
Lectura bíblica: Ef. 2:13-16; Col. 3:10-11; 1 Co. 12:12-13
Si queremos conocer claramente lo que es la iglesia y lo que Dios desea hacer en la iglesia, debemos entender Efesios 2:13-16, Colosenses 3:10-11 y 1 Corintios 12:12-13. Muchas personas tienen un entendimiento equivocado de Efesios 2, y piensan que trata de la relación que los gentiles tienen con Dios. En realidad, este capítulo nos habla de cómo los gentiles y los judíos llegan a ser un solo y nuevo hombre en Cristo. El versículo 13 dice: “Vosotros que en otro tiempo estabais lejos”. Esto indica que los gentiles, además de estar lejos de Dios, también estaban lejos de los judíos. Los gentiles y los judíos estaban en dos esferas completamente diferentes en la vieja creación, en la carne. Según la vieja creación, los judíos estaban en una esfera y los gentiles estaban en otra; las personas de estas dos esferas jamás podrían acercarse. Estaban tan alejadas que no podían acercarse ni tener contacto unas con otras.
En Efesios 2 el apóstol nos muestra que estos dos grupos de personas, los cuales no podían acercarse y estaban lejos el uno del otro, han llegado a ser un solo y nuevo hombre en Cristo. Por ello, el versículo 13 declara: “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo”. La frase vosotros que en otro tiempo estabais lejos se refiere a los gentiles. Los gentiles estaban lejos de los judíos, pero ahora, por medio de la redención que Cristo efectuó con el derramamiento de Su sangre, se han acercado a los judíos. El versículo 14 dice: “Porque Él mismo es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno y derribó la pared intermedia de separación, la enemistad”. La palabra ambos no se refiere a Dios y al hombre, ni a Dios y a los gentiles, sino a los gentiles y a los judíos. Cristo realizó la redención en la cruz para que los dos —gentiles y judíos— pudieran ser uno. Él derribó también la pared intermedia de separación. ¿Cuál es esta “pared intermedia de separación”? El versículo 15 dice: “Aboliendo en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”. La pared intermedia de separación era la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas. La ley no permitía que los judíos tuviesen ningún contacto con los gentiles, y debido a esto, había una pared intermedia, una enemistad. Pero Cristo crucificó la ley y abolió la enemistad en la cruz para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre. Así pues, Cristo creó en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre.
En el Nuevo Testamento el nuevo hombre no se refiere a un solo individuo; no existe un nuevo hombre en el aspecto individual. El nuevo hombre es un nuevo hombre corporativo. En otras palabras, en el Nuevo Testamento sólo existe un solo y nuevo hombre, no muchos nuevos hombres, así como también sólo existe un viejo hombre y no muchos (cfr. Gn. 1:26; 1 Co. 15:47). Aunque hay millones de personas sobre la tierra, no hay millones de viejos hombres; sólo existe un viejo hombre. De igual manera, sólo existe un nuevo hombre. Por lo tanto, Efesios 2:15 claramente afirma que Cristo creó “en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre”. Los dos se refiere a los gentiles y a los judíos. Anteriormente, ellos estaban separados a causa de la ley, pero ahora la pared intermedia de separación ha sido derribada por medio de la crucifixión de Cristo. Por consiguiente, los dos fueron creados en Cristo para ser un solo y nuevo hombre.
El versículo 16 dice: “Y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, habiendo dado muerte en ella a la enemistad”. Esto claramente muestra que por medio de la cruz Cristo derribó la pared intermedia de separación que había entre los judíos y los gentiles en la vieja creación y creó en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre; como resultado, los dos ahora son un solo Cuerpo. Anteriormente teníamos los judíos y los gentiles, pero ahora los dos han sido creados en Cristo para ser un solo y nuevo hombre.
En Colosenses 3:10 Pablo usa la frase vestido del nuevo [hombre]. Ésta no es una exhortación a que nos despojemos del viejo hombre y nos vistamos del nuevo, sino que más bien se refiere a un hecho consumado. En Cristo, nosotros nos hemos despojado del viejo hombre y nos hemos vestido del nuevo. Debemos leer Colosenses 3:10 junto con Efesios 2:15, donde dice que Cristo creó en Sí mismo de los dos, gentiles y judíos, un solo y nuevo hombre; Colosenses dice que en Cristo nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo hombre.
