
Lectura bíblica: Jn. 15:7; Ef. 6:18-20; Ez. 22:30; Sal. 27:4, 14; 104:34
Ahora abordaremos los temas de interceder, contemplar, esperar y reflexionar meditativamente en relación con la oración.
Todos estamos familiarizados con las expresiones interceder, contemplar, esperar y reflexionar meditativamente; sin embargo, con respecto a los asuntos espirituales, las cosas más comunes a menudo son las más cruciales y difíciles de lograr. A menudo resulta difícil cumplir de manera cabal y genuina una tarea espiritual aparentemente sencilla. Muchos cristianos saben lo que es interceder, pero pocos son capaces de interceder. Muchos saben lo que significa esperar en Dios y reflexionar meditativamente en Él, pero son pocos los que realmente han aprendido a esperar en Dios y a reflexionar en Él. Éstos son asuntos muy comunes entre los cristianos, pero también son cosas que raras veces se hacen bien. Espero que todos pongamos en práctica no sólo disfrutar a Dios mediante la lectura de la Palabra y la oración, sino también interceder, contemplar, esperar y reflexionar en nuestras oraciones.
Consideremos primeramente la intercesión. Las verdaderas oraciones son aquellas en las cuales el hombre se mezcla con Dios en espíritu; por lo tanto, todas las oraciones genuinas son iniciadas por Dios. Todas las oraciones con las cuales Dios se mezcla son ciertamente oraciones que Él inicia. En dichas oraciones, Dios ora en el hombre, y el hombre ora en Dios. Estas oraciones involucran dos niveles.
A fin de orar de esta manera, una persona debe estar calmada y volverse a su espíritu. Debe aprender a abandonar sus propios conceptos y a entrar en Dios. Cuando una persona abandona sus conceptos y entra en Dios, le es fácil entender el corazón de Dios, preocuparse por los intereses de Dios y vivir absolutamente conforme a los deseos de Dios. Cuando ésta es la condición de una persona, el Señor ciertamente estará complacido de abrirle Su corazón, y debido a ello, le será fácil a ella conocer la voluntad de Dios. No necesitará esforzarse mucho por conocer el deseo del Señor. Solamente necesitará contactar al Señor, y sabrá lo que le interesa al Señor hoy.
Ésta es la fuente de todas las oraciones genuinas. Cuando la mente del Señor llega a ser nuestra, sabemos lo que Él desea, y empezamos a interesarnos por Sus deseos. Una vez que nos interesen los deseos del Señor, intercederemos por ellos. El hecho de conocer lo que Dios desea nos obligará a realizar la labor de interceder delante de Él.
Consideremos la intercesión que ofreció Abraham por Lot. Abraham aprendió a vivir en la presencia de Dios. Él era alguien que conocía el deseo de Dios. Cuando Dios visitó a Abraham, dijo: “¿Ocultaré Yo a Abraham lo que voy a hacer?” (Gn. 18:17). Puesto que Dios y Abraham eran amigos íntimos, Dios le abrió Su corazón a Abraham y le dijo que había descendido para mirar la condición de Sodoma y juzgarla. Al oír esto, Abraham supo que el corazón de Dios tenía en mente a Lot, quien estaba en Sodoma. Aunque Dios no mencionó a Lot por nombre, el hecho de que hablara del lugar donde estaba Lot le dio a Abraham una pista de lo que estaba en el corazón de Dios. Abraham supo que a Dios le interesaba Lot, quien vivía en la ciudad de Sodoma.
En cuanto Abraham entendió el corazón de Dios, supo que Dios necesitaba a alguien que fuera uno con Él y que, por ende, pudiera interceder por Lot. Abraham supo que si no había nadie en la tierra que se comunicara con Dios en los cielos, Dios no tendría ninguna posibilidad de comunicar Su voluntad celestial a la tierra. Dios necesitaba un hombre en la tierra que estuviera en contacto con Él y en armonía con Él. Era necesario que hubiera armonía entre el cielo y la tierra. A fin de que Dios operara en la tierra, tenía que hallar a alguien que expresara lo mismo que estaba en Su corazón como un eco, alguien que se preocupara por lo que había en Su corazón. Abraham era el amigo de Dios; él no sólo entendía a Dios, sino que además era uno con Él. Por esta razón, Dios pudo confiarle a Abraham lo que iba a hacer en la tierra.
