
Oración: Dios nuestro, Señor nuestro, verdaderamente te adoramos, te loamos y te alabamos. Tú eres el Dios que siempre es nuevo; nunca envejeces ni te marchitas. Permite que recibamos de Ti la renovación constante y diaria. Señor, sálvanos de la vejez, de la vieja creación, de nuestro viejo yo, de nuestro viejo hombre y de todo lo que sea viejo. Señor, haz que seamos como Tu apóstol Pablo, que nos olvidamos de lo que queda atrás, dejando todo lo viejo y procurando proseguir para alcanzar el premio del llamamiento a lo alto, el cual eres Tú mismo. Gracias por guiarnos en las cinco reuniones previas. En esta última reunión oramos para que nos des una conclusión sencilla y clara, la mejor conclusión. Danos las palabras adecuadas. Amén.
Damos gracias al Señor porque en esta conferencia creo que hemos tocado los puntos principales y hemos abarcado lo que el Señor quiere que abarquemos. Por eso, lo adoramos a El. En los dos capítulos anteriores vimos que al cumplir con nuestros deberes de colaboradores y de ancianos, debemos tener cuidado con ciertas cosas que pueden frustrarnos y dañarnos. En este capítulo de conclusión tengo sólo una carga, la cual es clara y sencilla, que quiero tener comunión con ustedes. Esta se relaciona con la manera de obrar con Dios al cumplir con nuestros deberes siendo colaboradores y ancianos, a fin de llevar a cabo la edificación divina.
Primero, nosotros como colaboradores y ancianos debemos entender que estamos laborando con Dios (1 Co. 3:9). Laborar con Dios no es insignificante; es un asunto divino. ¿Qué significa laborar con Dios? Es llevar a cabo Su edificación divina en tres aspectos, que son: la iglesia, el Cuerpo de Cristo y la Nueva Jerusalén. Esto es el edificio divino y universal de Dios. Todo lo que Dios hace en el universo se lleva a cabo teniendo esto como centro, como delineamento y como meta, a fin de que se realice Su economía eterna.
La meta de la economía de Dios, la cual es eterna, es Su edificio divino. Este edificio divino tiene tres aspectos: el primer aspecto es la iglesia, la cual es fácil de entender; el segundo aspecto es el Cuerpo de Cristo, el cual es divino y misterioso, y por tanto no es fácil de entender; y el tercer aspecto es la Nueva Jerusalén, la cual es todavía más difícil de entender. La Biblia ha estado entre nosotros por dos mil años, pero todos los que la leen están perplejos en cuanto a la Nueva Jerusalén, y nadie ha podido explicarla. Gerhard Tersteegen, un hermano alemán, hizo referencia a la Nueva Jerusalén, pero de modo parcial. El hermano T. Austin-Sparks la mencionó más que Tersteegen, pero todavía era difícil de entender.
No obstante, durante estos setenta años entre los que estamos en el recobro del Señor, Dios nos ha dado una interpretación y un análisis cabales de la Nueva Jerusalén. En nuestro himnario tenemos por lo menos tres himnos escritos en 1963 acerca de la Nueva Jerusalén. Cuando usted los lea, verá que su contenido es casi igual a la luz actual, pero no son tan trasparentes como lo que vemos hoy. No tengo que ser modesto ni orgulloso; simplemente estoy afirmando un hecho. En cuanto a la Nueva Jerusalén, todos los puntos y aspectos han llegado a ser claros y han sido revelados delante de mis ojos hasta el punto de que son totalmente trasparentes. ¿Qué es la calle de oro puro? ¿Qué son las puertas de perla? ¿Y qué es el muro de piedras preciosas? El Señor nos ha mostrado que estos revelan que los elementos básicos de la ciudad simplemente son el Dios Triuno: Dios el Padre es la base de oro puro, Dios el Hijo es las doce puertas de perla, y Dios el Espíritu es el muro de piedras preciosas. La Nueva Jerusalén se edifica con estos tres elementos divinos.
