
Lectura bíblica: Éx. 12:3-4; 16:14-15; 17:5-6; 1 Co. 5:7; 10:3-4; 1:2; 1 P. 2:2-3; Jn. 6:54-57; Mt. 22:1-2; Lc. 15:18, 21; Hch. 2:4; Ef. 5:18
En el capítulo anterior recalcamos que Dios desea que el hombre le disfrute al comerle y beberle. Aunque a algunos les parezca crudo y burdo que nos expresemos de esta manera, el Nuevo Testamento habla de que Dios se ofreció a nosotros como alimento y bebida. Aunque la expresión comer y beber parezca común e incluso ordinaria, Dios muchas veces usa expresiones comunes para comunicarnos asuntos que son extremadamente misteriosos. Al describir la relación que existe entre Dios y el hombre, no basta decir que el hombre debe recibir a Dios, pues esto puede entenderse como recibir algo meramente de forma objetiva. Aunque hablemos de recibir a Dios en nosotros, esto quizás no comunique adecuadamente el pensamiento, porque recibir algo en nuestro ser no necesariamente significa que lo digerimos al grado en que llegue a ser nuestro elemento constitutivo. La manera más clara y directa es simplemente decir que Dios desea que el hombre le coma y le beba. Esto se debe a que todo lo que comemos y bebemos es asimilado en nosotros y llega a ser parte de nuestro ser. Por lo tanto, “comer” a Dios es la descripción más clara de este pensamiento.
Lamentablemente, el concepto de comer y beber a Dios no está presente en el hombre. Nuestro concepto es el de adorar a Dios, servirle, ser fervientes por Él y hacer algo para Él. Al oír por primera vez expresiones tales como comer a Dios y beber a Dios, es posible que esto nos parezca una palabra difícil de asimilar y entender. El Señor Jesús dijo que Él era el pan de vida que descendió del cielo y que el que viniera a Él nunca tendría hambre, y el que creyera en Él no tendría sed jamás (Jn. 6:35). Él dijo que Su carne es verdadera comida y Su sangre es verdadera bebida (v. 55). Estas palabras confundieron a los judíos. ¿Cómo podían ellos comer Su carne y cómo podían beber Su sangre? Ésta fue una palabra dura para ellos. ¿Quién la podía oír (v. 60)? Pero el Señor Jesús dijo que Su carne es verdadera comida y que Su sangre es verdadera bebida. El que come Su carne y bebe Su sangre en Él permanece, y Él en aquél. Así como el Padre permanece en Él, y Él vive por causa del Padre, de la misma manera, el que le come vivirá por causa de Él (v. 57). Nosotros vivimos por causa de Él cuando le comemos, porque después de comerle, Él entra en nosotros y es digerido por nosotros, y así llega a ser nuestros nutrientes, nuestro elemento. Esto no es difícil de entender. Nosotros vivimos hoy por causa del alimento que comemos. Si no comiéramos, dejaríamos de existir. Es por ello que el Señor dijo que debíamos comerle. Si le comemos, viviremos por causa de Él.
Cuando el hombre considera el cristianismo, su primer pensamiento es que debe hacer el bien y llevar a cabo alguna obra. Las personas a menudo dicen que el cristianismo es una buena religión y que enseña a las personas a hacer el bien. Pero después afirman que puesto que son buenas, no necesitan el cristianismo. Según ellas, únicamente la gente malvada y pobre necesita el cristianismo. Algunos amigos míos me han dicho: “Sé que me estás tratando de convertir por una buena razón; pero no puedo dejar de beber ni de jugar a las apuestas; por lo tanto, no sería bueno que me uniera al cristianismo”. Afirmaciones como éstas muestran que los conceptos de las personas se basan en el comportamiento.
