
Lectura bíblica: Col. 2:9; Jn. 14:16-20; 16:7-8; 1 Jn. 2:27; 3:24; 4:13; 5:20; Ap. 4:5; 5:6
Ahora continuaremos considerando la manera de contactar a Dios. En otras palabras, consideraremos cómo comer a Dios, beber a Dios y disfrutarle. Hemos señalado repetidas veces que Dios es Espíritu. Más aún, todo aquello que Él experimentó y logró está ahora en el Espíritu. Tanto Su encarnación, en la cual Dios se unió al hombre, y Su muerte y resurrección, mediante las cuales el hombre fue introducido en Dios para unirse a Él, son hechas reales para nosotros en el Espíritu. Él está en el Espíritu, e incluso es el Espíritu. Nuestra necesidad ahora es contactar a este Espíritu. Por esta razón, Él dijo claramente que nosotros debíamos contactarlo a Él con nuestro espíritu. Es solamente cuando estamos en el espíritu que podemos contactar al Espíritu. Cuanto más el hombre se vale de su mente para considerar, reflexionar y emitir juicios, menos contactará a Dios. En nuestro contacto con los hombres se requiere que seamos sinceros y veraces, pero para tener contacto con Dios es necesario que nos volvamos a nuestro espíritu. Puesto que Dios es Espíritu, y puesto que Él está en nuestro espíritu, nosotros únicamente podemos contactarlo a Él con nuestro espíritu cuando nos volvemos a nuestro espíritu.
Debemos prestar atención a la palabra espíritu y a la manera en que ésta se usa. En primer lugar, Dios es Espíritu. En segundo lugar, como Espíritu Dios entra en nuestro espíritu. Tercero, nosotros tenemos que volvernos a nuestro espíritu; y cuarto, debemos contactar a Dios con nuestro espíritu. En resumen, puesto que Dios, quien es Espíritu, ha entrado en nuestro espíritu, debemos volvernos a nuestro espíritu y tener contacto con Él con nuestro espíritu. Debemos recordarles una y otra vez a los hermanos y hermanas que a fin de contactar a Dios, tocarle, comerle, beberle y disfrutarle, es necesario que entendamos claramente estos cuatro puntos. Si una persona ha de contactar a Dios, ello depende absolutamente de que aprenda la lección de volverse a su espíritu y de contactar a Dios con su espíritu. En el pasado es posible que hayamos escuchado miles de mensajes pero no hayamos tocado a Dios. Aprender la lección de volvernos a nuestro espíritu es un secreto que nos capacita para tocar a Dios, de modo que nos resulte fácil absorber a Dios y disfrutarle. Todos los creyentes de más experiencia conocen esta realidad.
Dios se ha dado a nosotros como nuestro alimento. Él desea que nosotros le comamos, que le tomemos como alimento para nuestra vida. ¿Cómo Dios se presenta a nosotros a fin de que le comamos? Dios hizo posible que nosotros le comamos al pasar por un proceso. Por ejemplo, si queremos comer pollo, nadie esperaría que nos comamos un pollo vivo; más bien, el pollo tiene que pasar por un proceso. Antes de poder comerlo, tenemos que matarlo y quitarle las plumas. Después tenemos que lavarlo, despresarlo y cocinarlo hasta que la carne esté tierna. De la misma manera, nosotros no podemos comer a Dios, a menos que sea procesado. Esto no es tan sencillo, porque Dios mora en luz inaccesible. Él es grande y glorioso. Si el Dios que mora en luz inaccesible se manifestara a nosotros en Su majestad, gloria y santidad inaccesible, ¿qué haríamos? ¿Seguiríamos sintiéndonos cómodos ahí sentados, o nos postraríamos delante de Él?
Esto no es mi imaginación. Hay muchos ejemplos de esto en la Biblia. Cuando Daniel vio a Dios, quedó sin fuerzas y cayó delante de Dios. Cuando el apóstol Juan, quien se había reclinado sobre el pecho del Señor Jesús, vio la gloria del Señor en la isla de Patmos, cayó como muerto a Sus pies. Sería imposible para nosotros comer a Dios si Él permaneciera en luz inaccesible. No habría ninguna posibilidad de que nos acercáramos a Él. Incluso si Él se diera a nosotros como alimento en esa condición, nos sería imposible comerle porque estaríamos espantados y nos postraríamos sobre nuestro rostro. Sería imposible para nosotros comerle. Por lo tanto, no es fácil para Dios hacerse disponible a nosotros para que le comamos.
