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Mensajes del libro «Base para la obra edificadora de Dios, La»
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CAPÍTULO SIETE

LA MADUREZ Y LA EDIFICACIÓN

(1)

  Mateo 3:12 dice: “Su aventador está en Su mano, y limpiará completamente Su era; y recogerá Su trigo en el granero, pero quemará la paja con fuego inextinguible”. El Señor mismo, el Señor de la mies, es Aquel que limpia la era. Él limpiará completamente Su era y recogerá Su trigo en Su granero. El trigo representa a aquellos que verdaderamente pertenecen al Señor. El Señor compara a los que pertenecen a Él a la cosecha.

  El versículo 3 del capítulo 13 dice: “Y les habló muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar”. Los versículos 8 y 9 dicen: “Pero otras cayeron en la buena tierra, y dieron fruto, una a ciento, otra a sesenta, y otra a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga”. En esta parábola acerca de la siembra, el Señor nos muestra aún más claramente que los que Él salvó son la cosecha que Él produjo con la semilla de vida.

  Los versículos del 24 al 26 dicen: “Les presentó otra parábola, diciendo: El reino de los cielos ha venido a ser semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y cuando brotó la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña”. El versículo 30 dice: “Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero”. El capítulo 3 habla de recoger el trigo en el granero, y el capítulo 13 habla nuevamente de recoger el trigo en el granero.

  Los versículos 37 y 38 dicen: “Respondiendo Él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del maligno”. Noten que aquí el campo representa el mundo, y no la iglesia. La cizaña y el trigo crecen juntos en el mundo, y no en la iglesia. Sin embargo, lamentablemente, muchos de los que están en el cristianismo interpretan el campo como si fuera la iglesia, y dicen que la cizaña y el trigo crecen juntos en la iglesia. No obstante, el Señor claramente dice que el campo es el mundo y que la cizaña crece en el mundo. El trigo simboliza a los que son verdaderamente salvos, quienes también viven en el mundo. Aquí el trigo es la iglesia. La iglesia no es un lugar; pero el mundo sí lo es. La iglesia es el trigo, una entidad viviente.

  Los versículos del 39 al 43 dicen: “El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es la consumación del siglo; y los segadores son los ángeles. De manera que como se recoge la cizaña, y se quema en el fuego, así será en la consumación de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre a Sus ángeles, y recogerán de Su reino todo lo que sirve de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre”.

  Si leen el contexto, verán claramente que los justos son el trigo que es recogido en el granero. Ésta es también la manera en que el Señor explica la parábola. El Señor primero habló la parábola a la multitud y después se la explicó a los discípulos. Después de decirles lo que es el campo, quién es el que siembra la semilla y quién siembra la cizaña, les dijo cuál sería el fin del trigo y la cizaña. El trigo representa a los justos, y su fin es resplandecer como el sol en el reino de su Padre. Estas palabras nos dicen que a los ojos de Dios, Su pueblo en esta era es como la cosecha que crece en el campo.

  En 1 Corintios 3:5-9 dice: “¿Qué, pues, es Apolos, y qué es Pablo? Ministros por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno de ellos concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Ahora bien, el que planta y el que riega uno son; pero cada uno recibirá su propia recompensa conforme a su propia labor. Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios”. La expresión labranza puede traducirse también “tierra cultivada”. En este pasaje el apóstol reúne las palabras labranza y edificio. Por un lado, los creyentes son la labranza de Dios, la tierra cultivada de Dios; por otro, ellos son la casa de Dios, el edificio de Dios. Por una parte, la obra de los apóstoles consiste en plantar y regar, que naturalmente se refiere al aspecto de la labranza. Por otra, los santos son la casa de Dios, el edifico de Dios, así que el apóstol dice que su obra es también una obra de edificación.

  Los versículos del 10 al 13 dicen: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como sabio arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, hierba, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego es revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego mismo la probará”. El oro, la plata y las piedras preciosas pertenecen a una categoría; y la madera, la hierba y la hojarasca pertenecen a otra. El día mencionado en el versículo 13 es el día de la venida del Señor. Los versículos del 14 al 17 dicen: “Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno es consumida, él sufrirá pérdida, pero él mismo será salvo, aunque así como pasado por fuego. ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios es santo, y eso es lo que sois vosotros”. Sólo la obra edificada con oro, plata y piedras preciosas puede permanecer después de pasar por el fuego. La obra que es consumida es la obra hecha con madera, hierba y hojarasca. El versículo 15 habla de sufrir pérdida y de ser salvo; éstas son dos cosas diferentes.

