
Efesios 4:11-13 dice: “Él mismo dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.
Juan 17:20-24 dice: “No ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en Mí mediante la palabra de ellos, para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste. La gloria que me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno. Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a Mí me has amado. Padre, en cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean Mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”.
Hebreos 11:16 dice: “Pero anhelaban una patria mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de ellos ni de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad”. Apocalipsis 21:2 dice: “Vi la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una novia ataviada para su marido”. Hebreos 11 dice que Dios les ha preparado una ciudad; y nuevamente este versículo dice que la ciudad ha sido preparada. El versículo 9 dice: “Yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero”.
El versículo 7 del capítulo 2 dice: “Al que venza, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en el Paraíso de Dios”. El versículo 12 del capítulo 3 dice: “Al que venza, Yo lo haré columna en el templo de Mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de Mi Dios, y el nombre de la ciudad de Mi Dios, la Nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de Mi Dios, y Mi nombre nuevo”.
Ya les dijimos a los hermanos y hermanas que, por un lado, somos el cultivo de Dios y que, por otro, somos el edificio de Dios. Como cultivo de Dios, necesitamos crecer y madurar; como edificio de Dios, necesitamos ser edificados. El que nosotros crezcamos como cultivo de Dios equivale a que seamos edificados como edificio de Dios. Cuando hayamos crecido hasta la madurez, estaremos preparados para ser edificados. Por consiguiente, a fin de ser edificados, tenemos que prestar atención al crecimiento y a la madurez.
Si ustedes leen la Biblia cuidadosamente, bien sea el Antiguo Testamento o el Nuevo Testamento, cada vez que se menciona la cosecha, se hace mucho hincapié en la madurez, porque sólo la cosecha madura puede ser recogida y llevada al granero. Sin embargo, hay una secuencia en cuanto a la manera en que la cosecha madura, y es por ello que la Biblia menciona las primicias y la siega de la mayor parte de la cosecha. Apocalipsis 14 claramente nos muestra que la siega de las primicias de Dios y la siega de la mayor parte de la mies ocurren en tiempos diferentes. Los que maduran primero son segados primero, y después la mayor parte de la mies.
En Levítico 23 hay una fiesta llamada la Fiesta de las Primicias, para la cual el pueblo tenía que segar una pequeña cantidad de la mies que había madurado primero y traerla delante de Dios. Después de cierto tiempo, cuando la mayor parte de la mies hubiese madurado, ésta sería segada.
Todos sabemos que las personas, cosas y acontecimientos del Antiguo Testamento no son simplemente personas, cosas o acontecimientos en sí mismos. Cada persona, cosa o acontecimiento tipifica algo espiritual. Del mismo modo, Levítico 23, al hablar de las fiestas que debían guardar los hijos de Dios, hace gran hincapié en las primicias y en la siega. En principio esto nos muestra que la mies de Dios tiene que madurar; sólo cuando esté madura podrá ser segada. Aunque los tiempos de la siega sean diferentes, en principio, toda ella debe madurar. Los que maduran primero son segados primero; y los que maduran después son segados después. Pero los que no maduran tienen que esperar en el campo hasta que estén maduros. La mies debe estar madura antes de poder ser segada. Esto está muy claro en la Biblia.
El relato de la siega en el Antiguo Testamento nos muestra que si hemos de participar en la edificación de la Nueva Jerusalén, tenemos que madurar. No debemos pensar que un creyente, independientemente de si ha madurado en vida o no, será segado por el Señor cuando muera. Tampoco debemos pensar que un creyente ha madurado cuando muere y que, por tanto, ha sido segado por el Señor. Es absurdo decir que cuando un creyente muere, ha madurado y ha sido segado. Es evidente que hay muchos creyentes que no han avanzado nada al cabo de muchos años de ser salvos; cada vez que nos encontramos con ellos, percibimos que son inmaduros, tiernos y muchas veces marchitos. Otros han muerto en esta clase de condición. ¿Cree usted que ellos han sido segados porque han madurado? No existe tal cosa.