Debemos darle gracias al Señor porque cuando creó al hombre se le presentó como alimento en la forma del árbol de la vida con el fruto de vida. Debido a que Dios se presentó al hombre en forma de alimento, Adán no tenía ninguna razón para temer cuando vio el árbol de la vida.
Es por ello que repetidas veces he dicho que me temo que los hijos de Dios nunca han pensado en este asunto. Dios se dio a nosotros como alimento. Él se entregó a nosotros en forma de alimento, conforme a la vida. En esta forma el hombre no se siente intimidado; al contrario, percibe que Dios es cálido, cariñoso y muy accesible.
No debemos pensar que el hecho de que Dios se haga disponible únicamente se aplica al árbol de la vida en Génesis 2. Un día Dios se hizo carne en la persona de Jesús de Nazaret. Cuando Él vino, vino como hombre; pero cuando se presentó al hombre, Su conducta y presencia le sugerían que Él era un trozo de pan. Él quería que el hombre lo recibiera en forma de alimento. Él no vino como un dignatario con una gloria externa; no daba una impresión de majestuosidad o grandeza, y era fácil para la gente acercársele. Era natural y fácil para la gente contactarlo a Él. Por malo e indigno que un hombre fuera, no había nada en el Señor que le indicara al hombre que sería rechazado. El Señor vino en forma de alimento, vino como un trozo de pan.
Un día el Señor Jesús se retiró a los confines de Tiro y de Sidón, y una mujer cananea se le acercó clamando: “¡Ten misericordia de mí, Señor, Hijo de David!”. El Señor le dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos” (Mt. 15:22, 26). Puesto que la mujer gentil únicamente sabía que el Señor era un descendiente de la familia real de David, lo llamó una y otra vez Hijo de David. Sin embargo, la respuesta del Señor dio a entender que Él era un trozo de pan, porque dijo que el pan de los hijos no debía ser echado a los perrillos. Aunque quizás algunos de nosotros no entendamos las palabras del Señor, esto fue muy claro para los judíos. Los judíos consideraban a los gentiles perros y pensaban que únicamente los judíos eran hijos de Dios. La mujer no sabía que el Señor Jesús había venido como un trozo de pan. Ella lo consideraba únicamente como el Señor y el Hijo de David, pese a que Él ya había declarado, cuando habló cerca de la costa, que era el pan que descendió del cielo. Cuando las personas escucharon estas palabras, no entendieron. Así que cuando Él habló con la mujer cananea, repitió que era un trozo de pan dado para la satisfacción de los hijos de Dios, los israelitas, pero que no era dado como alimento a los perrillos gentiles. El Señor le dijo esto a propósito para ponerla a prueba. Pero después de escuchar estas palabras, ella fue alumbrada en su corazón por el Espíritu Santo. Ella no se enojó con el Señor por haberla llamado un perrillo, sino que respondió sabiamente a las palabras del Señor, reconociendo su humilde condición e indignidad al decir que incluso un perrillo podía comer de las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Cuando el Señor habló con esta mujer, Él estaba en los confines de la tierra de Israel. La tierra de Israel era como una mesa. Cuando Dios envió a Su Hijo a la tierra de Israel, fue como si hubiese puesto un pedazo de pan sobre la mesa. A pesar de que los israelitas eran los hijos de Dios, no se comportaron apropiadamente, sino que despreciaron el pan empujándolo hasta el borde de la mesa y finalmente lo tiraron al suelo. El Señor habló estas palabras en el tiempo en que estaba siendo rechazado por los israelitas, por lo que había tenido que apartarse a la región de los gentiles. En aquel tiempo, Él era como migajas que habían caído de la mesa. La mujer cananea respondió reconociendo que ella era un perrillo debajo de la mesa y que el Señor mismo, quien era el pan, había caído debajo de la mesa. Él ya no estaba en Jerusalén, debido a que había sido echado por los que estaban en Jerusalén y ahora estaba en una tierra de gentiles. Él había sido echado de la mesa por niños malcriados y ahora estaba en la tierra de los perrillos. Ella le hizo notar que Él ya no era el pan que estaba sobre la mesa, sino las migajas que habían caído debajo de la mesa, y que aunque ella era un perrillo, los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa. Así que usando Sus mismas palabras, la mujer obligó al Señor a hacerse disponible a ella.
