
Lectura bíblica: Jn. 3:29; Ap. 21:2-3, 9-10; 19:7-9; He. 11:9-10, 13-16, 39-40; 12:18-19, 22-24
El último pasaje en los versículos de la lectura bíblica, Hebreos 12:22-24, se tradujo deficientemente en la versión popular de la Biblia en chino. Una traducción más apropiada sería: “Sino que os habéis acercado al monte Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, y a miríadas de ángeles, a la asamblea universal, a la iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel”. Aquí se mencionan ocho cosas, unidas por la misma conjunción. Primero, se menciona el monte Sion; segundo, la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial; tercero, miríadas de ángeles, la asamblea universal; cuarto, la iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos; quinto, Dios el Juez de todos; sexto, los espíritus de los justos hechos perfectos; séptimo, Jesús el Mediador del nuevo pacto; y octavo, la sangre rociada. Estas ocho cosas están unidas por la conjunción y.
Permítanme explicarles un poco estos ocho asuntos. El primero es el monte Sion. Sabemos que este monte Sion no denota el monte Sion que estaba en la ciudad de Jerusalén en la tierra, sino el monte Sion que está en los cielos. El escritor de la Epístola a los Hebreos estaba diciendo: “Vosotros os habéis acercado al Monte Sion que está en los cielos”. Les pido que consideren esto: ¿Dónde estaban los destinatarios de esta epístola, en la tierra o en el cielo? Obviamente ellos todavía estaban en la tierra. Sin embargo, el escritor de la epístola estaba diciendo: “Aunque ahora vosotros estáis en la tierra, os habéis acercado al monte Sion en los cielos”. Este pasaje de la Escritura no dice que los creyentes irán al cielo en el futuro. Si está diciendo que los creyentes irán al cielo, entonces ellos ya se han ido al cielo antes de morir, puesto que el escritor de esta epístola dice: “Os habéis acercado al monte Sion”. Él no se estaba refiriendo a los santos hebreos que habían muerto, sino a los santos que todavía estaban vivos y estaban leyendo esta epístola. Por lo tanto, entendemos claramente que este pasaje no está diciendo que los creyentes van al cielo después que mueren.
¿Cuál es entonces el significado del monte Sion aquí? Sabemos que el libro de Hebreos fue escrito en esa época a los creyentes hebreos, a los judíos. El trasfondo de los judíos era el Antiguo Testamento. Un día, cuando Moisés llevó a los hijos de Israel al monte Sinaí, Dios descendió sobre el monte. El monte ardía en fuego, y hubo oscuridad, tinieblas, un torbellino, el sonido de trompeta y una voz que hablaba. Ninguno de los hijos de Israel podía soportar aquella situación tan espantosa (Éx. 19:11-18). Sin embargo, hoy en la era del Nuevo Testamento, ya no estamos bajo la condenación de la ley, sino bajo la gracia del nuevo pacto. Por lo tanto, el autor del libro de Hebreos parecía decir: “Hoy, debido a que ustedes han creído en el Señor, no se han acercado a un lugar como el monte Sinaí para heredar la ley, sino que se han acercado al monte Sion en el nuevo pacto para recibir la gracia”.
El segundo asunto es la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial. Además, están las miríadas de ángeles, o sea la asamblea universal, y la iglesia de los primogénitos. Estos primogénitos no se han ido a los cielos, pero ya están inscritos en los cielos. Éstos son los santos neotestamentarios. Además de éstos, tenemos a Dios mismo y a los espíritus de los justos hechos perfectos. Los justos que han sido hechos perfectos obviamente son los que fueron salvos en el Antiguo Testamento. Sin embargo, éstos que fueron salvos no pertenecían al antiguo pacto, sino al nuevo pacto. ¿Por qué? Porque aunque ellos vivieron en la época del Antiguo Testamento, pertenecían al pacto eterno de Dios, el pacto que Dios hizo con Abraham. El pacto que Dios hizo con Abraham era un pacto de gracia y un pacto eterno. Más tarde, debido a que los hijos de Israel no conocieron el pacto y lo rechazaron, Dios promulgó sobre el monte Sinaí otro pacto, el pacto de la ley, que es el antiguo pacto. Bajo este pacto, sólo tenemos el monte Sinaí con truenos, relámpagos, el fuego, el sonido de trompeta y la voz de las palabras de Dios. Bajo este pacto, nadie puede ser salvo.