  Si leen los versículos de la sección anterior, comprenderán que el templo en los versículos 16 y 17 se refiere a la edificación mencionada en los versículos del 10 al 14, y no a nuestro cuerpo como templo de Dios. Nuestro cuerpo como templo de Dios no se menciona sino hasta el capítulo 6. En el capítulo 1 y en el capítulo 3, el apóstol habló acerca de las divisiones que existía entre los corintios. Sus divisiones destruían el templo de Dios, así que el apóstol les dio aquí una advertencia, diciéndoles que si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él.

  Deseo que los hermanos y hermanas vean que a los ojos de Dios Su pueblo en esta era es, por un lado, Su labranza y, por otro, Su edificio. A fin de conocer el edificio de Dios, tenemos que prestar atención a estos dos aspectos. Con respecto a la labranza, la necesidad es crecer; y con respecto al edificio, la necesidad es ser edificados. En realidad, ambas cosas son lo mismo, porque el crecimiento espiritual equivale a la edificación. Sabemos que el edificio espiritual de Dios no es un edificio carente de vida, sino un edificio vivo. Pedro dijo: “Vosotros también, como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual” (1 P. 2:5). Puesto que estas piedras son vivas, si no crecen, no pueden ser edificadas. Para ser conjuntamente edificadas, estas piedras tienen que crecer. Por lo tanto, la edificación equivale al crecimiento, y el crecimiento equivale a la edificación.

  Apocalipsis 14:1 dice: “Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte Sion, y con Él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de Él y el de Su Padre escrito en la frente”. Los versículos 4 y 5 dicen: “Éstos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Éstos fueron comprados de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha”. Estos versículos nos muestran un grupo de personas que son primicias para Dios. Sabemos que esto es una cita de Levítico 23 en el Antiguo Testamento. Las primicias son una pequeña parte de la mies que madura primero.

  Los versículos del 14 al 16 dicen: “Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete Tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la nube arrojó Su hoz en la tierra, y la tierra fue segada”. Presten atención al final del versículo 15, que dice que el requisito básico para ser segado es estar maduro. Los versículos anteriores hablan de las primicias; y los versículos del 14 al 16 hablan de la mies. Las primicias representan una pequeña parte, mientras que la mies denota la totalidad. Ya sea que nos refiramos a las primicias o a la mies, el principio y requisito es que ambas estén completamente maduras. El fruto que madura primero es recogido primero; éstos son las primicias. Luego, cuando todo el fruto haya madurado completamente, ése será el tiempo de la siega.

LA MORADA ETERNA DE DIOS Y EL HOMBRE ES LA EDIFICACIÓN PRODUCIDA POR LA MEZCLA DE DIOS Y EL HOMBRE

  Creo que después de leer estos mensajes todos ustedes pueden ver claramente que con respecto a nosotros los que somos salvos, nuestra morada eterna no está en ninguno de estos lugares del universo: en el cielo, en la tierra o debajo de la tierra. Muchas veces decimos que la tierra es donde nosotros moramos como peregrinos. Incluso la gente del mundo confiesa que la vida humana es un peregrinaje. La tierra es el lugar donde el hombre transita en su viaje como peregrino. Debajo de la tierra está el Hades, y en el Hades está el Paraíso, el lugar del seno de Abraham, donde las almas de los santos que han fallecido son consoladas. Este lugar tampoco es la morada eterna de los que son salvos. Cuando el Señor regrese, las almas de los santos que han muerto se levantarán del Paraíso en el Hades, serán revestidas de un cuerpo resucitado y transfigurado, y luego serán arrebatadas al aire junto con los santos que viven y aún quedan, para ir al encuentro del Señor. Más tarde, la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, descenderá del cielo, y luego Dios morará con nosotros para siempre. De manera que ni siquiera el cielo es la morada eterna de los santos. Nuestra morada eterna es la Nueva Jerusalén, y la Nueva Jerusalén descenderá del cielo para el tiempo del cielo nuevo y la tierra nueva.

