
Lectura bíblica: Mt. 16:15-19; 1 P. 2:5; Ap. 21:11, 18-21; 4:2-3; Gn. 2:8-12
Para conducirnos apropiadamente en la iglesia, es preciso que veamos lo que Dios ha ordenado para la iglesia. Si deseamos que nuestro servicio en la iglesia sea conforme a lo que Dios ha ordenado, primeramente debemos conocer el pensamiento profundo de Dios a fin de ver lo que Él ha dispuesto para la iglesia de eternidad a eternidad. En otras palabras, si deseamos administrar la iglesia, servir a la iglesia y servir a Dios de una manera apropiada, es menester que tengamos la perspectiva de Dios. De lo contrario, nuestra obra será diferente de lo que Dios ha ordenado.
Cristo, el Hijo de Dios, es el centro de lo que Dios ha dispuesto en la iglesia. Teniendo esto presente, debemos prestar atención a los materiales que Dios utiliza para edificar la iglesia además de fijarnos en la manera en que Él la edifica. Por consiguiente, nuestra atención no debe centrarse en los métodos sino en el material. Debemos ver con qué clase de materiales Dios edifica Su iglesia. Además, mientras servimos a Dios no sólo debemos fijarnos en los materiales que Él usa para edificar la iglesia según Su intención eterna, sino también en lo que Él finalmente desea obtener en Su obra de edificación, lo cual incluye la naturaleza de aquello que desea obtener. En vista de ello, siento que no necesito recalcar métodos y técnicas; más bien, deseo enfatizar nuestra necesidad de ver la naturaleza intrínseca del edificio de Dios.
Basándonos en el relato de los Evangelios, podemos ver que aunque el Señor estuvo con Sus discípulos en la tierra por bastante tiempo y tuvo muchas conversaciones con ellos, Él raras veces les habló acerca de la iglesia. El Señor no trató el asunto de la iglesia sino hasta Mateo 16; ésta es la primera vez en que la iglesia se revela y se menciona de manera explícita en la Biblia. ¿Por qué el Señor no habló de la iglesia antes de Mateo 16? Cuando el Señor Jesús les preguntó a los discípulos: “¿Quién decís que soy Yo?” (v. 15), Pedro le respondió, diciendo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16). Entonces Jesús le respondió y dijo: “No te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos. Y Yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (vs. 17-18). El Señor habló de la iglesia sólo después de haber llevado a Sus discípulos al punto en que podía mostrarles una visión muy elevada de Sí mismo como el Cristo de Dios, el Hijo de Dios. Esto nos muestra que una persona sólo puede hablar verdaderamente de la iglesia cuando conoce al Señor Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios. En otras palabras, cuando una persona conoce al Señor Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios, puede hablar de la edificación de la iglesia y del servicio de la iglesia.
El Señor afirmó: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia”, sólo después que Pedro se dio cuenta de que el Señor era el Cristo de Dios, el Hijo de Dios. Éste es un punto muy importante: cuando Dios edifica la iglesia, Él la edifica sobre Cristo, la roca. No debemos entender de modo superficial el hecho de que el Señor Jesús es el Cristo, la roca. Es preciso que veamos que Dios edificará Su iglesia sobre Cristo como la roca. Cuando el Señor dijo que edificaría Su iglesia sobre esta roca, Él quería decir que la roca es el fundamento de la iglesia. Esta roca es Cristo mismo; en otras palabras, Cristo mismo es la naturaleza intrínseca de esta roca. El Señor reconoció que Él era la roca y el fundamento de la iglesia, pero más importante que eso, reconoció que edificaría la iglesia sobre esta roca.
