
Lectura bíblica: Zac. 12:1; Job 32:8; Pr. 20:27; Jn. 3:6b; 4:24; Ro. 1:9a; 8:16, 15, 4, 6, 9, 10; 2 Ti. 4:22; Gá. 6:18.
La vida cristiana parece ser muy misteriosa y abstracta, pero Pablo la presentó como algo práctico al hablar sobre la carne en el aspecto negativo y sobre el espíritu en el aspecto positivo. Este es el espíritu humano, no el Espíritu Santo. La carne humana y el espíritu humano son la clave para la vida cristiana práctica. Si queremos experimentar la vida en una manera práctica, tenemos que entender claramente lo que son la carne y el espíritu.
No son muchos los cristianos de hoy que entienden claramente estas dos cosas. Tal vez hayamos leído los capítulos 6—8 de Romanos y estemos familiarizados con los términos la carne y el espíritu, pero lo que necesitamos es una visión celestial, una revelación divina. Muchos cristianos han leído Romanos 8 y han visto allí al Espíritu Santo, pero no han visto que hay otro espíritu en éste capítulo. El versículo 16 dice: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu”. Este versículo habla del Espíritu Santo y de nuestro espíritu, el espíritu humano.
Los cristianos prestan atención principalmente al primer Espíritu, el Espíritu Santo. No podemos comprender al Espíritu Santo sin nuestro espíritu humano. No importa cuán maravilloso sea el Espíritu Santo, de todos modos necesitamos el órgano apropiado, nuestro espíritu humano, para poder estar conscientes de El. Si no tenemos ojos, no podemos percibir la luz, los colores, ni la belleza de un paisaje natural. Nuestros ojos son los órganos apropiados para percibir estas cosas. Si no tuviéramos oído, el órgano con el cual percibimos los sonidos, no podríamos percibir los sonidos ni darles sustantividad. Dios es Espíritu. Si no tuviéramos espíritu, no podríamos percibirlo a El.
En el capítulo anterior vimos que Satanás, el pecado y la muerte están en la carne. Debemos presentar los versículos de la Escritura que prueban esto. Romanos 7:17 dice: “De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí” y el versículo 18 dice: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien”. Estos dos versículos muestran que el pecado mora en la carne.
Consideremos ahora cómo podemos decir que el pecado es Satanás. El versículo 21 dice: “Así que yo, queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está conmigo”. Cuando el pecado está adormecido dentro de nosotros, es simplemente el pecado, pero cuando se despierta en nosotros por nuestro deseo de hacer el bien, se vuelve “el maligno”. Esto significa que el pecado es el maligno, y el maligno es el pecado. En el Nuevo Testamento Satanás tiene otro título, y este título es “el maligno”. En Juan 17 el Señor oró pidiendo que los discípulos fueran guardados de “el maligno”. ¿Quién es “el maligno”? El maligno es Satanás, y el pecado es el maligno, por consiguiente el pecado es Satanás.
El pecado mencionado en Romanos es un persona viviente, porque el pecado nos mata, nos engaña (7:11) y se enseñorea de nosotros (6:12). Ya no soy yo quien obra, sino el pecado que mora en mí. Yo soy una persona, y el pecado también es una persona. En Gálatas 2:20 Pablo dice: “Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Dentro de mi persona, hay otra persona, Cristo. También dentro de mí, esto es, en mi carne, hay otra persona. Esta persona es el pecado, y el pecado es Satanás. El pecado es Satanás en nosotros, y la muerte está unida al pecado. Romanos 8:2 habla de la ley del pecado y de la muerte. De manera que mientras usted tenga pecado, tiene muerte. Estas tres cosas —Satanás, el pecado y la muerte— están en la carne.
Nuestra carne es impura; es una mezcla, una composición. Una composición está compuesta de varios elementos. A nuestra carne se le ha añadido Satanás, el pecado y la muerte. ¿Se ha dado cuenta usted alguna vez de que hoy nuestra carne es una composición tan terrible y misteriosa? Nuestro espíritu humano también es una entidad compuesta, pero es una composición en el buen sentido. Jesucristo está en nuestro espíritu. En 2 Timoteo 4:22 dice: “El Señor esté con tu espíritu”. Además la gracia de Dios está en nuestro espíritu. Gálatas 6:18 dice: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu”.