El antiguo pacto, del cual a menudo hablamos, no sólo denota el antiguo pacto bajo la ley, sino que a veces también denota la era completa del Antiguo Testamento. Según el antiguo pacto de la ley, no había personas salvas; pero según la era completa del Antiguo Testamento, sí hubo muchos que fueron salvos. Por ejemplo, Abraham, Isaac y Jacob eran personas de la era del Antiguo Testamento; pero, con todo, fueron salvos. Sin embargo, ellos no fueron salvos bajo el antiguo pacto de la ley. Ellos no pertenecían al antiguo pacto de la ley, sino al pacto eterno que Dios hizo con Abraham.
Recuerden que el nuevo pacto es la continuación del pacto que Dios hizo con Abraham. Esto se explica claramente en Gálatas 3 y 4. Originalmente, tuvimos el pacto de Abraham. Luego el pacto de la ley se añadió, y después de éste tenemos el nuevo pacto. El pacto de la ley, que fue insertado, era temporal. Con el tiempo Dios recobró el pacto de Abraham, el cual llegó a ser el nuevo pacto. Por lo tanto, sólo hay personas salvas bajo el pacto de Abraham y el nuevo pacto, pero no hay personas salvas bajo el pacto de la ley. Bajo el pacto de la ley, lo que los hombres vieron era el monte Sinaí. En este monte había fuego, oscuridad, tinieblas, un torbellino, el sonido de trompeta y una voz aterradora. Sin embargo, en el pacto de la gracia, que incluye el pacto de Abraham y el nuevo pacto, tenemos el monte Sion en los cielos, la ciudad del Dios vivo, los ángeles, la iglesia, a Dios el juez de todos, los espíritus de los que fueron salvos bajo el pacto de Abraham en la era del Antiguo Testamento, a Jesús el Mediador del nuevo pacto y Su sangre rociada. Todos estos asuntos pertenecen al nuevo pacto.
El autor del libro de Hebreos menciona aquí estos ocho asuntos para que veamos que hoy no nos hemos acercado al monte Sinaí de la ley del antiguo pacto, sino que nos hemos acercado al monte Sion de la gracia del nuevo pacto. Él no está hablando en absoluto de ir al cielo. Por lo tanto, es incorrecto suponer que este pasaje se refiere a que los creyentes van al cielo. Les digo nuevamente que si esto se está refiriendo al hecho de ir al cielo, entonces lo que estaban leyendo esta epístola ya habían abandonado la tierra y se habían ido al cielo antes de morir. Creo que estas palabras son suficientemente claras.
Les he hecho un breve estudio expositivo de la Biblia. Espero que no consideren el estudio expositivo de la Biblia algo sencillo. Con el tiempo verán que la exposición de la Biblia es algo que reviste gran importancia, y que no es algo sencillo en absoluto.
En este mensaje daremos un gran giro. Hemos dado un giro del pacto de Abraham al pacto de la ley, y luego otro giro del pacto de la ley al nuevo pacto, mostrando que el nuevo pacto es la continuación del pacto de Abraham. Esto sólo fue un pequeño giro. Ahora daremos un gran giro. Quisiera presentárselos lo más sencillo posible, así que lo haré punto por punto.
El primer punto es que el Señor se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros. El Señor en la carne era un tabernáculo. Desde la perspectiva de Dios, la encarnación del Señor era Su venida a la tierra para levantar un tabernáculo, a fin de tener una morada.