Vestirnos del nuevo hombre no significa que usted se viste de un nuevo hombre, yo me visto de otro nuevo hombre y millones de creyentes se visten de millones de nuevos hombres. No; sólo existe un solo y nuevo hombre, así como también sólo existe un viejo hombre. El viejo hombre es Adán, quien está en millones de personas del mundo. Adán, quien está en millones de sus descendientes, es el viejo hombre. Por lo tanto, no hay millones de Adanes ni millones de viejos hombres, sino que hay un solo Adán, un viejo hombre. Cristo, Aquel que está en millones de cristianos, es el nuevo hombre. Sólo existe un solo y nuevo hombre. El viejo hombre es Adán; y el nuevo hombre es Cristo. Antes de ser salvos, nosotros estábamos en Adán, el viejo hombre; pero cuando fuimos salvos, salimos de Adán, nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos de Cristo, el nuevo hombre.
Pese a que nos hemos vestido de Cristo y Cristo está en nosotros, el nuevo hombre aún no se manifiesta a través de nosotros. Según Colosenses 3:10, el nuevo hombre “se va renovando hasta el conocimiento pleno”. Cuando somos salvos, Cristo entra en nosotros y nosotros nos vestimos de Él (Gá. 3:27). Sin embargo, aún no tenemos el suficiente conocimiento de Cristo. Por ello, a partir del día de nuestra salvación somos renovados hasta el conocimiento pleno. Cuanto más creamos, más conocimiento recibiremos; cuanto más creamos, más completo llegará a ser nuestro conocimiento; y cuanto más creamos, más rico será nuestro conocimiento. Esta renovación gradual es conforme a la imagen del Señor; esto significa que Cristo nos ha puesto en Él y nos ha creado como un solo y nuevo hombre. Desde el día en que fuimos salvos, hemos venido vistiéndonos del nuevo hombre, y este nuevo hombre es exactamente igual al Señor. Sin embargo, debido a que tenemos un conocimiento inadecuado de este nuevo hombre, nuestro vivir aún no exhibe plenamente la imagen del Señor.
Desde el día de nuestra salvación, el nuevo hombre está siendo renovado hasta el conocimiento pleno, y esta renovación es conforme a la imagen del que lo creó. Nosotros nos vestimos del nuevo hombre una vez y para siempre, pero nuestro conocimiento del nuevo hombre está siendo renovado gradualmente, y este proceso gradual de renovación es conforme a la imagen del Señor. En otras palabras, a medida que conozcamos más al Señor, más será renovado el nuevo hombre y más se manifestará la imagen del Señor.
Colosenses 3:11 dice: “Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. La palabra donde se refiere al nuevo hombre. En el nuevo hombre no puede haber griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre. Todas estas distinciones corresponden al viejo hombre; y todas ellas han desaparecido por completo en el nuevo hombre. La iglesia no pertenece a la vieja creación, sino que es una nueva creación, la cual es el nuevo hombre que Cristo creó en Sí mismo.
Colosenses 3:11 nos da a entender que los griegos y los judíos, los de la circuncisión como los de la incircuncisión, los bárbaros, los escitas, los esclavos y los libres, todos ellos, están en la cruz. Todos estamos en la cruz; usted está en la cruz, y yo también. En el nuevo hombre no existe ninguna persona natural. La frase no hay es enfática e indica que todo ha sido eliminado. En el nuevo hombre no hay absolutamente nada, salvo Cristo, quien es “el todo, y en todos”. En la iglesia no puede haber sureños ni norteños, personas cultas e incultas; lo único que puede existir es Cristo. No podemos existir ni usted ni yo, ni puede haber esclavos ni libres, sino que Cristo es el todo.
Cristo es lo único que existe en la iglesia; en la iglesia Cristo es el todo y está en todos. Si verdaderamente vemos esta luz, ¡cuán grande será el cambio que experimentaremos en nuestro servicio y en nuestra obra! Antes de ser salvos, estábamos en el viejo hombre, y nos vestíamos del viejo hombre. Había muchas diferencias entre nosotros debido a todas las diferencias que existían en la vieja creación. Nuestro viejo hombre era caído, y todo se hallaba en una condición de división al igual que en la torre de Babel. Sin embargo, un día vino la cruz, y en ella todas las distinciones y diferencias fueron eliminadas. La cruz anuló todas las diferencias. Después que Cristo puso fin al viejo hombre, creó en Sí mismo un solo y nuevo hombre. Él pasó por la cruz, y ahora no hay nada de la vieja creación en el nuevo hombre. En el nuevo hombre únicamente existe Cristo, y Él lo es todo.
