
En este capítulo quisiéramos pasar a ver las cosas con las cuales debemos tener cuidado al cumplir con los deberes de colaboradores y de ancianos. En el capítulo anterior ya abarcamos, en el lado negativo, tres asuntos acerca de los cuales debemos estar alertas, a saber, la ambición, el orgullo y la autojustificación. En este capítulo veremos que debemos tener cuidado con ciertas cosas positivas. La Biblia menciona gran número de cosas positivas. Además, lo que se menciona en los libros del hermano Nee y en los míos son las cosas positivas mencionadas en la Biblia. He dado entre tres mil y cuatro mil mensajes en los Estados Unidos que abarcan estas cosas positivas. Lo que debemos atender es el “no” relacionado con estas cosas positivas. Hay demasiado “no” en nosotros. Ciertamente, la Biblia habla de muchas cosas positivas, y el hermano Nee y yo también hemos hablado de estas cosas durante varias décadas. Pero, pocos son los que ponen en práctica lo que han oído, y muchos los que no lo hacen.
Algunos tal vez digan: “Hermano Lee, ¿significa esto que no amamos al Señor?”. Muchas personas que están en el recobro del Señor verdaderamente aman al Señor y están dispuestas a pagar el precio; ellas también han visto la luz y la revelación, de modo que conocen la economía de Dios y, más aún, el recobro del Señor; además, están llevando la vida de iglesia en el recobro del Señor y están aprendiendo a edificar el Cuerpo de Cristo. Por esto adoro al Señor. No obstante, cuando observo cuidadosamente, me doy cuenta de que la obra que los colaboradores llevan a cabo y la condición de las iglesias que están bajo el pastoreo de los ancianos, no nos son satisfactorias. No estamos satisfechos porque no ponemos en práctica lo que hemos visto. Las muchas revelaciones que hemos visto en la Biblia las hemos expresado e imprimido en libros; también se han escrito muchos himnos. Pero frecuentemente me pregunto primero si yo vivo conforme a esta luz y revelación de la Biblia o no. Admito ante el Señor que aunque El me ha inspirado a dar estos mensajes y a componer estos buenos himnos, yo no vivo estrictamente conforme a la revelación ni a la inspiración que el Señor me ha dado.
La primera estrofa de Himnos, #215 dice: “Oh Cristo, mi buen Salvador, / En verdad, radiante y divino; / El infinito, eterno Dios, / Finito en tiempo, se humanó”. El Dios infinito que estaba en la eternidad llegó a ser un hombre finito en el tiempo. ¿En dónde El llega a ser un hombre finito? El como hombre finito está en nosotros. ¿Tenemos la experiencia de estos dos versos? El Señor, quien es la corporificación del gran Dios, era el Dios infinito en la eternidad, pero entró en nosotros los seres humanos, quienes somos muy pequeños, a fin de ser un hombre finito. Alabado sea el Señor, porque para nosotros el vivir es Aquel que es el Dios infinito, el Dios de la eternidad. Aunque somos hombres finitos en el tiempo, El vive en nosotros. Debemos aprender a aplicar la verdad de este modo. De no ser así, aunque tengamos una Biblia y un himnario muy buenos, no los podremos aplicar a nosotros.
El coro de este himno dice: “¡Oh, Cristo del gran Dios: la expresión! / ¡Abundante, muy rico es El! / Dios mezclado con humanidad / Vive en mí, mi todo es El”. Necesitamos aprender a aplicar estas palabras en nuestra vida cotidiana.
La estrofa 2 dice: “En Ti mora la plenitud / Del gran Dios y expresas Su gloria; / Hiciste en carne redención, / Y como Espíritu la unión”. Estos versos son sumamente buenos, pero no debemos simplemente apreciarlos. Necesitamos preguntarnos si ésta es la vida que llevamos nosotros. La gloria de Dios se manifestó en El, pero ¿está El manifestado en nosotros hoy? Además, ¿es el Espíritu uno conmigo hoy? Ustedes esposos, cuando hablan con sus cónyuges, ¿es Cristo uno con ustedes? Tal vez en la experiencia sólo puedan decir: “Hiciste en carne redención”, pero no pueda decir: “Y como Espíritu la unión”. Por consiguiente, aunque cantemos este himno, no tenemos su realidad.
