
Lectura bíblica: Sal. 27:4; 84:4, 10; 55:17; 119:164; Dn. 6:10; Hch. 10:2-3, 9-11, 30; Gn. 18:16-17, 22-23, 33
Dios es Espíritu, y la manera más apropiada de absorberle y disfrutarle es que nos volvamos a nuestro espíritu. Volvernos a nuestro espíritu es tan necesario como respirar el aire. Ahora veremos cómo disfrutar a Dios desde una perspectiva diferente. Aunque Dios como Espíritu está disponible en cualquier lugar de la tierra, y aunque podemos ahora recibirlo en cualquier lugar y en cualquier momento, los que tienen más experiencia saben que necesitamos apartar tiempos específicos destinados a absorber a Dios. Podemos comparar esto con la respiración. No necesitamos concentrarnos en respirar; antes bien, respiramos espontáneamente en cualquier momento y en cualquier lugar. Pero todos los que se preocupan por la salud saben que necesitamos apartar tiempo cada día para respirar hondo. Debemos encontrar un lugar silencioso y abierto, y pasar unos minutos respirando hondo. Respirar hondo tiene beneficios para la salud. Si sólo respiramos como solemos hacerlo normalmente, sólo podremos eliminar cierta cantidad de monóxido de carbono. A fin de eliminar más de esa cantidad, debemos respirar hondo. Es también al respirar hondo que un suministro fresco de oxígeno puede llenar más espacio en nuestros pulmones. Un buen ejercicio de respiración profunda limpia nuestros pulmones. De manera semejante, acercarnos a Dios e inhalarlo en cualquier momento es algo general y común. Pero si queremos contactarlo de manera profunda, y si queremos exhalar nuestros pecados y absorber a Dios, de modo que todo nuestro ser sea renovado, necesitamos apartar un tipo específico para acercarnos a Dios. Necesitamos una respiración espiritual profunda. En otras palabras, necesitamos apartar un tiempo específico para acercarnos a Dios en oración.
Todos debemos entender claramente que orar es inhalar a Dios. Orar es exhalar todo lo nuestro e inhalar a Dios y todo lo que pertenece a Él. La oración es una especie de respiración. Aunque en nuestra oración mencionemos muchas cosas, nuestra meta es respirar. Por medio de la oración exhalamos todo lo que está dentro de nosotros; y también, por medio de la oración, inhalamos todo lo que es de Dios. En esto consiste la oración. Si captamos esta definición de la oración, podremos orar en cualquier lugar y en cualquier momento. Por bullicioso que sea un lugar o por atareados que estemos, podemos inhalar a Dios. Sin embargo, aún es necesario que durante el día apartemos un tiempo específico para orar. Necesitamos apartar un tiempo para respirar hondo, de modo que podamos absorber a Dios y disfrutarle de una manera intensificada.
Lamentablemente, muchas veces gastamos nuestro tiempo en cosas vanas. Desperdiciamos tiempo precioso en cosas que no tienen valor y descuidamos lo más valioso: inhalar a Dios. El salmista dice: “Un día en Tus atrios es mejor que mil fuera de ellos” (Sal. 84:10). Eso significa que dedicar tiempo para acercarnos a Dios e inhalarle es lo más precioso. Dedicar una hora al día para absorber a Dios es más valioso que ocuparnos en otras cosas por miles de horas. No hay nada en este mundo que sea más valioso que inhalar a Dios.
El tiempo más precioso de nuestro día es cuando inhalamos a Dios, cuando oramos. Sabemos si hemos invertido bien nuestro tiempo según lo que hayamos logrado durante ese tiempo. Dios es la bendición suprema, el tesoro máximo en el universo. No hay nada más precioso que Dios. Incluso las bendiciones que Dios da no pueden compararse con Dios mismo. Nosotros no oramos para recibir bendiciones de parte de Dios ni para obtener respuestas a nuestras oraciones; oramos para inhalar a Dios. Recibimos a Dios y le disfrutamos en nuestra oración. No obstante, aunque no hay nada más precioso que obtener a Dios por medio de la oración, a menudo somos insensatos en nuestra valoración de las cosas; no sabemos que debemos hacer esta cosa tan valiosa.