En segundo lugar, ¿con qué propósito vino el Señor encarnado a la tierra? La Biblia dice que Él vino para ser el Novio y casarse con Su novia. El Evangelio de Juan nos muestra que cuando Juan el Bautista estaba en la tierra, sus discípulos vieron que muchos de los que lo seguían, habían empezado a seguir al Señor Jesús, así que, indignados por esto, fueron a decírselo a Juan. Entonces él les dijo: “El que tiene la novia, es el novio” (3:29a). El significado de esto era: “Yo no soy el novio. No tengo la novia. Él tiene la novia. Está bien que la gente lo siga a Él; ellos no deben seguirme a mí. Yo apenas soy el amigo del novio. Estoy aquí, y viéndolo, me regocijo” (vs. 26-29). Sabemos que Juan el Bautista testificó dos veces acerca del Señor Jesús. Una vez dijo: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (1:29). En la otra ocasión dijo: “El que tiene la novia, es el novio”. El Señor se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, y esta Persona era el Novio que venía por la novia.
¿Quién es la novia, y cuándo se casará con ella el Señor? Para ello debemos remitirnos al libro de Apocalipsis. Juan no sólo escribió el Evangelio de Juan y las Epístolas de Juan, sino también el Apocalipsis. Si ustedes no encuentran las respuestas después de leer su evangelio y sus epístolas, deben proseguir a leer su libro de Apocalipsis. Podemos encontrar una pequeña pista cuando llegamos a Apocalipsis 19. Allí encontramos esta declaración: “Han llegado las bodas del Cordero” (v. 7). Ésta es una historia de un matrimonio: el Cordero va a casarse. Al comienzo de su evangelio, Juan habla del Cordero y del Novio, y ahora en Apocalipsis dice que han llegado las bodas del Cordero. Esto significa que el Cordero como Novio se casa con la novia.
¿Con quién se casa? Apocalipsis 19 dice que la novia está vestida de lino fino, limpio y resplandeciente, que es las acciones justas de los santos (v. 8). Esto nos permite entender que la novia con quien Él se casa está compuesta de los santos redimidos por Dios. Esto todavía no es lo suficientemente claro. Cuando llegan al capítulo 21, ven que allí dice: “Vi la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una novia ataviada para su marido” (v. 2). Luego dice que la ciudad que descendía del cielo es el tabernáculo de Dios con los hombres (v. 3). Así que se puede ver que la novia, la esposa, del Cordero es una ciudad. La Nueva Jerusalén es la novia, la esposa, del Cordero.
Hermanos y hermanas, ¿quién es la novia? Por un lado, puesto que la novia es una ciudad, ella es una persona corporativa compuesta de todos los que son salvos, de todos los santos. Por otro lado, esta novia también es el tabernáculo de Dios edificado entre los hombres, que en principio es igual al tabernáculo que Dios levantó en Su encarnación. Presten atención al giro que se da aquí. No es meramente un giro pequeño, sino un giro de trescientos sesenta grados, pues inicia con un tabernáculo erigido y termina con un tabernáculo erigido. Dios se hizo hombre y fijó tabernáculo entre los hombres. Este Dios que fija tabernáculo es el Novio, y la novia con quien se casa es una entidad compuesta de los que han sido salvos. Esta novia también es una ciudad, y esta ciudad es el tabernáculo que Dios ha levantado entre los hombres.
Puesto que esta ciudad desciende del cielo, la ciudad de la Nueva Jerusalén, la novia, es celestial. Hebreos 11 y 12 también hablan de esta ciudad. El capítulo 11 dice que en los tiempos del Antiguo Testamento, todos aquellos a quienes fue hecha la promesa, como Abraham, Isaac y Jacob, esperaban con anhelo esta ciudad (v. 16). ¿Por qué anhelaban ellos esta ciudad? Porque se sentían extranjeros en la tierra, personas que erraban sin un hogar. Aunque durante su vida Abraham sí tuvo un lugar donde vivir en la tierra, e igualmente Isaac y Jacob, conforme a su sentir, ellos eran solamente extranjeros y peregrinos en la tierra; la tierra no era su propia patria. Por lo tanto, ellos esperaban con anhelo la ciudad que tiene fundamentos. No sé si Abraham, Isaac o Jacob supieron cuál era esa ciudad, pero el Espíritu Santo les hizo sentir que ellos no tenían una morada en la tierra y que la tierra no era su propia patria. Ellos eran como extranjeros en la tierra, por lo que anhelaban una patria celestial, que es la ciudad cuyo Arquitecto y Constructor es Dios.