La estrofa 3 dice: “El Padre Su todo te dio, / En Espíritu te tomamos, / Por el Espíritu en mí, / Yo te experimento así”. Esta es una estrofa excelente. Todo lo que el Padre tiene fue recibido por el Hijo, y todo lo que el Hijo es fue dado al Espíritu. Este Espíritu entra en el nuestro para llegar a ser nuestra realidad, a fin de que el Espíritu todo-inclusivo sea nuestra experiencia. ¿Han llegado estas palabras a ser nuestra experiencia? ¿Tenemos esta realidad en nuestra vida? Si analizamos nuestra condición, tenemos que decir que no tenemos tal experiencia.
En un capítulo anterior vimos que la degradación de la iglesia se debe a que no disfrutamos al Cristo que está en nuestro espíritu. En 2 Timoteo 4:22 dice: “El Señor esté con tu espíritu. La gracia sea con vosotros”. Para vencer el cristianismo degradado de hoy, necesitamos disfrutar a Cristo en nuestro espíritu como nuestra porción para que El sea nuestra gracia abundante. Hermanos, necesitamos agachar nuestra cabeza y confesar que no hemos alcanzado esto. Entre nosotros, tenemos la luz presentada en los libros y en los himnos, pero hemos pasado por alto la experiencia práctica en nuestra vida.
Aunque cantemos un buen himno, los cónyuges aún discuten. No dejamos que el Espíritu haga que el Señor sea real en nosotros para que experimentemos al Señor. En nuestra experiencia, en vez de dejar que el Espíritu haga que el Señor nos sea real, dejamos que nuestro enojo y nuestro carácter nos lo sean. Cuando cantamos este himno, debemos cantarlo con lágrimas, diciendo al Señor: “Señor, el Padre Su todo te dio, en Espíritu te tomamos, por el Espíritu en mí, yo te experimento así. Perdóname, Señor, porque yo no soy así. Necesito que Tu Espíritu te me haga real, a fin de que Tú llegues a ser mi experiencia”. Necesitamos llorar mientras cantamos. Esto es lo que debemos tener, incluso diariamente. El cristianismo es pobre; la luz que tenemos es rica. Pero raras veces aplicamos estas riquezas a nuestra vida cotidiana. Como resultado, muy poco de las riquezas de Cristo se manifiesta en nuestro vivir. Por eso, la carga que reposa sobre mí hoy es muy pesada. Estoy muy contento de que podemos tener esta reunión. Muchos ancianos y colaboradores del recobro del Señor por todo el mundo están aquí. Quisiera aprovechar la oportunidad para dar una palabra de amor. Hermanos, ¡despierten! Tenemos los mensajes y los himnos, pero nuestra vida práctica no llega a este nivel.
La estrofa 4 de este mismo himno dice: “Es por Tu Palabra eficaz / Que el Espíritu me da vida; / Tocándola recibiré / Tu misma esencia en mi ser”. En nuestra vida diaria, ¿dejamos que el Espíritu haga que el Señor sea real en nosotros mediante Su palabra viviente? ¿Tocamos al Espíritu y recibimos la palabra del Señor a cada instante para recibirle como nuestro suministro?
Si comparamos las palabras poéticas de este himno con nuestra vida, encontraremos que hay mucha discrepancia. Tenemos este himno, pero tenemos muy poco de la realidad de lo que expresa. Cuán pobre es nuestra vida cuando la comparamos con las inescrutables riquezas de Cristo. Pablo dijo que él anunciaba a los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo (Ef. 3:8). Si deseamos anunciar a las personas las inescrutables riquezas de Cristo, necesitamos experimentarle ricamente en nuestra vida. Las riquezas de Cristo son inescrutables, pero ¿cuánto de la realidad tenemos en nuestro interior? Por consiguiente, ésta es una advertencia; es algo con lo cual debemos tener cuidado.
