
Los cristianos tienen muchas características especiales. La más evidente es que ellos tienen a Cristo en su interior. Esta comprensión debe estar profunda y firmemente arraigada en todos los cristianos. No debemos considerar que este asunto es algo ordinario; más bien, debemos considerarlo algo muy especial. Nosotros somos personas salvas delante de Dios porque Cristo ha entrado en nosotros. Crecemos en la vida divina porque Cristo ha ganado más terreno en nuestro ser. También tenemos conocimiento, somos espirituales y piadosos delante de Dios, porque Cristo ha ganado cada vez más terreno en nosotros. Pero ¿cuántos cristianos entienden, de una manera clara y cabal, que Cristo mora en ellos y, por ende, viven en Cristo? Es un hecho que no muchos cristianos prestan atención a este asunto tanto como Dios.
Desde el día en que fuimos salvos, Dios ha querido que nosotros nos pongamos a un lado, a fin de que cumplamos Su deseo al permitir que Cristo viva en nosotros. En otras palabras, anteriormente el Señor Jesús y nosotros éramos dos personas separadas; sin embargo, el día en que fuimos salvos, el Señor Jesús entró en nosotros. Por consiguiente, Él y nosotros ya no somos dos, sino una sola persona. Esto es lo que Dios desea y espera lograr. Desde el día en que fuimos salvos, Cristo y nosotros dejamos de ser dos personas; todos nuestros deseos, nuestros pensamientos y nuestra voluntad se han perdido en Cristo. Anteriormente vivíamos y evaluábamos todo por nosotros mismos. Cristo era Cristo, y nosotros éramos nosotros; Él y nosotros éramos dos personas completamente aparte la una de la otra. Sin embargo, el día en que fuimos salvos, recibimos al Señor Jesús en nosotros; ciertamente Él entró en nosotros. De este modo, llegamos a ser uno con Él. Esto es lo que Dios desea. Lamentablemente, este asunto ha sido descuidado por mucho tiempo, e incluso hoy en día los cristianos no le han prestado la debida atención.
Anteriormente el Señor Jesús y nosotros éramos dos personas distintas y separadas, pero ahora hemos llegado a ser uno. En el pasado Cristo era Cristo y nosotros éramos nosotros, pero ahora Cristo ha entrado en nuestro ser y se ha unido a nosotros. Algo sucedió inmediatamente después de que Él y nosotros experimentamos esta unión: llegamos a ser cristianos. Una vez que somos salvos y llegamos a ser cristianos, poseemos la vida de Cristo. Sin embargo, incluso entre las personas salvas hay dos categorías. Una categoría está compuesta de los cristianos que saben que sus pecados han sido perdonados, que Cristo mora en ellos y que un día estarán con Dios por la eternidad; más aún, ellos saben que Dios contesta sus oraciones y que el Espíritu de Dios está moviéndose en su ser. Estos cristianos saben que Cristo está en ellos. La otra categoría se compone de cristianos que han sido verdaderamente salvos, pero que no saben que Cristo mora en ellos. Si usted les pregunta si sus pecados han sido perdonados, ellos dirán que han sido perdonados y que, como resultado de este perdón, experimentan paz y gozo en su interior. Más aún, le dirán que han sido aceptados y justificados por Dios, y que también saben que un día cuando mueran, estarán con Dios por siempre. Sin embargo, algo que ellos desconocen es que Cristo vive en ellos.
Examinemos nuestra propia situación. Tal vez hayamos sido salvos por un buen periodo de tiempo, pero nos parece raro que nos pregunten si Cristo vive en nosotros. Todos sabemos que nuestros pecados han sido perdonados, y que cuando muramos estaremos con Dios, pero tal vez nunca hayamos escuchado que Cristo vive en nosotros. Quizás alguien nos haya hablado de esto, pero es como si sus palabras se hubieran desvanecido rápidamente. Sin importar cuánto tiempo tengamos de haber sido salvos, aunque muchos ya tenemos la certeza de que hemos sido salvos, no necesariamente sabemos que Cristo vive en nosotros. Esto es muy serio porque el tema central en la salvación de Dios es que Cristo vive en el hombre. Toda persona salva debe entender claramente este asunto.
Por consiguiente, los cristianos son aquellos que tienen a Cristo en ellos. Por ejemplo, no podemos decir que una taza es una taza de té, a menos que contenga té. Una taza de té debe contener té. Antes de ser salvos, simplemente éramos seres humanos; pero el día en que creímos en el Señor y fuimos salvos, Cristo entró en nuestro ser. Por consiguiente, ya no somos simplemente hombres, sino que somos “Cristo-hombres”. Una persona que es salva tiene a Cristo viviendo en ella. Debemos considerar esto como un asunto muy importante.