  Muchos de los himnos del cristianismo dicen que el cielo es nuestro hogar. Éste es un concepto erróneo. Desde el tiempo de nuestra resurrección y arrebatamiento hasta que descienda del cielo la Nueva Jerusalén, transcurrirán, cuando mucho, mil años. El concepto humano es que la intención de Dios es salvar al hombre y llevarlo a cierto lugar. Pero cuando leemos la palabra de Dios, nos damos cuenta de que Dios no tiene como meta llevarnos a un lugar, sino que la meta es Él mismo. La intención de Dios es salvar al hombre para introducirlo en Dios mismo. Dios tiene esto como la meta de Su salvación.

  Esto no sólo tiene que ver con la salvación que Dios nos otorga, sino también con el propósito eterno de Dios. El propósito eterno de Dios es que el hombre se mezcle con Él. Es por ello que siempre decimos que Dios está forjándose en el hombre y forjando al hombre en Sí mismo. Esto no tiene que ver con el tiempo o el espacio, sino con personas. Por lo tanto, la Biblia nos muestra repetidas veces que Dios desea mezclarse con el hombre y tomar al hombre como su morada. Dios dice: “El cielo es Mi trono, / y la tierra estrado de Mis pies. / ¿[...] dónde está el lugar de Mi reposo?” (Is. 66:1). Lo que Dios desea en Su corazón y lo que procura obtener es aquel de espíritu contrito y que tiembla a Su palabra (v. 2). Por esta razón, ni el cielo ni la tierra es el lugar de Su reposo; el lugar de Su reposo es el hombre. No obstante, los que conocían a Dios en los tiempos del Antiguo Testamento revelaron sus anhelos por medio de su gemir y sus oraciones. Ellos deseaban morar en la casa de Dios todos los días de su vida (Sal. 23:6; 27:4). Ellos comprendieron que no había ningún lugar en el universo donde pudieran morar. Sólo Dios era su morada.

  Todos los versículos anteriores nos revelan que el deseo que Dios tiene es tomar al hombre como Su morada y que el hombre le tome como su morada. Es por ello que en el Nuevo Testamento vemos que se repite tantas veces la preposición en, sobre todo en el Evangelio de Juan: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros” (14:20). Con esto vemos que Dios mora en el hombre para que el hombre more también en Dios. Por lo tanto, cuando llegamos a 1 Juan, leemos lo siguiente: “En esto conocemos que permanecemos en Él, y Él en nosotros, en que nos ha dado de Su Espíritu” (4:13). El hecho de que Él nos dé del Espíritu equivale a que Él derrame aceite sobre nosotros como las piedras que somos (Gn. 28:18-19a). Esto es Bet-el, la casa de Dios. Cuando el Espíritu entra en nosotros, Dios mora en nosotros y nosotros moramos en Él. En esto consiste la casa de Dios.

LA CASA EN LA CUAL DIOS Y EL HOMBRE MORAN NO ES UN LUGAR, SINO UNA PERSONA

  El primer paso respecto a este asunto fue la encarnación del Señor. Éste fue el primer paso que Dios dio para entrar en el hombre. Juan nos dice muy claramente que cuando el Señor se hizo carne en efecto fijó tabernáculo entre los hombres. Posteriormente, el Señor mismo también dijo que el cuerpo de Su encarnación era el templo de Dios, o dicho de otro modo, la casa de Dios. Los judíos quisieron destruir el cuerpo del Señor, pero Él les dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (2:19). Esto significa que el Señor levantaría este templo en la resurrección. Ya dijimos que el cuerpo que los judíos crucificaron se limitaba a un solo hombre, a Jesús de Nazaret, pero que el Cuerpo que el Señor levantó por medio de la resurrección incluye a millones de Sus creyentes. Cuando un grano de trigo muere, lleva mucho fruto (12:24). Antes que el grano muera, es apenas un solo grano; pero después que muere y resucita, crece convirtiéndose en muchos granos. Por consiguiente, lo dicho por el Señor en Juan 2: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”, es algo extraordinario. No podemos entenderlo simplemente según la letra; tenemos necesidad de un entendimiento espiritual. Dios obtuvo una casa en la tierra al vestirse de humanidad y al morar en la humanidad. Ésta era la casa que Satanás quiso destruir por medio de los hombres. Sin embargo, el Señor dijo que Él la levantaría en resurrección. Esto se cumplirá plenamente cuando seamos arrebatados en el futuro. Entonces veremos que este templo, esta casa, este Cuerpo, que el Señor levantó en resurrección, no es un solo individuo —Jesús el nazareno—, sino que incluye a todos los que fueron regenerados mediante Su muerte y resurrección a través de los siglos.

