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Mensajes del libro «Cómo disfrutar a Dios y cómo practicar el disfrute de Dios»
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CAPÍTULO VEINTE

LA PRÁCTICA DE ORAR CONFORME AL SENTIR DEL ESPÍRITU

  Lectura bíblica: Ro. 8:26

  Necesitamos añadir algo más en cuanto al asunto de la oración.

LA VERDADERA ORACIÓN ES UNA MEZCLA DE DIOS Y EL HOMBRE EN EL ESPÍRITU

  La verdadera oración involucra dos personas: Dios y el hombre. Tales oraciones son el fruto de que el Espíritu de Dios se mezcle con el espíritu del hombre y que el espíritu del hombre se mezcle con el Espíritu de Dios. Cuando un hombre ejercita su espíritu para orar, él ora con su espíritu en el Espíritu de Dios, o también podríamos decir que el Espíritu de Dios ora en su espíritu. En tales oraciones es difícil diferenciar si el espíritu del hombre ora o si el Espíritu de Dios ora, porque el espíritu del hombre y el Espíritu de Dios están perfectamente unidos. El espíritu humano y el Espíritu divino están íntimamente unidos durante la oración. Mientras oramos, Dios y el hombre están unidos de la manera más completa y perfecta. Sin embargo, hay muchas oraciones en las cuales Dios y el hombre no están unidos. Éstas son oraciones en las cuales el hombre no ora en su espíritu, sino que más bien ora por su cuenta valiéndose de su mente. Estas oraciones se encuentran fuera de Dios, y simplemente son oraciones humanas en las cuales Dios no está mezclado con el hombre. Espero que todos podamos entender que la oración tiene que ver absolutamente con el hecho de que Dios se mezcle con el hombre. Nuestras oraciones deben ser ofrecidas en el Espíritu.

LA VERDADERA ORACIÓN ES LA RESPUESTA DEL HOMBRE A LO QUE DIOS HA INICIADO

  Puesto que la oración es una expresión de la unión de Dios con el hombre, ninguna oración que sea verdadera puede ser expresada sin que Dios la inicie. Si una oración no es iniciada por Dios, entonces no es una oración genuina. Todos los que verdaderamente conocen el significado de la oración saben que la oración no simplemente consiste en que Dios se mezcle con el hombre, sino también en que Dios inicie algo en el hombre. Por lo tanto, cuando oremos, debemos aprender a estar calmados y a no seguir nuestros pensamientos. En lugar de ello, debemos volvernos de nuestra mente a nuestro espíritu y seguir el sentir interior en nuestro espíritu. En una oración genuina uno tiene cierto sentir en su espíritu aun antes de empezar a orar. Este sentir en el espíritu es iniciado por el Espíritu de Dios en lo profundo de nuestro espíritu. Cuando el Espíritu de Dios se mezcla con nuestro espíritu, Él inicia o sugiere algo en nuestro espíritu, no necesariamente en forma de palabras inteligibles. Muchas veces es simplemente un sentir o sentimiento que Él pone en nuestro espíritu.

  Por lo tanto, cuando oremos, no debemos solamente volvernos a nuestro espíritu, sino también esperar a que Dios inicie algo. Debemos estar calmados y volvernos a nuestro espíritu. Al mismo tiempo, no debemos precipitarnos a decir nada; más bien, debemos esperar a que Dios sea el que inicie y a que tengamos un sentir en nuestro espíritu. Recuerden que los que se apresuran a abrir su boca, indefectiblemente hablan por su propia cuenta y conforme a su propia imaginación. Cada vez que oremos, debemos aprender a volvernos a nuestro espíritu. Después de esto, debemos aprender a esperar a que sea Dios quien dé inicio. Debemos estar calmados y discernir el sentir en nuestro espíritu a fin de orar conforme a dicho sentir.

EN EL TRANSCURSO DE LA ORACIÓN DEBEMOS SEGUIR EL SENTIR QUE DIOS HA INICIADO EN EL ESPÍRITU

  En la oración genuina, tanto el inicio como todo el transcurso de nuestra oración deben proceder del sentir imperioso que Dios pone en nosotros. Un sistema de sonido eléctrico opera por medio de la electricidad para transmitir sonidos. No sólo los micrófonos y los parlantes operan por medio de la electricidad, sino que también todo el proceso, que incluye la amplificación y transmisión del sonido, opera por medio de la electricidad. Conforme al mismo principio, Dios debe ser quien da inicio a nuestra oración, y toda nuestra oración, de principio a fin, debe ser una experiencia en la que Dios ora con nosotros y se mezcla con nuestras oraciones.

