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Mensajes del libro «Cómo disfrutar a Dios y cómo practicar el disfrute de Dios»
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CAPÍTULO NUEVE

DISFRUTAR A DIOS AL RECIBIR EL ESPÍRITU

  Lectura bíblica: Sal. 27:1; Jn. 6:63; 7:37-39; 14:6; 15:4-5; 1 Jn. 2:27-28; 3:24; 4:13; 5:20

EMBRIAGARNOS DEL ESPÍRITU SANTO

  Quisiera recalcar la palabra come en Juan 6:57 y beba en 7:37. Después que el Señor habló acerca de comerle a Él en 6:57, Él dijo en 7:37 que el que tiene sed debe venir a Él y beberle. Nunca debemos pensar que la idea de comer y beber al Señor es algo que hemos inventado nosotros. No, lo que hemos dicho al respecto se basa enteramente en las palabras del Señor Jesús.

  Beber el agua viva se refiere al hecho de beber del Espíritu. Cuando el Señor Jesús habló estas palabras, aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado. Por lo tanto, en la noche del día de la resurrección, el Señor vino y, puesto en pie en medio de los discípulos, sopló en ellos y les dijo: “Recibid al Espíritu Santo” (20:22). Desde ese día en adelante los discípulos bebieron del Espíritu. En el día de Pentecostés el Espíritu Santo descendió y llenó a los discípulos. Ésta fue una ocasión en la que bebieron aún más del Espíritu. Una vez que fueron llenos del Espíritu, comenzaron a hablar en diversas lenguas. Ellos eran como personas embriagadas que no cesan de hablar. Quienes los escuchaban no podían entender lo que decían. Puesto que no podían entender lo que estaba sucediendo, dijeron que los discípulos estaban llenos de mosto, de vino nuevo. Sin duda alguna, ellos estaban llenos, pero no de vino nuevo sino del Espíritu. Ellos estaban embriagados del Espíritu, no de vino. Puesto que el Espíritu es Dios hecho real al creyente, esto significa que ellos estaban embriagados de Dios, no de vino. Ellos estaban “locos” a causa de Dios, no a causa del vino. Creo que el Señor me permite decirles lo siguiente: cuando un hombre está borracho, se vuelve loco y habla con delirio; habla de todo lo que se le antoja sin ningún temor ni reserva. El día de Pentecostés los discípulos sin duda estaban embriagados; ellos estaban embriagados de Dios, estaban llenos de Él. Es por eso que se comportaban como “locos”.

  No debe sorprendernos escuchar la palabra locos. Hablando con propiedad, si nunca hemos estado locos en nuestra experiencia como cristianos, nuestra fe en el Señor no es muy fuerte. En 2 Corintios 5:13 Pablo dice: “Porque si estamos locos, es para Dios”. Estar loco es estar fuera de sí. Dios puede hacer que una persona esté fuera de sí misma. Como cristianos que somos, ¿alguna vez hemos estado locos? Este versículo continúa diciendo: “Si somos sensatos, es para vosotros”. Esto significa que el apóstol era sensato para con los hombres y loco para con Dios. Algunos cristianos son sensatos delante de los hombres y sensatos delante de Dios; nunca han estado locos, porque nunca han estado embriagados de Dios.

  Otro pasaje de la Biblia, Hechos 26:24-25, también habla acerca de estar loco. Estos versículos dicen: “Diciendo él estas cosas en su defensa, Festo a gran voz dijo: Estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco. Mas Pablo dijo: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura”. Según su modo de pensar, Pablo estaba expresando palabras de verdad y de cordura, pero para los que lo interrogaban él estaba loco. Él estaba hablando con locura mientras presentaba su defensa, es decir, no estaba hablando de manera común y ordinaria. Pablo estaba “loco” porque interiormente estaba lleno y embriagado de Dios; estaba lleno del Espíritu Santo.