  Por lo tanto, esta casa de Dios no es un lugar, sino una persona corporativa. Esta casa se compone del Dios Triuno y todos los que han sido salvos. Las epístolas apostólicas expresan el mismo pensamiento. Pedro dijo: “Vosotros [...] como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual” (1 P. 2:5). Pablo dijo: “En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu” (Ef. 2:22). Estos versículos nos muestran que este edificio no es un lugar, sino una entidad compuesta de Dios y el hombre.

  Creo que los hermanos y hermanas ya tienen este asunto bastante claro. Ahora daremos otro giro. Si sólo consideramos esto basándonos en Hebreos 11, pareciera que la ciudad que Abraham, Isaac y Jacob anhelaban era un lugar. Sin embargo, cuando llegamos a Hebreos 12, nos damos cuenta de que el nombre de la ciudad es Jerusalén la celestial. Por lo tanto, lo que ellos esperaban con anhelo era la ciudad santa de Dios, Jerusalén la celestial. Sin embargo, cuando llegamos a Apocalipsis, vemos que la ciudad santa no es un lugar. Esto se debe a que la ciudad es la novia, la esposa del Cordero. Por un lado, ella es el tabernáculo de Dios, la que Dios edifica para que sea la morada eterna de Dios y el hombre; por otro, ella es también la novia del Cordero, el complemento que Cristo ha obtenido. Por lo tanto, ustedes deben estar de acuerdo en que esto no tiene que ver con un lugar, sino con personas. Esta ciudad es el grupo de personas que Dios ha edificado a través de las generaciones, el cual se compone tanto de los santos del Antiguo Testamento representados por las doce tribus como de los santos del Nuevo Testamento representados por los doce apóstoles.

  Ahora volvamos a ver lo que dice Juan 14. El Señor dijo: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay” (v. 2). Ahora sabemos que esto no es lo que la gente comúnmente llama la mansión celestial. Muchos dicen que la casa del Padre en Juan 14 es la ciudad santa mencionada en Hebreos 11. Estamos completamente de acuerdo con esto. Sin embargo, tenemos que preguntar: ¿es la ciudad santa mencionada en Hebreos 11 una mansión celestial, o es algo edificado con el pueblo redimido por Dios? La Biblia no dice que esto es una mansión celestial, pero Apocalipsis 21 claramente nos muestra que esta ciudad santa es una ciudad edificada con los redimidos de Dios. Esta ciudad es la casa del Padre. Así que “la casa de Mi Padre” en Juan 14 no denota el cielo ni una mansión celestial; más bien, denota un edificio, que equivale a que Dios tome al hombre como Su morada e introduzca al hombre en Dios para que éste le tome como su morada.

  Por lo tanto, de Juan 14:2 al capítulo 17, todo lo que el Señor dijo consistía en que Él se iría por medio de la muerte y la resurrección para introducir al hombre —que se encontraba fuera de Dios— en Dios mismo. El Señor dijo: “Donde Yo estoy, vosotros también estéis” (14:3). El Señor estaba en el Padre, y mediante Su muerte y resurrección nosotros fuimos introducidos en el Padre así como Él estaba en el Padre. Es por ello que el Señor dijo que en aquel día “porque Yo vivo, vosotros también viviréis” (v. 19). “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros” (v. 20). “El que me ama [...] me manifestaré a él [...] y vendremos a él, y haremos morada con él” (vs. 21-23). La palabra morada aquí es la misma palabra griega traducida moradas en el versículo 2. Por lo tanto, las moradas mencionadas en el versículo 2 claramente se refieren, no a un lugar físico, sino a aquellos a quienes Dios ha ganado como Su morada.