Cristo edificará la iglesia sobre esta roca; la roca es el fundamento, y sobre este fundamento Él edificará la iglesia. Pero ¿cuáles son los materiales de edificación que Él utiliza? Cuando edificamos un salón de reuniones, usamos cemento y roca para los cimientos, y sobre ellos utilizamos otros materiales como columnas de acero, postes de madera y cristales, puertas y ventanas. En el sentido teológico, algunas personas creen que la iglesia es edificada simplemente al unir a Cristo con Sus creyentes. Este pensamiento carece de revelación. Cuando Pedro reconoció que el Señor Jesús era el Hijo de Dios, el Cristo de Dios, el Señor inmediatamente le dijo: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia”. La palabra griega traducida Pedro significa “piedra”, y la palabra griega traducida roca significa “peña”. Cuando Pedro reconoció que el Señor Jesús era “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, el Señor enseguida le respondió, diciendo: “Tú eres Pedro, una piedra, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia”. La roca se refiere a Cristo, y la piedra se refiere a Pedro. El nombre de Pedro era originalmente Simón Barjona, pero después de conocer al Señor como el Cristo, el Hijo del Dios viviente, el Señor cambió su nombre por Pedro, lo cual significa que él era una piedra. Esto es similar a la historia que se narra en Génesis 32. Después que Jacob luchó con Dios en el vado de Jaboc, Dios cambió su nombre de Jacob a Israel.
En 1 Corintios 15:47 se nos dice que somos de la tierra, terrenales. Romanos 9:21 dice además que somos un trozo de barro. El nombre de Pedro originalmente era Simón. Él era un trozo de barro, pero hubo un cambio en él. Cuando estaba en la región de Cesarea de Filipo, el velo en el cielo le fue quitado y sus ojos fueron abiertos. Al igual que una cámara fotográfica, él recibió algo del cielo en su interior; recibió una revelación del Señor Jesús, de que Él era el Cristo, el Hijo de Dios. Cuando esta revelación celestial entró en Simón, él experimentó un cambio y pasó de ser un trozo de barro a una piedra. El Señor le dijo: “Tú eres Pedro, una piedra”. La naturaleza intrínseca de esta piedra está relacionada con la peña, que es Cristo. Esto significa que la iglesia es producida con los cristianos que son edificados sobre Cristo.
Anteriormente nosotros no éramos Cristo-hombres, pero un día Dios abrió nuestros ojos, y Cristo resplandeció en nuestro interior; de ese modo, llegamos a ser Cristo-hombres. En Gálatas 1:15-16 Pablo dice que agradó a Dios revelar a Su Hijo en él. La palabra revelar en este versículo es la misma que se usa en Mateo 16:17. Cuando el Padre le reveló a Simón que el Señor Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios, Pedro recibió una revelación de Cristo en su interior. Al recibir esta revelación, él llegó a ser Pedro, una piedra. Esto nos muestra que el Señor edifica la iglesia consigo mismo como el material; Él edifica la iglesia sobre Sí mismo.
No podemos tomar a alguien que es chino y decirle: “Te edificaré haciéndote parte de la iglesia”. Tampoco podemos tomar a un estadounidense y decirle: “Te edificaré haciéndote parte de la iglesia”. Si queremos edificar a un chino o a un estadounidense para que sea parte de la iglesia, el primer paso que debemos dar es impartirles a Cristo. Si no podemos ministrarles a Cristo, entonces independientemente de lo que hagamos, no podremos edificarlos para que sean parte de la iglesia. Si no podemos impartir a Cristo a otros, a ellos les será imposible ser parte de la iglesia. En el cristianismo podrá haber cristianos falsos, esto es, cristianos que no tienen a Cristo, pero en la iglesia no existe tal cosa porque todos los que son edificados como parte de la iglesia deben tener a Cristo en su interior.
Cristo se usa a Sí mismo como el material y edifica la iglesia sobre Sí mismo al revelarse en el hombre y luego al edificarse sobre lo que ha depositado de Sí mismo en el hombre. En Sí mismo Cristo es Cristo, pero cuando Cristo entra en nosotros, se edifica sobre Sí mismo en nosotros, y luego brota de nuestro interior; esto es la iglesia. En Sí mismo, Cristo es Cristo, pero por medio de la revelación Él se imparte en nuestro interior. Luego, sobre el Cristo que nos ha sido impartido, Él edifica más de Sí mismo; esto es la iglesia. Éste es el significado de Mateo 16.