En nuestra vida cristiana hay dos cosas que son contradictorias. La primera es que ser llenos de Dios por medio de la oración nos otorga la recompensa más preciosa; la otra es que contar chismes, o hablar descuidadamente, no nos deja más que pérdidas. Debemos considerar cuántas horas al día pasamos hablando descuidadamente. Los hermanos, y sobre todo las hermanas, muchas veces dicen que están demasiado ocupados para orar. Pero cuando las hermanas se reúnen, chismorrean mucho; pueden incluso dedicar tiempo para chismorrear. Los chismes y las palabras innecesarias, que en realidad son palabras que esparcen muerte, no traen otra cosa que pérdida a la iglesia. Por eso digo que muchas veces hacemos las cosas que son menos provechosas. Descuidamos las cosas más provechosas y diariamente participamos en las cosas que son menos provechosas. Si usáramos un cuaderno para llevar la cuenta del tiempo que diariamente dedicamos a la oración y el tiempo que dedicamos a conversaciones ociosas, nos sorprendería ver que el tiempo que dedicamos a la oración es como la décima parte del tiempo que dedicamos a conversaciones vanas. Desperdiciamos nuestro preciosísimo tiempo en cosas que no tienen ningún valor.
La oración consiste en inhalar a Dios; orar es recibir a Dios y absorberlo. Esto es algo inestimable. ¿Por qué no nos sentimos atraídos hacia esto? Nuestro problema es que escuchamos muchas exhortaciones acerca de inhalar a Dios, pero pasamos sólo unos minutos inhalando. Debemos preguntarnos de qué nos sirve esto. Debemos cambiar nuestros conceptos. Aunque estemos ocupados, debemos apartar algún tiempo para recibir a Dios y absorberlo. Por ocupados que estemos, diariamente debemos dedicar algún tiempo a la oración con el único propósito de inhalar a Dios.
Hay muchos ejemplos en el Antiguo Testamento y en el Nuevo acerca de aquellos que apartaron un tiempo para orar. En el Antiguo Testamento David dijo: “Siete veces al día te alabo” (Sal. 119:164). También dijo: “Por la tarde y por la mañana y al mediodía / me quejo y gimo” (55:17). Esta queja y gemido eran en realidad una especie de suspirar delante de Dios en el que David exhalaba sus tristezas. Él hizo esto en la tarde, en la mañana y al medio día porque en el calendario judío el día empieza por la tarde y continúa hasta la mañana. Este versículo muestra que David inhalaba a Dios tres veces al día.
Daniel oraba delante de Dios tres veces al día “como lo solía hacer antes” (Dn. 6:10). Daniel era un hombre lleno de Dios y lleno de Su presencia. El secreto para que estuviera lleno de Dios era que apartaba tres tiempos específicos al día para absorber a Dios y disfrutarle.
En el Nuevo Testamento encontramos muchos ejemplos. Cornelio dijo que oraba en su casa a la hora novena (Hch. 10:30). Esto muestra que cada día él oraba a la hora novena, que viene siendo las tres o cuatro de la tarde. Él guardaba ese tiempo de oración de la misma manera que algunos cristianos hoy guardan la vigilia matutina. En el mismo capítulo leemos que Pedro oraba a la hora sexta, que es la hora del medio día: “Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta” (v. 9). El Espíritu Santo dejó constancia de estos casos para mostrar que un hombre que disfruta a Dios guarda tiempos específicos para la oración. Pedro probablemente oraba cada día al medio día, y Cornelio probablemente oraba todos los días alrededor de las tres de la tarde.
Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo nos muestran que los que verdaderamente reciben a Dios y le disfrutan apartan tiempos específicos para la oración. No podemos estar libres de restricción si deseamos disfrutar, recibir e inhalar a Dios. Aunque ciertamente está el aspecto de que podemos disfrutar a Dios libremente, también tenemos el aspecto de estar muy restringidos. En especial, los nuevos creyentes, quienes no han aprendido completamente a ejercitar su espíritu y todavía son nuevos en cuanto a disfrutar e inhalar a Dios, necesitan un tiempo específico para la oración.
La hora que ha de ser dedicada a la oración la debe escoger cada persona según su horario. No hay nada legalista al respecto. Pedro oraba al medio día, y Cornelio oraba a la hora novena. Sabemos que Daniel oraba tres veces al día, pero no sabemos a qué horas lo hacía. No hay ningún legalismo en cuanto al tiempo. Algunos preferirían pasar un tiempo en la mañana inhalando a Dios antes de salir a trabajar. Otros están muy ocupados durante el día y sólo tienen tiempo por la tarde. Para ellos, apartar veinte o treinta minutos durante ese tiempo para absorber a Dios es un tiempo oportuno. Algunas hermanas trabajan en casa, y no les es fácil encontrar un tiempo temprano en la mañana para orar. Así que tal vez tengan que esperar hasta que sus hijos y su esposo se vayan y ellas terminen sus quehaceres de la mañana, quizás alrededor de las diez de la mañana. Puesto que todavía es muy temprano para que se ocupen en la preparación del almuerzo, ellas pueden dedicar algún tiempo para inhalar a Dios silenciosamente. Es posible que haya algunos que, como Cornelio, aparten tiempo alrededor de las tres o cuatro de la tarde. En cualquier caso, cada persona debe escoger la hora que va a apartar.
Sin embargo, nunca debemos escoger la hora antes de acostarnos para orar, porque cuando estamos agotados, podemos quedarnos dormidos mientras oramos. Ése sería el momento menos indicado. Cuando a George Müller le preguntaron por qué dedicaba sus mañanas al Señor, respondió que al ofrecer un sacrificio a Dios, uno debe ofrecer la mejor porción de la grosura. Al contactar a Dios debemos ofrecerle la mejor parte de nuestro tiempo. No hay ninguna regla en cuanto a cuál es la mejor parte de nuestro tiempo. Con respecto a algunos, ese tiempo es la madrugada. Con respecto a otros es después del mediodía. Esto es algo que debe decidirlo cada persona.
Si tomamos esto con la debida seriedad y apartamos un período de tiempo para contactar a Dios cada día, recibiremos muchas bendiciones inesperadas. Dios ha reservado mucha gracia para nosotros, pero nosotros hemos estado demasiado ocupados. Nunca hemos apartado tiempo para Dios. Por esta razón, Dios no encuentra ninguna oportunidad para contactarnos. Si apartáramos algún tiempo cada día, no simplemente para orar ni para inhalar a Dios, sino para abrir nuestro ser delante de Él, abriremos una puerta para que Dios haga muchas cosas en nosotros. Ningún otro tiempo puede ser comparado con nuestro tiempo de oración. Las cosas más preciosas nos suceden cuando oramos. Si pasamos unos minutos delante de Dios, no para hablar con Él ni para pedirle que haga algo por nosotros, sino para darle la oportunidad de que nos hable y opere en nosotros, muchas cosas maravillosas y misteriosas nos sucederán durante ese tiempo. Veremos visiones, nos conoceremos a nosotros mismos, y Dios nos revelará ciertos misterios de Su Palabra y nos dará entendimiento (2:17). Incluso nos dará cargas y dones que antes no teníamos. Recibiremos una porción especial de gracia, como por ejemplo una iluminación especial o una reprensión, limpieza o disciplina. Durante ese tiempo Dios nos hablará y operará en nosotros.