En cuanto Abraham supo lo que Dios deseaba en Su corazón, permaneció en la presencia de Dios y empezó su obra de intercesión. Si leemos Génesis 18:22-33, podemos darnos cuenta de que cada palabra que expresaba Abraham conmovía a Dios. Abraham le recordó a Dios que Él era el Juez de toda la tierra, que necesitaba obrar con justicia, y le preguntó si se atrevería a destruir a los justos con los malvados. Abraham no mencionó a Lot por nombre, pero Lot era uno de los justos. Hablando con propiedad, su oración no fue por Sodoma sino por Lot, que vivía en Sodoma, del mismo modo que el corazón de Dios no estaba a favor de Sodoma, sino que deseaba salvar a Lot, quien moraba en Sodoma.
Cuando disfrutamos a Dios en oración, también empezamos a interceder. Cuando dejamos nuestros pensamientos y nos preocupamos por los sentimientos entrañables de Dios, nos es fácil conocer Su corazón. Una vez que nos enteremos de lo que Él desea en Su corazón, debemos invocarlo e interceder. En Efesios 6:18-19 Pablo dice que debemos ofrecer peticiones por todos los santos y, en especial, por el apóstol mismo. Son muy pocos los que pueden ofrecer peticiones por todos los santos. Alguien que puede ofrecer peticiones por la iglesia de Dios y por Sus siervos es alguien que repudia todos sus conceptos e ideas, se vuelve a su espíritu y se preocupa por el deseo que está en el corazón de Dios. Dicha persona conoce la voluntad de Dios y puede orar por el deseo de Dios. Dios se preocupa por Su iglesia, por Sus santos y por Sus siervos. Aquellos creyentes que viven en su espíritu, que han renunciado a sus conceptos y poseen la mente de Dios, encuentran muy fácil conocer lo que está en el corazón de Dios con respecto a la iglesia, entender la manera en que Él cuida de Sus hijos y lo que Él espera de Sus siervos. Tales personas pueden interceder e intercederán porque el Espíritu de Dios se mueve en su espíritu y las motiva a orar por los intereses de Dios. Puesto que a Dios le interesa la iglesia, ellos orarán por la iglesia; puesto que a Dios le interesan los santos, ellos orarán por los santos; y puesto que Dios se preocupa por Sus siervos, ellos orarán por los siervos de Dios.
Aquellos que interceden por la iglesia, por los santos y por los obreros de Dios, pueden hacerlo porque viven en su espíritu y tocan a Dios. Es difícil que una persona que no vive en su espíritu y únicamente escucha informes y exhortaciones de otros se acerque a Dios o interceda por otros. Si trata de interceder, lo hará aparte de Dios. A medida que ora se sentirá más seca y más vacía, y no tendrá la certeza de que sus oraciones serán contestadas. Dicha intercesión es una labor realizada aparte de Dios, y es comparable a la labor que realizó Pedro cuando se fue a pescar en Juan 21. Sus redes estaban vacías aun después de haber laborado toda la noche. Había laborado en vano.
Ésta no es la intercesión apropiada. Si aprendemos a entrar en Dios, abandonando nuestros conceptos, volviéndonos a nuestro espíritu y preocupándonos por lo que Él desea, tocaremos Su corazón y conoceremos Sus intereses. Entonces espontáneamente Dios nos motivará a interceder. Esta clase de intercesión es sólida y conmueve a Dios. Además, nosotros somos interiormente nutridos y afirmados en la fe, y tenemos la certeza de que Dios ha escuchado nuestra oración. Tenemos la fe de que Dios bendecirá la iglesia, a los santos y a los obreros conforme a nuestras oraciones. Estas oraciones son iniciadas por Dios. A esto se refirió el Señor cuando dijo que si permanecemos en Él y Su palabra permanece en nosotros, podemos pedir lo que queramos y nos será hecho. Estas peticiones no se originan en nosotros. Cuando entramos en la presencia de Dios, vivimos en Él, permanecemos en Él y tocamos Su corazón, conocemos Sus deseos. Entonces, lo que hemos pedido se cumplirá porque proviene de Su deseo.