Dios tiene una esperanza y un propósito con respecto a los que han sido salvos. La esperanza que Dios tiene es que cuanto más Cristo viva en nosotros, más terreno Él ganará en nuestro ser, más de la vida de Dios se expresará por medio de nosotros y más nosotros nos perderemos en Él y seremos asimilados por Él. La intención de Dios es que Cristo nos gane, nos sature y nos asimile completamente, hasta que seamos llenos de Cristo por dentro y más le expresemos por fuera. Ésta es la expectativa que tiene Dios. Sin embargo, desde que fuimos salvos, nuestra preocupación ha sido reformarnos a nosotros mismos, esperando ser mejores de lo que éramos antes. Por ejemplo, una persona que pecaba anteriormente decide no pecar más después de que es salva. Otra persona que anteriormente se deleitaba mucho en chismear, decide ser más cuidadosa con respecto a lo que habla. Y una tercera persona que antes se enojaba fácilmente toma la determinación de no volverse a enojar. Es bueno tener esperanza en estas cosas; sin embargo, es muy contrario a la esperanza que Dios tiene para nosotros. Esto no quiere decir que nosotros queremos ser buenos y que Dios quiere que seamos malos; más bien, quiere decir que Dios espera alcanzar una meta que es mucho más elevada y superior a la meta a la cual nosotros esperamos lograr.
La esperanza que Dios tiene es que cuanto más viva Cristo en nosotros, más terreno pueda Él ganar en nuestro ser y más pueda expresarse por medio de nosotros. Sin embargo, nuestra esperanza es que cuanto más viva Cristo en nosotros, mejores personas llegaremos a ser. Es preciso que veamos que hay una gran discrepancia entre estos dos tipos de esperanza. Toda persona que es salva espera que Dios le dé más fuerzas para ayudarlo a reformarse a sí mismo, de modo que pueda hacer buenas obras. Esto es bueno desde la perspectiva humana, pero aquellos que conocen a Dios se dan cuenta de que esto es contrario a la esperanza que Dios tiene con respecto a nosotros. Cuando vivimos descuidadamente, sin saber lo que es bueno o malo, no tenemos ningún tipo de expectativa. Pero después de ser avivados por el Señor, por alguna razón empezamos a desear deshacernos de todos nuestros defectos. Es aquí donde radica el problema: Dios espera que cuanto más viva Cristo en nosotros, más terreno Él pueda ganar en nuestro ser, pero nuestra esperanza es que cuanto más viva Él en nosotros, más podremos mejorarnos a nosotros mismos. Así pues, Dios espera que Cristo pueda tener más terreno en nosotros, mientras que nosotros esperamos mejorarnos a nosotros mismos; estas dos esperanzas son completamente diferentes.
Hemos sido salvos, y Cristo ha entrado en nosotros; nos hemos perdido en Él, y Él se ha hecho uno con nosotros. Consideren lo siguiente: ¿fuimos salvos simplemente porque fuimos convencidos en nuestros pensamientos y en nuestras preferencias o fuimos salvos por el Señor Jesús? Puesto que el Señor Jesús es quien nos ha salvado, nuestros pensamientos y preferencias deben disolverse en Sus pensamientos y preferencias, y nuestra voluntad e inclinaciones deben disolverse en Su voluntad y en Sus inclinaciones. ¿En qué consiste la salvación que Dios efectúa? Consiste en que Dios desea que todo nuestro ser —incluyendo nuestra mente, parte emotiva y voluntad— se disuelva completamente y se pierda en el Señor Jesús, así como el azúcar se disuelve en el agua hasta desaparecer completamente en ella. Ahora los dos, el Señor y nosotros, hemos llegado a ser uno solo y no podemos separarnos. Esto es ser un cristiano genuino.
No debemos pensar que la salvación de Dios simplemente consiste en amonestar a las personas a que hagan lo bueno; más bien, la salvación que Dios efectúa consiste en que nos perdamos en Cristo. A partir del día en que fuimos salvos, la salvación de Dios es sencillamente el Señor Jesús mismo quien entra en nuestro ser y se mezcla con nosotros. El Señor Jesús está en nosotros como nuestra salvación. Él está salvándonos paso a paso a fin de salvarnos por completo. Nuestra regeneración es el paso inicial de nuestra salvación, y seremos salvos por completo cuando nos disolvamos completamente en Él. Cuando nuestros pensamientos, discernimiento, preferencias y nuestro modo de ser se disuelvan completamente en Cristo, Su discernimiento vendrá a ser nuestro y Sus preferencias vendrán a ser las nuestras; entonces ese día disfrutaremos de la salvación de Dios en plenitud.
