
Lectura bíblica: Ef. 4:11-16
Efesios 4:11-16 es un pasaje muy crucial en la Biblia y también es un pasaje difícil de entender. Si queremos saber cómo administrar la iglesia y servir en ella, debemos tener un conocimiento cabal de este pasaje. En primer lugar, debemos abandonar todos nuestros conceptos naturales del pasado en cuanto a la administración de la iglesia. Siempre que hacemos algo, todos tenemos ciertos conceptos naturales en cuanto a cómo proceder y cómo deben hacerse las cosas. Por lo tanto, cuando se trata de administrar la iglesia, también tenemos ciertos conceptos naturales en cuanto a la manera apropiada de llevar a cabo los asuntos de la iglesia y administrarlos. Estos conceptos quizás se originen en nuestros propios pensamientos o nos hayan sido inculcados. En cualquier caso, debido a que estos conceptos son tradicionales y naturales, debemos desecharlos. Al mismo tiempo, debemos profundizar en la Palabra de Dios para ver cómo administrar la iglesia y servir en la iglesia.
Aunque Efesios 4:11-16 no es un pasaje fácil de estudiar, tiene una estructura muy clara. En este pasaje, Pablo habla de cómo Cristo produjo la iglesia y dio dones a la iglesia después de Su resurrección y ascensión. Estos dones son los apóstoles, los profetas, los evangelistas, y los pastores y maestros, mencionados en el versículo 11. El Señor dio estas personas dotadas a la iglesia. La iglesia es producida con base en la resurrección y ascensión de Cristo. Sin embargo, a fin de que el Señor ascendido pueda producir y edificar la iglesia en la tierra, Él necesita de un grupo de personas, las cuales son dones. Debemos leer el capítulo 4 junto con el capítulo 1. Los versículos 22 y 23 al final del capítulo 1 indican que la iglesia es producida por medio de la ascensión de Cristo; luego el capítulo 4 muestra que después de Su ascensión Cristo produce, establece y edifica la iglesia al darle diferentes dones.
Vemos un cuadro muy claro de esto en el día de Pentecostés. Después de ascender al cielo y sentarse en el trono de gloria, el Señor, quien murió y resucitó, produjo la iglesia. La Cabeza celestial no produjo la iglesia directamente, sino por medio de los doce apóstoles que estaban en la tierra y los ciento veinte (Hch. 1:15; 2:1-4). Además de éstos, había profetas, evangelistas, y pastores y maestros. Cristo, la Cabeza, equipó a todos éstos y los dio en calidad de dones a la iglesia; más tarde, tres mil o cinco mil fueron salvos y ellos llegaron a ser la iglesia en Jerusalén (vs. 41; 4:4). Esto muestra que por medio de estas personas dotadas —los apóstoles, los profetas, los evangelistas, y los pastores y maestros— la Cabeza produjo la iglesia. Así que, por un lado, la iglesia fue producida por la Cabeza, por otro, la iglesia fue producida indirectamente por la Cabeza, pues la Cabeza produjo la iglesia por medio de las personas dotadas.
Cristo, la Cabeza, dio estos dones para el perfeccionamiento de los santos (Ef. 4:11-12). En la versión Chinese Union, el versículo 12 dice: “A fin de perfeccionar a los santos, [para que] cada uno cumpla la obra de su ministerio, [para] la edificación del Cuerpo de Cristo”. Con base en esta traducción, algunos creen que la frase para que cada uno cumpla la obra de su ministerio, se refiere a que las personas dotadas del versículo 11 cumplan la obra de su ministerio para el perfeccionamiento de los santos. Ellos no creen que esto se refiere a que las personas dotadas perfeccionan a los santos para que cada uno de éstos lleve a cabo la obra del ministerio. Así que, hay una gran controversia en torno a este punto. Los que están en la Iglesia Católica tal vez piensen que este versículo se refiere a que cada una de las personas dotadas realice su respectiva obra de perfeccionar a los santos. Es por ello que la Iglesia Católica tiene el papa, los obispos, los sacerdotes y los monjes, de los cuales cada uno realiza su respectiva obra a fin de edificar la iglesia. Según la traducción de la versión Chinese Union, podría haber dos interpretaciones. Si la frase para que cada uno cumpla la obra de su ministerio se refiere a las personas dotadas, el sistema católica es el correcto. Pero en realidad, la traducción de la versión Chinese Union más bien se inclina a que cada uno de los santos lleve a cabo la obra del ministerio, porque el versículo 16 dice a continuación: “Por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. En este versículo, la frase todas las coyunturas del rico suministro se refiere a las personas dotadas, mientras que la frase cada miembro se refiere a cada uno de los santos como miembros del Cuerpo.