Podemos decir que el Señor está en nuestro espíritu, pero en nuestra vida diaria no lo aplicamos. En mi juventud muy pocos hogares en la China continental tenían electricidad. Un día instalaron la electricidad en nuestra casa, pero yo ya estaba acostumbrado a usar la lámpara de aceite. Durante muchos días después de que instalaran la electricidad, yo seguí usando las lámparas de aceite por hábito. Me acordaba entonces que ya teníamos electricidad, y encendía la luz con el interruptor eléctrico. Sabía que ya había electricidad en mi casa y que había bombillas eléctricas colgando del techo, pero por falta de costumbre me olvidaba de encender la luz.
Muchos de nosotros hemos oídos mensajes en cuanto al hecho de que Jesucristo está en nuestro espíritu. Quizá nos entusiasmemos con ello, pero en nuestra vida diaria, lo olvidamos. Nos parecemos a alguien que trata de encender lámparas de aceite teniendo electricidad en su casa. No estamos acostumbrados a ir a Cristo en nuestro espíritu. Estamos acostumbrados a acercarnos a El, como si estuviera muy lejos, en el tercer cielo. No estamos habituados a ir a El directamente ni a aplicarlo a nuestra necesidad.
Tenemos la doctrina de que el Señor está en nuestro espíritu, pero no practicamos la realidad. Tenemos que preguntarnos: “¿Realmente aplicamos a Cristo en nuestra vida diaria?” La mayoría de las veces no lo aplicamos, porque no estamos habituados. Estamos acostumbrados a aplicarnos a nosotros mismos. No estamos acostumbrados a aplicar a “este extranjero”. Tenemos un “Extranjero” dentro de nosotros, el cual vino desde muy lejos, desde el tercer cielo. Un día cuando dijimos: “Oh Señor Jesús”, El entró en nosotros como si fuera un “extranjero”. El nunca saldrá de nosotros, sin embargo nosotros no estamos acostumbrados a aplicarlo.
Quizá hayamos oído mensajes acerca del espíritu humano, pero no practicamos lo que hemos oído, porque no estamos acostumbrados a hacerlo. Después que la electricidad fue instalada en nuestra casa, nos tomó largo tiempo acostumbrarnos. Tenemos que acostumbrarnos a ir al interruptor eléctrico y encender la luz en vez de ir a encender la lámpara de aceite. Deseo ver que muchos santos en la vida de la iglesia se acostumbren a “ir al interruptor” y a “encender a Cristo”. Para practicar esto se requiere un entendimiento claro, una realidad completa, de que Dios no desea que nosotros seamos morales ni inmorales, buenos ni malos. El desea que vivamos para El y por El. El quiere que seamos personas llenas de vida. Estas palabras podrían ofender a las personas que están llenas de conceptos éticos y morales. Pero necesitamos comprender que las Escrituras revelan que Dios no desea ni ética ni moralidad.
En Juan 15:5b el Señor dice: “Separados de Mí nada podéis hacer”. Podemos amar, ayudar y hacer buenas cosas por otros estando separados de El. Cristo dijo que sin El nada podemos hacer, pero nosotros hacemos muchas cosas sin El. Cristo puede decirnos: “Separados de Mí podéis hacer muchas cosas, pero lo que hagáis aparte de Mí, no será reconocido por el Padre. Lo que hagáis separados de Mí, será quemado. Mí Padre nunca lo aceptará. Hay una sola categoría de cosas que será aceptada por Mí Padre. Esta es las cosas que hagáis en Mí y conmigo. Lo que hagáis en Mí y conmigo será anotado en los cielos y tenido en cuenta por Mi Padre”.