¿Y qué de los conceptos de los cristianos que son salvos por gracia? Aunque nuestro evangelio proclama que no somos salvos por obras sino por gracia y aunque fácilmente reconocemos y confesamos esto con nuestra boca, cuando nos hacemos cristianos de inmediato nos ponemos bajo cierta clase de esclavitud. Por ejemplo, decimos: “En el pasado muchas veces me rebelé contra mis padres, pero de ahora en adelante ya no me rebelaré contra ellos. Muchas veces me enojé y traté mal a mi esposa, pero no volveré a hacer este tipo de cosas”. Algunas hermanas dicen: “Yo antes discutía con mi esposo todo el tiempo. Era algo terrible, pero de ahora en adelante seré una buena esposa. Esta noche estoy siendo bautizada. Tan pronto como me levante de las aguas de este baptisterio, seré una persona nueva y me comportaré como tal”. Sin embargo, nadie puede producir esta clase de “novedad”, pues tan sólo unos días después, el viejo hombre volverá a aflorar. Debido a que ésa es nuestra situación, nunca tenemos el concepto de que Dios se da a nosotros para que le comamos, bebamos y disfrutemos. Nunca he visto a nadie que en el día de su bautismo se haya postrado delante del Señor, diciendo: “Señor, te doy gracias y te alabo. Tú no deseas que haga nada ni me comporte de cierta manera. Lo único que quieres es que te disfrute, te reciba, te coma, te beba y te reciba en mi ser”. Me temo que nadie ha hecho esta clase de oración en el día de su bautismo. En lugar de ello, todos tienen el concepto de que después de bautizarse deben tomar la resolución de abstenerse de ciertas cosas. Como cristianos, centramos nuestra atención en nuestras acciones y comportamiento; raras veces pensamos en comer y beber a Dios. Podemos afirmar que el cristianismo no sabe nada respecto a comer y beber; lo único que sabe es trabajar y tener un buen comportamiento. El cristianismo consiste en trabajar y en andar con el estómago vacío. Sin embargo, este concepto es muy diferente de lo que se halla escrito en la Biblia.
Nosotros siempre decimos que el Señor Jesús es nuestro Salvador. Sin embargo, ¿en qué sentido es el Señor Jesús nuestro Salvador? Alguien hizo una vez un cuadro de un hombre que está en una zanja lodosa y junto a él está el Señor con Su mano extendida. Según esta persona, es así como Jesús nos salva. En otras palabras, después que alguien es salvo, necesita que el Señor lo lleve de la mano derecha para avanzar en su viaje espiritual. No obstante, ¿es así como el Señor Jesús actúa como nuestro Salvador? ¡No! El Señor Jesús no nos salva de una manera externa ni nos lleva de la mano físicamente. En vez de ello, Él es el Señor a quien comemos y bebemos. Nosotros le comemos y bebemos, y Él nos salva interiormente. El Señor Jesús, como una persona a quien podemos comer y beber, le diría al hombre que está en la zanja lodosa: “Pobre hombre, ¿tienes hambre? Cómeme. ¿Tienes sed? Bébeme”. Cuando este hombre reciba al Señor al comerle y beberle, experimentará una operación en su interior, una fuerza interior, la cual lo sacará de la zanja. Después que sea salvo, el Señor no necesitará llevarlo de la mano derecha; pues, estará en su interior, sosteniéndolo y viviendo y andando por medio de él. No es necesario que nadie le enseñe a escoger el camino correcto ni lo exhorte a ser bueno; lo único que él necesita es beber al Señor Jesús por la mañana, y el Señor vivirá, se moverá y operará en su interior. Entonces le será imposible no escoger el camino correcto.
Éste es nuestro Salvador. Muchas veces decimos que confiamos en el Señor, pero el Nuevo Testamento nunca nos habla de confiar en el Señor Jesús de manera externa. Cuando la versión china de la Biblia, Chinese Union Version, usa la palabra confiar, con frecuencia es una traducción equivocada del idioma original. Por ejemplo, en Filipenses 4:13 Pablo dice: “Todo lo puedo en Aquel que me reviste de poder”, pero la versión china lo traduce así: “Todo lo puedo al confiar en Aquel que me reviste de poder”. Nosotros no hacemos las cosas por medio de la confianza que ponemos en Él. Nosotros estamos en Él. Podemos estar en Él, porque Él está en nosotros. Nosotros lo hemos recibido al comerle y beberle. Él está mezclado con nosotros, y nosotros estamos mezclados con Él. No simplemente confiamos en Él, sino que estamos unidos a Él. Él está mezclado con nosotros y ha saturado todo nuestro ser. Por lo tanto, estamos en Él. Debido a que estamos en Él, todo lo podemos. De hecho, no somos nosotros quienes podemos hacerlo todo, sino que es Él quien hace todas las cosas al mezclarse con nosotros. El Señor no nos da una liberación externa y objetiva; Él no permanece en Sí mismo ni tampoco nosotros permanecemos en nosotros mismos. Él no simplemente nos extiende la mano para ayudarnos. Él no es nuestro Salvador de manera objetiva. Nuestra salvación es completamente subjetiva; tiene que ver absolutamente con el hecho de que el Señor entre en nosotros y llegue a ser nuestra comida y nuestra salvación.