Según este pasaje de la Biblia, los obreros del Señor no deben reemplazar a los santos en el servicio de la iglesia. En algunas iglesias, los obreros han estado reemplazando a los santos en el servicio por muchos años. Aunque estas iglesias han sido libradas del terreno de las denominaciones, tienen colaboradores que reemplazan a los santos y realizan todo el servicio por los santos. En la denominación bautista hay pastores, predicadores, ancianos y diáconos, pero, en general, casi todos los servicios están bajo el control de los pastores y los predicadores. Usemos como ejemplo la junta directiva de una escuela. Cuando una escuela tiene una necesidad especial, los miembros de la directiva convocan una reunión; sin embargo, los asuntos generales de la escuela por lo general están a cargo del director de la escuela y de los maestros. En el protestantismo, los pastores y predicadores son como el director y los maestros de una escuela, y los ancianos y diáconos son equivalentes a los miembros de la junta directiva. Sin embargo, esto no es lo que la Biblia nos revela. La Cabeza dio dones a la iglesia, pero estos dones no deben reemplazar a los santos en el servicio. Por consiguiente, los colaboradores deben ver claramente delante del Señor que no deben servir de modo que reemplacen a los santos.
Éste es el principio. El servicio de los colaboradores en las iglesias no debe reemplazar el servicio de los santos. La Cabeza dio dones a la iglesia, pero Su intención no es que ellos reemplacen a los santos. En vez de ello, Su intención es que las personas dotadas laboren en la iglesia al grado en que todos los santos en la iglesia se levanten a servir. Las personas dotadas no deben reemplazar a los santos sino perfeccionarlos, de modo que cada uno de ellos pueda desempeñar su función. Es preciso que veamos en este pasaje de la Palabra que Cristo, la Cabeza, da dones a fin de que la iglesia sea edificada mediante el perfeccionamiento de los santos, de modo que los que no saben servir, aprendan a servir, y los que no saben laborar, aprendan a laborar. Es por ello que Efesios 4:12 dice: “A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo”. Este versículo incluye la obra que realizan las personas dotadas y su resultado, esto es, que los creyentes lleven a cabo la obra del ministerio. También incluye el propósito por el cual las personas dotadas perfeccionan a los santos y el fruto producido al llevar a cabo los santos la obra del ministerio. El resultado de estos dos niveles de servicio es el Cuerpo de Cristo.