Cuando nos relacionamos con otros estando en Cristo y con El, ministraremos a Cristo a tales personas. Separados de Jesucristo, es imposible ministrar a Cristo e impartirlo en otros. Quizá podamos hacer muchas cosas separados de Cristo, pero esas cosas no serán anotadas en la cuenta celestial. Desde el punto de vista de la cuenta celestial, nada de lo que hagamos separados de Cristo tiene valor alguno. Separados de Cristo no podemos hacer nada que sea reconocido por el Padre celestial. De manera que la vida cristiana no es un asunto de ética ni de moralidad. Si así fuera, los chinos no necesitarían hacerse cristianos. Ellos recibieron las enseñanzas de Confucio, y saben mantener la ética. No necesitamos enseñanzas sobre ética. Necesitamos a Cristo como nuestra vida.
El problema que tenemos es éste. Quizá sepamos que necesitamos a Cristo como nuestra vida en teoría y en doctrina, pero en nuestra práctica y en nuestra vida diaria lo olvidamos. Los orientales, se olvidan de Cristo en su vida práctica porque han sido influidos por las enseñanzas de Confucio. Los occidentales se olvidarán de Cristo porque han sido influidos por los conceptos éticos y morales. Se nos ha enseñado a ser moralistas, a conducirnos apropiadamente y a desarrollar un buen carácter. Así se nos ha enseñado, y hemos sido criados en este contexto y bajo esta influencia.
Antes que fuéramos salvos éramos descuidados. Ahora que somos salvos, debemos decirle al Señor: “Señor, gracias por haberme salvado. Oh Señor, perdóname por mis descuidos en el pasado. Ahora soy Tu hijo, Padre celestial. Ayúdame a tener un buen carácter para poder glorificarte ante mis padres y ante mis familiares. Ayúdame Señor”. Es posible que oremos así: “Señor, ayúdame a no enojarme y a no ponerte en vergüenza. Ayúdame a ser un buen hermano en la vida de la iglesia”. Muchos de nosotros hemos orado de esta manera porque hemos sido afectados por la enseñanza de que debemos ser moralistas, tener una buena conducta y un buen carácter. Desde el punto de vista humano, no hay nada malo en esto, pero eso no es lo que Dios quiere. Dios desea que Cristo entre en usted.
Tal vez le hayamos pedido a Dios que nos ayude a ser una buena persona, a tener buen genio y a no ofender a nadie. Sin embargo, después de hacer dicha oración nos volvemos peores. Antes de ser salvos, tal vez perdiéramos la paciencia una vez por semana. Después de ser salvos y orar de esta manera, nos enojamos tres veces por semana. Entonces nos preguntamos, ¿por qué nos hemos vuelto peores desde que fuimos salvos? En realidad, no estamos “lo suficientemente mal”. Necesitamos ser puestos en evidencia y volvernos cada vez peores. He experimentado esto. Cuanto más oro para ser bueno, peor me vuelvo. Finalmente, le pregunté al Señor por qué El no eliminaba esta carne tan detestable. Y El me mostró que la necesito. Sin esta tribulación, sin la carne, ninguno de nosotros acudiría al Señor.
Es posible que deseemos ser como era Adán antes de la caída en el huerto. Adán era bueno antes de la caída; era inocente y puro. Pero había un vacío en él que permitió que el enemigo, el diablo, entrara en él. Si usted es inocente y puro como lo era Adán antes de la caída, eso no durará mucho. El diablo vendrá a llenarlo y a poseerlo. Tenemos la carne con nosotros hoy como un verdadero problema, pero alabamos al Señor porque este problema es útil. Nunca estuve tan cerca del Señor hasta que experimenté este problema. Oré una y otra vez para controlar este problema tan terrible, mi carne. Con el tiempo descubrí que la carne no tiene esperanza de ser mejorada. Entonces el Señor me mostró que El no tiene intención de lidiar con esta cosa tan horrenda. Prefiere dejarla donde está, no para que tengamos nuestro mal genio, sino para que seamos forzados a volvernos al espíritu.