En cuanto al Cuerpo de Cristo, 1 Corintios 12:12 dice: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también el Cristo”. La cláusula así también el Cristo indica que la iglesia es Cristo. El versículo 13 añade: “Porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Esto corresponde a Colosenses 3:11. Todos nosotros, seamos judíos o griegos, esclavos o libres, en un solo Espíritu fuimos bautizados en un solo Cuerpo, y este Cuerpo es Cristo. En el Espíritu Santo todos fuimos bautizados en un solo Cuerpo, es decir, en el nuevo hombre, en Cristo.
Anteriormente, nos encontrábamos fuera de la cruz y en el viejo hombre, en Adán. En Adán, en nuestro viejo hombre, hay muchas diferencias: hay gentiles y judíos, sureños y norteños, personas cultas e incultas, esclavos y libres. No obstante, la cruz acabó con todas estas diferencias. En la cruz todas las cosas del universo fueron anuladas. La cruz puede abolir la enemistad y toda clase de diferencias debido a que abolió toda la vieja creación y todo lo que hay en ella. Por medio de la cruz y al hacernos pasar por la cruz, Cristo reconcilió a Sus redimidos y los creó en Sí mismo para que fuesen hechos un solo y nuevo hombre.
En este nuevo hombre sólo existe Cristo; Él es el todo y está en todos. Aunque este nuevo hombre se compone de muchos miembros, sólo hay un Cuerpo. En 1 Corintios 12 vemos que todos los judíos, gentiles, esclavos y libres fueron bautizados en el Espíritu Santo para ser introducidos en un solo Cuerpo, en un solo y nuevo hombre. Este nuevo hombre, este Cuerpo, es Cristo mismo. En este nuevo hombre no hay diferencias; sólo existe Cristo. Cristo es el todo y está en todos.
Basándonos en los diferentes pasajes de la Palabra que hemos mencionado anteriormente, podemos ver lo que es la iglesia. Todos los que sirven en la iglesia deben ver qué es la iglesia, cuál es la naturaleza de la iglesia, lo que Dios desea edificar y el material con el cual Él edifica la iglesia. Una vez que tengamos claro todos estos puntos podremos administrar y servir en la iglesia.
En primer lugar, a fin de administrar la iglesia, es preciso que Cristo sea revelado en nosotros. Segundo, debemos ver claramente que Cristo es nuestra vida. Tercero, debemos entender que tenemos que vivir en Cristo. Cuarto, debemos ver que lo que somos y tenemos en nosotros mismos llegó a su fin en la cruz. Quinto, no debemos servir ni laborar conforme a lo que somos ni tenemos en nosotros mismos. Sexto, no debemos impartir nada que no sea el propio Cristo en el servicio y obra que realizamos en la iglesia. Séptimo, no debemos esperar que aquellos con quienes servimos cambien de ninguna manera; antes bien, debemos desear solamente que ellos ganen a Cristo, sean llenos de Cristo y sean plenamente ganados por Él. Octavo, debemos ver claramente que nuestro servicio, obra y administración en la iglesia debe tener un solo resultado. Cristo debe ser producido en la iglesia para que todos obtengan a Cristo, para que Cristo aumente en cada miembro y para que todos lleguen a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Noveno, a fin de administrar la iglesia, debemos orar por los ocho puntos anteriores; debemos ser hombres de oración. Décimo, debemos ser como el apóstol Pablo quien tenía una fe viva, creyendo que Dios es capaz de lograr cada uno de estos puntos. Los primeros ocho puntos constituyen el servicio apropiado en la administración de la iglesia; y los últimos dos puntos nos dicen que debemos orar y tener fe, es decir, orar cada día por los ocho puntos anteriores y creer que Dios es capaz de hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos. El poder de Dios no se encuentra fuera de nosotros, sino dentro de nosotros. Por medio de la operación del poder que está en nosotros, Dios puede lograr todas estas cosas. En esto consiste la administración de la iglesia. Si no vemos esto, nuestro servicio en la iglesia será anulado.