La obra de las personas dotadas consiste en perfeccionar a los santos. Al final, es posible que algunos santos lleguen a ser ancianos y otros lleguen a ser diáconos como parte de la obra de perfeccionamiento que realizan las personas dotadas. Aquellos que son enviados directamente por el Señor son las personas dotadas mencionadas en el versículo 11. Estas personas dotadas —los apóstoles, los profetas, los evangelistas, y los pastores y maestros— laboran en la iglesia con el propósito de perfeccionar a los santos, a fin de que cada uno de ellos sea capaz de cumplir la obra del ministerio. Por ejemplo, la labor de los evangelistas consiste en ganar creyentes como el material de edificación útil para la iglesia. Después que se obtiene este material, los pastores y maestros necesitan cumplir la labor de pastorear y enseñar, a fin de que el material pueda ser útil, es decir, a fin de que los creyentes puedan servir en la iglesia. Por consiguiente, las personas dotadas coordinan juntas para perfeccionar a los santos, a fin de que cada santo pueda llevar a cabo la obra del ministerio. Una vez que los creyentes sean perfeccionados y hayan crecido en vida, los que pueden servir como ancianos serán nombrados ancianos, y los que se ocupan de los asuntos prácticos de la iglesia y se complacen en servir a los santos serán nombrados diáconos. De esta manera, por medio del perfeccionamiento efectuado por las personas dotadas, todos los santos realizarán la obra del ministerio y, finalmente, el Cuerpo de Cristo será edificado.
La edificación del Cuerpo de Cristo es el resultado de una labor doble: el resultado de la labor que realizan las personas dotadas y el resultado de los santos que han sido perfeccionados. El resultado de la labor de las personas dotadas puede ser considerado indirecto, mientras que el resultado de los santos que han sido perfeccionados es directo. La edificación del Cuerpo de Cristo requiere, por un lado, de la labor de las personas dotadas y, por otro, de que los santos lleven a cabo la obra del ministerio. El resultado de la obra de estos dos grupos en conjunto es el Cuerpo de Cristo. Cristo, la Cabeza, da las personas dotadas a la iglesia, y luego éstas perfeccionan a los santos en la iglesia para que desarrollen su función, de modo que cada uno realice la obra del ministerio para la edificación del Cuerpo de Cristo. En lo que se refiere a la edificación del Cuerpo de Cristo, la obra que realizan las personas dotadas es indirecta, mientras que la obra que realizan los santos es directa.
Quienes verdaderamente han sido llamados a laborar para el Señor no deben reemplazar a los santos en el servicio. Ellos sólo deben perfeccionar a los santos, no reemplazarlos. Todos los ancianos y diáconos deben servir a Dios directamente; no deben servir de una manera que sean reemplazados por otros, sino que deben edificar el Cuerpo de Cristo directamente. Los que son obreros, las personas dotadas, realizan la obra de perfeccionar a los ancianos, a los diáconos y a los santos, a fin de que todos éstos aprendan a servir, cada uno realizando la obra del ministerio para la edificación del Cuerpo de Cristo. Con respecto a la edificación del Cuerpo de Cristo, la obra que realizan las personas dotadas no es directa sino indirecta; quienes edifican el Cuerpo de Cristo directamente son los ancianos, los diáconos y los santos, lo cual da por resultado que el Cuerpo se edifique a sí mismo en amor (v. 16). Este pasaje de Efesios, que empieza en 4:11, no termina sino hasta el final del versículo 16. Esto implica que el significado que nos comunica este pasaje no está completo sino hasta el final del versículo 16.
Cuando los colaboradores son enviados a laborar en diferentes lugares, ellos deben saber que el servicio que se ofrece a Dios en la iglesia es responsabilidad de los santos. Los colaboradores son enviados por Dios para realizar la obra de perfeccionamiento, a fin de que los santos sean capacitados para servir y estén dispuestos a hacerlo. Esto hará que su servicio tenga peso en relación con la edificación del Cuerpo de Cristo y, al final, hará que el Cuerpo se edifique a sí mismo en amor. Los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros no edifican el Cuerpo de Cristo directamente; el Cuerpo se edifica a sí mismo en amor de una manera directa.