Tenemos que entender que la muerte no es la solución a todo. Esto se aplica a los creyentes como también a los incrédulos. Con respecto a los descendientes incrédulos de Adán, cuando ellos mueran, sus cuerpos quedarán en el polvo, y sus almas irán al Hades para ser atormentadas mientras esperan el gran día del juicio. Por lo tanto, su muerte hoy es simplemente el fin de una etapa. El día en que ellos serán echados al lago de fuego será la conclusión. Según el mismo principio, la muerte de los creyentes hoy no es la conclusión. Es cierto que cuando un creyente muere, su cuerpo queda en la tierra, y su alma es consolada en el Paraíso en el Hades. Sin embargo, sus problemas aún no se han resuelto, pues todavía tendrá que esperar a la resurrección venidera. Cuando el Señor regrese, todos los que son salvos resucitarán y se presentarán ante el tribunal de Cristo para ser juzgados. Este juicio no será el juicio del gran trono blanco, el cual determinará si somos salvos o si pereceremos. El juicio en el tribunal de Cristo determinará si hemos madurado o no, y si hemos de recibir una recompensa o si sufriremos pérdida. Si recibimos una recompensa, es porque hemos madurado; pero si sufrimos pérdida, se debe a que no hemos madurado.
¿Qué nos sucederá si no hemos madurado? Recordemos que Dios tiene una manera de hacernos madurar. Después de todo, si no hemos madurado, Dios no podrá llevarnos al granero. Por consiguiente, de ningún modo debemos suponer que los creyentes pueden vivir toda su vida vana y descuidadamente, y que cuando mueran, la preciosa sangre de Cristo asumirá todas sus responsabilidades. No existe tal cosa. Es cierto que nadie puede acercarse a Dios sin ser redimido con la preciosa sangre. La sangre nos reconcilia con Dios para que podamos acercarnos a Él. Sin embargo, recordemos que los que pueden ser segados y llevados a la casa eterna de Dios, aquellos que pueden morar eternamente en la casa de Dios, son los que han permitido que la vida de Dios crezca y madure en ellos. De manera que una cosa es ser redimidos con la sangre, y otra, crecer y madurar en vida. Sólo los que hayan madurado completamente podrán ser llevados al granero de Dios en el futuro. No debemos pensar de ningún modo que puesto que somos salvos, ya somos piedras vivas y que, por tanto, ya hemos llegado a ser parte del edificio. Una piedra no puede ser edificada a menos que haya sido labrada.
Como dije en otra ocasión, una iglesia local es una entidad edificada; no obstante, muchas veces se encuentra en una condición en la que no ha sido completamente edificada. Por ejemplo, en una iglesia puede haber doscientos hermanos y hermanas; sin embargo, ella reposa enteramente sobre los hombros de sólo cincuenta hermanos. Al parecer sólo esos cincuenta hermanos han sido edificados, mientras que los ciento cincuenta restantes son como materiales apilados junto a un edificio, que aún no han sido edificados. Sin embargo, en la eternidad, en el cielo nuevo y la tierra nueva, no encontraremos un apilamiento de materiales cerca de la ciudad de la Nueva Jerusalén; más bien, todos los que son representados por las doce tribus y por los doce apóstoles, habrán sido edificados como parte de la ciudad.
Por el momento, no hablaremos acerca de en qué punto todas estas personas llegarán a ser edificadas como parte de la ciudad. Sin embargo, tengo que decir que uno no es edificado en cuanto muere después de haber llevado una vida vana como un cristiano despreocupado. No existe tal cosa. Nuevamente digo que como mies, tenemos que madurar, y que como edificio, necesitamos ser edificados. Somos gavillas en la labranza de Dios. Necesitamos crecer y madurar; sólo así podrá Dios segarnos y llevarnos a Su granero. Por otra parte, también somos piedras que han de ser usadas por Dios. Como tal, necesitamos pasar por los tratos necesarios y ser edificados a fin de ser unidos al edificio de Dios.