¿Cómo se sostiene la ciudad? Al comer y al beber sustentamos nuestra vida. Comer y beber son igualmente importantes para nosotros. A veces podemos vivir sin comer durante varios días, pero no podemos sobrevivir por mucho tiempo sin beber. Del mismo modo, tenemos un beber divino, es decir, tenemos que beber del Dios que fluye. Nuestro Dios siempre es nuevo; también es un Dios que fluye, que siempre fluye. El Padre es la fuente, y cuando la fuente brota, llega a ser un manantial, que es el Hijo. Cuando el manantial fluye, llega a ser un río, que es el Espíritu. Por consiguiente, el Dios Triuno es el Dios que fluye, compuesto por el Padre como fuente, el Hijo como manantial y el Espíritu como río. El Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu como la fuente, el manantial y el río— nos da a beber de El diariamente.
En un capítulo anterior dijimos que en un solo Espíritu fuimos bautizados en un solo Cuerpo, y a todos se nos dio a beber de un solo Espíritu. El Señor Jesús también dijo: “Mas el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que Yo le daré será en él un manantial de agua que salte para vida eterna” (Jn. 4:14). Esta vida es la Nueva Jerusalén. En la Nueva Jerusalén no sólo existe el Dios Triuno como nuestro río de agua de vida, sino también el árbol de la vida que está en el río. El árbol de la vida es el León-Cordero. Cristo como el Cordero redentor y el León vencedor resolvió el problema de nuestro pecado y el enemigo de Dios, Satanás. Este León-Cordero como nuestro árbol de vida tiene frutos frescos como nuestro suministro. De este modo la Nueva Jerusalén se sostiene.
Los tres aspectos del edificio divino de Dios son la iglesia, el Cuerpo de Cristo y la Nueva Jerusalén. Para obrar con Dios, para llevar a cabo la edificación divina de Dios en sus tres aspectos, los colaboradores y ancianos debemos primero establecer y pastorear las iglesias por el Cristo pneumático, el Cristo que es el Espíritu vivificante. Debemos edificar las iglesias por el Cristo pneumático. La edificación de la iglesia es el ministerio de Cristo en Su segunda etapa. En Su primera etapa sólo se menciona la iglesia (Mt. 16:18; 18:17); no había todavía en la actualidad la edificación de la iglesia. En la primera etapa, El realizó sólo la redención jurídica al redimir al pueblo escogido de Dios, para que fuera el material a fin de edificar de la iglesia. El no edifica la iglesia en el ministerio de Su encarnación; el Cristo pneumático como Espíritu efectúa la edificación de la iglesia en el ministerio de llegar a ser el Espíritu.
Por consiguiente, necesitamos establecer y pastorear las iglesias por el Cristo pneumático, quien es el Espíritu vivificante, con Su salvación orgánica. Debemos establecer y pastorear las iglesias no sólo por Cristo, quien es el Espíritu vivificante, sino también al aplicar Su salvación orgánica.
El segundo aspecto de la edificación divina es el Cuerpo de Cristo. Necesitamos edificar y constituir el Cuerpo de Cristo por Cristo como el Espíritu siete veces intensificado con Su salvación orgánica siete veces intensificada. Esto nos lleva a la tercera etapa del ministerio completo de Cristo, la cual es Su intensificación. La edificación de la iglesia no se llevó a cabo en la primera etapa y, hablando estrictamente, tampoco en la segunda, porque no se llevó a cabo con éxito. En la segunda etapa Dios estaba edificando la iglesia. Pero, en vez de avanzar, la iglesia declinaba y se degradaba hasta que llegó a ser una iglesia derrotada. Por tanto, en Apocalipsis, Cristo llegó a ser el Espíritu siete veces intensificado para edificar y constituir el Cuerpo de Cristo de modo siete veces intensificado.