Pablo es el ejemplo típico de cómo debemos servir; podemos ver todos estos diez puntos en Pablo. En sus catorce epístolas, él claramente habla de estos diez puntos.
En primer lugar, en Gálatas 1:15-16 él dice que servía a Dios porque le agradó a Dios “revelar a Su Hijo en mí, para que yo le anunciase como evangelio entre los gentiles”. Él servía a Dios de esta manera porque Dios había revelado a Su Hijo en él para que anunciase a Cristo entre los gentiles. Él anunciaba al Hijo de Dios. No anunciaba el cristianismo ni ninguna doctrina en particular, sino solamente a Cristo. Pablo anunciaba al Cristo vivo a quien Dios le había revelado, no un conocimiento ni una doctrina.
En la iglesia muchos hermanos y hermanas sirven al Señor simplemente por celo o diligencia, mas no en virtud de una revelación de Cristo. Es posible que algunas personas sean motivadas por el celo de estos servidores, pero no recibirán a Cristo por medio de ellos, a menos que obtengan esta revelación. Aunque un servidor crea en el Señor, todavía necesita tener una revelación clara y específica en cuanto a Cristo. Pablo no sólo anunció a Cristo, sino que en Efesios 3:8 Dios le encargó “anunciar a los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”. En Gálatas él dice que Dios reveló a Cristo en él; y en Efesios dice que Dios le dio a conocer el misterio de Cristo (3:3-4). Por lo tanto, por causa de la administración de la iglesia, necesitamos recibir una revelación de Cristo.
En nuestra predicación del evangelio, necesitamos tener una revelación de Cristo. Sin esta revelación, nuestra predicación del evangelio solamente convencerá a las personas a que se unan a cierta religión y crean en ciertas enseñanzas. Hay un himno que dice: “Rescata con piedad / Los que perecen, / Para salvarlos de muerte eternal; / Llora por todo aquel / Que está perdido, / Dile de Cristo el fuerte en salvar” (Himnos, #414). No podemos decir que este himno esté mal, pero debemos recordar que nuestra predicación del evangelio no consiste simplemente en rescatar a los pecadores, sino más bien en impartirles al Cristo que hemos visto. Si no tenemos una revelación, una visión, de Cristo, nuestra predicación solamente convencerá a otros a que se unan a una religión y crean en algunas enseñanzas. Sin revelación, no podremos hacer que otros vean a Cristo; y sin visión, no podremos impartir a Cristo en otros. Cuando prediquemos el evangelio, debemos tener una revelación; debemos ser como Pablo, quien recibió una revelación de parte de Dios y luego anunció a Cristo entre los gentiles.
Segundo, en Colosenses 3:4 Pablo nos habla de “Cristo, nuestra vida”, para darnos a entender que él vivía en Dios juntamente con Cristo. Tercero, a los que se esforzaban por guardar la ley por sí mismos, él dice: “Yo [...] he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios [...] y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí” (Gá. 2:19-20). Él comprendía que necesitaba vivir en Cristo. Cuarto, Pablo dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (v. 20). Esto significa que él comprendía que todo cuanto tenía había sido eliminado en la cruz. Quinto, en Gálatas 6:14 dice: “El mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. Esto significa que él sabía que había llegado a su fin, y que vivía en Cristo. Con respecto a la cruz, Pablo había llegado a su fin, por lo que ya no vivía conforme a su anterior yo. Éste no era solamente el sentir de Pablo, sino que incluso las personas del mundo lo veían crucificado. Sexto, en Gálatas 4:19 dice: “Vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”. La única meta de Pablo era impartir a Cristo en otros para que Cristo pudiera crecer en ellos.
Séptimo, en 1 Corintios 2:2 Pablo dice: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. En aquel tiempo había muchos problemas en la iglesia en Corinto; algunos de los santos eran carnales, otros eran la carne misma y otros habían pecado. Pablo no esperaba que los que estaban fríos con el Señor fueran más fervientes y que los que estaban mal mejoraran; en lugar de ello, él tenía una sola esperanza, a saber: que Cristo creciera en ellos. Entre los creyentes de Corinto, algunos eran fervientes en la religión judía, otros buscaban señales, otros procuraban el conocimiento filosófico e incluso otros procuraban los dones espirituales; sin embargo, Pablo predicaba a Cristo crucificado. A él no le importaban los dones ni las señales; su única esperanza era que Cristo creciera en ellos.