Este pensamiento se ve en los tipos del Antiguo Testamento. En el cuadro en el cual Dios libró a los hijos de Israel en el libro de Éxodo, no vemos que Él hubiera levantado Su mano poderosa para sacar a Su pueblo de Egipto uno por uno; antes bien, en este cuadro de la salvación de Dios, vemos que Dios mandó que Su pueblo preparara un cordero por familia. En la noche ellos sacrificaron el cordero y comieron la carne. ¿Cómo la comieron? La comieron con el cayado en la mano y con las sandalias en sus pies. Esto nos habla de un viaje. La fuerza que recibieron ellos para emprender el viaje provino de la carne del cordero. No fue un derramamiento de poder desde lo alto lo que los libró de Egipto, sino que la carne del cordero que ellos comieron fue lo que vino a ser su suministro y fuerza interiores y lo que los sostuvo cuando fueron expulsados de Egipto. Ellos pudieron abandonar Egipto gracias a las fuerzas que recibieron al comer el alimento.
Debido a la falta de alimento, ellos volvieron a sentirse muy fatigados cuando llegaron al desierto. Sin embargo, Dios no dijo: “Hagan esto o aquello”; más bien, les envió el maná del cielo y los alimentó diariamente hasta que quedaran saciados, y así tuvieran las fuerzas para continuar. Asimismo, cuando tuvieron sed, Dios no les dijo que hicieran esto o aquello; en lugar de ello, golpeó una roca y de ella brotó agua, la cual calmó la sed del pueblo. Antes que llegaran al monte Sinaí, Dios había librado a los hijos de Israel completamente por medio del comer y del beber. Ellos comieron el cordero, el pan sin levadura y el maná y bebieron agua de la roca. Este comer y beber les permitió ir adelante en su travesía. Dios no les ordenó que hicieran nada que fuera diferente de comer y beber. Fue debido a que ellos no conocían a Dios ni se conocían a sí mismos que Dios se vio obligado a darles la ley, la cual les impuso Sus requisitos. La ley no era la intención original de Dios. Su intención original era que ellos lo disfrutaran al comerle y al beberle.
¿Qué estaban ellos comiendo y bebiendo? En el Antiguo Testamento el pueblo no lo sabía claramente, pero en el Nuevo Testamento lo sabemos con toda claridad. El cordero que ellos comían era Cristo. En 1 Corintios 5:7 leemos: “Nuestra Pascua, que es Cristo, fue sacrificada”. Nosotros comemos el mismo Cordero. Alabado sea el Señor, Él no sólo es el Cordero redentor que quita los pecados del mundo, sino que, y aún más que eso, Él es un Cordero comestible que se imparte a Sí mismo a nuestro ser. Como Cordero, Él no sólo nos redime de nuestros pecados, sino que además se hace disponible a nosotros como nuestra comida y satisfacción.
Debemos leer Éxodo 12 nuevamente. Los israelitas comieron la carne del cordero, y untaron la sangre sobre los postes y el dintel de sus casas. Ellos no obtuvieron las fuerzas con la sangre; la sangre únicamente podía expiar sus pecados delante de Dios. Fue la carne del cordero, que ellos consumieron, la que les dio las fuerzas para su viaje. Conforme al mismo principio, si el Hijo de Dios hubiera derramado Su sangre en la cruz solamente para redimirnos de nuestros pecados, únicamente habríamos recibido el perdón de nuestros delitos delante de Dios. Pero debemos darle gracias y alabarlo porque también se dio a Sí mismo a nosotros. Al recibirlo en nuestro ser, Él llega a ser nuestra vida. Él no sólo es el Cordero que derramó Su sangre, sino también el Cordero que llegó a ser nuestro alimento.