Cuando cierta iglesia desea avanzar, los santos de dicha localidad podrían pedirles a algunos colaboradores que vengan a ayudarlos. Sin embargo, en lo profundo todos debemos entender claramente que los colaboradores no deben ser sustitutos de los servidores; al contrario, ellos deben perfeccionar a los santos para el servicio. Esto es muy determinante. Todos aquellos que son bendecidos y tienen la posición de obreros deben entender que no pueden ni deben reemplazar a los santos en el servicio a Dios. Servir a Dios es la responsabilidad de los santos; los obreros llamados por el Señor deben enseñar y perfeccionar a los santos para que los que no saben servir aprendan a servir, para que los que no están dispuestos a servir estén dispuestos a servir, y para que los que no participan en el servicio tomen parte en el servicio. Después que las personas dotadas realicen esta obra, el servicio de la iglesia en dicha localidad será responsabilidad de los santos; los santos mismos deben ser quienes edifican la iglesia en su localidad.
Todos debemos entender claramente que quienes administran la iglesia y sirven en la iglesia son los ancianos y los diáconos. Ellos no deben esperar que los colaboradores sirvan en su lugar. Por ejemplo, si el centro de la obra se encuentra en el sur de Taiwán y varios colaboradores van allí a ayudar, los hermanos del sur no deben pensar que ahora pueden relajarse porque algunos vienen a llevar la carga. Si ésa es nuestra expectativa, eso muestra que no sabemos lo que significa administrar la iglesia. En el verano de 1946 yo fui al sur de la provincia de Kiangsu. La primera vez que ministré la palabra en Nanking, les dejé muy claro a los hermanos que ellos no debían pensar que quedaban exonerados de llevar cualquier carga por el hecho de que yo estaba allí. Les dije que ya había venido para poner muchas cargas sobre sus hombros, y que cuanto más laborara yo, más aumentarían sus cargas. Yo había sido enviado no para llevar la carga por los hermanos ni para aliviar su carga, sino más bien para darles más cargas.
Los ancianos y los diáconos no deben pensar que sus cargas pueden ser puestas sobre los hombros de los colaboradores que vienen a estar entre ellos. Si la carga que está en la iglesia en Kaohsiung pesa ciento seis libras, la carga debe aumentar a ciento sesenta libras después que los colaboradores vayan y estén allí por dos meses. Si no es así, aún no tenemos claro cuál es nuestra manera de proceder. Debemos entender claramente que los que sirven directamente a la iglesia son los santos que están en la iglesia, que incluye a los ancianos y los diáconos. Las personas dotadas, cuando son enviadas a diferentes iglesias, no deben servir en reemplazo de los santos; más bien, deben perfeccionar a los santos para que sirvan, de modo que todos realicen la obra del ministerio y edifiquen el Cuerpo de Cristo directamente. La edificación del Cuerpo de Cristo ciertamente incluye la labor que realizan las personas dotadas, pero más importante que eso, se efectúa directamente mediante la obra de edificación que realizan los santos. Nunca debemos pensar que los obreros pueden servir en reemplazo de los santos locales.
En la iglesia, los ancianos deben hacer lo que corresponde a los ancianos, y los diáconos deben hacer lo que corresponde a los diáconos; los colaboradores nunca deben servir en reemplazo de los ancianos y los diáconos. Los colaboradores son enviados únicamente para perfeccionar a los ancianos, a los diáconos y a los santos para que ellos se levanten a servir. Si hemos sido enviados para perfeccionar a otros para el servicio, únicamente debemos perfeccionarlos y jamás reemplazarlos. Asimismo, si nosotros somos ancianos o diáconos, nunca debemos esperar que los obreros nos reemplacen en el servicio; al contrario, debemos ser perfeccionados para que podamos levantarnos a servir. Todos debemos tener muy claro este asunto y adherirnos firmemente a este principio.
Efesios 4:13 dice: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios [...] a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. Aquí se nos habla de la obra que realizan las personas dotadas con los santos; ellas perfeccionan a los santos hasta que todos lleguen a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios. La fe aquí no es un verbo sino un sustantivo, lo cual denota cierto objeto como meta. El propósito de perfeccionar a los santos es que ellos lleguen a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del hijo de Dios; ésta es una afirmación extremadamente crucial. En el cristianismo actual no hay unidad. Existen las denominaciones presbiterianas, las denominaciones bautistas, las denominaciones de los adventistas del séptimo día, las denominaciones luteranas, las denominaciones evangélicas luteranas y otras más, pero no hay unidad. Aunque muchos dicen que sus denominaciones se basan en la fe, las diferencias entre las denominaciones en el cristianismo de hoy se deben a las diferencias que tienen en sus creencias.