Octavo, en 2 Corintios 4:12, Pablo dice: “La muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida”. Pablo vio que el resultado de su obra únicamente podía ser Cristo y la vida. Si él veía que el resultado de la obra que realizaban otros no era Cristo, él de inmediato les escribía para amonestarlos y corregirlos (1 Co. 4:14). El único propósito de sus catorce epístolas era conducir a los hombres a Cristo y lograr que la medida de la estatura de la plenitud de Cristo aumentara en la iglesia (Ef. 4:13). Ésta era su única expectativa. Noveno, Pablo oró por todos estos asuntos (Ro. 1:9; Ef. 1:16; Col. 1:9; 1 Ts. 1:2). Décimo, él creía que Dios era capaz de hacer mucho más de lo que pedía o pensaba (Ef. 3:20).
Las Epístolas de Pablo tienen estos diez puntos como su centro. De hecho, estos diez puntos pueden resumirse en un solo punto: Cristo. Pablo vio a Cristo; anunció a Cristo; su obra era Cristo; oraba a Cristo; su fe era Cristo; y el resultado de su obra, desde luego, era Cristo. De principio a fin, Cristo era el centro. Cristo pasó a través de Pablo y alcanzó a todos aquellos a quien él servía; es decir, Cristo fue producido en ellos.
Estos diez puntos nos muestran cómo administrar la iglesia; sin embargo, ellos no pueden simplemente ser escritos en papel y convertirse en una especie de “Diez Mandamientos”. No debemos ser personas del Antiguo Testamento, sino personas del Nuevo Testamento, y así permitir que el Espíritu Santo inscriba estos diez puntos en las tablas de nuestro corazón para que vivamos en ellos. En esto consiste la administración de la iglesia, el servicio que rendimos en la iglesia, y éste es el propósito por el cual visitamos a las personas, predicamos el evangelio y edificamos a los creyentes en su fe. Todos los ancianos, los diáconos y quienes sirven en la iglesia deben seguir este modelo.
Pregunta: ¿Podría usted darnos algunas instrucciones sobre el principio de administrar la iglesia en los aspectos de la vida y la práctica?
Respuesta: En el aspecto de la vida o la práctica, debemos firmemente adherirnos al principio del Cuerpo. Por ejemplo, si los pies no pueden “recibir” un mensaje, entonces la boca debe tener comunión con los pies después de que ha recibido el mensaje. Cuando un mensaje es dado en la iglesia, estrictamente hablando, el número de los que escuchan no es tan importante como el número de los que lo reciben. No debemos prestar atención al número de los que escuchan un mensaje, sino a las personas que lo reciben. A fin de que algo sea recibido por el Cuerpo, es suficiente con que un representante del Cuerpo lo reciba. En tanto que un miembro representante del Cuerpo lo reciba, todo el Cuerpo lo recibe.
Pregunta: Cuando la vida aumenta, ¿aumenta también el peso espiritual de la iglesia?
Respuesta: Cuando la vida aumenta, el peso espiritual de la iglesia también aumenta, pues el peso espiritual de la iglesia es la vida de Cristo.
Pregunta: Cuando el número de los que son salvos aumenta, ¿la medida de la estatura de la iglesia también aumenta?
Respuesta: No; por ejemplo, supongamos que tenemos aquí un vaso con agua azucarada. Si queremos aumentar el elemento del azúcar, debemos añadir más azúcar al agua. No ganamos nada añadiendo más agua en lugar del azúcar. De igual manera, el aumento de la medida de la estatura de la iglesia no depende del aumento del número de creyentes, sino del aumento de Cristo. Cuando Cristo aumenta, la medida de la estatura de la iglesia también aumenta. Sin embargo, muchas veces cuando sólo tenemos un poco de azúcar, tratamos de añadir más agua, y a la postre, el sabor del azúcar desaparece. Sin el aumento de Cristo, no importa cuánto prediquemos el evangelio, el sabor de Cristo en la iglesia a la postre se perderá. Un aumento numérico de creyentes no produce un aumento de la medida de la estatura de la iglesia.