En la última noche que el Señor Jesús estuvo con los discípulos, después de haberles hablado acerca de la unión entre Él y ellos, oró por todos los que habían creído en Él. ¿Qué fue lo que el Señor pidió en Su oración? Él le pidió al Padre que todos ellos fueran uno. Recuerden que en esta oración el Señor le pidió a Dios que introdujera en Dios a todos los que redimiría a través de los siglos, uno a uno, a fin de que fuesen edificados como una sola entidad, y así llegasen a ser uno. Hablando con propiedad, esta unidad es el edificio de Dios. Esta unidad no se produce cuando nos exhortamos unos a otros, diciendo: “¡Vamos! ¡Seamos uno!”. Eso no funcionará. La unidad es el resultado de la edificación que Dios realiza. Observe una casa; todos los materiales que hay en ella son uno. Anteriormente, todos estos materiales estaban amontonados en diversos lugares y no eran uno en absoluto. Es por medio de la obra de edificación que ellos han llegado a ser uno. Por lo tanto, la edificación es la unidad. Todos los que están en el Señor un día serán uno en el Dios Triuno. Ése fue el deseo que el Señor expresó en Su oración.
Ahora quisiera preguntarle lo siguiente: ¿es usted uno con todos los demás creyentes que han sido salvos? De hecho, no es necesario hablar de ser uno con todos los que han sido salvos; pues a veces incluso cinco personas —dos hermanos responsables y tres hermanas encargadas de una reunión de casa— no pueden experimentar la unidad entre sí. ¿Por qué? Porque no han sido edificados. Ahora considere lo siguiente: si usted es alguien que no ha sido edificado y que no puede ser uno con los hijos de Dios, cuando un día parta de este mundo, ¿podrá inmediatamente estar en la Nueva Jerusalén? No, por supuesto que no.
¿Diremos entonces que la oración del Señor no se cumplirá? Tenemos que creer que la oración del Señor no fue en vano y que finalmente se cumplirá en el universo. A la postre veremos que todos los que pertenecen al Señor serán absolutamente uno en Él. Pablo creía esto. Él dijo que el Señor ha dado diferentes dones para la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef. 4:11-13). Podemos ver cuán grande era la fe del apóstol cuando dijo estas palabras. Cuando él escribió la Epístola a los Efesios, él se encontraba recluido en una cárcel romana. Él también vio cuán desoladas estaban las iglesias en todo lugar. No sólo estaban desoladas; ellas incluso habían rechazado su enseñanza. Todos los que estaban en Asia lo habían abandonado. Así se volvía la situación cuando Pablo escribió Efesios. Sin embargo, aún pudo decir: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. ¡Cuán firme era la fe de Pablo! Lo que él creía era completamente contrario a lo que veía, pero aún pudo declarar esto con gozo.
Por consiguiente, no debemos preocuparnos. Un día la oración del Señor se cumplirá. Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible (Mt. 19:26). Dios siempre tiene la manera de lograrlo. No obstante, puesto que ustedes son personas salvas, tienen que crecer, madurar y ser edificadas. Si no maduran en esta era, Dios todavía les tendrá reservada la próxima era. En cualquier caso, Él hará que ustedes maduren. Si ustedes, siendo parte de la mies, no maduran hoy, mañana Dios hará que el calor del sol los abrase. Si no maduran, Dios tendrá que dejarlos en el campo. Si ustedes no están maduros, no podrán ser llevados al granero. No se dejen engañar por la doctrina errónea del cristianismo, de modo que piensan que irán al cielo en cuanto mueran puesto que han creído en el Señor. Si ustedes quieren estar en el granero de Dios, necesitarán estar maduros. Les pido que lean nuevamente el Nuevo Testamento para que vean claramente que esto es un principio inamovible. Es cierto que todos los que han sido lavados por la sangre del Señor son eternamente salvos y no perecerán. Sin embargo, a fin de ir a Dios, a fin de entrar en la morada de Dios y ser llevados al granero de Dios, debemos estar maduros. No obstante, tarde o temprano todos estaremos maduros. Éste es un principio inamovible.