Antes de Mateo 16 Cristo, el Hijo de Dios, ya estaba presente en el universo, pero Simón no le reconoció. Aunque estaba allí delante de Simón, aún no había entrado en Simón y, por ende, no podía mezclarse con él. Un día una revelación del cielo le abrió los ojos a Simón y resplandeció para revelarle a Cristo a él. Desde entonces, Simón tuvo una revelación de Cristo, en virtud de la cual pasó de ser un trozo de barro a una piedra. El Señor pareció decirle: “Tú eres Pedro, y puesto que eres una piedra, voy a edificar Mi iglesia; no obstante, voy a edificarla sobre Mí mismo como la roca. Una vez que tú, Simón, hayas sido cambiado en naturaleza al recibirme a Mí, Yo edificaré Mi iglesia edificándote a ti, una pequeña piedra, sobre Mí, un gran peñasco”. Una pequeña piedra puede llegar a ser parte de este gran peñasco porque el peñasco se ha impartido en la piedra. Por consiguiente, la iglesia es el Señor mismo que se edifica sobre Sí mismo. El material que el Señor Jesús usa para el edificio es únicamente Él mismo. Hoy en día, el Señor nos está edificando a nosotros los creyentes en Él mismo.
Es preciso que veamos cuál es el material que el Señor utiliza para edificar la iglesia. Una vez que veamos esto, sabremos qué material usar en la administración y servicio de la iglesia. El Señor edifica la iglesia con Él mismo como el material; Él se edifica en los hombres, logra que ellos cambien en naturaleza y después edifica la iglesia con aquellos que han sido cambiados en naturaleza. Nosotros también debemos servir y administrar la iglesia con Cristo como el material. Así como debemos usar madera para edificar una casa de madera y usar piedras para edificar una casa de piedras, de igual manera debemos usar a Cristo como el material con el cual edificar la iglesia. Sólo así la iglesia será Cristo. Según 1 Corintios 12:12, la iglesia es Cristo mismo porque el Cuerpo, que es la iglesia, es edificado con Cristo como el material.
En la iglesia sólo existe “Pedro”, no “Simón”; es decir, sólo tenemos la piedra, no el barro. El barro nos habla de lo natural mientras que la piedra alude a la regeneración, pues es producida cuando Cristo se mezcla con el barro. Si tenemos esta perspectiva, no introduciremos nada natural en la iglesia, ni ayudaremos a otros con nada que sea natural, ya que las cosas naturales jamás podrán producir la iglesia. Así pues, contactamos a Cristo por revelación, y solamente el Cristo que ha entrado en nosotros por revelación puede ser edificado para ser Cristo y producir la iglesia.
En 1 Corintios 3:9 Pablo utiliza dos ejemplos para describir la iglesia: uno es la labranza de Dios, y el otro es el edificio de Dios, es decir, la morada edificada por Dios. Pablo dice que nosotros somos colaboradores de Dios, y como tales trabajamos junto con Dios para edificar la iglesia, la morada de Dios en la tierra. En el versículo 10 él dice: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como sabio arquitecto puse el fundamento”. El fundamento mencionado aquí es la misma roca mencionada en Mateo 16; es decir, el fundamento que ha sido puesto es la roca. El fundamento que Pablo puso es Jesucristo.
Al mismo tiempo, él también le encargó a cada hombre que mire cómo edifica sobre el fundamento. Esto indica que la obra de edificación es muy particular; unos edifican sobre el fundamento con oro, plata y piedras preciosas, mientras que otros edifican con madera, hierba y hojarasca (vs. 10-12). Lo que se menciona en Mateo 16 concuerda con lo dicho en 1 Corintios 3. La piedra en Mateo 16 es parte de las piedras preciosas mencionadas en 1 Corintios 3. El fundamento es Cristo, pero los únicos materiales que se pueden usar para sobreedificar son el oro, la plata y las piedras preciosas, no la madera, la hierba y la hojarasca.