Por consiguiente, ese período de tiempo es indispensable. Si no apartamos este tiempo, nos privaremos de oportunidades para recibir la gracia y para que Dios obre en nosotros. Debe impresionarnos que puesto que sabemos cómo disfrutar a Dios, debemos apartar un tiempo específico para practicar. Si fallamos en esto, sufriremos una gran pérdida en nuestra vida. Indistintamente si los santos son viejos o jóvenes, hermanos o hermanas, todos sufriremos una gran pérdida si no pasamos un tiempo delante del Señor. Lo más sabio que podemos hacer es pasar un tiempo delante del Señor. Podemos pasar un momento, o tres o siete o aún más momentos durante el día para absorber a Dios. Sin embargo, al principio es mejor no apartar demasiados momentos al día. Si apartamos demasiados momentos al día, es posible que lo hagamos por unos cuantos días, pero a la postre esto se convertirá en un legalismo para nosotros, y fracasaremos. Algunos han practicado el alabar siete veces al día. En mi juventud yo practiqué esto, pero después de cierto tiempo no pude continuar llevando esa carga, porque se convirtió en una ley para mí. Lo mejor es no imponernos una norma demasiado elevada. Sin embargo, debemos presentarnos delante del Señor al menos una vez al día. Si practicamos esto, recibiremos mucho provecho.
Aunque no existen reglas en cuanto a qué debemos hacer durante este tiempo de oración, debemos recordar los puntos que consideramos en el capítulo 5. A continuación haremos un repaso de esos puntos.
Durante este tiempo en el que absorbemos a Dios, no debemos preocuparnos por tantas cosas. No es necesario mencionar tantas cosas en nuestra oración. Cuanto más oremos por diferentes asuntos, menos tocaremos a Dios, menos lo alcanzaremos. Les ruego que presten atención a la palabra alcanzar. Cuando oremos, debemos alcanzar a Dios. Podemos comparar esto con golpear a alguien. Si queremos golpear a alguien, nuestra mano debe tocarlo; de lo contrario, estaremos golpeando en vano. Si estamos preocupados por un sinnúmero de cosas mientras oramos, esto nos impedirá alcanzar a Dios. A fin de ganar a Dios, debemos dejar todo lo demás. El primer punto para disfrutar a Dios en oración es presentarnos delante de Él, es buscarlo. No acudimos a Dios para pedirle cosas; no, acudimos a Él para buscarlo a Él mismo. Buscamos a Dios, lo tocamos y contactamos.
Dios es Espíritu, y Él vive en nuestro espíritu. Cuando oremos, debemos aprender a volvernos a nuestro interior, a volvernos a nuestro espíritu para buscar a Dios. Debemos volvernos a nuestro espíritu para tocarle. Una vez que lo tocamos en nuestro espíritu, oramos. Esta oración alcanza a Dios.
Algunos hermanos y hermanas quizás no entiendan lo que significa alcanzar a Dios. Si yo quiero hablar con el hermano Hwang, debo ir a él. Aunque alce la voz y grite cuando lo encuentre, si él no me mira a los ojos, todavía no he establecido contacto con él. Si deseo ponerme en contacto con él, debo esperar hasta que él me mire, o estar de pie delante de él y mirarlo a él. Cuando lo mire cara a cara, entonces podré hablarle. Esto es lo que significa alcanzar a Dios en nuestra oración. Muchos hermanos y hermanas no hacen esto cuando oran. No les preocupa tocar a Dios ni estar delante de Su rostro cuando oran. En lugar de ello, oran apresuradamente por muchas cosas, y cuando terminan, dicen: “En el nombre de Jesús, amén”. No saben si el Señor los está mirando mientras oran. Esta clase de oración no nos lleva a alcanzar a Dios.