Es posible que construir no sea algo orgánico; una casa es un edificio y es inorgánica. Por otro lado, constituir es algo orgánico; nuestro cuerpo es constituido orgánicamente. Es posible que la edificación no se relacione con la vida, pero la constitución sí se relaciona con la vida. En la esfera divina y mística, la edificación y la constitución se refieren a la misma acción; podemos llamarla edificación-constitución. Este es nuestro idioma nuevo. Debemos edificar y constituir el Cuerpo de Cristo con vida. Para saber cómo edificar el Cuerpo de Cristo, tenemos que estudiar a fondo los capítulos dos y tres. Antes de empezar a edificar el Cuerpo de Cristo, debemos conocer la iglesia. Por lo tanto, debemos empezar con la segunda etapa y luego entrar en la tercera. Después de entrar en la tercera etapa, no debemos retroceder, sino que debemos permanecer en la tercera etapa y experimentar diariamente la intensificación séptuple a fin de que edifiquemos y constituyamos el Cuerpo de Cristo por Cristo como el Espíritu siete veces intensificado con Su salvación orgánica siete veces intensificada.
La Nueva Jerusalén es el tercer aspecto de la edificación divina. Debemos ataviar y llevar a su consumación la Nueva Jerusalén con Dios el Padre como su fundamento de oro, con Dios el Hijo como sus puertas de perlas y con Dios el Espíritu que obra para producir su muro de piedras preciosas, bebiendo el Espíritu, quien es el fluir del Dios Triuno, el río de agua de vida y comiendo a Cristo, quien es el León-Cordero que vence, el árbol de la vida con Su suministro rico y fresco. Ya hablamos de la edificación y el atavío de la Nueva Jerusalén en muchos mensajes. Apocalipsis 21:2 dice que la Nueva Jerusalén estaba “dispuesta como una esposa ataviada para su marido”. “Ataviarse” es ponerse bonita. Este término no se puede usar con hombres; sólo se puede aplicar a las mujeres. Sólo las mujeres se atavían.
Las expresiones usadas en las santas Escrituras son muy preciosas. Ustedes han leído Apocalipsis muchas veces, pero ¿han notado la palabra ataviada? He leído la Biblia por muchos años, pero sólo esta vez, cuando estaba escribiendo los bosquejos para los mensajes, descubrí que la Nueva Jerusalén necesita no sólo ser llevada a su consumación sino también ataviarse (Ap. 21:19). Es ataviada con oro puro, perlas y piedras preciosas, es decir, con el Dios Triuno como elemento.
En 1 Corintios 3:9 Pablo dijo: “Vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios”. Luego en el versículo 10 dice: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como sabio arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica”. Lo que Pablo quería decir era: “Ya puse un fundamento; nadie más necesita poner otro cimiento. Lo único que se debe hacer es edificar sobre lo que ya está puesto. Pero deben tener cuidado. Si edifican sobre el fundamento con madera, heno y hojarasca, harán daño al edificio de Dios. Necesitan edificar con oro, plata y piedras preciosas”. Por ejemplo, tenemos un edificio que ha de ser edificado con oro, plata y piedras preciosas. Pero usted pone unas piezas de madera sobre él, y pone un montón de heno y hojarasca encima. Esto no es ataviar el edificio, sino hacerle daño. En 1 Corintios 3:17 se nos advierte que no destruyamos el templo de Dios. La palabra griega que se traduce destruir significa “arruinar, corromper, contaminar, hacer daño”. Edificar con los materiales despreciables como madera, heno y hojarasca es destruir el templo de Dios. Si alguien destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Según he observado, nadie que dañe el Cuerpo de Cristo obtiene beneficios. Durante estos setenta años he visto claramente que los que han dañado al Cuerpo de Cristo sufrieron las consecuencias y fueron destruidos por Dios. Esto es un asunto serio.