Debemos entender las palabras madera, hierba y hojarasca figurativamente porque éstas son figuras con cierto significado. La madera, la hierba y la hojarasca son de la vida botánica, lo cual alude a lo natural. La madera, la hierba y la hojarasca crecen de manera natural y fácilmente se queman con el fuego; cuando son quemadas, se destruyen por completo. Cuando la madera es quemada, desaparece; cuando la hierba es quemada, desaparece; y cuando la hojarasca es quemada, también desaparece. Esto indica que la madera, la hierba y la hojarasca son naturales.
Según las figuras del Antiguo Testamento, la madera, la hierba y la hojarasca denotan la naturaleza del hombre. Por ejemplo, el Arca que estaba en el tabernáculo estaba hecha de madera de acacia recubierta de oro (Éx. 25:10-11). El oro representa la divinidad, mientras que la madera representa la humanidad. No obstante, la madera de acacia es de alta calidad, lo cual alude a la humanidad del Señor Jesús. En 1 Pedro 1:24, Isaías 40:6-7 y 51:12 vemos que toda carne es como hierba. Toda carne es madera, hierba y hojarasca porque crecen de la tierra, del barro, y son de la tierra, del mundo. Por lo tanto, estos tres elementos denotan nada menos que la naturaleza humana, la carne y el mundo. Todas estas cosas son naturales y no pueden soportar el fuego ni la prueba. Si edificamos la iglesia, servimos a la iglesia y laboramos en la iglesia con estas cosas, estaremos edificando la iglesia con la humanidad, la carne y el mundo. Si usamos madera, hierba y hojarasca como nuestros materiales, ellos no permanecerán cuando pasen por la prueba de fuego.
En la Biblia, el oro, la plata y las piedras preciosas denotan cosas positivas; estos tres elementos no son naturales. Tanto el oro como la plata deben pasar por la obra depuradora del fuego, y las piedras preciosas son producidas al experimentar presiones bajo la tierra y la obra depuradora del fuego. Por consiguiente, estas tres cosas tienen una característica común: no se hallan en su forma natural u original. La madera, la hierba y la hojarasca están en su forma original, es decir, son naturales; pero el oro, la plata y las piedras preciosas han pasado por la obra depuradora del fuego y han experimentado las presiones en la tierra, por lo que ya no se hallan en su forma original, sino que han sido transformados. Podemos comparar esto al nombre de Simón que fue cambiado por Pedro. Es como el barro que es transformado en una piedra, y la piedra que es transformada en una piedra preciosa por medio de la obra depuradora del fuego.
Además, en la Biblia, el oro representa la divinidad, y la plata representa la redención. El Antiguo Testamento habla de la plata para la expiación (Éx. 30:15-16). Por lo tanto, figurativamente, la plata se refiere a la redención, y la redención se refiere a la cruz. La cruz no sólo nos redime, sino que también pone fin a la vieja creación; la cruz no sólo sirve para quitar los pecados, sino también para eliminar la vieja creación. En Apocalipsis 4:3 el aspecto de Aquel que está en el trono es semejante a una piedra preciosa; por consiguiente, las piedras preciosas representan la gloria de Dios, la apariencia de Dios. Cuando servimos y edificamos la iglesia, hacemos que las personas reciban la vida y la naturaleza de Dios; esto es el oro. También podemos llevarlos a conocer la obra redentora de Cristo y la cruz, y a experimentar la cruz que pone fin a sus pecados y a la vieja creación; esto es la plata. Como resultado de la operación de estos dos aspectos en ellos, ellos serán como Dios en semejanza; éste es el significado de la piedra preciosa.
