
Este libro se compone de mensajes que Witness Lee dio en Berkeley, California, del 31 de agosto al 2 de septiembre de 1991.
En esta unidad con el Dios Triuno, obtenemos unidad entre nosotros; ésta es la unidad del Cuerpo de Cristo. Esta unidad es única, es decir, es la misma unidad que existe en el Dios Triuno. Además, esta unidad es única en el organismo del Dios Triuno, el Cuerpo de Cristo (Ef. 1:22-23). El Cuerpo de Cristo es absolutamente orgánico; no es una organización. Los creyentes somos la iglesia y llegamos a ser el Cuerpo orgánico de Cristo, no mediante cierta organización, sino al ser avivados, regenerados y vivificados con el Dios Triuno, quien es la unidad que poseemos. Nada puede destruir esta unidad. Aunque Satanás haya causado mucha división en el cristianismo, nunca podrá dividir al Dios Triuno orgánico, quien es la esencia de la unidad en nosotros.
En el capítulo diecisiete de Juan, el Señor oró por esta unidad orgánica y única, una unidad que se compone de la vida divina y sólo existe en ella (vs. 2-3). En el pasado hemos indicado que la nueva manera de reunirnos y de servir para edificar el Cuerpo de Cristo se lleva a cabo en la vida divina, mientras que la vieja manera se basa en la organización. El cristianismo actual es una organización religiosa; sin embargo, el Cuerpo de Cristo es una entidad orgánica. Al igual que nuestro cuerpo físico es un organismo y no una organización, asimismo el Cuerpo de Cristo, la iglesia, es el organismo único del Dios Triuno. Por ejemplo, un pedestal de madera está hecho de piezas de madera que han sido debidamente organizadas y conforman una sola pieza, pero nuestro cuerpo físico no se formó así. Nuestro cuerpo es una entidad orgánica y se edifica cuando crece, debido a que es un organismo lleno de vida. Asimismo, el Cuerpo de Cristo también es un organismo, el cual se edifica por el crecimiento de la vida divina en nosotros.
Puesto que nuestro cuerpo físico es orgánico, a veces nos sentimos débiles o enfermos. Aunque no siempre estamos satisfechos con la condición física de nuestro cuerpo, aun así tenemos que nutrirlo, cuidarlo con ternura y protegerlo. La vida de iglesia no siempre es fácil, debido a que es orgánica. Quizás los creyentes nuevos declaren que la vida de iglesia es buena y maravillosa; sin embargo, posiblemente esto sólo dure poco tiempo, lo que llamamos “la luna de miel”. Aunque no siempre estemos contentos en la vida de iglesia, debemos cuidar de ella orgánicamente, del mismo modo que cuidamos de nuestro cuerpo físico. Nuestra unidad en la vida de iglesia es una unidad orgánica que se experimenta en la vida divina, y debemos cuidar de dicha vida.
Después de que el Señor Jesús vivió y llevó a cabo Su ministerio durante treinta tres años y medio, El oró por la unidad de los creyentes, la unidad del Cuerpo de Cristo. La oración del Señor registrada en Juan 17 fue dada al final de Su vida y ministerio terrenal. El no oró por la unidad al comienzo de Su ministerio, sino al final, porque para entonces ya había sembrado en Sus discípulos la semilla de vida. Ellos jamás hubieran podido ser uno en sí mismos y por sí mismos. Jacobo y Juan fueron llamados “Hijos del trueno” (Mr. 3:17). ¿Cómo puede un hijo del trueno estar en unidad con los demás? Después que el Señor Jesús se sembró en Sus discípulos como la semilla de vida, El oró para que ellos fueran uno en la vida eterna. Pedro, Jacobo y Juan no comprendieron que Jesús se había sembrado en ellos como la semilla espiritual de vida. Basado en esta siembra, El oró: “Padre ... glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida a todos los que le diste” (Jn. 17:1-2). La unidad de los creyentes reside en la vida eterna.
El Señor manifestó en Su oración que la unidad de los creyentes también radica en el nombre del único Padre (Jn. 17:6, 11-12, 26). Aunque los discípulos no lo entendieron en ese momento, el Señor les infundió el nombre del Padre. Clamar “Abba, Padre” (Ro. 8:15; Gá. 4:6) es algo muy personal. Cuando comprendemos que Dios el Padre está en nosotros, tenemos una relación muy íntima con El. Puesto que tenemos Su vida, ahora experimentamos plenamente Su dulce nombre: “Abba, Padre”. Somos uno en El por Su vida.