Un hermano dijo una vez que por mucho tiempo había estado orando conforme a la promesa del Señor en Juan 15:7, de que nos daría todo lo que pidiéramos. Sin embargo, su oración de graduarse de la universidad, de casarse con una joven universitaria y de tener una familia maravillosa no había sido contestada. Él no podía entender qué pasaba y se preguntaba si las palabras del Señor habían fallado. Le pedí que leyera nuevamente el versículo, así que leyó: “Si permanecéis en Mí, y Mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis, y os será hecho”. Le respondí: “No podemos borrar las primeras dos cláusulas de la oración. En primer lugar, nosotros permanecemos en Él y Sus palabras permanecen en nosotros; entonces pedimos, y luego nos será hecho. Usted no tendría esa clase de deseos si aprendiera a permanecer en Él, y si Sus palabras estuvieran en usted. En vez de ello, usted conocería el corazón de Dios. Su voluntad sería la suya, y Su deseo sería el suyo. Entonces todo lo que usted pidiera, le sería hecho”.
Muchas de nuestras oraciones no son el resultado de permanecer en Él. Por lo general, oramos conforme a nuestros conceptos y deseos. Estas oraciones no conmueven a Dios ni son contestadas. A fin de que nuestras oraciones puedan conmover a Dios y ser contestadas, ellas no pueden ser iniciadas por nosotros mismos. Por lo tanto, debemos primero mezclarnos con Dios y permitir que Él inicie y motive nuestras oraciones. Sólo esta clase de oraciones tienen valor y son contestadas.
En el Antiguo Testamento vemos que Dios quería bendecir a los israelitas y hacer prodigios entre ellos. Sin embargo, Él no pudo encontrar a nadie que orara por esto. Así que habló usando como ejemplo la necesidad de que alguien se pusiera en la brecha del muro. Sin embargo, no halló a nadie que lo hiciera (Ez. 22:30). Ponerse en la brecha significa ser alguien que conmueve el corazón de Dios, vive en Dios, se preocupa por lo que Dios desea y ora conforme a ello.
En este versículo vemos que Dios no pudo hallar a nadie en la tierra que se interpusiera en la tierra para esto. No halló a nadie que se uniera a Él y expresara lo que había en Su corazón orando por lo que a Él le interesaba. En consecuencia, Él no tuvo otra alternativa que abandonar a la nación de Israel. No pudo hallar a nadie que expresara el deseo que estaba en Su corazón, nadie que estuviera dispuesto a aprender a vivir en Él, a preocuparse por Su deseo o a responder a Su deseo e invocarlo para que hiciera algo en la tierra. Por esta razón, lo único que Él podía hacer era suspirar en los cielos en una actitud de resignación.
Probablemente en ese entonces hubo muchas personas que oraban, pero sus oraciones no conmovieron a Dios. Ellas vivían fuera de Dios y no llegaron a conmover Su corazón. De la misma manera, hoy muchos creyentes oran fuera de Dios, y sus oraciones no cuentan ante Sus ojos. No han aprendido a volverse a su espíritu ni a entrar en Dios. Tampoco han aprendido a abandonar sus conceptos ni a preocuparse por lo que Dios desea. Tales creyentes no han conmovido el corazón de Dios ni han permitido que Él inicie sus oraciones. Como resultado, las oraciones que ellos ofrecen por sí mismos, por otros, por la iglesia o por la obra, todas ellas, se hallan fuera de Dios. Dado que sus oraciones son iniciadas por ellos mismos, Dios no ora en sus oraciones, no se mezcla con dichas oraciones ni tampoco las contesta. Tales oraciones no conmueven a Dios ni llegan hasta Dios y, por ende, no reciben respuesta ni producen mucho resultado.