Por lo tanto, el oro representa la naturaleza de Dios, la plata representa la obra redentora de la cruz, y las piedras preciosas representan la gloriosa imagen de Dios. ¿Cómo podemos laborar en la iglesia y edificar la iglesia con oro, plata y piedras preciosas? Necesitamos impartir la vida de Dios en los demás, de modo que obtengan la vida y la naturaleza de Dios; esto es el oro. Luego debemos llevarlos a experimentar la cruz para que sus pecados y la vieja creación sean eliminados; esto es la plata. Después que hayan experimentado estos dos puntos, manifestarán la imagen de Dios en su vivir; esto es la piedra preciosa. Si continuamente servimos y laboramos de esta manera en la iglesia, estaremos haciendo la obra de Dios, y estaremos edificando la iglesia de Dios con oro, plata y piedras preciosas. De lo contrario, estaremos haciendo algo que es natural, de la carne y del mundo, lo cual no es otra cosa que madera, hierba y hojarasca.
Debemos servir y edificar la iglesia con oro, plata y piedras preciosas. Debemos impartir la vida de Dios en los demás y guiarlos a experimentar la cruz para que puedan expresar la gloriosa imagen de Cristo en su vivir. Esto es el significado del oro, la plata y las piedras preciosas. Aparte de estas tres cosas, todo es natural, de la carne y del mundo, lo cual es madera, hierba y hojarasca.
En Mateo 16 vemos que Pedro llega a ser una piedra preciosa, la cual en 2 Corintios 3, brilla, resplandece y está llena de gloria. En 2 Corintios 3:18 se nos dice: “Nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Cuando experimentamos Mateo 16 al recibir la revelación, el barro es transformado en una piedra. Sin embargo, el Espíritu Santo aún necesita llevar a cabo una obra de transformación en nosotros hasta que seamos transformados en la misma imagen de gloria en gloria; entonces seremos piedras preciosas.
Como colaboradores de Dios que somos, estamos edificando la iglesia de Dios sobre el fundamento que ha sido puesto, un fundamento único en su género: Cristo. Debemos mirar cómo edificamos sobre dicho fundamento, sobreedificando con oro, plata y piedras preciosas. En la administración de la iglesia, todos nuestros métodos o técnicas serán madera, hierba y hojarasca a menos que veamos esto. Quiera Dios abrir nuestros ojos para ver que la edificación de la iglesia no tiene que ver con un método o técnica particular, sino con el material que usamos. No se trata de cómo laboramos, sino del material que usamos en nuestra obra. Sólo podremos producir la gloriosa imagen de Cristo en las personas si usamos a Cristo, la vida de Dios y la cruz.
El Espíritu Santo inspiró las Escrituras, ¡y esta inspiración es muy grande y maravillosa! La Biblia no menciona primero las piedras preciosas ni la plata, sino el oro. La secuencia de oro, plata y piedras preciosas muestra que en nuestra obra y servicio en la iglesia lo primero que debemos hacer es ayudarles a las personas a que reciban la vida de Dios y sean regeneradas. Luego, debemos llevarlas a experimentar y conocer la cruz de Cristo, a fin de que sean producidas las piedras preciosas. En otras palabras, esta secuencia está relacionada con la impartición de la vida de Dios en los demás para que obtengan el oro de la vida y naturaleza de Dios. Después de esto, debemos llevarlas a conocer la cruz de Cristo y mostrarles que todos los problemas fueron resueltos mediante la obra redentora de la cruz. El pecado, el viejo hombre y el mundo fueron aniquilados por la cruz. Cuanto más una persona tenga esta clase de experiencia, más tendrá el elemento de la piedra preciosa en él y más exhibirá la gloriosa imagen de Dios.