¿Por qué hacemos memoria del Señor al partir el pan? ¿Por qué comemos el pan y bebemos la copa cuando recordamos al Señor? El Señor pareciera decir: “Este pan es Mi cuerpo, que por vosotros es partido; tomad y comed. Esta copa es Mi sangre, que es derramada por vosotros; tomad y bebed”. Cuando Él murió en la cruz por nosotros, no sólo hizo propiciación por nuestros pecados delante de Dios, sino que también llegó a ser alimento para que le comiéramos. Un cordero o un pollo no puede ser nuestro alimento si primero no lo matamos. De igual manera, el Hijo de Dios fue inmolado para que nosotros lo comiéramos. Es lamentable que el cristianismo pobre, degradado y deforme no sepa nada acerca de este aspecto de la muerte del Señor Jesús. Muchos cristianos únicamente conocen a un Cristo redentor que fue crucificado por ellos. No ven que el Señor es el Cordero que, habiendo derramado Su sangre por nosotros, también es nuestro alimento que podemos comer.
Consideremos ahora el maná. El maná tipifica al Señor Jesús. Cuando los israelitas estuvieron en el desierto, Dios no descendió del cielo para tomar a Moisés, a Aarón y a Miriam de la mano y conducirlos por el desierto. En vez de ello, Dios envió el maná del cielo, y Moisés, Aarón y Miriam comieron el maná y fueron llenos de él a fin de continuar su viaje. Esto es un tipo. ¿Qué es el maná? Sabemos que el maná es un tipo de Cristo, pero las personas que lo comieron no sabían esto. Ellos únicamente vieron algo pequeño y blanco que descendía del cielo y que era como la semilla de cilantro y semejante al bedelio. Así que ellos preguntaron: “¿Qué es esto?”, que es precisamente el significado de la palabra maná. Muchas veces somos como los israelitas en el sentido de que disfrutamos al Señor Jesús, comiéndole y bebiéndole, pero no sabemos que lo que estamos disfrutando es el Señor. Nosotros también hacemos la pregunta: “¿Qué es esto?”. Quizás nos levantamos en la mañana a orar, y en nuestra comunión con Él sentimos un poder que invade nuestro ser y nos capacita para soportar lo que antes no podíamos soportar. En el pasado si nuestra esposa nos decía algo, nos enojábamos, pero ahora nos sentimos contentos y gozosos sin importar cuánto ella se queje. Quizás nos preguntemos: “¿Qué me está sucediendo? Antes me enojaba, pero no me he enojado ni una sola vez. ¿Qué es esto?”. Esto es el maná. Esto es Cristo. Cristo tiene otro nombre que le pusieron aquellos que no están muy familiarizados con Él: ¿Qué es esto? Puesto que Él es alimento que no podemos encontrar en ningún lugar del mundo, no le conocemos pero le disfrutamos. Nosotros conocemos el alimento que normalmente comemos. Sin embargo, aquí tenemos un alimento maravilloso que llega a ser nuestra fuerza en cuanto entra en nosotros, pero no sabemos qué es; por ello, continuamente nos preguntamos: “¿Qué es esto?”. En lugar de preguntarnos qué es, deberíamos declarar llenos de gozo: “Éste es Cristo. Es nuestro glorioso Señor. Él se ha convertido en nuestro alimento; Él ha llegado a ser nuestra satisfacción. No sólo eso, sino que también ha llegado a ser nuestra agua viva que sacia nuestra sed cada vez que lo bebemos. Cristo es la roca espiritual que nos sigue”.
En el Antiguo Testamento el cordero, el pan sin levadura, el maná y el agua viva, todos ellos, son tipos. Cuando vino el Señor Jesús, vino la realidad, el cuerpo de las sombras. El Dios que es el árbol de la vida para el hombre, quien era el pan sin levadura, el maná y el agua viva, se encarnó. Él vino para estar entre los hombres con el propósito de presentarse a Sí mismo a ellos como contentamiento y satisfacción plenos.
