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Mensajes del libro «Carne y el espíritu, La»
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CAPITULO CINCO

COMAMOS A JESUS PARA CRECER Y SER EDIFICADOS

  Lectura bíblica: Ef. 3:8; Ro. 10:12; Col. 2:9; Jn. 1:14,16; 1 Co. 3:2a, 7; Col. 2:19; Ef. 4:13

CRISTO COMO ESPIRITU VIVIFICANTE ESTA EN NUESTRO ESPIRITU PARA EL EDIFICIO DE DIOS

  Cristo hoy es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) que mora en nuestro espíritu (Ro. 8:16). Hemos visto claramente que la finalidad de este hecho es que haya edificación. El eterno plan de Dios consiste en tener un edificio vivo, pero Satanás entró en el hombre, en su carne, con el fin de estorbar a Dios. Pero Dios es más sabio que el enemigo. El vino en la semejanza de carne para aplastar la carne, y luego en resurrección se hizo el Espíritu. Este es el punto crucial. El se hizo el Espíritu para entrar en nuestro espíritu, y nosotros estamos unidos a El como un solo espíritu (1 Co. 6:17). Podemos decir que esto nos imparte vida, nos salva o nos trae disfrute. Todos estos puntos tienen un solo objetivo: que nosotros seamos edificados. Cristo quitó de en medio la carne y se hizo el Espíritu vivificante para lograr una sola meta, la edificación.

EL CRECIMIENTO EN VIDA ES LA EDIFICACION

  En el Nuevo Testamento, el concepto de la edificación es muy diferente de nuestro concepto natural. Nuestro concepto natural en cuanto a la edificación consiste en que una pieza de material se pone sobre otra pieza y se repite el proceso, pieza por pieza, hasta que tenemos una torre alta. Pero a los ojos de Dios, eso no es edificar. Eso amontonar materiales. Algunos podrían decir que nosotros los cristianos somos personas muy allegadas, de manera que piensan que edificarnos es sencillamente mantenernos juntos. Pero estar juntos no es edificar. Si usted se sienta junto a mí, y conversamos acerca de nuestros asuntos personales, eso es estar juntos. Edificar no es meramente estar juntos, estar amontonados. La edificación que vemos en el Nuevo Testamento es el crecimiento en vida. La salvación que Dios da no tiene relación alguna con hacer obras, laborar, actuar, ni con portarse de cierto modo. La salvación se puede condensar en una cosa: el crecimiento en vida. Todos tenemos que crecer. La vid que se menciona en Juan 15 no tiene que ver con hacer obras, laborar, comportarse de cierto modo ni esforzarse. La vid sólo se relaciona con el crecimiento. Crecer es la verdadera edificación.

CRECEMOS EN VIDA AL COMER A JESUS

  Desde 1925 he seguido sinceramente a Cristo. Amo al Señor y la Biblia, pero por muchos años nunca oí un mensaje acerca de mi necesidad de crecer en vida. He oído mensaje tras mensaje en cuanto a hacer ciertas cosas o a conducirme de cierta manera. Pero nadie ha dicho que tengo que crecer en vida, en vez de tratar de mejorar. Ninguna escuela puede ayudarle a uno a crecer. Todas las diferentes escuelas hacen lo posible por ayudarle a uno a mejorar.

  Lo más importante que una buena madre hace es alimentar a sus hijos. En nuestros hogares la mesa del comedor es más importante que el escritorio. En el día del Señor no tenemos un escritorio delante de nosotros, sino la mesa del Señor. He viajado a muchos lugares y he sido hospedado en muchos hogares. De lo primero que se ocupa mi anfitrión es de mi alimentación. En muchos hogares no tienen escritorios, pero en todos los hogares tienen una mesa donde comer. Esto se debe a que comer es más importante que estudiar, escribir o leer.

  Si Dios nos hubiera pedido que escribiéramos la Biblia, la habríamos escrito de una manera diferente. En 1 Corintios 11 vemos que la noche cuando el Señor fue traicionado, tomó pan y dijo: “Esto es Mi Cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí” (v. 24). Luego tomó la copa y dijo: “Esta copa es el nuevo pacto establecido en Mi sangre; haced esto todas las veces que la bebáis, en memoria de Mí” (v. 25) ¿Por qué el Señor nos dice que le recordemos de esta manera? Cierto día el Señor abrió mis ojos para que viera lo que realmente significa en memoria de El. La verdadera memoria que hacemos del Señor no es la forma externa de una oración, cantar un himno, alabarlo o arrodillarnos. La verdadera manera de recordar al Señor es comerlo. Cuanto más usted le coma, más le recuerda. Esto se debe a que hacer memoria del Señor es un declaración de la manera en que vivimos. Nosotros comemos y bebemos a Cristo todos los días.