Pablo dijo: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte” (Fil. 3:10). Configurarse a la muerte de Cristo significa recibir Su muerte como el molde de la vida. En la vida de usted, la muerte de Cristo ha obrado en usted hasta el punto de que usted es simplemente la muerte de Cristo. Ha sido moldeado según Su muerte; usted es simplemente la forma de la muerte de Cristo. Si un colaborador o un anciano llega tarde a la reunión y avanza ostentosamente a la primera fila y se sienta allí, ¿es esto la forma de la muerte de Cristo? Puesto que usted llegó tarde, debe ser humilde y no sentarse allí; está bien que se siente atrás. Mientras que está sentado humildemente atrás, debe agachar la cabeza y orar al Señor diciendo: “Perdóname, Señor, por llegar tarde a la reunión”. Esta es la forma de la muerte de Cristo. Mientras que está sentado allí, usted es simplemente la forma de la muerte de Cristo. Entonces en el momento apropiado, puede ponerse de pie y decir: “Hermanos y hermanas, siempre les he animado a llegar temprano a las reuniones, incluso por lo menos cinco minutos antes de la hora designada. Hoy me siento avergonzado porque llegué cinco minutos tarde. Me siento verdaderamente avergonzado; no soy digno de sentarme al frente. Me sentaré atrás. Les ruego a todos que me perdonen”. Esta es la forma de la muerte de Cristo. Usted simplemente es la muerte de Cristo expresada. Si llega tarde y se sienta en la primera fila de modo altivo, eso no es la muerte de Cristo; ésa es una grotesca forma de orgullo.
Del mismo modo, un esposo y una esposa no deben condenarse; al contrario, deben siempre pedirse el uno al otro disculpas. De este modo tanto el esposo como la esposa son la muerte de Cristo y la expresan en su vida. Todos los que les vean serán edificados. La Biblia nos dice que incluso al disciplinar a nuestros hijos, no debemos provocarlos a ira (Ef. 6:4). Disciplinar a nuestros hijos sin provocarlos a ira es algo que simplemente no podemos hacerlo en nuestro hombre natural. Podemos hacer esto sólo al configurarnos a la muerte de Cristo y al vivirle. A menos que nos hayamos configurado a la muerte de Cristo todo lo que tenemos es carne, orgullo y discusiones. Si usted no se configura a la muerte de Cristo, esto significa que no niega (no hace morir) su yo, su hombre natural, el carácter que tiene de nacimiento, su carne, sus preferencias ni su ambición (Fil. 3:10b; Mt. 16:24; Gá. 2:20; 5:24). Esto es algo con lo cual debemos tener cuidado.
Tenemos en nosotros el espíritu mezclado. El espíritu mezclado es el Espíritu de Dios, es decir, el Espíritu del Señor, unido a nuestro espíritu como uno solo. El espíritu mencionado en Romanos 8:4-6 se refiere al espíritu mezclado. En nuestra vida debemos estar alerta no sea que no andemos ni existamos estrictamente conforme al espíritu mezclado (Ro. 8:4).
Nuestra mente siempre es una “criatura extraña” que nos domina. Si usted no puede dormir, se debe a esa criatura extraña. Si su corazón está turbado y ansioso, también se debe a ella. La Escritura dice que no debemos estar ansiosos en nada, pero ¿somos así? ¿Ponemos nuestra mente en el espíritu (Ro. 8:5-6)? No separe su mente de su espíritu; más bien, deje que su espíritu llegue a ser el espíritu de su mente (Ef. 4:23). Este espíritu de la mente es un espíritu que renueva. Ser renovados significa que somos renovados en el espíritu de nuestra mente. Cuando nuestro espíritu y nuestra mente se mezclan, podemos alabar sin preocupación; podemos estar llenos de paz sin ansiedad; podemos descansar sin agitación. De otro modo, tendremos insomnio, preocupaciones, ansiedades, pensamientos incontrolados e imaginaciones sin freno. Nuestra mente es como un caballo salvaje. Tenemos que poner riendas a nuestra mente y ponerla en nuestro espíritu para que esté bajo el control de éste. Hermanos y hermanas, ¿tenemos la práctica de poner nuestra mente en el espíritu mezclado diariamente?