Ahora quisiera preguntarles a ustedes, hermanos y hermanas: ¿cuál era exactamente la ciudad que Abraham, Isaac y Jacob anhelaban? En su época ellos probablemente no entendieron esto claramente. Ellos simplemente sintieron que la tierra no era su morada, sino sólo un lugar donde vagaban y peregrinaban. Por lo tanto, ellos anhelaban una patria eterna, una patria celestial, cuyo Arquitecto y Constructor es Dios. Sin embargo, hoy nosotros somos los santos del Nuevo Testamento y hemos sido instruidos. Por lo tanto, debemos entender esto con mucha más claridad que ellos. Hoy en día sabemos que la ciudad que ellos anhelaban era la ciudad de la Nueva Jerusalén.
¿Cuál es entonces la ciudad de la Nueva Jerusalén? Ella es la novia, la esposa, del Cordero. ¿Qué es la novia, la esposa, del Cordero? Ella es un grupo de personas redimidas por el Señor, un grupo de personas que están mezcladas con Dios como una sola entidad y que llegan a ser el tabernáculo de Dios. ¿Cuál es este tabernáculo? Es el propio Dios que fijó tabernáculo entre los hombres al vestirse de humanidad, al entrar en la humanidad y al mezclarse con humanidad. Ésta es la patria que Abraham, Isaac y Jacob anhelaban, la cual es también su morada eterna. En un sentido Abraham, Isaac y Jacob no han entrado en ella, porque Hebreos 11 claramente dice: “Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron la promesa; porque Dios ha provisto algo mejor para nosotros [esto es, los que son salvos en la era del Nuevo Testamento], para que no fuesen ellos [esto es, los que fueron salvos en la era del Antiguo Testamento] perfeccionados aparte de nosotros” (vs. 39-40). Todas éstas son descripciones de un misterio espiritual que por ahora no podemos comprender plenamente con nuestra mente.
Al final de Apocalipsis se nos dice que la hora ha llegado, es decir, que la novia, la ciudad santa, ha llegado. La novia incluye a todos los que fueron salvos en el Antiguo Testamento y a todos los que son salvos en el Nuevo Testamento. Esto se nos da a entender por medio de las puertas y los cimientos de los muros de la Nueva Jerusalén, en los cuales están inscritos los nombres de los doce apóstoles del Nuevo Testamento, que representan a los que son salvos en la era del Nuevo Testamento, y los nombres de las doce tribus, que representan a los que fueron salvos en la era del Antiguo Testamento (21:12, 14). Por lo tanto, esta ciudad es una entidad compuesta de los que son salvos en estas dos eras: la era del Antiguo Testamento y la era del Nuevo Testamento. Esta ciudad es la novia, la esposa, del Cordero. Incluso hoy en día Dios aún no ha terminado de edificar esta ciudad, sino que todavía continúa edificándola.
Hemos dado aquí un gran giro. Espero que ustedes, hermanos y hermanas, recuerden este gran giro. Este gran giro establece un vínculo entre todo el Evangelio de Juan, el libro de Apocalipsis y Hebreos 11 y 12.