Cuando contactemos a Dios, debemos ejercitarnos para volver todo nuestro ser al espíritu. Debemos buscarlo en nuestro espíritu. Así que, cuando oramos cerramos nuestros ojos para no ser distraídos, nos volvemos a nuestro espíritu y tocamos a Dios. Por esta razón, no debemos precipitarnos a abrir nuestra boca; más bien, debemos estar calmados y pasar unos minutos en silencio. Una buena oración no depende de la abundancia de palabras que expresamos. Es bueno estar callados al comienzo de nuestra oración, y también es bueno pasar unos minutos en silencio durante nuestra oración. Muchos salmos en la Biblia terminan con un selah. Esto equivale a un silencio musical; es decir, comunica que hay que parar o hacer una pausa por cierto tiempo. Debido a que al orar nuestras palabras pueden distraernos del espíritu, es necesario que hagamos una pausa para hacer que toda nuestra persona se vuelva nuevamente al espíritu. Sin embargo, hay momentos en los que no podemos detenernos; hacer esto nos podría apartar del espíritu. Por lo tanto, lo que hagamos depende de las circunstancias. Al orar, debemos aprender a guardar silencio. No es necesario que nos apresuremos; debemos estar tranquilos y sosegados.
Permítanme repetirles: mientras estamos en silencio, no debemos tratar de recordar muchas cosas; antes bien, debemos aprender a alabar a Dios y a contemplar Su hermosura. No venimos con el propósito de decirle muchas cosas, sino con el propósito de absorberle y disfrutarle. Mientras estamos en Su presencia, debemos aprender a contemplarlo. Algunos podrían pensar que contemplar a Dios nos distanciará de Él. Probablemente pregunten: “Ya que Dios está en nosotros, ¿por qué necesitamos contemplarlo?”. Nuestro Dios es maravilloso. Él es el Hijo del Hombre que descendió del cielo pero que aún está en el cielo (Jn. 3:13). Aunque Él vino, permanece en el cielo. Él vive en nosotros, pero al mismo tiempo está en el cielo. Cuando lo contemplamos, no es necesario que tratemos de saber si está en el cielo o en nosotros. En realidad, cuando verdaderamente lo tocamos y por experiencia vemos Su rostro, no sabemos claramente dónde estamos nosotros. Cuando verdaderamente estamos en el espíritu, no tenemos la menor idea de si estamos en el cielo o en la tierra.
Cuando aprendamos a acercarnos a Dios y a contemplarlo con un espíritu sosegado, espontáneamente lo adoraremos y alabaremos. Después de adorarlo y alabarlo, debemos aprender a inquirir delante de Él. Debemos preguntarle si Él desea que oremos por cierto asunto. No debemos inmediatamente ponernos a orar por diferentes asuntos. Por lo contrario, debemos primero tener una conversación con Él, preguntándole si debemos orar por cierto asunto. Todas las oraciones deben ser iniciadas por Dios. Él debe ser quien las inicie en nuestro interior.
La intercesión que ofreció Abraham delante de Dios en Génesis 18 es un modelo de una oración de intercesión. Dios quería destruir a Sodoma, pero al mismo tiempo quería salvar a Lot, y por ello necesitaba un hombre que intercediera por Lot. Todo lo que Dios desea hacer con respecto al hombre y toda gracia que Él quiere conceder al hombre puede cumplirse únicamente después que el hombre ora. Éste es un principio inalterable. Dios deseaba salvar a Lot, pero necesitaba un hombre que orara. ¿A quién pudo encontrar? Únicamente pudo encontrar a Abraham, un hombre que vivía delante de Dios.
Hay dos pasajes muy preciosos en Génesis 18. El primero es “Abraham iba con ellos [Dios y los ángeles] para despedirlos” (v. 16). Estas palabras son muy preciosas. Dios vino a la tienda de Abraham y lo visitó. Abraham ministró a Dios y tuvo comunión con Él mientras Dios comía y bebía en su tienda. Dios habló con Abraham acerca de que iba a engendrar a Isaac. Después de esto, Dios terminó el asunto que tenía pendiente con Abraham y ya podía retirarse. Pero mientras se iba, Abraham se fue caminando con Dios para despedirlo. La Biblia dice que Abraham fue llamado el amigo de Dios (Jac. 2:23). Esto se muestra vívidamente cuando Abraham despidió a Dios. Por un lado, Dios visitó a Abraham; comió, bebió y tuvo comunión con él como con un amigo en su tienda. Por otro, Abraham despidió a Dios también como a un amigo. Es como si Dios dijera: “¡Hasta luego, Abraham!”. Entonces Abraham pareció responder: “Deja que te acompañe una distancia para despedirte”. Ellos se comportaron como dos amigos íntimos que no podían separarse.