Además, necesitamos tener cuidado no sea que no magnifiquemos a Cristo ni le vivamos mediante la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19-21). La abundante suministración es un misterio, y el Espíritu de Jesucristo también es un misterio. El Espíritu de Jesucristo no es meramente el Espíritu de Dios, sino también el Espíritu de Aquel que se encarnó, experimentó la vida humana, murió y resucitó. El Espíritu de Jesucristo tiene una suministración abundante. ¿Necesita usted paciencia? El es la paciencia. ¿Necesita la calma? El es la calma. El es todo lo que uno necesite. El es la abundante suministración.
A menudo en vez de vivir a Cristo nos vivimos a nosotros mismos, y en vez de magnificarle, le menospreciamos. Somos los siervos de Cristo, pero llevamos una vida en que nos preocupamos, echamos la culpa a los demás, criticamos a los demás, no estamos satisfechos y murmuramos. Si no vivimos a Cristo ni lo magnificamos, ¿cómo podemos servir a Dios y ministrar a las iglesias?
Queridos hermanos y hermanas, no debemos meramente leer estos puntos y olvidarnos de ellos. Necesitamos considerarlos, uno por uno, y tener cuidado con ellos. No solamente debemos tener cuidado con la ambición, el orgullo y la autojustificación, los cuales no matan sino que son pequeñas zorras y pulgas. Más aún, necesitamos tener cuidado con los puntos presentados en este capítulo, todos los cuales matan.
Lo que hablamos en este capítulo es semejante a las muchas enfermedades que están en nuestro cuerpo. Hoy necesitamos tener cuidado con la alta presión arterial, los ataques cardíacos y muchas otras enfermedades. Una pulga no significa nada. Una pequeña zorra que corre por el jardín también es insignificante. Pero si todo nuestro cuerpo está enfermo, eso es fatal. Por tanto, debemos tener cuidado. Si nuestras reuniones no son vivas, frescas, elevadoras ni ricas, se debe principalmente a que nosotros los colaboradores y ancianos que somos responsables descuidamos estos asuntos cruciales, y no tenemos cuidado con ellos.
Los colaboradores y los ancianos también deben tener cuidado no sea que no vivan con Cristo ni anden ni obren ni actúen con El. Muchas personas andan, pero no con Cristo; obran, pero no con El; y actúan, mas no con El. Reconocen que Cristo mora en ellos. Ciertamente, Cristo mora en nosotros, pero muchas veces no le hacemos caso. No sé cuántas veces he confesado mis pecados al Señor diciendo: “Señor, acabo de hacer una llamada telefónica, pero no la hice contigo”. Lo apropiado es decir: “Señor, ahora voy a hacer una llamada telefónica. Deseo que Tú hagas esta llamada telefónica conmigo y que yo haga esta llamada telefónica contigo”. ¡Cuán hermoso sería esto! A veces tengo la impresión de que mi esposa cometió cierto error. Entonces oro: “Señor, quiero tener comunión con ella. Por favor ven conmigo. Si no vienes conmigo, esto significa que no quieres que yo vaya; entonces no lo haré. Si quieres que lo haga, tienes que hacerlo conmigo”. Esta es mi experiencia de vivir a Cristo en mi vida personal.