Sin embargo, antes de que llegue el día en que disfrutaremos plenamente de la salvación de Dios, nuestra vida cristiana es una vida llena de contradicciones. Como ya hemos dicho, los cristianos poseen cuatro cosas —tienen a Cristo, la Biblia, la iglesia y a otros cristianos por compañeros— y también son personas peculiares. Pero eso no es todo; los cristianos también tienen muchas contradicciones. Poco después que una persona se hace cristiana, empieza a experimentar, desde la mañana hasta el anochecer, una vida caracterizada por un sinnúmero de contradicciones. Antes de ser salvo, su ser interior era constante, es decir, no experimentaba altibajos ni ningún tipo de conflictos. Por ejemplo, iba al oriente si quería ir al oriente, e iba al occidente si quería ir al occidente; iba adonde quería. Sin embargo, es muy curioso que a partir del día en que es salvo y se hace cristiano, internamente empieza a experimentar muchas contradicciones. Pareciera que siempre que tiene el sentir de hacer algo, también tiene otro sentir, y que éstos por lo general son contrarios.
Si una persona es cristiana pero no experimenta ninguna contradicción, podríamos poner en duda si realmente es cristiana. Por ejemplo, cuando usted y otro hermano discuten sobre cierto asunto, después de unas cuantas frases, tendrán el sentir de que es mejor no decir nada más. Así pues, surge una contradicción en su interior. En la etapa inicial de la salvación, un cristiano normal experimenta muchas contradicciones; si no es así, tal vez no haya sido salvo. Todos hemos tenido esta clase de experiencia. Siempre que sentimos afecto desmedido por cierta persona, cosa o asunto, surge en nuestro interior un sentir que nos limita y restringe, y nos lleva a oponernos a esa clase de amor. Este sentir interior de desaprobación da origen a una contradicción en nosotros.
Hay momentos en los que un hermano nos amonesta o nos prohíbe hacer algo, pero nosotros encontramos una o dos o hasta diez razones por las cuales deberíamos hacerlo. Aunque el hermano nos ha aconsejado que no lo hagamos, nosotros aún pensamos que deberíamos hacerlo. Sin embargo, a medida que razonamos, el sentir interior empieza a oponérsenos. Cuando presentamos nuestra primera razón, el sentir interior la rechaza. Luego, cuando presentamos la segunda, tercera, cuarta o incluso la décima razón, el sentir interior sigue rechazando cada una de ellas. Decimos con nuestra boca que aún queremos hacerlo, pero algo en nuestro interior discrepa con nosotros. Por tanto, surge una contradicción en nuestro interior.
A veces nos sometemos interiormente pero con nuestros actos desobedecemos, y a veces externamente nos sometemos pero interiormente desobedecemos. Algunas veces incluso decimos: “Siento en mi interior que no debo decir nada, pero por otro, también siento que tengo que decir algo para no dejar que mi oponente se salga con la suya”. Éste es el tipo de contradicción que experimenta un cristiano. De este modo, podemos ver a un cristiano que externamente discute y pelea, pero que internamente experimenta un sentimiento de desaprobación. Todo cristiano experimenta este tipo de contradicciones entre el sentir interno y la acción externa. Por tanto, cuando una pareja de cristianos discute, no es necesario que nadie venga a arbitrar en el conflicto. Cuando la discusión empieza a acalorarse, algo en el interior de cada uno de ellos los incomodará y les impedirá seguir discutiendo. Esta clase de contradicción demuestra que ellos son cristianos genuinos.
Poniéndome yo mismo de ejemplo, puedo decirles que la experiencia que tuve de este tipo de contradicciones en los primeros años después de que fui salvo, era insoportable. En cuanto acababa de vestirme y estaba listo para salir, surgía en mí un sentir interno que me decía que no debía salir, y luego cuando regresaba a mi estudio para leer, percibía otro sentir que me decía que no debía leer. Sencillamente no sabía qué hacer. Esta contradicción se debe a dos personas: nosotros mismos y Cristo. Quizás deseemos visitar a un amigo según nuestra preferencia, pero Cristo nos diga: “Eres tú quien prefiere visitar a tu amigo; Yo no estoy de acuerdo”. Puesto que Él no está de acuerdo, decidimos quedarnos en casa y leer un libro, pero Él nos dice: “Ésa todavía es tu preferencia”. Poco a poco, aprenderemos que cada vez que tengamos un sentir interior, lo mejor es que nos arrodillemos y oremos hasta estar en armonía con el sentir interior. Entonces, ya no estaremos en un estado de contradicción, sino que cuanto más oremos, más sentiremos la presencia de Dios; cuanto más oremos, más dulce será Su presencia. De esta manera, una parte de nuestro ser se habrá perdido y se habrá disuelto en Cristo.