Esto nos muestra cómo el Señor se hace disponible al hombre para que éste le coma. Él ya no es Aquel que habita únicamente en luz inaccesible. Él ya no es Aquel que habita únicamente en majestad y gloria. Él ya no es Aquel que está únicamente en el tercer cielo. Cuando descendió del cielo, Él se despojó a Sí mismo. Cuando descendió del cielo a la tierra, no tenía un aspecto atractivo ni apariencia hermosa, ni mucho menos alguna majestad externa. Él era muy sencillo y humilde; Él era como un trozo de pan bueno para comer.
Cuando el Señor vino al hombre en forma de alimento, no tenía ningún esplendor, majestad o gloria externos. Él vino de una manera humilde para ser el alimento del hombre. Cualquiera podía tocarlo y acercársele. Si alguna vez ha existido un hombre inofensivo, ése hombre era el Señor Jesús. Cuando estuvo en la tierra, no creo que hubiera nadie que pudiera decir: “Aunque me gustaría conocerte, siento temor de Ti”. No podemos encontrar a nadie en la Biblia que pudiera decir eso. Incluso las mujeres débiles podían acudir a Él y hablarle libremente. Ellas no le tenían ningún temor. Incluso el niño más pequeño no se sentía intimidado por Él. Nadie le tenía temor, ni siquiera los que eran malvados ni los que estaban gravemente enfermos ni los leprosos. Debido a que el Señor vino como alimento, Él se manifestó al hombre de la manera más inocua. Él quería que el hombre se sintiera completamente a gusto recibiéndolo como alimento y bebida.
Aunque Él se presenta al hombre como pan comestible, la Biblia dice que toda la plenitud de la Deidad habita en Él corporalmente (Col. 2:9). Nunca debemos subestimar al Señor. Él no tenía un aspecto atractivo ni apariencia hermosa. Su apariencia externa no era majestuosa ni intimidante. Sin embargo, esto no significa que Él no tuviera ningún contenido. La Biblia nos dice que toda la plenitud de la Deidad, es decir, toda la plenitud de Dios mismo, habitaba en Él. Incluso la plenitud habitaba en Él corporalmente. La plenitud del Dios de gloria y majestad, quien es santísimo y transcendente y quien está en luz inaccesible, habitaba en el hombre Jesús. En este Jesús, quien es nuestro alimento, habita toda la plenitud. Debemos conocerlo a ese grado.
Un día Jesús les dijo a Sus discípulos que iba a morir. Cuando le oyeron decir esto, se sorprendieron mucho. Él había estado con ellos por poco tiempo, y sólo recientemente habían llegado a conocerle como el Cristo, el Hijo de Dios, la mismísima corporificación del propio Dios. Ahora Él les decía que iba a morir. Para Él, morir significaba que se iría, y ello significaba que todo iba a cambiar. Los discípulos estaban preocupados. Pero el Señor les dijo que no se turbaran, porque era necesario que Él se fuera. De hecho, si no se fuera, no podría regresar. Estas palabras eran extrañas. Si yo hubiera sido Pedro, le habría preguntado al Señor: “¿Por qué dices que tienes que regresar? Ya estás aquí”. Debemos reflexionar sobre las palabras del Señor.
Si el hermano Hwang quiere servirme pescado fresco, me mostrará un pez vivo, pero después tendrá que llevarse el pez para prepararlo. Aunque he visto el pez, éste debe irse. Quizás el hermano Hwang me dijera: “A menos que me lleve el pescado, éste estará crudo, y no será posible que lo comas. Pero después que me lo lleve y lo cocine, lo traeré de regreso para que lo comas”. Cuando el pescado se me presentó la primera vez, estaba fuera de mí; pero cuando se me presente de nuevo, podrá estar dentro de mí. Así que, a fin de que el pescado venga a mí nuevamente, primero tiene que irse. No es necesario que nos turbemos ni nos entristezcamos por su partida, porque lo disfrutaremos cuando regrese.
Cuando el Señor dijo que se iría para venir nuevamente, era como si estuviera diciendo: “Si me voy, el mundo ya no me verá más, pero Yo regresaré. Y cuando regrese, seré comible y bebible. Cuando regrese, seré el Espíritu y entraré en ustedes para estar con ustedes para siempre. No sólo eso, sino que cuando regrese, ustedes vivirán, así como Yo vivo, y sabrán que Yo estoy en Mi Padre y ustedes en Mí y Yo en ustedes”.