Hemos señalado repetidas veces que el resultado de la obra de Dios a través de los siglos es que Él obtiene una ciudad, la Nueva Jerusalén. Esto se afirma claramente en los escritos de Juan. Juan escribió su evangelio, también escribió sus epístolas, y al final escribió el Apocalipsis. Los mensajes que transmiten estas tres secciones están vinculados y no pueden separarse. Por consiguiente, si queremos entender los escritos de Juan, no podemos leer simplemente su evangelio, ni solamente sus epístolas y, del mismo modo, tampoco podemos leer solamente su libro de Apocalipsis. Tenemos que leer estas tres partes de sus escritos juntas para ver un cuadro completo.
Al comienzo Juan dice que Dios se hizo carne y fijó tabernáculo entre los hombres (Jn. 1:14). Más tarde, dice que este tabernáculo edificado por medio de la encarnación era un templo, la casa de Dios (2:21). Satanás quiso destruir este templo, pero el Señor lo levantó por medio de la resurrección (v. 19). Después de esto, también nos dice que el que tiene la novia es el novio (3:29). El Señor, quien se encarnó, quien fijó tabernáculo entre los hombres, quien edificó el templo, es el Novio.
Ahora podemos ver que tenemos el tabernáculo, el templo (que es la casa) y al Novio, quien viene por la novia. ¿Qué es este tabernáculo? ¿Qué es esta casa? ¿Quién es esta novia? Al comienzo es difícil entender esto. Sin embargo, si continuamos leyendo, llegaremos al versículo en el que el Señor dice: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (15:4). Esto tiene un significado doble. Por un lado, nos habla de que nosotros y el Señor permanecemos mutuamente; esto tiene que ver con la casa. Por otro, nos habla de la unión mutua que existe entre nosotros y el Señor; esto tiene que ver con la novia y el Novio. Tengan presente que Juan 14, 15, 16 y 17 hablan de estos asuntos. Después que el Señor resucitó de los muertos y se infundió en los discípulos mediante Su soplo, o sea, cuando el Espíritu Santo entró en ellos, el Señor mismo entró en ellos. Entonces el Señor obtuvo en realidad una morada en los discípulos. Desde entonces, la casa llegó a existir.
En la primera epístola escrita por Juan, él dice: “Os anunciamos la vida eterna [...] para que también vosotros tengáis comunión [...] con el Padre, y con Su Hijo” (1:2-3). “La unción que vosotros recibisteis de Él permanece en vosotros [...] así como ella os ha enseñado, permaneced en Él [el Señor]” (2:27). “En esto conocemos que permanecemos en Él [Dios], y Él en nosotros, en que [Dios] nos ha dado de Su Espíritu” (4:13). “Esta vida [eterna] está en Su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (5:11-12). “El Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer a Aquel que es verdadero; y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Éste es el verdadero Dios” (v. 20). Este verdadero Dios implica la historia completa de Dios en Su encarnación, muerte, resurrección, el haber entrado en el hombre como Espíritu y el llegar a ser la vida del hombre. En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios simplemente era Dios. Sin embargo, en los tiempos del Nuevo Testamento este Dios se hizo carne, murió y resucitó, y también entró en nosotros como Espíritu para unirse a nosotros. Todos estos pasos están implícitos en “el verdadero Dios”. Ahora podemos entender esto claramente.