  Ahora hemos dado un gran giro. Como resultado de este giro, vemos que la Nueva Jerusalén no es el cielo, sino el pueblo que Dios ha salvado a través de los siglos, el cual es Su morada y Su complemento. Dios no se va casar con un lugar como si ése fuese Su complemento; no, Él va a casarse con Sus redimidos, quienes son Su complemento. En 2 Corintios 11 Pablo dijo: “Os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” (v. 2). El complemento de Dios y de Cristo no es un lugar, sino un grupo de personas. Este grupo de personas llega a ser la morada de Dios.

  Hermanos y hermanas, no es un asunto fácil interpretar la Biblia. Se requiere toda la Biblia para interpretar un solo versículo. Ustedes no pueden tomar una decisión simplemente examinando un solo pasaje de la Palabra. Si leen solamente Hebreos 11, les podría parecer que la ciudad que Abraham, Isaac y Jacob esperaban con anhelo era un lugar; pero si estudian toda la Biblia, verán que la ciudad no es un lugar, sino un grupo de personas.

EL EDIFICIO DE DIOS ES PRODUCIDO AL SER DIOS LA VIDA DEL HOMBRE QUE CRECE Y MADURA EN EL HOMBRE

  Si tenemos luz, podremos ver inmediatamente que la salvación que Dios nos otorga no consiste en salvarnos para que seamos trasladados de la tierra al cielo, sino en salvarnos a nosotros, quienes estamos fuera de Dios, para que seamos introducidos en Dios. Ésta es la obra que Dios ha venido realizando a través de los siglos desde la creación. En la Biblia esta obra es llamada la obra de edificación. Dios desea edificarse en el hombre y edificar al hombre en Sí mismo.

  Sabemos que esta obra de edificación que Dios está realizando se cumple cuando Él viene a ser la vida del hombre. Esta edificación se efectúa al ser derramado el aceite sobre las piedras, como mencionamos anteriormente. Las piedras somos nosotros los que hemos sido salvos, y el aceite es el Espíritu de Dios, la transfiguración de Dios, Dios mismo. En la eternidad Dios era el Padre. Cuando se manifestó entre los hombres, Él era el Hijo. Luego, cuando Él entra en el hombre para mezclarse con el hombre y ser su vida, es el Espíritu. Por lo tanto, el Espíritu Santo es Aquel en quien Dios logra tener una relación con el hombre. El aceite derramado sobre las piedras nos hace piedras vivas que son edificadas para ser un edificio vivo.

  La Biblia usa otra manera para describir cómo Dios entra en nosotros para ser nuestra vida. Dice que la vida de Dios es la semilla de vida. En 1 Juan 3:9 se nos dice claramente que la simiente de Dios permanece en nosotros. Una simiente o semilla contiene vida. El que Dios sea vida en nosotros es semejante a una semilla. Por esta razón, el Señor Jesús dijo que Él era un grano de trigo. Si Él no caía en la tierra y moría, quedaría solo; pero si moría, llevaría mucho fruto (Jn. 12:24). Por medio de Su resurrección el Señor nos regeneró, lo cual nos avivó en nuestro interior. Desde entonces, somos el trigo de Dios, el cultivo de Dios, que crece en el campo del mundo.

  Recuerden que este crecimiento es la edificación. Con respecto a la labranza, es cuestión de crecimiento; y con respecto al edificio, es cuestión de edificación. Ambos asuntos son lo mismo. Si usted no crece, no podrá ser edificado. Si usted crece un poco, entonces podrá ser edificado un poco más en la iglesia. Si usted crece en Cristo, la Cabeza, en cierto asunto, entonces en ese asunto podrá ser edificado con los santos. Cuando todos hayamos crecido y madurado, este edificio de Dios habrá sido completamente edificado.