Ahora quisiera plantearles otra pregunta. Dios primero produjo la creación, y después de crear edifica. Nosotros ahora entendemos un poco de lo que Dios desea edificar. La Biblia pareciera presentar dos aspectos en cuanto a la edificación que Dios realiza. Por un lado, Dios está edificando la iglesia. El Señor Jesús dijo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (Mt. 16:18). El apóstol Pablo dijo que hoy Dios está edificando el Cuerpo de Cristo, que es la iglesia. Pedro dijo que nosotros, piedras vivas nos acercamos al Señor, y que como tales somos edificados como casa espiritual. Todos ellos hablaron acerca de que Dios edifica la iglesia. Por otro lado, la Biblia dice que Dios está edificando una ciudad. La ciudad que Abraham anhelaba es prometida por Dios, y también diseñada y edificada por Dios.
Ahora permítanme hacerles esta pregunta: ¿Significa esto que Dios tiene dos edificaciones en el universo? ¿Significa esto que Dios, por un lado, está edificando la iglesia en la tierra y, por otro, está edificando la ciudad santa en los cielos? Todos los expositores de la Biblia a través de los siglos parecen tener esta perspectiva, incluyendo a Darby. Ellos dicen que Mateo 16 habla de la edificación de la iglesia y Efesios 2 y 4 también hablan de la edificación de la iglesia. En 1 Corintios 3 leemos: “Vosotros sois [...] edificio de Dios” (v. 9); esto también tiene que ver con la edificación de la iglesia. El capítulo 2 de 1 Pedro contiene palabras que se refieren a la edificación de la iglesia. Incluso 1 Corintios 14 a menudo se refiere a la edificación de la iglesia. Por otro lado, los expositores de la Biblia dicen que Hebreos 11 habla de que Dios está edificando la ciudad santa, y que Juan 14, donde el Señor dice: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros”, también se refiere a la ciudad santa que Él está edificando. Por lo tanto, pareciera que los expositores de la Biblia a través de los siglos han dividido en dos la obra de edificación que Dios realiza: la una tiene que ver con que Él está edificando la iglesia sobre la tierra, y la otra, con que Él está edificando la ciudad santa en los cielos.
Hermanos y hermanas, ¿creen ustedes que existen dos edificaciones o una sola? Si hubiese dos, entonces habría muchos problemas. Si hoy Dios estuviese edificando la iglesia en la tierra, y al mismo tiempo estuviese edificando la ciudad santa en los cielos, entonces al final, cuando haya terminado ambas, ¿cuál de las dos querrá? ¿Acaso habrá en la eternidad una ciudad santa y, además, una iglesia? Sabemos que en la eternidad solamente habrá una sola ciudad santa. Por lo tanto, podemos concluir sin temor a equivocarnos que Dios hoy no tiene dos edificaciones, sino una sola. La edificación que Dios realiza con respecto a la ciudad santa es la edificación de la iglesia, y la edificación que Dios realiza con respecto a la iglesia es la edificación de la ciudad santa.
Esto está muy claro en la Biblia porque cuando leemos hasta el final de la Biblia, vemos que la ciudad santa incluye la iglesia. Dice allí que en la ciudad santa están los nombres de los doce apóstoles, quienes representan a la iglesia. También dice que la ciudad santa es el tabernáculo de Dios con los hombres. El tabernáculo es el precursor del templo, y la iglesia es el templo de Dios. Por lo tanto, cuando la ciudad santa se manifieste, no habrá templo en ella, pues la ciudad será el propio templo; será el agrandamiento del templo. Todas estas cosas nos muestran que Dios sólo tiene una edificación en el universo. Él no tiene dos edificaciones. No es como afirman los expositores de la Biblia, quienes dicen que Dios, por un lado, está edificando la iglesia en los creyentes por medio de Su vida y, por otro, que Él está edificando una ciudad en los cielos con oro, perlas y piedras preciosas. La Biblia en ningún momento dice esto.
