasaje versículo por versículo y frase por frase, pero siento la necesidad de hablarles nuevamente de estos cuatro asuntos: la vida eterna, el nombre de Dios, la palabra de Dios y la gloria de Dios. Recuerden que todos los que pertenecemos al Señor tenemos la vida eterna en nosotros. Es por ello que podemos tener comunión unos con otros, como dice 1 Juan 1:2 y 3: “Os anunciamos la vida eterna [...] para que también vosotros tengáis comunión con nosotros”. En la vida eterna existe algo llamado comunión. Cuando la vida eterna entra en usted, en mí y en todos los que pertenecemos al Señor, nos introduce a todos en la comunión.
Por otra parte, el nombre de Dios nos permite conocer la clase de Dios que Él es. Cuanto más usted conoce a Dios, más unión experimenta con los hijos de Dios. Además, la palabra de Dios, la verdad de Dios, nos separa del mundo externamente. Cuanto más usted conoce la palabra de Dios, entiende la palabra de Dios y comprende la verdad de Dios, más sale del mundo y más separación existe entre usted y las personas del mundo. Cuanto más alguien entiende la palabra de Dios y recibe el hablar de Dios, más clara se hace la línea que lo separa del mundo. En cambio, si usted se entremezcla con el mundo, más se separa de los hijos de Dios. Cuanto más usted se entremezcla con el mundo, más difícil le resulta estar en armonía con los hermanos y hermanas. Cuanta más separación hay entre usted y el mundo, más es atraído hacia los hijos de Dios, y más está en armonía con ellos.
Por último, tenemos también la gloria de Dios. Si usted está plenamente en Dios, en la gloria de Dios, será absolutamente uno con los hijos de Dios. En otras palabras, si cada uno de los que pertenecemos al Señor vive en la comunión de la vida de Dios, conoce el nombre de Dios, conoce a Dios mismo, recibe la palabra de Dios y aprende a vivir en la gloria de Dios, eso significa que todos vivimos en Dios. En ese caso, ¿cree usted que es posible que no haya unidad entre nosotros? Es imposible. En cambio, si usted y yo no vivimos en la comunión de la vida divina, ni tenemos un conocimiento detallado de Dios, ni recibimos lo suficiente de la palabra de Dios; y si en vez de ello nos entremezclamos con el mundo, y si tampoco vivimos en Dios ni en la gloria de Dios, ¿cree usted que podemos ser uno? Si somos personas de esta índole, indudablemente estaremos aislados y separados de los santos. ¿Qué es lo que nos aísla? El mundo nos aísla, no conocer a Dios nos aísla y el yo también nos aísla. Estas diferentes cosas que nos aíslan impiden que Dios nos edifique.
Por ejemplo, supongamos que edificamos una casa con concreto reforzado. Si la grava no se lava bien cuando mezclamos el concreto, el concreto no será sólido. De la misma manera, si sobre nosotros aún están las manchas de las cosas del mundo o las cosas del yo, entonces no podremos mezclarnos con los hijos de Dios. Si tenemos toda clase de problemas, no podremos ser edificados juntamente con los hijos de Dios.
Por consiguiente, con miras a que la iglesia sea edificada, el simple hecho de exhortar a los hermanos y hermanas para que sean uno o de orar al Señor por ellos para que sean uno, no los hará uno. Ésa no es la manera correcta. Debemos ayudarlos a conocer la vida eterna que está en ellos. Debemos ayudarlos a conocer el nombre de Dios y quién es Dios. Debemos conducirlos a leer y recibir la palabra de Dios, la verdad de Dios. También necesitamos conducirlos a vivir en Dios. De este modo, usted ni siquiera tendrá que decirles que sean uno, pues los hermanos y hermanas ciertamente serán uno. Éste es el significado de lo que oró el Señor. La oración del Señor nos muestra cómo podemos ser uno, cómo podemos ser edificados como una sola entidad con todos los santos. Esta edificación, esta unidad, no consiste simplemente en una unidad entre los hombres, sino en una unidad que se logra cuando todos estamos en Dios y nos mezclamos con Dios. Esta unidad de Dios y el hombre es la edificación de la cual estamos hablando.