Pedro no se olvidó de las palabras que el Señor le dijo en Mateo 16. En 1 Pedro 2:5 él dice: “Vosotros también, como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual”. Esto muestra que él entendió las palabras del Señor. En Romanos 9, Pablo compara al hombre con un trozo de barro, y en 1 Corintios 3, compara a los creyentes con piedras preciosas. Los versículos del 14 al 15 dicen que toda obra hecha con madera, hierba y hojarasca será consumida, y únicamente la edificación que sea hecha con oro, plata y piedras preciosas permanecerá. Luego, el versículo 16 añade: “¿No sabéis que sois templo de Dios?”. Esto no se refiere a un individuo, sino a una entidad corporativa: la iglesia. Por lo tanto, estas piedras preciosas son piedras en el templo, y estas piedras son indudablemente aquellos que han recibido a Cristo y han sido transformados.
En Romanos 9 Pablo dice que el hombre natural es un trozo de barro, y en 1 Corintios 3 dice que los creyentes, quienes en otro tiempo eran personas naturales, son piedras preciosas. ¿Será que Pablo olvidó lo que dijo en Romanos 9 cuando escribió 1 Corintios 3? Pablo no se olvidó de ello, ni tampoco Pedro. Es por eso que Pedro dijo que los creyentes son piedras vivas, que son edificados como casa espiritual, la cual es la iglesia. ¿Podemos edificar la iglesia con doctrinas o métodos? No; debemos edificarla con Cristo y la cruz. Debemos conducir a las personas a recibir la vida de Dios y vivir conforme a la cruz. Esto redundará no sólo en oro y plata, sino también en la imagen de Dios: las piedras preciosas gloriosas.
Ahora debemos considerar la Nueva Jerusalén, la cual muestra la culminación de la obra de edificación de Dios. En 1 Corintios 3:9 Pablo dice: “Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios”. Todos los que sirven a Dios a través de los siglos son colaboradores de Dios. Nosotros laboramos junto con Dios en la edificación de Su morada en la tierra, y esta morada finalmente llegará a ser una ciudad. En la era de la iglesia el edificio de Dios es una morada, pero en la eternidad vendrá a ser una ciudad. Esta morada es la morada de Dios en el espíritu (Ef. 2:22). La ciudad será una morada. La iglesia en la era neotestamentaria no incluye a los que fueron salvos en el Antiguo Testamento, tales como Abraham, Isaac, Jacob y las doce tribus de los hijos de Israel. La era de la iglesia no incluye a ninguna de estas personas del Antiguo Testamento; sólo incluye a los que fueron salvos en el Nuevo Testamento.
Efesios 2:20 afirma que la iglesia es edificada “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra del ángulo Cristo Jesús mismo”. Esto significa que la iglesia no fue producida antes de la época de los apóstoles. En aquel tiempo, ninguna piedra había sido edificada sobre el fundamento. Sin embargo, la obra de edificación de la morada de Dios no empezó solamente en el Nuevo Testamento; es decir, no podríamos decir que no se llevó a cabo ninguna obra con Abraham, Isaac y Jacob. Cuando la Nueva Jerusalén aparezca, ésta no será simplemente una morada, sino una ciudad, y la morada estará incluida en ella. En esta ciudad los doce apóstoles serán los cimientos y las doce tribus de Israel serán las puertas. La Nueva Jerusalén es el conjunto de todos los que fueron salvos en la era del Antiguo Testamento así como del Nuevo, y la iglesia es parte de ella; la iglesia es una morada. La Nueva Jerusalén es una ciudad, y la iglesia será parte de ella; aunque las dos son diferentes en el ámbito que abarcan, son iguales en naturaleza.
Apocalipsis 21 muestra claramente que la Nueva Jerusalén es de oro puro; no sólo está constituida sino también llena de la vida y la naturaleza de Dios. Su apariencia y resplandor son como piedra preciosísima, como piedra de jaspe (v. 11). Los cimientos del muro de la ciudad están adornados con toda piedra preciosa, y el primer fundamento es de jaspe (v. 19). Apocalipsis 4:2-3 dice que el aspecto de Aquel que está sentado en el trono es semejante a piedra de jaspe. Por consiguiente, la ciudad tiene la semejanza de Dios. La ciudad se refiere a su contenido, el cual es oro puro; el muro se refiere a su apariencia, el cual es piedras preciosas. Esto concuerda con la definición hallada en la Biblia. La naturaleza interna de los que son salvos es absolutamente la naturaleza de oro de Dios, y su aspecto externo es piedras preciosas, la apariencia de Dios. El contenido de la ciudad es oro, y su apariencia delante de las naciones es de piedras preciosas; ella tiene la gloriosa naturaleza de Dios por dentro y la gloriosa imagen de Dios por fuera.