En un himno recientemente escrito se encuentran los siguientes dos versos: “No solamente vivo yo mas vive Dios conmigo hoy”. Nuestra vida diaria debe ser: “Vive Dios conmigo hoy”. No podemos sencillamente decir esto en nuestras oraciones y cantarlo ya que está en nuestros himnos sin vivir con Dios de día en día. Somos demasiado libres en nuestras acciones. Si queremos hacer una llamada telefónica, lo hacemos al instante. Si queremos escribir una carta, lo hacemos inmediatamente. Estamos escasos de la experiencia de vivir con Cristo. A menudo, tan pronto como me levantaba de mi silla para hacer algo, tenía que sentarme porque iba solo sin el Señor; tenía que pedirle perdón por actuar solo. Considere cuántas cosas usted como cristiano ha hecho por sí solo sin el Señor. Para ser un colaborador todo lo que haga en la obra lo debe hacer con el Señor; para ser un anciano tiene que hacer todo lo relacionado con los ancianos en compañía con el Señor; incluso para pastorear a los hermanos y hermanas tiene que hacerlo todo con el Señor. El Señor es el Príncipe de los pastores y es nuestro gran Pastor. Tiene que ser El quien nos inste a pastorear a los demás. Si el Señor no pastorea, ¿cómo podemos nosotros ser pastores? Hay diferencia cuando vamos a visitar a un hermano, y el Señor va con nosotros.
Cuando usted va a visitar a un hermano, debe llevar al Señor consigo. No debe ir simplemente porque tiene la carga y está dispuesto a ir. Si va de este modo, su visitación será fútil. No tiene al Espíritu, la vida, ni al Señor; actúa por sí solo. Antes de ir, debe orar al Señor diciendo: “Señor, oro para que me des una carga verdadera de visitar a este hermano. Estoy en temor y temblor delante de Ti, Señor. Tengo miedo de llevarme a mí mismo allí al visitarle. Ten misericordia de mí, Señor. Si Tú no vas conmigo, no iré. Tienes que ir conmigo. Capacítame para hablar contigo, y Tú tienes que hablar conmigo. Aunque soy un pastor para este hermano, quiero tomarte a Ti como mi Pastor. Si Tú no me pastoreas, ¿cómo puedo yo pastorearle a él?”. Si hace esto, es uno que vive completamente con Cristo. No está en la vieja creación sino en la nueva, en resurrección. Por tanto, cuando va, la sensación, el gusto y el ambiente que usted le lleva son simplemente Cristo. Esto es ministrar a Cristo, impartirlo. De otro modo, impartir a Cristo y ministrarlo llegan a ser meras palabras que se encuentran en nuestros mensajes e himnos, pero que raras veces se ven en nuestra vida diaria.
Además, necesitamos tener cuidado no sea que impidamos que Cristo haga Su hogar en nuestro corazón ni que el Padre fortalezca nuestro hombre interior mediante el Espíritu con poder, según la gloria del Padre para llegar a ser la plenitud (la expresión) del Dios Triuno (Ef. 3:16-21). Esto es muy elevado. Dios el Padre fortalece nuestro hombre interior, nuestro espíritu, conforme a Su gloria con poder mediante Su Espíritu. Cuando somos fortalecidos de esta manera, Cristo puede hacer Su hogar en nuestro corazón, paso a paso, fácilmente y sin impedimentos. Si queremos dejar que Cristo haga Su hogar en nuestro corazón, tenemos que darle lugar para que haga Su hogar en nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Así llegaremos a ser Su morada. Somos totalmente ocupados por El y saturados de El para llegar a ser la plenitud del Dios Triuno. No sólo somos llenos de Dios sino que también llegamos a ser Su misma plenitud. La plenitud de Dios es Su agrandamiento. En Génesis 1 Dios era simplemente Dios sin Su plenitud, pero ahora ha obtenido muchos hijos. Cuando estos hijos sean ocupados por El y le permitan hacer Su hogar en cada parte de ellos, llegarán a ser la plenitud de El. Esta plenitud es la expresión de Dios. Cuando nos reunimos, debemos expresar a Dios. Cuando las personas vienen a nuestros hogares, todo lo que ven debe ser una expresión de Dios.
Hemos hablado claramente y hemos dado muchos mensajes acerca de dejar que Cristo haga Su hogar en nosotros. Pero cuando observo la condición de los santos en el recobro del Señor, realmente me dan suspiros. Por un lado, le doy gracias al Señor porque ha extendido Su recobro a muchos lugares por todo el mundo; por otro, la verdadera condición de los santos me entristece porque nos hace falta la realidad. Hoy Dios está confinado por nosotros y no puede hacer Su hogar en nosotros. El está con nosotros en nuestro espíritu, pero allí es frustrado y encerrado y no lo dejamos extenderse a cada parte de nuestro corazón, el cual incluye nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Le tenemos en nuestro espíritu pero no en nuestra mente, nuestra parte emotiva ni nuestra voluntad. Dentro de nosotros El está verdaderamente frustrado.