Hermanos y hermanas, esta edificación se logra mediante la resurrección del Señor. El Señor dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2:19). Aquí el Señor estaba diciendo: “Vosotros destruís este templo con la muerte de cruz, pero Yo lo levantaré con la vida de resurrección”. Este templo edificado con la vida de resurrección es una edificación llevada a cabo en Dios por todos aquellos que son regenerados y que viven en Cristo, siendo absolutamente uno con Dios.
Si somos absolutamente uno en Dios de esta manera, el mundo creerá que el Señor es el Cristo enviado por Dios. En esto estriba el poder del evangelio. Si hemos de conducir a otros a conocer a Cristo, a conocer al Señor, debemos tener este testimonio de unidad. Usted puede ir y observar esto: dondequiera que los hermanos no están en unanimidad, en armonía, allí tampoco está el poder del evangelio. El evangelio continúa siendo predicado; pero pocos son salvos, y los que son salvos no son muy fuertes ni prevalecientes. Si ustedes desean predicar un evangelio que es fuerte y prevaleciente a fin de que los hombres conozcan a Cristo y se den cuenta de que Él fue enviado por Dios y es el Señor designado por Dios, entonces la iglesia tiene que estar en unidad, tiene que ser una iglesia edificada.
Juan 17:22 dice: “La gloria que me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno”. El Señor estaba diciendo: “Así como en Ti soy glorificado contigo mismo, también te pido que en Ti ellos sean glorificados contigo. Así como Tú deseas que en Ti posea Tu naturaleza y esté contigo, del mismo modo te pido que en Ti ellos posean Tu naturaleza y estén contigo”. Sólo en esta condición todos los creyentes pueden ser uno como el Dios Triuno es uno.
Los versículos 23 y 24a dicen: “Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a Mí me has amado. Padre, en cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean Mi gloria que me has dado”. Quisiera preguntarles, hermanos y hermanas, qué quiso decir el Señor cuando dijo: “Padre, en cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean Mi gloria que me has dado”. Creo que a estas alturas ciertamente entienden. Lo que el Señor quiso decir es que Él estaba en el Padre y también quería que Sus discípulos estuvieran con Él en el Padre.
Por lo tanto, lo que el Señor habló en el capítulo 14 se ha cumplido plenamente. En el capítulo 14 el Señor dijo: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay [...] voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis” (vs. 2-3). Ahora queda claro que este donde no se refiere en absoluto al cielo, a un lugar, sino que se refiere a estar en Dios, es decir, a estar en el Padre.
Les repito una vez más que lo que el Señor logró en Su encarnación sirvió únicamente para introducir a Dios en el hombre. Todavía tenía que irse por medio de la muerte y la resurrección para introducir al hombre en Dios. En Su encarnación el Señor logró que Dios adquiriera una condición humilde. Si Él no hubiera pasado por la muerte y la resurrección, no podría haber hecho que el hombre fuese glorificado. Su encarnación tenía como fin que los hombres puedan ver cómo Él se humilló como hombre; y Su muerte y Su resurrección tenían por finalidad que todos los que creen en Él sean introducidos en Dios para que vean la gloria con la cual Él es glorificado en el Padre y para que también sean glorificados juntamente con Él y Dios.
Fue por eso que el Señor oró diciendo: “Padre, en cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean Mi gloria que me has dado”. ¿Cuál es esta gloria? Esta gloria es estar con Dios y expresar a Dios, es decir, estar en Dios. Es como si el Señor dijera: “Yo estaba en Ti y estaba contigo. Ahora ellos han visto cómo llegué a ser el Hijo del Hombre y cómo viví como un humilde hombre, pero todavía no han visto cómo soy Aquel que está en Dios y cómo soy glorificado junto con Dios. Así que ahora te pido que los introduzcas en Ti, así como Yo estoy en Ti. De esta manera ellos podrán ver cómo disfruto de la gloria contigo”. Esto es el significado de lo que el Señor dijo, y eso era lo que el Señor iba a lograr en Su muerte y resurrección. Por medio de Su muerte y resurrección, Él nos introdujo en Dios así como Él estaba en Dios. Cuanto más aprendemos a vivir en Dios, más conocemos la gloria del Señor.