Sin embargo, la Palabra dice que los santos son perfeccionados hasta que todos lleguen a la unidad de la fe. ¿Son las diferentes denominaciones del cristianismo actual uno en cuanto a la fe? Algunos creen en el bautismo por inmersión y otros en el bautismo por aspersión; unos creen que debemos reunirnos el día del Señor y otros piensan que debemos reunirnos el sábado. Son muchas las distinciones. ¿Cómo pueden todos los creyentes llegar a la unidad de la fe? Un hermano puede leer en la Biblia que es más razonable reunirse el Sábado, el día de reposo, que el día del Señor, por lo que recalca este asunto en su comunión. Pero quizás otro hermano diga que puesto que la Biblia habla del día del Señor, los creyentes neotestamentarios deben reunirse el día del Señor. Si estos dos hermanos discuten entre sí, acabarán dividiéndose en dos grupos: uno que considera que debemos reunirnos el día del Señor, y otro que considera que debemos reunirnos el día sábado. ¿Cómo podemos llegar a la unidad de la fe? Todo depende de la manera en que definimos la fe.
En Efesios 4:13 Pablo habla de la necesidad de que todos lleguemos a la unidad de la fe, lo cual no sólo incluye a los santos, sino también a las personas dotadas mencionadas en el versículo 11. Las personas dotadas también necesitan llegar a la unidad del pleno conocimiento del Hijo de Dios; así, todos llegaremos a un hombre de plena madurez. Si la luz que recibimos se mantiene solamente en la superficie de la verdad, será imposible que lleguemos a la unidad de la fe. Es únicamente en el Hijo de Dios que podemos llegar a la unidad de la fe. Si verdaderamente conocemos al Hijo de Dios en lo profundo de nuestro ser, no nos importará guardar el día del Señor o guardar el Sábado. Romanos 14:5 dice: “Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente”. Los judíos le preguntaron al Señor Jesús con respecto a profanar el Sábado, y el Señor les respondió, diciendo: “El Hijo del Hombre es Señor del Sábado” (Mt. 12:8). En realidad, lo importante no es el Sábado sino el Señor.
A fin de administrar la iglesia, los hermanos deben ver a Cristo. Sólo cuando tomemos a Cristo como el centro y prestemos toda nuestra atención a Él, podremos llegar a la unidad de la fe. Es únicamente en el Hijo de Dios que nuestra fe puede ser una sola. Una vez que nos desviemos de este centro, la unidad desaparecerá. Cuanto más nos aferremos a este centro —Cristo, el Hijo de Dios— menos problemas tendremos; sin embargo, si perdemos el centro, tendremos problemas. Tomemos por ejemplo una rueda. Si miramos el eje, vemos un solo punto, pero si miramos el aro, vemos muchos puntos. Si verdaderamente conocemos al Hijo de Dios, no habrá disputas entre nosotros. Este conocimiento no depende de una comprensión mental, sino del crecimiento en vida; este conocimiento no se encuentra en la mente, sino en la experiencia. Por esta razón, Efesios 4:13 dice a continuación: “A un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. A partir de este versículo podemos ver que el conocimiento viene como resultado de llegar a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.