Ninguno que sea cristiano está exento de experimentar contradicciones. Todo cristiano pasa por un estado de continuas contradicciones en la etapa inicial de su salvación, y el grado de contradicciones puede ser bastante intenso hasta que alcance cierto nivel de madurez cuando el Señor y él lleguen a ser uno solo. Al llegar a esa etapa, el grado de contradicciones disminuirá debido a que ha madurado al punto donde él está totalmente perdido en Cristo. Todo aquel que no haya llegado a esta etapa continúa siendo espiritualmente inmaduro.
Después de que somos salvos, por lo general experimentamos ciertas contradicciones porque Cristo en nosotros desea que lo ganemos a Él, y Él también desea ganarnos a nosotros. Su intención es que nosotros nos mezclemos con Él. Sin embargo, debido a que no conocemos Su intención ni estamos acostumbrados a ella, cuanto más buscamos al Señor, más contradicciones experimentamos. Es como si hubiera en nosotros una persona que continuamente se nos opone. Es como si Él desaprobara todo lo que hacemos en nuestra vida diaria. En particular, pareciera que cuando no pasamos un buen tiempo de oración por la mañana buscando al Señor, no experimentamos muchas contradicciones durante el día; pero que cuando hemos pasado un buen tiempo de oración y nuestra comunión con el Señor aumenta, las contradicciones que experimentamos durante el día también aumentan. Si no oramos ni tenemos comunión con el Señor por un mes, nuestro vivir será relajado y descuidado. Pero si tenemos buenos momentos de oración y una comunión muy buena con el Señor, nuestras contradicciones ciertamente aumentarán. Estoy seguro de que todos hemos tenido este tipo de experiencias. Si hoy pasamos un tiempo muy dulce delante del Señor en comunión íntima con Él orando cabalmente, entonces sorprendentemente sentiremos que todo lo que tratamos de hacer está mal. A veces somos perturbados al punto en que dudamos y preguntamos: “¿Qué será mejor, orar o no orar?”. ¿Por qué cuando no oro, me siento calmado y todo lo veo tan claro, pero cuando oro, me siento confundido?”. Todas estas confusiones son una manifestación de las contradicciones que experimentamos interiormente. La razón por la cual nos sentimos confundidos es que hay un conflicto interno. Por tanto, cuanto más confusión y contradicciones experimentemos, mejor. Más bien, lo que debemos temer es no experimentar ningún tipo de confusión ni contradicción. Todos aquellos que experimentan confusión son personas que experimentan contradicciones, y todos los que experimentan contradicciones son personas que tienen a Cristo en su interior como su Señor.
Lo que tememos no es si alguien está confundido; más bien, tememos cuando alguien no es sencillo. Un día hubo cierto hermano que estaba afrontando una seria dificultad, así que fue a ver a dos hermanos de más edad. Después de recibir instrucciones de parte de ellos sobre cómo resolver su problema, regresó a casa e hizo conforme a lo que le habían aconsejado. Sin embargo, a medida que procedía de esa manera, en su interior empezó a sentir algo que le impedía proseguir. Por tanto, se sintió confundido y dijo: “Las palabras que me dijeron los dos hermanos de más edad fueron muy claras, pero ¿por qué en mi interior siento que algo me impide proseguir? ¿Por qué siento una contradicción? ¿Qué es lo que sucede?”. Días después, cuando las cosas se aclararon más, el hermano confundido entendió que lo que había experimentado era, de hecho, una prohibición del Espíritu del Señor. Si él hubiera procedido conforme a lo que los hermanos de más edad le habían aconsejado, el resultado habría sido totalmente diferente. Los dos hermanos consideraron el asunto sólo desde la perspectiva de la experiencia, y aunque su consideración era correcta, el Espíritu Santo intervino. Tenemos que entender que esto es también un ejemplo de una contradicción. Cuando una persona interiormente experimenta contradicciones, esto es una prueba de que es un verdadero cristiano. Es por ello que decimos que cuantas más contradicciones experimentemos, mejores cristianos vendremos a ser. Si no experimentamos ningún tipo de contradicción, entonces debe haber problemas con respecto a nosotros.