Cuando leemos hasta el final de Apocalipsis, vemos que aparece una ciudad. Esta ciudad es el tabernáculo que Dios ha edificado entre los hombres. Esta ciudad también es la novia del Cordero. Ahora hemos encontrado todo aquello de lo que Juan nos habla de principio a fin. Él dice que el que tiene la novia es el novio. ¿Quién es la novia? La novia es la ciudad. La ciudad también es el tabernáculo. Al mismo tiempo, esta ciudad es el templo, porque Juan nos dice: “No vi en ella templo” (Ap. 21:22). La ciudad es el agrandamiento del templo. Además, Apocalipsis nos muestra al Dios Triuno que mora plenamente en el pueblo redimido. De este modo, al final de Apocalipsis ustedes ven que las cosas que Juan menciona al comienzo se han cumplido plenamente. La Nueva Jerusalén es el tabernáculo edificado por Dios. Ella es la morada de Dios, la casa de Dios y la novia de Dios. Éste es el tema central de los escritos de Juan.
Sin embargo, quisiera hacerles notar, hermanos y hermanas, cuándo se llevará a cabo la última parte de la obra de edificación que el Señor realiza. Sabemos que la manifestación de la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, es el resultado final de la obra de Dios. Este resultado se manifestará solamente cuando vengan el cielo nuevo y la tierra nueva. Todos los que leen la Biblia saben que el cielo viejo y la tierra vieja preceden el cielo nuevo y la tierra nueva. En el cielo viejo y la tierra vieja, hay muchas eras diferentes. Entre estas eras, un largo período de tiempo corresponde a la era de la ley, y después tenemos la era de la gracia. Después de la era de la gracia, viene la era milenaria, que es la era del reino. La era de la ley empezó con Moisés. Antes de Moisés, hubo otra era, la era de los patriarcas, que es también llamada la era de la promesa. Entre la primera venida de Cristo y Su segunda venida está la era de la gracia, que también es llamada la era de la iglesia. Una vez que termine la era de la iglesia, el Señor vendrá otra vez, y a partir de entonces será la era del reino. Cuando la era milenaria termine, el cielo antiguo y la tierra antigua llegarán a su fin, y entonces tendrán inicio el cielo nuevo y la tierra nueva. Por lo tanto, tenemos cuatro eras en el cielo viejo y la tierra vieja. Éstas son la era de la promesa, la era de la ley, la era de la gracia y la era del reino. Cuando éstas terminen, vendrán el cielo nuevo y la tierra nueva. Una vez que el cielo nuevo y la tierra nueva vengan, la Nueva Jerusalén se hará manifiesta.
Debido a que la edificación de la Nueva Jerusalén se lleva a cabo en el cielo viejo y la tierra vieja, todas las cuatro eras mencionadas anteriormente están relacionadas con la obra de edificación que Dios realiza. Dios llevó a cabo una parte de Su edificio en la era de los patriarcas, la era de la promesa. Abel, Enoc y Noé fueron hombres que Dios edificó; igualmente lo fueron Abraham, Isaac y Jacob. Todos ellos fueron edificados en la era de los patriarcas. Otra parte del edificio de Dios, conformado por las doce tribus de Israel, fue edificado por Dios en la era de la ley. También otra parte de esta obra, la iglesia, es edificada por Dios durante la era de la gracia.
Ahora quisiera preguntarles a todos ustedes: ¿dirían que Dios realizó Su obra de edificación en la era de los patriarcas, en la era de la ley y en la era de la gracia, pero que se detiene en la era milenaria (la era del reino)? Aunque la era milenaria será una era de restauración, todavía será una era en la cual Dios edificará. Aunque el Señor habrá venido y todas las cosas serán restauradas, la obra de edificación que Dios realiza todavía estará incompleta en aquel tiempo.
Nuevamente, es aquí donde entramos en conflicto con la teología del cristianismo. La teología típica le dice a la gente que cuando el Señor Jesús regrese, todas las cosas estarán completas; todas las cosas descansarán en completa paz. Sin embargo, nosotros sabemos por nuestra lectura de la Biblia que el Señor todavía realizará Su obra de edificación para el tiempo de Su segunda venida.