Hoy estamos aquí no para destruir el Cuerpo de Cristo sino para adornarlo. No me atrevo a llevar mi carne conmigo a edificar la Nueva Jerusalén; eso sería destruir la Nueva Jerusalén. No me atrevo a llevar mis opiniones, mi viejo yo, mis preferencias ni mis puntos de vista a edificar la Nueva Jerusalén. Simplemente quiero estar en temor y temblor para decorar el edificio divino con Dios el Padre como oro puro, Dios el Hijo como perla y Dios el Espíritu como el muro de piedras preciosas. Todos debemos tener esta actitud en nuestra vida.
¿Cómo sostenemos esta vida? En este edificio, en medio de esta ciudad, fluye un río de agua de vida para que bebamos de él, y en el río crece el árbol de la vida para que comamos de él. Lo que bebemos y lo que comemos son el Espíritu y Cristo, es decir, el Dios Triuno. El Espíritu es el fluir del Dios Triuno; Cristo es la corporificación del Dios Triuno. Si como y bebo al Dios Triuno, soy sostenido; tengo oro, perlas y piedras preciosas. Si no como a Dios ni bebo al Señor, no tengo oro ni perlas ni piedras preciosas; sólo tengo madera, heno y hojarasca. Esto no quiere decir que sólo el hecho de enojarnos sea considerado madera, heno y hojarasca. En realidad, es posible que nuestra mansedumbre e incluso nuestro servicio diligente no sean el Dios Triuno sino madera, heno y hojarasca.
Anteriormente había un cuadro grande en mi estudio en el cual estaban escritas las siguientes palabras: “...él mismo será salvo, aunque así como pasado por fuego” (1 Co. 3:15). Si uno edifica el templo de Dios con oro, plata y piedras preciosas, recibirá un galardón. Pero si edifica con madera, heno y hojarasca, la obra será consumida, pero uno mismo será salvo, aunque así como pasado por fuego. Esto es semejante a un terreno que está en llamas, y la madera, el heno y la hojarasca que haya ahí se queman. El terreno mismo no se consume, pero pasa por el incendio. Colgué esa porción de 1 Corintios en la pared de mi casa para recordar siempre: “Hombre, ten cuidado; no trates de edificar el Cuerpo de Cristo ni la Nueva Jerusalén con tu naturaleza, tu manera de ser, tu viejo yo, la vieja creación, el ego, tus inclinaciones y tus preferencias. Si lo haces, destruirás el Cuerpo de Cristo”. Cuando tocamos la meta eterna de Dios, o sea, la Nueva Jerusalén, necesitamos ser muy puros; no debemos ser descuidados.
En resumen, en este mensaje vemos que debemos laborar con Dios para que El obtenga Su edificio divino en tres aspectos: la iglesia, el Cuerpo y la santa ciudad. El edificio de Dios es primero una asamblea como la iglesia, luego un Cuerpo, y finalmente una ciudad. Siendo exactos, la Nueva Jerusalén se lleva a su consumación no sólo al ser edificada sino al ser adornada con oro puro como base, con perlas como sus puertas y con piedras preciosas como su muro. Esta es la morada eterna de Dios, Su agrandamiento, expansión y expresión eternos.
Espero que aprendan a memorizar, recitar y hablar estos mensajes. Cuando yo estaba aprendiendo del hermano Nee, nunca usaba artimañas. Sólo hablaba de la manera que él hablaba, e incluso usaba las mismas expresiones. Después, otros me criticaban, diciendo que yo decía las mismas cosas que el hermano Nee, y que incluso mis gestos al hablar eran los mismos que los de él. Una vez cierto pastor se burló de mí diciendo: “Sólo sabes imitar las palabras del hermano Nee; lo que él dice, tú lo dices”. Dije: “Esa es mi gloria”. Dije para mis adentros: “Francamente si usted trata de imitarle, no podrá hacerlo”. Poder imitar es una bendición; poder recitar es una bendición. No traten de inventar palabras nuevas. Espero que todos nosotros entremos en la realidad de estos mensajes.