  Puesto que la presencia de Dios y nuestra mezcla con Él están absolutamente relacionadas con el sentir que tenemos en nuestro espíritu, debemos aprender a permitir que nuestro sentir interior sea el elemento que interiormente lo inicia todo y nos motiva cuando oramos.

  Es maravilloso que muchas veces podemos comprender el sentir en nuestro espíritu cuando oramos. En ocasiones un sentir puede llevarnos a confesar nuestros fracasos y defectos o a orar por la iglesia. Otro sentir puede llevarnos a orar por un hermano que está en dificultades o a orar por el mensaje que se dará en la reunión del día del Señor. Incluso podemos tener el sentir de alabarlo, darle gracias o exultar en Él. A veces podemos tener el sentimiento, no de orar por nada en particular ni siquiera de alabarle o darle gracias, sino simplemente de postrarnos ante Él y adorarlo. En esos momentos, no necesitamos emitir palabras ni gemidos; simplemente nos postramos delante de Dios en silencio y lo adoramos. Cuanto más lo adoremos, más fresco se tornará nuestro espíritu y más satisfechos estaremos. Así, mientras adoramos, sentimos que estamos tocando a Dios en nuestro espíritu. Ésta es una oración de adoración generada por el sentir que el Espíritu Santo pone en nosotros.

  Tan pronto como entendamos el significado de estos sentimientos que vienen de parte de Dios, debemos responder a ellos en oración. Nunca debemos limitarnos a orar por el tema que habíamos decidido antes de empezar a orar. Si hacemos esto, estaremos en nuestra mente, y nosotros mismos seremos los que inician y motivan nuestra oración. Nuestro espíritu no es el único requisito para ofrecer oraciones que son apropiadas y genuinas. La oración tiene que ser una oración conjunta, es decir, una oración en la cual Dios está mezclado con nuestro espíritu. En esta oración, Dios y el hombre se mezclan, y Dios es Aquel que inicia y motiva la oración. La oración espiritual nunca es dirigida por nuestra mente, nuestra memoria o nuestros pensamientos, sino que es dirigida por el sentir que tenemos en nuestro espíritu, y este sentir es iniciado por Dios.

  Por lo tanto, en la oración genuina nosotros oramos junto con Dios; oramos acompañándolo a Él; oramos conforme al sentir que Dios nos da. Esto le permite a Dios orar con nosotros en nuestra oración. Nosotros oramos, y Él también ora. Él y nosotros oramos juntos. Él está en nosotros, y ora en unión con nosotros. Esto sin duda es un hecho sorprendente.

  El que dichas oraciones sean contestadas o no es algo secundario. Lo más importante es que oremos conforme al sentir que tenemos en nuestro espíritu, que permitamos que Dios pase por medio nuestro y se mezcle con nosotros. De este modo, disfrutamos a Dios y le absorberemos. Aunque ofrezcamos súplicas por la iglesia, por un hermano que está pasando por alguna necesidad o aun por nosotros mismos, nuestra principal sensación será que hemos absorbido a Dios y hemos sido llenos de Él.