En una ocasión una persona que conocía bien al Señor vino a preguntarme si las personas salvas serán disciplinadas para el tiempo de la segunda venida del Señor. Le dije que hoy todos los cristianos están de acuerdo en que una persona salva enseguida debe amar a Dios, hacer Su voluntad y agradarle. Si dicha persona no ama a Dios ni hace Su voluntad, Dios lo castigará y disciplinará. Nadie en el cristianismo estará en desacuerdo con esta enseñanza acerca de la disciplina de Dios. Sin embargo, quisiera preguntarles: ¿es posible que el castigo y disciplina que Dios aplica a Sus hijos se limite únicamente a las primeras tres eras? ¿O todavía habrá disciplina en la cuarta era cuando el Señor Jesús regrese? Hoy en día el cristiano típico cree que la disciplina únicamente se limita a la vida presente, y jamás se le ocurre que habrá disciplina cuando el Señor regrese. Sin embargo, la Biblia claramente nos muestra que todavía habrá disciplina cuando el Señor regrese.
Les pido que lean Lucas 12:45-48: “Mas si aquel esclavo dice en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comienza a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse [éste es alguien que sin miramientos se entrega a los placeres, y no se lleva bien con los otros criados], vendrá el señor de aquel esclavo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y le separará, y pondrá su parte con los incrédulos. Aquel esclavo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco [no dice que no será azotado, sino que será azotado “poco”]. A todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá”. Aquí dice claramente que es cuando el señor venga que el esclavo recibirá muchos azotes. Por consiguiente, vemos que el castigo y la disciplina del Señor no se limitan a esta era. Cuando el Señor regrese, no sólo habrá disciplina, sino que la disciplina podrá ser más severa que antes.
Hermanos y hermanas, si ustedes abren sus ojos y miran, verán que muchos de los que son salvos complacen su carne, aman el mundo y no son uno con los hijos de Dios. Sin embargo, todavía están sanos y salvos, es decir, Dios no los ha disciplinado. Les pregunto, hermanos y hermanas, hoy entre los hijos de Dios, ¿son más los que obedecen al Señor o son más los que le desobedecen? Es evidente que son más los desobedientes. De igual manera hoy entre los hijos de Dios ¿son más los que son castigados o son más los que no lo son? Francamente, no vemos que muchos sean castigados. Miren todos esos hijos de Dios que, después de tantos años de haber sido salvos, todavía complacen la carne, actúan temerariamente a su antojo, y se enojan y pelean cada vez que se les antoja. Pareciera que Dios no los molesta ni los disciplina. Por consiguiente, tenemos que reconocer que aunque muchos cristianos desobedecen hoy, pocos son disciplinados.
Ustedes no deben pensar jamás que la razón por la cual Dios no nos disciplina es que Él nos ama tanto que se muestra reacio a disciplinarnos. Si eso es lo que usted piensa, está equivocado. Hebreos 12 dice que el Señor al que ama, disciplina. Los que son disciplinados son amados, y los que no lo son, son dignos de lástima. Sin embargo, no debemos suponer que puesto que algunos no son disciplinados hoy, tampoco lo serán en el futuro. No hay ni un solo hijo que pueda evitar ser disciplinado; pero en cuanto a cuándo él recibirá la disciplina, dependerá de la voluntad del padre. Usted sabe que un padre que controla su enojo sabe cuál es el mejor momento para disciplinar a sus hijos. Él no le da una paliza a su hijo en el momento en que puede enojarse; en vez de ello, busca el momento apropiado. Algunos hijos necesitan recibir una paliza inmediatamente después que cometen la falta, mientras que otros deben esperar hasta el día siguiente, y otros tendrán que esperar hasta que termine el semestre.