Además, la ciudad tiene perlas en lugar de plata. No tener plata implica que el pecado y la vieja creación ya no están presentes porque la cruz ha acabado con todo. Puesto que la vieja creación y la vieja tierra han pasado, y todo ha llegado a ser nuevo, ya no se necesita la redención de la cruz. Sin embargo, debido a que la redención que el Señor efectuó es eternamente eficaz y no pasará, Él aún es llamado el Cordero en la Nueva Jerusalén (21:22; 22:1). En breve, ninguna parte de la Nueva Jerusalén pertenece a la vieja creación, por lo cual no se necesita la cruz; es por ello que no se encuentra la plata. La redención se introdujo a causa de la caída, a causa del pecado. No obstante, si nunca hubiera ocurrido la caída ni existieran los pecados, Dios aún necesitaría lograr Su meta. El propósito eterno de Dios consiste en que Su vida se mezcle con el hombre. Ésta es la razón por la cual en la eternidad no veremos la redención ni necesitaremos la redención, pues la vieja creación habrá pasado. Sin embargo, aún podremos ver la meta de Dios, que es la vida de Dios.
En la Nueva Jerusalén todo tiene la gloria de Dios, la apariencia de Dios. Hay doce puertas en la ciudad, cada una de las cuales es, respectivamente, una perla (21:21). Estas perlas son puertas sobre las cuales se hallan inscritos los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel (v. 12). ¿Qué significa esto? En primer lugar, una puerta representa una entrada. Sin las puertas no podríamos entrar en la ciudad; si queremos entrar en la ciudad, debemos pasar por las puertas. Podemos tener parte en la ciudad porque ésta tiene una entrada; y dicha entrada nos la otorgaron los judíos del Antiguo Testamento. Juan 4:22 y Romanos 1:16 dicen que la salvación viene de los judíos. Por lo tanto, las doce tribus de los hijos de Israel representan una introducción a la salvación. En segundo lugar, esta entrada nos conduce a la nueva ciudad. Tercero, las puertas de perla son producidas por las ostras del mar. Cuando una ostra es herida por un granito de arena, segrega su jugo vital alrededor del granito de arena y lo convierte en una perla. Esto nos habla de la regeneración; la regeneración es la entrada. La ostra representa al Señor Jesús quien fue herido en el mar del mundo; nosotros, como granos de arena que éramos, caímos en Él. Desde ese día en adelante, Él ha venido segregando Su jugo vital alrededor de nosotros para convertirnos en perlas. Anteriormente éramos arena y barro, pero el Señor vino al mundo y fue herido; nosotros caímos en Él y empezamos a ser alimentados por Su vida. Ahora estamos llegando a ser perlas. Este cuadro completo nos muestra que en la Nueva Jerusalén no hay nada natural ni de la vieja creación; dado que todo empieza con la regeneración y con el tiempo llega a ser Dios, pues tiene la vida, naturaleza y gloria de Dios y llega a ser la nueva creación, que es de oro puro y piedras preciosas.
Puesto que toda la ciudad es de oro puro, sin duda alguna la calle de la ciudad es también de oro; esto da a entender que tanto la vida de Dios como la naturaleza de Dios son nuestro camino espiritual. Cuanto más tenemos de la vida y naturaleza de Dios, más claro llega a ser para nosotros el camino de Dios. Nuestra participación en esta ciudad empieza con la regeneración; nosotros entramos por las puertas por medio de la regeneración. Debemos examinar este cuadro: las puertas de la Nueva Jerusalén son perlas, y después de entrar por las puertas de la regeneración, andamos por una calle de oro puro. La ciudad en sí es de oro puro y la apariencia de la ciudad es de piedras preciosas. El significado de este cuadro es que nosotros entramos por la puerta y recibimos la vida de Dios mediante la regeneración, y después de entrar por esta puerta, andamos por la calle que es conforme a la vida y naturaleza de Dios.