Por muchos años he estado alerta y consciente que esta cosa horrible está conmigo día y noche. Cuando hablo con mi esposa, con mis hijos o con los hermanos, me doy cuenta de que estoy caminando sobre una delgada capa de hielo. No tengo confianza de salir completamente victorioso, debido a que esta cosa terrible está siempre conmigo. De manera que, si esta terrible cosa está siempre conmigo tengo que estar alerta y volverme al Señor. Mientras hablo con mi esposa, con mis hijos o con los hermanos, necesito orar en mi interior así: “Oh Señor, guárdame. Oh Señor, mantenme en mi espíritu. Sálvame”. Esto se debe a que esta cosa detestable, la carne, está tan cerca de mí. Es como si continuamente estuviéramos “a un milímetro” de estar en la carne. Si no estoy consciente de que tengo que estar en el espíritu, en un par de minutos estaré en la carne. Entonces ofenderé a todos.
A la larga, éste no es un asunto de ofender o no, sino de ganar más de Cristo. Gano más de Cristo porque me vuelvo más a El en mi espíritu en todo momento. Este no es un asunto de victoria, sino de ganar a Cristo. La intención de Dios es forjar a Cristo en nosotros día y noche. Todos necesitamos ayuda para volvernos a El. ¿Quién es la ayuda? La ayuda más subjetiva y cercana es nuestra horrible carne. Muchos de nosotros no nos percatamos de que tenemos un ayudante tan horrible.
Tengo la carga de decirles que en su espíritu está la verdadera ayuda. En su espíritu está la fuente de la vida. En su espíritu está la realidad de la vida. El único problema es que usted ha sido salvo por tantos años y todavía no tiene la costumbre de volverse a su espíritu. De manera que bajo la sabia soberanía de Dios, la carne es dejada donde está con el propósito de forzarlo a usted a volverse a Cristo todo el día.
Si nos abrimos a la luz del Señor y practicamos esto, en los años que vienen ganaremos más de Cristo. Finalmente, cuando seamos transfigurados estando en este cuerpo terrible, podremos decirle adiós a Satanás. Si él no nos hubiera perturbado en nuestra carne todos estos años, no habríamos podido ganar tanto de Cristo. Esto nos muestra que hasta Satanás es usado por Dios para cumplir Su propósito. Si nunca hubiéramos caído tan bajo, no estimaríamos la salvación del Señor como se debe.
Ahora consideremos la importancia de nuestro espíritu humano. Zacarías 12:1 dice que Dios extendió los cielos, fundó la tierra, y formó el espíritu del hombre dentro de él. En todo el universo, aparte de Dios, sólo hay tres cosas cruciales: los cielos, la tierra y el espíritu humano. Job 32:8 dice: “Ciertamente espíritu hay en el hombre”. Tenemos un espíritu en nosotros, y ése es el órgano con el cual nos relacionamos con Dios y le recibimos.
Proverbios 20:27 dice que el espíritu del hombre es la lámpara del Señor. Esta lámpara necesita aceite. Nuestro espíritu es la lámpara de Dios, y Dios es el aceite para esta lámpara. Juan 4:24 dice que Dios es Espíritu, y los que le adoran, deben adorar en espíritu. Si queremos tocar a Dios, adorarle, necesitamos hacerlo en el espíritu.
Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Después de nacer de nuevo, nuestro espíritu no es simplemente un espíritu humano debido a que ahora tiene al Señor Jesús y al Espíritu Santo. El Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu (Ro. 8:16). Esto significa que el Espíritu Santo obra juntamente con nuestro espíritu humano. Nuestro espíritu también tiene gracia dentro de sí. Nuestra carne es una composición, constituida del pecado, la muerte y Satanás. Nuestro espíritu también es una composición, constituida de Cristo, el espíritu y la gracia.
El hombre tiene dos órganos: el cuerpo, un órgano externo, y el espíritu, un órgano interno. Entre esos dos está nuestra persona, es decir, el alma humana (1 Ts. 5:23). Nuestra alma es nuestro yo, nuestra persona. El cuerpo es el órgano externo con el cual percibimos las cosas físicas o materiales. Nuestro espíritu es el órgano interno con el cual nos relacionamos con Dios. Por medio de la caída el diablo, Satanás, entró en nuestro órgano externo, el cuerpo humano. Cuando fuimos regenerados, el Señor Jesús entró en nuestro órgano interno, nuestro espíritu humano.