En los cuatro Evangelios los hombres vinieron al Señor Jesús, pero no sabían nada respecto a comerle y beberle; lo único que sabían era trabajar. Todos, hombres y mujeres, parecían hacer la misma pregunta: “Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” (Lc. 10:25), o “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?” (Mt. 22:36). Los que vinieron al Señor Jesús estaban atados por el concepto de trabajar y hacer cosas. El Señor Jesús dijo que Él es el pan de vida y que vino para que tengamos vida. Dijo que Su carne es verdadera comida y Su sangre es verdadera bebida. También dijo que si creemos en Él, entrará en nosotros y nosotros naceremos de nuevo. Cuando dijo estas palabras, los oyentes se sintieron confundidos. Incluso Nicodemo, que era un hombre de avanzada edad, se sintió confundido. Preguntó cómo un hombre siendo viejo podía entrar en el vientre de su madre y volver a nacer. Él no entendió las palabras del Señor. Nadie podía entender. Ahora que hemos venido hablando acerca de disfrutar a Dios, a muchos también nos ha parecido dura esta palabra. Quizás nos haya parecido demasiado profunda. Sin embargo, si yo, como escriba o maestro, les dijera que no debemos consumir bebidas alcohólicas ni jugar mah-jong ni enojarnos, sino que debemos someternos a nuestros maridos y amar a nuestras esposas, todos entenderían esto muy fácilmente. Pero cuando decimos que no debemos hacer nada, ni intentar hacer nada, ni considerar nada, es difícil aceptar estas palabras debido a que no tenemos el concepto de comer y beber a Dios.
El Señor repetidas veces dijo que Él era comida para el hombre porque vio la necesidad de hacer frente a este concepto cuando estuvo en la tierra. Las parábolas de Mateo 21 y 22 nos proveen un ejemplo de este concepto. Al final de Mateo 21 el Señor Jesús les presentó una parábola acerca de la viña. Él dijo que Dios alquiló una viña a unos viñadores para que trabajaran en ella. Sin embargo, cuando Dios vino a recoger los frutos, no encontró ninguno. Esta parábola estaba dirigida a los judíos, y en esencia el Señor les estaba diciendo: “Ustedes desean hacer algo, y están tratando de trabajar. Pero su labor no ha producido ningún resultado, no ha dado ningún fruto. Ustedes no pueden hacer nada”. En el capítulo 22 el Señor les contó otra parábola. Él comparó a Dios a un rey que hizo una fiesta de bodas para su hijo. Había matado sus novillos y sus animales engordados, y lo había dispuesto todo. Entonces invitó a muchos a que vinieran a la fiesta de bodas. Ninguno que viene a una fiesta de bodas viene con el pensamiento de trabajar o hacer algo, sino que viene dispuesto a comer. Dios parecía estar diciendo: “Todo está listo. Vengan. No quiero que vengan a trabajar ni a hacer nada. Sólo quiero que vengan a comer, a disfrutar”. En estas dos parábolas el Señor Jesús les estaba diciendo: “Aunque ustedes desean hacer algo, Dios no tiene la menor intención de que hagan nada. Él desea que ustedes coman y beban”. El Señor finalmente fue inmolado como el buey y dado al hombre para que éste le coma. Podemos comparar la cruz a una gran mesa de banquete. El Señor fue inmolado sobre esta mesa y puesto sobre ella para que los hombres le coman. Dios no desea que nosotros hagamos nada; Él no quiere que trabajemos. Su deseo es darnos a Su Hijo para que le disfrutemos. Su Hijo es nada menos que Su corporificación. Por lo tanto, Dios desea ser alimento para nosotros en la persona de Su Hijo.
Esto también se aplica a la parábola del hijo pródigo en Lucas 15. En esta parábola había dos hijos. El menor se extravió pero más tarde se arrepintió. Él tomó una decisión y pareció decir: “Ya no soy digno de ser llamado el hijo de mi padre. Iré y seré uno de sus jornaleros”. El significado de ser un hijo es el de disfrutar; un hijo disfruta de todo lo que el padre tiene, pero un jornalero trabaja y no tiene parte en este disfrute. Así que, el hijo tomó la decisión de ser un siervo, pero cuando llegó a casa, su padre lo vio desde lejos y corrió hacia él y lo besó. Mientras el hijo empezó a decir torpemente el discurso que había preparado, el padre lo interrumpió y ordenó a los siervos que le pusieran el mejor vestido. El padre dijo además: “Traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y regocijémonos” (v. 23). Ésta es una clara descripción de nuestra salvación. Cuando el hijo menor volvió a casa, el gozo consistió en comer el becerro gordo y regocijarse. Debemos notar que la Biblia habla del becerro gordo, no de un becerro cualquiera. ¿Quién es este becerro gordo? Es el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo. Él es el becerro que Dios preparó y dio a los pecadores arrepentidos para que lo coman y disfruten.