Hay ciertas cosas que Dios no revela hasta que lo acompañamos una distancia. Si Abraham no hubiera caminado cierto trecho con Dios ese día, sino que se hubiera despedido rápidamente de Dios, Dios no hubiera podido salvar a Lot. Cuando Dios visitó a Abraham, es como si hubiera cumplido sólo la parte que correspondía a Abraham; la parte que correspondía a Lot aún estaba escondida en Su corazón. Dios tenía a Lot en Su corazón. Él deseaba juzgar y destruir a Sodoma, pero Su hijo Lot aún estaba en la ciudad de Sodoma y necesitaba ser rescatado. Sin embargo, Dios no podía rescatar a Lot porque necesitaba a alguien que fuera uno con Él y orara. Al visitar a Abraham, Él resolvió el asunto que tenía pendiente con Abraham y después esperó que Abraham hiciera algo por Él. Sin embargo, no le dijo nada. Cuando visitamos a nuestros amigos, es fácil que les digamos lo que vamos a hacer por ellos, pero no es fácil pedirles que hagan algo por nosotros. Esto fue lo que sucedió cuando Dios visitó a Abraham. Aunque Dios quería que Abraham hiciera algo por Él, no le era fácil decirle porque no sabía si Abraham estaría dispuesto a hacerlo. No sabía si Abraham era uno con Él en Sus sentimientos entrañables. Es como si Dios hubiera dicho que se iba, pero Abraham rehusara dejarlo ir; así que se fue caminando con Dios. Entonces Dios se detuvo y dijo: “¿Ocultaré Yo a Abraham lo que voy a hacer?” (Gn. 18:17). La despedida dio ocasión a algo. Dios entonces dijo que iba para ver la situación de Sodoma, y que iba a juzgarla. Estas palabras insinuaron el deseo que Dios tenía de salvar a Lot. Él no dijo esto de manera directa. Como Abraham era un hombre que vivía delante de Dios y entendió la intención que Dios tenía en Su corazón, sabía que aunque Dios no le había mencionado a Lot, se preocupaba mucho por Lot. Es aquí donde encontramos el segundo pasaje precioso: “Abraham permaneció en pie delante de Jehová” (v. 22). En el primer pasaje precioso vemos que Abraham acompañó a Dios para despedirlo; y en el segundo, vemos que mientras estaba en pie delante de Él, oró. Esta oración fue una oración de intercesión. Tal oración de intercesión es completamente iniciada por Dios y motivada por Él. Es concebida de la comunión con Dios, es decir, de haber tocado Su corazón. Abraham empezó a orar por Lot, aunque no mencionó el nombre de Lot. Parecía que tanto Dios como Abraham hablaran con acertijos. ¿Cómo sabemos que Abraham oraba por Lot? Porque en 19:29 se nos dice que cuando Dios destruyó a Sodoma, rescató a Lot, acordándose de Abraham. Por lo tanto, el tema de aquella conversación íntima y de aquellos acertijos entre Dios y Abraham era Lot. Sin embargo, Dios no dijo que era Lot, y Abraham tampoco lo reveló. Aparentemente ellos hablaban de Sodoma, pero en realidad hablaban de la liberación de Lot. La intercesión de Abraham verdaderamente conmovió el corazón de Dios.