  Muchos de nosotros podemos testificar que cuando inhalamos a Dios por medio de la oración, somos llenos del Espíritu Santo. El Espíritu puede ser comparado al vino nuevo; cuanto más bebemos de Él, más somos llenos interiormente de Él. Cuando estamos llenos del Espíritu, no podemos evitar estar locos, porque es como si estuviéramos andando sobre las nubes. Nuestra alabanza ya no es una alabanza común, y nuestro cantar tampoco es un cantar común. Somos como “locos” delante de Dios; estamos embriagados de Dios.

  No sólo necesitamos comer de Dios y beber de Él, sino también embriagarnos de Él. Esto es beber de manera intensa, y no simplemente tomar un sorbo. Debemos beber al punto en que todo nuestro ser sea lleno de Dios. Entonces nuestra predicación del evangelio será poderosa, y daremos testimonio del Señor con denuedo. El hecho de que algunos hermanos y hermanas tengan temor de testificar por el Señor demuestra que no tienen lo suficiente de Dios, que no tienen lo suficiente del Espíritu. Todos los que están embriagados del Espíritu son osados. Todo lo que Dios les confía o encarga decir, lo dicen sin ningún temor. Son como Pedro cuando declaró delante de los gobernantes: “Juzgad si es justo delante de Dios escuchar a vosotros antes que a Dios” (4:19). Los apóstoles sin duda alguna estaban en un estado de embriaguez y locura. Ellos testificaron que Jesús, a quien los judíos habían crucificado, fue resucitado por el Dios de sus padres, puesto que era imposible que la muerte lo retuviera. Ellos parecían estar diciendo: “Estamos aquí hoy testificando de Su resurrección. Si Él no hubiera resucitado, no tendríamos tanto denuedo. Él es viviente, y Él vive dentro de nosotros. Como Espíritu, Él ha entrado en nosotros, nos ha llenado e incluso nos ha embriagado. Es por eso que no le tememos a nada”.

  Debemos ver que Dios no es solamente comible y bebible, sino también embriagante. No sólo podemos comer a Dios y beberle, sino que también podemos ser embriagados por Él y con Él.

TODO LO RELACIONADO CON QUE DIOS ESTÉ EN EL ESPÍRITU

  Los que se acercaron al Señor Jesús cuando estuvo en la tierra pensaron que Él era un maestro, un rabino, y que Él había venido a enseñarles a los hombres como debían comportarse. Sin embargo, el Señor Jesús les mostró una y otra vez que no había venido a dar enseñanzas a los hombres. Él no era un maestro ni un rabino. Él es vida; es el pan de vida, y vino para que los hombres le recibieran como alimento, y no para impartirles enseñanzas. Por esta razón, Él a menudo habló de ser comido por los hombres. A veces usaba parábolas, y otras veces hablaba en términos sencillos. El pasaje más claro está en Juan 6 donde el Señor le dijo a la multitud alrededor de Él que Su carne era verdadera comida y Su sangre era verdadera bebida, que los que comieran Su carne y bebieran Su sangre tendrían vida eterna, y que los que le comieran vivirían por causa de Él.

  Cuando el pueblo escuchó estas palabras, no las entendieron y pensaron: “¿Cómo puede este hombre ser comido? ¿Cómo podemos comer Su carne y beber Su sangre?”. El Señor entonces, a continuación, les explicó que el Espíritu es el que vivifica, el que da vida, y que la carne para nada aprovecha. Al decirnos que comiéramos Su carne y bebiéramos Su sangre, Él no se estaba refiriendo a Su carne visible, porque Su carne visible no puede dar vida. El Espíritu es el que da vida. El Señor Jesús claramente explicó que nosotros podíamos comerle al volvernos a nuestro espíritu, porque Él es el Espíritu. A fin de comer al Señor, beber de Él y disfrutarle, debemos volvernos al Espíritu que está en nuestro espíritu.