  El concepto de comer aparece por toda la Biblia. Inmediatamente después de que Dios creó al hombre, se ocupó de alimentarlo. El no le ordenó a Adán amar a Eva, ni a Eva le dijo que se sujetara a Adán. No les mandó nada ni les dio instrucciones en cuanto a la manera de ser buenos padres. Después de que Dios creó al hombre, solamente le dijo que tuviera cuidado de cuál árbol comía. Si comía del árbol correcto, viviría. Si comía del árbol equivocado, moriría.

  Más tarde en Exodo, vemos que los hijos de Israel celebraron la Pascua (12:15-20). Se les dijo que untaran la sangre y comieran el cordero. Después fueron conducidos al desierto, donde comieron el maná por cuarenta años (16:35). Mientras vagaban por el desierto, lo único que hacían era comer. No trabajaban, ni tenían negocios ni tiendas ni escuelas. Día tras día solamente comían el maná celestial. Cuando entraron en la buena tierra, comieron de su rico producto (Jue. 5:12).

  En tiempos del Nuevo Testamento, el Señor Jesús vino. La gente lo consideraba un profeta o un gran maestro, y algunos hasta querían hacerlo rey. Cuando trataron de hacerlo rey, El se apartó de ellos (Jn. 6:15). Al siguiente día, les dijo que El era el pan de vida (v. 35). El no quería ser rey de ellos, sino que ellos le comieran a El. En Juan 6:57 El dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí”. Era como si estuviera diciendo: “No me hagan su rey; más bien recíbanme como su alimento”.

  En Lucas 15 el Señor les presentó la parábola del hijo pródigo que regresa a la casa de su padre, y le dice a éste: “He pecado contra el cielo y ante ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (vs. 18-19). El había decidido trabajar para su padre, pero el padre dijo a sus siervos: “Sacad pronto el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y sandalias en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y regocijémonos” (vs. 22-23). Esto muestra que cuando un pecador caído se arrepiente, siempre piensa en hacer obras para Dios o servirlo para obtener Su favor, sin saber que esta idea es contraria al amor y la gracia de Dios y que es una ofensa a Su corazón e intención. El deseo de Dios para con nosotros es que comamos al rico Cristo tipificado por el becerro gordo.

  Al final de la vida del Señor, El estableció una mesa para que le recordáramos comiéndole y bebiéndole. En Apocalipsis, el último libro de la Biblia, el Señor Jesús promete a los vencedores que haya en las iglesias que El les dará a comer del árbol de la vida (2:7) y del maná escondido (v. 17). Incluso les dijo: “He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap. 3:20). Algunos usan este versículo para predicar el evangelio, diciendo que Jesús está a la puerta del corazón de uno, y si uno lo recibe, El entrará en el corazón de uno. Necesitamos ver que El entra en nosotros para que podamos cenar con El.

  Al final la Biblia concluye con una promesa y un llamado. La promesa dice que todos los que hayan lavado sus ropas tendrán derecho a comer del árbol de la vida (Ap. 22:14). El llamado lo hacen el Espíritu y la novia al pecador sediento, para que venga y beba del agua de la vida (v. 17). Así que, la Biblia termina con una promesa de comer y un llamamiento a beber.

  La Biblia es un libro donde se come para obtener el crecimiento. Si uno no come no crece. Un niño se hace hombre no por su educación, sino por su crecimiento. La edificación de la iglesia, la cual es el crecimiento en vida, proviene de comer. Este es un principio que nadie ha visto en la cristiandad religiosa.

  Cristo aplastó la carne y ahora habita en nuestro espíritu para que podamos comerle. El mora en nosotros para que le podamos comer. La mesa física que tenemos en la reunión de la mesa del Señor es una figura. Tenemos una mesa dentro de nosotros. Vemos el símbolo externo cada semana, pero la realidad interna va con nosotros cada día. Todos tenemos una mesa dentro de nosotros. Nuestro espíritu humano es el comedor y también la mesa. Cristo está en nuestro espíritu siempre disponible para que le comamos.

  Ahora consideremos lo que es comer. Comer es ingerir cierto alimento en nuestro ser orgánico. Un pollo puede formar parte de nosotros y hacerse nuestro alimento sólo cuando lo comemos. Comer un pollo es ponerlo dentro de nuestro ser orgánico. Cuando comemos el pollo, lo digerimos y lo asimilamos, y el elemento nutritivo se convierte en los tejidos de nuestro organismo. Entonces este pollo se hace parte de nosotros. Estamos hechos de las cosas que comemos.

  Día tras día comemos a Cristo. Al final lo que comemos se hace parte de nosotros. Al comer a Cristo nos hacemos Cristo, porque quedamos constituidos de El. La vida cristiana no se basa en que tratemos de portarnos bien y de seguir las normas morales, sino en comer a Cristo. Cuando comemos a Cristo, le ingerimos. Digerimos y asimilamos a Cristo en nuestros tejidos orgánicos espirituales. Entonces Cristo es forjado en nosotros. Este Cristo forjado en nosotros es la verdadera edificación.