El Señor nos presentó un cuadro muy detallado de la salvación en esta corta parábola. El padre primero vistió al hijo con el mejor vestido. No obstante, el mejor vestido por sí solo no trae mucho gozo. El hijo venía a casa con el estómago vacío. Si el padre únicamente hubiera dicho: “Ven, hijo, sentémonos y regocijémonos”, este regocijo no estaría completo porque el estómago del hijo aún estaría vacío. Sin embargo, vemos que el padre mató el becerro gordo y le dio de comer. Por un buen tiempo el hijo únicamente había anhelado llenarse de algarrobas, pero ahora de repente tenía el becerro gordo. Esto era un verdadero regocijo para él. Su regocijo no simplemente se debía al mejor vestido, sino al hecho de poder comer y beber.
Si bien la salvación de Dios tiene el aspecto de ponerse un vestido, también tiene el aspecto de comer. Cuando el hombre estaba en el huerto del Edén, solamente la cuestión de lo que iba a comer era importante. La cuestión de los vestidos ni siquiera se consideraba, porque el hombre aún no había caído. Que el hombre comiera es la intención original de Dios, mientras que el vestido es un remedio para la caída del hombre. Si el hombre no hubiera caído jamás, nunca habría sentido la vergüenza y, por ende, no habría sido necesario el vestido. En términos espirituales, esto significa que nunca habría sido necesaria la obra de justificación. El hombre no estaba contaminado ni era corrupto cuando fue creado. A los ojos de Dios él estaba justificado y era bueno; por lo tanto, no necesitaba el vestido; lo único que necesitaba era comer. Sin embargo, el hombre cayó y vino a ser como un hijo pródigo, por lo que perdió completamente su belleza y aceptabilidad ante el padre. Llegó a ser uno de los que apacientan cerdos, y su ropa se volvió andrajosa, vieja y sucia. Por esta razón, no habría sido suficiente que este hijo pródigo regresara a la casa de su padre y participara del becerro gordo sin antes cambiar su ropa andrajosa por el vestido del padre. Así pues, él debía primero ponerse el vestido de justicia para corresponder a la ropa fina que vestía su padre. Una vez que el hijo está en el mismo nivel que el padre, se puede traer el becerro. Entonces estará completamente en el mismo nivel que el padre.
Lo mismo podemos decir con respecto a un pecador. Cuando recién se vuelve a Dios, él es limpiado con la sangre y recibe al Hijo como su vestido de justicia, pues ha sido perdonado, justificado, aceptado y librado de condenación. Es entonces que recibe al Hijo como alimento para su disfrute. Es lamentable que muchos de nosotros únicamente nos hayamos puesto el vestido; no sabemos que debemos comer del becerro gordo. Externamente estamos vestidos apropiadamente, pero seguimos con hambre. Es por ello que nuestra vida cristiana es tan débil, carente de vida y baja de nutrición. Hoy en día, en el cristianismo la mayoría de las personas únicamente ven el aspecto de la justificación, no el aspecto del disfrute. Únicamente ven el aspecto de ponerse el vestido, pero no el de comer del becerro gordo. Hablando con propiedad, el vestido es una medida que resuelve un problema; pero la intención original de Dios es que nosotros le comamos y bebamos. Debido a que caímos y nos contaminamos, primero tenemos que ser limpiados y justificados a fin de comerle y beberle. Éstas son medidas que resuelven un problema; son medidas que nos hacen dignos para poder comerle y disfrutarle. Ponernos el vestido no nos trae regocijo; pero comer y beber sí nos hacen regocijarnos. Cuando recibimos al Hijo de Dios, cuando hemos comido del cordero y del becerro engordado, hay un regocijo genuino en nuestro ser interior. Cuando le comemos y bebemos, disfrutamos de manera práctica las riquezas de la salvación y somos llenos interiormente. Entonces es muy fácil llevar una vida que se conforma a Su voluntad. Éstos son los asuntos centrales de la Biblia. Son el corazón y el meollo de la Biblia. Debemos entender que el pensamiento en torno al cual gira la salvación de Dios es que Él desea ser nuestra comida, nuestra bebida y nuestro disfrute.