  El Señor en Juan 6 dijo que Él es el Espíritu, y cuando le dijo al pueblo que le bebieran en el capítulo 7, dijo una vez más que Él era el Espíritu. Comerle a Él es comer al Espíritu, y también beberle a Él es beber al Espíritu. Tanto el comer como el beber son asuntos que se llevan a cabo en el Espíritu.

  Necesitamos saber que Dios, en cuanto a Su esencia, es Espíritu. Cuando el Señor Jesús habló con la mujer samaritana, le dijo que la adoración apropiada no es la que se ofrecía en ese monte ni en Jerusalén, sino que Dios es Espíritu y que los que le adoran deben adorarle en espíritu. Fundamentalmente, Dios es Espíritu. Es difícil comer y beber a Dios si lo consideramos una persona física o visible. Debemos ver que Dios es Espíritu. Si entendemos esto, no nos resultará difícil recibir a Dios y asimilarlo.

  Hoy en día nuestro Dios no es simplemente el Espíritu Santo. Hay mucho más que podemos decir acerca de Él. Un día el Dios que es Espíritu entró en la humanidad. Dios nació de una mujer y se hizo hombre. Éste es Jesús, la Palabra encarnada. En ese momento Dios el Espíritu entró en la humanidad y se mezcló con el hombre. Él se vistió de carne humana y tomó forma de hombre. Llevó una vida humana por treinta y tres años y medio, la cual fue una vida humana perfecta. Éste fue el primer paso.

  En Su segundo paso, Él murió en la cruz. En Su muerte en la cruz, Él llevó nuestros pecados. Él derramó Su sangre para resolver el problema de nuestros pecados delante de Dios. Mientras Él era juzgado y crucificado, el pecado mismo estaba siendo juzgado y crucificado. Por un lado, Él resolvió el problema de nuestros pecados delante de Dios; por otro, el pecado que mora en nosotros también fue juzgado. En la cruz, Él también crucificó nuestra carne, la vieja creación, y juzgó a Satanás y el mundo. Él gustó la muerte por nosotros y destruyó el imperio de la muerte. Así pues, Su muerte en la cruz resolvió estos seis problemas: los pecados, el pecado, nuestra carne, que es la vieja creación, Satanás, el mundo y la muerte. Estas seis cosas fueron juzgadas en la cruz por medio de la muerte del Señor Jesús.

  En Su tercer paso, Él salió de la muerte y entró en resurrección, plenamente venciendo y trascendiendo así la esfera de la muerte para entrar en Dios. Cuando entró en Dios, entró junto con Su humanidad. Cuando ascendió a los cielos, Su humanidad también fue elevada a los cielos.

  Por último, en Su último paso, en Su resurrección y ascensión, el Señor llegó a ser el Espíritu. Dios, quien es Espíritu, se encarnó para ser un hombre en la tierra. Él se mezcló completamente con el hombre. Experimentó el vivir humano y fue crucificado en la cruz, con lo cual fue resuelto el problema de los pecados del hombre y los problemas relacionados con el pecado, la carne, Satanás, el mundo e incluso la muerte. En otras palabras, Él quitó todos los obstáculos que nos impedían acercarnos a Dios. Después de esto salió de la esfera de la muerte y entró en la esfera de la resurrección y ascensión, con lo cual introdujo Su humanidad en Dios. Nuestro Dios ahora ha llegado a ser este Espíritu. Todos los procesos, los pasos y los elementos en Dios se hallan de manera todo-inclusiva en el Espíritu. El Espíritu Santo ya no es tan sencillo; en Él se incluyen muchas cosas. En el Espíritu están el Padre, el Hijo, la encarnación, la unión con el hombre, el vivir humano, la crucifixión y el que se ponga fin a los pecados y al pecado mismo. En esta persona se encuentra la solución a los problemas de la carne, Satanás, el mundo y la muerte. Hay victoria sobre la muerte en la resurrección. En esta persona también tenemos nuestra entrada en Dios por medio de la introducción de la humanidad en Dios mediante la ascensión. Hoy en día todos estos asuntos se incluyen en el Espíritu.