  Dios no se preocupa por lo que usted hace. El quiere que usted no haga nada. El puede llamar a las cosas que no son como si fuesen (Ro. 4:17). Este fue el camino que El tomó en Su creación. El dijo: “Sea la luz” y se hizo la luz. Dios no necesita que usted haga nada. Lo que Dios quiere es presentarse en Su Hijo, Cristo, como las riquezas que usted puede recibir y disfrutar. Podemos disfrutar todas las insondables riquezas de Cristo (Ef. 3:8). El Señor es rico para con todos los que invocan Su nombre (Ro. 10:12).

  Romanos 8 habla de andar conforme al espíritu. El capítulo nueve dice que somos vasos (vs. 21, 23). Un vaso es un recipiente con una boca. En Romanos 10 la boca es usada para invocar: “¡Oh Señor Jesús!” Entonces todas las riquezas entran en el vaso. Romanos 10 nos muestra que los vasos vacíos tienen una boca con la cual pueden invocar el nombre del Señor, para recibir todas Sus riquezas.

  Romanos no termina en el capítulo ocho con el asunto de andar conforme al espíritu. Continúa en el capítulo nueve, diciéndonos que somos vasos que pueden contener a Cristo. En el capítulo diez estos vasos tienen una boca con la cual pueden invocar el nombre del Señor y ser llenos de El. Invocar: “Oh Señor Jesús”, no es solamente el camino de la salvación, sino también la manera en que recibimos al Señor Jesús como nuestro todo.

  Nosotros tenemos la idea de que debemos mejorar nuestra conducta para poder ser buenas personas. Pero la Biblia nos dice que necesitamos comer a Jesús y vivir por El. Romanos 8 habla del andar; Romanos 9 habla de los vasos que deben ser llenos, y Romanos 10 nos dice que la forma en que nosotros como vasos podemos ser llenos es abrir nuestra boca e invocar al Señor y recibir todas las riquezas de Cristo. El Señor es rico para con todos los que le invocan.

  Cristo es la corporificación de toda la plenitud de la Deidad (Col. 2:9). Toda la plenitud de lo que Dios es, habita en Cristo para que nosotros le podamos recibir. El se hizo carne y habitó entre nosotros, lleno de gracia (Jn. 1:14). De Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia (v. 16). Tenemos que recibir a Cristo, no una sola vez, sino constantemente. Día tras día tenemos que recibir a Cristo para poder crecer; y nuestro crecimiento conduce a la edificación.

  A muchos cristianos no les interesa comer, pero sí les interesa ejercitar sus mentes estudiando. Sin embargo, en el recobro del Señor sólo nos interesa comer. Si usted discute sobre lo que hay en el menú y no come, va a pasar hambre o se quedará desnutrido. No estamos aquí para debatir sobre doctrinas; estamos aquí para comer la Palabra de Dios expresada en la Biblia. El hombre vive de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt. 4:4). La Palabra de Dios es nuestro alimento.

  La carga principal que tengo en este capítulo es que nos demos cuenta de que necesitamos ingerir más y más a Jesús. No se preocupe por su mal genio. No se preocupe por la manera en que ha de tratar a su esposa. Olvídese de eso. Aprenda a comer bien. Coma a Cristo. Todas las mañanas tome una buena porción de Cristo. Los cantoneses comen siete veces al día. Tenemos que ser “cantoneses cristianos” que comen a Cristo muchas veces durante el día. Necesitamos siete comidas al día en las que comamos a Cristo. Cuando nuestra esposa nos molesta, esto debe ser un recordatorio de comer a Cristo una vez más. La vida cristiana no gira en torno a la conducta sino al asunto de comer.

  Nuestra función en las reuniones es el resultado de haber comido a Cristo. Los líderes de las iglesias pueden estar muy preocupados por la función de los santos en las reuniones. Esa es la manera equivocada de ayudar a los santos a funcionar. Si instamos a los hermanos a funcionar y los hacemos sentir obligados a funcionar, a la larga continuarán sin funcionar. Ellos no funcionan porque no tienen con qué funcionar. Comprometer a los santos a que funcionen es como decirles: “Prométanme que en la próxima reunión van a gastar doscientos dólares”. En la próxima reunión ellos no podrán hacer esto, porque solamente tienen cinco centavos. ¿Cómo podrían ellos gastar doscientos dólares? Los líderes de las iglesias locales no deben exhortar a los santos a hacer algo. Simplemente aliméntenlos. Si ustedes alimentan a los santos en la semana y los ayudan a comer a Cristo, ellos estarán llenos de las riquezas de Cristo. Entonces vendrán a la reunión con mil dólares. La vida de la iglesia no es asunto de esforzarse por funcionar, es un asunto de comer. ¿Por qué es pobre la reunión de la iglesia? Porque todos los que vienen a la reunión están hambrientos. Todos tenemos que ayudarnos mutuamente a comer.