Si queremos aprender a realizar la obra de intercesión, tenemos que aprender a volvernos a nuestro espíritu, a entrar en Dios, a abandonar nuestros conceptos y a interesarnos por el deseo que Dios tiene en Su corazón. Una vez que hagamos esto, espontáneamente Él nos mostrará Su deseo y nos motivará a orar. Cuanto más oremos de esta manera, más conmoveremos el corazón de Dios. Conmoveremos a Dios y seremos llenos, y algo sólido permanecerá en nosotros. Después que hayamos orado de esta manera, tendremos la fe y la plena certidumbre de que nuestras oraciones ya han sido contestadas. La intercesión tiene que ver absolutamente con el hecho de estar en el espíritu.
Ahora consideraremos lo que es contemplar a Dios, esperar en Dios y reflexionar meditativamente en Dios. Algunos hermanos y hermanas consideran que estos asuntos son ejercicios muy difíciles de realizar. La clave es estar en nuestro espíritu. Mientras estemos en nuestro espíritu, será algo fácil; pero si no lo estamos, será difícil.
La mayoría de las personas piensa que contemplar al Señor significa alzar los ojos para ver a Dios quien está sentado arriba en los cielos y quien envía Su luz a los hombres. Piensan que contemplar a Dios es alzar nuestros ojos para ver esta luz. Sin embargo, conforme a nuestra experiencia espiritual, ése no es el significado de contemplar a Dios. Contemplar a Dios es mirar a Dios y poner nuestros ojos en Él.
Cuando me reúno con un amigo, por lo general nos miramos a los ojos y tratamos de ver cómo estamos antes de decirnos nada. A veces después que terminamos de hablar, nos miramos nuevamente a los ojos antes de partir. La acción de mirarnos a los ojos comunica cierta clase de afecto e intimidad. Es imposible que dos personas se hablen sin mirarse. Del mismo modo, contemplar a Dios significa mirarlo cuando oramos. Después de decir unas cuantas frases, debemos mirarlo nuevamente. Si no nos volvemos a Dios ni fijamos nuestra mirada en Él, sino que de forma apresurada expresamos algunas palabras, nos será difícil disfrutar a Dios. Cuando oremos, debemos estar calmados, volvernos a nuestro espíritu y contemplarlo. Entonces, movidos por nuestro sentir interior, podemos hablarle mientras Él nos mira. Debemos contemplarlo continuamente. Contemplarlo de esta manera es algo muy precioso.
Por supuesto, esta acción de contemplarlo ocurre únicamente en nuestro espíritu. Nosotros no lo miramos con nuestros ojos físicos. Mientras oramos nuestros ojos están cerrados; no vemos nada. Pero en nuestro espíritu estamos delante de Dios y lo miramos cara a cara. Por lo tanto, miramos a Dios ejercitando nuestro espíritu.
Muchas personas piensan que necesitan esperar en Dios cuando Él no contesta sus oraciones. Hablando de modo general, esto puede ser considerado como esperar en el Señor. Esto es esperar externamente. Sin embargo, estamos hablando de la acción de esperar que ocurre en nuestro espíritu. Supongamos que estamos calmados y nos volvemos a nuestro espíritu, pero aún no sentimos que tenemos la presencia de Dios. Es un hecho espiritual que Dios nunca nos deja, pero en nuestra experiencia podemos sentir que Él está lejos o cerca de nosotros. A momentos podemos sentir que Él está cerca, pero que no ha iniciado nada. Cuando esto sucede, no debemos apresurarnos a decir nada. En vez de ello, debemos pasar unos minutos esperando en Su presencia.
Dios siempre debe tomar la iniciativa en nuestra oración, y nosotros simplemente debemos seguirlo. Debemos orar conforme a los sentimientos que Él pone en nosotros. Conforme al mismo principio, a veces Él intencionalmente se tarda en venir para que aprendamos a esperar en Él. No podemos simplemente preocuparnos por nuestra comodidad; antes bien, debemos preocuparnos por lo que a Él le sea más cómodo y esperar. Nunca debemos actuar precipitadamente ni ser impacientes. Por esta razón los salmos nos dicen que debemos esperar en el Señor.