  Debemos recordar que el Dios a quien contactamos hoy es este Espíritu. El Dios a quien inhalamos y a quien recibimos al comer y beber de Él es este Espíritu. El Padre está en Él, y el Hijo también está en Él. La encarnación, la unión con el hombre, el vivir humano y la crucifixión, todo ello, se halla en Él. El que se ponga fin a los pecados, la solución al pecado y a los problemas de la carne, Satanás, el mundo y la muerte también se hallan en Él. La resurrección está en Él. También en Él se incluye el hecho de que el hombre está en Dios y ha sido introducido a los cielos. Todos estos procesos y todos estos elementos ahora se incluyen en Él.

  Por ejemplo, podemos añadir jugo de uvas y azúcar a un vaso de agua. Cuando lo bebemos, recibimos el jugo de uvas, el azúcar y el agua. Todos estos ingredientes se incluyen en esta bebida. Ahora el Padre está en el Hijo, y el Hijo está en el Espíritu. Por lo tanto, todo lo que es del Padre se incluye en este Espíritu, y todas las experiencias y logros del Hijo también se incluyen en este Espíritu. Por lo tanto, podemos afirmar que todo lo que el Dios Triuno es y ha hecho se incluye en este Espíritu. Por esta razón, es conveniente y necesario comer y beber de Dios, porque hoy en día Él es el Espíritu. Siempre y cuando inhalemos al Espíritu, podremos comer y beber de Dios.

  Es preciso que veamos que Dios es el Espíritu. Él pasó por el proceso de encarnación, vivir humano, muerte, resurrección, ascensión y glorificación. Todos estos asuntos están ahora en el Espíritu. El Señor dijo que el Espíritu es el que da vida. También dijo que recibir al Espíritu es beberle. Por consiguiente, comer y beber son acciones que dependen del Espíritu. El Señor también dijo que Dios es Espíritu, y que los que le adoran y tienen contacto con Él, deben hacerlo en espíritu. Dios se ha dado a nosotros como nuestro alimento. Él desea entrar en nosotros a fin de ser nuestro todo. Su deseo es que nosotros le comamos y bebamos. Pero, ¿cómo le comemos y bebemos? Sus palabras dejan claro que el comer y el beber se efectúan en la esfera espiritual, y no en la esfera física. La carne física para nada aprovecha; el Espíritu es el que da vida. Así que, lo único que necesitamos hacer es aprender a ejercitar nuestro espíritu para contactar a Dios.

  A fin de recibir cualquier cosa, necesitamos usar el órgano adecuado. Por ejemplo, recibimos el sonido con nuestros oídos, los colores con nuestros ojos, el alimento con nuestra boca y el aire con nuestros pulmones. Es claro que para recibir cualquier cosa debemos usar el órgano correcto. Debido a que Dios no es un objeto, no existe posibilidad alguna de que lo recibamos con nuestros sentidos físicos. No podemos tocar a Dios, oler a Dios, gustar a Dios, ver a Dios ni escuchar a Dios. Es inútil que tratemos de contactar a Dios con nuestros cinco sentidos. Pero como les he dicho repetidas veces, hay otro órgano en nosotros: nuestro espíritu. Dentro de cada uno de nosotros hay un espíritu. Debemos contactar a Dios y recibirlo con este espíritu.

  Algunas personas ejercitan su mente en vez de su espíritu cuando oran. Cuando les viene a la mente una frase, la expresan, y también expresan la siguiente frase que les viene a la mente. Oran conforme a los pensamientos de su mente. Cuando su mente se distrae con otras cosas, ellos espontáneamente también oran conforme a dichas cosas. Una vez el pastor de una denominación le pidió a un anciano que orara al final del sermón. Debido a que durante el sermón el anciano había estado preocupado con su negocio, sin quererlo terminó expresando en su oración algunas frases relacionadas con su negocio. Toda la congregación se echó a reír. Aunque esto tal vez parezca chistoso, nosotros también hemos orado de esta manera. Hemos hecho oraciones que en realidad no eran oraciones. Las oraciones que proceden de la mente son un estorbo, pues nos impiden comer y beber a Dios y, por ende, nos impiden recibirle. No importa cuántas oraciones hagamos con nuestra mente, ninguna de ellas nos llevará a tocar a Dios.