El versículo 24 concluye diciendo: “Porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”. Esto significa: “En la eternidad Tú me amaste y me glorificaste junto contigo y en Ti”.
Los versículos 25 y 26 dicen: “Padre justo, aunque el mundo no te ha conocido, Yo te he conocido, y éstos saben que Tú me enviaste. Y les he dado a conocer Tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y Yo en ellos”. Este pasaje pareciera decir: “Así como Tú me has amado e hiciste que estuviera en Ti, fuera uno contigo y disfrutara de la gloria junto contigo, del mismo modo Tú los amarás y harás que entren en Ti y sean uno contigo y disfruten de la gloria contigo”. Ése es el significado de la frase: “Para que el amor con que me has amado, esté en ellos”.
Hemos terminado de leer Juan 14, 15, 16 y 17. Ahora quisiera hacer una breve pausa y pedirles, hermanos y hermanas, que consideren lo siguiente. En estos cuatro capítulos, ¿se hace hincapié en que el Señor nos lleve a nosotros, los que hemos sido salvos, de la tierra al cielo? ¿Se encuentra ese pensamiento? En estos cuatro capítulos, ¿encuentran ustedes el concepto de que la intención del Señor es salvarnos a nosotros, quienes estamos en la tierra, y llevarnos al cielo? La respuesta claramente es no. Estos cuatro capítulos nos hablan de que el Señor se fue por medio de la muerte y la resurrección para salvarnos a nosotros, quienes estábamos fuera de Dios, e introducirnos en Dios, es decir, para salvarnos a nosotros, quienes no teníamos nada que ver con Dios, al punto en que no sólo tengamos una relación con Dios, sino que incluso entremos en Dios. Les digo una vez más que Su encarnación tenía por finalidad introducir a Dios en el hombre. Cuando Él se encarnó, en ese momento hubo una persona en la tierra que tenía a Dios en Su interior. Pero si Él no hubiese pasado por la muerte y la resurrección, el hombre no podría estar en Dios, puesto que aún no habría entrado en Dios. Es por esta razón que antes de Juan 14 no podemos encontrar ningún versículo en el que el Señor les dijera a Sus discípulos: “Vosotros estáis en Mí” o “Yo estoy en vosotros”. En el mejor de los casos, sólo encontramos versículos que dicen que el Señor estaba entre los discípulos. Es sólo después de haber dicho: “Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo” (14:3), que Él pudo decir: “Vosotros estáis en Mí” y “Yo estoy en vosotros”. No olviden 14:20, que dice: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”.
Espero que los hermanos y hermanas jóvenes puedan tomarse el tiempo para contar cuántas veces se repite en Juan 14, 15, 16 y 17 la preposición en. Tan sólo en la última frase de la oración de conclusión de Juan 17, que dice: “Para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y Yo en ellos”, la preposición en aparece dos veces. Ustedes deben ver que el pensamiento central en el mensaje del Señor y en Su oración de conclusión es que un grupo de personas que pertenecen a Él —a quienes Dios escogió antes de la fundación del mundo, a quienes Dios apartó del mundo, a quienes Dios desea usar para edificar Su morada— estaban fuera de Dios y ajenas a Dios, y no habían entrado en Dios para ser edificadas con Dios. Por esta razón, Él tenía que morir en la cruz y así poner fin a los pecados de ellos, su carne, su enemigo y el mundo que se hallaba en ellos, para así abrir un camino a fin de que ellos pudiesen entrar en Dios y vivir en Dios. Eso es lo que significa que Él fuera a preparar un lugar para ellos. Una vez que Él hubiese preparado el lugar de esa manera, regresaría, esto es, resucitaría y vendría no sólo para estar entre ellos, sino también para entrar en ellos, de modo que pudiesen recibir la vida de Dios. De esta manera, Él los introduciría en Dios para que se unieran a Dios como una sola entidad. Entonces ellos recibirían la vida eterna de Dios, conocerían quién es Dios, recibirían la palabra de Dios, y de ese modo se separarían del mundo. Más aún, ellos vivirían plenamente en Dios, disfrutarían de la gloria de Dios y llegarían a ser una sola entidad con Dios. Éste es el templo que el Señor edificó después que resucitó y ascendió al cielo. Este templo es edificado con la vida de resurrección en la resurrección del Señor.