Después de que Pablo habla de las verdades transcendentes en los capítulos uno y dos de Efesios, en el capítulo tres se arrodilla en oración al Padre para que les conceda a los santos de Efeso el ser fortalecidos a fin de que dejen que Cristo haga Su hogar en su corazón para que llegue a ser la plenitud de Dios. Hoy estamos escasos de esto entre nosotros; esto es lo que me entristece. Por un lado, adoro al Señor y le doy gracias porque amamos al Señor y conocemos Su camino en Su recobro. Pero todavía necesitamos que el Señor tenga misericordia de nosotros, porque nuestra vida práctica está lejos de lo que acabamos de describir.
Si tenemos cuidado de los seis “no”, es decir, si nos configuramos a la muerte de Cristo, andamos y existimos estrictamente conforme al espíritu mezclado, ponemos nuestra mente en el espíritu mezclado, magnificamos a Cristo viviéndole mediante la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, vivimos, andamos, obramos y actuamos con Cristo, y dejamos que haga Su hogar en nuestro corazón y que el Padre fortalezca nuestro hombre interior mediante el Espíritu con poder según Su gloria para llegar a ser la plenitud, la expresión, del Dios Triuno, entonces podremos llegar al último aspecto, el cual consiste en llevar a cabo nuestra salvación.
Filipenses 2:12 dice: “Llevad a cabo vuestra salvación con temor y temblor”. Cuando yo era joven, no entendía este versículo. Martín Lutero recalcaba que no somos salvos por obras, sino que somos justificados por la fe. ¿Por qué dice este versículo de Filipenses 2 que necesitamos llevar a cabo nuestra salvación con temor y temblor? Después vi que aunque la justificación por la fe y la elección de Dios en la eternidad, recalcadas en la teología reformada, son correctas, son sólo verdades parciales. La Biblia nos dice que aunque recibimos la salvación, de todos modos tenemos que expresarla en nuestra vida práctica. Cuando vivimos nuestra salvación, esto lleva a cabo nuestra salvación. Recibimos la salvación orgánica de Dios, pero cuando observamos la actitud de los esposos para con las esposas y la respuesta de las esposas a ellos, vemos que lo que se expresa en la vida no es la salvación. Esto significa que no llevamos a cabo nuestra salvación. Por tanto, debemos estar en temor y temblor para llevar a cabo nuestra salvación. El temor es el motivo interno; el temblor es la actitud externa. Para llevar a cabo nuestra salvación debemos estar en temor por dentro y en temblor por fuera.
En Filipenses 2:13 Pablo dijo: “Porque Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer, por Su beneplácito”. Este es el Dios Triuno, el mismo Dios que es Cristo y el Espíritu vivificante. Es este Dios quien opera en nosotros para que el querer nuestro por dentro y el hacer nuestro por fuera estén en conformidad con Su beneplácito. Esto nos hace aptos para vivir la salvación de Dios. Vivir la salvación de Dios de este modo requiere que tengamos lo anteriormente mencionado. Si tenemos cuidado con estos seis asuntos, estaremos en temor y temblor para vivir la salvación orgánica que recibimos.
Espero que los aspectos mencionados en este capítulo lleguen a ser la vida práctica en los hogares de nuestros hermanos y hermanas y la vida práctica de las iglesias. Las obras que hacemos para el Señor deben producir este resultado. Si nuestras obras no producen este resultado, no será satisfactoria ni para Dios ni para el hombre. Cuando fuimos bautizados, entramos en la muerte del Señor y fuimos sepultados. Morimos con Cristo y ya no vivimos nosotros. Esta es la actitud que debemos tener en nuestra vida para poder llevar a cabo la obra salvadora de Dios.