Quisiera que todos los hermanos y hermanas vean que Dios no tiene otro edificio. En todo el universo Dios tiene un solo edificio. La obra de edificación que Dios está realizando consiste en que Él se edifica en el hombre y edifica al hombre en Sí mismo. Ésta es la mezcla de Dios con el hombre, por la cual se produce la morada mutua de Dios y el hombre. A partir de Génesis 2, después que Dios terminó Su obra de creación, Él se puso frente al hombre a fin de ser el pan de vida para él, algo que el hombre podía recibir. Desde entonces Dios ha estado llevando a cabo una obra de edificación en el hombre tanto externa como internamente. Aunque más tarde Satanás vino para interferir, Dios jamás desistió de esta meta.
Ésta es la razón por la que en el Antiguo Testamento ustedes también ven muchos casos en los que Dios vino al hombre para unirse a él. Él les mandó a los israelitas edificarle un tabernáculo. Posteriormente, cuando los israelitas entraron en Canaán, les mandó edificar un templo. Estos casos significan que Él desea morar entre Su pueblo, y que Su pueblo sea Su morada. Como les he dicho reiteradas veces, todas las historias del Antiguo Testamento, de principio a fin, son historias del tabernáculo y el templo. Todo el Antiguo Testamento gira en torno al tabernáculo y el templo. Incluso cuando el templo fue destruido, el tema central de las profecías subsiguientes todavía fue que los hijos de Israel retornaran y reedificaran el templo.
¿Cuál era la historia del templo? La historia del templo era la mezcla de Dios con los que fueron salvos en la era del Antiguo Testamento, la cual produciría una casa, la morada de Dios y también la morada de los que pertenecían a Dios.
En el Nuevo Testamento Dios se hizo carne y entró en la humanidad. La Biblia dice que con esto Dios fijó tabernáculo entre los hombres. También dice que la carne del Señor llegó a ser un templo. Los que conocen la Biblia entienden que esto es una continuación de la historia del Antiguo Testamento. La carne de la cual el Señor se vistió era simbolizada por el tabernáculo que estaba entre los israelitas en el Antiguo Testamento y también por el templo que estaba en la tierra de Canaán. El Señor dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2:19). Todos sabemos que esto se refiere a la resurrección del Señor. Por lo tanto, la encarnación del Señor tenía por finalidad la edificación del templo, y la muerte y resurrección del Señor también tenían por finalidad la edificación del templo.
Por esta razón en Mateo 16 el Señor dijo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (v. 18). Esta roca se refiere al Cristo resucitado. Está escrito en la Biblia que desde el tiempo de la resurrección del Señor, Él como Espíritu ha venido realizando esta obra de edificación. Él dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, y a otros como pastores y maestros, y la obra que éstos realizan redunda en la edificación de la iglesia (Ef. 4:11-12). Por lo tanto, la meta de la obra de los apóstoles no meramente consiste en salvar a los pecadores ni en edificar a los santos en su fe, sino en salvar a los pecadores para que sean materiales útiles para la edificación de la morada de Dios, y en edificar y perfeccionar a los santos con el propósito de que sean edificados como parte de este edificio de Dios. Toda la obra que ellos realizan, bien sea predicar el evangelio o edificar a los santos, tiene como meta la edificación de esta casa espiritual.
Esto es diferente de la obra de muchos que predican el evangelio hoy. Algunos toman como meta salvar a los pecadores, y otros toman como meta la edificación individual de los santos. Sin embargo, los apóstoles no hacían esto. Aunque sí salvaban a los pecadores, el propósito de ellos no era salvar pecadores; asimismo, aunque en efecto edificaban a los santos de modo individual, no consideraban esto su meta. En toda su obra tomaron como propósito la edificación de la casa espiritual de Dios y la edificación de la morada de Dios como meta. El apóstol Pablo dijo que él, como sabio arquitecto, había puesto el fundamento —que es Jesucristo— y que otro edificaba encima, pero cada uno debía mirar cómo sobreedificaba, es decir, si edificaba con oro, plata, piedras preciosas, o con madera, hierba, hojarasca (1 Co. 3:10-12). Él dijo que los corintios eran el edificio de Dios y que ellos, los apóstoles, eran colaboradores de Dios que edificaban a los corintios (v. 9). Además de esto dijo: “Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él” (v. 17). Aquí el templo se refiere a la iglesia, no a nuestro cuerpo. Si alguno destruye el templo de Dios, que es la iglesia, Dios le destruirá a él, porque éste es el templo que Él ha venido edificando a través de las generaciones. Hermanos y hermanas, nosotros también somos colaboradores de Dios, y nuestra meta también debe ser el edificio de Dios.