En Apocalipsis 22 vemos que la Nueva Jerusalén tiene una sola calle, en medio de la cual fluye un río de agua de vida, que sale del trono de Dios y del Cordero (v. 1). El trono es el centro, y las doce puertas están en los cuatro lados de la ciudad; por lo tanto, la calle no es recta sino que asciende en espiral. Esto significa que si entramos por una puerta, nos encontraremos en la calle; y si entramos por otra, nos encontraremos en la misma calle. Finalmente, la calle asciende en espiral hasta el trono. En medio de esta calle fluye el río de agua de vida; eso significa que si nos apartamos de la vida divina, nos extraviaremos del camino. Además, a ambos lados del río de agua de vida está el árbol de la vida, y este árbol es una vid que se extiende y crece a ambos lados del río de agua de vida y produce fruto continuamente (v. 2). En medio de la calle está el agua de vida y el árbol de la vida, lo cual indica que la vida es el único camino. A fin de que Dios pueda lograr la meta de toda Su obra, el hombre debe entrar por la puerta para obtener la vida de Dios por medio de la regeneración; luego esta vida continuará extendiéndose en él en espiral hasta que al final, la gloriosa y celestial imagen de Dios se producirá y se expresará por medio de las piedras preciosas.
Ésta es la intención eterna de Dios. Hoy en día debemos guiar a las personas para que entren por la puerta mediante la regeneración. Después que entren por esta puerta, debemos mostrarles que la vida y la naturaleza de Dios son el único camino que deben seguir, y que deben comer y beber de la vida de Dios para que todo su ser sea lleno de esta vida. Sin embargo, todavía necesitaremos la cruz porque la Nueva Jerusalén aún no ha llegado y todavía nos encontramos en la era de la iglesia. La cruz pone fin a los pecados, al mundo y a todo lo de la tierra y hace que lleguemos a ser de oro puro. Como resultado, en nuestro interior tendremos el oro puro y exteriormente, las piedras preciosas. Este cuadro —la calle de oro puro, el muro de piedras preciosas y las puertas de perla— nos es dado a conocer para que veamos cuáles son los materiales necesarios para edificar la iglesia y para servirla.
Cuando leemos el relato en Génesis que trata sobre el tiempo antes de la caída del hombre, vemos que el huerto de Edén era una miniatura de la Nueva Jerusalén. En medio del huerto estaba el árbol de la vida, y un río salía y se repartía en cuatro brazos. En el río fluía el oro, el bedelio y el ónice, una piedra preciosa. Éste es un cuadro muy hermoso. En este huerto vemos a un hombre hecho del polvo de la tierra, un hombre de barro, y a su lado vemos que había oro, bedelio y piedras preciosas. Génesis 2 es un cuadro muy significativo. La intención de Dios era que Adán, al comer el fruto del árbol de la vida y al beber del río de agua de vida, fuera transformado para llegar a ser el oro, la perla y la piedra preciosa. Lamentablemente, el maligno, Satanás, vino y sedujo al hombre para que comiera del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Esto hizo alejar al hombre de la vida de Dios. Sin embargo, por medio de la cruz de Cristo, Dios finalmente logrará Su meta de producir la ciudad de oro, de perlas y de piedras preciosas presentada en Apocalipsis.
Quiera Dios abrir nuestros ojos para que veamos la obra que Dios ha deseado llevar a cabo desde el principio y los materiales que Él usa para lograr Su propósito. En esta etapa en que se lleva a cabo la obra de Dios, nosotros hemos recibido misericordia para llegar a ser Sus colaboradores. Con mucha humildad, debemos laborar juntos con Él.