  Por supuesto, hay momentos en los que no entendemos los sentimientos que provienen de Dios. Por ejemplo, cuando el sentir interno nos insta a orar, es posible que pensemos que debemos orar por nuestros hijos. Pero al empezar a orar por nuestros hijos, el sentir interior mengua y sentimos interiormente que algo no está bien. Cuando a un hermano le agrada lo que escucha, le brilla el rostro y está contento; pero si le dicen algo que le desagrada, la expresión de su rostro cambiará. Si la conversación cambia, le volverá a brillar el rostro. Todos hemos experimentado esto. Esto también ocurre en nuestra comunión con el Señor. A veces sentimos la presencia de Dios, como si Él estuviera sonriendo en nuestro interior. Pero si nuestra oración va en contra del sentir interior, nos sentimos fríos y retraídos interiormente. Cuando esto sucede, debemos cambiar la dirección de nuestra oración. Nunca debemos pensar que debemos terminar de hacer nuestras propias oraciones antes de responder al sentir que Dios nos da. Si Dios no ora con nosotros, y nuestra oración no toca a Dios, debemos dejar de orar en cuanto percibimos que el sentir interior empieza a debilitarse, y así podemos discernir el sentir interior. Si dicho sentir nos guía a orar por la iglesia, de inmediato debemos orar por la iglesia. Si lo hacemos, el sentir interior resplandecerá, y tocaremos nuevamente la presencia de Dios. Ésta es la manera de perseverar en oración. Si seguimos el sentir interior, el Espíritu de Dios seguirá nuestra oración, y recibiremos el sentir de orar por otros asuntos. Nuestra responsabilidad es simplemente orar conforme al sentir que tengamos. Debemos expresar con palabras un sentir tras otro. Ésta es la oración genuina que nos lleva a inhalar a Dios. Por medio de dicha oración, nosotros estamos en Dios, lo inhalamos y Dios está en nosotros. En dichas oraciones nosotros obtendremos a Dios aun antes que nuestras oraciones sean contestadas. Esto es lo que significa disfrutar a Dios y absorberlo por medio de la oración.

EL PRINCIPIO DE DISFRUTAR A DIOS MEDIANTE LA ORACIÓN CONSISTE EN SEGUIR EL SENTIR DEL ESPÍRITU

  Lamentablemente, muchos hermanos y hermanas no conocen estas experiencias internas. Aunque añoran la oración que los lleva a disfrutar a Dios y ocasionalmente experimentan este disfrute, no conocen la clave de la oración ni el principio que rige la oración. Por lo tanto, nunca se sienten seguros cuando tocan a Dios. A veces lo tocan por casualidad, pero no se dan cuenta de que han disfrutado a Dios. Por otra parte, tampoco describirían esta experiencia como una en la cual han disfrutado e inhalado a Dios. Lo único que saben es que oraron por veinte minutos en la mañana, y que saborearon el cielo mientras oraban. A la mañana siguiente ellos tratan de disfrutar a Dios orando de la misma manera, pero esto quizás no les funcione. Intentan repetir las experiencias del día anterior, pero eso no les funciona. Así que se valen de su voluntad, ejercitan su mente y actúan conforme a su memoria, tratando de repetir la oración que hicieron el día anterior. Pero cuanto más se esfuerzan, más se secan. Después de orar así por unos minutos, se sienten deprimidos y vacíos interiormente, y no entienden lo que ha pasado. Esta experiencia es el resultado de no orar conforme al sentir que tienen en su espíritu. La oración que ofrecieron en la mañana del día anterior era conforme al sentir de su espíritu, aunque quizás no se hubieran percatado de lo que estaban haciendo. Sin embargo, cuando de manera consciente trataron de repetir la experiencia, cayeron en una formalidad y ya no estaban en su espíritu.

  Después de esta experiencia, los hermanos y hermanas se vuelven inseguros con respecto a sus oraciones; es decir, ya no saben cómo orar para obtener paz en su espíritu. Siempre que tratan de repetir una experiencia, por lo general esto termina en fracaso. Tales fracasos por lo general conducen al desánimo y hacen que pierdan el deseo de orar. Finalmente, sus oraciones llegan a ser un tanto rutinarias y forzadas. Después de unas cuantas semanas, es posible que por casualidad vuelvan a tocar a Dios, sientan Su presencia y sean satisfechos interiormente. Sin embargo, no podrán repetir esto al día siguiente, lo cual hace que se sientan confundidos. Estas experiencias son el resultado de no conocer la clave de la oración. Dichos hermanos no conocen el principio que rige la oración.

  Hay principios que rigen el asunto de tocar a Dios en nuestra oración. Esto es como sintonizar la radio. Si queremos escuchar cierta estación de radio, tenemos que ajustar el sintonizador en la frecuencia correcta. Los que no conocen la frecuencia correcta sólo pueden buscarla a tientas. Cuando por casualidad la encuentran, escuchan el programa radial; y cuando no lo encuentran, no lo pueden escuchar. No lo saben encontrar con certeza. Sin embargo, los que saben cuál es la frecuencia simplemente ajustan el sintonizador y de inmediato escuchan el programa. Sucede lo mismo con respecto a la oración. A fin de tocar a Dios en nuestra oración, debemos seguir el principio que rige la oración. Los que no conocen este principio únicamente pueden experimentarla por casualidad, pero los que sí conocen la clave de la oración encuentran muy fácil contactar a Dios en sus oraciones.