Muchas veces ocurre un aumento en el número de personas salvas en la iglesia, pero no se da un aumento de Cristo; en consecuencia, no hay una expresión de la plenitud en la iglesia. Por ejemplo, cierta iglesia local puede predicar el evangelio. Antes de predicar, había cierto sabor de Cristo, pero después de añadir “dos cubos de agua” con el sonido de tambores y del gong, el sabor puede ser “diluido”. Si continuamos haciendo sonar los tambores y el gong, se pueden añadir “otros dos cubos de agua”, pero al final, quizás no quede ningún sabor de Cristo. Si no añadimos el “azúcar” y la iglesia continúa predicando el evangelio, tres mil o cinco mil personas podrán ser atraídas, pero sólo podremos darles “agua sin ningún sabor”. El aumento de Cristo no depende del número de personas salvas, sino de nosotros, los servidores. La medida de Cristo en los santos es proporcional a la medida del Cristo que nosotros les ministramos. No existe una “refinería de azúcar” celestial que arroje azúcar desde el cielo. En vez de ello, Cristo debe morar ricamente en nosotros a fin de fluir ricamente. La vida de Cristo sólo fluye a través de Su Cuerpo. Por lo tanto, debemos administrar la iglesia de manera apropiada; pues, de lo contrario, cuanto más prediquemos el evangelio, más disminuirá el sabor de Cristo en la iglesia. Si en vez de añadir “azúcar” continuamente, añadimos “agua”, el sabor de Cristo se perderá. Eso no significa que no debamos predicar el evangelio; antes bien, debemos de una manera positiva recibir a Cristo y ser llenos de Cristo para permitir que Cristo como el “azúcar” aumente constantemente en nosotros.
Pregunta: ¿Cómo podemos en lo externo distinguir entre la piedad y el misterio?
Respuesta: La piedad significa que nosotros, las criaturas de Dios, tenemos la naturaleza de Dios dentro de nosotros y expresamos la imagen de Dios externamente. La vida y la naturaleza de Dios por dentro y la expresión de Dios por fuera equivale a la piedad. El misterio se refiere al hecho de que el Creador se mezcle con Sus criaturas. Esto es verdaderamente un hecho maravilloso; sin embargo, es un misterio porque los incrédulos no lo pueden entender. Aparentemente la piedad es externa y el misterio es interno; sin embargo, en realidad la piedad no sólo es algo externo sino también interno. Si la piedad simplemente fuese algo externo, sería una piedad sólo en apariencia, y no en realidad.
Dios entra en nosotros; esto es un misterio. Tenemos a Dios en nuestro interior y manifestamos la expresión de Dios externamente; esto es la piedad. Por ejemplo, la electricidad está en una lámpara eléctrica, y la lámpara eléctrica brilla debido a la electricidad; esto es la piedad. En 1927 en Tsingtao hubo una hermana anciana que era del campo quien, al ver el brillo de una lámpara eléctrica, se quedó tan asombrada que le pidió a su anfitrión que le regalara unas cuantas lámparas para llevar a casa. La electricidad era un misterio para ella. Pero el hecho de que la electricidad estaba en la lámpara y se expresaba por medio de la lámpara puede ser comparado a la piedad. Podemos usar otro ejemplo. Durante la gran persecución del Imperio Romano, las personas perseguidas eran verdaderamente piadosas porque Dios se manifestaba por medio de ellas. Sin embargo, los incrédulos no entendían esto y pensaban que ellos eran personas demasiado misteriosas. Cuando veían a personas como Perpetua y Felicidad, pensaban que eran demasiado misteriosas. Perpetua y Felicidad no hicieron caso a la insistencia de sus padres, ni al llanto de sus hijos ni a las súplicas de sus esposos, ni tampoco se dejaron intimidar por ninguna de las amenazas; al contrario, sus rostros estaban radiantes. Cuando los incrédulos las veían, se maravillaban como la mujer cuando vio el brillo de las lámparas eléctricas.
Pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre administrar una iglesia grande y administrar una iglesia pequeña?