  Dios es Espíritu. Por lo tanto, recibir a Dios y asimilarlo es un asunto completamente relacionado con el espíritu. Debemos restringir nuestra mente cuando oremos. Debemos ejercitarnos para orar con nuestro espíritu. En vez de dedicar tiempo para pensar por cuáles asuntos orar, debemos prestar atención a nuestro sentir interior. Al arrodillarnos delante del Señor, es posible que no tengamos ninguna palabra que expresar. Sin embargo, debido a una carga muy pesada, a una presión que sentimos en nuestro espíritu, podemos gemir y suspirar delante de Dios. Ésta es una oración muy genuina. ¿Han tenido ustedes esta clase de experiencia? Por lo general, gemimos en nuestra oración cuando nos encontramos en una situación difícil, debido a que la situación agota la capacidad de nuestra mentalidad. Cuando el sufrimiento es intenso, nuestra mente no puede controlar la situación, y el espíritu es liberado por medio de nuestro gemir delante de Dios. Ésta es la mejor clase de oración; es la clase de respiración más preciosa.

  Debemos aprender a detener nuestros pensamientos y contactar a Dios en espíritu no sólo cuando oramos, sino también mientras caminamos por la calle, cuando vamos en el autobús o mientras trabajamos. Cuanto más tiempo pasemos en el espíritu, más contacto tendremos con Dios y más le absorberemos, comeremos y beberemos. No se trata de lo que oramos, pues, asimilaremos a Dios en tanto que nos volvamos a nuestro espíritu.

ASIMILAR AL ESPÍRITU ES DISFRUTAR A DIOS COMO NUESTRO TODO

  Si aprendemos a asimilar a Dios en nuestro espíritu, le experimentaremos como el todo, y Él será todo lo que necesitamos. Al asimilarle de esta manera, descubriremos que Dios es nuestro consuelo cuando necesitamos consuelo; que Él es nuestro poder cuando necesitamos poder; que Él es la palabra cuando necesitamos una palabra; que Él es luz cuando necesitamos luz; que Él es nuestra paciencia cuando necesitamos paciencia; que Él es amor cuando necesitamos amor; que Él es santidad cuando necesitamos santidad; que Él es nuestro camino cuando necesitamos un camino; y que Él es sabiduría cuando necesitamos sabiduría. Todos los padres necesitan ser comprensivos con sus hijos. En cuanto recibimos a Dios, Él llega a ser nuestra virtud de ser comprensivos. Asimismo todos los hijos deben honrar a sus padres y obedecerlos. En cuanto recibimos a Dios en nuestro ser, tenemos la capacidad para honrar y obedecer. Nuestro Dios es todo para nosotros conforme a nuestra necesidad. Cuando nosotros le asimilamos, Él llega a ser todo lo que necesitamos. ¡Esto es maravilloso!

  En una boda tradicional, el pastor, basado en las Escrituras, le pide al marido que ame a su esposa y a la esposa que se someta a su marido. Sin embargo, es difícil encontrar a una pareja en la que haya mutuo amor y obediencia. Esto se debe a que el amor que el esposo necesita para amar a su esposa no es algo que proviene de enseñanzas, ni la obediencia que la esposa necesita para obedecer a su esposo es algo que proviene de instrucciones. El amor es simplemente Dios mismo, y la sumisión es también Dios mismo. Cuando el esposo ejercita su espíritu —aunque sea un poco— para inhalar a Dios, no puede evitar amar a su esposa. Incluso la esposa más antipática llegará a ser preciosa. Esto se debe a que Dios mismo es simplemente el amor. De la misma manera, si la esposa inhala a Dios, el Dios Triuno, o sea, el Padre que está en el Hijo y el Hijo que es el Espíritu, entrará en ella. No es necesario que ella reciba enseñanzas, pues simplemente obedecerá de manera absoluta. Cuando Dios entra en el esposo, Él llega a ser el dulce amor en el esposo, y cuando entra en la esposa, llega a ser la absoluta sumisión en la esposa.