  Algunos suelen decir que oran en la presencia del Señor. Sin embargo, sólo un principiante habla de esta manera. La oración no consiste en que el Señor esté presente con nosotros, sino en que toquemos al Señor en nuestro interior. Por ejemplo, las ondas radiales siempre están en el aire. Mientras ajustemos la radio en la frecuencia correcta, las ondas radiales serán recibidas. De manera semejante, el Espíritu Santo está presente en cualquier lugar y en cualquier momento. Él está con nosotros todo el tiempo y en todo lugar. Lamentablemente, la “radio” que está en nuestro espíritu no siempre está sintonizada en la frecuencia correcta. En un momento dado podemos estar en nuestra mente y no tocar nada, y minutos después podemos estar en nuestro espíritu e inmediatamente tocar al Espíritu.

  Creo que ahora podemos entender que el principio rector en cuanto a contactar a Dios consiste en seguir el sentir en nuestro espíritu cuando oramos. Si hacemos esto, nos resultará fácil absorber a Dios y disfrutarle en nuestra oración. Debemos procurar entender este principio y ejercitarnos conforme a él.

ASPECTOS QUE DEBEN TENERSE EN CUENTA CON RESPECTO AL SENTIR DEL ESPÍRITU

  Los que tienen más experiencia en la oración saben que hay muchos asuntos que considerar con respecto al sentir del espíritu. Si en nuestro espíritu tenemos el sentir de orar rápidamente, debemos orar de esa manera; pues de lo contrario, podemos perder el Espíritu. Otras veces podemos tener el sentir en nuestro espíritu de orar más lentamente, pronunciando palabra por palabra; pues de lo contrario, podemos perder la presencia del Señor. En otras ocasiones quizás tengamos el sentir en nuestro espíritu de detenernos y dejar de orar. Si no dejamos de orar, perderemos completamente el sentir en nuestro espíritu. También hay otros momentos cuando el sentir en nuestro interior no nos permite detenernos, aun cuando tengamos que atender otros asuntos. En cualquier caso, debemos siempre seguir el sentir interior cuando oremos, y no orar conforme a nosotros mismos.

  Habrá momentos en que el sentir interior nos llevará a llorar, aunque no estemos acostumbrados a hacerlo. Si tratamos de contener nuestras lágrimas, perderemos al Espíritu, pero si lloramos o clamamos, el Espíritu será liberado. Debemos seguir la dirección en nuestro espíritu sin prestar atención a nuestro entorno.

  En otras ocasiones es posible que no seamos guiados a llorar, y si lo hacemos, perderemos la dirección del Espíritu. Sin embargo, las hermanas parecen ser más propensas a llorar. Hay hermanas que lloran cada vez que oran. En realidad, estas lágrimas pueden estorbar al Espíritu y hacer que ellas pierdan el sentir del Espíritu.

  Éstas no son exageraciones. Una lección básica en la oración es la de seguir siempre lo que el Espíritu inicia. Si le seguimos, Él nos seguirá. Esta experiencia ocurre completamente en la esfera de nuestro espíritu. Espero que todos practiquemos esta clase de oración. Cada vez que oremos, debemos detenernos y volvernos a nuestro espíritu. Después de esto, no debemos iniciar ninguna oración por nuestra cuenta; en vez de ello, debemos permitir que Dios ponga Sus sentimientos en nuestro interior, y orar conforme a dichos sentimientos. Ya sea que tengamos el sentir de orar rápida o lentamente, o de llorar o reír, debemos seguir el sentir de forma absoluta. Todos los creyentes de más experiencia saben que es cuando oramos de esta manera que absorbemos a Dios, y somos introducidos en Dios; Dios llena nuestro ser, y nosotros somos saturados de Él. Ésta es la oración genuina que el Señor escucha.