También tenemos que comprender que como cristianos tenemos tres personas. La primera persona es uno mismo en su alma, su ser. La segunda persona es Satanás, quien está en la carne de uno. La tercera persona es Cristo, quien está en el espíritu de uno. Esta clase de verdad ha sido ignorada hoy, nadie la ha visto. La mayoría de las enseñanzas y sermones que se predican están en la esfera de la ética y la moralidad, no en la esfera que Pablo presentó en el libro de Romanos. En el libro de Romanos no hay conceptos morales ni éticos, sino el concepto que hoy en nuestro espíritu están Jesucristo, el Espíritu y la misma gracia de Dios. Dios no desea que seamos simplemente éticos y morales, pero sí que caminemos según este maravilloso espíritu compuesto. Dios quiere que vivamos en este espíritu compuesto y que nos conduzcamos cada minuto en conformidad con el espíritu compuesto.
La Biblia es completamente consistente. Comienza con un hombre frente a dos árboles, el árbol del conocimiento y el árbol de la vida (Gn. 2:29). Al final vemos en Romanos que el árbol del conocimiento entró en la carne del hombre, y que el árbol de la vida entró en el espíritu del hombre. Los dos árboles están dentro de nosotros los cristianos. El problema hoy no radica en si uno se conduce éticamente o no. El problema radica en el árbol al que uno acude, sea el árbol del conocimiento o el árbol de la vida. ¿Vive, anda y se conduce usted todos los días según la carne o según el espíritu? Si usted obra de acuerdo con la carne, ello quiere decir que está comiendo del árbol del conocimiento. Poner la mente en las cosas de la carne es muerte (Ro. 8:6a). La muerte viene cuando comemos del árbol del conocimiento. Pero si uno anda en conformidad con el espíritu, toca el árbol de la vida. Poner la mente en el espíritu es vida (v. 6b), y la vida siempre viene cuando comemos el árbol de la vida.
Necesitamos entender que estos dos árboles están dentro de nosotros. Externamente, tenemos el árbol del conocimiento en nuestra carne. Internamente, tenemos el árbol de la vida en nuestro espíritu. Ahora toda la situación depende del árbol al que acudamos, ya sea el árbol del conocimiento o el árbol de la vida. ¿Andaremos, obraremos y nos conduciremos en la vida de la iglesia de acuerdo a la carne o de acuerdo al espíritu? Si experimentamos la vida de la iglesia según la carne, el resultado será muerte. Nuestra vida de iglesia matará a los santos debido a que no concuerda con el espíritu sino con la carne.
La carga que tengo es que comprendamos que Satanás está en nuestra carne, y que Cristo está en nuestro espíritu. Tenemos un enemigo en nuestra carne, y un amado Salvador en nuestro espíritu. ¿Qué hemos de hacer? ¿Nos volveremos a nuestro enemigo para cooperar con él? ¿Coordinaremos con él, o acudiremos a Cristo y seremos uno con El? Tal vez digamos: “Por supuesto que no voy a seguir a Satanás sino a Cristo”. Yo sé que usted dirá estas palabras, pero es fácil decir esto. En realidad necesitamos ser muy quebrantados y derrotados, lo cual nos forzará a darnos cuenta de que no hay esperanza en la carne. La carne sólo sirve para forzarlo a uno a volverse a Cristo en el espíritu.
Algunos santos de más edad podrían decir a los jóvenes que necesitan aprender a ser pacientes. De hecho, los jóvenes no necesitan aprender a ser pacientes; necesitan ser derrotados. Necesitan perder el control y tener mal genio. Esto hará que se desesperen y se vuelvan al Señor en su espíritu. Si los hermanos de edad enseñan a los jóvenes a aprender a ser pacientes, ninguno de ellos triunfará. Nadie puede graduarse en esta clase de escuela. Pero después de dos años, muchos de los jóvenes se graduarán en la escuela de los fracasos. Algunos dirán: “Renuncio. No puedo seguir viviendo en la casa donde viven los hermanos. No tengo tanta paciencia”. Yo diría: “Aleluya por su fracaso”. Usted tiene que fracasar y volverse al Señor en su espíritu.