Respuesta: Hablando con propiedad, no hay mucha diferencia. En ambos casos, delante del Señor debemos conocer a Cristo, vivir en Cristo, ser llenos de Cristo y permitir que Cristo nos ocupe. Mientras servimos en la iglesia, debemos siempre ministrar a Cristo a otros. Independientemente de si servimos a una persona o a cien, debemos ministrarles a Cristo; no hay diferencia alguna. Da igual si una sola persona o cien reciben nuestra ayuda; debe producirse un aumento de Cristo. Esto es semejante al vaso de agua azucarada, el cual contiene cierta cantidad de azúcar. Si vertimos la mitad del agua en otro vaso, la cantidad de azúcar será la misma, e incluso si vertimos el agua en diez vasos. Por lo tanto, a los que conocen al Señor no les importa el número de personas con quienes laboran; laborar entre muchas personas es igual que laborar entre unas pocas. Aunque Pablo fue encarcelado, él no se sentía avergonzado; antes bien, Cristo era magnificado en él como siempre e incluso mucho más. Todo depende de cuánto de Cristo tenemos.
La medida de Cristo que tenemos es la medida de Cristo que podemos dar a otros. No importa si es a una persona, a diez o a cien. Si conocemos a Cristo, impartiremos a Cristo. Nuestra obra y servicio en la iglesia no debe centrarse en el número de personas, sino en si Cristo es impartido en ellas y si Cristo aumenta en ellas. No hay diferencia alguna si es una sola persona la que recibe nuestra ayuda o si son diez. No obstante, sí hay diferencia entre las personas que reciben nuestra ayuda y las personas que no reciben nuestra ayuda. Da igual si una persona o diez escuchan nuestra predicación. Lo que importa es que el Cuerpo la reciba. Esto es semejante a una vacuna. Una vacuna puede ser inyectada en un capilar, pero fluye a todo el cuerpo. Si queremos inyectar una dosis de diez milímetros de vacuna, no tenemos que inyectar diez veces una dosis de un milímetro; una sola dosis de diez milímetros es suficiente.
Pregunta: Según lo que usted dijo, ¿únicamente se necesitan gigantes espirituales en la iglesia? ¿Cómo podemos asirnos a la verdad en amor?
Respuesta: No existen los llamados gigantes espirituales en la iglesia. ¿Cree usted que Pablo era un gigante espiritual? Si Pablo fuera un gigante espiritual, eso sería terrible porque habría sido un monstruo en el Cuerpo de Cristo. Ciertamente Pablo era un miembro que ejercitaba mucho su función en el Cuerpo de Cristo. Podemos usar este ejemplo. Nuestra boca recibe todo el alimento que comemos, pero no podemos decir que nuestra boca sea un “gigante espiritual”. Es muy curioso que aunque nuestra boca recibe todo el alimento que comemos, no se hace más grande; en vez de ello, nuestros muslos crecen bastante.
Debemos tener presente que el miembro que recibe más, también suministra más. Nuestro estómago es el que recibe más, pero también el que suministra más. Si Pablo hubiera retenido todas las riquezas de Cristo que recibió, se habría convertido en un monstruo enorme. Pablo era un gran vaso que recibía las riquezas, pero también un gran vaso que suministraba dichas riquezas a otros. Incluso hoy en día, él todavía nos está impartiendo el suministro. Por lo tanto, aquel que recibe es aquel que suministra.
Debemos asirnos a la verdad en amor. Muchas personas aman al Señor, pero no están asidos a la verdad. Por otra parte, todos los que están asidos a la verdad deben amar al Señor. Asirnos a la verdad es vivir en Cristo, no fuera de Cristo. Muchas personas, aunque aman al Señor, viven fuera de Cristo. Por lo tanto, no debemos pensar que amar al Señor es lo mismo que asirnos a la verdad en amor. Es posible que una persona ame al Señor, pero no lo ame según Cristo sino a su propia manera. ¿No amaba Marta al Señor? Ella amaba al Señor muchísimo. Pero lamentablemente, en vez de asirse a la verdad, ella actuaba en forma independiente del Señor. Aunque ella amaba al Señor, no se asía a la verdad. En cambio, María era alguien que se asía a la verdad en amor. Ella no sólo amaba al Señor, sino que se asía a la verdad. Debemos aprender a amar al Señor y asirnos a la verdad en amor, es decir, a amar según Cristo.