Después de Juan 17, el capítulo 18 habla de cómo el Señor fue traicionado y juzgado. Luego el capítulo 19 habla acerca de Su crucifixión, que tenía como fin efectuar la redención. En particular, nos dice que del costado del Señor salió sangre y agua (v. 34). De los cuatro Evangelios, sólo Juan menciona la sangre y el agua. Ustedes deben comprender que el que saliera sangre y agua fue la manera en que el Señor preparó un lugar para los discípulos. La sangre tenía como fin efectuar la redención, y el agua tenía como fin impartir la vida. Por un lado, con Su muerte derramó Su sangre para que se efectuara la redención, lo cual resolvió los problemas que teníamos delante de Dios; por otro, liberó la vida de Dios a fin de que nosotros pudiéramos entrar en Dios y experimentar una unión con Él.
Después en el capítulo 20 Él resucitó. Leeremos sólo unos cuantos versículos, empezando a partir del versículo 19: “Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto de pie en medio...”. Tengan presente que esto fue Su venida. En el capítulo 14 Él dijo que se iba; aquí, en el capítulo 20, Él vino. Él dijo: “Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veis” (14:19). Este “un poco” se refería a tres días conforme a la manera judía de contar los días, aunque sólo eran dos días, contándolos de otra manera. El Señor vino nuevamente y se puso en medio de ellos y les mostró Su persona. Los versículos 19b y 20 del capítulo 20 dicen a continuación: “Les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor”. Esto demuestra que Él no era simplemente un alma o un espíritu, sino un verdadero hombre. Esto también hizo que se cumpliera lo dicho en Juan 16:22: “Pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón”.
Entonces Jesús les dijo: “Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también Yo os envío” (20:21). Esto significaba: “Como me envió el Padre, estando dentro de Mí, también Yo os envío, estando dentro de vosotros. Yo estoy en el Padre y el Padre está en Mí. Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él habla Sus palabras. [14:10]. Ahora de la misma manera, Yo también os envío desde vuestro interior y hablo Mis palabras en vosotros”.
Los versículos 22 y 23 del capítulo 20 continúan diciendo: “Y habiendo dicho esto, sopló en ellos, y les dijo: Recibid al Espíritu Santo. A quienes perdonáis los pecados, les son perdonados; y a quienes se los retenéis, les son retenidos”. Tengan presente que el aliento que el Señor infundió en los discípulos fue un aliento extraordinario. Este aliento fue Su transfiguración. Él mismo estaba en ese aliento. “Recibid al Espíritu Santo” significa “Recibidme. Ahora entro en vosotros así como este aliento entra en vosotros. Anteriormente, Yo estaba en la carne; sólo podía estar en medio vuestro. Pero ahora puedo entrar en vosotros porque he sido transfigurado en el Espíritu. De ahora en adelante, ya no estoy fuera de vosotros, sino dentro de vosotros. Por lo tanto, a quienes vosotros perdonéis los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retengáis, les serán retenidos. Esto se debe a que no sois vosotros los que hacéis la obra, sino Yo. La única razón por la que tenéis tan grande autoridad para perdonar o retener los pecados de los demás es que Yo estoy en vosotros. Vosotros habláis estas palabras no en vosotros mismos; más bien, soy Yo quien habla Mis palabras en vosotros”.
Hermanos y hermanas, a partir de entonces el Señor no sólo estaba en medio de los discípulos, sino también en ellos. El que el Señor estuviera en los discípulos era un hecho invisible pero a la vez muy práctico. Quisiera preguntarles: ¿se marchó el Señor Jesús después del versículo 23? Según nuestro concepto, debiera haber una frase adicional en el versículo 23 que dijera: “Después que Jesús les hubo hablado estas palabras, se marchó”. Sin embargo, no encontramos estas palabras en la Biblia.