  Lamentablemente, no siempre seguimos la dirección que recibimos en nuestro espíritu. Nuestra memoria, voluntad, pensamiento y opiniones son las barreras interiores más grandes. Por ejemplo, podemos decidir orar por ciertos asuntos o personas sin prestar atención al sentir en nuestro espíritu. Cuando nos disponemos a orar, lo que nos interesa no es el sentir en nuestro espíritu, sino el asunto por el cual hemos decidido orar y lo que podemos recordar. Hay un problema si nos negamos a entregarle al Señor nuestros pensamientos, nuestra memoria y nuestras decisiones. En nuestra oración debemos entregarnos al Señor y cooperar con Él. Debemos permitir que Él nos guíe en nuestras oraciones; nosotros no debemos tomar la iniciativa. Debemos ser activos únicamente en seguir al Señor, en serle sumisos y en no tomar la iniciativa. Incluso si el proyecto más grande del mundo está a punto de caer sobre nuestros hombros, no debemos orar por esto si el sentir interno no nos dirige a hacerlo. Únicamente debemos seguir el sentir en nuestro espíritu.

  Cuando disfrutemos a Dios mediante la lectura de la Palabra, debemos dejar nuestras opiniones y conceptos a fin de recibir los asuntos centrales en la Palabra de Dios. Este mismo principio se aplica a la oración. Cuando oremos, debemos abandonar todas nuestras decisiones y pensamientos a fin de orar conforme al sentir que tenemos en nuestro espíritu. Lamentablemente, puesto que nuestras oraciones en su mayoría son iniciadas por nosotros, no tienen que ver con el Espíritu. Si el Señor no es uno con nosotros en nuestras oraciones, no tocaremos a Dios ni le absorberemos en nuestras oraciones.

  Cuando oremos, debemos aprender a volvernos a nuestro espíritu. Debemos desechar nuestros sentimientos, opiniones, ideas, memoria y decisiones, y orar únicamente conforme al sentir que tenemos en nuestro espíritu. Sólo entonces Dios nos seguirá en nuestra oración. A medida que sigamos el sentir en nuestro espíritu, Dios seguirá nuestra oración. Es posible que expresemos una frase, y el Señor nos dé más sentimientos que nos guíen a expresar otra oración. Esta frase producirá en nosotros más sentimientos. Esta clase de oración es la que nos lleva a inhalar a Dios, la oración que nos lleva a contactarle. Cuanto más oremos, más tocaremos la presencia de Dios y más absorberemos a Dios mismo. Cuanto más oremos, más seremos llenos de Dios. En esto consiste disfrutar a Dios. Los asuntos por los cuales pidamos son secundarios; lo más importante es que contactemos a Dios, le ganemos y absorbamos. Ésta debe ser nuestra experiencia cada vez que oremos.

  A fin de ofrecer oraciones que nos permitan disfrutar a Dios, debemos rechazar todo lo que perturbe el sentir que tenemos en nuestro espíritu. En particular, no debemos distraernos con un sinnúmero de pensamientos. Incluso es posible que tengamos que evitar pensar en muchos pasajes de la Biblia. En vez de ello, debemos usar la Palabra para calmar nuestros pensamientos. Sin embargo, en circunstancias normales, debemos ejercitarnos para estar calmados sin depender de la Biblia. Incluso el orar conforme a las palabras de la Biblia puede convertirse en un estorbo si esto no se hace conforme al sentir que tenemos en nuestro espíritu. Esto nos puede hacer perder la presencia de Dios.

TODAS LAS ORACIONES DEBEN OFRECERSE CONFORME AL SENTIR DEL ESPÍRITU

  Espero que todos veamos que cuando nos volvemos a nuestro espíritu, estamos calmados y oramos conforme al sentir de nuestro espíritu, Dios nos confiará muchos asuntos importantes para que ofrezcamos súplicas. Lo único que necesitamos hacer es seguir el sentir en nuestro espíritu y ofrecer las oraciones que Él inicie, una por una. Cumpliremos un gran ministerio de súplica de esta manera. No sólo debemos tocar a Dios en la mañana cuando le comemos, bebemos y disfrutamos mediante la lectura y la oración, sino que también debemos tocar a Dios, pasar a través de Dios y permitir que Él pase a través de nosotros en nuestras oraciones que cumplen este ministerio, nuestras oraciones de súplica. En nuestras oraciones, Dios y nosotros, y nosotros y Dios, debemos mezclarnos. Cada vez que oremos, nuestras oraciones deben ser oraciones internas que sean el resultado de tocar a Dios. Todas las oraciones normales son oraciones hechas conforme al sentir del espíritu. Tales oraciones son fruto de nuestro disfrute de Dios y son en realidad un disfrute que tenemos de Dios. Cuanto más oremos de esta manera, más absorberemos a Dios y le disfrutaremos.

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