La iglesia hoy es el templo de Dios, la casa de Dios, y cuando ésta es edificada, llega a ser una ciudad. La ciudad es el agrandamiento de la casa. Esta ciudad incluye la casa en el Antiguo Testamento y también la casa en el Nuevo Testamento. La historia del Antiguo Testamento es el templo, y la historia del Nuevo Testamento es la iglesia. La obra de Dios en el Antiguo Testamento consistía en edificar a Su pueblo, los israelitas, a fin de que llegaran a ser la casa de Dios. Toda la obra de Dios en el Nuevo Testamento aún consiste en edificar a los santos para que lleguen a ser la casa de Dios. La casa en el Antiguo Testamento es el templo, mientras que la casa en el Nuevo Testamento es la iglesia. Todo el Antiguo Testamento gira en torno al templo, mientras que todo el Nuevo Testamento gira en torno a la iglesia. Cuando el templo y la iglesia hayan sido edificados, la totalidad de la obra que Dios ha venido realizando a través de los siglos llegará a ser la ciudad. Es por ello que los nombres de las doce tribus y los nombres de los doce apóstoles están en la ciudad. Los nombres de los doce apóstoles representan a la iglesia, la casa en el Nuevo Testamento, mientras que los nombres de las doce tribus representan a los israelitas, la casa de Israel en el Antiguo Testamento. Las dos casas del Antiguo Testamento y del Nuevo se unirán para llegar a ser una ciudad. Esta ciudad es la morada eterna de Dios y Su pueblo redimido. También es la novia con quien se casará Dios como Novio. Dios desea unirse plenamente a ella, hacerse uno con ella. Por lo tanto, esta ciudad es el tabernáculo que Él edificó entre los hombres como Su morada eterna y también como la morada eterna de todos los que somos salvos.
Hermanos y hermanas, debemos ver que la obra que Dios ha venido realizando entre Su pueblo a través de las generaciones es esta obra de edificación. Los que somos salvos somos los materiales de este edificio. La edificación que recibimos después que somos salvos no tiene como fin que seamos objetos para ser exhibidos, sino que lleguemos a ser materiales útiles para la edificación. En el pasado éramos personas naturales y desenfrenadas, y no podíamos coordinar ni ser edificados con otros. Pero ahora, debido a la obra de gracia realizada en nosotros, hemos sido disciplinados, quebrantados, perfeccionados y hechos aptos para el edificio de Dios. Hermanos y hermanas, ésta es la obra que Dios desea realizar entre nosotros hoy. Sólo esto puede traer la bendición de Dios, y sólo esto puede tocar la presencia de Dios y satisfacer el deseo de Su corazón.
No debemos esperar a un futuro para ser edificados. Debemos creer que Dios está llevando a cabo esta obra de edificación hoy. Por seis mil años esta obra de edificación es lo que Dios ha venido llevando a cabo, y también es lo que Satanás ha venido menoscabando. Así como Satanás dañó y destruyó el templo en el Antiguo Testamento, de la misma manera él está usando diferentes estratagemas para dañar y destruir a la iglesia en el Nuevo Testamento. La obra de Satanás consiste en dañar y destruir el edificio de Dios. Incluso nos atrevemos a decir que Satanás permite que las personas realicen cualquier obra, pero que jamás permitirá que ellas edifiquen la iglesia. Cada vez que presentamos el asunto de la edificación de la iglesia, enfrentamos la oposición, ataques y daño de Satanás. Esto se debe a que lo que Satanás más odia es la obra de edificación realizada por Dios, la cual es la obra central de Dios en el universo.