Los versículos del 24 al 26 dicen: “Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no veo en Sus manos la marca de los clavos y no meto mi dedo en la marca de los clavos, y mi mano en Su costado, no creeré jamás. Ocho días después, estaban otra vez Sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros”. Por favor, díganme lo que está implícito en este relato de la venida del Señor. Siendo precisos, la venida del Señor aquí no es Su venida sino Su aparición. Él jamás se fue después que vino a ellos la semana anterior, en la tarde del día del Señor. Esto se debe a que cuando el Señor con Su soplo se infundió en los discípulos y les dijo: “Recibid al Espíritu Santo”, Él entró en ellos y permaneció dentro de ellos para siempre; Él nunca se fue.
Los versículos del 27 al 29 dicen: “Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira Mis manos; y acerca tu mano, y métela en Mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. ¿Dice luego la Biblia: “Después que Jesús hubo hablado estas palabras, se fue”? No. Juan únicamente menciona la venida del Señor, pero no menciona Su ida.
Después del capítulo 20, todavía queda otro capítulo, el capítulo 21. Sin el capítulo 21 tal vez pensemos que el Señor se fue. Sin embargo, este capítulo nos muestra que el Señor todavía estaba allí. Leamos los versículos del 1 al 7a. El versículo 1 empieza diciendo: “Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a los discípulos junto al mar de Tiberias”. No se trataba de venir, sino de manifestarse. Puesto que Él jamás se fue, no era necesario que viniera; más bien, Él vivía en ellos. Los versículos del 1b al 4 dicen: “Y se manifestó de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Dídimo, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos de Sus discípulos. Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y entraron en una barca; y aquella noche no pescaron nada. Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús”. Ellos tampoco tenían idea de cómo Él vino. Los versículos del 5 al 7a continúan diciendo: “Y les dijo: Hijitos, ¿no tenéis algo de comer? Le respondieron: No. Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces. Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor!”. Fue en ese momento que ellos se dieron cuenta de que era el Señor. Ellos no supieron que era el Señor hasta que vieron tantos peces. Esto es semejante a lo que sucedió con los dos discípulos que iban camino a Emaús (Lc. 24); el Señor estaba con ellos, pero ellos no lo sabían.
Ustedes pueden leer hasta el final de Juan 21, pero no encontrarán que Jesús los hubiera dejado, que Jesús se hubiera ido. Pareciera que el Evangelio de Juan no tiene una conclusión. Juan terminó de escribir, pero no hubo ninguna conclusión. En Juan 20 y 21 él usa dos o tres ejemplos que nos muestran que después de la resurrección, el Señor entró como Espíritu en los discípulos para estar con ellos para siempre y no partir jamás. A veces, debido a la debilidad de ellos, Él se les manifestó para que le vieran. Aquello no era Su venida, sino Su manifestación. Después de Su manifestación, Él se ocultaba de nuevo. No obstante, el Señor todavía estaba con ellos; Él jamás los dejó.
Tengan presente que ésta es la obra que el Señor realizó por medio de Su muerte y resurrección. Él introduce a los que le pertenecen plenamente en Dios, y Él mismo permanece en ellos como Espíritu a fin de que ellos sean completamente edificados con Dios y lleguen a ser uno con Dios. Éste es el templo que Él levantó. Es como si Él hubiese dicho: “Destruid este templo que obtuve en Mi encarnación, y Yo lo levantaré de nuevo en tres días. Yo resucitaré de los muertos y lo levantaré en resurrección con la vida de resurrección. Ahora vivo en el cuerpo de un solo hombre, pero después de Mi resurrección viviré en el Cuerpo con millones de personas”. Desde nuestra perspectiva, como seres humanos que viven en la esfera del tiempo, hoy Él todavía continúa edificando este templo en resurrección. Desde la perspectiva de Dios, sin embargo, Él ya resucitó y ya terminó de edificar este templo, porque para Él no existe el elemento del tiempo.
Queridos hermanos y hermanas, éste es el Evangelio de Juan. No olviden que el tema del Evangelio de Juan es la Palabra que se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros. Aquél fue un templo temporal; fue un solo hombre. Los hombres destruyeron este templo, pero el Señor lo levantó en resurrección. La finalidad de Su muerte y resurrección era introducir al hombre en Dios para que el hombre pudiera experimentar una unión con Dios. Ahora Él permanece en el hombre, y el hombre llega a ser un templo edificado por Dios.