Quisiera decirles a ustedes, hermanos y hermanas, que muchos de los hijos de Dios son desobedientes, pero casi ninguno de ellos ha sido disciplinado. En vez de ello, ustedes ven lo contrario: muchos de los que aman al Señor y aprenden a vivir delante de Él, han sido repetidas veces afligidos y azotados. Quisiera preguntarles: ¿creen ustedes que Dios jamás disciplinará a los hijos que son desobedientes? Ellos viven como se les antoja, no crecen, no son quebrantados, no son edificados, sino que pasan toda su vida sin rumbo fijo. ¿Creen ustedes que ellos al final simplemente morirán e irán al cielo? ¿Creen que Dios dejará que esto suceda? ¡Por supuesto que no! El Señor dijo que cuando Él regrese algunos recibirán muchos azotes.
Les pido que tengan presente que la disciplina es parte de la obra de edificación. Todos los padres que disciplinan a sus hijos, lo hacen para su perfeccionamiento. Asimismo, la disciplina de parte de Dios es para edificación. Ustedes nunca deben suponer que el Señor lleva a cabo la obra de edificación, la obra de tratar con sus hijos, la obra de disciplinarlos sólo en el tiempo antes de Su venida. La Biblia claramente nos dice que cuando el Señor regrese, Él dará azotes, e incluso muchos azotes. Incluso los azotes forman parte de la edificación. Si hoy usted no está dispuesto a someterse a los tratos de parte del Señor, cuando el Señor venga, usted todavía tendrá que pasar por estos tratos. Si hoy usted no está dispuesto a ser edificado por el Señor, cuando el Señor venga, Él todavía lo edificará. Antes que usted haya pasado por estos tratos, le parecerá que ese hermano no es muy precioso y que esa hermana también tiene problemas, y nunca podrá ser uno con los demás. Pero llegará el día cuando el Señor tratará con usted hasta tal punto que todos los hermanos y hermanas le parecerán preciosos.
Creo que los hermanos y hermanas pueden entender el significado de estas palabras. El edificio de Dios se construye en las cuatro etapas del cielo viejo y la tierra vieja. La obra de edificación que Dios está realizando ocurre en cada era. Aunque durante el reino milenario el Señor habrá venido y todas las cosas serán restauradas, todavía estaremos en el cielo viejo y la tierra vieja, y no en el cielo nuevo y la tierra nueva. Dios todavía estará realizando Su obra de edificación. Es en el cielo nuevo y la tierra nueva que la obra de edificación habrá sido cumplida.
Sin embargo, debemos fortalecer un poco un punto. Aunque la Nueva Jerusalén se manifestará solamente en el cielo nuevo y la tierra nueva, si leemos Apocalipsis cuidadosamente, veremos la Nueva Jerusalén en el capítulo 2 y en el capítulo 3. Allí las bendiciones que el Señor les promete a los vencedores en las iglesias son en realidad las cosas que se hallan en la Nueva Jerusalén; no obstante, los vencedores podrán participar de ellas en el reino milenario. Esto significa que para ellos el disfrute de la Nueva Jerusalén vendrá mil años antes que el de la mayoría de los creyentes. Ellos son un grupo de frutos que maduran primero. Ellos son los que fueron edificados por Dios en la era de los patriarcas, en la era de la ley y en la era de la gracia. Sólo ellos podrán disfrutar de la Nueva Jerusalén en la era milenaria. Pero con respecto a aquellos que no fueron completamente edificados por Dios, los que no maduraron, Dios los edificará individual y corporativamente en el reino milenario a fin de que maduren. Cuando haya concluido el reino milenario, ellos habrán pasados por los debidos tratos y habrán sido edificados; entonces estarán en la Nueva Jerusalén cuando surjan el cielo nuevo y la tierra nueva.