Antes que dijera estas palabras, Él preparó una cena en la que partió el pan con los discípulos, y les habló diciendo: “Tomad, comed; esto es Mi cuerpo”. Y después tomó la copa y dio gracias, y les dio, diciendo: “Bebed de ella todos” (Mt. 26:26-27). Al parecer estaba diciendo: “Si no me voy, no podré regresar a ustedes. Es necesario que sea crucificado, no simplemente para redimirlos de sus pecados sino para que ustedes me puedan comer”. ¡Cuán pobre es el cristianismo! Únicamente ven que la muerte de Cristo efectuó la redención; no han visto que la muerte de Cristo era aún más necesaria para que pudiéramos comerle. Cuando los hijos de Israel inmolaron el cordero pascual, ellos no simplemente derramaron la sangre del cordero para su redención, sino que además comieron la carne del cordero, tomándola como su alimento. De la misma manera, cuando el Señor Jesús fue a la cruz, no sufrió la muerte simplemente para efectuar la redención mediante el derramamiento de Su sangre, sino para que nosotros pudiéramos comerle, beberle y disfrutarle.
Damos gracias al Señor porque nuestro Cordero pascual ya fue inmolado. El Cristo que vino para ser nuestro alimento fue crucificado y resucitado. En Su resurrección, Él es el Espíritu Santo. El Espíritu es ahora maravilloso y místico. Todo lo que Dios es y todo lo que experimentó está ahora en el Espíritu. En la encarnación, la divinidad entró en la humanidad, y en la resurrección, la humanidad entró en la divinidad. La humanidad está ahora en el Espíritu. Ahora todo lo que es del Señor está en el Espíritu. Es debido a esto que el Espíritu no es tan sencillo. Debemos entender que toda la plenitud de Dios está en el Espíritu. El Espíritu ha sido dado, derramado y exhalado; ahora todo está en el Espíritu. Todo ha sido preparado y está disponible. Por lo tanto, no es necesario hacer nada más; simplemente debemos comer.
Permítanme repetirles. En la resurrección el Señor llegó a ser el Espíritu. El día de Pentecostés este Espíritu fue derramado. La Biblia dice que el Espíritu incluso ha sido enviado por toda la tierra (Ap. 5:6). Anteriormente Dios únicamente estaba en luz inaccesible. Luego un día vino y apareció en la tierra, pero todavía estaba limitado por el tiempo y el espacio. Cuando estaba en Samaria, los que estaban en Jerusalén no podían verle; y cuando estaba en Judea, los que estaban en Galilea no podían verle. Posteriormente Él murió, resucitó y llegó a ser el Espíritu. Hoy este Espíritu ha sido derramado y enviado por toda la tierra. Nuestro Dios hoy en día está en el Espíritu. Hoy Él es como el aire, pues llena toda la tierra. Él es omnipresente, lo impregna todo y está presente en todo lugar. Por consiguiente, cualquiera puede contactarlo y recibirlo.
Los seres humanos necesitan comida y bebida, y también necesitan aire. De estas tres cosas, el aire es el que está más disponible. Dios ha llegado a ser tan disponible y disfrutable a nosotros que simplemente basta inhalarlo como aire. Dios es Espíritu, y todo lo relacionado con Él está en el Espíritu. En el texto griego original, las palabras espíritu y aliento son la misma palabra. Hoy el Espíritu es como el aire que respiramos. Él está en todas partes; Él lo impregna todo y es omnipresente. Cuando Él viene a nosotros de una manera poderosa, puede ser comparado al viento, y cuando viene de una manera muy suave, puede ser comparado al aliento. Cuando nosotros podemos oír o sentir el movimiento del aire, es viento; y cuando no podemos oír ni sentir su movimiento, es aliento. Dios ha sido procesado al grado en que está disponible en todo lugar; nadie puede ser privado de Él. Él está tan disponible a nosotros como el aire; podemos inhalarlo. No es necesario que hagamos ningún esfuerzo por inhalarlo. ¡Qué bendición más grande!