El Señor sembró en Sus discípulos la semilla de vida y les dio no sólo el nombre del Padre, sino también la palabra del Padre (Jn. 17:8, 14, 17-21), la cual santifica a los creyentes separándolos de todo lo que no es Dios (v. 17). Las cosas mundanas que están en nosotros reemplazan a Dios; por tanto, necesitamos ser santificados en la palabra. Cuanto más leemos la Biblia, más somos santificados, pues la palabra de la Biblia es como agua que nos lava, nos limpia y nos purifica, eliminando así de nuestro ser todas las cosas que no son Dios (Ef. 5:26). Cuanto más vivimos en este mundo, más de él acumulamos y recogemos. Todo esto que “acumulamos” reemplaza a Dios; por tanto, necesitamos que la palabra nos santifique, nos lave y nos limpie.
El Señor oró para que los creyentes fueran uno en la gloria divina, a fin de que el Dios Triuno fuera expresado (Jn. 17:22-24). La gloria que el Padre le ha dado al Hijo es la filiación, la cual incluye la vida y naturaleza divinas del Padre (5:26), para expresar al Padre en Su plenitud (1:18; 14:9; Col. 2:9; He. 1:3). El Señor Jesús nos ha dado esta misma gloria. El nos ha otorgado la filiación divina para que seamos hijos de Dios y lo expresemos. Así que, no debemos ir de compras a la ligera, pues somos hijos de Dios y debemos expresarlo. No debemos perder nuestra posición gloriosa de hijos de Dios. En esta gloria, la gloria del Dios Triuno, somos uno. Somos uno en el nombre, la vida, la palabra y la gloria del Padre.
Somos uno en el Dios Triuno (Jn. 17:21), tal como el Dios Triuno es uno (v. 11, 21-22). Nuestra unidad es la misma unidad que existe en la Deidad. En el capítulo diecisiete de Juan, el Señor oró para que Sus creyentes fueran uno en el Dios Triuno. Los versículos del 21 al 23a dicen: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste. La gloria que me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno. Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad”. Los tres de la Deidad son uno, y nosotros somos uno en la unidad de Ellos. Esta es la única unidad que existe en el universo. De hecho, nuestra unidad es la unidad de la Trinidad Divina, la unidad divina del Dios Triuno. Puesto que el Dios Triuno es nuestra unidad, no debe existir ninguna división entre nosotros.
Esta unidad tiene el propósito de expresar la gloria del Señor (Jn. 17:1-3, 22, 24). Cuando permanecemos en la unidad divina, la gloria es expresada mediante nosotros a todo el mundo. El Señor oró por esta unidad divina en la gloria divina. Pienso que esta oración todavía tiene vigencia, pues aún hoy se necesita el recobro de la unidad debido a que muchos cristianos han creado divisiones por causa de la religión. En la historia de la iglesia, primero se ve el desarrollo del Catolicismo Romano; después, los cristianos se separaron de la Iglesia Católica Romana y formaron las iglesias estatales, tal como la Iglesia de Inglaterra y la Iglesia de Dinamarca; luego, hubo una subsecuente división de la Iglesia Católica y las iglesias estatales, y se formaron las iglesias privadas, tales como las denominaciones bautista, presbiteriana y metodista; una cuarta división ocurrió al formarse los grupos libres. Es preciso aclarar que nosotros, aunque recibimos a todos los hijos de Dios, a todos los creyentes, y somos uno con ellos, no estamos de acuerdo con ninguna de estas divisiones. No podemos abandonar nuestra posición de unidad para unirnos a otros en las divisiones en que ellos están. No debemos crear ninguna división. Tenemos la unidad del Dios Triuno y somos uno en El para expresarlo, lo cual es Su gloria.