La Biblia dice que cuando el Señor regrese, vendrán las bodas del Cordero, por cuanto Su esposa se habrá preparado (Ap. 19:7). Cuando se manifieste la Nueva Jerusalén, ella será la esposa del Cordero (21:9). Esto nos muestra que todo el reino milenario será el día de bodas del Cordero. En el reino milenario la Nueva Jerusalén será la novia, y en el cielo nuevo y la tierra nueva la Nueva Jerusalén será la esposa. Los que participarán en la Nueva Jerusalén como novia serán los santos vencedores, los santos que hayan madurado y que hayan pasado por los debidos tratos y hayan sido edificados por el Señor. Los santos que necesiten ser edificados por el Señor durante el reino milenario no participarán en la Nueva Jerusalén como novia. Aquellos que hayan sido edificados por el Señor durante la era milenaria tendrán que esperar al cielo nuevo y la tierra nueva, cuando la novia haya llegado a ser la esposa, a fin de participar en la Nueva Jerusalén.
Les digo estas cosas para que los hermanos y hermanas puedan ver que el principio de la novia es que los hijos de Dios necesitan madurar y ser edificados. Si usted no ha madurado hoy, el Señor aún lo hará madurar en el futuro. Si no ha sido edificado hoy, el Señor aún lo edificará en el futuro. Con respecto a usted y a mí hay una diferencia en cuanto a tiempo; hay una diferencia entre hoy y mañana, entre el presente y el futuro. Sin embargo, para Dios no existe el elemento del tiempo. Con respecto a usted y a mí, está el factor del espacio, es decir, si hemos de ser edificados aquí o si no hemos de ser edificados aquí, pero para Dios no existe el elemento del espacio. En cualquier caso usted será edificado; usted será madurado. Si no madura, Dios no podrá llevarlo al granero; y si no ha sido edificado, no podrá tener parte alguna en el edificio de Dios.
Quisiera declararles a los hijos de Dios que según la Biblia, no existe tal cosa como lo que la gente en el cristianismo llama “ir al cielo”. Mientras usted está vivo, la tierra es un lugar de peregrinaje; y cuando muera, el Paraíso en el Hades será donde usted estará temporalmente. Luego, cuando resucite, y sea transfigurado y arrebatado a los aires por el Señor, esto aún será una condición temporal. Nuestra morada eterna es la Nueva Jerusalén, una ciudad que es fruto de la mutua edificación de Dios y el hombre. Por consiguiente, usted debe crecer en Dios y madurar en Dios. Si no ha madurado, no podrá ser llevado a este granero. Si no ha sido edificado, no podrá tener parte en esta edificación. Si hoy usted no madura, mañana Dios todavía querrá que usted madure. Si en esta era usted no ha sido edificado, Dios todavía lo edificará en la próxima era. En tanto que usted sea salvo y redimido, Dios hará que usted madure y lo edificará, sea como sea. Les repito una vez más que toda la Biblia al final nos muestra que el pueblo redimido es edificado conjuntamente para llegar a ser la morada eterna de Dios y el hombre. Por lo tanto, quien no haya madurado ni haya sido edificado, jamás podrá participar en esa morada.
Hermanos y hermanas, la Biblia jamás nos dice que una vez que una persona es lavada por la sangre “va al cielo”. No existe tal cosa. Dios quiere edificarse en Sus redimidos y edificar a Sus redimidos en Sí mismo a fin de obtener un edificio espiritual. Por lo tanto, todos los que sean parte de esta edificación deben ser aquellos que han sido edificados. Damos gracias al Señor porque Dios nos predestinó y nos redimió, y porque Él nos está edificando. Lo que Dios ha venido haciendo por seis mil años es esta obra de edificación.
Por último, quisiera decirles, hermanos y hermanas, que necesitamos madurar. Sólo cuando estemos maduros podremos ser llevados al granero. Asimismo necesitamos ser edificados; sólo cuando seamos edificados podremos tener parte en la ciudad santa de Dios, la Nueva Jerusalén. ¡Que el Señor nos conceda Su gracia para que no consideremos estas cosas meras profecías! ¡Que seamos edificados conjuntamente hoy!