  ¿Alguna vez han notado el número de veces que la Biblia nos dice lo que Dios es? Dios es luz; Dios es poder; Dios es comida; Dios es el agua viva; Dios es sanidad; Dios es paz. El Señor dice que Él es el camino, la verdad y la vida. Él es la luz del mundo. Él lo es todo. ¿Necesitamos denuedo? Dios es nuestro denuedo. La razón por la que no somos tan osados es que no tenemos a Dios. Cuando seamos llenos de Dios como resultado de beberle, tendremos denuedo. La razón por la que no tenemos elocuencia es que no tenemos a Dios. En griego la palabra elocuencia es la misma que se traduce hablar. El hablar está relacionado con la Palabra, y la Palabra es Dios; por consiguiente, la elocuencia es Dios. Cuando decimos que no tenemos elocuencia, lo que estamos diciendo es que no tenemos a Dios. Los hermanos que dan mensajes no debieran quejarse diciendo que no tienen elocuencia. El hecho de que digan que no tienen elocuencia demuestra que no tienen suficiente de Dios. Cuando seamos llenos de Dios, ciertamente seremos llenos de elocuencia y de palabras. ¿Necesitamos ser persuasivos? Dios es nuestra persuasión. No debe preocuparnos si nuestro hablar es elocuente o persuasivo si hemos sido llenos y satisfechos con Dios antes de hablar y si continuamos inhalándolo mientras hablamos. Creo que no es necesario decir mucho al respecto. Nuestra carencia de cualquier cosa es una señal de nuestra carencia de Dios. En tanto que seamos llenos de Dios, no nos hará falta nada, pues Dios lo es todo. El apóstol Pablo dijo que todo lo podía gracias al poder de Aquel que lo revestía de poder. Dios lo es todo; no hay ninguna cosa que Él no sea. Mientras nosotros lo disfrutemos, asimilemos y permanezcamos en Él, podremos hacerlo todo. La clave radica en recibir a Dios en nuestro espíritu. Debemos aprender a recibir a Dios durante todo el día con nuestro espíritu. Debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu incluso cuando vamos caminando por la calle. Incluso cuando estemos más atareados debemos aprender a tener comunión con Dios en nuestro espíritu. Por favor, no me malinterpreten, pero tenemos que aprender a ejercitar nuestro espíritu aun cuando nos enojamos. Si aprendemos a tener comunión con Dios en nuestro espíritu cuando estamos a punto de enojarnos, nuestro enojo se desvanecerá. Cada vez que estemos a punto de enojarnos, debemos inhalar a Dios profundamente, y nuestro enojo desaparecerá.

  Por consiguiente, en cualquier circunstancia y en cualquier momento, tenemos que aprender a contactar a Dios y a disfrutarle en nuestro espíritu. Dios es el Espíritu omnipresente. Él es también el Espíritu que todo lo penetra; no hay ningún lugar que sea demasiado lejos para Él. Sea cual sea nuestra condición, Él está dispuesto a acercarse a nosotros. Incluso cuando pensamos que estamos en nuestros peores momentos, Él está dispuesto a ser recibido por nosotros. Debemos comprender que podemos recibirlo y contactarlo en nuestro espíritu, aun en los momentos en que nos hallamos más deprimidos. Una vez que Él entra, todos nuestros problemas son resueltos. Creo que ahora entendemos que aunque tengamos millares de necesidades, nuestra única solución es el Dios viviente. Él lo es todo. Él es la solución para cualquier necesidad que tengamos. ¡Él es el todo en todo!

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