Consideremos ahora a una persona que absorbe el Espíritu, es decir, a alguien que disfruta a Dios. Cuando respiramos el aire fresco tenemos cierta sensación; tenemos una sensación de placer. De manera semejante, cada vez que contactamos al Espíritu inhalándolo, tenemos cierta sensación. Somos convencidos de nuestro pecado, nos sentimos juzgados y nos condenamos a nosotros mismos porque el Espíritu es las lámparas de fuego que arden delante del trono de Dios (Ap. 4:5). Él es también los ojos del Cordero (5:6). En Apocalipsis 1:14 los ojos del Cordero, quien es el Hijo del Hombre, son como llama de fuego que resplandece, descubre y juzga. Cuando el hombre tiene contacto con el Espíritu y lo recibe, el Espíritu llega a ser una luz y un resplandor en el interior del hombre. Él convence al mundo de pecado, justicia y juicio (Jn. 16:8). Cuando contactamos al Espíritu, no podemos evitar ser convencidos de nuestro pecado; y cuando inhalamos al Espíritu, no podemos evitar ser iluminados. Él es las lámparas de fuego que arden delante del trono. El trono sirve para juzgar y gobernar. Por lo tanto, las lámparas que están delante del trono son el Espíritu de juicio de parte de Dios. Esto significa que cuando el Espíritu toca al hombre, hace que brille la luz del trono de Dios en el interior del hombre, y el hombre ve su injusticia y corrupción. Cada vez que tocamos al Espíritu, esto nos deja convictos. En cuanto Dios nos toca, las lámparas que arden delante del trono resplandecen en nuestro interior, nosotros resplandecemos y nuestra condición interior queda al descubierto, aun si estuviéramos llenos de tinieblas y confusión. Por ser el Espíritu de juicio y el Espíritu que convence, el Espíritu nos juzga y convence. Dios es santo y no puede habitar con la maldad. Por ello, en cuanto el hombre le toca, tiene una sensación de convicción, y su verdadera condición interior queda al descubierto. El Espíritu de Dios resplandece dentro del hombre como lámparas de fuego, y escudriña lo profundo del hombre con Sus ojos de llama de fuego. Todos los que han experimentado esto saben que cuando tocan al Espíritu, se conectan con Dios y son hechos transparentes delante de Dios. Sienten que los ojos de Dios, que son como llama de fuego, los escudriñan en lo más profundo de su ser. Nada puede permanecer oculto delante de Dios; nada nos puede esconder de Él. Sentimos que todo nuestro ser es traído a la luz; y en la luz vemos nuestros pecados, somos conscientes de nuestros errores, somos dejados convictos respecto a nuestra maldad y corrupción, y nos condenamos y juzgamos a nosotros mismos. Cuanto más nos condenamos a nosotros mismos, más nuestro espíritu inhala a Dios, y más contentos nos sentimos. Esto es verdaderamente maravilloso. Cuanto más nos condenamos y juzgamos a nosotros mismos, más contentos nos sentimos interiormente, y más disfrutamos de la presencia del Espíritu y del llenar de Dios. Al final, rebosaremos de cánticos espirituales y alabanzas. La condenación y convicción que experimentamos se convierte en alabanzas y acciones de gracias porque somos llenos del Espíritu como si estuviéramos embriagados de vino nuevo.
Cuando el Espíritu resplandece en nuestro interior, revelando nuestra condición, debemos condenarnos a nosotros mismos y confesar nuestros pecados, exhalándolos. Podemos clamar: “Señor, estaba equivocado con respecto a este asunto, y pequé en ese asunto. He pecado contra mis padres, contra mis hijos y contra mi esposa. También estoy mal en mi trabajo y en la iglesia. No hay nada con respecto a mí que esté bien”. Esto es lo que significa exhalar. Alguien que nunca ha exhalado de esta manera nunca ha inhalado a Dios; nunca ha sido saturado de Dios. Cuando el Espíritu viene, Él convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio. Por ello, cuando tocamos al Espíritu, exhalamos nuestros pecados. No obstante, eso no es todo; pues siempre que exhalamos, también inhalamos. La cantidad de aire que exhalamos determina la cantidad de aire que inhalamos. Exhalamos nuestros pecados e inhalamos al Espíritu; exhalamos el yo e inhalamos a Cristo; exhalamos nuestra corrupción e inhalamos las riquezas de Dios. Dios está en Cristo, y Cristo está en el Espíritu. No podemos evitar exhalar e inhalar cuando el Espíritu, quien es las lámparas y los ojos del Cordero, nos juzga y nos condena. Exhalamos nuestra corrupción y el yo, e inhalamos al Dios Triuno. Al exhalar e inhalar de esta manera, experimentamos consuelo, gozo, paz, poder, luz, sabiduría, sanidad y las palabras necesarias. Lo tenemos todo. Todo lo que necesitamos, lo encontramos en Él porque Él es lo que necesitamos.
El Espíritu ha sido derramado. Él ha sido “exhalado” y ha sido enviado por toda la tierra. Él está en todas partes, y Él lo penetra todo. Él incluso está en nosotros, esperando que lo inhalemos. Cuando lo inhalamos, le comemos y bebemos. Esto equivale a absorberle y disfrutarle. Cuando le disfrutemos y poseamos de esta manera, espontáneamente expresaremos a Cristo en nuestro vivir; expresaremos a Dios en nuestro vivir. En esto consiste disfrutar a Dios.