En 1935 cuando yo estaba en Chifú, conocí a un hermano que se reunía en un lugar al oriente de la provincia de Shantung. La reunión era muy buena, pero ese año hubo problemas. Un hermano pensaba que todos los creyentes tenían que pasar por la gran tribulación antes de ser arrebatados, pero otro decía que el arrebatamiento ocurriría antes de la gran tribulación. Esto produjo una discusión entre ellos. Algunos estaban a favor del pensamiento de que seremos arrebatados antes de la tribulación, mientras que otros estaban a favor del pensamiento de que seremos arrebatados después de la tribulación. Al principio se reunían aproximadamente de cincuenta a sesenta personas, pero al final de ese periodo de discusión, se estaban reuniendo menos de diez. Como resultado, algunos de ellos acudieron a mí para tener comunión. Les dije que si nuestra discusión no ayuda a otros a conocer a Cristo, debemos posponer dicha discusión. Aunque ganemos la discusión en lo referido al arrebatamiento, ¿de qué sirve si las personas no conocen a Cristo? Si conocemos y experimentamos al Hijo de Dios, el asunto de la profecía en cuanto al arrebatamiento no nos importará. La unidad de la fe entre los santos no depende del arrebatamiento; más bien, depende del Hijo de Dios, Cristo.
En cuanto a la administración y dirección de la iglesia, los hermanos deben adherirse firmemente a este punto: cualquier práctica que no esté en contradicción con el Hijo de Dios, Cristo, es aceptable. Si hemos visto este gran principio, no tendremos discusiones. La razón por la cual discutimos es que no hemos visto adecuadamente este gran principio. Por ejemplo, cuando los hermanos hablan de cierto problema, algunos insisten en que es necesario hacer algo al respecto, mientras que otros afirman que es suficiente verlo. Si tomamos a Cristo —el Hijo de Dios— como nuestro criterio y ampliamos nuestra perspectiva, no habrá problemas. Todos nuestros problemas se deben a que tenemos un conocimiento y una visión inadecuados acerca del Hijo de Dios. Por ejemplo, mientras estoy aquí de pie, ustedes pueden ver que en mi cara tengo una boca, una nariz, dos ojos y dos orejas, pero si miran mi cabeza por detrás, no verán nada. Si una persona me mira solamente por delante y otra me mira solamente por detrás, tendrán interminables discusiones con respecto a cómo soy físicamente. Esto se debe a que tienen una visión incompleta de mí. Todas nuestras discusiones se deben a que tenemos una visión inadecuada del Hijo de Dios. El Sábado no es simplemente una cuestión del Sábado, sino un asunto basado en lo que hemos visto del Hijo de Dios. Si sabemos quién es el Hijo de Dios y lo que es Su vida, el problema quedará resuelto. Podemos decir lo mismo acerca de las discusiones en cuanto al bautismo por inmersión. Cuanto más veamos al Hijo de Dios, más claridad tendremos en cuanto a si necesitamos o no ser bautizados por inmersión. Todos los que verdaderamente han visto al Hijo de Dios no se aferrarán a su opinión ni insistirán en nada.
Sucede lo mismo con respecto a la práctica de cubrirse la cabeza, la cual tiene que ver con las hermanas. Si en verdad las hermanas conocen al Hijo de Dios, espontáneamente se cubrirán la cabeza cuando oran, sin que nadie les dé un mensaje sobre esta práctica. Con base en nuestra experiencia sabemos que de nada sirve exhortar a las hermanas a que se cubran la cabeza, aun si los hermanos citan 1 Corintios para mostrarles que una hermana debe cubrirse la cabeza para ser sumisa. Aun si esto lograra que las hermanas usaran el velo, dicha práctica carecería de sentido. Pero si una hermana verdaderamente ve al Hijo de Dios y de veras toca al Señor de gloria, ella se cubrirá la cabeza sin que los hermanos le hablen acerca de esta práctica. La unidad de la fe depende por completo de que tengamos el pleno conocimiento del Hijo de Dios.