Nuestra vida matrimonial también es usada por el Señor. El propósito de Dios es usar la vida matrimonial de uno para forzarlo a volverse al espíritu. Sin nuestra esposa y sin nuestros hijos no podemos ganar mucho de Cristo. Las esposas ayudan a los esposos a volverse a Cristo, y los esposos ayudan a las esposas a volverse a Cristo. Alabado sea el Señor por las dificultades. Alabado sea el Señor por los fracasos y los quebrantos. Alabo al Señor por tantas veces que dije: “Renuncio, no puedo más”. Alabo al Señor por las frustraciones. Esta es la razón por la cual sin estas cosas negativas, nunca seremos forzados a volvernos al espíritu. Nunca estaremos conscientes de que necesitamos a Cristo. Necesitamos a Cristo minuto a minuto. Tenemos que regresar una y otra vez al espíritu.
Por esto Pablo llegó a la conclusión de que debemos andar conforme al espíritu (Ro. 8:4). Andar equivale a conducirnos y vivir, junto con todo lo que decimos y hacemos. Nuestro vivir, nuestro ser y todo lo que decimos y hacemos tiene que estar en conformidad con el espíritu. Tenemos que andar de acuerdo al espíritu, de acuerdo con el que vive en nosotros. Este es el andar cristiano. Ya no tenemos libertad. El andar cristiano no radica en si el asunto es correcto o incorrecto, en amar u odiar. Es un asunto de andar de acuerdo al espíritu. Solamente esta vida, este andar, puede ser anotado en los cielos. Ninguna otra cosa se asentará en la cuenta del cielo. Por esta razón el Señor dijo: “Separados de Mí nada podéis hacer”. Nada de lo que hagamos separados de Cristo se anotará en la cuenta del cielo. Nada de lo que hacemos separados de Cristo, no importa cuán excelente sea, ayuda la vida de la iglesia.
Andar conforme al espíritu beneficia la vida de la iglesia. Solamente las personas que andan conforme al espíritu podrán ser miembros útiles para la edificación de una iglesia local. Si no tenemos un andar así, tarde o temprano seremos un problema para nuestra iglesia local. Tal vez usted diga: “Yo estoy entregado a la iglesia; amo mucho la iglesia”. Pero tiene que andar en conformidad con el espíritu. Si no anda conforme al espíritu, va a retirarse de la vida de la iglesia o va a convertirse en un problema para la iglesia. Ninguna otra vida puede edificar la vida de la iglesia, excepto la vida que anda conforme al espíritu. Este andar nos salva de todo tipo de molestias, microbios, problemas, disensiones, opiniones y conceptos. Andar según el espíritu nos preserva al máximo, y nos hace útiles para la edificación de la iglesia, y no un problema. Sólo hay una vida y un andar que pueden edificar la iglesia local. Esa vida es Cristo, y ese andar es andar en conformidad con El.
No hay duda de que tenemos un enemigo en nuestra carne, pero no necesitamos luchar contra él. Tenemos al Señor en nosotros. No necesitamos esforzarnos para pelear contra el enemigo, ni necesitamos esforzarnos por servir al Señor. Debemos hacer una sola cosa. Pablo nos dice claramente que esta sola cosa, es andar conforme al espíritu. Si andamos según el espíritu, el enemigo no podrá hacer nada. El enemigo está en la carne, muy cerca de usted, pero no puede hacer nada en contra suya, porque usted anda conforme al espíritu. Este andar espontáneo es la adoración, el servicio y la obra que usted ofrece al Señor. La vida cristiana y la vida de iglesia, es una vida en la cual uno anda conforme al espíritu. Tenemos la carne y también tenemos el maravilloso espíritu humano. Nuestro espíritu humano es un espíritu regenerado, y en él moran Cristo, el Espíritu Santo y la gracia de Dios. Tenemos un maravilloso espíritu que podemos aplicar.