No es nada fácil esperar de esta manera. Ninguno de nosotros pensaría que dos horas es demasiado tiempo para conversar con un amigo íntimo, pero sí consideraríamos que es demasiado tener que esperar dos horas. Esperar exige de nosotros paciencia. Cuando oramos, también necesitamos esperar en Dios. A veces a Dios le gusta probarnos en nuestra oración. Si Él no parece estar cerca de nosotros después que nos hemos vuelto a nuestro espíritu, y si no tenemos ningún sentir en nuestro interior, no debemos iniciar nada. Si no tenemos ningún sentir en nuestro interior, no podemos ofrecer ninguna oración. Debemos aprender a esperar. Cuando Él se mueva, nosotros debemos seguirlo, y mientras no se mueva, debemos esperar en Él.
¿Podemos pasar media hora esperándolo en silencio sin expresar palabra alguna? ¿Podemos decir alegremente a otros que pasamos toda la mañana esperando en el Señor de esta manera? ¿Podemos esperar por un buen tiempo sin orar a Él? Quizás después de esperar por cierto tiempo, tengamos que decirle: “Señor, tengo que irme a trabajar. No puedo esperarte más”. ¿Podemos hacer esto?
Si queremos disfrutar a Dios en oración, debemos aprender estas lecciones. A aquellos que son toscos y precipitados les es difícil orar. En el Antiguo Testamento los vestidos del sacerdote tenían campanillas en el borde inferior. El sonido de las campanillas le advertía al sacerdote que no podía ser descuidado (Éx. 28:34-35). Los que se acercan a Dios no deben ser descuidados. El Señor prefiere que nosotros lo escuchemos a Él. Es por ello que Él reprendió a Marta por estar afanada y turbada por muchas cosas (Lc. 10:41). Creo que si Marta usara los vestidos sacerdotales, se escucharía sin cesar el sonido de las campanillas. Hay muchos que son como Marta. Los que tienen una manera de ser rápida y precipitada no pueden orar. Por lo tanto, tenemos que aprender a esperar pacientemente en el Señor.
Una buena oración a menudo no requiere muchas palabras. En ocasiones no necesitamos decir nada cuando oramos. Simplemente podemos reflexionar meditativamente en Dios. A Él le gusta que nosotros reflexionemos así. Salmos 104:34 dice: “Séale agradable mi meditativa reflexión”. Aquellas oraciones en las que continuamente le hablamos a Dios tal vez no sean buenas oraciones. En una buena oración nosotros contemplamos a Dios y reflexionamos meditativamente en Él.
Tal vez pensemos que reflexionar es algo relacionado con nuestra mente, pero en realidad está conectado con nuestro espíritu. Nosotros activamente reflexionamos sobre los atributos de Dios en nuestro espíritu. Él es fino, tierno, cuidadoso, lleno de dignidad, glorioso y grande. Nosotros reflexionamos sobre Su trato para con nosotros y en las promesas que Él nos ha dado. Mientras reflexionamos, nuestro ser interior es inundado con muchos sentimientos. Nuestras reflexiones meditativas son oraciones, y al mismo tiempo no lo son. Son como palabras, pero a la vez no son como palabras. Son pensamientos que surgen en lo profundo de nuestro ser y son un deleite para Dios.
En resumen, debemos volvernos a nuestro espíritu para contactar a Dios en oración. Estas oraciones no requieren muchas palabras. A veces lo mejor es pasar algún tiempo mirando a Dios o estando callados en Su presencia. Debemos aprender a orar de esta manera. Nunca debemos orar presentando nuestras propias cargas; más bien, debemos dejar de lado nuestras cargas. Debemos decir: “Señor, te doy todas mis cargas y vengo a Ti con un espíritu desprendido”. Debemos estar calmados, volvernos a nuestro espíritu y contemplarlo. Entonces debemos orar conforme al sentir interior. Mientras oramos, debemos continuar contemplándolo. Debemos también esperar y reflexionar meditativamente en Él. Si hacemos esto, tocaremos a Dios y lo absorberemos ricamente por medio de la oración.