Supongamos que tenemos muy claro que la iglesia es la iglesia y que no debemos designarla con nombres, tales como la Iglesia Luterana, la Iglesia Wesleyana, la Iglesia Presbiteriana, la Iglesia Bautista, la Iglesia Adventista del séptimo día y otros nombres por el estilo, porque ninguna iglesia es mayor que Cristo. Si nos encontramos con alguien que es wesleyano y le decimos: “La iglesia no puede denominarse con ningún nombre”, ¿lograremos con nuestra exhortación que él sea uno con nosotros? No. Aun si él tratara de ser uno con nosotros debido a nuestra exhortación, esta unidad no tendría valor. A veces hablar de esta manera puede lograr peores resultados; es decir, podemos discutir con él y hacer que tenga un sentimiento adverso hacia nosotros. Esto no producirá nada de valor.
¿Cómo podemos llegar a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios? Si conocemos adecuadamente al Señor de gloria y le damos la suficiente libertad de actuar en nosotros, estaremos llenos de Cristo, el Hijo de Dios, cuando estemos con el hermano que es wesleyano. Entonces no le hablaremos acerca de la denominación wesleyana, ni nos pondremos a hablar de las demás denominaciones; más bien, tendremos comunión con él acerca del precioso Cristo, a quien hemos visto y quien está en nosotros como esperanza de gloria. Cuando le compartamos de esta manera, la denominación wesleyana no será un problema. No habrá necesidad de que lo exhortemos a dejar la denominación wesleyana, pues él mismo la abandonará. Así, debido a nuestro conocimiento del Hijo de Dios, podremos de manera espontánea llevar a las personas a que conozcan al Hijo de Dios.
Es preciso que veamos el centro y no quitemos nuestra atención de dicho centro. Cuando hagamos esto, no necesitaremos hablar de la unidad, pues espontáneamente seremos uno con los demás. El bautismo por inmersión no será nuestra opinión, la práctica de cubrirse la cabeza no será nuestra doctrina, y ser rescatados de las denominaciones no será nuestro credo; nuestro único centro será el Hijo de Dios: Cristo. Llegar a la unidad de la fe es llegar a la unidad del pleno conocimiento del Hijo de Dios. De esta manera, en términos de la experiencia llegaremos a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.
Debemos adherirnos firmemente a una sola cosa, a saber: tomar el conocimiento del Hijo de Dios como el centro de nuestro servicio a Dios. Esto mismo se aplica a nuestra búsqueda personal. También debemos ayudar a otros a que presten atención a esto y que lo conozcan. Si nos ocupamos de esto, no tendremos ninguna base para discutir con otros. Si un hermano piensa que el bautismo por inmersión es innecesario y que el bautismo por aspersión es suficiente, ¿qué debemos hacer? Esto es un asunto relacionado con la administración de la iglesia. Si respondemos: “Debemos llevarle este asunto al Señor”, nuestra respuesta será muy vaga y general. Sin embargo, si únicamente le explicamos el significado del bautismo por inmersión, esto quizás le provea algunos puntos de ayuda, pero no tendrá que ver con el principio de llevarlo a conocer al Hijo de Dios. Todas las opiniones y debates son una capa externa; el problema verdadero es que no tenemos un conocimiento adecuado del Hijo de Dios.
Todos debemos reconocer que no tenemos un conocimiento adecuado del Hijo de Dios. Todas las opiniones, todos los puntos de vista y todas las ideas se deben a que no conocemos lo suficiente al Hijo de Dios. Si una hermana afirma que no necesita cubrirse la cabeza, no debemos discutir con ella, pues eso será inútil. Con base en sus palabras y en su actitud, podremos percibir que ella está centrada en su yo y que no sabe lo que significa tener al Hijo de Dios en su interior como su vida ni lo que significa entregarse al Hijo de Dios. Sin embargo, si ella decide entregarse al Hijo de Dios, espontáneamente se cubrirá la cabeza cuando ore; no habrá necesidad de que otros la exhorten. El Hijo de Dios es la respuesta a todos los problemas.