  Primero, tenemos que darnos cuenta de que Cristo, el alimento celestial, está en nuestro espíritu. El no está allí para enseñarnos o instruirnos. El quiere que nos acerquemos a El y comamos. Finalmente, veremos que debemos obrar de acuerdo con aquel a quien comemos. Aprenda a comer a Jesús. No trate de hacer nada. No trate de mejorar. No somos hacedores, somos comensales. No somos lamentadores, somos los convidados a comer. No somos actores, somos comensales. Solamente uno que come a Jesús puede ser un buen cónyuge. Nunca trate de hacer algo en ninguna situación. Pase lo que pase, solamente acuda a Jesús y cómalo a El, pues El está en su espíritu. Podemos volvernos de la carne a Jesús en nuestro espíritu. El está siempre disponible para que le disfrutemos.

  Si comemos a Jesús en la mañana, tendremos abundancia que ofrecer a los santos en las reuniones de la tarde. En la antigüedad los israelitas labraban la buena tierra. Entonces obtenían mucho fruto para ofrecer a Dios cuando lo adoraban. Ellos traían todas las riquezas de la buena tierra para ofrecerlas a Dios, y disfrutaban con Dios de estas riquezas en Su presencia (Dt. 14:23). La adoración consistía en comer de las riquezas, las cuales son tipo de las riquezas de Cristo. Si comemos a Jesús durante toda la semana, tendremos una gran abundancia de las riquezas de Cristo para ofrecerlas a otros en las reuniones. Cuando oramos o decimos algo en las reuniones, esto será el desbordamiento de las riquezas que hemos disfrutado internamente. En esto debe consistir nuestra adoración en las reuniones de la iglesia.

  Nada de lo que nos pase nos debe perturbar, molestar ni desilusionar. No importa lo que pase o cuál sea la situación, trate de comer a Jesús. Aprenda a comer. Comemos ejercitando nuestro espíritu para relacionarnos con el Cristo que vive en nosotros, el cual es uno con nosotros en nuestro espíritu. No debemos ser perturbados por ningún problema que venga. Solamente acuda al Señor y coma de El. Podemos decir: “Señor, Tú sabes que tengo este problema. Este es el momento en que debemos comerte”. Frecuentemente, cuando estamos en una buena situación no comemos. Las malas situaciones nos obligan a comer. Aprenda a comer a Jesús en todas las situaciones.

  Si queremos ministrar la palabra a los santos en las reuniones, debemos comer a Jesús. ¿Desea usted hablar? Antes de hablar, coma a Jesús. Lo que necesitamos hacer es comerlo a El. La intención de Dios es forjar a Cristo en usted, añadirle a Cristo día tras día para que usted crezca en vida. Nuestro crecimiento en vida es inadecuado. Todos necesitamos más crecimiento. De no ser así, el recobro del Señor se convertirá en un movimiento. No queremos tener un movimiento lleno de obras, actividades, programas y horarios carentes de vida. Aborrecemos eso. Deseamos ver que todos los queridos santos que están en el recobro tomen a Cristo, le digieran, le experimenten y crezcan con El.

  La vida de la iglesia no es un testimonio de conducta, sino un testimonio de lo que somos, y lo que somos proviene de lo que comemos. Si comemos a Jesús, somos Jesús y nos convertimos en el verdadero testimonio de Jesús. Este testimonio es el recobro del Señor. Todos tenemos que orar y buscar al Señor para que El abra nuestros ojos a fin de que podamos ver lo que El quiere en realidad y lo que nosotros de veras necesitamos. Necesitamos comerlo a El.

  Hemos visto que tenemos la carne que nos perturba, pero ella nos ayuda a volvernos a Cristo en nuestro espíritu. El Señor Jesús es ahora el Espíritu vivificante y está en nuestro espíritu. Nosotros somos un solo espíritu con El y nunca podemos agotar el suministro del abundante depósito de gracia. Ahora debemos emplear nuestro tiempo y concentrarnos en comer a Cristo. Entonces creceremos con El, y nuestro crecimiento será la edificación. Primero, la edificación será revelada en nuestra familia. En segundo lugar, esta revelación será revelada entre los hermanos y las hermanas. Por último, esta edificación será revelada en la vida de la iglesia. Todos nosotros somos uno en el crecimiento en vida, y este crecimiento es sencillamente Cristo asimilado en nuestro ser y añadido a nosotros. Esto es la realidad. No es una simple doctrina ni enseñanza moralista. Cristo es el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu para que le disfrutemos como nuestra provisión diaria.

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