El Dios Triuno mora en nosotros, y el Señor está cumpliendo Su propia oración de guardarnos y hacernos uno. Basado en este deseo del Señor, el apóstol Pablo exhortó a los santos de Efeso a que, en su andar, guardaran la unidad del Espíritu. En la iglesia, donde está la unidad del Dios Triuno, los santos deben andar dignamente como elegidos y predestinados del Padre. Pablo dijo: “Yo pues, prisionero en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad, soportándoos los unos a los otros en amor” (Ef. 4:1-2). Debemos ser humildes, mansos, longánimos y soportarnos los unos a los otros en amor. A fin de andar como es digno del llamamiento que recibimos de Dios, debemos ser “diligentes en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (v. 3). Nuestra mente, nuestra voluntad y nuestra parte emotiva deben estar perfectamente unidas al Espíritu (1 Co. 1:10) a fin de guardar la unidad del Espíritu.
En 1 Corintios 1:13 Pablo afirma que Cristo no está dividido. Si los creyentes queremos dar fin a todas las divisiones, debemos tomar a este Cristo, quien es único y no está dividido, como nuestro único centro. Ya que Cristo no está dividido, los creyentes tampoco deben estarlo (vs. 10-12).
Por ejemplo, durante las reuniones quizás un hermano esté muy callado y otro hable mucho; sin embargo, ambos deben permanecer perfectamente unidos para guardar la unidad. Pablo habla en 1 Corintios 1:10 de la necesidad de estar perfectamente unidos: “Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer”. No debe haber división en el Cuerpo de Cristo (12:25a). En el Dios Triuno tenemos perfecta unidad, pues El mismo es nuestra unidad. A pesar de que dicha unidad está en nosotros, aun así tenemos muchas opiniones y predilecciones; por lo tanto, debemos mantenernos perfectamente unidos para que no haya ninguna división en el Cuerpo de Cristo.
En 1 Corintios 11:19 dice que tiene que haber partidos entre los creyentes, para que se hagan manifiestos entre ellos los que son aprobados. La unidad es anulada por la división, y no debe existir división alguna en el Cuerpo de Cristo. No obstante, cuando hay partidos en la iglesia, los cuales son divisiones, estos manifiestan a los que son aprobados. Los partidos son útiles para manifestar a los que son aprobados y distinguirlos de los que son sectarios.
Pablo nos instruye en Romanos 16:17 cómo dar fin a las divisiones: “Ahora bien, os exhorto, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la enseñanza que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos”. Debemos velar respecto a los que causan divisiones, identificarlos y apartarnos de ellos. En Tito 3:10 Pablo dice: “Al hombre que cause disensiones, después de una y otra amonestación deséchalo”. Por ejemplo, si en una familia alguien contrae una enfermedad contagiosa, la familia entera lo pone en cuarentena y se separa de él. Esto no significa que lo aborrezcan o que lo abandonen, sino que, por causa de la salud de toda la familia, es necesario aislar a este miembro para que la familia sea preservada y sanada.
Es posible que entre nosotros, en la familia de la fe, haya algunos que tengan la enfermiza intención de propagar los gérmenes de la división. ¿Qué debemos hacer en este caso? Quizás razonemos según nuestro hombre natural que no debemos rechazar a ningún creyente, pues esto no sería un acto bondadoso ni cortés; además, podríamos sentir que todos los creyentes somos hijos del Señor y que no debemos ofendernos unos a otros. Sin embargo, Pablo dijo que debemos fijarnos en los que causan divisiones y apartarnos de ellos, así que debemos practicar la vida del Cuerpo de esta manera. Por una parte, basados en el principio del amor, recibimos a todos los creyentes conforme a Dios y no según nuestros conceptos doctrinales, lo cual concuerda con las instrucciones que Pablo da en Romanos 14. Por otra parte, Pablo afirma en Romanos 16 que debemos fijarnos en los que causan divisiones y apartarnos de ellos.
En conclusión, a fin de mantener un buen orden en la iglesia, se debe desechar y rechazar a una persona tendenciosa después de la segunda amonestación. Esto debe hacerse por el bien de la iglesia, a fin de que no haya contacto con dicha persona facciosa y se evite el contagio de la división. Puesto que pertenecemos al recobro del Señor, debemos ser fieles. Si causamos alguna división, ya no estaremos en el recobro y formaremos parte de la división actual que prevalece en el cristianismo. Debemos mantenernos firmes con relación al recobro del Señor en cuanto a la verdad y la vida.