Espero que veamos que mientras inhalamos a Dios, debemos aprender a tocar el corazón de Dios. No debemos presentarle muchos asuntos, ni pedirle muchas cosas. Si lo hacemos, Dios desaparecerá, y no lo tocaremos. Debemos aprender a detenernos y a discernir la carga que está escondida en el corazón de Dios. Las oraciones más preciosas son aquellas que Dios inicia en nosotros. Dios conoce todos los asuntos que nos preocupan. Sin embargo, debemos preguntarnos si podemos decir: “Señor, creo que Tú sabes todo lo que tiene que ver conmigo. Aunque me encuentro en una difícil situación, Tú no has iniciado nada dentro de mí, y por tanto no oraré por esa situación”. Si en nuestra oración podemos decirle al Señor que no vamos a orar por cierto asunto, habremos aprendido una gran lección. Al menos debemos orar: “Dios, tú sabes que llevo esta pesada carga. ¿Crees que deba orar por algún asunto que tiene que ver conmigo?”. Es posible que le presentemos los asuntos a Él uno por uno. Si sentimos una respuesta en nuestro interior mientras presentamos cierto asunto, hemos tocado a Dios en ese asunto y podemos proseguir a orar por él. Pero si la presencia de Dios no está allí, y no percibimos a Dios mientras le presentamos cierto asunto, entonces debemos desistir de ello. Siempre que oremos, debemos detenernos en cuanto no percibamos a Dios ni sintamos Su presencia. No debemos seguir orando por dicho asunto. Sin embargo, tan pronto como percibamos que hemos tocado a Dios, debemos continuar orando. Debemos orar por los asuntos que nos conducen a Su presencia. Por muchas cargas que tengamos o por muchas dificultades que afrontemos, nunca debemos orar conforme a ellas. En lugar de ello, debemos orar conforme a lo que Dios inicia y conforme a Su presencia. La oración tiene que ver absolutamente con la mezcla del hombre y Dios. Nunca debemos hacer una oración en la que nosotros oramos, pero Él no ora. En tales oraciones no podemos disfrutar a Dios. Debemos tener la confianza de decir que Él ora mientras nosotros oramos. Asimismo debemos poder tener la confianza de decir que nuestra oración sigue Su oración y es dirigida por Su oración. De este modo, Él nos lleva en Su oración, y se une a nosotros en Su oración. Cada palabra que expresamos en nuestra oración lo conmueve, y nosotros lo disfrutamos a Él.
Hermanos y hermanas, no importa cuál sea el contenido de dicha oración, ésta es iniciada por Dios, conmueve a Dios, y hace que el que ora se mezcle con Dios y se una a Él. Cuanto más una persona ore de esta manera, más inhalará a Dios y más Dios se añadirá a ella. El resultado de esta oración no es solamente que se llevan a cabo las cosas por las cuales se oraron, de hecho, esto es algo secundario; el resultado principal es que cuando uno ora de esta manera, aun mientras ora, recibe a Dios y lo disfruta. Lo principal es que el hombre gane más de Dios. El que las oraciones que hemos hecho sean contestadas es algo secundario.
Por último, debemos aprender la lección de dejar que Dios termine de hablar. Esto fue lo que Abraham hizo. Después que Jehová terminó de hablar, se fue. Debemos aprender la lección de dejar que Dios termine de hablar. No debemos temer que esto pueda tardarse mucho, ni debemos preocuparnos de que esto pueda hacernos retrasar nuestras ocupaciones. Dios se preocupa por nosotros más de lo que nosotros nos preocupamos por nosotros mismos. Él no nos desamparará.
La importancia de la oración no consiste en que oremos por cosas. La importancia de la oración radica en que contactemos a Dios y lo absorbamos. Aunque debemos tener la fe de que Él hará todo lo que pedimos, eso es secundario. Debemos aprender a contactarlo y a disfrutarlo. Nuestra oración debe ser dirigida por Él y debe estar unida a Él. La necesidad más crucial entre los hijos de Dios es que aprendan a orar de modo que absorban a Dios y lo inhalen. Que el Señor nos conceda Su gracia y nos perfeccione en esto.