  Quisiera plantearles a ustedes, hermanos y hermanas, esta pregunta: ¿son ustedes la labranza de Dios, la cosecha de Dios? Creo que todos admitirían que sí lo son. Sin embargo, quisiera también preguntarles: ¿son ustedes maduros? Si no han madurado y el Señor viniera hoy, ¿creen que Él los tomaría como parte de la cosecha? Sólo cuando la cosecha haya madurado completamente será segada y llevada al granero. ¿Qué harán ustedes si no han madurado? Hoy el cristianismo les dice a las personas que irán al cielo si creen en Jesús. No sé qué clase de pensamiento o concepto es ése. Ellos dicen que esto se debe a la eficacia de la sangre del Señor. Recuerden que la redención efectuada por la sangre es sólo un aspecto de la salvación que Dios nos otorga. Aún queda otro aspecto, el cual es el aspecto de la vida. Es cierto que la sangre resolvió todos nuestros problemas delante de Dios y nos trajo a Dios. Sin embargo, recuerden que es el crecimiento en vida lo que nos lleva a crecer en Dios. Dios no nos considera vasos de vidrio que serán lo suficientemente buenos si Él simplemente nos lava con la sangre y nos pone delante de Él. Al contrario, Él nos lavó con la sangre, pero además de ello desea entrar en nosotros para ser nuestra vida a fin de que lleguemos a ser una cosecha viva. Esta cosecha viva necesita crecer y madurar.

  Permítanme que les haga esta pregunta: ¿habrá algún señor de la mies que siegue la cosecha que todavía está verde en el campo? No, los cultivos tienen que estar maduros a fin de ser recogidos y llevados a la casa. Ahora entendemos que esta casa es la Nueva Jerusalén. La casa es el destino de la mies después que ha madurado plenamente. Esto no se refiere a una mansión celestial, sino a la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén es el destino final de los que hemos sido salvos. Sin embargo, los que todavía son inmaduros no podrán ir a la casa.

  Por lo tanto, no debemos creer las doctrinas erróneas del cristianismo. Ellos dicen que después que una persona cree en Jesús, es lavada con la sangre e irá al cielo después que muera. Ésta es una afirmación equivocada. Es cierto que si cree en el Señor Jesús, Su sangre lo limpiará de sus pecados, y que cuando muera, su espíritu y su alma podrán ser consolados en el Paraíso en el Hades. No obstante, todavía tendré que preguntarles: ¿han crecido y madurado desde que fueron salvos? Pablo pudo decir que había madurado. En 1 Corintios 9 él dijo: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera lucho en el pugilato, no como quien golpea el aire [...] no sea que habiendo predicado a otros [es decir, habiéndoles predicado acerca de la madurez, de obtener la recompensa], yo mismo venga a ser reprobado” (vs. 26-27). Cuando él escribió Filipenses, ya era una persona avanzada en años. En aquel entonces se hallaba confinado en una cárcel romana, pero todavía dijo: “Yo mismo no considero haberlo ya asido [...] olvidando lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta” (3:13-14). Esta acción de proseguir es el crecimiento, y el crecimiento es la edificación. Como cultivos que somos, nuestra necesidad es crecer; y como edificio que somos, nuestra necesidad es ser edificados. Todos estamos corriendo una carrera en una pista; así que, necesitamos proseguir. Incluso Pablo, a una edad avanzada, dijo que todavía proseguía a la meta.

  Sin embargo, en 2 Timoteo 4 él dijo que estaba próximo a sufrir el martirio por el Señor: “Porque yo ya estoy siendo derramado en libación, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Y desde ahora me está guardada la corona de justicia” (vs. 6-8). Él sabía que había madurado. Les pregunto a ustedes, hermanos y hermanas: si hoy partieran ustedes de este mundo y su espíritu fuera a estar en el seno de Abraham, ¿podrían decir lo mismo que Pablo dijo? Pablo pudo decir que había madurado y que estaba esperando la venida del Señor. ¿Pueden ustedes decir lo mismo? Por lo tanto, con respecto a ser lavados con la preciosa sangre, ustedes son personas redimidas; ustedes pueden acercarse a Dios. Sin embargo, deben tener presente que hay otro aspecto; a saber: la vida de Dios necesita crecer en ustedes. Dios tiene que edificarlos como parte de Su edificio. ¿Han madurado? ¿Han sido edificados? Éste es un asunto que reviste gran importancia.

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