Si nuestra condición es apropiada delante del Señor, experimentaremos un sinnúmero de contradicciones. Sin embargo, si tenemos un problema delante del Señor y nuestra comunión con Él se ha interrumpido, las contradicciones desaparecerán. Las hermanas experimentan muchísimas contradicciones con respecto a su modo de vestir. En condiciones normales, un cristiano debe experimentar ciertos sentimientos contrarios con respecto a la ropa que viste. Si una persona dice ser salva y, a pesar de ello, nunca ha experimentado ninguna contradicción relacionada con el modo de vestir, entonces o no es salva o hay dudas de su salvación. Un cristiano normal definitivamente experimentará muchos sentimientos contrarios. Esto se debe a que una persona que ha recibido al Señor se ha perdido en Él y ha llegado a ser uno con Él. Sin embargo, debido a que el Señor no logra doblegarnos tan fácilmente al grado en que nos rindamos delante de Él, siempre tenemos disputas con Él. Es por ello que tenemos una idea cuando el Señor tiene otra idea, y tenemos un deseo mientras que el Señor tiene otro. Como resultado, las dos ideas y los dos deseos generan contradicciones. Es debido a esto que decimos que un cristiano que interiormente experimenta contradicciones es un verdadero cristiano.
Los cristianos son personas peculiares que experimentan contradicciones. Cualquier cristiano que en su vida no haya experimentado contradicciones no es un cristiano genuino. Una vida llena de contradicciones es una vida en la cual exteriormente decimos una frase e interiormente percibimos una desaprobación, o una vida en la cual exteriormente nos ponemos cierta ropa e interiormente percibimos una objeción. Esta desaprobación u objeción interna proviene de Cristo mismo. Tal vez hayamos podido mantenernos lejos del pecado, pero al mismo tiempo, no nos hayamos entregado a Él para mezclarnos con Él y perdernos en Él. Por consiguiente, muchas cosas relacionadas con nuestra vida cristiana no consiguen Su aprobación. Por tanto, nosotros, como cristianos que somos, experimentamos una serie de contradicciones desde la mañana hasta la noche. Alguien dijo en una ocasión: “Cuanto más oro a Dios, más confundido estoy. Cuanto más comunión tengo con el Señor, más siento que todo está mal. Cuando me pongo los zapatos, siento que no son los zapatos que debiera usar. Cuando me visto, siento que esa ropa no es la adecuada. Pareciera que nada está bien”. ¡Esto es maravilloso! Tenemos que recordar que cuanto más busca al Señor una persona que ha sido salva, más pasará por este tipo de contradicciones.
La experiencia de contradicciones corresponde a la primera etapa de la vida de un cristiano. En esta etapa, nuestros pensamientos no son los pensamientos del Señor, nuestra voluntad no es Su voluntad, nuestras decisiones no son Sus decisiones, y nuestras preferencias no son Sus preferencias. Por tanto, surgen muchos conflictos. Sin embargo, después que hayamos experimentado muchos conflictos, un día comprenderemos que nosotros hemos menguado y que el Señor ha crecido, que nosotros hemos perdido más terreno en nuestro ser y que el Señor ha ganado más terreno en nosotros; y que hay cada vez menos de nosotros, mientras que el Señor se manifiesta cada vez más por medio de nosotros. Así, estaremos completamente perdidos en Él; Él y nosotros seremos absolutamente uno solo. Nuestra voluntad se habrá sometido a Él, y llegaremos a ser Él y Él llegará a ser nosotros. Nuestras inclinaciones serán Sus inclinaciones, y nuestras preferencias serán Sus preferencias. En otras palabras, en ese momento nuestro mover es Su mover. Así pues, habremos llegado a ser Él, lo cual significa que habremos alcanzado el nivel de la madurez espiritual.
Sin embargo, antes de alcanzar esta etapa, tenemos que recordar que un cristiano es una persona que definitivamente experimenta muchas contradicciones. Es bueno que las contradicciones disminuyan en el transcurso de nuestra búsqueda del Señor, pero no que ellas disminuyan porque hayamos dejado de buscar al Señor. Si las contradicciones han disminuido debido a nuestra obediencia, esto es algo bueno, apropiado y necesario. Por consiguiente, no debemos temer experimentar contradicciones internas. No debemos preguntarnos el por qué, ya que somos salvos, experimentamos tantas contradicciones. No debemos tener temor de las contradicciones, pues la etapa inicial de la vida del cristiano normal está llena de contradicciones. Cuantas más contradicciones experimenten, mejor. Más bien, lo que debemos temer es que muchos que están entre nosotros no sientan estas contradicciones internas.