Si una pareja que discute mucho acude a nosotros, ¿qué debemos hacer? Es mejor no tratar el asunto de lo que es correcto e incorrecto. Debemos entender que esta pareja no discutiría si tuviera un conocimiento más profundo del Hijo de Dios. Por consiguiente, no necesitamos exhortar al esposo ni a la esposa, porque esto será inútil. En vez de ello, debemos ayudarles a conocer a Cristo, el Hijo de Dios, quien es vida en ellos. El Hijo de Dios es la respuesta y la solución a todos los problemas. Todos nuestros problemas se deben a que no tenemos un conocimiento adecuado del Hijo de Dios.
Por lo tanto, a fin de administrar la iglesia, debemos conocer al Hijo de Dios y ser llenos de Él hasta que todos lleguemos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Si esto sucede, el Cristo que está en nosotros será el camino, los medios y el principio por el cual administramos la iglesia. Cómo administremos la iglesia dependerá de cuál sea nuestro conocimiento del Hijo de Dios. Alguien que no conoce a Cristo, el Hijo de Dios, difícilmente podrá ayudar a otros a que conozcan a Cristo, el Hijo de Dios. Si no somos capaces de llevar a los santos a este centro, nos será imposible administrar bien la iglesia.
Supongamos que dos hermanos discuten acerca de si se debe guardar el día del Señor o el Sábado y acuden a nosotros, ¿qué debemos hacer? ¿Qué sucederá si les decimos conforme a la doctrina que lo correcto es guardar el día del Señor y que guardar el Sábado es incorrecto? Si administramos la iglesia y tratamos los asuntos que surgen entre los santos de esta manera, no solamente Cristo, el Hijo de Dios, se irá de la iglesia, sino también el espíritu y la vida. Si en verdad conocemos al Hijo de Dios, nos pondremos en medio de estos dos hermanos y los rescataremos de los extremos de su insistencia conduciéndolos de regreso al centro, a saber: Cristo. Debemos ayudarles a conocer al Hijo de Dios; es aquí donde se encuentra la realidad de la iglesia, el contenido de la iglesia.
El requisito básico para administrar la iglesia es el conocimiento del Hijo de Dios, Cristo. Si los santos no han llegado a la unidad de la fe, tarde o temprano tendrán diferentes puntos de vista. ¿Cómo debemos ejercer la administración de la iglesia cuando surgen diferentes puntos de vista? ¿Debemos hablar de sus puntos de vista? ¿Debemos darles enseñanzas? Ésta no es la manera apropiada de administrar la iglesia. La única manera es que conozcamos a Cristo.
Conocer a Cristo no es algo que sucede una vez por todas; en vez de ello, necesitamos aprender a conocer a Cristo, el Hijo de Dios, de manera normal. El apóstol Pablo dijo: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios” (Ef. 4:13). Eso significa que él podía ayudar a otros porque él mismo había llegado a este asunto por medio de la práctica.
En 1 Corintios vemos que había disputas y problemas en la iglesia en Corinto. A algunos de los corintios sólo les interesaban las señales, y a otros la sabiduría (1:22); sin embargo Pablo dijo: “Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado” (v. 23). Al parecer los creyentes de Corinto sabían una infinidad de cosas, pero Pablo sólo sabía de Cristo, y de éste crucificado (2:2). En 13:1 Pablo dijo que sin Cristo, los creyentes corintios eran como bronce que resuena y como címbalo que retiñe. Pablo respondió a todas sus preguntas con Cristo y la cruz. Él razonó con ellos y también les habló de la resurrección (cap. 15), y en cuanto a las doctrinas erróneas que tenían, las confrontó conforme a la verdad. Sin embargo, él resolvió los problemas en la iglesia con Cristo, no con doctrinas. Éste es un principio sumamente crucial. Nuestro problema estriba en lo inadecuado que es el conocimiento y experiencia que tenemos de Cristo. La administración de la iglesia únicamente puede llevarse a cabo mediante el conocimiento y experiencia que tenemos de Cristo.